25.

El joven chamán estaba sentado junto al fogón, con los ojos fijos en el resplandor del fuego. Por un instante, Jamukha pensó que el hombre sagrado estaba en trance y que su alma vagaba en otra parte.

—Dormiste hasta tarde, muchacho —dijo el chamán—. ¿Los esfuerzos de la noche fueron excesivos para ti?

Jamukha se sentó encima de la piel de yegua y dijo:

—Bebí demasiado. Tal vez usaste un hechizo.

—No era la primera vez que te acoplabas de ese modo. —El joven sonrió burlonamente mientras miraba a Jamukha—. No fue necesario ningún hechizo.

Jamukha se levantó y se vistió, pues sintió un repentino deseo de alejarse rápidamente de aquel hombre. El chamán leía en su alma con demasiada facilidad; probablemente había percibido lo que Jamukha deseaba en el momento en que le había pedido refugio para protegerse de la tormenta de nieve. No había estado tan borracho cuando el chamán empezó a acariciarlo, y no oyó cántico ni hechizo alguno antes de encontrarse entre las dos pieles. El viento había aullado fuera de la diminuta tienda, ahogando los gritos de Jamukha mientras el dolor que sentía daba paso al placer que había buscado.

El chamán no sabía su nombre y Jamukha lo ignoraba todo acerca del hombre. Tal vez hubiera abandonado su campamento para examinarse en soledad o para hacer que su alma vagara entre los espíritus. A excepción de una bolsa con hierbas y unas pocas provisiones, el hombre no tenía nada, y Jamukha no había examinado sus armas para ver si llevaban las marcas de algún clan que él conociera.

—Quédate si quieres —dijo el chamán.

Jamukha recogió su arco y sus flechas, y después salió. La tienda se alzaba entre abetos, sobre una ladera que daba al sur, protegida del viento norte; los caballos blancos del chamán, atados a unas estacas, resoplaban en la nieve.

El caballo castaño de Jamukha estaba atado a un árbol. Montó y cabalgó hacia el valle. Al sentarse en la montura hizo un gesto de dolor. Esta vez no había sangrado mucho, pero recordaba el aliento cálido del hombre en su oído, y las caricias ásperas y casi dolorosas de sus manos encallecidas.

Jamukha agradecía esa violencia, el dolor del acoplamiento, el torbellino de ira, furia y deseo que lo engullía. Después se sentía purgado; sus miedos y necesidades disipados por esa marea oscura. No siempre había sido así, al menos no la primera vez que estuvo con un hombre en medio de la estepa, cuando el desgarramiento de su carne, su indefensión y el poder del hombre encima de él habían hecho que se sintiese violado. El placer había venido más tarde.

Ahora permitía que esto ocurriera, a pesar de lo que le había dicho al chamán. Soportaba el dolor por el placer que acarreaba, y se sentía orgulloso de su fuerza, que le permitía tolerarlo. Cuando fuera un hombre ya no se sometería, él infligiría el dolor y sólo tomaría el placer.

Cabalgó hacia el sudoeste, en dirección a las aguas del Onon. Pronto llegó a terreno llano. Las montañas Kentei estaban hacia el sur; el macizo era una sombra distante que se alzaba sobre una tierra pálida. El chamán había mencionado haber visto huellas de caballos y otros signos de gente cerca del río congelado.

Una ráfaga de copos helados lo encegueció por un instante. Cuando cesó, vio a dos jinetes que galopaban hacia el oeste en caballos grises, a través del terreno llano, al otro lado del Onon. Una figura alzó el arco: una flecha voló hacia un animal de largas orejas que corría rápidamente por la nieve.

Jamukha avanzó lentamente hasta que pudo ver mejor a los dos cazadores: eran muchachos. El que había cobrado la presa se apeó. El otro súbitamente avanzó a caballo sobre él, lo golpeó con su lanza, arrojándolo a tierra y se agachó en la montura para recoger la presa. El muchacho caído se incorporó, el otro volvió a golpearlo con la lanza.

Jamukha fustigó a su caballo. El muchacho que iba montado hostigó al otro con su lanza, pero éste la cogió por un extremo, tiró y arrojó a su rival al suelo. Los dos lucharon por el arma, rodando sobre la nieve.

—¡Basta! —gritó Jamukha al acercarse—. ¡La presa es de él!

Los dos muchachos quedaron inmóviles; después el más alto cogió su lanza y corrió hacia su caballo. El otro se esforzó por ponerse de pie; había perdido el sombrero y tenía sangre cerca de la sien.

—¿Estás herido? —preguntó Jamukha.

Él negó con la cabeza, después cayó de rodillas. Su compañero corría a todo galope hacia los bosques próximos a las montañas Kentei. Jamukha trotó hacia el otro caballo gris, cogió las riendas y lo llevó hasta su dueño.

—Todavía puedo alcanzarlo —dijo Jamukha—, y quitarle tu presa.

El muchacho se puso de pie, tambaleándose.

—No te preocupes. Me desquitaré en otro momento. —Alzó la cabeza; sus ojos eran grandes y pálidos, de un verde pardusco con reflejos dorados—. Es un cobarde y un bravucón —prosiguió el muchacho mientras Jamukha le entregaba las riendas de su caballo—. Siempre es igual, ataca por la espalda y roba. No es la primera vez que lo hace.

—Entonces es una suerte que viniera por aquí. Parecía dispuesto a matarte. Bien, ahora te has librado de él.

El muchacho de ojos pálidos recogió un poco de nieve, se limpió la sangre de la cara y después se apoyó en su caballo.

—Pero Bekter no me dejará en paz —dijo—, y tendré que soportarlo. Es mi hermano… mi medio hermano, en realidad. Algún día irá demasiado lejos. —Recogió su gorro y se lo puso—. Te agradezco que te hayas acercado.

—Pero veo que en realidad no necesitabas mi ayuda. Lo habrías vencido de todos modos. —Jamukha hizo una pausa—. Me llamo Jamukha y soy hijo del jefe Jajirat Kara Khadahan.

—Entonces desciendes del hijo de la mujer capturada por tu ancestro Bodonchar.

El muchacho guardó silencio; de pronto, sus ojos adquirieron una expresión de cautela.

—Si Bodonchar fue ancestro tuyo, tu linaje es más noble que el mío. No puedo pretender que desciendo de él, ya que la madre de mi pueblo estaba encinta cuando él la encontró. —Jamukha estudió al muchacho. Sus ropas estaban muy usadas y remendadas, y sus botas de fieltro raídas; a pesar de su porte altivo, parecía pobre—. ¿Y cuál es tu clan?

El muchacho lo miró con frialdad; Jamukha tuvo la sensación de que lo estaba evaluando.

—Corriste a ayudarme —dijo el desconocido—, así que tal vez pueda confiar en ti. Sólo mi familia está aquí; mi madre y hermanos y hermana y la madre de Bekter y su hermano. ¿Me juras que no le dirás a nadie que me has visto?

Jamukha se golpeó el pecho.

—Mi promesa vive aquí. Juro por el cielo que permaneceré en silencio. —Ya tenía razones suficientes para no contarle a nadie todo lo que le había ocurrido durante el viaje—. Confía en mí.

—No confío demasiado en nadie. Todo lo que debes saber es que si alguna vez me entero de que rompiste tu promesa, sufrirás por ello. —Habló suavemente, pero su amenaza iba en serio—. Me llamo Temujin —continuó—, y soy hijo de Yesugei Bahadur, que era hijo de Bartan el Bravo, sobrino de Khutula Kan y nieto de Khabul Kan. Los seguidores de mi padre nos abandonaron la penúltima primavera.

Jamukha quedó atónito, impresionado por el linaje del muchacho y conmovido por la situación en que se hallaba.

—Sé lo de tu familia —dijo—. Algunos dicen que ya has muerto, en tanto que otros sostienen que vives, pero es posible que tus enemigos ya te hayan olvidado.

—También nuestros parientes y amigos nos han olvidado —dijo Temujin.

—Tontos. No merecéis…

—Que crean lo que les venga en gana. Si nos olvidan, estaré a salvo hasta que sea lo bastante fuerte para hacer mi voluntad.

Temujin fustigó levemente a su caballo y trotó hacia el río; Jamukha se mantuvo a su lado.

—Tenemos diferentes pesares, Temujin. Tú tienes familia y no tienes tribu; yo tengo tribu pero no familia. Mis padres murieron cuando era pequeño, antes de que los conociera, y no tengo hermanos.

—Lamento saberlo —dijo Temujin.

—No me compadezcas. Seré jefe algún día, y ya participo en los consejos con los hombres, pero me he habituado a estar solo. Con frecuencia salgo a explorar o a cazar sin compañía. La soledad resulta útil… te enseña a no confiar demasiado en los demás.

—He aprendido esa lección —respondió Temujin—. ¿Cuántos años tienes?

—Cumpliré trece en primavera.

—Entonces pronto serás hombre. Yo cumplí once el último verano.

Jamukha lo observó. Temujin era alto para su edad, y sus hombros eran anchos bajo el abrigo de piel de oveja.

—¿Por qué riñe contigo tu hermano? —le preguntó—. La vida ya debe de ser bastante dura para los dos.

—Mi padre convirtió a mi madre en su esposa principal, aunque la otra esposa ya había tenido a Bekter. Él aborrece que yo sea el heredero de mi padre. —Temujin sacudió la cabeza—. Aunque tenemos muy poco, él lo quiere todo para sí. Mi medio hermano Belgutei no es malo cuando no está cerca de Bekter, y mi madre tiene otros tres hijos.

—Entonces habrá una nueva rama de tu clan —dijo Jamukha—. Cuando tú y tus hermanos tengáis esposas, podréis engendrar muchos guerreros.

Temujin se cerró el cuello del abrigo.

—Me prometieron a una muchacha Onggirat antes de que mi padre muriera. Pasamos una breve temporada juntos antes de que yo tuviera que marcharme.

—¿Ella te esperará?

Temujin entrecerró sus ojos pálidos.

—Me prometió que lo haría.

—Bien, si se olvida, podrás encontrar otra esposa. No importa quién sea la mujer mientras te atienda y te dé hijos.

—No dirías eso si hubieras visto a Bortai.

Jamukha sintió un ramalazo de resentimiento. Pero Temujin, solo y abandonado como estaba, tenía pocas cosas que lo sostuvieran; se aferraría a la esperanza de que al menos una persona, aunque fuera una distante muchacha Onggirat, seguía pensando en él.

Jamukha no deseaba hablar de la muchacha. El vínculo de un hombre con una mujer nunca podía ser tan fuerte como el que tenía con los otros hombres, que eran sus camaradas en la guerra y sus compañeros en las cacerías. Cambió de posición en su montura. Nunca pensaba en el amor cuando permitía a los hombres tomar y darle placer: el acto era un momento muy intenso y alejado de esos sentimientos. Sin embargo, ahora sentía que había buscado más sin saber qué era exactamente lo que buscaba. Tal vez fuera amor hacia un compañero semejante a él, alguien con quien pudiera dar y tomar, alguien que honrara ese amor por encima de todo.

—Debería regresar —dijo Temujin—. Mi madre se preocupará cuando vea que Bekter vuelve sin mí. —Permaneció un momento en silencio—. Ella nos mantuvo con vida después de que murieron las pocas ovejas que teníamos. Habríamos muerto de hambre sin las plantas y frutas silvestres que recogía cuando no había nada que cazar.

Temujin se bajó el cuello del abrigo. Jamukha observó su rostro demacrado y rápidamente buscó un poco de carne seca debajo de su montura.

—Toma esto —dijo.

Temujin cogió la carne y la mordió ávidamente.

—Gracias —dijo con la boca llena, y después engulló el resto.

—Podríamos cazar juntos —dijo Jamukha—. No tengo necesidad de marcharme inrnediatamentes y juntos tendríamos más éxito.

Temujin sonrió, mostrándose más como el niño que era.

—Si me prometes que no me robarás las piezas.

26.

Cuando el sol empezó a descender por el oeste, Jamukha y Temujin habían rastreado un ciervo joven y lo habían cazado. El animal era delgado y débil, pero Temujin estaba encantado con el resultado de la cacería.

—Esta noche comeremos bien —dijo mientras cargaban el animal en la grupa de su caballo—. Debes venir conmigo, Jamukha. Mi madre te dará la bienvenida cuando vea lo que traemos. No debes marcharte ya, ¿verdad?

—No —admitió Jamukha.

—Entonces, vamos.

Cabalgaron hacia las estribaciones del macizo de Kentei. Muy pronto Jamukha vio una delgada columna de humo que se elevaba cerca de la linde del bosque, pero ya estaban entre los árboles cuando divisó los dos "yurts". Un jinete que pasara por allí supondría que un chamán se había establecido en el lugar para estar más cerca de los espíritus de las montañas. El monte Tergune se erguía más allá, Burkhan Khaldun se alzaba al sudeste, y había otros lugares desde donde un chamán podía volar hasta Tengri. Un carro sin techo se encontraba junto a uno de los "yurts"; otro carro cargado con un tronco estaba junto a la tienda más pequeña. "Nadie podría robarle mucho a esta familia", pensó Jamukha.

Temujin gritó su propio nombre, después se deslizó de su montura mientras un muchacho levantaba la cortina del "yurt" y salía.

—He traído carne —dijo Temujin—, y a un nuevo amigo que necesita albergue durante la noche… Se llama Jamukha. —Descargó el ciervo.

El muchacho menor sonrió.

—Bekter regresó hace un rato, gritando que tú y un extraño intentasteis robarle su caza.

—Es mentira. Él me la robó a mí; Jamukha sólo quiso ayudarme.

—Tendrías que haberlo visto, Temujin. Madre maldecía a Bekter por haberte dejado solo. Le pegó tan fuerte que se rompió el palo.

Temujin soltó una risita, luego se dirigió a Jamukha.

—Éste es mi hermano Khachigun.

Jamukha inclinó la cabeza y después desmontó. Alguien más miró desde atrás de la cortina del "yurt".

—Mi madre —murmuró Temujin—. Se llama Hoelun.

El rostro de la mujer lo sorprendió. Había esperado ver a una mujer envejecida por la lucha y las penurias, pero la madre de Temujin tenía una piel tersa, de color pardo pálido, labios gruesos y ojos de color castaño dorado.

—Te saludo —dijo ella—. Me dijeron que habías encontrado a un extraño.

—Éste es Jamukha, mi nuevo amigo —replicó Temujin—. Es un Jajirat, hijo de un jefe, y como verás me ha traído suerte. —Señaló con un pie al ciervo caído.

—Te saludo, Ujin —dijo Jamukha haciendo una reverencia—. Tu hijo me ha dicho por qué acampáis aquí. Le prometí que no le diría a nadie que os he visto.

—Te lo agradezco, y te agradezco que no le hayas hecho daño. —La mujer salió, era pequeña, y su largo abrigo estaba tan raído como el de su hijo—. No hay muchos que ayuden a los descastados, y otros que pasan por aquí nos evitan. Es bueno que hayas decidido guardar silencio sobre nosotros. No le haría ningún bien que nuestros enemigos pensaran que eres amigo de mi hijo.

—No pensaba en mí cuando hice esa promesa.

Hoelun Ujin hizo un gesto a Temujin.

—Lleva tu caballo y el de nuestro huésped con los otros.

Temujin obedeció a su madre; Jamukha estaba a punto de seguirlo cuando la mujer le dijo:

—Por favor, quédate. No vamos a robarte el caballo. Khachigun, me ayudarás a descuartizar ese ciervo. —Se arrodilló, se quitó el arco del cinturón, y extrajo un cuchillo.

—Yo te ayudaré, Ujin —dijo Jamukha—. Soy responsable en parte por haberte traído este trabajo adicional.

La expresión grave de Hoelun se suavizó.

—Mereces elogio y agradecimiento por esto.

Ya había anochecido cuando Hoelun Ujin lo invitó a entrar en la tienda.

—Temujin me ha contado que tienes tres hijos, además de él —dijo Jamukha—, pero sólo he conocido a dos.

—Khasar está vigilando los caballos —dijo Khachigun mientras entraba cargando los huesos del ciervo.

Hoelun lo miró. Jamukha estaba a punto de preguntar cuántos caballos tenían, pero después lo pensó mejor y decidió no hacerlo.

—Tal vez deba contarte más cosas de mí —dijo finalmente Jamukha.

—Por favor, hazlo —dijo Hoelun desde el fogón.

—Mi padre era nuestro jefe. Mi madre murió al tenerme a mí, y mi padre poco después. Se dice que un niño que pierde a su padre sufre uno de los mayores dolores que la vida puede depararle, y yo comparto ese dolor con tus hijos. Pero también se dice que quien pierde a su madre sufre una pérdida todavía mayor. —Miró a los otros muchachos—. Cuando veo cómo os cuidan vuestras madres, me doy cuenta de que lo que dicen es cierto.

Entró Temujin.

—Le he contado a Kashar todo lo que sé de ti —le dijo a Jamuhka—. Lo conocerás en un rato.

—¿No comerá con nosotros? —preguntó Jamukha.

—Comerá más tarde. Alguien tiene que montar guardia.

Temujin se sentó mientras los otros se reunían alrededor del fogón; Bekter hizo una mueca de dolor al sentarse. Temujin sonrió y dijo a su medio hermano:

—He oído que el palo de mi madre danzó hoy sobre tu espalda.

—Tú y este descarriado… —dijo Bekter, mostrando los dientes en una mueca de desprecio—. ¿Por qué lo trajiste aquí?

—¡Silencio! —dijo Hoelun con firmeza—. Come y calla.

Comieron rápidamente. Hoelun amamantó a Temulun y después de acostarla se sentó a cenar. Había cocinado un trozo de carne fresca, pero sólo había unos bocados para cada uno: el resto de la comida consistía en un líquido que sabía a corteza.

Cuando Jamukha terminó de comer, aún sentía hambre, aunque los otros parecían satisfechos; sus rostros arrebolados demostraban que estaban habituados a comer menos que él. Quedaba un poco de carne, pero probablemente fuera la porción de Khasar.

—Lamento nuestra pobre hospitalidad —murmuró Hoelun al tiempo que señalaba la fuente.

—Disfruté con la comida —dijo Jamukha—, y la preparaste bien. Ujin. Nunca he comido caza fresca tan sabrosa.

Los ojos de Hoelun todavía mostraban desconfianza, pero una sonrisa jugueteó en su rostro.

—Aunque eres huérfano, alguien se preocupó por educarte.

—Mi tío se ocupa de mí. —Se preguntó si su tío se habría ocupado tanto de él si hubiera tenido sus propios hijos.

Hoelun se puso de pie.

—Es hora de que os vayáis a dormir.

—Puedes usar mi cama, Jamukha —dijo Temujin, señalando uno de los cojines cubiertos de piel. Luego se puso de pie—. Es mi turno de vigilar los caballos.

—Iré contigo si quieres —dijo Jamukha. Montaré guardia una parte de la noche mientras tú duermes.

Hoelun se volvió hacia él.

—No es necesario.

—No me molesta. Ujin. Si tu hijo no me hubiera traído aquí ahora estaría durmiendo sobre mi caballo bajo un árbol.

—Entonces acompáñame —dijo Temujin.

Jamukha recogió sus armas y siguió al muchacho.

Caminaron un trecho a través del bosque en sombras hasta un claro apenas iluminado por la luna que crecía en el cielo invernal. Nueve caballos castrados grises y uno castaño se encontraban dentro de un corral construído mediante cuerdas mientras otro muchacho los vigilaba; un fuego enterrado ardía en una zona despejada.

—No sois tan pobres como pensé —murmuró Jamukha a Temujin.

—Oh, nos dejaron los castrados, pero sin un semental y sin yeguas, no podemos aumentar la manada. Debieron de creer que alguien nos robaría y nos mataría.

—¿Y no os habéis visto obligados a comerlos?

—Mi madre dice que antes comeremos ratas y cortezas, y a menudo nos hemos visto obligados a hacerlo.

El otro muchacho se acercó a ellos.

—Tú debes de ser Khasar —dijo Jamukha.

—Mi hermano me contó cómo os conocisteis. —Khasar estrechó la mano de Jamukha—. Una lástima que no le clavases una flecha en la espalda a Bekter. —Se rio; excepto por sus ojos más oscuros y su propensión a reír, su rostro se parecía al de su hermano mayor—. Tal vez podamos cazar juntos mañana.

—No lo creo, pues debo seguir viaje —dijoJamukha, lamentándolo.

Khasar los dejó. Temujin rodeó el corral improvisado, extendiendo ocasionalmente la mano para acariciar algún caballo.

—Me alegra que me acompañaras —dijo—. Tengo mucho sueño.

—Descansa, entonces. Te despertaré más tarde.

Temujin se tendió junto al fuego. Las llamas alejarían a los animales; Jamukha no había oído aullar a ningún lobo, pero de todos modos no se arriesgaría. A diferencia de la estepa, donde cualquier peligro podía avistarse desde lejos, un bosque era un lugar oscuro que podía albergar muchas cosas. Trepó a un árbol, desde donde podría vigilar todo el claro y, al mismo tiempo, permanecer oculto.

El viento soplaba, después cesó; la luna en creciente cabalgaba sobre pálidas corrientes de nubes. Las salidas de humo de Tengri brillaban en el cielo negro; los Siete Ancianos titilaban cerca de la Estaca Dorada.

Se oyó un crujido; podía ser el viento, pero Jamukha se puso tenso, seguro de que lo vigilaban. Escrutó en torno a él y no vio nada, pero había aprendido a confiar en sus instintos. Extrajo una flecha de su carcaj y aprestó el arco.

Siguió en guardia, rígido y tenso, controlando el paso del tiempo, por el cambio de posición de la luna y las estrellas. Cuando transcurrió la mitad de la noche aún sentía miedo de abandonar el árbol. Ese bosque podía estar colmado de espíritus inmunes a sus armas.

Temujin se movió, abrió los ojos y se puso de pie.

—¿Jamukha?

—Estoy aquí arriba.

Temujin se acercó al árbol.

—Creo que alguien nos vigila —dijoJamukha.

—Sospecho que sí —dijo Temujin, sin aparentar preocupación—. Baja… yo te cubriré. —Jamukha se descolgó del árbol—. Duerme un poco… yo cumpliré mi turno ahora. —Levantó la cabeza y dirigió la vista más allá de su amigo—. —Vete a la cama, madre —dijo—, ya ves que estoy a salvo.

Jamukha se volvió. Una sombra salió de detrás de un árbol y desapareció en la oscuridad. Pensó en la mujer oculta en el frío, vigilándolo, presta a lanzarle una flecha.

—Pero ¿por qué…?

—Podrías haberme cortado el cuello mientras dormía y llevarte nuestros caballos. Mi madre cuidaba de que no lo hicieras, como yo suponía que haría.

—Jamás te habría hecho daño.

—Lo has demostrado. Nunca dudé de ti, pero me alegra que hayas pasado la prueba. Duerme tranquilo, Jamukha, ahora no tienes nada que temer. Te doy mi palabra.

La comida matinal era un caldo ligero preparado con un hueso. Jamukha vació su pequeño cuenco de corteza y después se dirigió a Hoelun.

—Gracias por haberme recibido en tu tienda —dijo.

Ella sonrió.

—Debes llevarte un poco de carne para el viaje.

Él aceptó un trozo. Belgutei había salido a cuidar los caballos. El resto de la familia se despidió; Bekter pareció aliviado por la partida de Jamukha.

Temujin alcanzó a Jamukha cuando iba hacia donde estaban los caballos.

—Te acompañaré un trecho —le dijo.

Jamukha sonrió, complacido por estar un rato más con su nuevo amigo.

Salieron del bosque en dirección al Onon. El sol asomaba entre nubes grises, dando una blancura deslumbrante a la llanura nevada. Cabalgaron en silencio, y no hablaron hasta llegar al río.

Desmontaron y caminaron hacia la orilla. Jamukha deseaba prolongar el momento. Finalmente, dijo:

—Estará despejado; un buen día para viajar. Preferiría quedarme, pero cuanto más tiempo me quede, más preguntas me hará mi tío. —Se volvió hacia Temujin—. Regresaré en primavera, a más tardar.

El rostro de Temujin mostró una expresión solemne.

—Creo que, aparte de mis hermanos, eres el primer amigo verdadero que tengo.

—Debes de haber tenido amigos entre los de tu pueblo.

—Algunos muchachos me seguían —dijo Temujin, encogiéndose de hombros—. Pero yo era el hijo del jefe, y después, cuando él murió… —Suspiró—. Bortai es una amiga… Sentí que podía contar con su apoyo en todo momento. —Hizo una mueca—. Pero se trata de una muchacha, así que no es lo mismo.

Los celos hicieron arder las mejillas deJamukha. El amor que esa muchacha pudiera sentir se desvanecería en cuanto se enterara de la precariedad de la vida de Temujin. Sus propios sentimientos eran más nobles. La situación de Temujin lo instaba más firmemente a ayudar a su nuevo amigo a recuperar el lugar que le correspondía.

—Sólo hace un día que te conozco —continuó Temujin—, y no obstante siento que eres mi camarada. Al principio creí que era desatento contigo, que en realidad anhelaba demasiado tener un amigo, pero… —Se estremeció —. Sería mejor para ti que tuvieras un amigo más poderoso.

—Eres valiente, Temujin. Tú mismo dijiste que no serías un descastado para siempre. —Jamukha respiró hondo, sabiendo que quería decir otra cosa—. Yo también he deseado tener un verdadero amigo, pero pretendo ser aún más para ti. Seré un hermano que nunca te abandonará. Haré contigo un juramento de "anda".

Los ojos de Temujin brillaron.

—Me honras, Jamukha. Es el voto más sagrado que pueden hacer dos amigos.

—Haré ese juramento contigo, aunque aquí no haya nadie para atestiguarlo. Nuestras dos vidas serán una. Siempre te defenderé y jamás levantaré la mano contra ti. Lo juro. —Jamukha se golpeó el pecho con la mano—. Que mi promesa viva en mi corazón. Debes ser mi "anda", Temujin. Tu vida me será tan querida como la mía.

—Entonces te prometo lo mismo. Eres mi "anda", hermano Jamukha. Cuando cabalguemos juntos, nadie se interpondrá entre nosotros. Amaré a tus hijos como si fueran míos. Nuestro vínculo durará toda la vida.

Jamukha desenvainó su cuchillo, se arremangó y se hizo un pequeño corte en la muñeca; Temujin lo imitó. Apretó su brazo contra el de su amigo.

—La misma sangre fluye ahora en nosotros —murmuró—. Nunca derramaré la tuya, ni tú la mía. Somos hermanos.

Jamukha apretó con fuerza la mano de Temujin. Se sentía feliz por haber hecho promesa tan solemne. Esto era amor, no ese débil sentimiento que algunos hombres decían experimentar por las mujeres, sino un amor mejor, que hacía que uno se sintiese más fuerte.

—Debo darte algo para sellar nuestra promesa. —Jamukha rebuscó en la bolsa que pendía de su cinturón y extrajo una de sus fichas de hueso—. No es más que un pequeño regalo, pero tal vez sea el adecuado, ya que los dos tuvimos suerte mientras jugábamos.

—Así será siempre, ahora que eres mi "anda" —dijo Temujin, poniendo en la mano de Jamukha uno de sus dados metálicos.

Permanecieron sentados en silencio durante un rato, hasta que el frío hizo estremecer a Jamukha. Se puso de pie con reticencia; Temujin lo imitó y sacudió la nieve depositada sobre el abrigo de su amigo.

—Volveré —dijo Jamukha—, cuando llegue la primavera.

Se abrazaron. Jamukha lo soltó primero, temiendo que sus sentimientos lo traicionaran. Podía esperar. Dejaría que ese amor creciera hasta que llegase el momento en que la unión pudiera expresar ese sentimiento, hasta que Temujin se diera cuenta por sí solo de lo que verdaderamente existía entre ellos.

Jamukha montó a caballo.

—Adiós, mi hermano —dijo Temujin.

27.

Khasar se sentó detrás de un árbol. En el pastizal, más allá de los bosques, Temujin y Jamukha practicaban tiro con arco. El muchacho Jajirat apuntó a un árbol solitario y lejano; su flecha silbó y se clavó en el tronco. La flecha de Temujin se clavó en el árbol justo arriba de la de su amigo.

El caballo favorito de Jamukha pastaba en la linde del bosque, junto con su caballo de recambio. Los dos muchachos guardaron sus arcos y trotaron hacia el árbol.

Khasar sintió una punzada de celos. Jamukha había llegado cuatro días antes, trayendo pañuelos de lana como regalo y varios patos que había cazado en el camino, y apenas si se había separado de Temujin desde entonces. Cazaban juntos, montaban guardia juntos cuando le correspondía el turno a Temujin y dormían bajo la misma piel. Temujin había admitido que él y el Jajirat habían hecho un juramento de "anda" ese invierno. Con una amistad que había florecido tan rápidamente y con ese vínculo sagrado, a nadie sorprendía que pasaran tanto tiempo juntos.

Temujin siempre había estado más cerca de Khasar que de sus otros hermanos, tal vez porque apenas si se llevaban dos años, pero estaba más distante durante la visita de Jamukha. Cuando Khasar pretendía compartir sus momentos, se sentía excluido, como si los otros olvidaran que él estaba allí.

Pensó en la noche anterior, cuando había despertado para oír que Jamukha le susurraba algo a su hermano. Había habido risas ahogadas, seguidas de un suspiro profundo y extraño que lo había alarmado, y después, el silencio.

Khasar no le había preguntado nada a Temujin sobre eso. Si lo hiciera, tal vez Temujin le preguntara a su vez por las cosas que hacía durante la noche, y él nunca había podido mentirle a su hermano mayor. Se le encendieron las mejillas al recordar cómo se tocaba, cómo había descubierto el intenso placer que él mismo podía proporcionarse con la mano.

Era probable que Temujin lo hubiese adivinado. Tal vez Jamukha y su hermano estuvieran riéndose de él. Le dirían que no era mejor que hacerlo con las ovejas. Un hombre debía guardarse para las mujeres y usar su semilla para engendrar hijos. Si seguía con eso, perdería las fuerzas y más tarde sería incapaz de hacerlo con su esposa; a juzgar por los sonidos que había escuchado en la cama de sus padres mucho tiempo atrás, esos actos requerían mucho esfuerzo. Tal vez Temujin y Jamukha se hubiesen reído de lo que él hacía.

Su hermano no podía saberlo. Aunque lo supiera, era posible que él mismo se burlara de Khasar, pero nunca permitiría que otro, ni siquiera su "anda", se riera de su hermano. Khasar tenía de qué avergonzarse, y no estaba bien que se resintiese con Jamukha.

Los dos muchachos se dirigieron a los caballos de Jamukha y se sentaron de espaldas a Khasar. Tal vez podría acercarse sigilosamente y coger por sorpresa a su hermano. Temujin se enfadaría por su propia falta de atención, por no saber qué ocurría a su alrededor, pero no se enojaría con Khasar. Temujin era así. Siempre que se descuidaba, lo cual no ocurría demasiado a menudo, parecía más enfadado consigo mismo que con los demás, a diferencia de Bekter, que de inmediato culpaba a los otros por sus propios errores.

Khasar estaba a punto de acercarse a cuatro patas cuando Temujin giró la cabeza.

—Khasar —dijo—, ya puedes salir. Jamukha se marchará pronto.

Su hermano había sabido todo el tiempo que él estaba allí. Khasar suspiró, se puso de pie y fue hacia ellos. Los ojos negros de Jamukha se entrecerraron cuando lo miró, y después una sonrisa iluminó su bello rostro.

—Ni siquiera te vi —dijo Jamukha—. Pero no conseguiste engañar a tu hermano.

—Casi nada lo consigue.

—Lo sé.

Jamukha y Temujin intercambiaron una intensa mirada; Khasar volvió a sentirse excluido.

—Mira —dijo Temujin extendiendo su mano mientras Khasar se sentaba—. Jamukha me ha dado esto.

Khasar miró la punta de flecha que su hermano le mostraba: dos pedazos de cuerno unidas, con un agujero en el medio.

—Una flecha silbadora —dijo, tocándola y admirando el trabajo.

—El propio Jamukha la hizo —dijo Temujin.

Permanecieron en silencio. Finalmente, Khasar dijo:

—Deberíamos ir a vigilar los caballos; es nuestro turno. —Bekter ya estaría impaciente, pensó.

—No quiero que te vayas —dijo Temujin dirigiéndose a Jamukha cuando todos se pusieron de pie.

—Me gustaría poder quedarme —dijo su amigo y lo abrazó. Regresaré en otoño, cuando mi pueblo se traslade otra vez al sur.

Otra vez al sur. Adiós, mi "anda".

—Buen viaje, Jamukha —dijo Temujin.

Jamukha fue hacia sus caballos, montó y agitó una mano al emprender la marcha. Temujin se quedó mirándolo con expresión solemne.

—Quieres mucho a Jamukha —murmuró Khasar.

—Por supuesto… es mi "anda".

—Parece más cerca de ti que cualquier otra persona.

Temujin puso una mano sobre el hombro de Khasar, lo miró a los ojos y dijo:

—¿Qué ocurre? Te gusta, ¿no es cierto? Él te tiene en gran estima. Tú eres mi hermano.

—Él es tu "anda". Algunos dirían que es más que un hermano.

—Sólo es diferente. —Temujin lo condujo hacia los árboles—. Cuando me pidió que hiciéramos el juramento, supe que sería un verdadero amigo. No tiene nada que ganar uniéndose a un descastado. Yo soy el que gana, ya que algún día será jefe de su clan.

—¿Ese es el único motivo por el que te convertiste en su "anda"?

—No. Habría hecho el mismo juramento aunque él también fuera un descastado. —Se rio—. Sin embargo, no está mal que vaya a ser un jefe Jajirat.

Caminaron hasta llegar al claro donde estaban los caballos. Belgutei se encontraba con su hermano; bajó el arco mientras Bekter se ponía de pie.

—¿Por qué habéis tardado tanto? —preguntó Bekter, molesto.

—Los llevaremos a pastar a la llanura —dijo Temujin—, y tampoco tendrás que abrevarlos. Además, te prometí que cumpliría tu turno esta noche. Saliste ganando con nuestro trato.

—Lástima que tu amigo tuviera que marcharse tan pronto —dijo Bekter—. Aunque mientras estuvo aquí no te dejó un momento solo.

Temujin no respondió. Khasar miró con desagrado a Bekter, pues sabía que intentaría provocar otra pelea ahora que Jamukha no estaba para ponerse de parte de Temujin.

—Pobre Temujin —dijo Bekter con una mueca burlona—. Tal vez nunca vuelvas a verlo.

—Cállate —dijo Temujin.

—Él volverá —dijo Khasar—. Hablas así porque no tienes ningún amigo… porque nadie quiere ser amigo tuyo.

—No necesito esa clase de amigos.

—No te preocupes —dijo Khasar apretando los dientes—. Nunca tendrás uno.

Bekter se paró delante de ellos. Belgutei se puso a su lado mientras observaba cautelosamente a su hermano.

—Has sido descuidado, Temujin— masculló Bekter—. Sé lo que ocurrió cuando creíais que todos dormíamos. Hoelun-eke debe de tener el sueño más pesado, pues de lo contrario se habría enterado. Se enfadaría si supiera lo que hiciste.

Temujin estaba lívido.

—No digas ni una palabra más, Bekter.

—No es raro que te guste tanto —dijo Bekter—. Vi que los dos os movíais debajo de la piel. ¿Le permitiste que te tocara? Tal vez hizo algo más.

Temuiin se lanzó sobre Bekter. El pie de éste le alcanzó con fuerza en la ingle. Temujin cayó de bruces; Bekter volvió a patearlo.

Khasar se lanzó sobre Belgutei y lo golpeó en el pecho, después se desprendió de sus armas y arrojó a su medio hermano al suelo. La sangre latía con fuerza en sus oídos. Pensó que, como Bekter, tal vez Belgutei conociera también sus actos secretos. Apretó la rodilla contra el pecho del muchacho, deseando que fuera Bekter para poder dejarlo sin aire. Sus manos rodeaban el cuello de Belgutei cuando algo duro lo golpeó en un lado de la cabeza.

Yacía boca abajo. Unas chispas brillantes bailaban dentro de sus ojos cerrados; oyó un gemido. Khasar abrió los ojos y vio a Temujin de rodillas, vomitando; después una bota lo pateó en el trasero. La tierra empezó a girar a su alrededor y el muchacho volvió a cerrar los ojos.

—Eso les enseñará —dijo Bekter.

—Khasar no se mueve —dijo la voz de Belgutei—. No deberías haberlo golpeado con esa piedra.

—Se recobrará.

—Pero ¿y si realmente está herido?

Khasar oyó el ruido de una bofetada.

—No te preocupes por él. Recoge ese pájaro que cazó.

Khasar permaneció inmóvil hasta que los otros dos se marcharon, después abrió los ojos. Temujin se limpió la boca y gateó hasta donde estaba su hermano.

—Khasar.

—Estoy bien.

Khasar se puso boca arriba; la tierra volvía a girar. Tragó con dificultad y se sentó, después se palpó la cabeza. Todavía tenía puesto el gorro, y aparentemente eso le había servido de protección.

Temujin hizo una mueca de disgusto, mientras se ponía en cuclillas.

—Esto tiene que acabar —dijo.

—Hablaremos con madre —dijo Khasar—. Cuando sepa lo que hicieron esta vez…

La mano de Temujin se cerró sobre la muñeca de Khasar.

—No se lo diremos.

—No podemos dejarlo pasar —respondió Khasar, que se sentía más despejado—. ¿Qué quiso decir Bekter sobre Jamukha y tú?

—Es una mentira. —Temujin le apretó el brazo con más fuerza—. No vuelvas a hablar de ello.

Khasar lamentaba haberlo mencionado. Pensó en su propio secreto, y juró en silencio que nunca volvería a tocarse.

—Te prometo —dijo Temujin—que Bekter no nos volverá a hacer algo así.—Se puso de pie con esfuerzo y ayudó a Khasar a hacer lo propio. Ahora apacentaremos los caballos.

28.

Por la mañana Khasar y Temujin volvieron al bosque con los caballos. Sus dos hermanos menores los esperaban en el claro.

—Bekter cazó un pájaro ayer —dijo Khachigun mientras Temujin llevaba los caballos al improvisado corral—. Nosotros comimos el último pato, y madre no le dio nada. Dijo que el pájaro sería suficiente comida para él.

—Era mío —dijo Khasar—. Yo lo cacé.

Temuge se puso en cuclillas cerca de los caballos, sosteniendo el pequeño arco que había usado Khasar de pequeño. El niño de cinco años ya tenía una expresión dura y cautelosa.

—Odio a Bekter —masculló Temuge.

—Yo también —dijo Khasar.

Siguió a Temujin al "yurt", preguntándose qué haría ahora su hermano. Cuando entraron vieron que su madre y Sochigil estaban solas con Temulun. Hoelun los saludó, después les sirvió unos trozos de pato y caldo de corteza.

—¿Dónde están los hijos de Sochigil-eke? —preguntó Khasar, deseando que estuvieran lejos de la tienda.

—Fueron al río a pescar con la red.

—Entonces creo que iré a cazar.

—Tal vez tengamos más suerte pescando —dijo Temujin—. El Onon debe de estar lleno de peces en esta época.

Khasar miró a su hermano sin comprender.

—Podéis hacer lo que queráis —dijo Hoelun—, siempre y cuando traigáis comida.

Khasar se mordió los labios. Recoger bayas y plantas no era tarea de hombres, y pescar no era mucho mejor. Haría esas cosas para sobrevivir, pero las despreciaba.

Sochigil salió del "yurt". Khasar se quitó el gorro y bebió su infusión de corteza. Su madre extendió la mano y le acarició la mejilla. Él la miró con sorpresa, pues Hoelun ya no los acariciaba tanto como antes ni les cantaba. Los bellos ojos de Hoelun eran amables mientras le alisaba el pelo a Khasar; sus dedos tocaron el chichón encima de la oreja. Khasar hizo un gesto de dolor.

—Te has lastimado —dijo Hoelun.

—Se cayó —explicó Temujin rápidamente.

—Ten más cuidado.

Hoelun dio unas palmadas en el hombro de Temujin, después alzó a Temulun y la sentó sobre su cadera mientras recogía su canasta.

—No quiero ir a pescar —dijo Khasar una vez que su madre hubo salido.

—Hoy pescaremos —dijo Temujin—. Da menos trabajo que cazar.

—No quiero estar cerca de Bekter y Belgutei.

Temujin terminó de comer y se puso de pie. Sus ojos tenían una expresión distante, como si estuviera pensando en otra cosa.

—Te dije que Bekter no volvería a molestarnos. Busca tu anzuelo, Khasar… veremos qué podemos pescar.

Los hijos de Sochigil estaban en la orilla; varios pescados destripados se secaban sobre unas rocas, cerca de ellos. Belgutei estaba limpiando otro mientras Bekter revisaba la red hecha con pelo de caballo; el muchacho más grande levantó la vista cuando se acercaron Temujin y Khasar.

—Necesitamos carnada —dijo Temujin.

—Llévate lo que quieras —replicó Belgutei.

Bekter frunció el entrecejo y dirigió a su hermano una mirada de furia.

—Con la red no necesitamos carnada —agregó Belgutei.

Khasar recogió unas vísceras de pescado, después siguió a Temujin río arriba. Para poner los peces habían llevado uno de los cubos de su madre, hecho con corteza y sellado con arcilla.

Khasar se sentó, puso carnada en el anzuelo y arrojó la línea al río.

—Bekter se enfadó con Belgutei porque nos dio carnada. No sé por qué vinimos. Madre se ocupará de que tengamos una parte de lo que ellos pesquen, y no hay motivo para estar pescando mucho rato en el mismo lugar.

Temujin se encogió de hombros. La luz del sol danzaba sobre la corriente de agua. Ellos atraparían más peces con la red, pero a Khasar no le importaba pescar con anzuelo. Del otro modo él o Temujin habrían tenido que vadear el río para sostener la red del otro lado y después volver a vadear para recoger la pesca, y el Onon era más profundo durante la primavera. Khasar odiaba estar en el agua; empaparse si

Lo has hecho bien —dijo Temujin.

—Es enorme. Bekter no pescó ninguno tan grande.

Khasar miró río abajo. Los otros dos muchachos los observaban; aún no habían vuelto a echar la red al agua. Bekter se puso de pie, hizo un gesto a Belgutei y empezó a caminar hacia ellos.

—Creo que tendremos problemas —añadió Khasar.

—Ignóralos.

Khasar estaba poniendo otra vez carnada en el anzuelo cuando una sombra cayó sobre él.

—Veo que habéis pescado algo —dijo Bekter.

—Uno solo, hasta ahora.

—Ese pez nos pertenece.

Khasar lanzó su línea.

—Tú no lo pescaste.

—La carnada era nuestra, y lo habríamos atrapado con la red si vosotros no hubierais venido aquí.

Khasar se incorporó lentamente. Temujin colgó los pulgares de su cinturón.

—Atraparéis bastantes con la red —dijo el muchacho—. Nuestros anzuelos no os robarán tantos.

—Pero yo quiero éste. ¿Qué haréis… iréis a contárselo a vuestra madre?

Khasar no soportó más. Se lanzó sobre Bekter. Un puño lo golpeó justo sobre la oreja dolorida, otro le dio en el abdomen. Se dobló, mareado.

—Deja que se queden con el pez —dijo Belgutei.

—Tú cierra la boca. Así —le espetó Bekter a su hermano—aprenderán a darme todo lo que quiero.

Khasar se volvió, mareado, preguntándose por qué Temujin no lo había defendido.

—Escúchame, Bekter —dijo Temujin con su voz suave—. Te lo advierto por última vez. Será mejor que jures que dejarás de robar y de buscar pelea. Si te apropias de este pez, sólo Tengri sabe lo que podría ocurrirte.

Khasar se estremeció ante el tono helado de la voz de su hermano. Belgutei tiró de la manga a Bekter, con expresión temerosa, pero su hermano se liberó de él con violencia.

—Temujin pelea ahora con palabras —dijo Bekter en tono de burla. Coge el cubo, Belgutei.

Belgutei vaciló, pero finalmente obedeció. Khasar alzó los puños, dispuesto a luchar él solo. Temujin le cogió un brazo, conteniéndolo.

—Veo que estás aprendiendo —dijo Bekter—. Me llevaré lo que quiera y tú harás lo que yo diga, o recibirás una tunda como la que te di antes.

Khasar se debatió para liberarse de las manos de su hermano. Belgutei retrocedió llevando el cubo. Bekter se volvió para seguir al otro, después giró la cabeza.

—Mujer —masculló—. Sodomita.

Khasar sabía que la palabra era una injuria mortal. Temujin estaba pálido, sus ojos de gato llameantes de furia y odio.

Khasar se liberó.

—No los sigas —dijo Temujin en voz baja.

—¿Vas a aguantar esto? —Khasar llevó la mano al cuchillo que portaba en la cintura—. Merece morir por lo que ha dicho.

—Esto acabará. Ya te lo he dicho.

—Las palabras y las amenazas no lo detendrán.

Temujin irguió la cabeza.

—Te prometí que esto acabaría. —Su voz, extrañamente suave, estremeció a Khasar—. Tú me ayudarás.

Khasar sintió miedo; los ojos de su hermano, duros como gemas, eran los de un demonio de pesadilla. Entonces supo que tendría que obedecer a cualquier cosa que Temujin le pidiera. "Si alguna vez Temujin se volviera contra mí —pensó Khasar—, el cielo no podría protegerme".

—Recoge tu línea —dijo Temujin—, y ven conmigo.

Esperaron dentro del "yurt" hasta que volvieron las mujeres. Hoelun dejó su canasta llena de raíces, escrutó en silencio el rostro sombrío de Temujin, y después le dijo a Sochigil que saliera con Temulun.

Se sentó frente a sus hijos.

—Vosotros dos tenéis algo que decirme.

—Atrapamos un hermoso pez —dijo Temujin—. Bekter y Belgutei nos lo quitaron.

—Entonces, en vez de pescar otro —dijo Hoelun—, regresáis con las manos vacías.

—Ayer, Khasar cazó un pájaro, y hoy atrapó un pez. Madre, esto debe terminar.

—Sí, debe terminar —dijo Hoelun, inclinándose hacia adelante—. ¿Acaso no tengo bastantes preocupaciones? ¿Quién queda para luchar con nosotros ahora? Sólo nuestras propias sombras. ¿Qué látigos tienen nuestros caballos? Sólo sus propias colas. ¿Cómo podrás enfrentarte a tus enemigos si ni siquiera eres capaz de convertir en aliado a tu hermano? ¿Debo repetirte lo que Alan Ghoa dijo a sus hijos cuando se pelearon?

—Si hubieran tenido un hermano como Bekter —intervino Khasar—, nunca habrían dejado de pelear.

—No escucharé esto —dijo Hoelun—. Temujin, fuiste capaz de convertirte en amigo de un extraño. Seguramente encontrarás la manera de hacer las paces con Bekter.

—No puede haber paz con él —dijo Temujin.

—Si no puedes tratar con él, nunca serás jefe. —Hoelun recogió una raíz y empezó a rasparla con el cuchillo—. No olvides jamás que el hermano de tu padre nos abandonó. Tal vez no lo hubiese hecho si tu padre hubiera tratado de ganarse su lealtad, y los jefes Taychiut podrían haberse sometido a Daritai si él hubiera jurado apoyarte. —Terminó de limpiar la raíz y recogió otra de la canasta—. Tu padre era un gran hombre, y nunca dejaré de lamentar su pérdida, pero no consiguió mantener un vínculo fuerte con el Odchigin. No es sorprendente que otros nos abandonaran al ver que el propio hermano de tu padre no nos defendía.

—Eso significa que no harás nada —dijo Temujin.

—¿Qué esperas que haga? ¿Que lo golpee cada vez que tú te quejas de el? Ya es demasiado fuerte para aceptar que lo castigue. He hecho lo que he podido… ya no está en mi mano controlarlo, y su propia madre no sirve para eso. Tienes que encontrar la manera de vivir con él.

—¡No hay manera de vivir con él! —estalló Khasar.

—¡Es vuestro hermano! Déjalo que se salga con la suya por ahora. Se aburrirá si no le ofreces resistencia, y tal vez entonces te deje en paz.

—Te equivocas madre —respondió Temujin—. Creerá que soy débil e incapaz de enfrentarme a él.

—Un hombre, me han dicho, sabe cuándo la lucha no le reportará nada y cuándo ha llegado el momento de retirarse. Compórtate como un hombre ahora.

—Entonces debo arreglar este asunto yo solo.

—Sí.

Hoelun siguió limpiando su raíz. Temujin la miró durante largo rato, después se puso de pie y se marchó. Khasar lo siguió. Temujin pasó rápidamente junto a Sochigil y desapareció detrás de los árboles; Khasar corrió tras él.

Lo alcanzó casi en la linde del bosque.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Khasar.

Temujin se apoyó en un árbol, después se volvió hacia su hermano; sus ojos centelleaban. Sin pensarlo, Khasar hizo un signo contra el mal.

—Tú mismo has dicho lo que hay que hacer —susurró Temujin—. Hace un momento, en el "yurt", dijiste que no hay manera de vivir con él. Antes, junto al río, me dijiste que merecía morir.

Khasar se estremeció, con el corazón contraído de temor.

Repentinamente deseó no haber pronunciado esas palabras.

—Tienes que ayudarme —dijo Temujin—. Es enemigo mío tanto como tuyo. No puedo arriesgarme a hacerlo solo.

Khasar no podía hablar.

—Le di una última oportunidad —dijo Temujin—. Madre ha dejado las cosas en mis manos. Debe ser así, Khasar. Esto no terminará hasta que uno de los dos, Bekter o yo, haya muerto.

Khasar luchó contra la idea. Todo terminaría; debía pensarlo así. No habría más robos, peleas, insultos malignos contra su hermano, ni miedo de que Bekter lo avergonzara revelando su secreto.

Escuchó con atención cuando Temujin empezó a explicarle lo que harían, sabiendo que aceptaría hacerlo.

29.

Khasar estaba agazapado detrás de un árbol; Temujin observaba oculto tras un arbusto. Bekter estaba sentado sobre una pequeña loma, entre la hierba, vigilando los caballos, con el arco a su lado. Miró hacia los bosques, por encima del hombro izquierdo; Khasar permaneció inmóvil.

Habían esperado tres días para encontrar a Bekter a solas. Esa mañana Belgutei había ido a cazar pájaros y se había llevado a Temuge con él. Temujin no pudo evitar sonreír cuando los dos muchachos salieron del "yurt".

Temujin se agachó, cogió su arco y dos flechas y empezó a arrastrarse hacia la loma; se aproximaría a Bekter por detrás. La misión de Khasar era más difícil: tenía que acercarse por el frente, y Bekter podría verlo desde su diminuta elevación. Temujin siempre podría atacarlo por la espalda, pero era posible que Bekter tuviera tiempo de disparar contra Khasar.

Khasar tendría que tener mucho cuidado, pero si Temujin le había asignado la parte más arriesgada de la tarea era porque tenía confianza en su pericia.

Gateó lentamente a través de las hierbas altas, agitadas por la brisa. Temujin había esperado con paciencia el momento de llevar a cabo su plan, en tanto que Khasar se había mostrado ansioso por concluir todo aquello cuanto antes, pues la tensión era excesiva para él. Temujin había convencido a Bekter de que finalmente se había sometido a él, y no había respondido a ninguna de sus pullas.

El sudor le bajaba por el cuello y le goteaba sobre los ojos, obligándolo a parpadear. A medida que se acercaba a la loma sus músculos se tensaron. Bekter miraba hacia la derecha, escrutando el horizonte. La mano de Khasar se cerró sobre el arco mientras lo tensaba. Temujin probablemente estuviera ya en su puesto, pero Khasar esperó unos momentos más para asegurarse.

—Él no se detendrá —le había dicho Temujin mientras establecían el plan—. Cree que estoy vencido, pero eso no le parece suficiente; me sacará de en medio apenas tenga ocasión.

Khasar respiró hondo, sorprendido ante su propia calma. Podía confiar en su puntería; no le resultaría tan difícil. Se puso de pie de un salto y aferró el arco; la cuerda estaba tensa en su mano mientras apuntaba. Bekter saltó hacia su propio arco.

—No lo toques —le gritó Temujin—, o puedes darte por muerto. —Bekter miró hacia atrás; Temujin estaba erguido entre la hierba, con el arco dispuesto, apuntando contra él—. Quiero escuchar tus últimas palabras.

Bekter se puso de pie lentamente, manteniendo las manos a la vista, si tenía miedo no lo demostraba.

—¿Qué es esto? —dijo, sin despegar los ojos de Khasar—. ¿Qué estás haciendo?

—Librándome de una paja en el ojo —respondió Temujin—. Escupiendo una espina que me atraganta.

—¿No tienes ya bastantes enemigos? Librarte de mí no te ayudará a hacerles frente.

—Pero me librará de una piedra que me obstruye el camino.

Las manos de Bekter temblaron.

—Haced lo que queráis conmigo —gritó—, pero no matéis también a mi hermano Belgutei.

Khasar bajó su arco, repentinamente inseguro. No había esperado que Bekter suplicara por la vida de su hermano.

—Pero no dispararéis —continuó Bekter—. Qué tonto soy por asustarme de vosotros. —Se sentó y cruzó las piernas; Khasar pudo ver el desprecio en su rostro—. Temujin no es más que una serpiente que ataca a su presa por la espalda. Y tú, Khasar, eres el perro que la acorrala. Sé quién es él, qué hace, y tal vez tú eres igual. ¿Crees que podrás ocultar la verdad?

Khasar se estremeció de furia. La mano de Bekter voló hacia su arco. Khasar apuntó y sintió la súbita liberación de la tensión en el arco cuando la flecha voló hacia su blanco. Se clavó en el pecho de Bekter mientras la flecha de Temujin se clavaba en su espalda. La boca de Bekter se abrió, una expresión de sorpresa cruzó por su rostro. Un líquido oscuro brotó de sus labios mientras caía lentamente de lado.

Los pies de Khasar parecían clavados en la tierra, el corazón le latía con fuerza. Corrió hacia la loma. Seguía esperando que Bekter se moviera, se sentara y se arrancara las flechas.

Temujin se acercó hasta estar junto al cuerpo. Khasar bajó la mirada. Los oscuros ojos de Bekter estaban abiertos todavía, fijos en él. Los caballos levantaron las cabezas, olfateando la muerte. Khasar tembló, aterrado por lo que había hecho.

—Lo hiciste bien, Khasar. —Los dedos de Temujin se clavaron en su hombro—. Hemos matado juntos a nuestro primer enemigo.—Soltó a Khasar, se arrodilló y extrajo las flechas del cadáver; después untó la mano de Khasar con un poco de sangre—. Nunca olvides lo que hoy hemos hecho.

Desnudaron el cadáver, lo dejaron en la loma y llevaron los caballos de regreso al bosque. Temujin marchaba en silencio. Khasar no sabía si su hermano estaba feliz por lo que habían hecho o si lo lamentaba.

Bekter estaba muerto. Khasar se sintió invadido por un intenso sentimiento, que podía ser triunfo o terror. Ya no debía temer a Bekter, pues éste nunca volvería a robar, a mofarse ni a golpear a nadie. Su flecha y la flecha de su hermano habían acabado con aquel que los atormentaba. Qué simple había resultado.

Cuando los caballos estuvieron dentro del corral, Temujin recogió la ropa y las armas de Bekter. Khasar siguió a su hermano hacia las tiendas, con la boca seca. Había supuesto que de algún modo Temujin encontraría la manera de ocultar lo que habían hecho. "Madre lo sabrá —pensó salvajemente—; sabrá lo que hicimos en cuanto nos vea".

Khachigun estaba fuera, afilando su lanza. Temujin le hizo un gesto.

—Ve al claro —le dijo—, y vigila los caballos. Yo te reemplazaré dentro de poco.

—Pero…

—Ve.

Khachigun miró el rostro de Temujin y abrió mucho los ojos; se puso de pie de un salto y partió a la carrera.

Entraron. Sochigil estaba sentada en su cama, remendando una camisa; Hoelun limpiaba de piojos el cabello trenzado de Temulun.

—¿Tan rápido encontrasteis caza? —preguntó sin levantar la vista.

—Hoy cazamos otra clase de presa —dijo Temujin—, y la matamos. Hemos regresado con los caballos… Khachigun los está vigilando. —Arrojó el bulto de ropas al suelo.

Lo había admitido. Khasar contuvo la respiración. Hoelun los miró fijamente, luego se incorporó de un salto.

—¡Veo lo que habéis hecho! —Hizo una señal—. ¿Qué espíritu maligno os llevó a hacerlo?

—Había que arreglarlo —dijo Temujin—, y yo le puse fin.

—¡Asesinos! —gritó Hoelun—. ¡Asesinos, los dos! ¿Cómo pudisteis hacerlo? ¿Cómo pude haber parido hijos semejantes? ¿Cuánto mal habéis hecho hoy? ¿Sólo matasteis a Bekter, o le habéis quitado a Sochigil sus dos hijos?

—Hice lo que debía hacer, madre —dijo Temujin con voz calma— Estoy libre de mi atormentador, y a Sochigil-eke aún le queda un hijo.

Hoelun golpeó a Temujin en la cabeza.

—¡Asesino! Saliste de mi vientre con un coágulo de sangre en la mano, ¡y ahora has oscurecido la tierra con la sangre de tu hermano! —Volvió a golpearlo; él se tambaleó bajo los golpes pero siguió observándola con mirada helada. Luego se acercó a Khasar, lo abofeteó con fuerza, y dijo—: ¡Y tú! ¡Eres como los salvajes perros Khasar que te dieron nombre! Sois animales, los dos, abatiendo sus presas sin pensar, atacando a vuestras propias sombras… ¡no sois mejores que un pájaro que devora a sus propios polluelos, o que un chacal que ataca a todas las criaturas que se le acercan! ¡Maldita sea por haberos parido!

Sus puños golpearon la cabeza de Khasar hasta que a éste le ardieron las orejas. Él trató de soltarse y escapar, pero ella lo aferró del cuello, lo arrojó al suelo, lo pateó en las costillas y después se volvió hacia Temujin.

—Tú impulsaste a tu hermano a obrar de esta manera maligna. ¡Tú lo convertiste en tu cómplice! ¡Asesino!

Levantó un brazo; Temujin le cogió la muñeca.

—No, madre —le dijo—. No me golpearás más.

Hoelun abrió los ojos como platos. Khasar esperó que su madre volviera a gritar, pero ella permaneció en silencio, hasta que pareció asustada. El chillido de Temulun se elevó por encima de los roncos sollozos de Sochigil.

Temujin soltó el brazo de su madre; ella lo miró sin moverse.

—Ha terminado —dijo Temujin, después se volvió y salió. Khasar corrió tras él.

Enviaron a Khachigun de regreso a la tienda. Temujin y Khasar se sentaron uno junto al otro.

Khasar alimentó el fuego, después apoyó la espalda en un árbol. Había hecho lo que Temujin dijo que debían hacer. Una vez que comenzó a arrastrarse por la hierba fue demasiado tarde para echarse atrás.

Ni por un momento se le ocurrió pensar en lo que ocurriría después de la muerte de Bekter. Sochigil-eke lloraría y gemiría, pero poco tenían que temer de ella. Belgutei se lamentaría, pero también temería más a Temujin; incluso podía sentirse secretamente aliviado al verse libre de un hermano que lo maltrataba como a los otros. Temuge y Khachigun no querían para nada a Bekter, y Temulun era demasiado pequeña para darse cuenta. Pero ignoraba cómo reaccionaría su madre.

Tal vez los echara. Hasta Temujin temería enfrentarse a ella si los expulsaba de la tienda. Podrían ir al campamento de Jamukha, pero tal vez los Jajirat no se mostraran demasiado dispuestos a aceptar a dos muchachos descastados.

Khasar supo entonces por qué Temujin se había visto forzado a matar a Bekter. También él había deseado poner punto final a los robos y las peleas, pero no de aquella manera. La rivalidad entre Bekter y Temujin podría haberse resuelto cuando ambos fueran hombres. Sin embargo, se dio cuenta de que tal vez hubiera otra razón por la que Temujin había resuelto eliminar a su medio hermano, y ello estaba relacionado con la horrible injuria que éste había lanzado junto al río Onon. Quizá Bekter tuviese razón respecto de la relación entre Jamukha y Temujin. Khasar se estremeció al recordar la risa y el extraño sonido que había escuchado en medio de la noche.

Decidió desechar esos pensamientos. Bekter siempre había sido un mentiroso redomado. Su muerte era una cuestión de honor; Temujin había silenciado las mentiras dirigidas contra él y su "anda".

Ya era casi de noche cuando Khasar oyó pasos entre los árboles. Ya había cogido el arco cuando advirtió la presencia de Hoelun, que caminaba alrededor del corral recogiendo estiércol seco. Al cabo de un rato, se sentó frente a ellos.

—He hecho lo que he podido por consolar a Sochigil —dijo—. Ha dejado de llorar, pero se niega a comer y está sentada mirando el fogón. Tuve que decirles a Temuge y Khachigun que no está bien que se muestren alegres por la muerte de un hermano. —Su rostro estaba oculto por las sombras, más allá del resplandor del fuego; Khasar se sintió aliviado por no verle los ojos—. Supongo que no os molestasteis en cavar una tumba.

Temujin no respondió.

—Eso creí. No hablemos más sobre ello. —Puso una mano sobre su canasta—. Belgutei está con su madre. Demuestra poseer cierta sabiduría. No ha dicho nada de vengar a su hermano y sólo le preocupa tratar de aliviar el dolor de Sochigil-eke. Creo que sabe que este enfrentamiento tenía que terminar para que todos pudiéramos seguir adelante.

—Entonces no hay motivo para matarlo —dijo Temujin—. Sin su hermano, no nos causará problemas. Intentaré ser mejor hermano para él de lo que lo fue Bekter.

—Por lo que veo, con un crimen tienes suficiente. —Hoelun se aclaró la garganta—. En parte la culpa es mía. No debí dejar que arreglaras las cosas por tu cuenta. Pero ahora comprendo, por cruel que sea aceptarlo, que tu malvado acto ha resuelto un problema. —Miró a Temujin—. Tú te has librado de tu rival, y yo no tendré que mediar más entre vosotros.

—Tal como dices —murmuró Temujin—, se ha resuelto un problema, y no me arrepiento de ello.

Hoelun respiró profundamente.

—Y ahora debo ser tan sabia y práctica como tú. A pesar de lo que habéis hecho, sois mis hijos y debo aprender a vivir con el pasado.

Se marchó. Khasar suspiró; ya no tendría que preocuparse por lo que su madre pudiera hacer. Se volvió hacia Temujin. La luz de las llamas jugueteaba sobre su rostro; Khasar vio que su hermano sonreía.

30.

Hoelun fue hacia el río con su canasta, pues a pesar de que la primavera acababa de comenzar, tal vez encontrase bayas maduras. Recordó el último banquete de que había disfrutado después de que Temujin y Khasar partieron a caballo para regresar con un cordero que habían robado. Se le hizo agua la boca y pensó con nostalgia en la cuajada, la leche y el cordero hervido.

Una brisa fría le heló el rostro. En las montañas, más allá del río, la nieve estaría derritiéndose en las laderas más altas. Cuando llegase el verano y las bandas de cazadores siguieran a los ciervos y las gacelas, tendrían que volver a trasladarse. Se preguntó si Jamukha regresaría pronto. No habían visto al "anda" de Temujin desde el otoño. Recordó el sabor del "kumiss" que él les había traído y suspiró.

La devoción del muchacho hacia su hijo era evidente; nunca se separaba de él, y eso a Hoelun le preocupaba. Pero el joven Jajirat era un amigo fiel, y en esto demostraba ser muy distinto de Toghril, el aliado Kereit de su clan. Jamukha había hablado de hallar el modo de que el Kan se enterase de la situación de la familia, pero Hoelun lo había disuadido. Era poco probable que el poderoso Kan Kereit se sintiese conmovido por unos descastados.

Hoelun miró hacia el Onon, a través de los árboles. Temujin y Belgutei estarían cerca del río con los caballos.

—No te acerques más —oyó que decía su hijo—, y mantén las manos en alto.

Hoelun dejó la canasta, cogió su arco y avanzó sigilosamente. A cierta distancia río abajo, cerca de los caballos, Temujin y Belgutei apuntaban con sus armas a un jinete. El extraño tenía los brazos en alto; su manera de montar le resultó conocida. Hoelun se acercó, hasta que pudo verlo con claridad.

—Munglik —susurró .

—Paz —gritó el hombre—. ¿No reconoces a tu viejo amigo? Exploré esta región durante días, siguiendo viejas huellas con la esperanza de que fueran vuestras. —Temujin no bajó el arco—. Te conozco, Temujin; los ojos de tu padre me miran desde tu rostro.

Hoelun corrió por la ribera hacia ellos.

—Y tú, Ujin —continuó Munglik—, te reconocería aunque hubiera transcurrido más tiempo. Apacigua a estos muchachos, que no quiero haceros ningún daño.

Ella rodeó los caballos y se acercó a él mientras desmontaba. Munglik caminó hacia ella y la abrazó, luego la soltó. Su rostro estaba más curtido y los bigotes le habían crecido hasta el mentón, pero por lo demás era el mismo.

—Rogaba que estuvieseis a salvo —dijo—. Temía no encontraros.

Temujin bajó el arco, después se echó hacia atrás mientras Munglik lo abrazaba.

—Has crecido muchacho —dijo Munglik. Rodeó a Belgutei con un brazo—. Y tú debes de ser Belgutei. Tu rostro no ha cambiado.

Belgutei se liberó del abrazo. Los muchachos observaban al Khongkhotat en silencio, con ojos llenos de suspicacia.

—Os he estado buscando —continuó Munglik—, con la esperanza de que las historias que escuché no fueran falsas.

—¿Qué historias? —preguntó Hoelun.

—Acerca de una tienda en esta región y de muchachos que huían de los extraños. No podía creer que aún estuvierais con vida, pero tenía que buscaros. Los espíritus me guiaron hasta vosotros. Cogió a Hoelun por el codo—. Cuatro años escondiéndote y todavía sigues siendo tan bella como te recordaba.

Ella se retiró y se ajustó el pañuelo, súbitamente consciente de su túnica raída y de su abrigo remendado.

—Me adulas, Munglik.

—Tu hijo es casi un hombre; pronto será tan alto como su padre.

—Me complace verte, viejo amigo —dijo Temujin con su voz suave, pero sin que al parecer le complaciese la presencia de aquel hombre—. Así que has oído rumores, ¿nuestros enemigos también han escuchado esas historias?

—Targhutai Kiriltugh las ha escuchado.

Temujin entrecerró los ojos.

—La última vez que estuvo en su campamento —prosiguió Munglik—, le oí decir que los hijos de Hoelun ya debían de haber crecido y serían lo bastante mayores para intentar vengarse de él. Hace unos días estuve en un campamento Dorben, y allí escuché que los Taychiut se disponen a buscaros después de que sus yeguas hayan parido.

Hoelun se puso tensa.

—Sabía que no podíamos permanecer ocultos para siempre —dijo su hijo—. ¿Qué harás ahora por nosotros, viejo amigo?

—¿Qué puedo hacer? Ya me he arriesgado bastante buscándoos. Si os llevara a mi campamento, los Taychiut se enterarían rápidamente. Targhutai ha levantado sus tiendas a cinco días de aquí, hacia el noreste. Aún estáis a tiempo de buscar refugio en otra parte.

Temujin estudió a Munglik con ojos calmos y fríos. Hoelun adivinó lo que su hijo estaba pensando: Munglik había corrido el riesgo de buscarlos porque aún debía de sentirse culpable por quebrantar el juramento que había hecho a Yesugei. Pero no se enfrentaría abiertamente a sus aliados Taychiut.

—Te lo agradezco —dijo Temujin—. Targhutai no se sentiría complacido si se enterara de que has venido a advertirnos, de modo que veo que te has arriesgado por nosotros. —Miró a Hoelun—. Pero Targhutai no nos encontrará aquí. Tenemos amigos que nos ofrecerán refugio.

Era posible que Munglik le creyera. ¿Acaso planeaba Temujin buscar refugio en el campamento del Jamukha? Hoelun no sabía a qué otro lugar podían huir.

—Debo partir —dijo Munglik—. Los camaradas que viajaron conmigo están acampados a un día de aquí, y seguramente se preguntarán qué ha sido de mí.—Cogió las riendas de su caballo y caminó hacia el río alejándose de los muchachos.

Hoelun lo siguió.

—No te alejes mucho —le dijo mientras el caballo abrevaba—. Mi hijo no querrá perdernos de vista.

—Ni tenernos lejos del alcance de sus flechas.

—Tiene motivos para desconfiar, hasta de un viejo amigo.

—No tenéis nada que temer de mí. Yo jamás os haría daño, Hoelun. Me duele saber que es muy poco lo que puedo hacer por vosotros.

—Mis hijos son fuertes, y ello a pesar de quienes nos abandonaron. El hijo mayor de Sochigil murió hace dos años.

—Lamento saberlo.

—Belgutei sufrió, pero Temujin trató de ocupar el lugar de hermano mayor. El muchacho sigue a mi hijo ahora.

El le tomó la mano.

—Sigo siendo tu amigo, Hoelun. Aún te haría mi esposa si fuera posible.

Sus palabras amables no la consolaron. Munglik podía resignarse a que los capturaran y después persuadir al jefe Taychiut de que se la entregase. Sin duda sentía que había cumplido la promesa hecha a Yesugei al ir hasta allí a prevenirlos, pero no lucharía por ella ni por sus hijos.

Regresaron con los muchachos. Munglik se despidió rápidamente, después montó.

—Buen viaje, amigo —le dijo Temujin—. Recordaré que pensaste en nosotros. No olvidaré a los que nos abandonaron, pero tampoco olvidaré a quienes nos ayudaron. Esa promesa vive en mi corazón.

—Que el cielo os proteja a todos.

Cuando Munglik partió, Temujin se acercó a Hoelun.

—¿Dónde iremos? —preguntó ella—. Es posible que ni siquiera tu "anda" pueda protegernos.

—No iremos a ningún lado —dijo Temujin.

—Pero aún estamos a tiempo de escapar —dijo Belgutei.

—Jamukha lucharía por nosotros, pero sus hombres no —dijo Temujin—. De nada nos servirá interponernos entre sus hombres y él. Conocemos esta región mejor que los Taychiut. Los hombres de Targhutai no pagarán un gran precio por librar a su jefe de una sola familia. Tenemos una oportunidad si no perdemos el valor.

Hoelun no podía permitir que su hijo advirtiera que estaba asustada.

—¿Qué quieres que hagamos?—preguntó.

—Ocultarnos en un lugar donde podamos defendernos. Uno de nosotros montará guardia en la linde del bosque. Si Targhutai no nos encuentra, tal vez crea que nos hemos marchado a otro lado. En caso contrario, lucharemos. —Hizo una pausa—. ¿Me seguiréis?

—Sí —dijo Belgutei.

Hoelun agachó la cabeza.

31.

Hoelun espió entre los árboles mientras Khasar ascendía por la ladera; su caballo estaba espumeante de sudor.

—Los vi —dijo, y desmontó—. Llegarán al bosque antes de que el sol esté alto.

Temujin despertó en un instante.

—¿Cuántos son? —le preguntó a su hermano.

—Treinta.

—Entonces tenemos una oportunidad.

Khasar llevó su caballo junto a los otros. Los animales, seis de ellos ensillados, estaban encerrados tras un muro de ramas. La familia había construido una improvisada barricada bajo los árboles, en la colina. Belgutei había hecho gran parte del trabajo, cortando ramas y apilándolas sobre troncos, pero los otros lo habían ayudado. Desde esa posición podían ver, a través de los árboles, el río que corría abajo.

Mientras esperaban, Hoelun sintió una opresión en el pecho; se esforzó por calmarse. Los Taychiut no encontrarían nada en el lugar donde había estado el campamento. Ella y Sochigil habían desarmado las tiendas y habían ocultado los carros y los paneles en el interior del bosque; los niños habían cubierto las huellas que conducían al nuevo escondite. Targhutai pensaría que se habían trasladado a otra parte. Tal vez se dedicara a buscarlos en la orilla del río y no se acercara a la colina. Hoelun había clavado el estandarte de su esposo detrás de la empalizada; ahora lo miró y rogó que su espíritu guardián los protegiera.

—Oculta a los niños —ordenó Temujin.

Hoelun cogió a Temulun de la mano; Sochigil hizo lo propio con Temuge. Los ojos de los niños brillaban como si lo que ocurría sólo fuese una aventura más. Khachigun abría la marcha en su ascensión por la ladera. Los árboles eran frondosos; sus ramas ocultaban el cielo.

Llegaron a una pared rocosa oculta por la vegetación. Una grieta estrecha, apenas visible hasta que uno se acercaba, se abría en la base del risco. Temulun y Temuge habían encontrado ese escondite poco tiempo atras. No tenían permiso para alejarse tanto, pero ahora Hoelun agradecía que le hubieran desobedecido.

Temulun se deslizó dentro, seguida de Temuge. Khachigun, más alto y corpulento, apenas si entraba. Sochigil tuvo que quitarse el abrigo antes de que Hoelun la ayudara a entrar empujándola. Hoelun devolvió el abrigo a la otra mujer, después observó la grieta: los Taychiut podrían pasar por allí sin sospechar que había alguien escondido.

—Queda justo el lugar para ti —dijo Sochigil, con voz sorprendentemente tranquila.

—Voy a regresar —dijo Hoelun—. Comed y bebed lo menos posible de lo que trajimos. No hagáis ningún ruido y no salgáis hasta que uno de nosotros venga a buscaros. —Se marchó a toda prisa antes de que Sochigil pudiera protestar.

Descendió la ladera. Belgutei estaba con los caballos, calmándolos. Temujin se acercó a ella cuando su madre se arrastró hasta la empalizada.

—Te dije que te ocultaras —dijo.

—Si hay que luchar necesitaréis mi ayuda —replicó Hoelun. Extrajo su cuchillo, limpió la hoja y luego lo guardó en su cinturón.

Khasar miró por encima de la empalizada, vigilando el terreno; Temujin probó la cuerda de su arco.

Hoelun bebió un sorbo de agua; tenía la boca seca y los músculos envarados por la inmovilidad de la espera. De pronto, allá abajo se oyó una voz que se aproximaba. Un hombre se acercó al río, otro lo siguió, ambos iban a caballo.

Los muchachos aprestaron sus arcos. Los hombres murmuraron entre sí, después cruzaron el río, aferrándose a los caballos cuando el agua les llegó a las rodillas. Otros tres hombres los siguieron; y otros Taychiut emergieron del bosque.

Los cinco vadearon el estrecho curso de agua, después se agacharon en sus caballos para examinar el terreno. Hoelun contuvo el aliento. Uno de los hombres levantó la mirada hacia la colina; uno de los caballos grises relinchó.

—Ahora —murmuró Temujin, y disparó una flecha. Khasar lo imitó. Veloces como el rayo, ambos muchachos llevaron sus manos a la aljaba en busca de más saetas. Una bandada de pájaros se elevó chillando de los árboles cuando la siguiente andanada de flechas voló hacia los Taychiut. Uno de los hombres recibió un flechazo en un hombro y otro en una pierna. Cinco de los jinetes se arrojaron al agua mientras los otros repelían el ataque. Hoelun se ocultó mientras las flechas llovían sobre la empalizada.

Los Taychiut se retiraron al bosque, junto a la otra orilla. Hoelun maldijo en voz baja. Ahora que habían descubierto su presencia, tal vez decidieran sitiarlos y esperar en vez de atacar.

—Tal vez intenten asaltar la colina —dijo Khasar en voz baja.

Temujin meneó la cabeza.

—Eso les costaría demasiado. Creo que se dirigirán río abajo y tratarán de atacarnos por el costado, a menos que…

—¡Hoelun!

Ella se sobresaltó al reconocer la voz de Targhutai.

—¡Hoelun!

Khasar apuntó en dirección a la voz; Temujin bajó el arco de su hermano.

—¡He visto las marcas de las flechas! ¡Sé que tú y tus hijos os ocultáis de nosotros!

—Madre —susurró Temujin—, ve al refugio.

—¡Hoelun! —repitió Targhutai—. ¡No estamos aquí para luchar contra ti! ¡Entréganos a Temujin y los demás quedaréis en libertad! ¡Sólo lo queremos a él!

De modo que se conformaba con su hijo mayor. Apoderarse del heredero de Yesugei ya sería suficiente triunfo para él.

—¡Entréganos al muchacho! —repitió Targhutai—. ¡No necesito al resto de tu desdichada descendencia! ¡Sólo quiero al que creyó que podría ocupar el lugar de su padre! ¡Juro por Koko Mongke Tengri que los demás estaréis a salvo cuando él esté en mis manos!

Belgutei se acercó arrastrándose.

—No creas en sus juramentos, Hoelun-eke —dijo.

—No podemos permitirle que se apodere de Temujin —dijo Khasar, apuntando con su arco—. Engañémoslos para que salgan y entonces démosles nuestra respuesta.

—No. —Hoelun aferró el brazo a Temujin—. Si dice la verdad, tú tendrás que huir.

—¿Y abandonaros?

—Los demás de nada le serviremos sin ti. Tú eres el hijo mayor de Yesugei, debes sobrevivir para vengar a tu padre.

Temujin la miró fijamente, sin hablar.

—Escucha las palabras de Hoelun-eke —dijo Belgutei—. Podemos contenerlos mientras tú escapas

—Adiós, madre. —Temujin la abrazó—. Te prometo…

Ella lo empujó.

—¡Vete !

Temujin se arrastró hasta los caballos, montó y se tocó el gorro antes de alejarse. Los árboles lo ocultarían; podría buscar refugio en el campamento de Jamukha. Si conseguía llegar a las tierras de los Kereit, tal vez Toghril Kan se decidiera a protegerlo.

—¡Temujin! —gritó Targhutai—. ¿Quieres que tu madre y tus hermanos sufran por tu causa? ¡Entrégate!

—Respóndele —dijo Hoelun dirigiéndose a Khasar.

El muchacho lanzó su flecha, que describió un arco sobre el río y se clavó en la otra orilla.

—¡No seas tonto! —gritó Targhutai—. Entrégate y los tuyos no sufrirán ningún daño. Si te resistes, todos seréis cenizas que dispersará el viento.

—Madre, debes ocultarte —susurró Khasar—. Belgutei y yo intentaremos alejarlos de vosotros. Pueden cruzar el río en otra parte, y rodearnos. Tienes que pensar en los demás. Si logras mantenerlos a salvo hasta que uno de nosotros regrese, o hasta que Jamukha pueda encontrarte…

Hoelun le acarició una mejilla.

—Muy bien —dijo. Recogió un poco de agua y de carne seca y guardó las provisiones dentro del abrigo.

Belgutei y Khasar se arrastraban hacia los caballos, cuando desde abajo llegó un grito.

—¡Huye! ¡Mirad allí, en la ladera!

Khasar regresó de inmediato al lado de su madre. Otros Taychiut gritaban. Habían visto a Temujin, o el muchacho se había dejado ver para salvar a su familia. Hoelun oyó el retumbar de los cascos cuando los Taychiut, ocultos tras los árboles, galoparon río arriba en persecución de su hijo.

Permanecieron junto a la empalizada. Khasar bajó sigilosamente la ladera y volvió para decirles a Hoelun y a Belgutei que sus enemigos no habían dejado a nadie montando guardia. Fue una noche más fría que las anteriores; Hoelun durmió junto a uno de los caballos mientras los dos muchachos se turnaban para vigilar.

Por la mañana, Hoelun ascendió hasta el risco.

—Temujin se ha marchado —dijo cuando los niños salieron gateando de la grieta—. Nuestros enemigos lo persiguen. Dicen que sólo lo quieren a él. Pero todavía no estamos a salvo. Cuando no consigan apresarlo, vendrán por nosotros.

Sochigil salió de la grieta. Temulun se restregó los ojos. Khachigun golpeó con los pies y agitó los brazos.

—¿Qué haremos? —preguntó a su madre.

—Permanecer tras la empalizada durante el día y dormir en la grieta durante la noche. Pero ante el primer signo de ataque, todos vendréis a refugiaros aquí.

Los tres niños bajaron la colina a toda prisa. Sochigil cogió a Hoelun del brazo.

—Intentemos huir antes de que regresen —dijo.

—Ahora debemos permanecer juntos —replicó Hoelun.

Sochigil le apretó la muñeca.

—Tus hijos más pequeños estarían más seguros lejos de aquí.

—No puedo irme —dijo Hoelun—. Si vuelven a buscarnos, al menos sabré que Temujin logró escapar.

—Quédate, entonces, y yo me llevaré a los niños. —La voz de Sochigil era inusualmente firme.

—¿Lo harías? —le preguntó Hoelun.

—Si Belgutei viene con nosotros. —Sochigil hizo una pausa y luego agregó—: Tú hiciste lo que pudiste por tu hijo. Déjame salvar al único que me queda.

Hoelun se desasió y siguió caminando; Sochigil la siguió en silencio. Cuando llegaron a la empalizada, Hoelun se acercó a Khasar y a Belgutei.

—Escuchadme —dijo—. Sochigil-eke se marchará con Temuge y Temulun. Belgutei, tú irás con ellos. Esperadnos donde el río Kumurgha se encuentra con el Onon. Cuando os parezca que habéis esperado lo suficiente, buscad a Jamukha y pedidle que os dé refugio.

Belgutei frunció el entrecejo.

—¿Y si los Taychiut regresan? No podréis contenerlos sin mi ayuda.

—Es poco probable que pudiéramos contenerlos con tu ayuda, pero podemos impedir que os persigan. —Miró a Khachigun—. Te enviaría con ellos, pero te necesitaremos aquí. Sé que serás tan valiente como Khasar.

Khachigun se irguió.

—Puedes contar conmigo, madre.

Hoelun alzó a Temulun, preguntándose si volvería a ver a su hija, y la llevó hacia donde estaban los caballos.

Después de que Sochigil y Belgutei se marcharon con los pequeños, Khasar llevó los cuatro caballos que quedaban a abrevar, mientras Khachigun recogía las flechas caídas.

Durante el día, los dos muchachos se turnaban montando guardia sobre un árbol. Por la noche, también Hoelun cumplía un turno de vigilancia. Rara vez hablaban. Los muchachos afilaban sus cuchillos y sus lanzas y practicaban con el arco mientras ella buscaba raíces. Hoelun esperaba que sus enemigos no hubieran encontrado los carros ni los paneles de las tiendas, pero no se atrevía a dejar el refugio para averiguarlo.

Cada día que pasaba significaba que Temujin estaba más lejos, huyendo de sus perseguidores. Al pensarlo, las esperanzas de Hoelun crecían, pero luego se entristecía al pensar en los peligros que su hijo debía de estar corriendo. Temujin había ascendido el monte Tergune, tal vez con la intención de ocultarse en el denso bosque que cubría sus laderas hasta que tuviera ocasión de escabullirse.

Por la noche, cuando la brisa agitaba las colas de caballo del estandarte de Yesugei, Hoelun solía escuchar el susurro del "sulde" que vivía en él; y el espíritu le murmuraba la promesa de protegerlos. El "sulde" era el guardián del clan de su esposo, así como Temujin era ahora el corazón del clan. La voz le prometía que viviría para entregar el estandarte a su hijo mayor. Pero durante el día, el "sulde" permanecía en silencio y las voces de los espíritus del bosque suspiraban y gemían entre los árboles. Después de pasar once días dentro de la barricada, ya casi no tenían comida. Khachigun vigilaba desde la copa de un árbol cuando Khasar vino a sentarse junto a Hoelun.

Khasar sacudió la cabeza y dijo:

—Creo que…

De repente Khachigun descendió de un salto del árbol y corrió hacia ellos.

—Ya vienen —dijo—, junto al río. Vi el caballo de Temujin.

Khasar cogió el arco.

—Espero que no se oculten —masculló—. Pagarán por lo que le han hecho.

Hoelun se puso de pie; le temblaban las piernas.

—Quédate cerca de los caballos —le dijo a Khachigun—, y manténlos tranquilos.—Buscó su propio arco.

Khasar apuntó.

—No —susurró ella—. Si disparamos, lo matarán.

—Posiblemente lo hagan de todos modos.

—No correremos el riesgo.

Khasar la miró irritado, pero ella le cogió la muñeca y lo inmovilizó hasta que los hombres pasaron delante de ellos. Mientras Temujin estuviera con vida, tendría una oportunidad. Targhutai irguió la cabeza. El jefe había capturado a su hijo, pero no lo había matado; Hoelun todavía albergaba alguna esperanza.

Se quedó mirando hasta que los hombres desaparecieron tras un recodo del río. Khasar se desasió y la empujó.

—Yo podría haber derramado un poco de su sangre.

—Y nos habrían matado a todos —replicó Hoelun. Luego se arrodilló frente al estandarte, lo abrazó y susurró—: Protege a mi hijo.

32.

Khadagan llevó un cordero hasta donde estaba el rebaño y entonces vio al muchacho cautivo. Tiraba de un carro; sobre sus hombros caía el ancho cuello plano de un "kang", un yugo de madera. Sus brazos, doblados, estaban atados al yugo a la altura de las muñecas, y sus manos pasaban por dos agujeros de éste. Alguien lo había uncido a las largas varas del carro. Tiraba esforzadamente de él, y el carro avanzaba lentamente.

Chagan se acercó a Khadagan y soltó una carcajada. Khadagan la miró con furia.

—No te rías de él —dijo.

Chagan bajó los ojos. Una de las mujeres que cuidaban el rebaño las llamó con un gesto.

El muchacho llevaba un mes allí, desde que había sido capturado por Targhutai Kiriltugh. Khadagan había visto desde lejos cómo los soldados ponían lanzas entre las piernas del cautivo para hacerlo caer o lo obligaban a cargar sacos muy pesados. Matarlo habría sido más piadoso que uncirlo y pasarlo de tienda en tienda, donde con frecuencia lo golpeaban y lo privaban de comida. Pero algunos murmuraban que Targhutai temía acabar con su vida, y que un chamán le había advertido que no debía derramar la sangre del muchacho.

Varios niños corrieron hacia el prisionero y danzaron a su alrededor mientras le arrojaban proyectiles de barro y estiércol. El espectáculo enfureció a Khadagan, que se dirigió rápidamente hacia los niños.

Un niño tomó a otro del brazo.

—¡Déjalo en paz! —gritó.

El otro se desasió.

—¿Y a ti qué te importa, Chirkoadai?

Otros dos niños se lanzaron sobre Chirkoadai y lo arrojaron al suelo; un tercero lanzó un proyectil de estiércol contra el prisionero.

—¡Basta! —gritó Rhadagan. Golpeó a uno de los niños y sacó a otro de encima de Chirkoadai. Otro niño la empujó; ella lo abofeteó. Recibió un puntapié en el estómago y cayó a los pies del cautivo.

Mientras se incorporaba, el muchacho uncido al yugo irguió la cabeza y la sacudió para echar hacia atrás su cabello largo y sin trenzar. La mirada fría de sus ojos pálidos la hizo estremecer; casi pudo imaginarlo desprendiéndose del yugo para devolver el golpe. La expresión de él se hizo más cálida cuando sonrió a la muchacha.

Un niño se lanzó sobre Khadagan, pero Chirkoadai lo alejó de un empujón. Los otros se reunieron en torno al prisionero.

—¡Dejadlo en paz! —aulló Chirkoadai.

—¿Qué es él para ti? —le preguntó uno de los niños.

Chirkoadai lo miró con furia.

—Un niño como nosotros —respondió.

Uno de los gamberros cogió una piedra, pero Khadagan lo asió por el brazo antes de que pudiera arrojarla.

—Basta —dijo la muchacha—. No trataríais así a un perro. —Alzó los puños, dispuesta a pelear—. Sois unos bravucones.

Un hombre Taychiut se acercó a ellos; los niños se dispersaron.

—Vamos —dijo el hombre al tiempo que subía al carro.

Khadagan regresó rápidamente con las ovejas.

—Valiente Khadagan —murmuró Chagan; otras muchachas soltaron unas risillas.

—Venid —grito la madre de Chagan.

Khadagan siguió al rebaño sin levantar la vista.

Cuando acabaron de ordeñar las ovejas, Khadagan recogió sus cubos y los llevó al "yurt" de su padre. Las ovejas, incluyendo las de su padre, pasarían la noche junto a la tienda de su tío.

El "yurt" en que vivía Khadagan se alzaba cerca de una de las orillas del Onon. Un amplio espacio lo separaba de un círculo de tiendas emplazadas en el sur, cerca del límite del campamento Taychiut. Detrás de la vivienda había caballos atados a una larga cuerda, y varios hombres batían leche de yegua para preparar "kumiss". El rítmico ruido de los batidores se hizo más fuerte a medida que se acercaba a ellos; los hombres canturreaban mientras batían.

El último otoño su padre, Sorkhan-shira, había conducido a su pequeño grupo para unirse a los Taychiut. Targhutai Kiriltugh había reclamado tributo al clan de su padre, los Suldu, y algunos decían que se volvería tan poderoso como su abuelo Ambaghai Kan. Khadagan suponía que el cambio había beneficiado a todos, pero no se le escapaba que Sorkhan-shira solía fruncir el entrecejo cuando hablaba de Targhutai, como si dudara del hombre al que se había unido.

Khagar estaba sentada junto al fogón, alimentando el fuego. La anciana, viuda de un pariente de Sorkhan-shira, era la única criada que tenían.

—Necesitamos más combustible —dijo Khagar al verla.

—Entonces irás a buscar un poco. —Khadagan dejó los cubos y entregó una cesta a la anciana. Khagar se puso de pie lentamente, mascullando, y salió de la vivienda.

Khadagan estaba habituada a trabajar. En otro tiempo, su padre había tenido dos criadas, pero una había muerto a causa de la misma fiebre que había quitado la vida a la madre de Khadagan. Tal vez su padre encontrara pronto otra mujer. Deseaba que una nueva esposa disipase la aflicción del rostro de su padre y al mismo tiempo la aliviara a ella de algunas de sus tareas domésticas. Chimbai tenía dieciséis años, edad suficiente para casarse, y Chilagun tenía casi catorce años. Cuando sus hermanos tuvieran sus propias tiendas y esposas, ella gozaría de un poco de tiempo para sí misma antes de empezar a servir a un marido.

La leche hervía ya en el caldero cuando escuchó la voz de su padre. Khadagan fue a la entrada y miró hacia afuera. Dos Taychiut hablaban con Sorkhan-shira; el muchacho cautivo estaba entre ambos.

—¿Qué debo hacer con él? —preguntó su padre.

—Vigílalo —respondió uno de los Taychiut—. No le quites el "kang"… es peligroso. Fueron necesarios tres hombres para someterlo cuando lo apresamos, y ha tratado de escapar, incluso con el "kang".

—Targhutai Kiriltugh se toma muchas molestias por este muchacho —dijo Sorkhan-shira.

El Taychiut encogió los hombros.

—No malgastes tu compasión en él. Targhutai no derramará su sangre, pero si muere mientras tú lo custodias, no lo lamentará.

—Podría haber dado al muchacho una muerte honrosa… hacerlo estrangular, matarlo a golpes bajo un tapete o meterlo en un saco y arrojarlo a los espíritus del río. —Khadagan percibió un tono burlón en la voz de su padre—. Así no habría tenido que derramar su sangre. —Suspiró—. Esperad aquí mientras voy a buscar a mis hijos.

En el momento en que Sorkhan-shira se alejaba, el muchacho alzó la cabeza. Sus ojos, de un verde pardusco veteado de oro, se abrieron de par en par al ver a Khadagan. Ella le dio la espalda y regresó junto al fogón.

Estaba espumando la leche cuando sus hermanos entraron con el prisionero uncido al yugo.

—Padre dice que debemos custodiarlo —dijo Chimbai—. Se llama Temujin.

—Conozco su nombre.

Khadagan observó al muchacho mientras éste se sentaba torpemente. Una oscura magulladura resaltaba sobre su frente ancha. Tenía los pantalones desgarrados en las rodillas y su camisa, hecha jirones, colgaba de su torso poderoso.

—Parece hambriento.

—Agradecería un poco de "kumiss" —dijo Temujin.

—Entonces lo tendrás —respondió Khadagan.

Chilagun encogió los hombros.

—Ya ves cómo es nuestra hermana —dijo—. A veces, dentro de nuestra tienda, incluso le dice a nuestro padre qué debe hacer.

—Tu hermana es amable —dijo Temujin—. Nadie me ha demostrado mucha amabilidad aquí.

Khadagan descolgó de una pared un pellejo que contenía "kumiss" y se lo llevó al prisionero. Chilagun lo tomó de sus manos, roció unas gotas y lo sostuvo junto a los labios del muchacho para que éste pudiera beber.

—¿Nunca te quitan ese "kang"? —preguntó Chilagun.

—No.

—¿Ni siquiera cuando duermes?

—No. Targhutai me dejará inválido si no me lo quita… eso si los golpes no me matan antes.

—Le resultaría más sencillo deshacerse de ti —dijo Chimbai.

—Prefiere dejarle la tarea a otros. Mientras tanto, puede demostrarle a su clan mi impotencia.

—¡Impotencia! —Chimbai soltó una risilla mientras se sentaba—. No es eso lo que he oído decir. El hijo de un guerrero me contó lo mucho que les costó apresarte. Dijo que tu familia los contuvo desde una empalizada mientras tú escapabas. No esperaban que mujeres y niños les ofrecieran resistencia.

El rostro de Temujin cobró una expresión solemne.

—Al menos mi madre y mis hermanos estarán a salvo ahora. —Hizo una pausa—. Me han dicho que sois Suldu.

Chimbai asintió.

—Nuestro padre nos trajo al campamento de Targhutai después de que nuestra madre muriera. Se llama Sorkhan-shira; es el jefe de nuestro clan. Yo soy Chimbai y éste es mi hermano Chilagun. Nuestra hermana se llama Khadagan.

—Es cruel ponerte este yugo y tratarte de este modo —dijo la muchacha.

—Nuestra hermana no siempre es tan dura como la roca que le dio nombre —dijo Chimbai—. Los corderos más débiles nunca carecen de sus cuidados. Pero tiene razón… te tratan muy mal para ser un muchacho. —Se inclinó hacia adelante—. Podrías salvarte, Temujin, si juraras servir a Targhutai y abandonaras tu reclamo. Tendrías tu vida, y la oportunidad de tener más después… Hasta un esclavo puede ascender. De esta manera no durarás demasiado.

—Targhutai usurpó mi lugar. Mi madre no me mantuvo con vida para que me someta a él —dijo Temujin. Movió los dedos. Una expresión de dolor ensombreció su rostro; el yugo le hacía mucho daño. Chilagun le dio más "kumiss". Khadagan vertió el suero en un gran jarro, dejando la cuajada en el caldero; más tarde la pondría a secar.

—Eres obstinado, Temujin —dijo Chimbai—, y valiente. Aunque te sirve de bien poco.

Khadagan se acercó a ellos.

—¿No podemos quitarle el "kang"? —preguntó—. Podéis custodiarlo sin él.

—Por una vez, no te prestaré atención —dijo Chimbai, volviéndose hacia Temujin—. Si por mí fuera se lo quitaría, pero padre me castigaría por desobedecer las órdenes de Targhutai.

—Targhutai trató de atacar vuestro escondite, ¿no es verdad? —preguntó Chilagun—. Sé que dos hombres resultaron heridos.

—En efecto, lo intentaron —dijo Temujin—. Tuvieron que retroceder, y Targhutai gritó que sólo me quería a mí, y juró que dejaría en libertad a los otros.

Khadagan tocó el brazo de Chimbai.

—Permítele contar su historia —dijo.

Temujin le sonrió. Los otros muchachos nunca la habían mirado de ese modo, como si disfrutaran con su compañía. Pero él solamente se sentía agradecido por el "kumiss" y por unas pocas palabras amables.

—Mi madre y mis hermanos me instaron a escapar —dijo el cautivo—. Vi que podía alejar a nuestros enemigos, ya que sólo querían apresarme a mí. No me vieron hasta que no estuve bastante arriba, en la ladera. Cabalgué hacia los bosques cercanos a la cumbre del Tergune. Allí los árboles están demasiado juntos y los caballos no pasan con facilidad, y los Taychiut se verían obligados a abrir un camino para perseguirme. Mi intención era rodearlos y luego escapar. —Temujin permaneció un momento en silencio. Luego, continuó—: Me escondí durante tres días, con la esperanza de que se cansaran. Después decidí explorar y buscar una vía de escape, pero cuando conduje mi caballo ladera abajo, oí que algo se caía, y cuando miré vi que la montura se había resbalado del lomo del animal.

—No la sujetaste bien —dijo Chilagun—, o la cincha estaba floja.

—No, nada de eso. Pero el hecho era que la montura estaba caída. Sólo pensé en que los espíritus me advertían que debía quedarme allí. Esperé otros tres días, después volví a bajar. No vi ningún hombre, pero de repente un peñasco grande como un "yurt" rodó hasta bloquearme el paso.

—¿Otra señal de los espíritus? —preguntó Chilagun con una sonrisa.

—Por fuerza tenía que serlo. Allí arriba, tan cerca del cielo, sentía la presencia de Tengri. Cuando el viento agitaba las copas de los pinos, una voz me susurraba que debía volver. Débil y hambriento como estaba, no podía ignorarla. Al cabo de otras tres noches, lo único que había bebido era un poco de nieve derretida, y mi única comida habían sido unas pocas bayas. Regresé al peñasco y lo rodeé, rogando que mis enemigos hubieran abandonado la persecución. —Temujin respiró hondo—. Estaban esperándome. Habían apostado hombres en todo el bosque para buscarme.

—Parece que no interpretaste correctamente las señales —dijo Chimbai.

—Creí que moriría, pero al parecer Targhutai sabía que los espíritus me protegían. En varias ocasiones se acercó a mí, después de que sus hombres me golpearan y me maniataran, y cada vez me dejó seguir viviendo. Los hombres hablaban de lo valiente que había sido por resistir tanto y decían, mofándose, que merecía alguna recompensa. En su opinión, Targhutai no tenía nada que temer de un muchacho. —Temujin bajó la cabeza, apoyando el mentón en el yugo—. Targhutai dice ahora que los espíritus de monte Tergune detuvieron su mano, pero las palabras de sus hombres también contribuyeron a ello.

—En un tiempo fue el camarada de tu padre —dijo Chimbai—. Tal vez recordara eso.

—Y también está mi tío Daritai. No hará nada cuando se entere de que estoy prisionero, pero si hubiese muerto quizá se habría visto obligado a romper con Targhutai. Así, si me ocurre algo, los Taychiut podrán decirle a mi tío que Targhutai no me mató sino que morí debido a mi propia obstinación. —Temujin paseó la mirada de un hermano al otro—. Tengri me ha salvado. Solía soñar que me encontraba en la cima de una alta montaña, y en el monte Tergune vi los signos del cielo. Targhutai tenía mi vida en sus manos y no logró quitármela.

Khadagan no percibió signos de duda en la voz del muchacho. El cautiverio no había logrado extinguir la luz que centelleaba en sus ojos, pero tal vez sólo fuera el brillo de la locura. Un muchacho hambriento en la cima de una montaña, rodeado de enemigos, podía imaginarse cualquier cosa; un prisionero maltratado podía aferrarse a la menor esperanza.

Entró Sorkhan-shira.

—¿Qué es esto? —gritó—. Esperaba encontrar mi comida lista.

Khadagan se puso de pie.

—Iré a traértela, padre.

—Mi hija no suele ser tan perezosa. —Sorkhan-shira cruzó los brazos mientras miraba a Temujin—. Eres un prisionero, pero según parece, seremos tus criados. Con el "kang" no puedes comer solo, y ni siquiera puedes bajarte los pantalones. ¿Qué haremos cuando tengas que hacer tus necesidades?

—Ayudarme —dijo Temujin.

Sorkhan-shira soltó una carcajada.

—¿No te quitan el yugo ni para eso?

—No. No. Nunca pido hasta que debo hacerlo, y entonces me golpean por causar más problemas a mis guardianes.

—Bien, yo sólo te golpearé si no avisas; no permitiré que orines dentro de mi tienda. —Su pie indicó el jarro vacío—. Veo que mis hijos te han dado de beber. Chimbai, llévalo fuera y ayúdalo a aliviarse.

Chimbai y Chilagun ayudaron a Temujin a ponerse de pie; el hermano mayor salió con él del "yurt".

—Trae la comida, muchacha —masculló Sorkhan-shira mientras se dirigía a su cama y se sentaba sobre un cojín.

Chilagun se sentó cerca de su padre. Khadagan sirvió un poco de cuajada y carne seca, después entregó un jarro a su padre.

—Targhutai debería haber matado al muchacho —dijo Sorkhan-shira—. Le gustaría someterlo. Si el muchacho no cede pronto, no vivirá demasiado. —Roció unas gotas, y después bebió un largo trago de "kumiss"—. Un espíritu valeroso… podría haber llegado a ser un gran hombre.

—Quítale el "kang" —dijo Khadagan.

Sorkhan-shira enarcó sus pobladas cejas.

—¿Qué?

—Quitáselo. Chimbai y Chilagun pueden vigilarlo. Así tendremos menos problemas para alimentarlo. Tu mismo dijiste que con el yugo no puede comer solo.

—Tendremos muchísimos más problemas si intenta escapar.

—¡Por favor!

—Silencio, niña. —Sorkhan-shira entrecerró los ojos; sus largos bigotes temblaron—. Entiendo que su situación conmueva tu corazón, y a tu edad las muchachas sueñan con pretendientes, pero un muchacho cautivo, por noble y apuesto que sea, no es un buen partido, te lo aseguro.

—No se trata de eso —se apresuró a decir Khadagan—. Me compadecería de cualquiera que fuera tratado de este modo, y si él logra sobrevivir y desafía alguna vez a Targhutai, tal vez sea bueno tenerlo como amigo.

—Ten cuidado, niña —dijo Sorkhan-shira—. Targhutai tiene mi juramento. ¿Quieres que lo deshonre?

—¿Cómo puedes quebrantar tu juramento demostrándole al muchacho un poco de piedad? Es prisionero de Targhutai, no de nuestro clan. —Esas palabras no bastarían para conmover a su padre—. Y si somos amables —continuó—, tal vez logremos ablandar la voluntad de Temujin. Los golpes y los malos tratos no han logrado someterlo; quizá la amabilidad sí lo logre. Targhutai podría agradecértelo.

Los pequeños ojos oscuros de Sorkhan-shira se ablandaron; se rascó la banda de tela que le rodeaba la cabeza afeitada. Lo había conmovido; ahora consideraría la compasión como una amabilidad hacia el muchacho y un servicio para su jefe.

—Tal vez deberías hacerle caso —dijo Chilagun—. Nosotros lo vigilaremos. Le habríamos quitado el "kang", pero no queríamos desobedecerte.

—Como si no me hubierais desobedecido al pensar que podríais conseguirlo. —Sorkhan-shira se atusó el bigote—. Tu hermana te convence fácilmente. Espero que demuestres más hombría con tu mujer, pero tal vez ella no sea tan lista como Khadagan… ¡Hasta a mí consigue confundirme con tanta palabrería!

Entró Khagar y dejó su cesta. Sorkhan-shira agitó un brazo; la anciana le alcanzó otro jarro antes de sentarse junto a Khadagan. Regresaron Chimbai y Temujin; Sorkhan-shira estudió al cautivo en silencio mientras ambos se acercaban.

—Temujin —dijo finalmente—, una vez trataste de escapar. Debes de pasarte mucho tiempo pensando maneras de huir.

—No lo negaré. —Las manos de Temujin se agitaron sobre el yugo—. Pero así no llegaré muy lejos.

—Por eso mismo te han puesto ese "kang". Mi hija, sin embargo, es una muchacha terca y de corazón tierno. Me perseguirá para que te lo quite hasta que yo acceda o la golpee para que deje de hablar.

—Podríamos quitarle el yugo —dijo Chimbai—. Así no necesitará ayuda para comer. Yo lo vigilaré. Te doy mi palabra…

—¿Todos mis hijos ruegan por él? —Sorkhan-shira frunció el entrecejo—. Muy bien. Es probable que me desobedezcáis en cuanto salga, así que quitárselo ahora.

Chilagun sonrió. Chimbai empezó a desatar las tiras de cuero que rodeaban las muñecas de Temujin.

—Escúchame, Temujin —le advirtió Sorkhan-shira—, si haces un movimiento para escapar, volverás al yugo y recibirás el peor castigo de tu vida.

Chimbai aflojó el "kang", separó las piezas y lo levantó de los hombros de Temujin. El rostro del muchacho estaba tenso de dolor cuando bajó los brazos; tenía las muñecas en carne viva a causa de las ligaduras.

Chilagun lo ayudó a sentarse en un cojín.

—Mis brazos —dijo Temujin moviendo los hombros—. Es como si los atravesasen mil agujas.

Khadagan le acercó la bandeja con cuajada y Temujin comió con avidez.

—Siempre recordaré lo que habéis hecho por mí.

—Tus próximos guardianes no serán tan compasivos como mis hijos —dijo Sorkhan-shira—, así que este pequeño sorbo de libertad sólo hará que luego lamentes aún más tu cautiverio. —Hizo una pausa—. Targhutai Kiriltugh te trataría mejor si depusieras tus reclamos.

—No puedo hacerlo.

Sorkhan-shira se frotó el mentón; Khadagan vio una chispa de admiración en los ojos de su padre. Terminaron de comer en silencio.

—Lamento que no haya más —dijo Khadagan.

—Mañana comeremos mucho —dijo Chilagun—, en el banquete.

Khadagan meneó la cabeza, deseando que su hermano no lo hubiera mencionado. No era probable que los Taychiut compartieran con su cautivo el banquete de celebración de la primera luna llena del verano. Tal vez dejaran a Temujin al cuidado de su padre; si era así, ella encontraría la manera de traerle un poco de comida.

Sorkhan-shira salió. Khagar recogió las fuentes y los jarros vacíos y fue hacia el fogón. Temujin se puso de pie, se estiró y después dijo:

—Gracias, Khadagan.

—No tienes por qué agradecerme.

—Tus palabras instaron a tu padre a liberarme.

Tal vez Temujin pudiese escapar, pensó la muchacha. No mientras sus hermanos lo vigilaran, sino en otra ocasión. Si sobrevivía, sin duda ganaría seguidores y volvería algún día para desafiar a Targhutai. Posiblemente entonces recordara su amabilidad, y tal vez la cortejara.

—Dormiré sin el "kang" —dijo Temujin. Luego murmuró algo que ella no entendió, y después dirigiéndose a Chimbai, dijo—: Ya eres casi un hombre, ¿no?

El muchacho gruñó.

—Cumpliré dieciséis esta primavera. Padre dice que me buscará una esposa después de la fiesta del verano. Conoce a un Noyan Khong-khotat con hijas en edad de casarse. Yo las conocí cuando eran niñas, y no las recuerdo bien, pero mi padre dice que ahora son muy bellas.

—Debería buscarse una esposa para él —dijo Chilagun.

—Tal vez lo haga —respondió Chimbai—. El hombre tiene tres hijas, y últimamente padre ha empezado a sonreírles a las jóvenes. Los dos volveríamos con esposas, y tú podrías cortejar a la hermana menor. Entonces padre podría ocuparse de prometer a Khadagan.

—Khadagan tendrá pretendientes —dijo Temujin—. Ya realiza las tareas propias de una mujer, y su rostro es muy bello.

—Nuestra hermana es una buena muchacha —dijo Chimbai—. Es lista y hace todas las tareas sin quejarse, pero ni siquiera yo diría que es bella. Tendrá que conseguir un hombre que pueda pasar eso por alto y valorarla por otras cosas.

Ella sintió dolor. Su hermano siempre había sido sincero, lo cual era mejor que ser un mentiroso y adulador, pero deseó que al menos esta vez hubiera atemperado un poco su honestidad.

—Es probable que no hayas visto bien a tu hermana —dijo Temujin—. Cuando unos niños me atormentaban, ella me defendió, y yo vi belleza en su rostro.

El perro aulló; los muchachos sabían que eso significaba que alguien se acercaba. Khadagan entró y encontró a sus hermanos riéndose.

—Tienes un admirador, Khadagan —dijo Chimbai—. El cautiverio ha hecho que Temujin perdiera el seso. Estaba diciendo que eres bella.

—No quiero escucharlo. —Se alejó furiosa hacia el fogón, donde Khagar estaba alimentando el fuego. Temujin sabía que la muchacha había estado escuchando, por eso había dicho esas cosas de ella. Estaba bastante desesperado como para intentar cualquier cosa con la esperanza de escapar; sólo quería encontrar la manera de utilizarla para sus fines.

—Chimbai, debes custodiar la entrada —dijo Khadagan. Luego, dirigiéndose a Chilagun, agregó—: Y tú deberías estar durmiendo.

—Por fin tienes un pretendiente —dijo Chilagun.

—Tal vez no debería haber hablado —dijo Temujin—. Jamás imaginé que quienes me han tratado tan bien pudieran usar mis palabras para herir a su hermana.

Los muchachos agacharon la cabeza; al menos demostraban estar avergonzados.

—Le contaba —dijo Chimbai—, que mañana, después de la fiesta, partiré con nuestro padre a buscar una esposa para mí.

—Aunque él lo olvide, espero que seas capaz de conseguirte una. Las cosas serían más sencillas para Khagar y para mí si tuvieras tu propia tienda y una esposa que te atendiese.

Chimbai la miró y esbozó una sonrisa.

—Me regañas como una abuela.

—Recuerdo que mi padre me acompañó a buscar una esposa para mí —dijo Temujin—. Eso fue antes de que él muriera. Mi prometida es una Onggirat, y supe que sería mi esposa en el momento mismo en que la vi. Pasé unos pocos días con su familia, hasta que uno de los hombres de mi padre vino a decirme que él agonizaba. Tuve que marcharme. Ella prometió que me esperaría.

Khadagan se alejó, conmovida por la añoranza que percibía en su voz y también por sus propios celos. Empezó a estirar las mantas sobre las camas. Todos sabían que las Onggirat eran muy bellas, y probablemente la prometida de él también lo fuera.

—¿Cuántos años tendrá ahora? —preguntó Chilagun.

—Catorce.

—Entonces tal vez ya esté calentando la cama de algún otro —dijo Chimbai.

Khadagan los miró. Vio el dolor en los ojos de Temujin antes de que el muchacho bajara la cabeza, y de repente se enfadó con Chimbai. Temujin tenía pocas esperanzas; su hermano podría haberle dejado el consuelo de soñar con esa muchacha.

—Estoy segura de que cumplirá su promesa —dijo Khadagan, y se alisó la túnica—. Ahora deja descansar a Temujin.

Chimbai se puso de pie.

—Usa mi cama, Temujin. Montaré guardia en la entrada, así que no intentes escapar. Chilagun, te despertaré cuando me sienta cansado.

Temujin se tambaleó hasta la cama de Chimbai y se desplomó sobre ella. Cuando los demás se acostaron, el cautivo ya respiraba profunda y regularmente.

Khadagan no se compadecería demasiado del joven prisionero ni se dejaría llevar por la imaginación. No significaba nada para ella, que sólo le había ofrecido la misma actitud compasiva que merecía un perro o un caballo maltratado.