36.

Dei Sechen dijo:

—Estás envejeciendo, hija.

Bortai se puso tensa, pues sabía lo que vendría a continuación.

—Estás envejeciendo dentro de mi tienda. —Su padre estaba borracho, y la regañaba desde su cama—. Algunos dicen que ya ni siquiera puedo dominar a mi hija. Tienes diecisiete años, Bortai… ¿Cuánto tiempo más esperarás?

Ella miró a su hermano. Anchar estaba inclinado sobre las flechas que estaba armando. Shotan guardaba silencio mientras se afanaba en torno al fogón.

—Esperaré hasta que mi prometido venga a buscarme —dijo Bortai.

—¿Y cuándo será eso? —suspiró Dei—. He sido paciente. He permitido que me convencieras, y he rechazado a pretendientes con muchos rebaños sólo porque no podía soportar tus lágrimas.

—Hice una promesa —dijo la joven—, y tú también la hiciste. Temujin está esperando hasta tener más cosas para ofrecerme.

—Te engañas, muchacha. Está muerto, o te ha olvidado.

—Ya podrías estar casada —murmuró Shotan—. Tu belleza no durará eternamente.

Bortai alzó la cabeza, consternada; hasta entonces su madre siempre la había apoyado. Incluso Anchar, que solía ponerse de su parte, no decía nada. Podía sentir que la furia de su padre iba en aumento.

—Todavía soy joven —dijo Bortai—. A mi edad, muchas aún no se han casado.

—Cuanto más esperemos —dijo Dei—, tanto menos conseguiré a cambio de darte como esposa.

Bortai sabía que se estaba mostrando terca. Si los ojos de alguno de los hombres que la habían pedido hubiera poseído la luz que ella había visto en los de Temujin, tal vez habría dado su consentimiento.

Todo lo que podía recordar de Temujin eran sus ojos. Quizá para él ella sólo fuese un recuerdo desvaído; probablemente creyera que se había casado con otro.

Pero ella había hecho su juramento, y los espíritus le habían enviado un sueño. Si él hubiese muerto, ella lo habría sabido de algún modo.

—Tu madre ha cosido tu túnica nupcial —dijo Dei—. Espera ansiosa el día en que pueda bordar tu abrigo. —Hizo una pausa—. Me gustaba el muchacho. Te entregaría a él si viniera, pero no esperaré más tiempo.

Bortai hizo un esfuerzo y lo miró a los ojos.

—Hice una promesa —dijo.

Él le dio una bofetada.

—¡Terminarás con esto! —le gritó—. Te casarás con el primer hombre que me parezca adecuado. Lo juro… aunque deba golpearte y arrastrarte a tu propia boda, lo haré. Cuando llegue el verano estarás casada.

—Me casaré con Temujin.

Dei aferró una de sus trenzas y volvió a golpearla. Ella soportó los golpes, sin protegerse. "Él vendrá a buscarme —pensó desesperadamente—, tiene que venir".

Los agudos chillidos de las marmotas llenaban el aire. Khasar se irguió en los estribos mientras Temujin soltaba su halcón, que se elevó para después lanzarse sobre una marmota que huía.

Borchu soltó una carcajada; el joven Arulat había adiestrado él mismo al pájaro antes de dárselo a Temujin. El halcón agitó las alas y su pico se hundió en la presa.

Temujin y Borchu cabalgaron hacia el pájaro. Un viento frío soplaba desde las nevadas montañas del oeste, haciendo que Khasar se tambaleara en la montura. Retazos de verde punteaban la tierra frente a él; hacia el norte, se divisaba el distante macizo de Burkhan Khaldun, en la cordillera Kentei que marcaba el límite entre el bosque y la estepa.

El halcón voló a posarse en la muñeca de Temujin, quien le dio un pedazo de carne mientras Borchu colgaba el cuerpo de la marmota de su montura. Temujin puso la capucha al halcón, después envolvió la correa alrededor de su muñeca. Borchu volvió a montar en su caballo. El joven pasaba más tiempo en el campamento de Temujin que en el de su propio padre. Khasar prefería a Arulat antes que a Jamukha, aunque jamás se lo habría dicho a su hermano.

No habían visto a Jamukha durante casi un año, especialmente porque ahora el "anda" de Temujin tenía que gobernar a su clan. Jamukha había hablado de unir ambos campamentos, pero Temujin había querido reunir más seguidores antes de hacerlo. En una ocasión Jamukha se había mostrado descuidado y había llamado a Temujin "hermano menor", como si fuera su vasallo.

Borchu era diferente. Su juramento de amistad parecía tan sólido como un lazo de "anda", y su riqueza no era más que una fuente de obsequios para su camarada.

Khasar cabalgó lentamente hacia los otros. Todavía se maravillaba de la manera en que Temujin era capaz de enfrentarse a los peores infortunios y aprovecharlos para su propio beneficio. Recordó cómo se había reído su hermano ante las lágrimas de su madre cuando se había reencontrado con la familia nuevamente, después de que huyera del campamento de Targhutai.

Incluso la amistad de Borchu había surgido del desastre. Poco después de que la familia se mudara al valle del río Senggur, unos ladrones los habían atacado, robándoles los ocho caballos que les quedaban. Si los ladrones no se habían llevado la yegua amarilla que Temujin había traído del campamento Taychiut, se debía a que Belgutei había salido a cazar y se la había llevado.

Temujin insistió en perseguir él solo a los ladrones. En el camino, encontró a Borchu, que había visto pasar a unos hombres con seis caballos grises. De inmediato, el Arulat le prometió a Temujin que le ayudaría a recuperar los caballos.

Era bueno tener a Borchu de aliado, y no sólo porque desde el principio había sido para Temujin un amigo valiente y confiable. Su padre era Nakhu el Rico, jefe de los Arulat. Nakhu Bayan tenía muchos rebaños y manadas y Borchu era su único hijo.

—Me gustaría conservar este halcón —estaba diciendo Temujin cuando Khasar se acercó—, pero se lo daré como regalo al padre de Bortai.

—¿Irás a reclamarla? —preguntó Borchu.

—Ya he esperado suficiente.

Khasar frunció el entrecejo; había tenido la esperanza de que su hermano olvidara a Bortai. Esa muchacha Onggirat difícilmente lo habría esperado tanto tiempo sin tener ninguna noticia suya.

Khasar sintió un familiar cosquilleo en la ingle. A él también le vendría bien una esposa.

Alzó la cabeza. Cinco jinetes, seguidos por seis carros y otros hombres montados que conducían un rebaño de ovejas, se acercaban al campamento desde el noreste. Eso significaba que más gente había decidido unirse a su hermano. El campamento era todavía pequeño, pero ya había más de veinte "yurts" al sur de las tiendas del propio Temujin. Los hombres lo seguían rumbo al desierto de Gobi para atacar a los viajeros desprevenidos que acampaban en los oasis. Temujin siempre distribuía la mayor parte del botín.

El joven hizo un gesto a Borchu.

—Debemos ir a recibir a esta gente —dijo.

Khasar trotó tras su hermano y el amigo. Las ovejas que traían los recién llegados aumentarían sus propios rebaños; por un tiempo no tendrían que robar más. Tal vez los que venían fueran otros jóvenes en busca de un nuevo jefe, que habían oído decir que el joven caudillo que había levantado su campamento junto al Senggur daba la bienvenida a todos los que llegaran como amigos y que era generoso con sus seguidores.

—¡Madre! —gritaba Temujin—. ¡Madre!

Hoelun dejó la prenda que estaba cosiendo cuando su hijo se acercó trayendo consigo a una anciana.

—Mira, nuestra vieja servidora ha regresado.

El rostro de Khokakhchin estaba aún más arrugado, pero Hoelun reconoció sus ojos oscuros y pequeños. Se puso de pie de un salto y abrazó a la anciana.

—Nunca creí que volvería a verte —dijo Hoelun, temblando y sollozando; las pardas mejillas de Khokakhchin también estaban surcadas por las lágrimas.

—Llegó aquí con algunos Khongkhotat —dijo Temujin—. Algunos de sus campamentos desean unirse a mí.

Hoelun lo miró.

—¿Es Munglik quien…?

—Los hombres partieron del campamento durante la noche. Khokakhchin-eke vino con sus mujeres.

—Hace dos años me dieron a un pariente de Munglik —murmuró Khokakhchin—. Munglik me dejó partir. Él no se unirá a vosotros, pero no nos impidió que lo hiciéramos.

—Tienes un lugar entre nosotros —le dijo Hoelun—. Siempre lo tendrás, vieja amiga.

—Llegas en un momento feliz —dijo Temujin—. Tengo intención de ir a buscar a mi prometida muy pronto, así que me verás casado. Ahora debo ocuparme de los hombres.

Abrazó a la anciana y se marchó.

Hoelun llevó a Khokakhchin al interior de la tienda y la acomodó en un almohadón.

—Temujin se ha vuelto muy alto y apuesto —dijo la anciana—. También Khasar. Hasta el joven Khachigun parece un hombre.

—Han tenido que hacerse hombres muy rápido. —Hoelun pareció desmoronarse repentinamente, y se apoyó en Khokakhchin—. ¿Qué fue lo que te trajo aquí, con los otros?

—Las historias del joven jefe que da la bienvenida a los seguidores de todos los clanes, cumple las promesas que les hace y les da la mayor parte de lo que consigue, aunque haya muy poco.

—Entonces nuestros enemigos también deben de haber oído esas historias —dijo Hoelun.

—También han oído que un jefe Jajirat aliado con Toghril se ha aliado a tu hijo. No creo que tengáis nada que temer por ahora.

Hoelun le contó brevemente lo ocurrido, todas las estaciones que habían pasado ocultos en los bosques y al pie de las montañas. Khokakhchin permaneció en silencio, con sus oscuros ojos cargados de solemnidad.

—Es toda una historia —dijo la anciana cuando Hoelun terminó el relato.

—Y ahora quiere ir a buscar a su prometida —dijo Hoelun—. Si ella se ha casado, sospecho que Temujin la raptará, aun a riesgo de su vida y la de sus hombres.

—¿Todavía le importa tanto esa muchacha?

—No lo sé —respondió Hoelun—. Creo que lo que más le importa es que le fue prometida. Temujin jamás renunciará a nada que considere suyo.

—Entonces dile que…

—¿Qué? ¿Que sus sueños son demasiado grandes para un jefe menor como él? ¿Que puede llegar a perder lo que ha ganado hasta ahora por una muchacha que probablemente lo ha olvidado? No puedo detenerlo si está decidido a ir por ella. —Hoelun suspiró—. Hasta ahora ha sobrevivido a todas sus penurias. Sospecho que cree que nada puede vencerlo.

37.

Bortai estaba llevando leche a la tienda de su madre cuando vio a los dos jinetes. Trotaban siguiendo la ribera, montados en caballos grises, con otros dos animales de recambio detrás. Un halcón encapuchado se posaba en la muñeca de uno de ellos; los caballos de recambio estaban cargados de bultos.

Tal vez era uno de sus pretendientes que había vuelto por ella. Si su padre lo aprobaba, Bortai debería aceptarlo.

Se acercaron a los caballos que abrevaban en el río. Dei cabalgó hacia los forasteros, seguido de Anchar y otros dos hombres. Los viajeros sofrenaron sus caballos. El que llevaba el halcón lo entregó a su compañero; luego desmontó y extendió los brazos. Era de espaldas anchas y más alto que su padre; ella no recordaba haberlo visto antes. De repente, Anchar desmontó de un salto y corrió hacia el desconocido; ambos se abrazaron. Su hermano echó la cabeza hacia atrás, como si estuviera riéndose, mientras Dei se adelantaba rápidamente y abrazaba al hombre alto.

Bortai temía abrigar esperanzas. Su padre le había quitado el sombrero al extraño; antes de que el hombre se cubriera nuevamente la cabeza, Bortai atisbó sus oscuras coletas rojizas.

—Temujin —susurró ella, y deseó correr hacia él, pero se volvió y echó a andar hacia el "yurt". Entró y dejó el cubo en el suelo, casi volcando la leche. Shotan, que estaba junto al fogón, la miró.

—Niña, ¿qué ocurre? —preguntó.

—Temujin —dijo Bortai.

Su madre se puso de pie, corrió hacia la entrada y salió. Bortai se arregló el abrigo, se alisó el pelo y luego fue hasta la parte posterior de la tienda y se sentó, aferrando su ropa con manos temblorosas.

—Los he visto —dijo Shotan al entrar—. Tu padre parece enormemente feliz. —Frunció el entrecejo—. ¿Qué te pasa, muchacha? Esto es por lo que tanto has rogado, y ahora pareces aterrada como un cordero.

Bortai no podía explicarlo. ¿Y si Temujin había cambiado? ¿Qué pensaría al verla? Tal vez ahora ya no le pareciera tan bella. ¿En qué clase de hombre se habría convertido? Seguramente había venido a reclamarla. Ella tendría que marcharse con él y hacer honor a la vieja promesa.

—No puedo soportarlo —dijo Bortai.

Shotan se acercó a ella y se sentó a su lado.

—Basta de tonterías, niña. Tu padre lo traerá aquí, y arreglará todo con él antes del casamiento. Eso es lo que querías, ¿no es verdad?

Bortai ya no estaba segura. "No lo miraré —pensó—. No levantaré la vista hasta que no escuche su voz, y cuando vea sus ojos, entonces lo sabre".

Shotan fue al fogón y vertió la leche en un caldero. Bortai esperó, hasta que oyó la voz de Dei.

—… temíamos que tus enemigos hubieran acabado contigo —decía su padre—. No esperaba volver a verte. Deja el halcón en esa rama.

Bortai los oyó entrar, pero siguió con la mirada fija en el fieltro que cubría el suelo.

—Shotan, trae bebida para nuestros huéspedes, y alégrate con nosotros. Temujin ha regresado con su hermano Belgutei. Bortai fue más sabia que su padre. Yo creía que su prometido estaba perdido, pero su fidelidad a él ha sido recompensada.

—Cómo has crecido —dijo Shotan.

Bortai se negó a levantar los ojos.

—Temujin es jefe de su propio campamento ahora —dijo Anchar.

—Un campamento muy pequeño —dijo Temujin. Tenía que ser él; su voz era más grave, pero todavía conservaba el mismo tono directo—. Sólo unos pocos se han unido a mí, pero habrá otros. —Esa afirmación también sonaba a Temujin—. Me gustaría tener más para ofrecerle a mi esposa; aun así, prometo que tendré más de lo que ahora tengo.

Anchar soltó una risilla.

—Si has conseguido sobrevivir a pesar de las penurias que has sufrido, creo que podrás mantener a mi hermana.

Bortai alzó la cabeza. Temujin se había quitado el sombrero para sacudirle el polvo; un mechón de pelo caía sobre su ancha frente; tenía afeitada la coronilla y las coletas recogidas detrás de las orejas. Dentro de la vivienda, parecía todavia más alto. Sus ojos pálidos centelleaban en el bello rostro, y a ella le recordaron los ojos del halcón que había visto en sueños tanto tiempo atrás. Ese hombre era un desconocido que la estudiaba fríamente, que tal vez estuviera decepcionado por lo que veía.

—Bortai —dijo. Su mirada se hizo más cálida, su rostro oscuro se sonrojó un poco—. Prometí que volvería a buscarte, y tú cumpliste la promesa que me hiciste. Creí que lo harías, pero ahora que te veo, me pregunto cómo es posible que ningún hombre te haya pedido.

—Muchos lo intentaron —intervino Anchar—. La belleza de mi hermana tiene cierta fama.

—Juro que nunca lamentará unirse a mí —dijo Temujin—. Es decir, si tu padre desea hacer honor a su promesa.

Dei Sechen agitó un brazo.

—¿Acaso hay alguna duda? La muchacha ya ha estado suficiente tiempo en mi tienda, y no conozco a ningún otro hombre que pueda ser más digno de ella. —Sonrió—. Por supuesto, tenemos que ver a qué arreglo llegamos.

Bortai bajó la cabeza. Los años de espera habían terminado. Ya no tendría que soportar las burlas de sus primas y amigas ni los ruegos de sus padres. Tendría a su esposo, y no se permitiría arrepentimientos.

38.

Bortai esperaba dentro de un "yurt" acompañada de sus primas y las esposas de sus tíos. Los días anteriores a la boda le habían parecido interminables; ahora sentía que habían pasado con demasiada rapidez. Temujin y su hermano Belgutei, como correspondía, habían permanecido fuera del campamento durante los preparativos. Había transcurrido un día entero de conversación con Dei y uno de los tíos de Bortai antes de que Temujin ofreciera sus presentes.

Un chamán había examinado las fechas de nacimiento de la novia y el novio, la posición de las estrellas y otros presagios antes de fijar la fecha de la boda. Había pasado una semana mientras Bortai y su madre hacían un nuevo abrigo de oveja para Temujin y bordaban el abrigo nupcial de la joven. El campamento olía a cordero asado; las mujeres habían celebrado un banquete con Bortai la noche anterior y hoy volverían a festejar. Bortai había estado demasiado ocupada para pensar en lo que le esperaba, y ahora el día de la boda había caído sobre ella.

Fuera, entre los Onggirat, el hermano de Temujin estaría entonando sus deseos de felicidad para la pareja. Dei le contestaría con un tono similar, enriqueciendo su discurso con expresiones poéticas que reflejaran sus sentimientos tanto como le fuera posible.

Las mujeres parloteaban, mientras esperaban con impaciencia que el novio fuera a buscar a su novia. Bortai apenas podía soportar el peso del "bocca" de corteza; apretó con impaciencia las cuentas que le rodeaban el cuello. En ese mismo momento, Temujin estaría buscándola por el campamento. ¿Las otras novias también se sentirían como ella, que ansiaba escapar de su propia fiesta? Tal vez todas sus sonrisas y sonrojos sólo fueran disfraces del miedo.

—¡Bortai! —la llamó Temujin. Las mujeres rápidamente se apiñaron en torno a ella, soltando risillas entrecortadas—. ¡Vengo a buscar a mi novia! ¿Está aquí?

El joven irrumpió en la tienda, se abrió paso entre el grupo y la cogió de los brazos. Bortai se echó hacia atrás, consciente de que debía resistirse, pero después empujó el pecho de Temujin, sintiendo que las manos de él la retenían con más fuerza.

—¡He encontrado a la que vine a buscar! —exclamó él. La alzó en vilo con sus fuertes brazos. Las mujeres corrieron tras ellos mientras Temujin la sacaba de la tienda. Bortai se sentía demasiado débil hasta para fingir resistencia. Él la subió a su caballo, después montó detrás de ella y se dirigieron hacia el río. Sus tías y primas los siguieron gritando y pidiendo a los espíritus que protegieran a los novios.

Casi todos los miembros del campamento los esperaban junto al curso de agua. Los corderos se asaban en espetones; los hombres se pasaban los jarros. Dei y Shotan estaban en una pequeña loma, separados del resto de la multitud.

—Bortai —susurró Temujin—, ¿eres feliz?

Ella se obligó a asentir. Él desmontó junto a la loma, la ayudó a bajar del caballo y la condujo hacia adelante. Ambos hicieron una profunda reverencia a los padres de la joven y luego se arrodillaron mientras Shotan envolvía con una capa los hombros de Bortai. La joven apenas escuchó las palabras con las que Dei los bendijo mientras entregaba a Temujin el abrigo de piel de oveja y un haz de flechas; apenas si sintió el gusto del "kumiss" que le ofrecieron. "Soy su esposa", pensó, y su espíritu pareció abandonarla, escapando del bullicio y los vítores de la multitud.

Los Onggirat comieron y bebieron, acompañados por los graves cantos de los hombres, la música de los violines y los gemidos de las flautas mientras el sol se ponía. La gente se acercaba a Bortai, le hacía una reverencia y murmuraba sus buenos deseos y su despedida.

Finalmente Temujin se incorporó y la llevó hasta su caballo. Shotall subió al carro tirado por un buey que contenía las pertenencias de Bortai, junto con la armazón de madera y los paneles de fieltro de su tienda. Shotan iría con ellos hasta el campamento de Temujin, y parecía tan feliz como si ella misma fuera la novia. Temujin ayudó a Bortai a subir al caballo; la joven acomodó su larga túnica y su abrigo cuando él montó detrás de ella. Una lluvia de estiércol seco cayó alrededor de ellos, como expresión general de buenos deseos.

El caballo de Temujin trotaba a la cabeza del grupo, pero después disminuyó el paso. El joven permanecía en silencio y su pecho se apretaba contra la espalda de su esposa mientras sujetaba las riendas de la cabalgadura.

—Es bueno que hayas venido cuando lo hiciste —dijo Bortai finalmente— Si bien es cierto que mi padre se sintió feliz al verte, en poco tiempo más me habría entregado a algún otro.

—No podía esperar más. Más tarde o más temprano tu padre habría oído hablar de mí y se habría preguntado por qué no venía a reclamarte. —Hizo una pausa—. Me alegra que te hayan entregado a mí con tanta ceremonia, pero también me hubiera alegrado cabalgar hasta aquí, ofrecer mis presentes, llegar a un acuerdo y marcharme contigo en cuanto tu padre hubiera dado su consentimiento.

Ella se volvió para mirarlo. La piel de Temujin se veía cobriza en la luz del crepúsculo y el ala del sombrero ensombrecía sus ojos. Estaba iluminado por la esperanza de los años que vendrían, y ella supo de pronto que nunca volvería a verlo así.

—Pero no te habría hecho perder tu fiesta de boda —continuó Temujin— A vosotras las mujeres esas cosas os importan mucho.

—A mí no me hubiera molestado perdérmela —dijo ella—. Esperé tanto tiempo que sólo quería que terminara de una vez.

"No debería haber dicho eso —pensó—. Podría malinterpretarme". Volvió a mirar al frente.

—Yo sabía que esperarías —dijo él—. Anchar me contó cómo te negaste a tomar siquiera en cuenta a otros pretendientes, algunos con más riquezas para ofrecerte, y cómo sufriste por ello, y yo me maldije por no haber podido reclamarte antes. Después, cuando vi que te habías convertido en una mujer tan bella, me preocupó que no me consideraras digno de ti. Pensé que tal vez te casabas conmigo porque si no lo hacías quedarías como una tonta por haber esperado tanto tiempo.

Ella tragó saliva con dificultad.

—Yo pensé que tal vez no me deseabas, y que sólo habías venido a causa de tu vieja promesa.

—¿Cómo pudiste pensar semejante cosa? —Sus brazos la ciñeron con fuerza—. Has demostrado tu lealtad esperándome… eso es suficiente para que sepa que he elegido bien. Pero al ver tu belleza… —Suspiró—. Para ti conseguiré mucho más de lo que ahora tengo. Te lo prometo.

A ella le gustaron sus palabras, y le conmovió que Temujin hubiera admitido sus temores; sin embargo, percibió en su voz un tono frío. Pensó en el modo en que la había mirado en el "yurt" de su padre, como si la estudiase, antes de dedicarle una mirada más cálida.

No podía fallarle a su esposo, y él tampoco se lo permitiría: eso estaba claro. Los dedos de él, fuertes como garras, se cerraron por un momento en torno a la muñeca de la joven, que cerró los ojos.

El grupo se detuvo durante la noche. Bortai permaneció en el carro con su madre; Temujin no compartiría el lecho con ella hasta que no llegaran al campamento.

Shotan durmió profundamente. Bortai yacía a su lado, inquieta, pensando en lo que su madre le había dicho antes de la boda. En realidad, no era mucho lo que podía decirle: Bortai había visto a los sementales con las yeguas y había oído a sus padres en la cama. Shotan afirmaba que el dolor pasaba después de la primera vez y que una podía aprender a sentir placer, pero Bortai sabía que a algunas mujeres jamás les ocurría eso.

Belgutei fue a recibirlos dos días más tarde en el lugar en que los ríos Kerulen y Senggur se unían. Había otro hermano con él, un muchacho de ojos penetrantes llamado Khasar. Anchar y sus hombres compartieron un poco de "kumiss" con los hermanos, y después fueron hasta el carro a despedirse.

—Tienes un buen esposo, hermana —dijo Anchar—. No hay muchos que hayan empezado sin nada para convertirse en jefes a los dieciséis años. —Se rio—. Temujin me ganó mi último hueso de antílope esta mañana.

—Te echaré de menos —murmuró Bortai.

Su hermano se inclinó hacia ella en la montura, le rozó la mejilla y luego se alejó al galope con sus compañeros.

El resto del grupo avanzó hacia el norte, siguiendo el curso del Senggur. El valle empezaba a verdear; diminutos capullos blancos se asomaban entre la hierba. El esposo de Bortai se volvió en la montura para dedicarle una sonrisa; sus dientes, muy blancos, destacaban contra la piel curtida del rostro, y sus ojos despedían esa luz que la joven había admirado la primera vez que los vio.

Amanecía cuando llegaron al campamento de Temujin. Los "yurts" y los carros estaban agrupados en círculo cerca del río, donde abrevaban algunos animales, y junto al que pastaba un pequeño rebaño de ovejas. Khasar se había adelantado para anunciar la llegada del grupo y la gente se había reunido fuera de las tiendas para dar la bienvenida a su jefe.

Shotan entrecerró los ojos cuando entraron al modesto campamento.

—Él tiene hermanos —dijo suavemente a Bortai—, y ha ganado seguidores. Con el tiempo, seguramente podrá ofrecerte más cosas.

Temujin las condujo al círculo situado más al norte; la gente lo saludaba cuando pasaban por delante de las tiendas. Había tres mujeres en la entrada de un "yurt". La más vieja tenía un rostro curtido y arrugado, otra observó a Bortai con sus ojos oscuros y después bajó la mirada. La tercera era una mujer pequeña, un poco más baja que Bortai, y su rostro perfecto sólo mostraba unas diminutas arrugas alrededor de los ojos, grandes y dorados. Su porte era tan altivo como el de una Khatun, y Bortai pensó que debía de ser la madre de Temujin.

Shotan y Bortai bajaron del carro; Temujin las condujo en presencia de su madre y las mujeres intercambiaron reverencias. El nombre de su madre era Hoelun. Bortai la miró con timidez mientras Hoelun Ujin y Shotan intercambiaban saludos formales.

—Que mi hija sea una digna esposa de tu hijo —dijo Shotan.

—Una bella muchacha —replicó la madre de Temujin—. Ya veo por qué mi hijo no la olvidó.

Bortai levantó la cabeza y miró a Temujin; vio la fiera luz de sus oios. Esa mujer había mantenido a su progenie con vida cuando todos los habían abandonado. "Nunca debo interponerme entre ellos —pensó Bortai—; debo ser digna de ambos".

—Bienvenida, hija —dijo Hoelun Ujin. Sonrió, pero sin alegría en los ojos.

Sentados en los espacios libres entre las tiendas, los seguidores de Temujin celebraron hasta la caída del sol. Bortai había bendecido a los espíritus del hogar de Hoelun-eke con unas gotas de "kumiss", y Shotan había entregado el abrigo de marta que había traído de regalo a la madre de Temujin. Las mujeres del campamento habían ayudado a Bortai a levantar su "yurt", cumpliendo el trabajo con lentitud, murmurando bendiciones para la esposa a medida que ataban cada panel a la armazón. La vieja criada de Hoelun-eke, Khokakhchin, había bendecido el fogón y encendido el fuego.

Los otros seguían festejando cuando Temujin se puso de pie, ayudó a Bortai a hacer otro tanto y saludó con una reverencia a su madre y a la madre de la joven. Las dos mujeres habían conversado fluidamente durante el banquete. Independientemente de lo que Hoelun pensara de Bortai, estaba claro que Shotan le agradaba.

Unos pocos hombres gritaron consejos a Temujin mientras el joven llevaba a Bortai hacia el "yurt". Junto a una hoguera, Belgutei recitaba algunos de los versos que había declamado delante de Dei; Bortai pensó en su antiguo campamento con una punzada de nostalgia.

Una luz suave brillaba en la entrada de la tienda. Bortai siguió a su esposo al interior, se arrodilló en el umbral y lo untó con un poco de grasa. Temujin murmuró una bendición, después se acerco al fogón y comenzó a calentarse las manos mientras Bortai cerraba la entrada.

—Cuando fui a reclamarte —dijo él—, mi madre temía por mí. Le dije que me esperarías, y ahora se da cuenta de que estaba en lo cierto. Llegará a amarte.

Ella avanzó lentamente hacia la cama, colocada en la parte posterior del "yurt". Su "ongghon", una talla de ubre de vaca, pendía sobre el lecho de un cuerno clavado en la armazón de madera. Bortai se quitó el tocado y después el abrigo mientras Temujin empezaba a desvestirse. Todo terminaría pronto; entonces ella sabría si su madre le había dicho la verdad.

Cuando se hubo quitado todo excepto la camisa, Bortai levantó la manta y se sentó en la cama.

—No —dijo Temujin—, la camisa también.

—Tendré frío.

—No, no lo tendrás. Quiero verte.

Ella se quitó la camisa y se acostó. Temujin se acercó al lecho con la camisa todavía puesta; la muchacha no podía ver los ojos de su esposo en la oscuridad. De pronto, él se tendió sobre ella, le separó las piernas y comenzó a musitar:

—Bortai. —La joven sintió su respiración en el oído.

La tocó con torpeza, algo duro se apretó contra su muslo, y abruptamente la penetró. Bortai sintió dolor y apretó los dientes. Los dedos de Temujin se clavaron en sus caderas y su peso la dejó sin aire. Él jadeó mientras se movía dentro de ella, gruñó y se estremeció mientras exhalaba un suspiro.

Salió de ella y rodó hasta quedar tendido a su lado. Bortai buscó la manta, atisbó los rastros de sangre en la parte interior de sus muslos y después se cubrió. De modo que eso era todo. No había sentido demasiado dolor, pero se preguntó cómo las mujeres podían disfrutar de ese acto. Tal vez Temujin estuviera tan desilusionado como ella. Tendría que satisfacerlo aunque no experimentara ningún placer, y complacerse con la idea de los hijos que él le daría. Cerró los ojos; había concebido demasiadas esperanzas mientras lo esperaba.

—Bortai —dijo él finalmente—, no sabía que no podría contenerme, que todo sería tan rápido.

Ella abrió los ojos mientras el brazo de Temujin le rodeaba la cintura; su nariz rozó levemente la de ella.

—Creí que habría más placer para ti —agregó el joven.

—No tuve tiempo de sentir nada.

—Todos los hombres dicen que es así como se debe tomar a la mujer, pues de lo contrario ella puede creer que es débil y burlarse de su esposo en secreto, y cuando te vi no pude contenerme. Pero… —Tragó saliva con dificultad—. Yo quería que fuera algo más.

Ella le acarició la mejilla.

—Si te gusto —le dijo—, eso es lo que importa. La próxima vez será más fácil para mí.

—Eso no basta. Quiero que me ames y que desees esto. Quiero que me desees, quiero saber que puedo darte placer. No soporto la idea de tener una esposa que me eluda y sólo haga lo que cree que debe hacer.

—A algunos hombres eso no les molesta.

—No soy como los otros hombres. Haré que me ames. —Sus palabras sonaron como si todo fuera una guerra, y tal vez lo fuera—. ¿Lamentas haberme esperado?

—No, jamás lo lamentaría. —Esta vez lo decía en serio; todos sus temores habían desaparecido.

Él llevó la mano de Bortai a su miembro, que crecía y se endurecía entre sus dedos; después la acarició torpemente, alisando el vello entre sus piernas y explorando su grieta. Ella se estremeció y supo que lo recibiría. Esta vez la penetró más suavemente, sosteniendo su propio peso sobre los brazos. Ella ardió mientras sentía que se tensaba en torno a él; Temujin la cogió del cabello y la obligó a mirarlo a la cara. Las pupilas de Temujin estaban dilatadas y le oscurecían los ojos.

Bortai sintió en su interior un profundo temblor que creció hasta convertirse en un latido; su cuerpo se arqueó de repente. Se movió debajo de él mientras un espasmo de placer la inundaba, y vio la feroz sonrisa de triunfo de su esposo.

39.

Toghril estaba borracho. Khasar miró hacia la izquierda; el Kan Kereit se balanceaba en su trono de madera, acariciando todavía el abrigo de marta que le había traído Temujin. El rostro enrojecido del Kan brillaba de sudor mientras sus dedos aferraban codiciosamente la piel.

Belgutei, sentado a la derecha de Khasar, alzó un jarro y bebió. Temujin estaba sentado junto a Toghril Kan, en el sitio de honor. Toghril había enviado esclavos a buscar los caballos de sus huéspedes, pero no parecía dispuesto a dejarlos partir.

El Kan se incorporó; el abrigo de marta cayó a sus pies. Temujin se levantó, recogió el abrigo y lo depositó sobre el trono. Toghril lo abrazó mientras Khasar y Belgutei se ponían de pie.

—Estoy complacido —dijo el Kan con su voz resonante; los otros comensales permanecieron en silencio—. Me has traído el más rico presente, tú, el hijo de mi "anda". Y no hablo sólo de este abrigo, por rico que sea sino también de tu promesa de lealtad.

—Me honras —dijo Temujin—, al aceptarla y al decir que siempre serás un padre para mí. Te juro una vez más que nada se interpondrá entre nosotros.

—Mi promesa vive aquí —dijo Toghril al tiempo que se golpeaba el pecho con un puño—. Reuniré a todos los tuyos que se hayan dispersado y te los devolveré. Todos sabrán que el hijo de Yesugei es mi hijo. —El cuerpo robusto de Toghril se tambaleó. Temujin lo sujetó entre sus brazos, luego lo soltó.

—Me quedaría contigo —dijo el joven—, pero mis hombres aguardan mi regreso. —Hizo una reverencia mientras Khasar y Belgutei se dirigían hacia la entrada—. Te serviré fielmente, padre mío.

—Ve en paz, hijo —dijo el Kan.

Nilkha, el hijo de Toghril, entrecerró Ios ojos. Temujin retrocedió, sin interrumpir su reverencia; el Kan volvió a hundirse en su trono y se atusó los bigotes grises. Uno de sus sacerdotes cristianos hizo unos signos y entonó unas bendiciones mientras otro balanceaba un recipiente dorado que pendía de una cadena.

Un ancho tramo de peldaños se apoyaba en la gran plataforma con ruedas donde se alzaba el "yurt". Khasar aspiró profundamente el aire frío, aliviado por haberse librado del opresivo calor del interior y luego descendió rápidamente los peldaños. Dos muchachos esperaban con sus cuatro caballos, todos ellos cargados con los regalos de Toghril.

Temujin posó una mano sobre la montura de Khasar.

—Estoy tan ansioso de volver a casa como tú, pero quiero que postergues tu retorno por unos días.

Khasar se inclinó hacia adelante.

—¿Qué quieres que haga?

—Que vayas al campamento de Jamukha. Lo haría yo mismo, pero estoy muy impaciente por unirme a mi esposa.

Khasar sonrió.

—Lo entiendo, pero ¿qué quieres que haga allí?

—Jamukha también es vasallo de Toghril-echige, y cuando se entere de mi juramento de lealtad, puede sospechar de mis intenciones.

—¿Y por qué habría de preocuparse por eso? —preguntó Belgutei— Tu eres su "anda", no tiene ninguna razón para dudar de ti.

—Por cierto que no. —Temujin hizo un gesto de fastidio—. Pero sería prudente recordárselo. El apoyo de Toghril me reportará más hombres, y no quiero que Jamukha crea que eso me convierte en su rival. Si Toghril Kan cree que cualquiera de nosotros puede hacerse demasiado fuerte, es capaz de utilizarnos y enfrentarnos. Mi "anda" debe tener la seguridad de que nunca traicionaré nuestro vínculo.

—Seguramente lo sabe —dijo Belgutei—. ¿Tú dudas de él?

Temujin hizo un gesto de disgusto.

—No tengo dudas —dijo suavemente—. ¿Acaso puedo olvidar que Jamukha fue nuestro amigo cuando todos nos daban la espalda? Pero está acostumbrado a considerarme menos poderoso que él, y eso cambiará muy pronto. Hay que decirle que a pesar de ello nuestra relación seguirá como hasta ahora.

—Iré —dijo Khasar, aunque no le agradaba el viaje. Posiblemente Temujin no tuviera dudas, pero él sí.

—Dale una de las copas de oro del Kan —dijo Temujin—, y dile que vive en mi corazón.

Khasar encontró un pequeño campamento Jajirat junto al Onon. Los hombres le dijeron que el campamento principal de Jamukha Bahadur estaba más allá del valle del Khorkhonagh, y enviaron a un jinete para avisar al jefe Jajirat que Khasar estaba en camino.

Esa noche Khasar durmió en el campamento pequeño y por la mañana siguió viaje. Jamukha lo esperaba fuera de su círculo de tiendas con unos pocos hombres. Abrazó a Khasar con afecto y rápidamente lo condujo entre dos hogueras hasta su tienda. Después de despedir a sus hombres, el Jajirat entró con él en el "yurt".

Una joven que estaba de pie junto al fogón los saludó con una reverencia, otra más vieja se arrodilló.

—Mi esposa, Nomalan —dijo Jamukha.

Khasar saludó a ambas mujeres inclinando la cabeza.

—Me alegro por ti. Ignoraba que hubieras tomado una esposa.

—Nos casamos a principios de la primavera —respondió Jamukha. Luego se volvió hacia su mujer y con un gesto del brazo, dijo—: Déjanos solos.

La joven salió rápidamente con la cabeza gacha, seguida de la criada.

—Un hombre debe tener esposa —continuó Jamukha—, pero es una lástima que estas criaturas no puedan permanecer con las yeguas.

Khasar gruñó y trató de imaginarse a su hermano diciendo algo así sobre Bortai. Jamukha lo condujo a la cama y le indicó que se sentase frente a ella; después le alcanzó un jarro.

—Más tarde llamaré a mis hombres de confianza —dijo Jamukha mientras tomaba asiento—, pero ahora debes contarme todo sobre mi "anda".

Khasar le contó el viaje al campamento Kereit. El joven sonrió y asintió, aparentemente complacido por las noticias. Sus rostro se iluminó cuando Khasar le entregó la copa de oro y recitó los juramentos que su hermano y Toghril habían intercambiado.

—Me complace oírlo —dijo Jamukha—. Ahora los hombres formarán una piña alrededor de tu hermano, y otros jefes lo considerarán un igual.

—Pensé… perdóname si me equivoco, que en un tiempo abrigaste la esperanza de que Temujin te siguiera.

Jamukha soltó una carcajada.

—Que cabalgaría a mi lado, en todo caso. ¿Crees que podría considerar a mi "anda" inferior a mí? Sólo pensé en prestarle mi fuerza. —Cambió de posición en su cojín—. Me agrada que me lo hayas dicho, Khasar. Sólo lamento que mi "anda" no haya venido a decírmelo personalmente. Lo he echado mucho de menos.

—Tanto como él a ti. Su amigo Borchu, el hijo de Nakhu Bayan, vive ahora en nuestro campamento, y ha jurado no abandonar jamás a Temujin, pero ni siquiera él puede ocupar tu lugar en el corazón de mi hermano, por más que lo quiere.

Los ojos de Jamukha centellearon.

—Lo recuerdo con afecto. Tal vez él y tu hermano sean más íntimos que antes.

El tono un poco más frío de la voz de Jamukha hizo que Khasar se sintiera incómodo.

—Son buenos amigos. Por supuesto, no es lo mismo que un vínculo de "anda". Temujin nunca olvidará que fuiste su amigo cuando no tenía a nadie. —Bebió un poco de "kumiss"—. Él ansiaba venir aquí, pero sus obligaciones en el campamento y su nueva esposa se lo impidieron. Comprenderás por qué está impaciente por estar con ella, después de esperar tanto tiempo para reclamarla.

—¿Su esposa? —dijo Jamukha con suavidad.

—Bortai, la muchacha Onggirat que le fue prometida cuando ambos eran niños. Es tan bella como él dijo. Durante los primeros días que pasaron juntos, Temujin no salió de la tienda hasta que el sol estaba alto sobre el horizonte, y a menudo se la lleva dentro antes de la puesta del sol, los dos riéndose…

—Los hombres suelen comportarse como tontos cuando toman su primera esposa —dijo Jamukha con el rostro tenso y los ojos convertidos en dos rendijas—. Eso pasa.

Khasar se aclaró la garganta, pensando que a Jamukha debería haberle alegrado que su "anda" fuera tan feliz.

—Sólo es una mujer —dijo—, pero cuando veas su belleza comprenderás por qué la ama. Además es una buena esposa para Temujin.

—Una mujer es una buena esposa si hace su trabajo y engendra hijos fuertes. El resto poco importa. —Jamukha se puso de pie y fue a la entrada—. Llamaré a mis hombres —dijo.

40.

—Te desafío a una carrera hasta los árboles —dijo Temujin.

Bortai miró a Borchu y a Jelme.

—No querrás que te derrote delante de tus amigos.

Borchu soltó una carcajada.

—Tal vez lo haga —dijo.

Bortai fustigó a su caballo con el látigo. El animal echó a correr; Temujin cabalgó detrás de ella y rápidamente acortó la distancia.

Cerca de los árboles, ella tiró de las riendas. Su caballo gris disminuyó la carrera al pasar frente al primer árbol, y después se detuvo. Temujin sofrenó su caballo y trotó hasta estar a su lado. Los caballos estaban bañados de sudor; Bortai acarició el cuello del suyo.

—Has ganado, pero no por mucho —dijo Temujin.

—No obstante, he ganado.

El caballo se movía inquieto, ella recorrió la linde del bosquecillo al paso, para que el animal se tranquilizara; Temujin se mantuvo a su lado. Más allá de los árboles, al norte del campamento, más caballos pastaban, vigilados por algunos hombres.

Bortai recordó lo pequeño que era el campamento tres meses antes, cuando ella había llegado, pero el Kan Kereit había cumplido su promesa y las noticias de la nueva alianza de Temujin se habían difundido con rapidez. El campamento había crecido desde que se trasladaron a orillas del río Kerulen, y ahora había en él miembros del clan Arulat de Borchu e hijos de los guerreros que habían combatido junto a Yesugei; Temujin dio la bienvenida a todos. Se negó a reclamar una parte de sus posesiones como tributo, incluso le dio un abrigo a un hombre que llegó vestido con andrajos, y flechas a otro para que pudiera cazar. Su generosidad le atrajo más seguidores. El terreno al oeste del campamento estaba casi yermo debido al número creciente de caballos, vacas y ovejas; muy pronto el campamento tendría que trasladarse de nuevo.

Bortai permaneció cerca de los árboles; estaba más fresco a la sombra, lejos del ardiente sol del verano. Temujin desmontó de un salto, la alzó para bajarla de la montura y la arrojó al suelo, fingiendo una lucha.

—Detente —le dijo ella, riendo—. ¿Qué pensarán Borchu y Jelme?

—Tan sólo que no puedo esperar hasta la noche.

Bortai se debatió. Temujin se arrodilló, con las rodillas a ambos lados de su cuerpo, inmovilizándola. Ella se preguntó si los árboles los ocultarían, y de pronto ya no le importó. Le rodeó el cuello con las manos, bajo la tela que le sujetaba el pelo; él bajó la cabeza y frotó su mejilla contra la de ella. Bortai cerró los ojos, recordando cómo se había movido dentro de su cuerpo la noche anterior, mientras ella estaba sentada a horcajadas sobre él, cabalgándolo.

—Bortai —susurró él.

Los brazos de ella lo estrecharon. Temujin le separó las manos y se sentó, sonriendo. Había conseguido su pequeña victoria, el triunfo de saber que ella lo recibiría en cualquier momento, incluso ahí, a la vista de los pastores y de sus dos amigos.

Ella se incorporó lentamente y se ajustó el pañuelo que le cubría el pelo trenzado.

—Deberíamos demostrar más dignidad, Temujin. A tus hombres esto les llamará la atención.

—Sabrán que amo a mi esposa. —Irguió la cabeza—. Pero tal vez debería ser más hombre. Cuando volvamos, debo ser muy severo, y ordenarte que limpies y desuelles las presas. Después gritaré pidiendo la comida y amenazaré con golpearte si no me las sirves rápido.

Bortai arrugó la nariz, después frunció el entrecejo.

—Debería estar cardando lana en vez de salir a cazar contigo. Tu madre pensará que soy una muchacha tonta y perezosa.

—Jamás. No tiene palabras suficientes para elogiarte.

Ésa era, supuso Bortai, su propia victoria. Le había preocupado que Hoelun, que tantas penurias había soportado, no llegara a encariñarse con la esposa de su hijo, que considerara a cualquier mujer inferior a ella misma. Cuando Hoelun-eke la había llamado aparte un mes atrás, Bortai esperaba un regaño. La madre de Temujin la había observado durante un largo momento antes de decirle:

—Mi hijo siente un gran amor por ti. No creía que pudieras ser lo que él aseguraba que eras. Cuando viniste seguía dudando de ti, a pesar de lo buena mujer que me pareció tu madre, y temía que tu belleza hubiera cegado a Temujin impidiéndole ver tus defectos. Ahora lamento que no tengas hermanas solteras para mis otros hijos.

Bortai recordó también lo que Hoelun le había dicho el día anterior cuando las dos estaban hilando con la vieja Khokakhchin.

—Los hombres vienen aquí —dijo Hoelun—a seguir a un jefe que cuenta con la protección del Kan Kereit. También creen que Temujin los ayudará a ganar muchas cosas. Pero no son sus juramentos lo que los retendrá, ni las victorias a las que él pueda conducirlos. Debe conseguir su lealtad, su obediencia y su amor, para que ellos nunca piensen en abandonarlo, aun cuando envíen miles de hombres contra él. Eso significa que Temujin debe tener nuestra lealtad y nuestro amor, especialmente el tuyo.

—Siempre lo tendrá —le aseguró Bortai.

—Eres una buena esposa, pero debes ser algo más que fiel y obediente. También debes ver claramente a tu esposo, con ojos de halcón, y saber cuándo está equivocado. Es posible que debas decirle cosas que nadie, incluida yo, se atrevería a decirle. Estuvo solo tanto tiempo, sin nadie más que yo, sus hermanos y su hermana… Ha aprendido a confiar en los demás, y esa confianza tal vez le impida ver los defectos de quienes lo rodean. Debes ser capaz de ver a todos con claridad y advertirle lo que sea necesario.

A Bortai le había sorprendido que la madre de Temujin viera algún defecto en su hijo.

Ahora apoyó la mejilla en el pecho de su esposo. Borchu y Jelme se acercaron. Borchu era rápido para sonreír, para reír y para seguir a Temujin sin importarle los peligros que corrieran, en tanto que los ojos oscuros de Jelme eran siempre cautelosos y vigilantes. Bortai sabía que se podía confiar en ellos: su devoción era evidente. Borchu se había atado a Temujin; ante una orden, le daría a su amigo todo lo que poseía. Jelme, un Uriangkhai, había llegado de los bosques del norte con su padre, un herrero llamado Jarchiudai, quien mucho tiempo atrás había prometido a Yesugei que su hijo serviría al hijo del Bahadur; estaba siempre cerca, anticipándose a los deseos de Temujin antes de que éste tuviera tiempo de formularlos.

Los dos jóvenes sonrieron cuando Temujin ayudó a Bortai a ponerse de pie. Su esposo les hizo un gesto con la mano. Borchu asintió y siguió adelante; Jelme desmontó y condujo su caballo a abrevar al río. El Uriangkhai permanecería cerca, dispuesto a defenderlos si era necesario.

Temujin la ayudó a montar.

—Me has traído suerte, Bortai. Todo está cambiando para mí.

Ella se rio suavemente.

—Tu alianza con los Kereit es un signo de tu suerte.

Él montó en su caballo.

—Después de trasladar el campamento —dijo—, me uniré a mi "anda" antes de que llegue el otoño. Es hora de que renovemos nuestros lazos.

Bortai permaneció en silencio. Hoelun-eke siempre había alabado a Jamukha por la devoción que sentía por Temujin, pero sus ojos eran más fríos cuando lo mencionaba.

—Siempre dijimos que cabalgaríamos juntos cuando fuéramos hombres —continuó Temujin—. Deberíamos unir nuestras fuerzas permanentemente. Ya me lo ha pedido antes.

—¿Y quién de los dos mandaría?

—Somos hermanos, de modo que ambos mandaríamos.

Ella no respondió; le parecía tan poco probable como que dos sementales no se pelearan por una manada de yeguas. Pero no pensaría en Jamukha ahora; el otoño parecía muy lejano.

Cabalgaron hacia el campamento, rodeando las manadas de caballos; Jelme los seguía a cierta distancia. Hacia el sur, un oscuro círculo de "yurts" y de carros ondulaba en el aire ardiente. El verano se extendía ante ella con sus días interminables pero soportables, porque ella podía cumplir sus tareas diurnas anticipando los placeres de la noche. En su cama, el tiempo siempre se detenía; sólo existía Temujin cuando su espíritu se elevaba para reunirse con el de él, cuando no existia ningún mundo fuera de sus cuerpos y sus almas. Siempre existiría Temujin. Los días que le esperaban eran hitos de un camino que en años venideros recorrería de una noche a otra. sin cambiar.

41.

Hoelun despertó, luego se sentó. Sus tres hijos menores dormían en sus camas, pero Khokakhchin había salido del "yurt". Aguzó el oído, pero sólo oyó el silencio; el viento que había soplado después de la tormenta de la noche había cesado finalmente.

Khokakhchin entró en la tienda.

—Ujin —susurró la anciana—, vístete y ven conmigo.

Hoelun se vistió, se cubrió el cabello con un pañuelo y salió con la criada.

—¿Qué ocurre?

—Hace un rato sentí que la tierra temblaba y pensé que se acercaba otra tormenta, pero el cielo está claro. —La anciana se arrodilló—. Pongo el oído contra la tierra y escucho truenos. —Posó la cabeza sobre el polvo—. Todavía oigo. Parece que un ejército viene hacia aquí.

La anciana tenía un oído muy fino; con frecuencia escuchaba cosas que los demás no percibían. Hoelun se arrodilló y apoyó la oreja contra el suelo. Entonces oyó el sonido grave, apenas audible de cascos distantes.

—Los Taychiut —pensó—; finalmente van a acabar con nosotros. Levantó la vista: el cielo estaba oscuro, pero en el horizonte comenzaba a clarear. Sus enemigos podían llegar al campamento antes de que amaneciese.

Se puso de pie de un salto.

—¡Despierta a Temujin! ¡Haz que den la voz de alerta!

Khokakhchin se alejó a toda prisa, dando voces de alarma mientras se dirigía hacia el "yurt" de Temujin. Hoelun corrió a su tienda y despertó a Khachigun.

—Debemos huir —dijo—. Llevad tan sólo vuestras armas y las provisiones que podáis. Debemos buscar los caballos y escapar.

Su hijo saltó de la cama y despertó a los otros dos mientras Hoelun juntaba todo lo que podía llevar.

Los gritos despertaron a Bortai. Temujin se levantó rápidamente y se puso la camisa y los pantalones. La voz de Khokakhchin se alzaba por encima de las otras:

—¡Un ataque! ¡Escapad todos!

Bortai cogió sus ropas mientras Temujin corría a la entrada y levantaba la cortina.

Khokakhchin entró en la tienda.

—Los Taychiut se acercan —dijo casi sin aliento—. La tierra tiembla con los cascos de sus caballos.

Temujin se puso al hombro el arco y el carcaj. Bortai se ató la faja a la cintura, cogió la lanza y dos pellejos llenos de "kumiss" y se los entregó a su esposo; después buscó sus propias armas.

Salieron rápidamente. Dos hombres cabalgaban hacia las tiendas situadas al sur del círculo de Temujin. A la distancia, Bortai oyó gritos y los chillidos de terror de los niños, y vio a Hoelun-eke que corría hacia la soga a la que estaban atados los caballos de Temujin.

Borchu y Jelme cabalgaron hacia ellos, cada uno en un caballo de Temujin y llevando un tercero de la brida.

—¡Vamos! —gritó Jelme, sofrenando su caballo—. No podemos encontrar a Sochigil Ujin, pero tu madre y los niños vendrán con nosotros. Khasar y Belgutei están con ellos.

Bortai sintió una opresión en el pecho. Los hombres no podrían defenderse, la única esperanza era retirarse y devolver el ataque más tarde.

Temujin miró a sus dos amigos, vacilando.

—Tenemos mis nueve caballos —murmuró—. Mi madre y Temulun montarán en uno.

Tendió las manos hacia Bortai.

—Vete —le dijo ella, alejándose—. Necesitarás un caballo de recambio cuando el tuyo se canse. —Lo empujó hacia Borchu—. ¡Vete! Es a ti a quien desean atrapar… Si te encuentran estás perdido. Se demorarán apresando cautivos. Más tarde me reuniré contigo.

—Tu esposa habla sabiamente —dijo Jelme, al tiempo que cogía a Temujin del brazo—. ¡Vamos!

Temujin la miró una última vez y después montó a caballo.

—Cuídala, Khokakhchin-eke —dijo—. Llévala a lugar seguro. —Arrancó su estandarte de la tierra, se lo arrojó a Borchu y se alejó.

Bortai se apoyó en la anciana, mirando los jinetes que empezaban a llenar el valle. Los caballos estaban pastando lejos del campamento. Los Arulat no tendrían cabalgaduras en las que escapar. El ganado vagaba por la hierba; las ovejas, balando, se apiñaban en los amplios espacios libres, entre las tiendas. Unos pocos cabalgaban en dirección al monte Burgi, hacia el este, y otros galopaban siguiendo el estandarte de Temujin.

—Lucharemos —susurró Bortai—. Si podemos contenerlos aunque sea por un rato…

—Un puñado de mujeres y niños no puede luchar contra un ejército —masculló Khokakhchin—. Créeme, joven Ujin, me ocuparé de que estés a salvo.

Khokakhchin encontró un viejo buey y a toda prisa lo unció a un carro cubierto. Unas pocas mujeres huían a pie siguiendo la ribera; Bortai corrió hacia el "yurt" de Sochigil, gritando el nombre de la mujer.

—No podemos buscarla ahora —le gritó Khokakhchin—. ¡Apresúrate!

Bortai corrió de regreso hacia el carro. Temujin había sido demasiado generoso con sus seguidores: habría habido caballos para ella y para Khokakhchin si él hubiera tomado más para sí.

El carro crujía y gemía mientras avanzaba. Temujin le había contado cómo se había escondido en un carro cargado de lana antes de huir de los Taychiut. La joven rogó que ahora estuviera a salvo.

Siguieron hasta que Bortai pudo ver, a través de la cubierta del carro, que el sol se alzaba. Después oyó un ruido sordo, que podía ser un trueno o el retumbar de cascos de caballos.

El ruido se hizo más intenso; los soldados cabalgaban hacia ellas. La lana del carro le cubría las orejas, impidiéndole escuchar los gritos de los hombres.

—¡Alto! —dijo uno. Bortai permaneció inmóvil mientras el carro se detenía, crujiendo—. ¿Adónde vas?

Ella había escuchado antes ese acento, que pertenecía a los de las tribus del norte.

—Vengo del "yurt" del jefe Temujin —replicó Khokakhchin—. Te ruego que me permitas seguir mi camino.

—¿Yqué estabas haciendo allí?

—Esquilando sus ovejas. Soy una de sus criadas y ahora me dirijo a mi "yurt" con la lana para hacer fieltro. Por favor, déjame pasar… sin duda puedes permitir que una anciana conserve un poco de lana.

—¿Su "yurt" está lejos de aquí?—preguntó otro hombre.

—Por allí. No está lejos. No vi con mis propios oios al joven Bahadur, así que no sé si está allí ahora, pero muy pronto llegaréis a su campamento. Yo estaba esquilando las ovejas, así que no podría asegurar…

—Déjala —dijo otro hombre, enojado.

Bortai permaneció inmóvil, segura de que los hombres estaban mirando la lana entre la que ella se ocultaba, detrás de Khokakhchin. La lana le picaba en la cara; la joven apretó los dientes.

—En marcha —dijo un hombre.

El carro empezó a rodar; el ruido de los cascos se hizo más lejano. Bortai esperó a estar segura de que los enemigos se habían marchado, después gateó hacia adelante y apoyó las manos en el asiento.

—Era un grupo pequeño —murmuró Khokakhchin—, de unos treinta hombres. Los demás siguieron la marcha hacia el campamento. Deben de ser unos trescientos. —Hizo una pausa—. No son Taychiut sino Merkit los que persiguen a tu esposo.

Bortai se puso tensa. Los viejos enemigos de Yesugei seguramente habían decidido atacar al hijo de éste antes de que fuera más poderoso. Los Taychiut ya le habían perdonado la vida en una ocasión, de modo que Bortai había abrigado la esperanza de que lo dejaran con vida si lo atrapaban. Pero los Merkit no tenían ninguna razón para mostrarse piadosos con él.

—Escóndete —le dijo la vieja criada—. Todavía no estamos a salvo.

Bortai volvió a ocultarse entre la lana. El carro pasó una loma con un crujido: el vehículo gemía con las irregularidades del terreno, sacudiéndose y empujándola contra los listones de los costados, hasta que todo su cuerpo fue una magulladura. Debían de estar acercándose a los bosques que bordeaban el estrecho río. El carro se sacudió violentamente y ella rodó hacia un lado; oyó un crujido intenso. El carro se sacudió y se detuvo.

El eje, pensó la joven, aterrada. Khokakhchin maldijo y dio un latigazo al buey; después se inclinó hacia Bortai.

—No te muevas, niña —dijo la anciana—. Se acercan unos hombres.

Bortai se tendió de bruces y esperó. La tierra tembló bajo los cascos de los caballos.

—¡Anciana! —gritó uno de los jinetes; Bortai sintió que los hombres se apiñaban en torno al carro—. ¡En el campamento no hay nadie excepto unas pocas mujeres y niños! ¿Dónde están los demás?

—No lo sé —dijo Khokakhchin—. Cuando partí, todo estaba en calma. Yo…

—Tú sabes más de lo que dices. Alguien debe de haberles avisado. Hemos visto huellas que se alejaban del campamento. Tú no llevas lana a tu "yurt"… estás huyendo.

—No sé de qué hablas. Todo lo que tengo es mi lana. Dejadme seguir mi camino.

—No llegarás muy lejos con el eje roto —dijo otra voz desde atrás del carro—. Tal vez haya algo más que lana en este carro.

—No hay nada —gritó Khokakhchin.

—Eso lo veremos —dijo el segundo hombre.

Bortai se acurrucó debajo de la lana. El carro se estremeció cuando alguien subió. Unas manos golpearon la lana. De pronto, unos dedos se cerraron en torno al tobillo de la joven. Ella pateó y sintió que la sacaban del carro tirando de sus piernas. Un par de pequeños ojos oscuros la observaban; la mano de Bortai voló hacia el ancho rostro del hombre. Él le desvió el brazo y la arrojó al suelo de un golpe.

—Así que esto es lo que ocultaba la vieja —dijo el hombre.

Era alto, con hombros anchos y aspecto de luchador, pero su bigote, fino y ralo, era el de un joven. Bortai se puso torpemente de pie. Los caballos la rodeaban; algunos hombres se inclinaron un poco en las monturas para verla mejor.

—Esto sí que es un premio —continuó el joven—. La vieja perra escondía una belleza.

Bortai se tambaleó, mareada. Khokakhchin se debatió cuando otro hombre la sacó a la rastra del carro. Dos cautivas estaban boca abajo sobre las ancas de sendos caballos; unas gruesas trenzas asomaban debajo del pañuelo que cubría la cabeza de una de ellas. La cautiva giró la cabeza, y Bortai se encontró mirando los ojos oscuros y aterrados de Sochigil.

Khokakhchin se libró de las manos que la retenían y avanzó a trompicones hasta quedar junto a Bortai.

—No es más que una muchacha tonta —dijo la criada—. Tenéis razón, es bonita, pero de nada sirve, pues también es ociosa y retardada. Vino conmigo a esquilar, y yo tuve que hacer todo el trabajo. Es una carga que nadie necesita.

—Hablas demasiado —dijo un hombre al tiempo que empujaba a la vieja con su lanza—. Ya has mentido antes, y estás mintiendo ahora.

—¿Está diciendo la verdad? —dijo uno de los hombres dirigiéndose a Sochigil—. ¿Sabes quién es esta muchacha? —Extrajo su cuchillo y lo apoyó en la garganta de la mujer—. ¡habla!

Sochigil chilló al sentir el cuchillo contra su cuello.

—Es Bortai… la esposa de Temujin. La anciana Khokakhchin es criada de su madre. Es la verdad… no me hagas daño.

Bortai abrazó a la vieja criada. Estaban perdidas; Temujin sin duda esperaba que ella hiciera todo lo posible por conservar la vida.

—Dice la verdad —afirmó—. Soy Bortai Ujin. —Miró con furia a la otra mujer—. Ella lo sabe bien, puesto que era la segunda esposa de Yesugei Bahadur.

El joven que la había sacado a la rastra del carro rugió de risa.

—¡La esposa de Temujin! —gritó—. ¡He encontrado a su esposa! ¡Ya nos hemos vengado de ese bastardo mongol!

Bortai se irguió, animada: cuanto más tiempo consiguiese demorar a esos hombres, mayor sería la distancia que su esposo pondría entre él y sus perseguidores.

—¡Mi hermano bailará de alegría cuando se entere de lo que hemos encontrado! —continuó el hombre. Su enorme manaza cayó sobre el hombro de Bortai—. ¿Sabes quién soy, mujer?

Bortai abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

—¿Cómo podría saberlo? —logró decir finalmente—. Eres un desconocido para mí. ¿O eres tan famoso que debería saber quién eres?

Algunos de los hombres soltaron una risa burlona. El joven frunció el entrecejo y levantó una mano; Bortai retrocedió.

—Mi nombre es Chilger —bramó el joven—, y mis camaradas me llaman Boko el Atleta. —Flexionó los brazos—. Mi hermano mayor es Yeke Chiledu. ¿Sabes lo que el padre de tu esposo le hizo a mi hermano? —Mostró los dientes—. Le robó la esposa, pocos días después de la boda. Obligó a huir a mi hermano y le quitó la esposa.

Bortai se tambaleó, apoyándose en Khokakhchin. Hoelun-eke nunca había hablado de su primer esposo. Los hombres reían otra vez; ella sepultó el rostro en el hombro de Khokakhchin.

—Ella cabalgará conmigo —dijo el hombre llamado Chilger-boko—. Tengo más derecho que nadie a quedarme con ella.

—Llévala contigo —le dijo un hombre mayor—. Los jefes decidirán si tienes derecho a quedarte con ella o no. Ya nos hemos demorado mucho.

El joven la separó de Khokakhchin, le ató las muñecas y la obligó a montar en su caballo.

42.

—Tengo hambre —dijo Temulun.

—Cállate —dijo Hoelun, y le dio una palmada en la mano. A sus pies, en la ladera boscosa, los hombres descansaban apoyados en sus caballos, exhaustos por el ascenso.

Menos de veinte hombres habían seguido a Temujin hasta el monte Burkhan Khaldun; los otros se habían dispersado.

Temujin circuló entre sus hombres, tratando de infundirles ánimo. Los había conducido a través de los pantanos y los bosques que rodeaban la montaña, por un sendero de ciervos que atravesaba el bosque denso y casi impenetrable. Se habían visto obligados a avanzar a pie, llevando a los caballos de la brida, mientras el lodo succionaba sus botas a medida que avanzaban por el terreno pantanoso y los mosquitos se apiñaban a su alrededor; Borchu había estado a punto de perder su caballo en una ciénaga. El ascenso de la ladera este también había sido muy penoso, y habían tenido que abrirse paso entre la maleza, segándola para que pudieran pasar las cabalgaduras.

Pero su hijo había elegido bien el refugio. El terreno húmedo y lodoso del pantano había cubierto muy pronto sus huellas. Aunque sus perseguidores llegaran a pie hasta el Burkhan Khaldun, los árboles les bloquearían el camino. Temujin había enviado a tres hombres al pie de la montaña con la orden de cubrir el sendero que habían abierto.

—Madre —susurró Temulun—, ¿cuánto tiempo permaneceremos aquí?

—No lo sé.

Temujin se acercó a ellas, seguido por Temuge y Khachigun. Los hijos de Hoelun se sentaron en el suelo alrededor de la madre. Temujin seguramente estaría pensando en Bortai, pero sin un caballo de recambio jamás habría podido seguir adelante y encontrar un camino a través del pantano.

Una sombra ascendió por la ladera hacia ellos.

—Ya cubrimos el sendero —dijo la voz de Jelme—. Vi hogueras más allá del pantano y trepé a un árbol para echar un vistazo. —Se oyó un jadeo—. Los enemigos están acampados allá abajo.

—¿Cuántos hombres? —preguntó Temujin.

—Unos trescientos, y no son Taychiut. He visto antes sus estandartes, cuando mi padre y yo acampamos en el norte. Pertenecen a los jefes Merkit Dayir Usun, Khagatai Darmala y Toghtoga Beki. Nuestros perseguidores son Merkit.

Hoelun se cubrió el rostro. Yesugei había sido el responsable de la desgracia que sufría su hijo.

—Debemos trasladarnos más arriba —dijo Temujin—, antes de que se haga más de noche. Tratarán de alcanzarnos cuando llegue la mañana y debemos estar preparados para recibirlos.

Las hojas crujieron bajo sus pies mientras descendía a hablar con sus hombres.

Las cautivas, libres ya de sus ligaduras, estaban sentadas juntas, rodeadas de guardias mientras otros soldados encendían hogueras. Bortai se apoyó en Khokakhchin; Sochigil-eke lloraba. Los Merkit que habían seguido adelante, dejando a las cautivas atrás con algunos soldados, habían perseguido a Temujin pero no habían conseguido darle alcance. Habían seguido sus huellas hasta el pantano, donde perdieron su pista.

Su esposo debía de estar en la montaña, pero sería muy peligroso atacarlo. Temujin se encontraría en terreno más alto y muchos Merkit caerían antes de que pudieran capturarlo. Tal vez renunciaran a atraparlo y se conformaran con las prisioneras que ya tenían en su poder.

—Mi hijo me abandonó —dijo Sochigil, enjugándose el rostro—. Temujin debió de obligarlo a ello. Él nunca me habría abandonado si…

—Siempre que los hombres logren escapar —dijo Bortai—, podemos tener esperanzas de que nos rescaten más tarde.

Sochigil sacudió la cabeza.

—No esperes eso, niña. Pueden pasar años antes de que Temujin se haga lo bastante fuerte para vengarse, y para entonces ya será demasiado tarde para nosotras. —La mujer de ojos oscuros se ajustó al pañuelo que le cubría la cabeza—. Ya ves cuánto tiempo les llevó a estos Merkit vengarse de lo que hizo mi esposo. Saben que yo soy la otra viuda de Yesugei. Les complació enterarse, se mostraron casi tan contentos por eso como por el hecho de que tú misma hubieras caído en sus manos. —Le cogió de la manga—. Como somos quienes somos, es difícil que nos entreguen a unos vulgares pastores.

Bortai la miró con furia. La tonta se enorgullecía de ser una cautiva importante. Apretó los dientes. Esos hombres sin duda tenían motivos para odiar a Yesugei, pero ésa no podía ser la única causa de que obrasen como lo hicieron. Antes no tenían motivos para atacar a Temujin, pero ahora su esposo se estaba convirtiendo en un jefe poderoso, en una posible amenaza para ellos.

Temujin sin duda trataría de rescatarla, pero necesitaba un ejército para enfrentar a los Merkit, y si los atacaba demasiado pronto todo podía terminar en un desastre. Le llevaría tiempo reunir fuerzas, y para entonces ella ya sería la mujer de algún Merkit. Hasta Hoelun-eke le recomendaría sacar el mejor partido posible de su destino, como había hecho ella misma cuando Yesugei la capturó.

Tres hombres se acercaron; uno de ellos era Chilger-boko. Bortai sintió un gusto amargo en la boca. Chilger le había murmurado algo a los otros hombres cuando se detuvieron a levantar las tiendas, y la había señalado desde lejos como si ya fuera de su propiedad.

Los tres hombres se detuvieron delante de ella.

—Ésta es —dijo Chilger—. La mujer de Temujin.

Bortai alzó la vista. Uno de los tres jefes Merkit, un hombre bajo y robusto llamado Toghtoga Beki, estaba a un lado. El tercer hombre era más pequeño y no tan musculoso como Chilger, pero sus pequeños ojos oscuros y su boca ancha se parecían a los del joven. Bortai supo quién era aun antes de que hablara.

—Debería ser entregada a mi hermano —dijo—. El padre de Temujin me robó mi primera esposa, y Chilger aún no ha tomado ninguna.

—Eso lo decidiremos después de capturar a su esposo —dijo Toghtoga—. Muchos de los nuestros querrían llevársela a su tienda, pero tú tenes derecho a decidir el destino de esta mujer. Creo que Dayir estará de acuerdo, y Khagatai ya tene muchas esposas.

A Bortai le ardieron los ojos; buscó la mano de Khokakhchin.

—Quédate conmigo, Khokakhchin-eke —susurró—. No podría tolerar que me separaran de ti.

—Pobre niña —respondió Khokakhchin abrazándola.

Bortai miró hacia arriba, en dirección a la ladera en sombras de Burkhan Khaldun, rogando que el espíritu de la montaña protegiera a su esposo; después recordó la historia que mucho tempo atrás Temujin le había contado sobre su sueño: estaba de pie en una montaña y desde allí podía ver el mundo. Se preguntó qué vería desde esta montaña.

Sueños, pensó con desesperación. Un sueño le había prometido que Temujin sería de ella, pero no le había dicho que el tiempo que pasarían juntos sería tan breve.

Los Merkit permanecieron al pie de la montaña durante tres días. Cada mañana, los hombres buscaban un camino seguro a través de la espesura y del pantano; cada noche regresaban sin haberlo encontrado.

El cuarto día nadie salió. Los hombres mostraban expresiones ceñudas cuando se reunieron a escuchar las órdenes de los jefes. Bortai, que observaba desde su lugar con las otras cautivas, advirtió que era posible que los Merkit abandonaran la persecución.

El jefe llamado Khagatai Darmala se adelantó.

—Es inútil continuar aquí —dijo—. El condenado hijo de Yesugei se nos ha escapado.—Algunos hombres intercambiaron murmullos—. Sin embargo, lo hemos herido; sus tiendas están vacías, sus seguidores dispersos, y su mujer es nuestra cautiva. Nos hemos vengado de él… Derramará muchas lágrimas por lo que ha perdido, y ya no nos molestará. Hoy pararemos de aquí y apresaremos a todos los suyos que encontremos en el camino. Cuando regrese a su campamento hallará que su "yurt" ha sido destrozado y la entrada que alberga al espíritu de su hogar ha sido hollada por nuestras botas. Quedaos en paz, hermanos, pues hemos logrado una victoria.

Los hombres bajaron la cabeza; sólo unos pocos prorrumpieron en vivas.

—¡Escucha mis palabras, Temujin! —gritó Khagatai a la montaña—. ¡El cielo te ha abandonado! ¡Tu campamento está vacío y extinguidos los fuegos de tu hogar! ¡Tus seguidores te maldecirán por no haberlos protegido! ¡Tus mujeres llorarán cuando las abracemos!

Este discurso ocasionó otros pocos gritos de alegría. Los jefes se acercaron a las cautivas.

—Ésta es la mujer de nuestro enemigo Temujin —agregó Khagatai—, cuyo padre robó la esposa de Yeke Chiledu. Nuestro camarada ha sido vengado. Chiledu podría haber reclamado a esta mujer para él, pero ha pedido que sea entregada a su hermano menor, que fue uno de los que la encontraron. Yo digo que eso es justo.

Chilger-boko dio un paso al frente; sus ojos brillaban. Bortai tembló.

—No permitiré que me separen de mi criada —dijo la joven con voz débil; los hombres se rieron, burlándose de su súplica—. Debo conservarla conmigo —logró articular antes de que la voz muriera en su garganta.

—¿De qué sirve una vieja? —dijo Toghtoga Beki—. Que Chilger se la quede como esclava.

Chilger cogió del brazo a Bortai y la obligó a ponerse de pie. Ella lo arañó; el puño de él se estrelló contra su cabeza y la joven cayó, atontada por el golpe.

—En cuanto a las demás —dijo Khagatai—, haced con ellas lo que queráis, y cuando terminéis, las que sigan con vida serán esclavas.

Las mujeres prorrumpieron en gritos mientras Chilger se llevaba a Bortai. Ella miró hacia atrás; Khagatai se inclinó sobre una mujer mientras los hombres que lo rodeaban lanzaban gritos de entusiasmo. Khokakhchin siguió a Bortai y cogió a Chilger de la manga. Él la golpeó y la anciana cayó a tierra y permaneció inmóvil. Chilger arrojó a Bortai al suelo y comenzó a arrancarle la ropa. Ella intentó resistrse y Chilger la abofeteó con fuerza y se arrojó sobre su cuerpo. Un bosque de piernas la rodeaba, y muchas voces proferían gritos de estímulo cuando Chilger la penetró.

Ella apretó los dientes, se puso rígida y cerró con fuerza los ojos. Los gemidos de Chilger crecieron y luego se extinguieron, hechos añicos contra los rugidos de los hombres.

43.

Hoelun salió sigilosamente del refugio que había construido con ramas. Temulun y Temuge estaban fuera, practicando con sus arcos. Los dos niños se pasaban el día acechando en las sendas de los ciervos y los alces mientras cazaban pájaros y presas de menor tamaño. Ella observó sus rostros pequeños y temerarios, después abrazó a su hija.

—Madre —dijo Temulun, retorciéndose avergonzada.

—Debo hablar con Temujin —dijo Hoelun—. Quedaos aquí hasta que regrese.—Se volvió y comenzó a ascender por la ladera.

La improvisada choza de Temujin se hallaba más arriba, en un pequeño claro. Khasar estaba sentado fuera, afilando una larga rama para hacer una lanza. Cuando la mujer se acercó, el joven dejó el cuchillo y se puso de pie.

—¿Tu hermano duerme todavía? —preguntó Hoelun.

—Está despierto —respondió Khasar, conduciéndola más lejos de la choza.

Temujin no había salido de su refugio desde que enviara a Jelme, Borchu y Belgutei a explorar al pie de la montaña. Los tres seguían a los Merkit para asegurarse de que no les tendieran una trampa cuando salieran del refugio. Desde hacía días Temujin permanecía encerrado, se mostraba caviloso y casi no probaba bocado.

—Sus exploradores regresarán pronto —dijo Hoelun—. Tendrá que hablar con los otros y decirles qué hacer.

—Lo sé. —Khasar se cruzó de brazos—. Piensa en Bortai. Espero que haya logrado escapar.

—Yo también ruego por eso, pero he aprendido a no tener demasiadas esperanzas. —Recordó las palabras que ella misma le había dicho a Chiledu tantos años atrás—. Tendrá otras mujeres para elegir, y seguramente otra esposa que viajará en su carro.

—Pero supongo que temerás por ella.

—Por supuesto que sí. Sé lo que es ser apartada a la fuerza de un esposo. Espero que el que la tenga ahora la trate amablemente. Pero también sé que los hijos que le dé a ese hombre serán nuestros enemigos. Ella pensará en sus hijos, no en el mío.

Khasar estaba a punto de responder cuando oyó un grito procedente de abajo. Jelme subía corriendo la ladera, seguido de Borchu y Belgutei. Tenían una expresión grave, y Hoelun supo entonces que no habían encontrado a Bortai ni a Khokakhchin.

Hoelun fue hasta el refugio de Temujin, lo llamó por su nombre y entró. Apenas podía verlo en la oscuridad. Se arrodilló a su lado, pero él no se movió.

—Temujin —dijo Hoelun—, debes salir. Belgutei y tus camaradas han regresado.

—¿Y Bortai? Pero en realidad no tendría que preguntarlo, ¿verdad? Sus gritos de alegría habrían colmado el bosque si la hubieran encontrado.

—Ven… tus hombres te necesitan.

Hoelun se levantó. Al principio creyó que su hijo no la seguiría, pero Temujin se puso de pie y salió con ella.

Borchu corrió hasta Temujin y lo abrazó, luego se retiró para que también lo abrazara Jelme. Hoelun se sentó, dispuesta a escuchar lo que los jóvenes tuvieran que decirle a su hijo.

—Por el momento estamos a salvo. Los enemigos se han marchado —dijo Borchu. Temujin no respondió. Inquieto, Borchu miró a Jelme y prosiguió—: Pensé que sería peor. Si algunos pudimos escondernos, es posible que encontremos a otros.

—Tienes algo más que decirme —replicó Temujin—. Sabes cuáles son las noticias que espero.

Borchu respiró hondo.

—Cerca de Tungelig encontramos un carro con el eje roto. Los Merkit deben de haberlo encontrado, pues en el lugar se ven huellas de muchos caballos. —El Arulat hizo una pausa—. Debajo de la lana que había en el carro, encontré un arco, un carcaj y flechas. Eran… —permaneció en silencio.

—Dilo —lo conminó Temujin con voz ronca.

—Eran las armas de Bortai Ujin.

Hoelun tragó saliva con dificultad. La joven se habría llevado el arco si hubiera sido capaz de huir a pie. Observó a su hijo: Temujin tenía una expresión impasible. Khasar posó una mano sobre el hombro de su hermano, pero éste se la quitó de encima.

—¿Y Sochigil-eke? —preguntó Temujin.

Belgutei se puso tenso.

—Ni rastros de ella —respondió.

—Lo siento, hermano —dijo Khasar.

—Debería haber ido a buscarla y llevarla en mi caballo.

—No, Belgutei. Lamento lo que ambos hemos perdido, pero el hecho de que estemos a salvo demuestra que actuamos correctamente. Un solo minuto de demora podría haber significado tu captura, y ahora necesito a cada uno de mis hombres. Prometo que nuestros enemigos pagarán por haberse llevado a tu madre y a mi esposa.

Su hijo, pensó Hoelun, parecía otra vez ser él mismo, resignado a sus pérdidas pero dispuesto a hacer frente a cualquier dificultad.

—Reuniremos más hombres —dijo Borchu—, y mi clan te ayudará.

No era una derrota tan grande después de todo, ahora tenían mucho más de lo que habían tenido cuando se vieron obligados a ocultarse a los Taychiut.

—Le debo la vida a Khokakhchin-eke —dijo Temujin—. De no ser por su oído agudo los Merkit nos habrían sorprendido sin que pudiéramos huir. Debo mi propia vida al espíritu de esta montaña, al espíritu que me guió por los senderos de los ciervos y me mantuvo a salvo bajo las ramas de sus árboles. Debo dar gracias a Burkan Khaldun y a Koko Mongke Tengri por haberme protegido y haber sido mi escudo.

El sol estaba alto sobre las copas de los árboles. Temujin alzó el rostro hacia la luz y se quitó el sombrero, después se quitó el cinturón y se lo colgó alrededor del cuello. Hoelun se puso de pie mientras los otros se arrodillaban alrededor de su hijo; Borchu le alcanzó a éste un jarro de "kumiss". Temujin se golpeó el pecho con la mano libre y se prosternó nueve veces, derramando un poco de leche de yegua después de cada genuflexión.

—Burkan Khaldun me protegió —dijo suavemente—. Yo no era más que un insecto que huía en busca de cobijo, y esta montaña me dio refugio. Era tan sólo un bicho que reptaba por la tierra, y el espíritu que mora aquí me dio la vida. Haré un sacrificio a esta montaña todos los días, y mis hijos y los hijos de mis hijos recordarán que el espíritu que aquí mora me dio la vida. —Roció unas gotas más, se sentó sobre los talones, miró a los que lo rodeaban con ojos pálidos y fríos, y agregó—: Bajaremos de la montaña. Luego hablaré con mis hombres. Debo orar un poco más y escuchar lo que los espíritus tienen que decirme. Después todos os enteraréis de lo que Tengri desea que haga. Dejadme solo, y decidles a los hombres que estoy dispuesto una vez más a conducirlos.

Los jóvenes se pusieron de pie.

—Se alegrarán de oírlo —dijo Khasar.

—Te seguiremos —agregó Jelme—, no importa lo que decidas.

Los cuatro descendieron por la ladera. Cuando los árboles los ocultaron, Hoelun dijo:

—Quiero saber cuáles son tus planes.

La expresión de Temujin era grave.

—Toghril Kan y yo hicimos un juramento. Jamukha es mi "anda". Tendrán que ayudarme ahora. Juntos atacaremos a los Merkit antes de que pase otro año… te lo juro.

—No tienes poder para hacer ese juramento —replicó Hoelun—. Es posible que ellos no quieran enfrentarse a los Merkit.

—¿Crees que dejaré a mi esposa en sus manos?

—Te arriesgas demasiado por ella. Yo también la amaba, pero ya no está, y tú debes hacerte fuerte antes de poder combatir. Ahora tu obligación es pensar en los que te siguen.

—Eso es lo que hago. Otros también han perdido a sus mujeres. Nuestros enemigos deben saber que aquellos que se apoderan de lo que me pertenece lo pagan caro.

—Te vengarás a su debido tiempo —dijo Hoelun—, pero primero debes hacerte fuerte. Toghril Kan y tu "anda" tal vez se arrepientan de sus juramentos si te precipitas al empujarlos a la guerra. No estás preparado para eso. Deberías esperar…

—Eso es lo que quieren que haga mis enemigos —masculló él—, que me quede quieto lamiéndome las heridas. No sabes nada de estas cosas, madre. —Se puso de pie y caminó de un lado a otro—. El Kan Kereit tiene motivos para odiar a los Merkit, pero se conformó con dejarlos en sus tierras mientras esa actitud le aseguraba el trono. Ahora debo demostrarle que, al haberme atacado a mí, los Merkit son una amenaza para él, ya que ambos somos aliados. Jamukha me dará su apoyo si sabe que los Kereit lucharán a nuestro lado. Los Merkit no disfrutarán mucho tiempo de lo que han robado.

—Deseamos la misma cosa —dijo Hoelun, alzando la cabeza y obligándose a mirarlo a los ojos—. He rezado por Bortai y por Sochigil y por la vieja y fiel Khokakhchin, pero no puedo ver cómo te lanzas apresuradamente a una batalla que no podrás ganar.

—¡Cállate! —Él se agachó y la aferró de la muñeca, retorciéndosela con fuerza—. Debería haber puesto a Bortai en tu caballo y dejarte a ti atrás. —Sus dedos se cerraron con más fuerza antes de soltarla—. Ninguna mujer me dirá cuándo debo luchar, ni siquiera tú. Tengo derecho a exigir que Toghril y Jamukha hagan honor a sus promesas, y esta batalla fortalecerá el vínculo que nos une. Sé muy bien cómo debo obrar, y si llegas a pronunciar abiertamente tus dudas, yo mismo te expulsaré del campamento.

Ella se puso de pie; sabía que Temujin hablaba en serio.

—Ya te he dicho lo que pienso, Temujin. No volveré a hablar de esto Tengri decidirá nuestro destino. —Se frotó la muñeca.

—Hablaré con mis hombres —dijo él—. Después de trasladar el campamento, acudiré a Toghril Kan.

Ella hizo una reverencia. En cualquier caso, ella lo seguiría, aunque cabalgara hacia la muerte.

—Ojalá los espíritus te den lo que deseas —dijo sin convicción, antes de alejarse.

44.

El viento soplaba sobre la cinta de hielo del río Uda, levantando la nieve en remolinos pálidos. Bortai se sujetó el sombrero y ajustó el velo de lana que le cubría la parte inferior del rostro. Las mujeres del campamento de Toghota habían reunido sus rebaños; unos perros ladraban alrededor de las ovejas, reuniendo a las extraviadas.

Más allá, en el valle, otras mujeres, niños y jóvenes se ocupaban del ganado. Hacia el norte, las montañas protegían al campamento de los vientos más helados, pero aun así el frío era terrible.

Bortai se agachó y comenzó a barrer la nieve con una rama. Las ovejas, como el resto del ganado, no podían cavar para descubrir la hierba y una de las que Chilger cuidaba ya había muerto. Bortai había alimentado al animal con sus propias manos, pero finalmente lo había perdido, y Chilger la había golpeado por eso. La oscura masa lejana de la manada pastaba en terrenos más alejados del campamento. Chilger se había marchado a cazar con algunos de sus hombres.

Un cordero baló. Bortai arrancó un poco de hierba seca y se la dio. Una mujer Merkit tarareó; su voz era apenas audible entre el gemido del viento. Las mujeres le habían hablado a Bortai de los triunfos de Chilger como luchador y le habían dicho que era muy afortunada por tener como esposo a un joven tan fuerte. Pero ahora todas sabían que la golpeaba a menudo, y rara vez le hablaban de él.

La cabeza le dolía y de pronto sintió náuseas. Creía haberse recobrado de la última paliza que Chilger le había dado una noche en que estaba muy borracho. Bortai se tambaleó y luego se dobló en dos. Un brazo la sostuvo; levantó la mirada y vio los ojos de Khokakhchin por encima del velo de lana.

—Estoy bien —dijo Bortai, tragando saliva y apoyándose en la vieja criada. Cerca de ellas, dos mujeres soltaron una risilla mientras observaban a la joven. Otra mujer corrió detrás de un cordero que de algún modo había eludido a los perros. Bortai se soltó, siguió al animal y lo aferró de la piel.

La mujer, que apenas se podía mover dentro de su grueso abrigo, se acercó tambaleándose. Bortai advirtió que un par de ojos oscuros y familiares la miraron. Era Sochigil. Bortai sabía que estaba en el campamento pero no había hablado con ella durante el tiempo que llevaba cautiva.

—Te saludo, Sochigil-eke —dijo la joven.

—Bortai… eres tú. —Sochigil se arrodilló junto al cordero que balaba y le palmeó la cabeza—. He querido hablar contigo, pero… —Hizo una pausa—. He oído que tu esposo Merkit es un hombre duro. No quería causarte más problemas.

—Chilger-boko… —A Bortai se le cerró la garganta, como siempre que pronunciaba aquel nombre—. No le gusta verme hablar con nadie ni siquiera con las mujeres. —Instintivamente miró a su alrededor, como si esperara verlo aparecer de repente—. Y su madre suele llevarle cuentos falsos sobre mí.

La anciana solía chismorrear con la esposa de Chiledu dentro de una tienda al abrigo del frío mientras Bortai y Khokakhchin cuidaban las ovejas.

—¿Cómo estás, Sochigil-eke? —preguntó la joven.

—La esposa de mi amo vive regañándome, y sus hijos son unos malcriados, pero él se muestra amable conmigo. A diferencia de muchos hombres, su ira se aplaca cuando bebe, y a veces mis lágrimas lo conmueven. —Su voz era calma. Casi todos dirían que era sabia por saber aceptar su destino.

La furia y la nostalgia ardieron en el pecho de Bortai por un instante; luego se extinguieron. Era mejor ser insensible, tratar de olvidar a Temujin. Él no poseía un ejército lo bastante fuerte para intentar rescatarla; cientos de hombres defenderían el campamento y otros miles acudirían en su ayuda. Pasarían años antes de que Temujin pudiera vengarse. Y aunque volviera a encontrarla entonces, difícilmente la honraría como esposa.

—Entonces tu vida no es tan mala —dijo Bortai.

—Es soportable —replicó Sochigil—. Aunque este Merkit es un miserable, debo admitir que me trata mejor que mi primer esposo. —La mujer se cerró su raído abrigo de piel de oveja—. Es una vida más fácil que la que llevé cuando los Taychiut nos abandonaron. —Sochigil se estremeció—. Debo irme —agregó, y se alejó a trompicones, llevando el cordero.

Al anochecer, Bortai y Khokakhchin separaron sus ovejas del resto y las condujeron de regreso al círculo de tiendas de Chilger. Un perro negro corría alrededor del rebaño, manteniendo unido el rebaño. El "yurt" de Chilger, que se levantaba junto con los de su familia en el extremo este del campamento, era uno de los más pequeños, y algunos de sus paneles de fieltro formaban parte del botín que Bortai se había visto obligada a traer del campamento de Temujin. Khokakhchin dejó los animales en un espacio libre entre la vivienda y el carro mientras Bortai llevaba los dos corderos más pequeños al interior.

Los animales se tendieron junto a la entrada; Bortai fue hasta el fogón a calentarse antes de quitarse su grueso abrigo de piel. Los corderos balaron débilmente; Bortai pensó que tal vez debería alimentarlos con un poco del mijo que tenía guardado. Sin duda Chilger la golpearía si morían, pero también era posible que la castigara por haber malgastado el cereal. De pronto, el dolor de cabeza se hizo más fuerte y se sintió invadida por un intenso acceso de náuseas.

—¡Bortai! —dijo Khokakhchin, entrando y bajando la cortina tras de sí—. Veo que otra vez no te sientes bien. —Cogió a la joven del brazo y la condujo hasta la cama situada en la parte posterior de la tienda—. Siéntate… yo me ocuparé del fuego.

Bortai se posó una mano sobre el vientre, esperando que las náuseas y los mareos cedieran.

—Me late la cabeza, y el suelo se mueve bajo mis pies. Debe de ser a causa de los golpes. Al parecer no he conseguido acostumbrarme.

—No seas tonta, niña. —Khokakhchin echó un poco de "argal" al fuego y luego volvió junto a la joven—. Sabes cuál es la causa de tu malestar… yo me di cuenta hace un tiempo. Llevas un niño en el vientre. No lo niegues más. —La anciana se sentó cerca de la cama—. Tal vez una parte de Temujin vive en ti.

—Ahora la tonta eres tú, Khokakhchin-eke. Esta criatura no puede ser de él.

La anciana sólo estaba tratando de consolarla. No había sangrado desde su captura, pero eso no significaba demasiado: el horror de los primeros días pasados entre los Merkit bien podía haber secado la sangre de su vientre. Si el niño fuera de Temujin, sus malestares habrían empezado antes, y sus pechos se habrían hinchado más temprano; sin duda la anciana lo sabía.

—Una cosa es segura —murmuró Khokakhchin—. Es un hijo tuyo. Llegarás a amarlo, y tu esposo Merkit sólo te haría la vida más dura si no le dieras ningún hijo. La anciana le palmeó el brazo—. Es probable que a partir de ahora sea más bueno contigo.

Bortai permaneció en la cama hasta que oyó voces de hombre por encima del gemido del viento. Entonces se levantó y fue hasta la entrada. Chilger siempre esperaba que ella fuera a recibirlo. El enorme cuerpo del hombre, que parecía aún más voluminoso a causa de los dos pesados abrigos, llenó la entrada. Colgó las armas, se sacudió la nieve del sombrero y luego le hizo una seña a la joven.

—Cazamos un alce dos días atrás —masculló—. La parte que me corresponde está fuera. Vé a buscarla.

—Yo iré —dijo Khokakhchin.

—¿Acaso mi esposa es incapaz de trabajar?

—Sufre el malestar que ataca a las mujeres embarazadas —dijo la anciana, mientras los pequeños ojos de Chilger se abrían cada vez más—. No es posible que sea una sorpresa tan grande para ti, amo. Buscaré la carne antes de que tus perros se den un banquete.

Khokakhchin salió. Chilger se quitó un abrigo; el que llevaba debajo tenía la piel hacia adentro, de modo que estuviera en contacto con su cuerpo. Se calentó las manos, después se quitó el segundo abrigo y entregó ambas prendas a Bortai.

Ella dejó los abrigos sobre un baúl y después alcanzó al hombre un jarro de "kumiss". Chilger se sentó en la cama, ignorando a Khokakhchin cuando entró arrastrando un cuarto trasero del alce y se arrodilló para cortarlo. Bortai se sentó a los pies de Chilger.

—¿Es verdad? —preguntó él finalmente—. ¿Vas a tener un niño?

—Sí. —Ella miró sus botas de fieltro—. Quería estar segura antes de decírtelo.

Él roció unas pocas gotas de "kumiss" y después dijo:

—¿Es mío?

Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Lo es —dijo, segura de que era verdad y sabiendo que él lo advertiría en su expresión.

Chilger se daba cuenta cuando su esposa le ocultaba algo; Bortai había aprendido a no mirarlo directamente a los ojos cuando no era sincera con él.

—Las mujeres sabemos de estas cosas. El niño es tuyo.

Chilger sonrió y se atusó el bigote.

—Las cosas serán mejores entre nosotros ahora que me darás mi primer hijo.

Ella bajó la vista con rostro inexpresivo.

—Espero que sea un hijo —dijo en un susurro para que Chilger no percibiera la amargura de su voz.

—Te deseé en cuanto te saqué a la rastra de ese carro —dijo él—. Después de haberte tomado, después de castigarte por intentar rechazarme, pensé que aprenderías cómo debían ser las cosas entre nosotros, pero todavía siento que te resistes.

Ella desvió los ojos para que Chilger no advirtiera todo el desprecio que sentía por él. Para aquel hombre la obediencia no bastaba, deseaba algo que ella nunca podría darle. Parecía un niño reclamando una recompensa, un niño que fingiera ser un hombre.

—No te golpearía tan a menudo —dijo—, si supiera que eres verdaderamente mía.

También se lo había dicho muchas veces. Bortai podría haber dejado de lado lo que él le había hecho al pie del Burkhan Khaldun; al fin y al cabo, en la guerra el victorioso siempre reclama su botín. No existía ningún lugar bajo el cielo donde los hombres —ni siquiera los más buenos— no se entregaran a los espíritus de la guerra. Ella podría haberlo soportado si Chilger hubiese sido menos exigente.

—Soy tuya —dijo la joven—. El hijo que llevo en mis entrañas te pertenece. ¿Qué puede unirnos más que eso?

Él bebió otro trago de "kumiss".

—Piensas que no te merezco —dijo—. Pertenecías a un jefe, y ahora desprecias lo poco que yo puedo darte.

Estas palabras eran inesperadas; ella se preguntó cómo podía responder. Seguramente él sabía que la riqueza de Temujin era escasa.

—Agradezco lo que tenemos —dijo—, y sin duda conseguirás más en el combate. Todavía eres joven, poco más grande que mi esposo…

Advirtió de inmediato su error, justo antes de que la bota del hombre la golpeara en las costillas. Bortai gritó y rodó por tierra, arañando el fieltro.

—¡Yo soy tu esposo! —rugió Chilger antes de ponerla de pie con violencia—. ¡Ahora eres mi mujer, no la de él! —Cogió a Bortai por una de las trenzas y le echó la cabeza hacia atrás. Khokakhchin intentó detenerlo; él la alejó de un golpe y después arrojó al suelo a Bortai.

—¡Basta! —gritó la anciana—. ¡Piensa en tu hijo! ¿Acaso quieres perderlo?

Chilger dio un paso atrás. Bortai se sentó; Khokakhchin la protegió con su cuerpo.

—Tú, con tus palabras, me obligaste a esto —masculló él.

Bortai se apoyó en la anciana, temiendo vomitar; él la golpeó todas maneras, a pesar del niño.

—Tráeme la cena —dijo Chilger.

Ella se puso de pie y se dirigió tambaleándose hacia el fogón. Un respiro, hasta que unas palabras inadvertidas o una expresión incorrecta hicieran que montase en cólera otra vez.

45.

El aroma de los pinos impregnaba el oscuro bosque. Jamukha podía percibir la respiración de los jinetes que lo rodeaban mientras avanzaban lentamente hacia el campamento Merkit. Sus piernas se cerraban en torno a su caballo favorito, un corcel de guerra con una rayar negra en el lomo. Inhaló el aire frío y aromático. Esto era lo que lo hacía vivir: los preparativos de una batalla, la anticipación de la victoria. Cuando Khasar y Belgutei llegaron a pedirle ayuda, supo que debería combatir.

La última antorcha utilizada para hacer señas a sus hombres se extinguió. Sobre los árboles brillaba la luna llena, cuya pálida luz baña las ramas del sendero. Toghril Kan y sus Kereit se aproximaban desde el este, mientras los seguidores de Temujin avanzaban por el centro; el ejército de Jamukha constituía el ala izquierda de la fuerza de ataque. Temujin, ante su sorpresa, había reunido casi un millar de hombres. Con los dos mil comandados por Toghril y su hermano Jakha Gambu, y los tres mil soldados deJamukha, tenían fuerzas más que suficientes para ocasionar grave daño a los Merkit.

Se tambaleó cuando su caballo tropezó con una gruesa raíz. A pesar del frío, los arbustos de rododendros estaban florecidos y los capullos de orquídea se apiñaban en la tierra primaveral.

No se trataba de una guerra a causa de una mujer. El robo de su esposa le había dado a Temujin una excusa para conseguir más de lo que poseía, para pedir a Toghril y a Jamukha que cumplieran las promesas que habían hecho. Khasar había hablado conmovedoramente acerca de la herida sufrida por el corazón de su hermano, pero en realidad era el orgullo de Temujin el que estaba herido. El nombre de Bortai podía ser utilizado para reunir hombres, pero la mujer no tenía importancia por sí misma.

El jinete que iba delante disminuyó el paso; las manos deJamukha se cerraron en torno a las riendas. Antes de enviar a Khasar y Belgutei a su campamento, Temujin había ido a ver a Toghril para asegurarse de que podía contar con su ayuda. Su "anda" había demostrado ser astuto al conseguir primero la ayuda de su aliado más fuerte pero menos confiable, y Toghril había prometido luchar sólo si Jamukha se unía a ellos y accedía a comandar todos los ejércitos. Temujin debió de tener dificultades para persuadir al Kan, pero Toghril se habría mostrado débil si se hubiese negado a hacer honor a su juramento. Sin embargo, podría haberse retractado si Jamukha se negaba a actuar, y Jamukha sería el culpable si la campaña era un fracaso.

Él había sabido todo esto, pero le había dicho a Khasar que convocaría a otros jefes para ir en auxilio de Temujin. Lamentaba la desdicha de su "anda", pero eso también le confería mayor poder sobre éste. Una victoria fortalecería el lazo entre ambos y haría que Temujin se mostrase agradecido con él.

Jamukha se sentía feliz. Mientras planeaba la campaña veía a los soldados y sus movimientos como si los observara desde arriba; ahora era un halcón dispuesto a caer en picado sobre la presa.

Tan sólo una demora había entorpecido sus planes. Había esperado durante tres días más de lo previsto en la boca del Onon, donde las fuerzas de los Kereit y las de Temujin debían reunirse con él. En cuanto divisó a los hombres de su "anda" advirtió el motivo del retraso. Eran poco más que jóvenes pastores que se habían unido a un nuevo líder con la esperanza de obtener riquezas; Jamukha dudaba de que hubieran combatido en muchas batallas. Pero ver nuevamente a Temujin había aplacado su furia, y a pesar de lo que fueran, sus hombres le obedecían sin vacilar.

Habían cruzado los montes Kumir, sin acobardarse ante una tardía tormenta de nieve, antes de separarse en grupos más pequeños para cruzar el río Kilga en improvisadas balsas de juncos. Unos pocos habían caído en el camino, pero ninguno había desertado; Temujin había convertido a esos hombres en un ejército.

Jamukha oyó unos susurros. El hombre que cabalgaba delante se volvió hacia él.

—Bahadur —le dijo el guerrero rápidamente—, han divisado al enemigo. Los Merkit están huyendo de su campamento.

Jamukha soltó un juramento.

—Déjame pasar —dijo. Se adelantó hasta el límite del bosque, seguido de su tambor. Sobre su cabeza, en el cielo, pendía la luna llena y se movían bandas de luz de brillantes colores; eran los espíritus que danzaban en las Puertas del Cielo. Unas figuras diminutas salían corriendo de la masa oscura de los "yurts"; un grupo de jinetes huía hacia el oeste siguiendo el curso del Uda. Jamukha apretó los dientes. Sus hombres habían perseguido y matado a los pocos pescadores y tramperos que habían visto, pero otros sin duda habrían conseguido huir y dar la voz de alarma.

Temujin y los Kereit aguardaban su señal. Él había planeado caer sobre los Merkit mientras dormían y rodear el campamento antes de que pudieran escapar u organizar una defensa; Temujin no deseaba que su esposa sufriera ningún daño si es que estaba allí.

Era demasiado tarde para preocuparse por la mujer.Jamukha alzó su lanza; el soldado que estaba a su lado comenzó a tocar el "naccara". Otro tambor de guerra se hizo eco del primero mientras Jamukha gritaba y fustigaba su montura. Los jinetes surgieron de entre los árboles. Los redobles de tambor fueron engullidos por el atronar de los cascos y los gritos de los guerreros.

Chilger subió a Bortai al carro mientras Khokakhchin uncía el buey. La gente pasaba corriendo en busca de sus caballos; otros huían a pie siguiendo el curso del río. En la llanura, a lo lejos, Bortai distinguió los estandartes de Toghota Beki y de Dayir Usun que flameaban por encima de los jinetes. Dayir Usun había llegado con algunos hombres esa misma mañana; ahora debía alertar a los de su campamento.

—Id hacia el oeste, hacia los abetos —gritó Chilger—. Cruzad el río en dirección a Baikal. Más tarde me reuniré con vosotros.

Toda su solicitud era por su hijo, no por ella. Bortai sintió una patada dentro de ella y se cubrió el vientre con la mano.

Khokakhchin subió al carro. Se oyeron los gritos de la madre de Chilger, que se volvió, apartó a dos mujeres de un codazo y corrió hacia los caballos.

—¡Corred para salvar vuestra vida! —gritó Chiledu, aunque todo el campamento ya estaba despierto.

Khokakhchin dio un latigazo al buey. El carro se puso en marcha siguiendo a otros en dirección al río.

Bortai se cubrió el vientre hinchado con las manos y se estremeció de frío. Su larga túnica estaba tensa sobre su abdomen; sólo había tenido tempo de coger una capa después de que su anciana criada la ayudase a calzarse las botas. Súbitamente sintió miedo por ella misma, miedo de lo que podría ocurrir si su hijo nacía demasiado pronto.

El carro sufrió una sacudida al pasar sobre una rodera. Bortai gimió. El sonido se hizo más atronador; gritos de guerra se alzaban por encima del ruido de la multitud. Los espíritus de la luz saltaban en el cielo; hacia el sur, unas llamas brillantes se acercaban al campamento.

Jamukha pasó ante un "yurt" en llamas. Los Merkit gritaron cuando los hombres a caballo los empujaron a un lado; otros soldados saqueaban las viviendas. Una mujer gritó y un Jajirat la arrojó al suelo, después cayó sobre ella. Los muertos yacían en tierra, con sus arcos y cuchillos en la mano.

Su caballo se encabritó cuando una flecha pasó junto a él e hirió al hombre que venía detrás. El agresor bajó el arco y desapareció dentro de una tienda. Jamukha le hizo señas a un guerrero que estaba cerca, soltó las riendas, desmontó de un salto, desenvainó la espada y entró en el "yurt".

—No nos mates —dijo una voz.

Había una niña cerca del fogón, con un arco en la mano y un carcaj vacío colgando de su cinturón. Junto a ella, un niño sostenía un cuchillo en la mano.

Jamukha sonrió.

—Te ruego que seas clemente con mi hermano y conmigo —dijo la muchacha.

Algo latía furiosamente en el interior de Jamukha, algo que pugnaba por liberarse.

—Arrojad vuestras armas —dijo Jamukha, en tono suave y con una sonrisa en los labios.

La muchacha soltó el arco; el niño dudó un instante, pero finalmente arrojó su cuchillo al suelo. Jamukha apretó aún más la empuñadura de su espada. La muchacha retrocedió y se cerró el abrigo con una mano; Jamukha sabía qué era lo que ella temía. De un mandoble decapitó a la muchacha. La sangre brotó del torso sin cabeza. El niño intentó recuperar el cuchillo, pero Jamukha se lanzó sobre él, lo arrojó al suelo boca abajo, le bajó los pantalones y lo penetró.

El niño se debatió, pero fue en vano. Apenas hubo consumado la violación, Jamukha enterró el cuchillo en la espalda del niño. Cuando el pequeño cuerpo quedó inmóvil, su asesino se cerró los pantalones, limpió su cuchillo y su espada en el abrigo del niño muerto y luego se dirigió al fogón.

Estaba tranquilo, sentí la mente despejada y el cuerpo relajado. Una mirada a la tienda le dijo que no encontraría gran cosa allí. Tiró al suelo el fogón de metal, y salió cuando las llamas empezaron a extenderse por el suelo cubierto de fieltro.

Una fila de carros avanzaba bamboleándose por la ribera. Bortai ya no veía a los Merkit que habían escapado a caballo. De pronto, un carro se detuvo delante del suyo, con la rueda derecha atrapada en una zanja.

Los "yurts" estaban en llamas, unos soldados galopaban hacia el río. Algunas mujeres saltaron de sus carros y corrieron a pie remontando el curso del agua. Bortai sabía que no lograría huir. Los jinetes aullaron mientras se desplegaban alrededor de las fugitivas, todos los carros ya se habían detenido. Algunos guerreros galoparon en persecución de las que escapaban a pie. De los carros partieron algunas flechas; la agresión fue respondida con una lluvia de lanzas y saetas.

—¡Bortai! —gritó una voz ronca—. ¡Bortai!

—¡Entregaos! —gritó otro hombre—. ¡Entregaos ahora y os perdonaremos la vida! ¡Si os resistís, todos moriréis!

Los atacantes cerraron el círculo alrededor de los carros.

—¡Bortai!

La joven reconoció la voz y se sintió súbitamente mareada.

—¡Bortai, ¿estás aquí? ¡Bortai!

—¡Temujin! —gritó ella, se irguió y vio el caballo gris, cuyos flancos parecían blancos a la luz de la luna—. ¡Temujin!

Él cabalgó a su encuentro, indiferente a los jinetes que lo rodeaban. KhoIcakhchin bajó rápidamente del carro y ayudó a Bortai a descender. Las dos corrieron a trompicones hacia el jinete y agarraron las riendas de su caballo.

—Temujin —susurró Bortai. Cuando él desmontó y la abrazó, ella apoyó la cabeza en el abrigo manchado de sangre de su esposo—. Temujin. No sabía… creí que…

—Juré que te encontraría —jadeó él.

—Pero ¿cómo…?

—Ahora tengo un ejército. Jamukha y Toghril Kan han venido conmigo. Les dije que no descansaría hasta encontrarte.

Ella extendió los brazos y acarició el rostro del joven con dedos temblorosos, asegurándose de que verdaderamente estaba allí.

—Temujin.

Cuando estuvo entre sus brazos, Bortai fue repentinamente consciente de su vientre hinchado. Él la miró y el brillo de sus ojos se esfumó. Ella oyó los alaridos de la mujeres y los niños mientras los hombres de Temujin los sacaban por la fuerza de los carros.

—¡Jelme! —gritó Temujin. El Uriangkhai se acercó a ellos—. Ya he encontrado lo que vine a buscar. No hay necesidad de seguir adelante esta noche. Acamparemos aquí, pondremos a los prisioneros en lugar seguro y descansaremos.

—Pero otros escaparán —dijo Jelme.

—Podremos capturarlos más tarde. Da la orden.

Jelme desapareció entre la multitud. Bortai sintió una contracción y a punto estuvo de perder el equilibrio.

—¿Qué ocurre? —preguntó Temujin—. ¿Ha llegado el momento?

—No puede ser —intervino Khokakhchin—. Todavía no. —La subieron al carro—. Debe descansar.

Temujin había reunido un ejército para rescatarla. El brazo del hombre le apretó el vientre cuando la subía al carro, y ella se preguntó si su esposo no lamentaría haberla encontrado.

46.

Bortai despertó. El dolor había desaparecido y el niño seguía dentro de ella. A través de la abertura del carro cubierto pudo ver que empezaba a clarear. Los soldados estarían reuniendo el botín y decidiendo qué cautivos podían seguir con vida. De pronto, alguien subió al carro.

—Khokakhchin-eke —murmuró Temujin.

—Habla despacio —respondió la anciana—. La Ujin todavía duerme. —La anciana se arrastró hasta la salida, pero Bortai no se movió—. Pobre niña, tuvo que soportar muchas cosas después que fuerais tan cruelmente separados. Pero eso ya pasó.

—Sí. —A sus oídos llegaban los lamentos de los que agonizaban—. Ahora dime qué le ocurrió a mi esposa.

Khokakhchin permaneció en silencio durante un rato. Después, dijo:

—La entregaron a un hombre llamado Chilger-boko.

—Eso me dijeron. —La voz de Temujin era inexpresiva.

—Era más amable con sus caballos y ovejas que con la Ujin. La golpeaba a menudo. Hubo veces en que temí que la matara, a ella y al niño.

—Maldito sea —dijo Temujin.

—Era un cuervo que creía que podía alimentarse con garzas en vez de ratas, pero ahora ha perdido a su garza.

—Cuando lo encuentre sufrirá una muerte lenta —dijo Temujin—. Cualquiera que lo proteja morirá, y me ocuparé de que toda su familia pague por lo que él hizo.

—Merecen sufrir —dijo la anciana—, y me alegra veros a ti y a la Ujin por fin reunidos. La has recuperado a tiempo para que tu primer hijo nazca en tu tienda. Nos enteramos de que estaba embarazada poco después de que fuésemos capturadas. Creo que fue la causa de que soportara los malos tratos a que la sometía ese hombre cruel.

Bortai se preguntó si Temujin creería en las palabras de la criada. ¿Estaría lo bastante feliz por tenerla otra vez a su lado como para aceptarlo? Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Tengo mucho que agradecer —dijo Temujin—. Es bueno que tú hayas estado con ella, Khokakhchin-eke —agregó con una voz extrañamente impasible—. Cuando mi esposa despierte, le dirás que aquéllos que la maltrataron jamás volverán a molestarla. Ahora que el cielo me ha devuelto a mi Bortai, ya no hablaremos más de esto. —Sus palabras sonaron como una orden.

Bortai tenía miedo de llamarlo, de mirarlo a la cara y ver en ella lo que verdaderamente encerraba su corazón. Mantuvo los ojos cerrados hasta que éI salió.

Cuando el sol estuvo más alto en el este, Temujin fue al carro de Bortai con algunos de sus hombres; los soldados que protegían a las dos mujeres lo aclamaron. El "anda" de Temujin, un hombre apuesto con pómulos salientes y ojos oscuros de mirada penetrante, lo acompañaba. Jamukha sonrió y habló de lo alegre que se sentía por haber hallado sana y salva a la esposa de su camarada, pero sus palabras sonaron falsas.

Temujin regaló a su esposa un tocado cargado de piedras y cuentas de oro, la envolvió en un abrigo de marta y después condujo el carro hasta el devastado campamento. A su paso, los soldados vitoreaban a la pareja y sostenían en alto las cabezas que habían cortado; Bortai no vio la de Chilger entre ellas.

Temujin la dejó con sus guardias y luego siguió adelante con su "anda" para encontrarse con Toghril. Antes de atacar a la gente de Khagatai el ejército buscaría a los que habían huido del campamento de Toghota. Los cautivos Merkit, en su mayoría mujeres y niños, desarmaban las tiendas mientras algunos jinetes reunían los rebaños. Bortai, los cautivos y los rebaños emprenderían pronto el camino hacia el sur con parte del ejército, mientras el resto de la fuerza atacaba a Khagatai. Ella volvería al campamento de Temujin con esclavos Merkit para servirla.

Los hombres lanzaban gritos de alegría. Bortai, sentada en el carro con Khokakhchin, agradecía que el grueso abrigo ocultara su viente. Su esposo había reunido aquel ejército para conseguir un trofeo sin mácula, no una esposa que en sus entrañas llevaba el hijo de un enemigo. Sin embargo, ese triunfo también le daría más poder y lo haría temible, y tal vez fuese esa la verdadera razón por la que había luchado.

—¡Hermana! —Belgutei se acercó a caballo; Bortai deseaba tenderse en el carro y descansar. El joven jadeaba y su caballo estaba reluciente de sudor—. He buscado a mi madre y no puedo encontrarla. Me dijeron que estaba en el campamento. ¿Puedes decirme qué ha ocurrido con ella?

Bortai miró a Khokakhchin, pero la anciana permaneció en silencio. De pronto, tuvo la absoluta certeza de que Belgutei nunca volvería a ver a Sochigil-eke, y se quedó sin saber qué decir.

—No he dormido —continuó Belgutei—. He buscado por todas partes.

Él no querría escuchar la verdad. Bortai recordó la necia actitud de aceptación de Sochigil mientras hablaba de su captor Merkit. Sochigil había estado satisfecha de su cautiverio.

—Tu madre es una mujer orgullosa —dijo Bortai—. Le avergonzaba verte después de haber sido obligada a yacer con un Merkit. Prefirió huir antes de que tú vieras su deshonra.

Khokakhchin la miró fijamente. Belgutei sacudió un puño.

—Los que la apresaron morirán. Derramaremos la sangre de todos los Merkit que atacaron nuestro campamento.

—Que así sea —murmuró Bortai. Cuando Belgutei se marchó, la joven se apoyó en la criada y dijo—: Con mis palabras di más honor a su madre del que supe darme a mí misma.

—¡Ujin! Ninguna deshonra te mancha. La venganza de tu esposo demuestra hasta qué punto él te honra.

En el campamento, las mujeres gritaban mientras los soldados celebraban su vistoria; Bortai deseaba taparse los oídos con el abrigo de marta. Sintió un nudo en el abdomen, su vientre había bajado un poco. Era posible que el niño fuera expulsado antes de tiempo y que fuera demasiado débil para sobrevivir. Tal vez Temujin agradeciera su muerte.

Era el hijo de ella; él tendría que aceptarlo. Se cubrió el vientre con la mano y deseó fervientemente que el niño viviera.

El parto de Bortai comenzó en cuanto dejaron atrás la cordillera Kumir, mientras bordeaban las montañas en dirección al sur. Cuando avistaron el campamento de Temujin al pie del monte Burkhan Khaldun, ya había roto aguas y el líquido le empapaba los muslos. Los dolores se presentaban muy seguidos cuando Khokakhchin y otras mujeres terminaron de levantar una tienda para ella. La anciana criada permaneció a su lado. La criatura nació durante la noche.

—Un hijo—susurró Khokakhchin mientras fuera del "yurt" se oía el canto de un chamán que señalaba la posición de las estrellas.

Bortai no miró a su hijo cuando la anciana se lo trajo, porque sabía que no vería en él nada de Temujin. El niño chillaba con bríos; aun cuando se había dado mucha prisa en llegar al mundo, su pequeño cuerpo era fuerte. Muy pronto todo el campamento se animaría con la noticia del primer hijo de Temujin, otra causa de regocijo.

Bortai puso al niño en su pecho y él empezó a mamar. Se preguntó si podría amarlo verdaderamente, pues siempre le recordaría su cautiverio, pero supo que debía hacerlo. El niño la necesitaría todavía más si el corazón de Temujin no lo aceptaba.

47.

Hoelun observó el bosque de lanzas que avanzaba hacia ella. Un hombre a pie, con un yugo en torno al cuello, había sido atado a una larga fila de cautivos que marchaba delante de los jinetes. Unos días antes habían llegado al campamento varios mensajeros anunciando la última victoria de Temujin. Los Merkit estaban muertos, cautivos o dispersos, sus tiendas destruidas sus estandartes mancillados. El hombre uncido al yugo era su jefe Khagatai Darmala, que había sido obligado a encabezar el ejército triunfante en su regreso a las tierras próximas al Burkhan Khaldun.

Finalmente localizó a Temujin. Su tío Daritai cabalgaba a su lado; había acudido a luchar con su sobrino respondiendo a un pedido de Jamukha. El hermano de Yesugei lo había hecho porque pensaba sacar partido de ello, pero Temujin seguramente le diría a su madre que no tenía sentido seguir resentido con Daritai.

Varios niños, entre los que se encontraban Temulun y Temuge, cabalgaron hacia los hombres, gritando saludos de bienvenida. Hoelun se volvió, fue más allá de las mujeres que preparaban el banquete, y entró en su "yurt". Temujin no iría a visitarla de inmediato, pues sería una manera de recordarle que había hecho mal al dudar de él. Tal vez permitiera que volviera a aconsejarlo, pero ella no creía que tomase en cuenta sus palabras. Le alegraban los logros de Temujin, aunque sabía, con dolor, que él ya no la necesitaba.

Khasar y Belgutei fueron a la tienda de Hoelun con algunos camaradas para compartir con ella el banquete. Los jóvenes se sentaron en cojines mientras las tres eselavas Merkit de Hoelun servían cordero y "kumiss".

Khasar levantó su cuerno.

—¡Bebo a la salud del primer hijo de mi hermano!

Los otros también alzaron sus cuernos y jarros.

—Me han dicho que nació hace un mes, en cuanto mi hermana Bortai estuvo a salvo entre vosotros —agregó Khasar.

Hoelun asintió. Había contado mentalmente los meses; el niño podía ser de Temujin.

—Temujin está preparando su ofrenda a los espíritus de la gran montaña en agradecimiento por esta victoria —continuó Khasar—. Toghtoga y Dayir consiguieron huir, pero Khagatai sufrirá por ellos. Temujin piensa sacrificarlo en la montaña. Es posible que le muestre cierto respeto permitiendo que los caballos lo pisoteen, en vez de decapitarlo. —Los otros hombres se rieron—. Toghril Kan está conduciendo a sus hombres de regreso a sus tierras, y Jamukha acampará cerca de nosotros. Temujin no desea separarse de él, y todos seremos más fuertes si permanecemos juntos.

—Sin duda —dijo Hoelun, preguntándose cuál de los dos sería el jefe más poderoso. La victoria de su hijo lo uniría aún más a su "anda", pero él ignoraría todas las dudas de su madre.

Belgutei miró cavilosamente la bebida que contenía su cuerno. Hoelun se acercó a él.

—Lo siento —murmuró—, lamento que no encontraras a tu madre.

—Los Merkit ya han pagado por ello —dijo Belgutei, y dejó escapar un suspiro—. Encontramos a casi todos los hombres que nos atacaron el último verano. Ahora Khasar y yo tendremos esposas, Hoelun-eke. —Sonrió brevemente y volvió a fruncir el entrecejo—. Me habría gustado dar con el canalla que se apoderó de la esposa de Temujin, pero sin duda morirá muy pronto, vagando por los bosques sin nadie que lo ayude. Encontramos a su hermano, un cobarde llamado Chiledu. Yo mismo le clavé una flecha en el pecho, después de que sus dos hijos murieran delante de sus ojos.

Hoelun se sobresaltó, y después suspiró.

—Uno de los que habían atacado nuestro campamento pidió clemencia a cambio de delatar a sus camaradas —continuó Belgutei—. Me dijo que este Chiledu albergaba una vieja ofensa y que había sido uno de los que instaron a los otros a atacarnos. Hice que el delator creyera que le perdonaría la vida, pero después lo maté. Ese condenado Chiledu suplicó por la vida de sus hijos, pero yo…

Khasar hizo una seña a su medio hermano. Belgutei desvió la vista y bebió un poco de "kumiss". La mano de Hoelun se cerró alrededor de su copa de oro. Nunca había dicho a sus hijos el nombre de su primer esposo, pero Khasar debió de descubrirlo.

Era justo, se dijo. Temujin era más valiente que Chiledu: había recuperado a su esposa robada. No lamentaría la muerte del hombre que la había perdido, pues esa parte de su vida había terminado mucho tiempo atrás. Chiledu era el único responsable de su propia muerte; mucho mejor si la había olvidado. Sin embargo, todavía lloraba al hombre al que alguna vez había amado.

Dos hombres aparecieron en la entrada con un niño.

—Lo olvidaba —dijo rápidamente Khasar—. Este niño es un regalo para ti; se llama Guchu.

Ella lo observó: llevaba abrigo y gorro de marta, y botas de ante. No tendría más de cinco años, pero se mantenía erguido y la miraba abiertamente. Le indicó con una seña que se acercara. El pequeño avanzó unos pasos, se detuvo y la miró de frente.

—Soy la madre de Temujin.

—Lo sé, señora, pero no lo pareces. Se te ve tan joven…

Los hombres se echaron a reír.

—El niño sabe lo que debe decir —acotó uno.

—Estaba solo —agregó Khasar—. No encontramos a ningún miembro de su familia.

Hoelun le tomó la mano, pensando en todo lo que el niño había perdido. La campaña había terminado, las heridas debían curarse.

—Te quedarás conmigo, Guchu —le dijo—. Tengo cuatro hijos. Tú serás el quinto. A partir de este momento piensa en mí como tu madre.

—¿No seré tu esclavo? —preguntó Guchu.

—Serás mi hijo. Esta batalla ha terminado para ti. Ocuparé el lugar de la madre que perdiste, y mis otros hijos serán tus hermanos.

El niño apretó la mano de Hoelun contra su mejilla. "Que esto termine", pensó ella, consciente de que su deseo era inútil, que era inevitable que hubiera más guerras.

Tres días después de su regreso Temujin fue a la tienda de Bortai. Sus ojos eludieron los de ella mientras contemplaba la cuna que albergaba al hijo de su esposa. Los hombres que lo acompañaban rieron y alabaron la fuerza del niño cuando éste rompió a llorar.

—Tu hijo debe recibir un nombre —dijo Jamukhan. Su mirada cayó sobre Bortai.

A ella le disgustaba el modo en que la miraba, como si no fuera más que una esclava.

—Tengo un nombre para él —dijo Temujin. Sobre su boca había empezado a crecer un bigote fino como el de Jamukha; su rostro estaba tenso de fatiga, sus ojos enrojecidos. —Se llamará Jochi.—Rodeó con el brazo los hombros de su "anda"—. Ahora beberemos juntos a la salud de mi hijo.

Jochi, pensó ella, el Visitante, el Extranjero, el Huésped. Los hombres se sentaron mientras las tres esclavas Merkit les servían jarros de "kumiss". Bortai acunó al niño, calmando su llanto, sin decir nada mientras los hombres bebían y hablaban de los Merkit que habían matado, de los cautivos y los rebaños que habían conseguido.

Al cabo de un rato, Temujin los despidió; Jamukha fue el último en salir. Los dos se abrazaron en la entrada y Jamukha le susurró algo a Temujin antes de soltarlo.

Una de las Merkit bajó la cortina de la entrada. Temujin le hizo un gesto.

—Ve a la tienda de Khokakhchin-eke —le dijo—, y vuelve al alba. Quiero estar a solas con mi esposa.

La mujer salió del "yurt". Bortai se abrió la ropa y amamantó a Jochi. Temujin se acercó a ella y observó al niño con una expresión fría en el rostro. Bortai estuvo súbitamente segura de que su esposo sabía que el niño no le pertenecía. No la repudiaría, no después de haber librado una guerra por ella, pero tal vez decidiera convertir a otra en su esposa principal, como había hecho su padre cuando encontró a Hoelun-eke.

—Has obtenido un gran botín —logró decir ella.

—Sí. Me ofrecieron las prisioneras más bellas, pero ordené que fueran repartidas entre mis hombres, ya que he recuperado a mi bella Bortai y no necesito otra mujer.

Bortai estrechó a Jochi entre sus brazos.

—Un semental puede tener muchos potros con muchas yeguas —dijo—.

—Lo mismo opinan mis hombres, pero habrá otras batallas, y entonces tendré oportunidad de reclamar mi parte. Quería recompensar a los que me acompañaron en mi primera campaña. Conseguiré más seguidores cuando se corra el rumor de que soy generoso con mis hombres.

Ella ató al niño a la cuna y la hizo a un lado. Temujin miró fijamente al hijo de su esposa y dijo:

—Sólo preguntaré esto una vez y nunca más volveré a mencionar el tema. Debo saber si es mi hijo. Khokakhchin-eke asegura que lo es, y tal vez tenga razón, pero quiero que tú me digas la verdad.

Ella no pudo articular palabra.

—Si no lo sabes —continuó el joven—, si no tienes manera de estar segura, dímelo. Lo he reconocido como hijo mío y nadie dirá otra cosa. Lo que me digas quedará entre nosotros dos.

Él creería lo que ella le dijera. El niño podía llegar a ser tan alto como Chilger, pero Temujin también era alto; los oscuros ojos de Jochi eran iguales a los de su padre Dei. Deseaba decirle que el niño era de él, pero sentía un nudo en la garganta. La mentira se interpondría siempre entre ellos.

—Te diré la verdad. —Bortai irguió la cabeza—. Supe que no podía ser tuyo en cuanto me di cuenta que estaba embarazada. Deseaba creer que lo era, y después, cuando creí que nunca volvería a verte, me resultó más fácil admitir lo contrario.

—No deberías haber dudado de mí, Bortai.

—Era muy penoso soportar la esperanza. —La joven respiró—. Khokakhchin-eke jamás hablará de esto, y sólo hace nueve meses que me hicieron prisionera. El niño nació demasiado pronto, pero es tan vigoroso que nadie lo sospecharía… todos pueden creer que lo llevaba dentro cuando nos separaron.

—Creerán eso porque yo lo digo —dijo Temujin. Su rostro era tan inexpresivo que ella no podía siquiera imaginar sus pensamientos.

—Sé que no me humillarás —dijo Bortai—, pero comprenderé que tomes una nueva esposa y la pongas por encima de mí.

—Nadie ocupará tu lugar, Bortai. —Temujin se alejó de la cuna— Si no me hubieras instado a abandonarte, mis enemigos me habrían quitado la vida. Mi gente no murmurará que he librado una guerra por mi esposa sólo para que ella me diera un bastardo Merkit.

—Eres tan generoso conmigo como lo eres con tus hombres —susurró Bortai.

—Recuerda que te dije que quería que siempre me recibieras con alegría, que ninguna sombra se interpusiera entre nosotros. Mis enemigos han pagado por lo que hicieron, y tú olvidarás el tiempo que pasaste entre ellos. Este niño es mi primer hijo. Habrá otros, pero Jochi es el primero, y no me ocuparé menos de él que de sus hermanos

—Jochi —dijo ella—, el Extranjero.

—Extranjero porque creció dentro de su madre mientras ella era una cautiva, y un huésped al que hoy doy la bienvenida en mi tienda. Eso es todo lo que significa.

Se quitó el abrigo. Ella se incorporó, se quitó el tocado, los pantalones y las botas, y fue hacia la cama, cubriéndose rápidamente con la manta. Temujin se desvistió y se acostó junto a su esposa. La abrazó. Seguramente esperaba que ella lo recibiera, que lo excitara como lo hacía antes, pero la joven no pudo obligarse a extender la mano hacia él. Su cuerpo se puso tenso cuando Temujin la penetró; cerró los ojos, soportándolo, deseando olvidar. Chilger se interponía entre ellos, y tal vez fuera para siempre.

Él se estremeció, sin una palabra, después se retiró y acarició furtivamente el rostro de Bortai.

—No es lo mismo —dijo.

—No.

—Pasará. Las cosas volverán a ser como antes. —Había hecho un esfuerzo tan grande para recuperarla que tenía que creerlo. Se estiró junto a su esposa. Ella permaneció despierta, en silencio, escuchando la respiración profunda y regular de éI hasta que Jochi empezó a llorar, llamándola.

48.

Hoelun miró el campamento desde la colina. Los "yurts" moteaban el valle del Khorkhonagh; unas chispas brillantes danzaban en las columnas de humo que se alzaban de cientos de tiendas. El humo pálido, llevado por el cálido viento del verano, flotaba hacia las laderas de las montañas del oeste, impregnando el aire de olor a carne asada.

La tienda de Temujin estaba al norte del campamento, en el borde de un círculo; la de Jamukha ocupaba el sitio de honor, al norte del círculo más próximo al de su hijo. Hoelun no alcanzaba a ver la tienda del límite sur. Todo esto pertenecía a su hijo… y a Jamukha, recordó.

Los dos jóvenes jefes habían cabalgado juntos hasta allí y se habían tratado como iguales desde que regresaron de la guerra. Hoelun había supuesto que Jamukha intentaría demostrar de algún modo que era un jefe más poderoso que Temujin. Había comandado el ejército y contaba con más seguidores, de modo que tenía motivos para reclamar el lugar más elevado. Temujin podía creer que él y su "anda" gobernarían juntos, pero ella no podía aceptarlo.

Miró hacia la derecha, donde la esposa de Jamukha, Nomalan, estaba sentada junto a Bortai. Nomalan Ujin tenía la cabeza inclinada hacia adelante y parecía tan temerosa de su esposo como se decía que lo estaban sus hombres. Bajo el tocado cuadrado, su rostro era pequeño, y su cuerpo, a pesar de que llevaba un niño dentro, era delgado bajo el abrigo.

Esa muchacha, pensó Hoelun, poseía un espíritu débil. Las mujeres murmuraban que Jamukha rara vez iba a la cama de su esposa, ni siquiera antes de que ésta quedara embarazada. Bortai susurró algo a Nomalan mientras acunaba a Jochi. Temujin había aceptado al niño como propio; Hoelun se negaba creer que tal vez no lo fuera.

Temulun parecía inquieta.

—¿Cuánto falta? —preguntó en un susurro.

—Calla —respondió Hoelun.

Un pariente de Jamukha cabalgaba hacia la colina montado en un caballo castaño tomado a los Merkit; Khasar lo seguía a lomos de una yegua amarilla con crines negras.

Más arriba de las mujeres, Temujin y Jamukha estaban sentados a la sombra de un gran árbol. Detrás de ellos había cuatro chamanes cuyas bolsas con huesos resonaban al ritmo de sus movimientos. A Hoelun se le erizó la piel y se preguntó qué le habrían dicho los espíritus a los chamanes antes de que fijaran el día de la fiesta, y qué le dirían ahora a los hombres su hijo y el "anda" de éste.

Los dos jefes se pusieron de pie y los guerreros que llenaban el terreno entre la colina y el campamento guardaron silencio. Temujin alzó un brazo; Jamukha hizo lo mismo.

—Los ancianos nos dicen —gritó Temujin—, que cuando dos hombres hacen un juramento de "anda", sus vidas se hacen una sola.

—Mi "anda" y yo hemos luchado juntos —agregó Jamukha—. Es hora de que renovemos el juramento que nos hicimos de muchachos, y lo haremos aquí mismo, delante de todos vosotros.

Los hombres lanzaron gritos de aprobación.

—Somos hermanos —dijo Temujin—. Nada nos separará.

—Somos hermanos —gritó Jamukha—, y ninguno de los dos abandonará al otro. Por nuestras venas corre la misma sangre.

Un chamán ofreció a Temujin una copa de "kumiss". Temujin se pinchó un dedo con un cuchillo, dejó que la sangre cayera dentro de la copa y después se la entregó a Jamukha, que hizo otro tanto. Jamukha bebió y le devolvió la copa a su "anda"; Temujin se la llevó a los labios. Los hombres agitaron sus armas mientras los vitoreaban.

A pesar del calor, Hoelun sintió un escalofrío. Podía percibir los espíritus que los chamanes invocaban en las amplias sombras de las ramas del enorme árbol. Temujin hizo un gesto a su hermano. Khasar se adelantó llevando la yegua amarilla y después entregó a Temujin un cinturón recubierto de placas de oro.

Temujin alzó el cinturón.

—Renuevo mi jurmento obsequiando a mi "anda" este cinturón que conseguí en la tienda de Toghtoga Beki. —Deslizó el cinturón en torno a la cintura de Jamukha—. También le doy esta yegua, en la que ningún Merkit volverá a cabalgar. Ojalá sirva para incrementar la manada de Jamukha.

Jamukha hizo una seña a su pariente; el hombre se acercó con el caballo castaño y otro cinturón de oro.

—Renuevo el juramento que en su momento hice a mi "anda" —dijo el Jajirat—, ofreciéndole este cinturón del botín del campamento de Dayir Usun. —Le puso el cinturón a Temujin—. Y que esta yegua que tomé de nuestros enemigos sirva para incrementar la manada de mi hermano.

Se alzaron cientos de lanzas y el sol se reflejó en sus puntas, cegando por un instante a Hoelun; el rugido de los hombres la ensordeció. Los dos jóvenes montaron a caballo y dieron la vuelta a la colina mientras los hombres gritaban y pateaban la tierra.

—¡Nunca nos separaremos! —gritó Jamukha—. ¡Los que me siguen siguen también a Temujin! ¡Los que lo siguen son también mis camaradas!

—¡Somos un solo pueblo! —gritó Temujin—. ¡Como mi "anda" y yo somos uno!

Desmontaron, entrelazaron los brazos y subieron la pequeña colina. Los chamanes cantaron y batieron sus tambores. Las voces se alzaron en un canto gutural mientras Temujin y Jamukha bailaban juntos bajo las poderosas ramas del gran árbol.

—¿Sabes lo que significa esto? —susurró una voz dentro de Hoelun—. Alguna vez soñé danzar debajo de este árbol, como lo hizo mi tío con sus hombres". Era el espíritu de Yesugei. Khutula había danzado bajo ese mismo árbol cuando un kuriltai lo había proclamado Kan, y ahora su hijo hacía lo mismo, pero con Jamukha, como si ambos reclamaran el lugar de Khutula. Avistó a Daritai entre los hombres, serio y silencioso mientras los que lo rodeaban lanzaban vítores y golpeaban el suelo con los pies.

Jamukha y Temujin alzaban las rodillas al bailar. Los dos no podían ser Kanes. Un único sol brillaba en el cielo, un pueblo sólo podía tener un Kan. Hoelun sintió que los espíritus danzaban con los dos hombres bajo el árbol, que el mismo Khutula estaba allí, repitiendo su antigua danza. Llegado el momento, sólo un Kan gobernaría. Los espíritus de los ancestros de Temujin seguramente lo favorecerían; durante el banquete, ella quemaría grasa en las llamas de una hoguera para alimentar a esos espíritus. Hoelun bajó la cabeza y rogó que fuera su hijo el que gobernara.

Jamukha estaba sentado bajo el árbol, mirando hacia el sur, en dirección al campamento iluminado por la luna. A excepción de los guardias, los jinetes que vigilaban los rebaños en la llanura situada al pie de las montañas Khuldaghar y unos pocos celebrantes que se dirigían a sus tiendas, todo el pueblo dormía.

Temujin se movió a su lado, hundido en el inquieto sueño de la borrachera. Las yeguas que ambos se habían obsequiado pastaban un poco más abajo, al cuidado de Jelme.

Ahora ambos hombres estaban unidos; habían bailado y bebido con sus guerreros, se habían sentado juntos en el sitio de honor.

Más allá del gran árbol que los protegía, los fuegos del campamento del cielo centelleaban. El tío de Temujin, Daritai, había cantado las proezas de Khutula Kan mientras bailaban, pero había agregado un nuevo verso a la canción: "En el Cielo —había entonado—, hay un sol y una luna". Con esas palabras los había honrado a ambos. Gobernarían juntos, serían los primeros entre todos los jefes.

Temujin gruñó, después se quitó la manta con la que Jamukha lo había cubierto.

—Me arde la garganta —dijo. Jamukha le alcanzó un jarro —. ¿Cuándo hemos vuelto aquí?

—Al atardecer —le respondió Jamukha.

—Debo de haber bebido más de lo que recuerdo —dijo Temujin. Se sentó y puso un brazo sobre sus rodillas. Jelme los miró. Jamukha no deseaba ir al "yurt" donde su esposa Nomalan buscaría sus atenciones como un perro que esperaba que le dieran algún resto.

—Jelme espera tus órdenes —masculló Jamukha.

Hacía algunos días que Temujin no dormía con Bortai y pensó que ya era hora de regresar a su lado. Algunos todavía murmuraban que Jochi no era hijo suyo, pero sabían que si Temujin los oía eran hombres muertos. Su "anda" había pensado en Bortai al rechazar su parte de las más hermosas mujeres Merkit. Al parecer no era suficiente que la hubiera rescatado, sino que tenía que demostrar que no había perdido su estima. Jamás mujer alguna había sido honrada de ese modo.

A Jamukha la bebida lo ponía de malhumor. Había aceptado las cautivas que le correspondían como parte del botín para que sus hombres no sospecharan de él. Algunos podían solazarse con niños o jóvenes cuando estaban lejos de sus esposas, y otros violaban muchachos después de los ataques para inspirar miedo y hacer evidente su triunfo, pero todos despreciarían a un hombre que prefiriera eso a yacer con una mujer. Ahora deseó haber dado las muchachas Merkit a sus generales; podría haber parecido un gesto de generosidad, como el de Temujin.

Su "anda" le tendió su jarro, para que bebiera. Jamukha sacudió la cabeza.

—Jelme se quedará allí sentado toda la noche si no le dices que se marche —dijo.

Temujin se puso de pie, bajo la colina con paso inseguro y después regresó junto a Jamukha.

—Quiero dormir aquí —dijo—, bajo el árbol, donde hicimos nuestro juramento.

El malhumor de Jamukha se disipó.

—También yo —respondió.

Temujin gritó una orden a Jelme. El Uriangkhai cogió las riendas de las yeguas y se dirigió hacia el campamento.

—Podrías haberle dicho que se fuera más temprano —dijo Temujin mientras volvía a sentarse—. Ahora también eres su jefe. Debía de estar deseando reunirse con la mujer que le di de mi parte del botín.

Temujin bebió. Estaban cerca del campamento, de modo que no habría peligro en pasar la noche allí. Jamukha no había visto rastros de depredadores, y sentía que los espíritus que habían invocado aún seguían junto a ellos, protegiéndolos.

Pensó en lo que les esperaba. Era probable que más clanes y tribus desearan unirse a ellos; los que pensaran de otra forma serían sometidos. Los Merkit dispersos probablemente se reagruparían y quizá fuera necesario emprender otra campaña contra ellos. Los tártaros tal vez atacaran si empezaban a temer a los clanes mongoles. Temujin y él ya habían hablado antes de todo eso.

Temujin terminó su "kumiss", después se tendió bajo la manta, dejando la mitad libre para que se cubriera Jamukha.

—Cuando saliste en mi defensa la primera vez que nos encontramos, supe que eras mi amigo —dijo Temujin con la voz levemente aguardentosa por la bebida—. Nunca dudé de que me ayudarías a combatir a mis adversarios, porque recordaba al muchacho que me hizo un juramento cuando mi familia estaba sola y sin amigos.

Jamukha se tendió junto a él y se cubrió con la manta. Así habían dormido cuando eran muchachos, en una sola cama, con una sola manta para los dos. Una nostalgia feroz lo invadió al recordar aquellas noches. Temujin había aceptado sus caricias entonces, satisfecho con la manera en que ambos podían darse mutuo placer con las manos, pero tal vez ahora lo considerara un juego de niños, algo que se dejaba de lado al crecer.

Con un brazo rodeó la cintura de su amigo. Su "anda" suspiró, pero no intentó liberarse. Los unía un lazo sagrado; cualquier cosa que hicieran ahora en el lugar donde habían proclamado su hermandad sólo serviría para fortalecer el vínculo. Él tendría el amor más puro que quería, y Temujin estaría aún más cerca de su "anda".

Jamukha bajó la mano. El miembro de Temujin ya estaba erecto. Deslizó los dedos debajo del pantalón y su mano fuerte y callosa rodeó el pene de su amigo. Temujin no había olvidado.

Al cabo de unas pocas caricias Jamukha derramó su semilla y gimió cuando sus dedos apretaron el miembro de Temujin. Éste jadeó y su semilla mojó la mano de su "anda". Ahora ya no necesitaba otra cosa; por un tiempo podían compartirse de este modo, hasta que los Noyan elevaran a Jamukha al lugar de Khutula. Sin duda lo elegirían a él, pero Temujin estaría siempre a su lado. Entonces, sería suyo por completo, le juraría lealtad y se entregaría a él.

Abrazó a su amigo hasta que supo que se había dormido. Ahora que se habían hecho esa mutua ofrenda nada podía separarlos. Eran una sola persona.