33.

Dos hombres vinieron en busca de Temujin antes del amanecer. Sorkhan-shira los recibió fuera mientras Chimbai y Chilagun volvían a uncirlo al yugo a toda prisa. Antes de que los hombres se lo llevaran, Temujin miró a Khadagan y le sonrió.

La fiesta de celebración del decimosexto día de la primera luna del verano comenzaría esa mañana. Sorkhan-shira y sus hijos fueron con los otros hombres a realizar el sacrificio. Khadagan siguió a Khagar al espacio libre junto a la ribera para ayudar a las mujeres y las jóvenes a preparar la comida. Cerca del mediodía, los gordos corderos estaban asándose en espetones y los hombres ya habían regresado para el banquete.

Se levantó un pabellón de fieltro sostenido sobre postes para Targhutai; el jefe se sentó bajo él con sus tres esposas, sus hijos, su hermano Todogen Girte y varios de sus hombres. Khadagan buscó entre la multitud pero no vio a Temujin. Su padre se arrodilló ante Targhutai, extendió un pañuelo para que el jefe lo tocara y después llevó a sus hermanos y a unos pocos camaradas hacia los asadores.

Sorkhan-shira y sus hombres muy pronto empezaron a relatarse historias de hechos pasados. Las mujeres y las jóvenes chismorreaban, comían y bebían. Sorkhan-shira abrió los brazos mientras contaba una batalla pasada; Chilagun cortejaba a una muchacha Taychiut.

Dos muchachos Taychiut se acercaron a presentar sus respetos a los Suldu, y se sentaron enfrente de Khadagan y Chagan. Los hombres cantaron canciones y bailaron, girando y golpeando con los pies antes de caer pesadamente a tierra. Varios niños corrían por la ribera; tres muchachos fueron empujados al Onon y emergieron empapados y maldiciendo. Las mujeres mayores murmuraron que nunca habían disfrutado de una fiesta tan hermosa.

—El prisionero debe de sentirse infeliz —dijo un muchacho Taychiut—, por no poder unirse a la fiesta.—Se rio.

Chadagan parpadeó.

—Khagan siente pena por él —dijo.

—No —dijo Khadagan—. Los soldados de Targhutai deberían haberlo matado. No sé por qué no lo hicieron. —"Es mejor que todos vosotros", pensó, después miró con furia a los muchachos y dijo—: Deberíais estar comiendo con vuestras familias.

—Qué descortés eres —le reprochó Chagan en un murmullo—. Tu padre les dijo que podían quedarse.

Khadagan se puso de pie y subió hacia el bosquecillo; el "airagh" le provocaba ardor en la vejiga. Targhutai aplaudía y cantaba mientras uno de sus hombres tañía un violín de una cuerda; algunos de los jóvenes estaban luchando. La joven encontró un lugar fresco y oscuro bajo los árboles y se bajó los pantalones. A los otros nada les importaba el muchacho que estaría oyendo el bullicio y la alegría que él no podía compartir. Se le ocurrió escabullirse y llevarle un poco de comida, pero el guardián de Temujin se quedaría con todo lo que le llevara.

Khadagan salió del bosquecillo, saltó por encima de un hombre que se había desmayado y volvió adonde estaba sentado su padre. Su preocupación por Temujin le había arruinado la fiesta. Se sentó cerca de su tía, prometiéndose no pensar más en el muchacho.

Cuando el sol empezó a caer hacia el oeste, Khadagan supo que la fiesta terminaría pronto. Muchos hombres, y algunas mujeres, estaban vomitando junto a los árboles; otros eran trasladados a los "yurt". Los que tenían sus tiendas en los extremos del campamento se tambaleaban hasta la soga a la que estaban atados los caballos. Finalmente, Sorkhan-shira se limpió las manos en su abrigo, se puso de pie y llamó a sus hijos con un gesto. Todos lo siguieron hasta el "yurt". Sorkhan-shira entró, se tambaleó hasta su cama, se sentó soltando un gruñido y después miró a Chimbai .

—Hijo —le dijo—, es tiempo de que visitemos a mi amigo Khongkhotat para cortejar a sus hijas. Partiremos en unos días y conseguirás tu prometida antes del festival "obo". En realidad, es tiempo de que los dos busquemos esposa, y tal vez algún joven vuelva con nosotros para cortejar a tu hermana.

Khadagan se acercó a la cama de Khagar. La anciana yacía boca abajo, aparentemente muerta para el mundo; Khadagan le quitó suavemente las botas.

—Ven aquí, muchacha. —Sorkhan-shira la llamó con un gesto; ella se acercó a su cama—. Tú deberías estar prometida, y yo me he descuidado.

—Todavia hay tiempo —dijo ella—. Soy joven. Tal vez un Taychiut me pida… entonces podría quedarme cerca de ti.

Su padre inclinó la cabeza

—Confieso que no lo esperaba, pero me parece que serás bonita.

Chilagun se rio mientras le quitaba las botas a su padre.

—Padre —dijo Khadagan—, estás borracho.

Sorkhan-shira se acostó. Khadagan alimentó el fuego y puso un jarro cerca de la cama de su padre, pues sabía que despertaría con dolor de cabeza y la garganta seca; entonces necesitaría más "kumiss".

—Khadagan Ghoa —le susurró Chilagun cuando ella pasó junto a su cama—. Khadagan la Bella.

—Duerme la borrachera, Chilagun —dijo Chimbai mientras se desplomaba sobre su cama—. Deja descansar a nuestra bella hermana.

Khadagan se acostó. El cielo era claro a través de la salida de humo; la primera luna llena del verano iluminaba los cielos. Su padre la había elogiado otras veces, pero sólo por lo bien que cocinaba o tejía, nunca por su apariencia física. Temujin había dicho que era bella. Palabras necias, pronunciadas por un borracho y un muchacho desesperado.

Se durmió. "¡Sorkhan-shira!", gritaba un hombre. Khadagan se puso tensa en su cama, después se sentó.

—¡Sorkhan-shira! —gritó una voz.

Otras voces gritaban a lo lejos. Se levantó y corrió hacia la entrada; otros hombres se reunían junto a la ribera.

—¿Qué ocurre? —preguntó la joven.

—Despierta a tu padre. El hijo de Yesugei ha escapado.

Su corazón dio un salto.

—¿Cómo fue?

—Golpeó a su guardián con el "kang" y lo desmayó. El muchacho ha desaparecido. No te quedes ahí parada, muchacha… despierta a tu padre.

Khadagan esperaba junto al fogón. Sorkhan-shira, devuelto a la sobriedad por la noticia, había salido para unirse a la búsqueda. Antes de volver a sus casas sus hermanos habían murmurado algo acerca de la audacia de Temujin. Ella no podía dormir, tenía miedo de mirar lo que ocurría fuera, donde los hombres estarían desplegándose para explorar el terreno boscoso que rodeaba el campamento. La luna llena hacía que fuese muy fácil hallar al muchacho en terreno abierto, así que todos esperaban que se hubiera ocultado entre los árboles.

Permaneció sentada hasta que escuchó pasos fuera. Su padre apareció repentinamente en la entrada.

—Deberías estar durmiendo —masculló cuando pasó junto a ella.

—¿Lo encontrasteis?

—No.

Su corazón dio un salto. Siguió a su padre a la cama.

—Pero todavía no está a salvo —continuó Sorkhan-shira—. Volveremos a buscarlo a la luz del día. —Exhaló un suspiro mientras se sentaba, con expresión preocupada—. Ojalá haya encontrado el camino que lo conduzca hasta su familia.

—¿Uncido al yugo, y sin un caballo?

—No está en nuestra mano…

—Pero cuando lo encuentren…

—Calla —le dijo él suavemente—, despertarás a los demás.

—¿Qué le harán? —Tenía un nudo en la garganta que apenas le permitía hablar—. No pueden…

—Cálmate, Khadagan. —La abrazó y la atrajo hacia él—. Yo también sufro la maldición de compadecerme de él. —Hablaba en voz muy baja—. Fue lo bastante listo para esconderse en el río y no entre los árboles… debe de haber sabido que los hombres lo buscarían primero en el bosque. Lo vi oculto en el Onon.

Khadagan ahogó su alegría.

—Un rostro, apenas sobresaliendo del agua —susurró Sorkhan-shira—, y usaba el "kang" como flotador. Le dije que esperara allí. Nadie más lo vio. Me uní a los otros, después volví y le dije que se quedara sumergido hasta que todos regresáramos a nuestras tiendas. Finalmente convencí a Targhutai de que el muchacho no podría ir muy lejos y que tendríamos mejor suerte buscándolo durante el día. —Sus dedos la apretaron con fuerza—. Y sólo te digo esto para consolarte. Sabes lo que me ocurrirá si alguien más se enterase de lo que he hecho. —Cogió el jarro que estaba cerca de su cama, susurró una plegaria y bebió—. Soy un tonto al arriesgarme tanto por él. Le dije que si lo atrapaban no contase nada. Espero que sea suficientemente valiente para contener su lengua. Hice lo que pude, pero tal vez todos lo lamentemos.

—Eres un buen hombre, padre. Te habría odiado si lo hubieras entregado.

—Tal vez por eso no lo hice. —Irguió la cabeza; hasta sus oídos llegaba el sonido rítmico de los batidores, fuera—. Esta noche dormiré poco. Debo ocuparme de batir, y después…

Los muchachos se agitaron en sus camas. Chimbai se incorporó.

—¿Lo atraparon? —preguntó.

Khadagan negó con la cabeza, después oyó un ruido en la entrada; Sorkhan-shira alzó la cabeza.

Una figura en sombras entró en la tienda. Temujin estaba allí, apenas visible a la luz del fuego, con el yugo aún rodeándole el cuello. Las ropas mojadas se le pegaban al cuerpo, su pelo estaba pegado al cráneo.

—El ruido de los batidores me guió hasta tu tienda —dijo—. Nadie me ha visto entrar.

Sorkhan-shira se levantó y fue hasta el joven.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—No puedo ir demasiado lejos en estas condiciones. Te lo suplico… fuiste amable conmigo antes. Por favor, ayúdame ahora.

—Así es como me pagas. —Sorkhan-shira lo empujó hacia el fogón—. ¿No sabes lo que nos ocurrirá si te encuentran aquí? Debería llevarte ahora mismo ante Targhutai.

Khadagan corrió hacia su padre y le tiró de la manga.

—¡No! —gritó.

Sorkhan-shira soltó al cautivo. Khagar había despertado y los miraba desde la cama. De pronto Chimbai se interpuso entre su padre y Temujin.

—No puedes entregarlo —protestó el joven mientras su hermano se unía a él—. Si un pájaro se escapa de la jaula y se oculta en una mata, ¿acaso el arbusto entrega al pájaro?

Sorkhan-shira se golpeó el pecho.

—Este arbusto puede perder todas sus ramas a causa de ese pájaro.

—Ha venido a nosotros, confía en nosotros. ¿Cómo podemos entregarlo?

Sorkhan-shira los miró con furia.

—¿Acaso este muchacho os ha hechizado a todos? —Miró a Khagar, como si esperara que la anciana lo apoyara, pero la mujer permaneció callada.

Khadagan tiró de la manga de su padre.

—Permíteme hablarte —le dijo. Se volvió y fue al fondo de la tienda. Sus hermanos ya le estaban quitando el yugo a Temujin. Su padre apretó las manos en un puño mientras avanzaba hacia ella.

—¿Qué ocurre?

—No puedes entregarlo —dijo Khadagan muy suavemente—. Nos arriesgamos mucho si lo ayudamos, pero también correremos peligro si lo entregas. Targhutai Kiriltugh tal vez quiera saber por qué vino aquí, y unos buenos golpes podrían soltarle la lengua. Puede hablar y contar que lo trataste con amabilidad, y que antes lo descubriste y no lo entregaste.

Su padre gruñó.

—Qué lista es mi hija.

Volvieron al fogón. Temujin flexionaba los brazos, mientras Chimbai sostenía el yugo en sus manos.

—Tendremos que quemar esto —dijo su hermano mayor.

—Puedo intentar marcharme ahora —dijo Temujin, mirando a Sorkhan-shira—. Tal vez tenga una oportunidad.

—Sin duda te verán —respondió Sorkhan-shira sacudiendo la cabeza—. Quema el "kang", después esconde a Temujin. Yo saldré para distraer a los hombres y que no vengan aquí.

Chimbai y Chilagun cortaron el "kang" en pedazos pequeños y Khadagan alimentó el fuego con ellos. La madera estaba húmeda; la joven atizó el fuego. Cuando el yugo quedó reducido a unos trocitos ennegrecidos, Khagar colgó un caldero sobre el fogón.

Chimbai bloqueó la puerta mientras Temujin bebía rápidamente un poco de caldo. Khadagan no podía pensar en lo que les ocurriría a todos si lo descubrían. Su padre moriría por su traición, y tal vez también sus hermanos. Targhutai sería más piadoso con ella. Posiblemente la entregara como esclava a alguno de sus hombres en vez de arrojarla a sus soldados.

—Tengo que esconderme —dijo Temujin.

—El carro que está fuera —dijo Chilagun—. Podrías ocultarte allí.

Khadagan alzó la vista.

—Se asfixiará bajo la lana.

—Y es exactamente por eso que a nadie se le ocurriría buscarlo allí.

—Me arriesgaré —dijo Temujin—. Si me descubren, siempre puedo convencerlos de que me metí allí por mi cuenta.

Khadagan recogió su cuenco vacío.

—Se preguntarán cómo te deshiciste del "kang". Sabrán que alguien te ayudó, así que no podrás protegernos si te atrapan.

Él la miró fijamente. El muchacho estaba dispuesto a ponerlos en peligro. Seguramente debía haber pensado muy bien sus pasos, considerando al hombre que lo había protegido, a los muchachos que deseaban quitarle el "kang" ,y a la muchacha que se había sonrojado ante sus cumplidos. Había sabido muy bien cuál sería la actitud de ellos.

—Algún día os recompensaré —dijo Temujin—. Lo juro.

Chimbai espió que no viniese nadie, después hizo un gesto a Temujin. Khadagan lo siguió hasta la entrada. El alba estaba próxima. Temujin se deslizó en la oscuridad hasta el carro.

—Tendrás que vigilarlo, Khadagan —dijo Chimbai—. No permitas que nadie se acerque al carro, y asegúrate de que Temujin no salga hasta que todos se hayan ido a dormir.

La joven regresó furiosa junto al fogón, maldiciendo en voz baja. Unas pocas palabras suyas habrían convencido a su padre y hermanos que ocultarlo era demasiado arriesgado. Ni siquiera había pensado en ellos, sino únicamente en el dolor que le habría causado volver a ver a Temujin cautivo.

Él sabía cómo someter a los otros, aun cuando estuviera indefenso. Tal vez Tengri lo había tocado en el monte Tergune. Ahora el destino de todos estaba en sus manos. Era más fácil creer que los espíritus la habían convertido en un instrumento que admitir que su propia debilidad había puesto en peligro a su familia.

34.

Khadagan puso la cuajada a secar sobre unas piedras, después se arrodilló junto a Khagar frente al telar. Un panel del "yurt" necesitaba un nuevo borde de lana, y a Chimbai le vendría bien una camisa nueva cuando fuera a buscar esposa. Esas tareas le daban una excusa para permanecer cerca del escondite de Temujin. Su tía había elogiado su diligencia antes de marcharse con las demás mujeres a atender las ovejas.

Khadagan estiró un trozo de lana, lo enganchó en el telar, y cuando alzó los ojos vio que Chagan se acercaba a caballo por la orilla del río.

Su prima sofrenó su caballo castaño.

—Algunas iremos a buscar a ese muchacho —dijo Chagan mientras desmontaba—. Les dije que me esperaran mientras venía a buscarte.

—Tengo que trabajar.

—Oh, Khadagan, puedes decirle a tu padre que estabas ayudándonos en la búsqueda. Todos los que no tienen nada que hacer aquí están participando en ella.

—No puedo dejar que Khagar-eke haga todo.

A pesar de que aún era temprano, hacía mucho calor; Khadagan se preguntó cómo lo soportaría Temujin debajo de la lana.

—Si lo atrapan, sufrirá un buen castigo —dijo Chagan soltando una risilla—. Tal vez escape.

—No irá muy lejos a pie y uncido a un "kang". Tal vez se entregue a Targhutai. Después de todo, cuando lo atraparon por primera vez no lo mataron.

—Ven con nosotras. ¡Lo cazaremos como si fuera una liebre!

Khadagan se dedicó al telar. Para Chagan todo era un juego.

—Lo más probable es que ya esté muerto —dijo—. Algún gato grande puede haberlo matado y arrastrado hasta su madriguera.

—Nadie ha visto gatos por aquí, y habría sangre y huellas de lucha. —Chagan acercó su caballo al carro. La mano de Khadagan se congeló sobre el telar. Un perro se acercó al carro y olfateó las ruedas—. ¿Bien? Vienes o no?

Khadagan temía hablar. El perro aulló. Chagan miró el carro, fruciendo el entrecejo.

—Ya te he dicho que no puedo ir —respondió finalmente Khadagan.

Chagan montó.

—Es posible que no lo encontremos. —Hizo una pausa—. A algunas no les molestaría que se escapara, pero si lo vemos tendremos que decírselo a los hombres.

Chagan se alejó. En efecto, a las otras niñas no les molestaría que Temujin escapara, pero ninguna correría el riesgo de ayudarlo. Ni siquiera los muchachos y muchachas Taychiut, que lo conocían desde hacía muchos años, se compadecerían de él.

—Muchacha tonta —le dijo Khagar.

Khadagan se preguntó a cuál de ellas se referiría.

Sorkhan-shira no volvió hasta tarde.

—Tus hermanos no regresarán esta noche. Seguirán buscando al prófugo —dijo, y se sentó en la cama.

Khadagan le alcanzó un jarro.

—¿Durante cuánto tiempo más lo buscarán?

—Hasta mañana, como mínimo. Después de comer debo reunirme con tu tío para buscar río arriba. Targhutai cree que debe de estar escondido cerca de la orilla, ya que allí estaría más protegido, pero quiere cubrir tanto terreno como pueda.

—Entonces Temujin todavía no puede marcharse.

Su padre se estremeció.

—No.

—Que los espíritus nos protejan —murmuró Khagar desde el fogón.

Sorkhan-shira comió sin hablar, después se puso de pie.

—Mi hermano querrá compartir una copa conmigo en su tienda cuando terminemos la búsqueda. ¿Puedes ocuparte del muchacho?

Khadagan asintió. Él le dio unas palmadas en el hombro y después salió. Ella enjuagó el plato con caldo, lo acomodó y salió también.

Salvo por el sonido de cantos en un "yurt" lejano, el campamento estaba en silencio; una nube pasó delante de la luna. Khadagan se deslizó hasta el carro.

—¿Me escuchas? —Dijo en voz baja, y le respondió un gruñido ahogado— Dentro, junto al fogón, hay un jarro con "kumiss". Ve y bebe, yo te esperaré aquí.

Temujin emergió de la lana, con el rostro y las manos llenos de vellones. Desapareció dentro de la tienda. Khadagan se sentó junto al carro, dispuesta a avisarle en cuanto alguien se acercara.

Él regresó en un momento, fue a un lado del carro para orinar y después se acercó a ella.

—No podré ocultarme mucho tiempo debajo de esa lana —le susurró.

—Debes hacerlo. Mañana seguirán buscándote.

Él se arrodilló y le puso una mano sobre el hombro. Ella se desasió.

—Khadagan —dijo él—. Tu padre, a pesar de ser amable, me habría entregado de no ser por tus palabras.

—Tal vez lamente no haberlo hecho.

—Tú y tus hermanos habéis sido mis amigos. Juro que algún día me ocuparé de honraros, y que tú te sentarás a mi lado.

El calor lo había trastornado. Ahí estaba, en gravísimo peligro, hablando de triunfos imposibles.

—Sí —susurró ella—. Si antes no nos llevas a la ruina.

—No olvidaré. Si alguna vez necesitas protección, búscame, y yo te tenderé la mano.

—No me aplaques con tu charla —dijo ella—. Es demasiado tarde para entregarte, de todos modos. Ahora escóndete.

Durante todo el día siguiente Khadagan permaneció cerca del "yurt" y no vio a su padre ni a sus hermanos hasta después de la puesta de sol. Todos ellos se sentaron a comer con expresión preocupada.

—Targhutai tiene que abandonar la búsqueda pronto —dijo Chimbai—. Sus hombres le dicen que el muchacho ya se habría entregado si aún siguiera con vida.

—Hasta que estemos seguros —masculló Sorkhan-shira—, el muchacho tendrá que sudar en su cama de lana. —Khadagan se levantó y buscó otro jarro—. Estás bebiendo mucho, niña.

—No es para mí, padre. Se lo daré a Temujin cuando pueda salir.

Su padre la miró con ceño.

—Ya hemos hecho bastante por él. Puede pasarse una noche sin comer.

35.

Esa noche Khadagan durmió profundamente. La despertó el sonido familiar de los batidores. La cama de su padre estaba vacía. Volvió a cerrar los ojos y estaba por conciliar nuevamente el sueño cuando el sonido exterior cesó abruptamente.

Sorkhan-shira apareció en la entrada.

—Levantaos —dijo .

Khadagan y sus hermanos se sentaron en sus camas.

—Tenemos que esperar fuera. Targhutai ha ordenado que se revise el campamento.

Khadagan estaba fuera del "yurt" con sus hermanos. Shorkan-shira debería haber sospechado que ordenaría a los Taychiut que revisaran las tiendas para asegurarse de que nadie lo había ocultado.

La muchacha observó que varios hombres desmontaban junto a la tienda de su tío. Dos de ellos examinaron unos baúles que había en los carros mientras los demás entraban. La búsqueda había empezado en el perímetro del campamento y se había desplazado hacia el centro.

"Lo encontrarán", pensó Khadagan. Su padre sería castigado con la muerte por haberlo protegido, y tal vez también sus hermanos. Ella los había convencido con sus súplicas, pues la situación del cautivo y sus palabras amables la habían conmovido.

Cinco Taychiut se acercaron a su vivienda. La mano de Khaghar se cerró sobre el hombro de Khadagan. Sorkhan-shira permaneció sentado junto al carro, afilando tranquilamente una lanza. A Khadagan le temblaban las manos; hizo un esfuerzo por controlarse.

Su padre se incorporó y apoyó la lanza en el carro mientras los Taychiut desmontaban.

—Ahora revisaremos esta tienda —dijo uno de los hombres.

—Un trabajo inútil —replicó Sorkhan-shira—, pero son órdenes de Targhutai, así que debemos obedecer.

—Seguramente será inútil —dijo el Taychiut—, y estoy cansado de que las mujeres nos maldigan porque les desordenamos todo.

—Entra, amigo —dijo Sorkhan-shira, y condujo al hombre al interior de la tienda.

Khadagan tenía miedo de moverse o de mirar a sus hermanos. Los hombres jamás creerían que Temujin se había ocultado en el carro sin que ellos lo advirteran.

Oyó un ruido seco, como si algo hubiese caído.

—…debe de estar muerto —decía la voz de su padre—. Es presa fácil uncido a ese "kang".

—Ya habríamos encontrado el cadáver —respondió uno de los hombres.

—Tal vez el río lo arrastró —dijo Sorkhan-shira—. Tal vez esté en el fondo de Onon-eke, ahogado y enredado entre los juncos, o tal vez la corriente arrastró el cuerpo lejos de aquí.

Khadagan oyó otro ruido, y después el chasquido de un baúl al abrirse.

—Sin embargo —murmuró otro hombre—, tiene que haberse librado de ese yugo para huir. Targhutai se pregunta si alguien no se habrá compadecido de él.

Sorkhan-shira se echó a reír; Khadagan se sorprendió ante la naturalidad de la risa de su padre.

—Eso sí que no lo creo —dijo Sorkhan-shira—. Quien lo hubiera hecho merecería morir simplemente por ser tan tonto.

—Yo mismo me compadecía un poco del muchacho —dijo un Taychiut— Hay en él algo de Yesugei, y el Bahadur era un buen hombre antes de ser tan descuidado y permitir que sus enemigos lo envenenaran.

Khadagan oyó un ruido metálico cuando algo golpeó contra el fogón.

—Admito que sentía lástima de él —dijo Sorkhan-shira—. Algo natural, dado el estado en que se encontraba. Cuando me tocó custodiarlo apenas si le quedaban fuerzas.

—Pues no le faltaron cuando desmayó a su guardia.

Sorkhan-shira volvió a reírse.

—Un muchacho de la mitad de su tamaño podría haber dado cuenta de un tipo tan débil como ese guardia, aun uncido al "kang". Acomodemos esos almohadones y descansad un momento… merecéis un trago por tomaros tanto trabajo.

—Volveremos por el trago en otro momento —dijo un hombre de voz grave—. Targhutai descansará mejor cuando sepa que todo el campamento ha sido inspeccionado. Entonces podremos dejar de buscar a ese condenado muchacho.

Dos de los hombres salieron a revisar el carro que estaba detrás del "yurt". Khadagan mantuvo los ojos bajos mientras su padre salía de la vivienda con los otros tres. Todos se acercaron al carro.

—Será mejor que lo revisemos —dijo el hombre de voz grave.

A Khadagan se le cerró la garganta. Khagar la aferró con mayor fuerza.

—Ahorraos el trabajo —dijo su padre. Su mano asió la lanza; la clavó en la lana y luego la extrajo.

Los tres Taychiut esbozaron una mueca.

—Tenemos órdenes —dijo uno de ellos.

Empezaron a sacar lana del interior del carro, arrojándola al suelo. Sorkhan-shira se apoyó en una rueda y se atusó los largos bigotes a medida que crecía la pila de lana a sus pies. Khadagan sintió otra mano que la tomaba del hombro y alzó los oios para ver el rostro tenso y pálido de Chimbai.

Uno de los hombres suspiró, se incorporó y se enjugó el sudor de la frente.

—Un trabajo pesado, con este calor —murmuró Sorkhan-shira—.

El hombre asintió.

—Y un esfuerzo inútil, si quieres que te lo diga —acotó—. ¿Cómo podría alguien estar vivo sepultado entre toda esta lana?

Otro montón de lana cayó al suelo; el carro pronto estaría vacío.

—Tiene razón —dijo el hombre mientras los otros dos Taychiut volvían después de haber revisado la parte trasera de la tienda. Hemos terminado aquí.

—Habéis desordenado mi "yurt" —dijo Sorkhan-shira—, y ahora dejáis toda mi lana desparramada por tierra.

El hombre de voz grave se encogió de hombros.

—No podemos ayudarte, amigo. Tenemos que terminar antes de que anochezca.

Los cinco hombres fueron hacia sus caballos. Khadagan tomó la mano de su padre y se la apretó.

—Tenemos trabajo que hacer —susurró él—. Khadagan, hay que poner en su lugar toda esta lana y nuestras pertenencias, y después tú y la vieja Khaghar herviréis un cordero. Hijos, venid conmigo. Es hora de que pongamos en camino a nuestro protegido.

Era de noche cuando Sorkhan-shira regresó y mandó a Chimbai a buscar a Temujin.

—Targhutai está furioso —dijo—, pero está convencido de que el pájaro fugitivo ha muerto o se encuentra gravemente herido. También le queda el consuelo de creer que ninguno de sus seguidores protegió a ese pichón.

Una vez que el muchacho se marchara estarían a salvo, pensó Khadagan. Temujin sería libre. Ella no creía que volviera a verlo; la vida a la que debería enfrentarse ahora no sería fácil. Temujin podía desaparecer y acabar convertido en otro de aquellos parias sin nombre que la estepa se tragaba y cuyos huesos se perdían para siempre.

Entró Temujin, seguido de Chimbai. El rostro del muchacho estaba sonrojado y se movía con dificultad; era un milagro que el calor no lo hubiera vencido.

—Se está nublando —dijo Chimbai.

Sorkhan-shira asintió.

—Eso facilitará la huida de nuestro protegido. —Puso una mano sobre el hombro de Temujin—. Casi nos matan a todos por ti. Podríamos haber terminado como las cenizas del fuego. Hoy sentí que la muerte me rondaba.

Temujin rozó la mano de Sorkhan-shira.

—Algún día serás recompensado por lo que has hecho.

—Tenerte lejos de aquí será suficiente recompensa.

Chimbai y Chilagun abrazaron por turno a Temujin. El muchacho de ojos pálidos hizo una reverencia a Khagar.

—También te lo agradezco a ti, anciana. —Miró luego, volviéndose hacia Khadagan—: Recuerda lo que te prometí.

Ella bajó los ojos. Cuando volvió a alzar la vista, Temujin había desaparecido.