Alejandría, abril de 183 a.C.

Lelio se encontró en una estancia repleta de rollos de papiro. No había una sola esquina donde se pudiera ver la pared. Incluso en el alféizar de la ventana que iluminaba el cuarto estaba lleno de volúmenes amontonados unos sobre otros con cuidado. El griego de Lelio era esencialmente hablado y con fines comunicativos y leerlo le costaba mucho, pero como el gran bibliotecario de Alejandría tardaba en llegar, Lelio se entretuvo descifrando algunas de las etiquetas que colgaban de los rollos que le rodeaban. Homero, Eurípides, Hesíodo, Píndaro, Alemán, Platón, Alceo, Safo, Anacreonte, Estesícoro, íbico eran algunos de los nombres que con paciencia iba desentrañando de entre aquel océano de textos. Sobre la mesa se acumulaban decenas de volúmenes del mismo autor: Menandro. Aquel nombre le sonaba. Estaba casi seguro de que Publio lo había mencionado alguna vez como uno de los autores griegos que le gustaban a él y a Plauto, pero en todo lo referente a la literatura, sus memorias eran siempre confusas. A la derecha de aquellos volúmenes en la misma mesa, el viejo ex cónsul desentrañó el título de un texto que el propio bibliotecario estaba escribiendo: Hypotheseis. Más allá de eso Lelio no acertó a entender bien lo que seguía. El manuscrito, en letra pequeña, resultaba difícil de leer para alguien no familiarizado con el griego. Lelio volvió de nuevo su mirada hacia los rollos del alféizar.

–Hoy mismo tengo que retirar esos volúmenes de allí. Mis huesos me dicen que va a llover -se escuchó a la espalda de Lelio. El ex cónsul se volvió y descubrió a un hombre aún más viejo que él, quizá tuviera diez años más, ¿unos setenta y cinco? El anciano se presentó mientras tomaba asiento detrás de la mesa-. Soy Aristófanes de Bizancio. Me han dicho que querías hablar conmigo. – E hizo una señal invitando a Lelio a sentarse en un pequeño taburete frente a la mesa. Lelio aceptó con agrado.

–Yo soy… -empezó el ex cónsul, pero Aristófanes le interrumpió.

–Cayo Lelio, general de las legiones de Roma, ex cónsul, mano derecha de Publio Cornelio Escipión. Lelio se mostró sorprendido.

–No pensaba que un bibliotecario pudiera conocer mi nombre. Estoy impresionado.

Aristófanes sonrió con cierta condescendencia, pero sin acritud.

–Bueno, el bibliotecario de la Gran Biblioteca de Alejandría no es un bibliotecario cualquiera y además de conocer el pasado es también obligación mía estar al corriente de los sucesos relevantes del presente. Pero el ex cónsul de Roma habla griego. Yo también estoy impresionado.

–Lo hablo poco y mal, como habrás comprobado.

Aristófanes le miró con más atención antes de responder.

–Veo que el ex cónsul es un hombre que conoce sus limitaciones. Eso es muestra de inteligencia.

Lelio se quedó admirado de cómo alguien podía decirle a la cara que, en efecto, su forma de hablar griego no era muy buena y, sin embargo, tornar en halago lo que podía ser una afrenta. Aristófanes retomó la conversación.

–¿Y en qué puede ayudar un bibliotecario viejo como yo a un general victorioso de Roma? Supongo que deseas consultar algún rollo. Estaré encantado de facilitarte el acceso, aunque he de confesar que me sorprende el interés de un general por los textos escritos de nuestros antepasados. ¿Quizá algún mapa? Tenemos la magnífica colección Eratóstenes.

Lelio carraspeó.

–Sí, he oído hablar de sus mapas. Sí, sería interesante consultar los originales, pero en realidad no he venido a consultar nada específico… más bien… venía a aportar unos documentos para la biblioteca. – Y Lelio extrajo de debajo de su toga viril hasta ocho pequeños rollos que llevaba en una bolsa de cuero y, con cuidado, los depositó sobre la mesa del bibliotecario. Aristófanes de Bizancio tomó uno de los rollos y, con la habilidad de quien no hace otra cosa en su vida, desplegó con rapidez el principio del rollo que venía marcado con el número I. Lelio, al principio, dio un respingo, pero pronto se dio cuenta de que nadie trataría con mayor cuidado un rollo de papiro que aquel anciano que tenía delante.

–En griego -dijo Aristófanes levantando las cejas en señal de aprobación, y empezó a leer en voz alta despacio-. «He sido el hombre más poderoso del mundo pero también el más traicionado.»

–Son las memorias de Publio Cornelio Escipión, el mayor general de Roma -explicó Lelio mientras Aristófanes dejaba el rollo entreabierto, con cuidado, sobre la mesa y miraba atento al ex cónsul-. Escipión ha sufrido muchos ataques personales en Roma en la última parte de su vida. El general pensó que era conveniente que él mismo dejara su punto de vista sobre todos esos acontecimientos y sobre las guerras del pasado en Hispania, África y Asia para que así también en el futuro se pudiera oír su voz y no sólo la de sus enemigos.

–Como Catón -apostilló Aristófanes. El bibliotecario se percató de que sólo el hecho de pronunciar el nombre de aquel senador romano fue como si le hubiera asestado un puntapié en el bajo vientre al ex cónsul que tenía delante, pero observó como Cayo Lelio se contenía y se limitaba a asentir con la cabeza.

–Es por causa de sus enemigos políticos que he decidido traer estos rollos hasta Alejandría. Publio, Escipión quiero decir, tenía miedo de que si se conocía la existencia de sus memorias alguien pudiera querer destruirlas. Por otro lado he pensado que también deben estar accesibles para aquellos que quieran obtener una visión completa del pasado reciente de Roma, por eso concluí que la Biblioteca de Alejandría era el sitio adecuado para estas memorias, siempre y cuando se aceptara custodiarlas con discreción.

Aristófanes asintió mientras respondía.

–La Biblioteca de Alejandría es el sitio adecuado. Las custodiaremos con discreción. No divulgaremos su existencia y seré yo o mis sucesores en el cargo los que decidan quién puede acceder a este documento. De ese modo lo preservaremos de la larga mano de los enemigos del general.

Cayo Lelio se sintió agradecido y aliviado, pero a la vez le surgió la duda de por qué el bibliotecario se mostraba tan colaborador.

Aristófanes leyó la duda en el entrecejo del ex cónsul y decidió relajar al veterano guerrero.

–Me consta el interés de Escipión por las obras griegas y de que ha promovido la cultura helénica en su círculo de amigos y clientes en Roma. El hecho de que haya escrito las memorias en griego atestigua su interés por dar a conocer su opinión y su reconocimiento del griego como lengua de cultura. Todo eso, a mi entender, le hace merecedor de un espacio en esta gran biblioteca.

Lelio se sintió satisfecho con la explicación.

–Bien -dijo, y se levantó con la decisión propia de un hombre acostumbrado a no perder ni hacer perder el tiempo a nadie-; creo que no debo abusar más de un hombre que tiene tanto que leer y que escribir.

Aristófanes se levantó en señal de respeto y estuvo a punto de recordar el tema de los mapas de Eratóstenes, pero su intuición le decía que la mente del ex cónsul estaba ocupada en otros asuntos, de modo que permaneció en pie sin decir nada hasta que el veterano guerrero abandonó la estancia. Luego se sentó de nuevo sobre su modesta silla, tomó con cuidado el primer rollo de las memorias de Escipión y reemprendió la lectura del manuscrito con interés. El griego no era el de Aristóteles ni mucho menos, pero era correcto y sencillo. El general no había querido embellecer su relato, sino sólo narrar los acontecimientos de su intensa vida. Desde la perspectiva del gran bibliotecario de Alejandría, ésa era una sabia elección.

La caída del sol sorprendió a Aristófanes de Bizancio en la penumbra de la estancia con el volumen último del general romano en las manos. Era imposible seguir leyendo y se había prohibido a sí mismo, por seguridad, encender velas en aquel cuarto atestado de documentos valiosos. Estaba cansado. Al amanecer terminaría de leer aquellas memorias. Era la historia reciente del mundo escrita por uno de sus más importantes protagonistas. Merecían su atención y, sin duda, atraerían la atención de generaciones futuras. Debían preservarlas bien.

De la gran Biblioteca de Alejandría, Lelio se dirigió al puerto. Llegado a los muelles y, siguiendo las indicaciones que recibiera en una carta antes de salir de Roma, encontró una calle en la que se levantaban amplias casas pertenecientes a los mercaderes que se enriquecían con el dinero del comercio del trigo. Ante una de esas casas se detuvo el veterano ex cónsul de Roma. Llamó a la puerta, un esclavo abrió y le indicó que esperara en el vestíbulo. Al instante, Casio, un hombre gordo, orondo, algo más joven que Lelio, pero pasada ya la cincuentena de años, bajó y saludó efusivamente al ex cónsul.

–¡Por Castor y Pólux, el mismísimo Cayo Lelio, aquí en Alejandría! Esto sí que son buenas noticias. ¿De paso o para quedarte entre nosotros?

–Aún no sé si me quedaré unos días o quizá más tiempo, Casio -respondió Lelio contento de reencontrarse con otro guerrero como él, alguien con el que se sentía cómodo después de muchas semanas de viajes, primero desde Literno a Roma y después de Roma a Alejandría.

–Pero pasa, pasa -invitó Casio-. Ésta es una humilde morada, pero aunque modesta, mejor así, no atrae uno a ladrones y aprovechados, no me privo de nada, y Cayo Lelio es más que bienvenido a compartirlo todo conmigo. ¿Qué deseas? ¿Vino? ¿Comida? ¿Mujeres? Te advierto que tengo las mejores esclavas de Alejandría. – Y lanzó una fuerte carcajada.

–Algo de vino estaría bien.

Casio dio un par de palmadas al tiempo que vociferaba entrando en el atrio de aquella residencia.

–¡Vino, por todos los dioses, vino, que tenemos invitados en esta casa!

Dos hermosas esclavas, jóvenes, de tez morena pero diferentes a las egipcias, trajeron vino y copas.

–Son iberas -aclaró Casio en voz baja a Lelio-. Las traje conmigo desde Hispania. Es el mejor botín de guerra que he conseguido jamás. – Y volvió a reír con potencia.

Tras unos minutos de conversación intrascendente, Lelio fue directo al asunto que le traía allí.

–Quiero saber, Casio, qué ha sido del dinero que te he enviado todos los años.

Casio, nada más mencionarse la palabra dinero, dejó la copa que sostenía en la mano, se puso serio y adoptó una actitud de mercader profesional.

–Por supuesto. Ese dinero lo ofrecí a la mujer que me dijiste y le expliqué que cada año recibiría la misma cantidad y más si lo solicitaba, tal y como me comentaste en tus cartas.

–¿Y bien? – indagó Lelio.

–Pues, la mujer al principio no, pero luego ha venido cada año a por la cantidad convenida. Muy hermosa, por cierto, aunque claro, ya es mayor, pero los primeros años he de confesar que tuve que contenerme para no hacerle proposiciones deshonestas, pero claro, tratándose de una amiga de Lelio no podía interferir. – Y sonrió, pero se contuvo y no lanzó una carcajada; Lelio permanecía muy serio-. Eso es lo que ha pasado con tu dinero. Le hacía firmar recibos. Si quieres verlos los tengo…

–No es necesario -le interrumpió Lelio-. Siempre has sido honrado. Tu palabra me basta.

Casio se sintió reconfortado por aquella confianza. Eso azuzó su memoria.

–También vino una vez a enviar una carta a Escipión -dijo el mercader con cierta admiración.

–La carta llegó. Hiciste bien en hacerla llegar.

Casio estaba henchido de orgullo, el suficiente para acallar su curiosidad que le pedía preguntar sobre la importancia de aquel mensaje, pero la sequedad en la respuesta de Lelio no invitaba a seguir en esa dirección.

–También vino un día a rezar.

–¿A rezar? – preguntó Lelio extrañado.

–Sí.

Se hizo el silencio. A Lelio le pareció peculiar aquello, pero Netikerty era así: imprevisible. No le concedió más importancia a ese asunto y volvió a su habitual estilo directo.

–¿Sabes dónde vive esa mujer? – inquirió el ex cónsul.

–Bueno, sí. La verdad es que tampoco se oculta. Siguiendo tus instrucciones decidí asegurarme de que vivía sin ser molestada y el primer año la hice escoltar hasta su casa, e igualmente el resto de años, para que no le robaran de camino a su casa. Vive en una humilde casa, en el barrio de los nativos egipcios, justo a la ribera del Nilo. Es un lugar tranquilo si eres egipcio. En estos días todo anda revuelto, especialmente desde que Antíoco atacó Egipto hace unos años y el faraón decidió rearmar a los nativos; ahora no les gusta ver extranjeros por ese barrio, pero como la mujer es egipcia, nadie la molesta.

Lelio asintió. Se sentía más tranquilo. Bebió el vino que le quedaba en su copa y se levantó.

–¿Puede acompañarme uno de tus esclavos hasta ese lugar?

Casio se levantó también, aunque lo pesado de su barriga hizo que sus torpes movimientos requirieran de bastante tiempo para poder imitar al ex cónsul.

–Siempre tan al grano. Está visto que los años no pasan por ti, siempre en tensión. Sin descanso. Sí, claro, por supuesto. – Y dio una nueva palmada. Un hombre egipcio, de unos cuarenta años, apareció en el umbral de la puerta del vestíbulo-. Es mi atriense, lleva conmigo varios años. Habla demótico, griego y algo de latín. Es de confianza. Él te conducirá. – Y dirigiéndose al esclavo añadió una orden hablándole pronunciando cada sílaba, como si su interlocutor fuera tonto-. Acompañarás a este amigo a la casa de la mujer que viene cada año a por el dinero que llega de Roma. Indícale dónde está su casa y obedece a este hombre en todo lo que te diga.

–Sí, mi amo.

Casio, desde la puerta de su casa, vio a Cayo Lelio alejarse con su habitual paso rápido y resuelto adentrándose en el corazón de la ciudad.

El atriense se detuvo al principio de una calle y en un mal latín explicó a Cayo Lelio que la última casa, la que estaba más próxima al río, era la de la mujer que buscaba. A Lelio, que había visto como aquel esclavo le había conducido con presteza por las amplias avenidas primero y luego por la compleja red de estrechas calles junto al río, no le pareció que aquel atriense fuera tonto.

–Bien. Espérame aquí.

Lelio caminó descendiendo por la calle, pues allí todas las travesías bajaban hacia la ribera del Nilo como si cada callejuela fuera parte de una pléyade infinita de minúsculos afluentes que terminaban en la planicie inmensa del gran río. Cayo Lelio se detuvo frente a la puerta de la que debía ser la casa de su antigua esclava Netikerty.

Netikerty.

El nombre de la mujer que una vez llegó a amar. Cayo Lelio inspiró profundamente. Se sentía estúpido por estar nervioso. Él era un ex cónsul de Roma y aquélla era sólo una egipcia que en el pasado fue esclava suya, a la que manumitió y perdonó la vida más por el deseo de Escipión que por el suyo propio. Luego, pasados los años, agradeció que Publio le hubiera obligado a actuar de esa forma. Tener a su propio hijo le había cambiado la perspectiva de las cosas. De pronto todo gira en torno a tu pequeño vastago y te das cuenta de que los odios y envidias o luchas o guerras del pasado, todo parece insignificante en comparación con tu ansia por proteger a tu hijo. Todo eso se lo debía a su joven esposa muerta. Una matrona sin tacha a la que nunca llegó a amar, pero a la que respetó y trató con toda la dignidad que supo por deferencia a Escipión, a la familia de su esposa y a ella misma. Lelio no deseaba el mal de nadie, pero realmente amar, lo que era amar sin límite, eso sólo lo había conocido una vez aunque entonces, como les ocurre a muchos hombres, o eso había leído Lelio en algún sitio, no se había dado cuenta. Y, sin embargo, ahora estaba a punto de volver a ver a esa mujer que, sí, era cierto, sólo fue una esclava y él era todo un poderoso ex cónsul de Roma, pero ¿qué importaba todo eso cuando se trataba del amor, de la vida o la muerte? La mente de Cayo Lelio era un confuso torbellino de sentimientos y sensaciones cuando reunió el coraje para golpear con sus nudillos sobre la madera vieja de aquella puerta.

Sus golpes secos resonaron en su interior aunque en aquella calle angosta apenas se oían por encima del murmullo constante de conversaciones, carros, gritos de niños o de mercaderes, risas, y voces en todo tipo de lenguas que conformaban el bullicio permanente de las arterias de Alejandría.

La puerta no se abrió y Lelio golpeó una vez más, sólo un golpe, como quien duda si es mejor volver a llamar o no, de modo que lo hizo dándose ya un poco la vuelta, suspirando, pensando que quizá todo aquello era una tontería y que, a fin de cuentas, había hecho lo que había venido a hacer: había puesto a buen recaudo las memorias de su gran amigo, del general de generales. Ahora sólo le restaba regresar a Roma y cuidar de su hijo, protegiéndole del incansable acoso de Catón y sus secuaces. Sí, debía reunir fuerza suficiente en su pecho para afrontar esa última guerra. Una guerra intestina y silenciosa que se lucharía en el Senado, debate a debate, y luego en innumerables fronteras. Debía educar a su hijo con inteligencia y con energía pues sólo así podría sobrevivir.

En ese momento, la puerta se abrió y Cayo Lelio se volvió de nuevo hacia el umbral. Una mujer madura estaba bajo la luz del sol que caía sobre ella acariciando con sus rayos una piel oscura acostumbrada a aquellos baños de calor intenso de la emergente primavera egipcia.

Lelio no dijo nada. La mujer tampoco.

Se limitaron ambos a observarse durante unos lentos instantes, sin prisas. Al fin, la mujer habló primero: -Ha pasado mucho tiempo, general.

Él asintió aún sin hablar. Netikerty había empleado la palabra general para referirse a él. No le pareció mal. Ya no era su amo y le gustaba que le recordara como alguien poderoso.

–Mucho tiempo, en efecto, Netikerty -respondió él exhalando aire con parsimonia-, ¿puedo pasar?

Ella no habló, pero se hizo a un lado facilitando que Lelio entrara en su casa. El ex cónsul de Roma paseó su vista por la estancia y descubrió cosas que le extrañaron. Había ropa por limpiar en una esquina, amontonada con cuidado y ropa limpia al lado doblada, pero lo curioso es que no sólo había túnicas de mujer, sino otras mucho más grandes que no podían valer para Netikerty y otras más manchadas, y varios pares de sandalias, algunos apropiados para la mujer que fue su esclava, pero otros eran, al igual que algunas túnicas, mucho más grandes. Eran sandalias de hombre y de un hombre grande y fuerte. Contempló entonces la faz de Netikerty y, a la luz del sol que entraba por una pequeña ventana, reencontró unas facciones de contornos suaves con muy pocas arrugas pese a la edad y los trabajos de la vida; un rostro atractivo pese a los años como el de quien se hace mayor al amparo del paso de un tiempo que le trata a uno con ese cariño que sólo reserva para las personas que envejecen con una conciencia tranquila. Lelio se sentó en una silla. Netikerty se situó junto a la ventana. Y no sólo su faz, sino el cuerpo esbelto, delgado, que se adivinaba bajo la túnica de la mujer la seguían haciendo claramente atractiva para cualquier hombre. Era normal que viviera con alguien y, en cierto modo, Lelio se alegró de saber que no estaba sola, que alguien la protegía, aunque a la vez sentía una rabia extraña que le corroía las entrañas, pero nada podía hacerse. Ya no era su esclava.

–Veo que vives con alguien -dijo Lelio.

Netikerty, más por ocupar sus manos y su mente que por ser hospitalaria, se entretuvo vertiendo agua en un vaso y cortando unos trozos de queso que ofrecer a su inesperado invitado.

–Sí.

–¿Te trata bien? – inquirió Lelio mientras tomaba un pedazo del queso que Netikerty le acercaba en plato de arcilla.

–Sí, me trata bien. Es un buen hombre y es alto y fuerte. Y me protege, sí.

–Entiendo. – Lelio dejó el queso de nuevo en el plato. De pronto ya no tenía hambre. Había pensado en quedarse y hablar un rato, pero ahora todas las palabras pesaban una barbaridad y moverlas era costoso. Hizo un último intento-: Casio me dijo que le has visitado poco, alguna vez por dinero y una vez, creo que dijo, ¿para rezar?

–Para hacer una plegaria a los dioses romanos, sí. Una vez -dijo Netikerty, y estaba a punto de contarlo todo, de decirlo todo, de sincerarse, pero sentía que Lelio no estaba allí con su mente y no estaba segura, una vez más, de qué era lo correcto.

Lelio se levantó y se aproximó a la puerta mientras decía las que debían ser sus últimas palabras en aquella casa a la que, ahora estaba seguro, nunca debía haber ido; el pasado es mejor dejarlo como está y no tocarlo.

–De todas formas, seguirás teniendo dinero en casa de Casio por si alguna vez te hace falta. – Y, sin mirar atrás, encaró la puerta para salir. Netikerty, a su espalda, tomó con una mano el vaso de agua que Lelio ni tan siquiera había probado y el plato de queso con todos sus trozos intactos y fue a decir algo, pero para cuando levantó la vista, Cayo Lelio ya había desaparecido y ante sus ojos aún perplejos por aquella fugaz y sorprendente visita sólo estaba la luz blanca del sol. Netikerty corrió a la puerta y pensó en llamarlo y hablarle y decirle y contarle, pero al asomarse sólo vio la espalda de un hombre poderoso que se alejaba, una vez más, sin tiempo para aclarar nada, y sacudió levemente la cabeza, cerró los ojos y suspiró, y cuando volvió a abrirlos pasó algo extraño. Justo cuando Lelio alcanzaba el lugar donde le esperaba un esclavo que Netikerty reconoció en seguida como el atriense de Casio, por la esquina de la calle apareció la figura joven, alta y fuerte de su hijo Jepri. El muchacho, uniformado como soldado de la policía del Nilo, venía a casa de su madre, donde vivía, pues aún no había buscado esposa. Jepri y Cayo Lelio se cruzaron sin conocerse y Netikerty vio que Lelio miraba a aquel joven soldado y observó como el general de Roma volvía su cabeza y seguía con la mirada a Jepri, que caminaba sin detenerse hasta que debió sentir algo raro al ver que su madre miraba hacia lo alto de la calle, pero no hacia él, sino hacia alguien que estaba detrás de él. Jepri se detuvo entonces y miró por encima de su hombro. Las miradas de Jepri y Cayo Lelio se cruzaron un segundo. No se saludaron, no se dijeron nada, pero ni Jepri se sintió incómodo por que aquel oficial romano le mirara ni Lelio se puso nervioso. Los dos hombres dejaron de mirarse y Jepri continuó caminando hacia su casa donde su madre le esperaba. Lelio se quedó allí, petrificado, inmóvil observando como Jepri saludaba con un beso en la mejilla y usaba una palabra, que aunque él no podía entender egipcio, sin duda, significaba «madre». Observó también que el joven soldado tenía una larga cicatriz que se veía por la espalda desnuda de protecciones en medio del calor de aquella mañana y Lelio recordó una noche en la que se despertó con sueños extraños aterrado por que le hubiera pasado algo a su pequeño hijo en Roma y como Netikerty había ido a rezar a los dioses romanos en casa de Casio, y todo encajó en su mente en un momento, como un destello. Cayo Lelio miró hacia abajo, hacia la puerta donde Netikerty seguía inmóvil. Netikerty había dejado pasar a aquel joven hombre al interior de la casa, pero aún permanecía en pie y vio que su mejilla izquierda resplandecía por el reflejo de la luz del sol que, seguramente, provocaba una lágrima en su lento descenso. Lelio permaneció quieto, sin decir nada. El atriense, que no entendía qué pasaba sintió, con la agudeza del servidor inteligente, que aquél era un momento íntimo para aquel oficial romano y se alejó hacia lo alto de la calle. Lelio no se acercó ya a Netikerty ni volvió a verla nunca más, pero hizo dos cosas muy pequeñas y muy grandes al mismo tiempo: asintió levemente y sonrió con sinceridad. Netikerty se limpió la lágrima muda de su mejilla cálida por el sol y asintió a su vez a modo de respuesta. Luego entró en su casa y cerró la puerta sintiendo algo muy parecido a la paz.

Cayo Lelio se acercó al atriense.

–Llévame de vuelta a casa de Casio, rápido.

–Sí, mi señor.

Y esclavo y ex cónsul reemprendieron el camino de regreso hacia los muelles del puerto de Alejandría. Cayo Lelio avanzaba en silencio, ensimismado en sus propios pensamientos, rumiando con tiento si había hecho lo correcto o no, pero cuanto más vueltas le daba en su cabeza más se reafirmaba en que todo estaba bien. Aquel muchacho era un soldado de Egipto y su lugar estaba allí, en aquel país, en aquella ciudad, con su madre egipcia. Él tenía su propio hijo romano en Roma, a quien debía cuidar y educar. Ésa era su obligación y a ello debía dedicar sus últimos años. Eso sí, se aseguraría de que, por lo que pudiera traer el futuro, hubiera siempre dinero en casa de Casio para Netikerty, tal y como le había prometido. Ella no había pedido más, no había dicho más, luego debía de pensar que eso era lo mejor para todos y si recordaba algo de su relación con Netikerty era que aquélla era una mujer de gran agudeza para interpretar y entender a los hombres y su forma de ser. Todo estaba bien así. Y asentía con la cabeza en silencio mientras caminaba por las calles de la populosa Alejandría y se reafirmaba en su decisión: sí, el pasado es mejor no tocarlo, pero eso sí, era infinitamente agradable poder sentir que aquello que creía perdido para siempre, lo había recuperado. Había dedicado años a intentar olvidar a Netikerty, pero ahora, sin embargo, sabía que podría recordarla siempre porque el rencor de antaño había quedado borrado con un breve pero inmenso cruce de miradas.

133 Un discurso en el Senado

Roma. Abril de 183 a.C.

Catón sabía que el joven Escipión no tenía la edad para entrar de forma oficial en el Senado y, además, él mismo, Catón, como censor en el período de aceptación de nuevas incorporaciones en el Senado, podía decidir sobre si el joven Escipión tenía derecho a ocupar el lugar de su padre en la Curia o no. Mil veces estuvo tentado de obrar con la frialdad de la ley y denegar la petición del joven heredero de su eterno enemigo, pero Marco Porcio Catón era un estratega en política y ponderó la situación con detenimiento infinito. Lo sopesó todo. La exhibición pública de dolor en la que Roma se sumió al conocerse la muerte efectiva de Escipión padre no podía despreciarse. Sí, la ley estaba con él, con el censor, y atendiendo a la letra de la ley podía denegar el acceso al joven Escipión al Senado durante unos pocos años, pero, al final, la edad cura la juventud y el muchacho ingresaría de todas formas en el Senado. Además, muchos de los amigos de los Escipiones estaban argumentado la excepcionalidad de la vacante que se había creado en el Senado porque el que había fallecido era precisamente el princeps senatus y, en consecuencia, tenía aún mucho más sentido no reparar tanto en la edad del hijo que debía reemplazarlo, no como princeps, eso era absurdo, pero si ocupando un asiento en la Curia. Por el contrario, pensaba Catón, si ahora cedía y dejaba que el joven Escipión se integrara en la gran asamblea de Roma ocupando el lugar de su padre, Marco Porcio Catón, el siempre implacable, aparecería, sin embargo, como magnánimo, compasivo ante el enemigo derrotado y, más allá de lo que ganaría su imagen ante el pueblo y ante los senaclores menos proclives a su dureza, además de todo eso -y aquí Catón sonrió para sus adentros mientras cruzaba ya entre la graecostasis y el senaculum en dirección al edificio del Senado-, además de todo eso, si el joven Escipión ingresaba ya en la Curia, su propia juventud le conduciría inexorablemente a moverse con torpeza en las sesiones del Senado dejando siempre grandes posibilidades para ser ridiculizado por él mismo o por Spurino, por Quinto Petilio o por cualquier otro de sus partidarios. En pocos meses el muchacho sería el hazmerreír de Roma y la palabra Escipión dejaría de asociarse con el viejo héroe invencible ya fallecido y pasaría a ser casi el equivalente a llamar a alguien estúpido o bobo. No. No lo dudó. Aceptó la petición de la familia de los Escipiones cursada por Lucio Cornelio, el tío del interesado. Que entre el joven Escipión en la Curia. Esa misma mañana se ocuparía él mismo, Marco Porcio Catón, de que comprendiera su error. Pero para entonces ya sería tarde y el joven nuevo senador se vería en la triste obligación de tener que asistir a todas las sesiones, una tras otra, en silencio siempre ya para no escuchar las carcajadas de desprecio hacia su persona.

Y como un torbellino, saludando con leves asentimientos a sus más próximos, Marco Porcio Catón irrumpió aquella mañana de primavera del año 571 desde la fundación de la ciudad en el edificio de la Curia.

Para el joven Publio todo el principio de la sesión pasó casi como por ensalmo. De pronto era su turno para hablar. El presidente le concedió la palabra. El joven Publio se levantó entonces despacio. Parecía que tenía miedo, pero había estudiado cada movimiento con la misma atención con la que su padre preparaba las maniobras de cada manípulo en una batalla. Esta era su gran batalla campal, su Zama, su Magnesia, y el joven Publio, ahora reconvertido en heredero del inmenso legado en popularidad de su padre, lo sabía. Esto era la guerra, la guerra de verdad, a veces incluso tan o más auténtica que la que se libraba en las fronteras de los dominios de Roma. Era la guerra en las entrañas del Senado, era la lucha sin condiciones ni reglas. Todo parecía estar regulado, pero todo valía. Todo. Y para empezar, el joven Publio estaba dispuesto a aparentar lo que no era. Tenía pensado empezar de forma dubitativa, débil, floja, decepcionante para los seguidores de su padre, de forma que los enemigos, empezando por Marco Porcio Catón, le infravaloraran de medio a medio. Esto último no requeriría de gran esfuerzo.

–Soy… soy… Publio… Publio Cornelio Escipión… el heredero de mi padre. – Y algunas carcajadas emergieron desde los bancos donde Catón, rodeado por Spurino, por Quinto Petilio y tantos otros correligionarios no pudieron evitar exhibir amplias sonrisas ante semejante tautología-. Soy el heredero de una de las más poderosas familias de Roma. No… quiero decir… -Las risas proseguían; se aclaró la garganta y elevó un poco la voz-. Soy el heredero del hombre que más ha dado por Roma y acepto servir a Roma desde el puesto de senador que mi padre ocupaba con honestidad y orgullo en esta misma sala, en la Curia de Roma, y espero hacerlo -continuaba ya con algo más de seguridad y elevando aún más el tono de voz hasta alcanzar un volumen de dignidad razonable-, espero hacerlo con la misma honradez y con el mismo acierto con el que lo hizo mi padre. Los Escipiones, pese a todo lo acontecido, tienen representación en este cónclave y procuraré que eso nunca se olvide. – Y miró a su tío Lucio Cornelio, que asintió, y al presidente, y éste, por su parte, más por deferencia al padre fallecido de quien había hablado que por el pobre discurso que se acaba de pronunciar, asintió también y el joven Publio retornó a su asiento desde el centro de la sala y exhaló un audible suspiro al sentarse.

Como era de prever, como todos esperaban, Marco Porcio Catón solicitó permiso al presidente de la sesión para hablar. Todos lo tenían claro: iba a apisonar al joven Publio como si el propio Catón fuera una estampida de elefantes. Del joven senador de los Escipiones no iba a quedar ni el recuerdo cuando Catón se sentara una vez finalizada su afilada diatriba. Emilio Paulo, Silano, el propio tío del joven Escipión, Lucio Cornelio, y el resto de seguidores y amigos del fallecido Publio, lamentaban la floja intervención del joven Senador, que, en honor a la justicia, tampoco había estado mal considerando que era su primera intervención en el Senado, pero es que todos ellos, por la irracional esperanza que siempre albergamos de que los que queremos cumplan a plena satisfacción nuestras más absurdas expectativas, habían esperado algo mejor del joven Publio. Ahora, sin embargo, todos tenían claro que ante el contraataque que se avecinaba del más pérfido, hábil y elocuente de los senadores, Marco Porcio Catón, aquella presentación del joven Publio era un muy endeble parlamento. Pero ya no se podía hacer nada. Sólo quedaba resistir con coraje la andanada de insultos y humillaciones que Catón tendría preparabas desde hacía semanas, desde el mismo día en que se supo que el joven Publio regresaba a Roma para ocupar el lugar de su padre en el Senado. Desde ese mismo día Catón habría estado preparando las palabras que iba a pronunciar y más aún al haber estado él mismo en posición, como censor, de aceptar la solicitud del joven. Las habría medido, cada palabra, las habría sopesado, las habría ensayado a solas, o con los Petilios, las habría memorizado una y mil veces y, ahora, en ese instante iba a arrojarlas contra el joven heredero de los Escipiones para masacrarlo y que quedara bien claro quién era el que controlaba de una vez por todas y durante muchos años el Senado de Roma.

–Sea bienvenido nuestro nuevo joven senador -empezó Catón con un tono cordial y una extraña y difícil sonrisa dibujada en el rostro-. Sí, siempre es una gran noticia que sangre nueva entre en el Senado. – Y estallaron las primeras carcajadas por el juego de palabras del veterano censor de Roma, y es que los hombres nuevos eran aquellos que llegaban a cónsul cuando nadie antes de su familia lo había hecho; aplicar el apelativo de hombre nuevo a un Escipión era, cuando menos, un grave insulto, y en seguida se alzaron Lucio Cornelio, Emilio Paulo, Silano y varios amigos más de los Escipiones; Tiberio Sempronio Graco se limitaba a sacudir la cabeza; le entristecía ver como un inexperto senador iba a ser devorado por la furia irrefrenable de Catón; por su parte, Catón, como quien cae de pronto en la cuenta de su error al haber usado el apelativo de hombre nuevo, levantó las manos pidiendo aparentes disculpas y se corrigió con rapidez-. Quiero decir que siempre es bueno que entre sangre joven en el Senado. Siempre es buena la juventud -dijo clavando sus ojos en los que se habían levantado y éstos, ante la corrección pública del censor, se sentaron de nuevo, insatisfechos, pero poco más podía hacerse si Catón se corregía ante todos. Y prosiguió así, Catón, con su discurso-. Sí, siempre es bueno que la juventud, aunque inexperta, entre en el Senado, incluso si es, como es el caso, de esta forma tan excepcional. Sé, pues -y miró entonces fijamente al joven Publio-, sé, pues, bienvenido al Senado, joven Publio Cornelio Escipión, sé bienvenido y siéntete cómodo, Publio Cornelio Escipión. – Al joven senador no se le pasó por alto la insistencia con la que Catón quería asociar ese praenomen, nomen y cognomen con su propia persona y no con la de su padre-. Sí, sé bienvenido porque ésta será tu casa igual que es lo es para nosotros. Todos te escucharemos con atención, porque cómo evitar escuchar al que tan grandes hazañas ha realizado en el campo de batalla; cómo no escuchar a quien ha conquistado un pequeño trozo de falange enemiga en una batalla del que luego ha tenido que ser rescatado. – Risas entre los seguidores de Catón nuevamente se levantaron los amigos de los Escipiones, mientras, el joven Publio, serio, permanecía sentado con sus ojos fijos en un Catón que proseguía, divertido, con su fácil, sencillo, pero eficaz discurso-. Cómo no vamos a escuchar a quien se deja atrapar por el enemigo y es devuelto a Roma tras dudosas negociaciones. – Insultos y puños blandidos amenazadoramente desde los bancos de los seguidores de los Escipiones-. Perdón, perdón, ¿he dicho acaso algo incierto? – Y Catón, sin arredrarse un ápice, levantó el volumen de su voz para hacerse oír con claridad por encima de todos los improperios que sus enemigos políticos lanzaban contra él-. ¿Acaso nuestro nuevo joven senador no ha sido apresado por el enemigo? ¿Acaso nuestro joven nuevo senador no cruzó una falange enemiga antes de que la posición estuviera asegurada? ¿Acaso digo mentiras o sólo expreso realidades? Pero sea, sea, sea, hoy es día de bienvenida. – Y alzó las manos en señal de que parecía pedir un respiro, una tregua. Los insultos se diluyeron y todos recuperaron sus asientos-. Sea, sea, quizá me he adentrado en territorios confusos y no es lo pertinente en un discurso, como pretendía ser el mío, de bienvenida a un joven nuevo senador. – El silencio parecía restablecerse y Catón no dudó un instante en aprovechar la circunstancia para rematar a su contrincante en ese momento en que uno, algo exhausto, baja la guardia para recuperar el aliento perdido-. Sé, pues, joven Publio Cornelio Escipión, bienvenido, y que tu inexperiencia, tu juventud y tu estupidez no impregne ni un solo rincón de esta sala, pues sólo así el Senado de Roma seguirá decidiendo con sabiduría sobre el futuro de esta gran república. Por otro lado, Ceterum censeo Carthaginem esse delendam [Y además opino que Cartago debe ser destruida].

Y así, entre una igualada mezcla de insultos y aplausos, Marco Porcio Catón abandonó sonriente y relajado el centro de la Curia Hostilia. No sólo había estado bien sino que había disfrutado como hacía tiempo. En una misma intervención había ridiculizado al joven hijo del que hasta hace poco era su más acérrimo enemigo y, a un tiempo, se había sacudido el sinsabor de aquella absurda última votación perdida contra Graco. A éste último le dedicó una mirada mientras se alejaba del centro de la sala, como diciendo, «que te quede claro quien manda aquí; ganaste aquella votación, cuando aún había un Escipión de verdad con vida, pero ahora no hay nada más que un petimetre, un fantoche de aquella misma familia que no vale nada, a parte de su tío condenado y liberado sólo por un pacto que ya nunca se repetirá; nadie te va a seguir, Graco, contra mí; que te quede claro». Y Tiberio Sempronio Graco leyó con rapidez aquella mirada, la interpretó bien e inspiró con profundidad y, al igual que Lucio Emilio y el resto de los seguidores de los Escipiones, lamentó que el joven senador no se hubiera presentado con algo más de gallardía. Un contrapeso a Catón vendría bien y él, Graco, sabía, que él sólo no era suficiente. Aquella era la Roma de Catón. Era lo que había y nada podía hacerse ya. Pensó entonces en cómo dibujar con tintes menos horribles aquel debate para que su joven esposa no sufriera al saber de la incontestable derrota de su hermano en el Senado. No, no se votaba nada aquel día, pero se medían fuerzas para el futuro y el pulso había sido demoledor en favor de Catón.

Publio Cornelio Escipión miraba al suelo. Era la imagen misma de la derrota. Era como Antípatro en Magnesia al ser arrasado por los arqueros de Pérgamo, sólo que él, Publio, ni tan siquiera había iniciado la carrera con sus carros escitas. Sí, sus tripas se le desgarraban por dentro. Las palabras de Catón, su retahila interminable de insultos y humillaciones, se mezclaban en una confusa maraña de pensamientos con las palabras de su padre en su lecho de muerte: «Tú, hijo, debes combatir en el Senado, con la palabra, algo que manejas mejor que yo. El viejo Icetas, vuestro pedagogo, siempre alababa tu retórica, pero yo, cegado como estaba, me interesaba más por tus avances en el adiestramiento militar con Lelio, pero Catón, hijo, Catón me ha derrotado con palabras. Tú, en cambio, con tus propias palabras influíste en mí la noche fatal en la que podría haber mandado a todos nosotros al infierno. Sí, hijo, tus palabras influyeron en mí notablemente. Más de lo que imaginas. Hablas bien. Sabes hacerlo. Ése es tu don. Tú debes volver a Roma, al Senado, ocuparás mi asiento en el edificio de la Curia y desde allí contraatacarás.» Y se mezclaba también la diatriba inmisericorde de Catón con las palabras del mismísimo Aníbal: «Eres bueno con las palabras, hijo de Escipión. No sé si serás bueno en el campo de batalla, pero eres listo eligiendo las palabras. Quizá en eso seas más hábil que tu padre; quizá ésa sea tu arma y no la espada.»

Ahora quedaba sólo saber quién tenía razón, después de todos aquellos años, después de todas aquellas derrotas en el campo de batalla donde nunca había estado a la altura de su padre. Publio Cornelio Escipión se levantó con decisión y si hubiera tenido una espada la habría hecho girar trescientos sesenta grados trazando un círculo invisible anunciando a todos que un Escipión entraba en combate. Y dio un par de pasos al frente. ¿Quién tenía razón sobre su persona: Escipión y Aníbal o aquel implacable censor de Roma?

–Me gustaría, presidente, poder responder al discurso de bienvenida del senador Marco Porcio Catón.

Aquello era algo irregular, pero tampoco parecía que hubiera motivo alguno para negarle la palabra al nuevo senador. El presidente, pese a todo, cauteloso y consciente de quién era el nuevo gran poder en el Senado, miró a Catón con cierta reticencia a conceder la palabra. Catón se dio cuenta de que todos le miraban. Negarle la palabra al joven Publio sería una muestra innecesaria de debilidad. Nada había que pudiera decir aquel joven imberbe que pudiera ni tan siquiera sacudir lo más mínimo la fortaleza de su posición en el Senado ni minimizar en algo el ridículo en que aquel jovenzuelo había quedado ante los paires conscripti. Sería una pataleta pública de un joven engreído y dolido que se ridiculizaría aún más ante todos los presentes. Que hablara. Si el muchacho quería entrar ya en su sepulcro, que lo hiciera. Y Catón asintió levemente al presidente de la sesión y éste, a su vez, le concedió la palabra al joven Publio, quien, una vez más, se dirigió al centro de la sala, pero que en esta ocasión no avanzó ya con pasos pequeños y lentos sino con el aplomo de alguien que se siente extrañamente seguro.

–Gracias a Catón por sus amables palabras. Sí, mi nombre es el de Publio Cornelio Escipión. He oído muchas risas hoy ante estos praenomen, nomen y cognomen, pero os aseguro que nuestros enemigos en CartagoNova, Hipa, Baecula, Útica, Campi Magni, Zama o Magnesia no se ríen tanto cuando alguien se atreve a susurrar tan siquiera esos tres nombres en voz baja. No, allí nadie se ríe. Ni tan siquiera se atreven a decirlo en voz alta. Desde Hispania hasta Oriente, el nombre de Publio Cornelio Escipión silencia al mundo de la misma forma que ahora se ha hecho el silencio en esta sala. – Con esa fuerte entrada, captada la tención de todos, el joven Publio se dirigió directamente a Catón, que seguía mirándole con evidente desdén-. Sí, gracias al venerable Catón por sus palabras, aunque, he de decir, debe de ser por inexperiencia, sin duda, que si esto es un discurso de bienvenida no quiero pensar lo que será un ataque. – Las risas de sus partidarios fueran inevitables y, para preocupación de Catón, que parecía tener ojos en el cogote, las sonrisas de algunos de sus seguidores también; había sido una ocurrencia graciosa; hacía tiempo que nadie usaba el sentido del humor con finura en aquella sala. El joven senador continuaba hablando-. Ya me lo decía mi padre: hay en el Senado quien hasta para halagar salpica con la saliva. – Aquí las sonrisas de los partidarios de Catón se borraron y empezaron algunos insultos-. Perdón, perdón, por todos los dioses, ¿he sido grueso o inoportuno?, debe ser mi inexperiencia, mi juventud, quizá mi estupidez. Pero supongo que si alguien de tanta experiencia como el senador Marco Porcio Catón puede cometer un desliz al referirse a alguien de mi familia como hombre nuevo, igual es más probable que yo, joven e inexperto senador, cometa más deslices y diga cosas como que por donde pasa nuestro querido y venerado Catón la rebelión germina como regada por la impericia e incapacidad en el gobierno de una provincia, como todos sabemos que ha pasado con Hispania. – Los insultos y los gritos se transformaron en vociferio brutal, pero el joven Publio aulló a pleno pulmón, y eran pulmones fuertes y jóvenes-. Una Hispania que mi padre apaciguó con conquistas y pactos y que Catón incendió hasta que al poco tiempo de su regreso el oro y la plata de las minas del sur de Hispania apenas si llega hasta nuestras arcas. Gran victoria, sí, gran general. – Y detuvo su discurso para que el presidente intentara infructuosamente durante varios minutos acallar el griterío incontrolable de los seguidores de Catón. Aprovechó Publio para darse la vuelta y mirar hacia los suyos: su tío Lucio, Emilio Paulo, Silano, todos le miraban con los ojos abiertos, sorprendidos, admirados, agradecidos. Publio inspiró con fuerza y se volvió de nuevo para encargar a sus enemigos, que habían reducido algo el volumen de sus improperios-. Perdón, disculpas a todos los patres conscripti, este joven senador ha debido cometer un desliz y se disculpa por ello. La rebelión en Hispania debe tener sus orígenes en alguna otra causa que desconocemos. – Se calmaron algo los ánimos, pero Catón, con los labios bien apretados estaba ya muy, muy pendiente de cada palabra; no sabía si interrumpir o dejar que aquel imbécil acabara su discurso, aunque ya no estaba seguro de si trataba con un estúpido o con un loco, que es aún peor. El joven Publio proseguía-. Pero, ¿qué quería recordarme Marco Porcio Catón con su discurso? ¿Que yo no soy como mi padre? Por supuesto que no. Ni yo ni el propio Catón ni nadie en esta sala, donde abundan los hombres valerosos, es como mi padre. No hay en esta sala nadie, pese a toda la valentía que se congrega en ella, que llegue a calzarle las sandalias a Publio Cornelio Escipión, Africanus. Y eso lo saben en este lado de la Curia -y señaló hacia sus seguidores-, igual que lo saben en los bancos de enfrente. Lo saben todos. Que mis opiniones no valen, entonces, porque no soy como mi padre, ése y no otro parece ser el gran argumento del censor de Roma para desacreditarme cuando aún ni tan siquiera he podido defender una ley o una moción entre mis muy respetados paires conscripti. Sí, eso le gustaría a Catón. Que no hable nunca. Eso le gustaría Catón. Que no existiera ya ningún Escipión. Eso le gustaría a Catón. Pero sea como sea yo vivo, yo existo y yo soy un Escipión, mucho más endeble y débil y flojo que mi padre en el campo de batalla, como lo es cualquiera en esta sala, pero en el Senado éste es mi primer día, y que sea el Senado, cada uno de vosotros, paires conscripti, los que me juzguéis por mis intervenciones y no a través de los evidentes prejuicios de otro senador, no importa la valía de este otro senador; no, que sean mis parlamentos los que hagan que se vote contra mis ideas o a favor de ellas, pero que no se me juzgue por las palabras emponzoñadas por la envidia hacia mi padre de quien ni tan siquiera desearía que estuviera aquí -y una vez más los murmullos emergían entre los senadores que rodeaban a Catón-, sí, alguien que no sólo no desearía que yo no estuviera aquí, sino alguien que no ha dudado en juzgar a mi familia una y otra vez cambiando los tribunales y los jueces tantas veces como hiciera falta hasta que al final se obtuviera la única sentencia que él deseaba oír. – Catón se levantó en ese momento y dio un paso hacia el joven Publio: la sala quedó, de pronto, en silencio, las manos de muchos senadores desaparecieron bajo las togas; Lucio Cornelio se levantó y sintió como a su lado se alzaban también Silano y Emilio Paulo con las manos bien hundidas en sus propias togas. El presidente tragó saliva. Si emergían las dagas habría mucha sangre derramada aquella mañana, pero, de pronto, el joven Publio dio un paso atrás, no por miedo, pero por cautela para estar más próximo a los suyos si al final las palabras no eran la única arma de aquella sesión-. Pero perdón, perdón, venerable senador, quizá me he vuelto a dejar llevar por inexperiencia, quizá he dicho cosas inapropiadas, es posible. – Catón se mantenía en pie rodeado por los suyos; Tiberio Sempronio Graco, al fondo de la sala entre un bando y otro de partidarios, era de los pocos que se mantenía sentado, con el semblante serio-; no he mencionado yo nombre alguno en la última parte de mi intervención, noble Catón -continuaba con ironía calculada el joven Publio-, ¿he mencionado yo el nombre de alguien al hablar de los procesos, a la hora de cambiar o no jueces o tribunales? ¿Alguien se ha dado por aludido? ¿He ofendido a alguien?

–La inexperiencia no te exime de lanzar insinuaciones de ese tipo -dijo con sequedad Catón sin solicitar permiso a un presidente de la sesión que se limitaba a rezar a todos los dioses de Roma para que aquel cónclave acabara lo antes posible.

–Sea, censor de Roma. Mediré mis palabras y responderé entonces yo ahora sólo a cosas referidas explícitamente en tu discurso de bienvenida.

–Sea -aceptó Catón, y volvió a sentarse y con él se sentaron todos en ambos lados del hemiciclo senatorial y las manos de todos los patres conscripti volvieron a quedar a la vista de todos.

–Soy Publio Cornelio Escipión, llevo ese nombre y lo llevo con orgullo. ¿Que caí en manos del enemigo? Cierto es, en manos del mismísimo Aníbal. Perdón, ¿es que alguien ha sentido algo de miedo? Bueno, es normal porque todos hemo¿ icüido miedo de Aníbal y cuando digo todos, digo todos, me incluyo a mí e incluyo a nuestro venerable Catón, que se empeña siempre en recordarnos que Cartago debe ser destruida. Claro que no habría estado mal que él mismo hubiera destruido Numancia cuando estuvo al pie de sus murallas, pero supongo que es fácil no hacer algo pequeño y exigir a los demás que hagan algo grande. – Catón ya no estaba para más insultos e hizo ademán de volver a levantarse, pero una vez más el joven senador cambió de tema con rapidez y el censor detuvo sus movimientos-. Sí, yo tuve miedo cuando estuve con Aníbal a solas, pero, queridos patres conscripti -y se acercó Publio de nuevo hacia Catón hasta quedar a tan sólo dos pasos de él-, sí, sentí miedo de Aníbal como cualquier otro de los presentes lo habría sentido, pero, qué curioso -y dejó un espacio de silencio que magnificara el impacto de sus siguientes palabras-, qué curioso: no siento miedo aquí, en la Curia; no, aquí no siento miedo de nadie porque soy un Escipión y si he sobrevivido al presidio con Aníbal no veo nada ni nadie en esta sala que pueda causarme la misma sensación de horror que aquel enemigo. – Y en medio del silencio más completo en la Curia Hostilia como no se recordaba en meses-: No, este joven e inexperto senador no siente miedo de nadie de los presentes, pero claro, algunos pensarán que eso es sólo señal de mi inexperiencia o, como decía Marco Porcio Catón, de mi supuesta estupidez; pues bien, a esos respondo yo que no: no siento miedo porque he aprendido bien mi lección y sé que hay falanges más temibles que las de los ejércitos de Oriente y ahora sé que una falange de patres conscripti encabezada por Catón puede ser aún más mortífera que todos los catafractos de Asia, así que aunque se me abra un pasillo delante de mí por parte de mis enemigos en el Senado, que sepan todos que nunca cruzaré esa línea hasta estar seguro de que todos y cada unos de esos senadores ha sido abatido por un torrente irrefrenable de votos en su contra. Ésa será mi fuerza, ése es mi destino y por eso estoy y estaré aquí hasta el final de mis días. Publio Cornelio Escipión ha muerto para el campo de batalla por un tiempo, pero la sangre de los Escipiones sigue viva, vibrante, henchida de fuerza y de ansia, y la sabiduría de generaciones y generaciones corre por mis venas y esa sangre hablará en esta sala cada día, cada sesión aunque aquellos que se vanaglorien de haber conseguido derribar a mi padre aborrezcan esta idea. Brillante victoria: hacer que un general invicto abandone la ciudad para la que tantas victorias consiguió. Tantas victorias que algunos de los presentes convencisteis al resto de que mi padre era en sí mismo un peligro para la propia Roma, pero mi padre, antes de lanzarse contra la Roma que quería expulsarlo, agachó la cabeza, se arrodilló y aceptó el injusto e inmerecido castigo. Ahora sé que muchos le echáis de menos y que muchos, en silencio, os arrepentís de haber apoyado aquella sentencia; pues bien, sabed todos -y dejó de encararse con un estupefacto Catón que no dejaba de apretar los labios y cerrar los puños con fuerza, para mirar a todos los senadores dando vueltas, despacio, haciendo navegar sus ojos por todos los rincones de la gran sala-, sabed todos que yo estoy aquí para dar voz y dotar de palabras a ese silencio de la vergüenza que ha henchido tantos corazones. Y lo mejor de todo es que soy tan joven y mis hazañas militares tan inexistentes, que nadie puede persuadiros de que soy un peligro para el Estado, así que nadie podrá argumentar que yo también debo exiliarme. Qué curiosa contradicción esta bendición de los dioses: no tener un pasado brillante en el campo de batalla me hace más fuerte en este Senado ante las tergiversaciones de mis enemigos políticos. Esta reflexión quizá debería haceros pensar a todos la forma en que este Senado se ha comportado en sus últimas decisiones. Pero más allá de ello, y ya mirando al futuro, un joven Publio Cornelio Escipión está en esta sala, y si bien es posible que nunca blandiré la espada con la habilidad de mi padre, si os aseguro que afilaré bien las palabras que emerjan de mi boca con la piedra dura y poderosa de la verdad para así ayudar a Roma en cada momento de su gloriosa historia a decidir con sabiduría y no por rencor. – Y de nuevo, acercándose a Catón-: Que tenga un buen día el senador Marco Porcio Catón; por mi parte yo ya lo he tenido y, por cierto, que sepa el senador Catón que si Cartago tiene que ser destruida alguna vez, será destruida por un Escipión. – Y sin mirarle más, ni mirar a la presidencia, envuelto en la mayor ovación que se escuchaba en la sala desde los tiempos en que Publio Cornelio Escipión padre había conseguido arañar alguna tímida victoria contra Máximo o el mismísimo Catón, el joven Publio retornó a su asiento, donde fue recibido con vítores por su tío, por Lucio Emilio, Silano y el resto de amigos y familiares.

En el lado opuesto de la sala Marco Porcio Catón ponderaba si dar nueva respuesta a aquella larga y muy elaborada réplica, pero sólo había preparado el discurso de supuesta bienvenida que aquel joven Escipión acabado de tumbar en su respuesta, y el veterano censor consideró al fin más sensato reprimir sus impulsos. Había muchos temas que tratar en aquella sesión todavía y responder otra vez era dar demasiada importancia al nuevo joven senador. Los otros debates ahogarían aquellos parlamentos iniciales en el saco confuso del olvido.

Sin embargo, sus propias palabras al salir Catón del Senado, rodeado por todos sus partidarios, le traicionaron, pues dejaban ver a las claras que, pese a todos los asuntos tratados después de aquel intenso debate inicial, en su mente sólo parecía haberse hablado de una cosa aquella mañana.

–En la primera votación de importancia le aislaremos; aislaremos a ese maldito imbécil y engreído Escipión y acabaremos con él para siempre. En la primera votación. – Y todos asentían a su alrededor sin saber que el veterano censor se equivocaba. Se equivocaba, pero en el fondo lo sabía, pues si había algo en lo que era experto Catón era en reconocer un nuevo buen orador en su primera intervención y sabía contra lo que se enfrentaba, pero no estaba dispuesto a admitirlo delante de los suyos. ¡Por Castor, Pólux y todos los dioses! ¡Qué infinita lástima que Escipión padre no se hubiera alzado en armas aquella noche! ¿Quién le convencería? ¿Quién convencería a alguien tan orgulloso como Africanus a aceptar algo tan humillante como el exilio? Si se hubiera levantado en armas aquella noche, no quedaría entonces ya ninguno de esos malditos Escipiones. ¿Quién le convencería? Intuía la respuesta y no le gustaba. No le gustaba.

Tiberio Sempronio Graco salió de los últimos del edificio de la Curia. En su ruta pausada por la gran plaza del Comitium se cruzó con el joven Publio, que estaba rodeado de senadores amigos saludando y departiendo con una amplia sonrisa dibujada en su faz. Las miradas de Graco y el joven Escipión se cruzaron. No se dijeron nada, pero Escipión asintió levemente y Graco le devolvió el saludo y sin detenerse prosiguió su marcha. Graco asintió entonces para sí mismo. No, no eran amigos ni mucho menos, pero después de aquella larga sesión, recordando el tenso debate inicial, se sintió feliz de tener algo divertido que contar a su esposa aquella noche.

134 Una extraña visita

Alejandría. Mayo de 183 a.C.

Cayo Lelio pasó un mes en Alejandría, a orillas del Nilo, en compañía de Casio; fue un paréntesis, un intermedio en su vida que se permitió, que se concedió a sí mismo después de tantos años de lucha, de guerra. Aquellos días plácidos le valieron para reorganizar su mente y definir su futuro, un futuro sin Escipión, pero con un hijo al que cuidar en la Roma de Catón. Había vivido toda una vida para Publio Cornelio Escipión, y no lo lamentaba un ápice, pero ahora le tocaba vivir el resto de sus días para cuidar de su hijo romano. ¿Otro Cayo Lelio? El tiempo diría. Él había visto cómo el propio Escipión abrumó a su joven hijo con la responsabilidad de ser como él. De eso, al menos, había aprendido Lelio una buena lección: que su hijo fuera lo que quisiera. Le enseñaría a ser un buen romano, pero era difícil que pudiera verse involucrado en batallas y ejércitos como los del pasado. Que su propio hijo pequeño construyera su vida. Lo importante ahora era regresar a Roma y protegerle. Debía cuidarse y ser fuerte unos años más, hasta que el niño se hiciera hombre. Luego ya podría olvidarse de todo y dejar que los dioses se lo llevaran al Averno y descansar por fin de todo y de todos.

Cada atardecer, Lelio sacaba una de las sillas de la casa de Casio y se ponía junto a la orilla de los muelles a ver pasar el tiempo, con tranquilidad, mientras decenas de barcos cargaban y descargaban mercancías procedentes de todo el mundo. Le gustaba pensar que pronto se encontraría ante otras aguas, las del río Aqueronte, para el viaje definitivo y le animaba pensar que eso significaba que pronto podría reencontrarse con Publio, con su padre y su tío, con Marcio, Digicio, Valerio, Terebelio y tantos otros que habían dejado atrás en cada batalla, en cada combate. Pero aún no. Aún no. En su mano sostenía una carta que había llegado de Roma. Cornelia le confirmaba que todo iba bien con su pequeño, que estaba seguro, pero en la misma carta la joven matrona romana decía que el niño preguntaba cada día por su padre. Lelio sabía que no debía dilatar más su regreso. Ya había organizado todo con Casio. En dos días partiría una nueva flota con grano escoltada por varias quinquerremes rumbo a Roma. Embarcaría en una de las naves.

Desde donde se sentaba, si volvía la vista hacia atrás, podía ver una amplia avenida en su suave descenso hacia los muelles del puerto. Pero Lelio prefería mantener sus cansados ojos posados sobre la eterna línea de un horizonte sobre el que el faro de Alejandría proyectaba su llama incandescente encendida por la tarde para guiar a los bajeles de todo el Mediterráneo que se acercaban hasta aquellas costas, por eso no se percató de que un hombre joven, ataviado con una túnica de remates helenos, bajaba por la calle, despacio, mirando a un lado y a otro, como buscando a algo o alguien. El joven se detuvo al fin frente a la casa de Casio y golpeó la puerta un par de veces. Los chasquidos secos de los nudillos sobre la madera captaron la atención del viejo ex cónsul que se volvió hacia la casa de Casio. El joven, a su vez, dio un paso atrás y, ante la ausencia de respuesta, miró a su alrededor cruzando su mirada con la de Lelio. El extraño visitante caminó entonces hacia el ex cónsul y cuando se encontraba a sólo unos pasos habló en griego.

–No sé si puedes ayudarme. Busco la casa de un tal Casio, mercader romano. Me han dicho que con él vive Cayo Lelio, general de Roma.

Lelio le miró sin responder. Era consciente de que su presencia en la ciudad no pasaba desapercibida y que era conversación común en las tabernas del puerto que él, Cayo Lelio, lugarteniente de Escipión, estaba en Alejandría, por eso no se sorprendió de que aquel extraño pudiera haberlo encontrado, pero no tenía ni idea de por qué alguien podía querer buscarlo allí, en Egipto.

El visitante volvió a preguntar:

–¿Entiendes griego? – Pero ante el silencio de Lelio, el joven se encogió de hombros, dio la vuelta y empezó a ascender la calle por donde había venido.

–¿Quién le busca? – dijo Lelio levantando la voz. El visitante se detuvo, dio marcha atrás y regresó hasta situarse de nuevo a tres pasos de Lelio.

–Soy griego, aqueo. Estoy de visita en Alejandría. He venido a consultar algunos volúmenes de la gran Biblioteca. Mi nombre es Polibio. – El joven no estaba seguro de que todas aquellas explicaciones fueran entendidas, pero decidió terminarlas-. Me interesa la historia; quería conocer al hombre que fue mano derecha de Escipión. Quería hablar con él de la guerra contra Aníbal.

Lelio estudió con detenimiento la faz de aquel joven. Era el rostro de un hombre decidido, algo dorado por el sol, de pelo negro; las manos tenían dedos no demasiado gruesos, de modo que, aunque portaba espada, no parecía usarla demasiado. Parecía alguien más dedicado a las letras o a la política que a la guerra y, sin embargo, era de guerra de lo que quería hablar. Claro que quizá aquel visitante lo considerara historia.

–Yo soy Cayo Lelio.

El joven griego contuvo la respiración un instante y luego exhaló el aire despacio.

–Es para mí un honor conocer a Cayo Lelio. He venido con una delegación comercial para negociar el transpone de grano a Grecia desde Egipto y conocí a otro romano, Casio; hablamos del pasado reciente y ante mis preguntas sobre Roma, él me informó de la presencia de un gran general romano en Alejandría. Le pregunté dónde podía encontrarte. Eso es todo. Pero si he molestado pido disculpas y me marcho.

Lelio le siguió mirando atento. Frente a donde se encontraba sentado había unos fardos de grano aún por cargar en un mercante amarrado a los muelles. Lelio hizo un gesto invitando al joven visitante a tomar asiento sobre aquellos sacos. Polibio aceptó y se acomodó sobre aquellos fardos. El veterano militar romano y el joven aqueo recién llegado quedaron frente a frente. A su lado el agua salada del mar se mezclaba con el agua dulce del Nilo.

–¿Qué quieres saber? ¿Qué puede interesar a un aqueo el pasado de una guerra de hace años?

–Me interesa y mucho. Soy de la opinión que esa guerra fue clave para diseñar el mundo en el que vivimos hoy día. Desde la derrota de Aníbal por Escipión, Roma gobierna el Mediterráneo, desde Hispania hasta Asia y su poder sigue creciendo. Siempre me ha interesado la historia y, en especial, los hombres que son capaces de forjar la historia misma. Escipión era uno de esos hombres. Siento, si se me permite decirlo, siento una gran envidia de alguien que como Cayo Lelio ha podido permanecer tantos años junto a un hombre de ese nivel. He hecho ya algunos viajes y recopilado algunos datos sobre Aníbal, pero de Roma desconozco multitud de cosas y pensé que si Cayo Lelio estaba en Alejandría ésta era mi gran oportunidad de saber, de aprender de alguien que vivió todo aquello en primera línea, de alguien que participó en unos momentos tan importantes de la historia reciente.

Lelio inspiró con profundidad. No sabía si aquellas palabras las pronunciaba el visitante con el deseo único de adularle, pero era incuestionable que había captado su interés y se dio cuenta de que para su ánimo hablar con alguien de las heroicas campañas del pasado era algo realmente atractivo.

–No sabría por dónde empezar -se sorprendió Lelio a sí mismo al hablar-. Hay tanto que contar que parece una historia imposible de narrar. Nunca he sido bueno contando nada. Más allá de un breve informe militar carezco de la capacidad de resumir o relatar hechos con interés. – Y, de nuevo, repitió la primera frase-: No, no sabría por dónde empezar.

El joven aqueo le miraba admirado. Estaba ante uno de los mayores generales del mundo, que allí, sentado junto al Nilo, conocía todo el pasado mejor que nadie. No podía desaprovechar esa oportunidad que le brindaba el destino.

–Lo mejor es empezar por el principio -dijo Polibio-, ¿cómo conociste a Publio Cornelio Escipión?

–¿Cómo le conocí? – Lelio reiteró la pregunta al tiempo que cerraba los ojos y el aqueo veía como la mente del gran general retornaba hacia un pasado que se retrotraía decenas de años atrás a la vez que el mismo Lelio pensaba también en el presente: en dos días saldría de regreso a Roma, a cuidar de su hijo, pero nada le impedía dedicar aquellos últimos días en Alejandría a contar su historia con Escipión; además, ¿y si las memorias de Escipión se perdían? Nunca se sabía lo que podía ocurrir. Entonces sólo quedaría la versión de Catón. Lelio dibujó una sonrisa en su rostro y abrió los ojos. Sí, tenía que contar su propia historia-. Me confesó que tenía miedo de entrar en combate. Eso dijo Escipión. Él, que había de conquistar Hispania, África y Asia, me confesó que tenía miedo a luchar. Entonces era sólo un muchacho de diecisiete años. Sí, llevas razón, joven aqueo, lo mejor será empezar por el principio.

EPÍLOGO Año 48 a.C.

(135 años después de la muerte de

Publio Cornelio Escipión, Africanus)

El incendio de Alejandría

Egipto, 9 de noviembre de 48 a.C.

La reina Cleopatra VII, última descendiente de Cleopatra I, quien fuera esposa del faraón niño Ptolomeo V en los ya muy lejanos tiempos de Escipión, ascendió por las escaleras del palacio a toda velocidad. A los soldados egipcios de su guardia personal, que debían de subir por aquellas largas escaleras, cargados con sus corazas y pesadas espadas y lanzas, les costaba seguirla. La reina de Egipto llegó pronto a la gran terraza desde la que se divisaba la ciudad. Allí encontró la larga figura de Julio César recortada contra la luz que emergía del incendio de la ciudad.

–¡La Biblioteca de Alejandría…! – A la reina le costaba hablar; estaba sin resuello al haber ascendido corriendo por toda la infinita escalinata que conducía hasta aquel mirador, pero la tragedia era tal que encontró aire que emergía desde lo más profundo de sus entrañas-. ¡Por Osiris, la Biblioteca de Alejandría está en llamas!

–Lo sé -respondió César serio, con un vibrato tenso en su voz-. He ordenado a mis hombres que detengan el incendio.

–¿Los mismos hombres que lo iniciaron?

César tardó unos instantes en responder. Antes de hacerlo dejó de mirar a la reina y volvió sus ojos hacia las llamas que consumían la zona portuaria de la ciudad.

–Los mismos y más hombres. Los tengo a todos trabajando para evitar que el incendio alcance la Biblioteca. He tenido que ordenar incendiar la flota que nos acosaba enviada por los generales favorables a tu hermano. No había otra forma de defenderse, pero sólo están ardiendo los almacenes del Museo, no la Biblioteca, y detendremos el fuego antes de que eso ocurra.

La reina se acercó al poderoso general de Roma y contempló la desgracia que asolaba su ciudad sacudiendo la cabeza, pero en silencio.

Era cierto que César tenía que defenderse de la llegada de los nuevos soldados enviados por Ptolomeo, pues si éstos desembarcaban se harían con el control de la ciudad y los acorralarían en el palacio, pero aquel incendio… Quizá César tuviera razón y aún consiguieran detener el desastre. Quizá aún se pudiera salvar la mayor parte de los fondos de la mayor biblioteca del mundo. La reina de Egipto lloraba por dentro y lloraba por fuera. Su país se desangraba en una cruenta guerra civil y las llamas acechaban el mayor de sus tesoros. Cerró los ojos y rezó a Osiris y a todos los dioses de Egipto.

El bibliotecario de Alejandría corría por las diferentes salas de la grandiosa biblioteca que el rey Ptolomeo I fundara en la ciudad del Nilo hacía ya más de dos siglos. A su edad, rondaba ya los cincuenta años, y poco acostumbrado al ejercicio físico, el bibliotecario resoplaba y sudaba como un animal que fuera a su sacrificio. Además, para colmo de males, empezó a toser. El humo lo envolvía todo. Cruzó por las salas dedicadas a los inmortales filósofos griegos, corrió por las estancias dedicadas a los estudios sobre las palabras; allí observó que en su lugar privilegiado, en un gran estante a la derecha seguían los voluminosos rollos de Filitas titulados Palabras misceláneas, dedicado a las palabras más antiguas del griego, una ayuda inestimable para leer a Homero, aunque siempre confusa; al lado estaban los rollos con una obra similar de Zenodoto, pero con las palabras ordenadas por orden alfabético, una idea genial del primero de los bibliotecarios de Alejandría que hacía enormemente sencillo localizar cualquier término; ¿qué pensaría Zenodoto si viera lo que estaba ocurriendo? Jadeaba, pero seguía firme en su objetivo y continuaba trotando; no tuvo tiempo de comprobar si el Lexeis del gran Aristófanes de Bizancio, uno de sus antecesores en el puesto de bibliotecario, seguía allí o si lo habían trasladado a la zona del Museo, junto a los almacenes del puerto. La reina Cleopatra se había empeñado en regalar a los romanos, a esos malditos romanos que habían creado el incendio que ahora amenazaba miles de rollos, algunos de los ejemplares más valiosos de la Biblioteca como muestra de reconciliación con el nuevo poder de Roma, con el gran Julio César.

El bibliotecario tuvo que detenerse un momento. Se apoyó en unos estantes donde vio que los cestos donde se debían guardar las obras del magnífico geógrafo Eratóstenes también estaban vacíos. Gracias a Zeus que los poemas de Hesíodo, Píndaro y otros poetas seguían allí. Pero los mapas de Eratóstenes no podían perderse. El bibliotecario reemprendió la marcha abrumado por su responsabilidad. Había citado a todos los asistentes frente a la puerta que daba acceso al Museo, de donde parecían provenir las llamas. Julio César, temeroso del levantamiento de los egipcios que veían en él tan sólo a un general extranjero, un invasor codicioso, sublevados bajo el auspicio del hermano de Cleopatra, habían obligado al conquistador romano a reaccionar con furia ordenando el incendio de la flota egipcia. Militarmente la acción había sido un éxito, pero las llamas pasaron de los barcos egipcios a los muelles del puerto y de los muelles a la parte del Museo de la Biblioteca donde se acumulaban miles de rollos aún por evaluar, además de las obras que se querían regalar a Roma. Lo central era preservar el resto de la gran Biblioteca y salvar todo lo posible del Museo. Tenía las ideas claras, pero le faltaba el resuello constantemente y sabía que sin sus instrucciones los asistentes no sabrían cómo organizarse para defender la Biblioteca y rescatar los manuscritos más importantes. El anciano repasaba los estantes con su mirada a medida que avanazaba por los pasillos. Las obras de Esquilo y Eurípides estaban allí. Bien.

–¡Las Pinakes, por todos los dioses, las Pinakesl El bibliotecario encontró fuerzas suplementarias para seguir corriendo al recordar que las Pinakes de Calimaco, la obra más exhaustiva de clasificación de todos los escritores griegos del mundo antiguo en interminables tablas donde se recogía todo tipo de información sobre cada autor, también habían sido trasladadas al Museo para restaurar algunos rollos dañados por el tiempo y la humedad. Ahora se encontraban a merced de las llamas. ¿Cómo iban a seguir clasificando las obras restantes sin tener la referencia de aquellas tablas de Calimaco? Hacía tiempo que tenían que haber hecho copias, pero había que copiar tantas cosas y disponía de tan pocos hombres válidos…

Llegó al final del último pasillo y abrió la puerta de la Biblioteca de Alejandría. Ante él el más terrible de los espectros: la furia de las llamas emergía por las ventanas superiores del Museo; el humo lo abrazaba todo, ascendiendo hacia el cielo como una torre destructora de consecuencias inimaginables para toda la humanidad. Al pie de la escalinata de acceso, una veintena de asistentes, pálidos, aterrados y desolados le aguardaban. No era momento ni de lágrimas ni de lamentaciones. El bibliotecario de Alejandría se dirigió a todos como un general antes de la batalla.

–Dividios en grupos de tres. El primero ha de guiar a los otros dos, derribar obstáculos y abrir camino. Los otros dos detrás, deben cargar tantos rollos como sea posible. ¿Habéis traído los cestos húmedos y los paños mojados?

–Sí, bibliotecario, sí, lo hemos traído todo -dijo uno de los asistentes más veteranos.

–Bien. Ahora la humedad y los daños que pueda causar ésta a los rollos es el menor de nuestros problemas. Meted los volúmenes en los cestos y tapad cada cesto con un paño húmedo para protegerlo de las llamas y del calor y usad otro paño para cubriros la cara. Hay que salvar las Pinakes de Calimaco, los mapas de Eratóstenes, el Lexeis de Aristófanes, las obras de Zenodoto. ¿Está todo claro?

Los asistentes asintieron y se pusieron manos a la obra, pero uno de los más jóvenes se acercó al bibliotecario, nervioso, con las manos sudorosas. El bibliotecario vio que aquel muchacho era presa del pánico, pero la confesión del joven dejó al veterano bibliotecario sumido en una aún más profunda depresión.

–Hay que salvar también los dos libros de poética de Aristóteles, mi maestro; estaba encargado de copiarlos pero había tan poca luz en la sala de la biblioteca que los llevé al Museo. Lo siento, lo siento.

El bibliotecario pensó en matar allí mismo con sus propias manos a ese insensato. La Poética de Aristóteles. No era momento para reproches. Eso vendría luego.

–¿Dónde están?

–En la sala de los textos romanos.

En los últimos años, los bibliotecarios que habían precedido al bibliotecario general de Cleopatra habían compilado textos provenientes de la emergente Roma que habían juntado con otros procedentes de la misma ciudad que habían llegado a Alejandría en el pasado por muy diferentes cauces. El bibliotecario no tenía en mucha estima todos aquellos textos y había ordenado hacía tiempo trasladarlos a una sala del Museo de ventanas grandes donde la humedad procedente de los muelles parecía empaparlo todo, para de esa forma ganar espacio en la gran Biblioteca para otros textos griegos de más valor, y aquel estúpido jovenzuelo había llevado la Poética de Aristóteles a ese nefasto lugar.

–Tú vendrás conmigo y reza a los dioses por que salvemos la Poética, los dos libros, o de lo contrario ordenaré que te quemen vivo tras el incendio. Y tú y tú acompañadme también.

Los diferentes grupos de asistentes entraron en el Museo. Nada más abrir las puertas una bocanada de humo les recibió con su carga mortal de asfixia.

–¡Al suelo, al suelo! ¡Arrastraos si hace falta, pero entrad, malditos, entrad! – El bibliotecario aullaba sus órdenes y un par de grupos de asistentes se introdujo en el Museo, pero el resto, aterrorizado y tosiendo, se alejó de la puerta-. ¡Malditos cobardes, malditos seáis todos! – exclamó el bibliotecario y, sin dudarlo más, entró a gatas en el Museo de la Biblioteca de Alejandría repleto de humo. Sólo le siguió el joven asistente que había confesado el desgraciado traslado de la Poética de Aristóteles, quizá impulsado por la fuerza extraordinaria que proporciona el sentimiento de culpa.

En el exterior, centenares de legionarios venidos de todas partes se arracimaban alrededor del Museo y hacían largas colas en las que se pasaban con rapidez infinidad de odres de agua para, al menos, contener el incendio en la zona del Museo. Y el trabajo daba sus frutos: la gran Biblioteca podría salvarse de las llamas, pero el Museo estaba perdido. Perdido por completo.

Tosiendo, tapándose la nariz con paños húmedos que se habían atado a la cara, con los ojos llorosos y casi a ciegas, el bibliotecario y su joven asistente llegaron a la sala del Museo de las grandes ventanas que encaraba los muelles del puerto de Alejandría.

–¿Dónde… es… tan…? – preguntó el bibliotecario incorporándose apoyándose en una pared desnuda, opuesta a las ventanas, y a salvo aún de las llamas que trepaban por el muro del fondo.

El joven asistente se arrastró hasta una mesa repleta de rollos justo bajo uno de los grandes ventanales y señaló una colección de rollos que el bibliotecario reconoció en seguida.

–¿Has traído los cestos?

El muchacho parecía horrorizado ante la respuesta que tenía que dar.

–Los he perdido, mi maestro -respondió entre lágrimas fruto de la combinación de humo con culpa y abatimiento.

El bibliotecario le habría matado allí mismo, pero no había tiempo para eso. Miró a su alrededor. Quizá podrían lanzar los rollos por la ventana. Pegado a la pared, girando en la esquina de la estancia, llegó al ventanal, empujó a un lado la mesa y se asomó. La lengua feroz de una llama le chamuscó el pelo de la cabeza.

–El fuego trepa por las paredes exteriores. No podemos arrojar los rollos por aquí o arderán antes incluso de llegar al suelo. Además, los edificios de alrededor también arden y la ventana no da a la calle, sino a los tejados de las casas que están ardiendo. Estamos perdidos. – Pero el bibliotecario no se refería a ellos mismos, algo que le parecía superfluo, sino al hecho de que los volúmenes de la Poética de Aristóteles se iban a perder para siempre.

–Tengo los paños húmedos, maestro, es todo cuanto tengo -dijo el joven asistente, y de debajo de la túnica sacó varios paños aún empapados en agua.

El bibliotecario abrió bien los ojos, tomó los paños y los extendió sobre el suelo. Luego cogió los rollos del libro primero de la Poética, sobre tragedia y epopeya, y los envolvió como una mujer envuelve en pañales y mantas suaves a su recién nacido. A continuación repitió la misma operación con los diferentes rollos del segundo libro de la Poética, los que estaban dedicados a la comedia y a la poesía yámbica. Cada paquete era voluminoso al contener varios rollos y requería de un brazo para poder llevarlos. Pensó en coger él los dos, pero entonces no tendría al menos un brazo libre para abrirse camino. Estaba enrabietado, enfurecido con aquel ayudante estúpido, pero al menos el muchacho había demostrado valor y lealtad al confesar su estupidez y acompañarle hasta allí en medio del fragor de las llamas. La razón se impuso en su mente.

–Toma -dijo el bibliotecario, y le dio al joven el paquete con los rollos de Aristóteles dedicados a la tragedia y la epopeya-. Corre, corre y salva esto. Yo te seguiré en un momento. Corre, por Heracles, corre y salva estos rollos. Olvídate de mí. No mires atrás.

El joven tomó con un brazo el paquete, se agachó y encogido salió corriendo de la gran sala de los ventanales. En su interior quedó el bibliotecario, pasando su vista, turbia por las lágrimas que el humo generaba en sus ojos, por las etiquetas de las decenas, centenares de rollos que se apretujaban en las estanterías unos contra otros por la falta de espacio, aunque ahora pareciera que se apretaban unos con otros asustados ante lo que el destino les tenía deparado para dentro de unos instantes. El bibliotecario buscaba los escritos romanos más antiguos, pues sabía que había algunas piezas que podían tener un valor inestimable para muchos de los historiadores que se acercaban hasta Alejandría. En particular buscaba las memorias de un antiguo general romano del pasado, un tal Escipión, que siempre fue proclive a promocionar la cultura griega en Roma y que, cómo no, terminó desterrado de la propia Roma por unos salvajes e ignorantes conciudadanos. Era una orden que había pasado de bibliotecario a bibliotecario desde los tiempos de Aristófanes de Bizancio: preservad las memorias de ese general romano. Sus ojos se detuvieron. Allí estaba. Alargó la mano que tenía libre y tomó uno de los rollos que estaban en una de las estanterías de la esquina más alejada aún del fuego.

–Las memorias de Publio Cornelio Escipión, Africanus -leyó no sin cierto esfuerzo. Estaban en griego. Era un gran rollo resultado de pegar varios más pequeños en uno solo que ahora era mucho más grueso. Escipión. Un romano que defendió la difusión de la cultura griega y que además escribió en griego merecía ser salvado de las llamas, seguramente era lo único de Roma que merecía no quemarse allí aquella noche, sobre todo si Aristófanes de Bizancio dejó aquella instrucción, pero no tenía más paños húmedos y no estaba dispuesto a desenvolver los rollos de Aristóteles que él mismo llevaba sobre comedia y poesía para proteger esas memorias. Las cogió, pues, con la mano libre con la esperanza de que en el mejor de los casos sólo llegaran algo chamuscadas al exterior del edificio.

El bibliotecario avanzó por los pasillos llenos de humo. Se agachó y caminó en cuclillas, pues no podía gatear con las manos ocupadas. El esfuerzo era demasiado para su maltrecho cuerpo poco entrenado para pruebas físicas y muy maltratado ya por el humo y los constantes golpes que se daba contra paredes y puertas a medio abrir, pues avanzaba casi a ciegas, incapaz de abrir los ojos por más de un instante. Pronto se mareó y sintió nauseas y en medio de las llamas y el humo y el calor se arrodillo y vomitó a espasmos secos. Aquello le dolió primero, pero al poco le alivió algo y continuó en cuclillas avanzando pegado a una pared del largo pasillo que conducía a la salida del Museo. De pronto una viga cayó sobre la espalda del bibliotecario y el viejo hombre de letras cayó de bruces contra el suelo. Su cabeza chocó contra la piedra, escuchó un chasquido y se quedó inmóvil, sin sentir ya su cuerpo. Así permaneció un momento hasta que escuchó la voz del joven asistente que había regresado para ayudarle.

–Aguante, maestro, aguante y le sacaré de ahí -dijo el joven mientras se esforzaba por empujar la viga que aplastaba el cuerpo del bibliotecario.

–Déjalo, muchacho… ¿Y los rollos que te di… de Aristóteles…? – preguntó el herido sin atender a lo terrible de su situación. – Están a salvo, a salvo, maestro.

–Pues toma este segundo paquete con el segundo libro de la Poética y sal de aquí corriendo antes de que se derrumbe todo el edificio.

–¡Pero maestro…!

–¡Coge los rollos, maldito seas… y sal de aquí con ellos… tú que puedes! ¡Yo no soy nadie, no soy nada… pero estos rollos son las palabras de uno de los mayores sabios! ¡Yo no merezco tus esfuerzos… estos rollos sí!

El joven tomó el segundo paquete, lanzó una mirada sollozante hacia su maestro apresado bajo aquella pesada viga humeante, se levantó y se alejó corriendo. Lo hizo porque tenía decidido poner a salvo ese segundo grupo de rollos de la Poética de Aristóteles para luego regresar de inmediato, si era posible acompañado de algún otro asistente y así, entre los dos, liberar al maestro bibliotecario de aquella pesada viga y salvarlo de morir en medio de aquel pavoroso incendio. El joven alcanzó la salida, tosiendo, escupiendo humo y cenizas por la boca. Cayó de rodillas y dos compañeros lo arrastraron lejos de las llamas. Le dieron la vuelta y lo tumbaron boca arriba para que se recuperara. El joven se esforzaba en hablar, pero tenía la garganta seca y no hacía más que toser. Nadie le entendía. Uno de los asistentes tomó el paquete que llevaba y lo puso a buen recaudo junto con las otras obras que se habían podido salvar. No muchas, pues los rollos de Zenodoto, las Pinakes de Calimaco, el Lexeis de Aristófanes y muchos de los mapas de Eratóstenes se habían perdido para siempre, al igual que muchos documentos provenientes de Roma, pero les quedaba el consuelo de que se habían salvado todos los volúmenes de la Poética de Aristóteles. Al menos por el momento, pues en aquel mundo envuelto en continuas guerras ¿quién podía predecir lo que ocurriría en el futuro con lo que consiguieran salvar aquella funesta noche de la insaciable sed de las llamas?

–¿Y el maestro? – preguntó al fin uno de los asistentes al muchacho. El joven, haciendo un esfuerzo sobrehumano, interrumpió su interminable tos y acertó a pronunciar unas pocas palabras.

–En el pasillo central, al final… próximo… salida… una viga… caído… -No pudo decir más, pero fue suficiente. Un grupo de los asistentes más valientes, de los que habían entrado al Museo aunque apenas consiguieran salvar obras menores y sin gran importancia en comparación con todo lo perdido, se arremolinaron frente a la puerta del Museo para intentar rescatar al bibliotecario, pero ya era demasiado tarde. La puerta misma era consumida por el fuego y el pasillo central estaba completamente en llamas. Ya nadie podía entrar ni salir. Ya no podía hacerse nada.

En el interior del Museo, el bibliotecario de Alejandría se mira la mano vacía y sonríe un segundo. Aristóteles ha sido salvado. Un momento de felicidad frente a la muerte más terrible que se avecina. Respira entrecortadamente. Gira la cabeza y ve como en su otra mano, apretujado, ahumado ya por el calor, el gran rollo del antiguo general romano permanece dispuesto a ser engullido por el incendio que lo consume todo.

–En la confusión te he olvidado… buen romano -dice entre dientes el bibliotecario al percatarse de su error, ofuscado como había estado en salvar a Aristóteles. La mano del bibliotecario pierde fuerza y se abre y el rollo de Las memorias de Publio Cornelio Escipión rueda por el suelo alejándose del hombre que había intentado salvarlo y, al girar sobre sí mismo, el rollo se aleja en parte desplegando su contenido de palabras, historia y sentimientos. Los ojos del veterano bibliotecario, apresado bajo la viga, incapaz de huir de la muerte, se entregan a la única actividad de la que su cuerpo era ya capaz: leer. Las llamas acercan la muerte tanto para el lector como para el texto que está siendo leído, pero eso sí, irónicamente, proporciona luz más que suficiente para desvelar cada palabra, cada frase, hasta desplegar por completo el último párrafo de las memorias de aquel antiguo romano.

La fiebre ha vuelto a subir. Me duele todo el cuerpo, pero sé que esto terminará pronto. Quizá esta misma noche. Me he levantado para escribir un último pensamiento: después de todo lo escrito parecerá irónico, después de toda una vida luchando contra Aníbal parecerá absurdo, pero creo que si Aníbal y yo hubiésemos sido los dos romanos o los dos cartagineses hubiéramos sido grandes amigos. Grandes amigos. Este es un mundo extraño.

El bibliotecario deja de respirar y sus ojos abiertos, aunque posados sobre el texto que se desvanece, ya no son capaces de hacer llegar a su mente las palabras finales de un papiro que se deshace en cenizas, que se desintegra hasta quedar en nada, en humo silencioso sacudido por el rugido del incendio. Las últimas palabras del texto parecen consumirse en medio del fuego como lejanos vestigios de un tiempo que fue pero que ya ha desaparecido para siempre.

APÉNDICES

1 Nota histórica

Las memorias de Escipión se perdieron. Se desconoce el lugar o el modo en las que éstas desaparecieron, pero el incendio de parte de la Biblioteca de Alejandría provocado por el ataque sobre la flota egipcia de Ptolomeo XIII fue real. ¿Estaban allí esas memorias? Lo que no está claro es ni la cantidad exacta de rollos que ardieron en aquel desastre ni si el incendio afectó a la Biblioteca en sí o, como parece más probable, sólo a la parte del Museo más próxima a los muelles. De este modo, lo que nos ha llegado de la vida de Publio Cornelio Escipión hasta nuestros días se debe, en gran medida, al historiador griego Polibio.

Es posible que Polibio se desplazara a Alejandría en las fechas indicadas en La traición de Roma en una embajada de Grecia dirigida a entrevistarse con el faraón de Egipto, aunque otras fuentes aseguran que esta embajada se canceló por la muerte del faraón Ptolomeo V Epífanes, pero lo que sí es seguro es que, años más tarde, Polibio sería tomado como rehén por los romanos por luchar por la independencia de la liga Aquea. Su elevada cultura, no obstante, le hizo acreedor de la confianza de Lucio Emilio Paulo, que lo empleó como tutor de sus dos hijos que, a la postre, serían Quinto Fabio Máximo Emiliano y Publio Cornelio Escipión Emiliano, como se explica a continuación. Con los años, Polibio se ganó el favor del círculo de los Escipiones y de esta forma, Polibio, arropado por Escipión Emiliano, tendría acceso a la biblioteca personal de Escipión el Africano, a sus escritos y, más aún, acceso directo a muchos de los tribunos y oficiales que combatieron con Publio Cornelio Escipión, Africanus, especialmente Lelio, para el que era un pasado aún muy reciente. Los textos de Polibio sobre la guerra de Iberia, sobre Aníbal y sobre Escipión son la base sobre la que tanto historiadores de la Roma Antigua como historiadores más modernos han construido las diferentes visiones que se nos han trasladado hasta nuestros días de aquel largo y épico enfrentamiento. Tito Livio, Apiano o Plutarco, entre otros, han complementado la información de Polibio con datos relevantes sobre el resto de grandes personajes involucrados en la gran historia de Escipión, eso sí, quizá con algo menos de objetividad que el griego Polibio.

Tiberio Sempronio Graco se constituyó en uno de los hombres fuertes de la república de Roma tras el exilio de Escipión. De hecho, a él se debe la pacificación temporal de Hispania, donde tras una exitosa campaña consiguió un acuerdo con las tribus celtíberas que significó paz para la región durante varios años y un triunfo para él en Roma. De nuevo se demostraba que la política de pactos llevaba a mayores éxitos en Hispania, como ya hiciera Escipión, en contraposición con la cruenta campaña de Catón.

Tres cosas se saben con bastante seguridad del matrimonio entre Tiberio Sempronio Graco y Cornelia menor: tuvo lugar, fue un matrimonio feliz y tuvieron numerosos hijos, se habla de hasta doce, pero muchos murieron en la infancia y sólo se conoce con certidumbre la vida de: Tiberio Sempronio Graco, Cayo Sempronio Graco y Sempronia. Los dos hermanos Graco promovieron una revolución social sobre la base de una enorme reforma agraria en medio del siglo II a.C. en Roma. Una revolución social ésta, para la que las clases patricias no estaban en absoluto preparadas y que terminó en duros enfrentamientos en las calles de Roma con el resultado de que ambos Gracos fueron asesinados.

Pero la rama de los Escipiones continuó ejerciendo poder e influencia sobre Roma más allá de Africanus no sólo por la descendencia de Cornelia menor. Publio Cornelio Escipión hijo consiguió, con habilidad y esfuerzo, recuperar una fuerte posición de poder en el Senado para lo que, entre otras cosas, se valió de una estrategia genial: en una jugada maestra y, ante su imposibilidad de tener hijos, adoptó al hijo mayor de Lucio Emilio Paulo tras el prematuro fallecimiento del gran general. Lucio Emilio, héroe militar y tío de Escipión hijo, había tenido dos hijos, pero falleció pronto y Escipión hijo adoptó al primogénito en una maniobra que contribuía a afianzar la conexión entre los Escipiones y los Emilio-Paulos. El hijo adoptado pasó a llamarse Publio Cornelio Escipión Emiliano, combinando el nombre de la familia adoptante con su origen en el clan de la Emilio-Paulos y pasó así a convertirse en nieto adoptivo del legendario Publio Cornelio Escipión, Africanus, tal y como se ilustra en el árbol genealógico de la familia en los Apéndices de la novela. Los Fabios, en un intento por responder a esta maniobra de los Escipiones, adoptaron a su vez al hermano menor de Escipión Emiliano, que pasó a denominarse Quinto Fabio Máximo Emiliano. Ambos hermanos, pese a crecer en facciones opuestas en el mundo político romano, se respetaron siempre e incluso combatieron juntos con efectividad en el sur de Hispania. Y, si bien los dos resultaron buenas apuestas políticas y militares para los dos clanes adoptantes, fue, sin lugar a dudas, Escipión Emiliano el que destacó por encima de ningún otro general o político romano de su época. Ya fuera por el peso de llevar el nombre de Escipión o porque en sí mismo tenía la intuición de un gran estratega y político, Escipión Emiliano fue el artífice de dos de las conquistas claves de la época que siguió a la segunda guerra púnica. En primer lugar fue Escipión Emiliano quien fue designado por el Senado para cumplir la demanda que un anciano Marco Porcio Catón seguía exigiendo en el Senado casi a diario, tal y como nos cuenta Plutarco: Qeterum censeo Carthaginem esse delendam [Por otra parte opino que Cartago debe ser destruida]. De esta forma Catón, si bien alcanzó al fin su objetivo de que se arrasara Cartago, tuvo que ver cómo esto se hacía con las legiones bajo el mando de un Escipión. Y aún más, años después, Roma debería recurrir de nuevo a Escipión Emiliano para resolver un pequeño problema que había terminado transformándose en un desafío que amenazaba con desestabilizar el poder de Roma en todo el mundo: Numancia. Y es que los numantinos, pese a estar en franca desigualdad con Roma, habían sido capaces de repeler en hasta cinco ocasiones los ataques de Roma, aniquilando legiones, destrozando ejércitos y humillando a una larga serie de cónsules y pretores. Se llegó a la vergonzosa situación de que nadie en Roma quería alistarse para combatir en Hispania, tal era el terror que la fama de los pertinaces e invencibles numantinos había generado. Fue entonces cuando, al igual que ya hiciera su abuelo por adopción, se presentó ante el Senado y ante el pueblo un ya muy veterano Escipión Emiliano para resolver el asunto. Así, Escipión Emiliano, tratando a los numantinos de tú a tú, sin menospreciar en absoluto su capacidad guerrera, como había hecho el resto de generales romanos que le habían precedido, planteó un largo conflicto de acoso total a Numancia y sus aliados que concluyó en uno de los más largos y terribles asedios de la historia.

Los Escipiones pues, ya por la rama de Cornelia menor, como por la rama adoptiva de Escipión hijo que conducía hasta Escipión Emiliano, se mantuvieron en el centro de la política de Roma durante dos generaciones más, sin que Catón pudiera hacer nada por evitarlo. En este contexto, Marco Porcio Catón, hastiado de la política de una Roma en la que la riqueza, la opulencia y el lujo crecía sin límites ni control, se retiró de la vida pública. Había conseguido que se pusiera en marcha una vez más la maquinaria de guerra romana para aniquilar Cartago, aunque él no llegara a ver en vida el último ataque sobre la ciudad que tuvo lugar poco después de su muerte, pero no había logrado borrar de la historia a los Escipiones. Se dedicó entonces, durante los últimos años de su vida, a una intensa labor literaria centrada especialmente en ensayos, muchos de los cuales nos han llegado hasta nuestra época suponiendo una enorme y muy rica fuente de conocimiento sobre la forma de vida de la Roma de aquella época. De entre ellos, por ejemplo, destaca su tratado sobre agricultura, De Agri Cultura o De Re Rustica, del que se extrae la cita sobre los puerros de principio del libro VI de esta novela. Según parece, Catón escribió muchos de estos textos para educar a su hijo mayor de la forma más recta posible, evitando así que tuviera que leer textos de perniciosa influencia extranjerizante. Catón, no obstante, no supo o no pudo estar a la altura de la moralidad sin tacha que predicaba y exigía a todos en la vida pública y privada y en los últimos años de vida no sólo tuvo devaneos con esclavas jóvenes y hermosas sino que, para escándalo de su hijo primogénito, Marco Porcio Catón Liciniano, así denominado ya que su padre se había casado con una mujer de la gens Licinia, Catón ya anciano tomó por esposa a la más joven y bella de sus esclavas, llamada Salonia, con la que tuvo un hijo que da nombre a la rama saloniana de la familia. Este último desliz, desde el punto de vista moral, le valió que su hijo legítimo y primogénito le negara la palabra para el resto de su vida. Sin embargo, esta relación del viejo Catón con su bella esclava dio sus frutos a largo plazo, pues así como de la rama de su hijo legítimo no hubo descendencia que destacara en la vida pública y militar de Roma, de su hijo ilegítimo desciende directamente Catón el Joven, bisnieto de Catón el Viejo, y que será uno de los grandes enemigos políticos de Julio César, repitiéndose así el enfrentamiento entre un Catón y alguien que destacaba por encima de todos los demás senadores, sólo que esta reedición de la historia tuvo un final diferente al enfrentamiento entre Catón el Viejo y Escipión.

No es ésta la única conexión entre César y los Escipiones, pues Escipión Emiliano, antes de partir para combatir en Numancia, eligió con esmero sus tribunos y oficiales, conocedor de que iba a enfrentarse con un pueblo de tremenda astucia y capacidad militar. Y entre esos tribunos, Escipión Emiliano seleccionó a un tal Cayo Mario, que no es otro sino que el famoso Mario que a su regreso de Hispania iniciaría una fructífera carrera política hasta conseguir el consulado en numerosas ocasiones y reorganizar las legiones hasta transformarlas en las legiones que luego mantendrían al Imperio de Roma en la cima de su poder durante siglos. Fue, de hecho, el propio Escipión Emiliano quien animó a Cayo Mario a que hiciese carrera en política. Y, como es bien conocido, Cayo Mario no es otro sino que el tío de Julio César. O, dicho de otro modo, el tío de Julio César, que tanto influyó en quien debía acabar con la República y abrir las puertas del principado como nueva forma de gobierno en Roma fue, a su vez, tribuno militar a las órdenes del nieto adoptivo de Africanus. Después de todo, al final, se cumplió el peor de los presagios de Catón el Viejo y un hombre se erigió por encima de todos los demás, sólo que unos doscientos años después de lo que él había previsto. Acertó en lo que iba a ocurrir, pero se equivocó en quién iba a ejecutar ese cambio en el gobierno de Roma.

El resto del mundo fue evolucionando a la par que Roma crecía en poder: Egipto prosiguió en su imparable declive que, eso sí, como no podía ser de otra forma para una civilización de más de tres mil años, tuvo término de la forma más épica posible con los amores de su última reina, Cleopatra VII con el propio Julio César y con Marco Antonio. Por otro lado, Siria y el resto del Imperio seléucida continuó desintegrándose hasta quedar todos sus territorios en pequeños reinos independientes o absorbidos primero por Pérgamo y luego por los partos y los propios romanos. Eumenes II de Pérgamo, sin embargo, supuso una breve pero intensa revitalización del mundo helenístico en Asia y bajo su reinado la ciudad se constituyó en uno de los enclaves más importantes del mundo con un teatro y, sobre todo, un impresionante altar en honor a Zeus erigido por orden de Eumenes II pocos años después de la muerte de Escipión y Aníbal, altar que puede admirarse en el Museo de Pérgamo en la isla de los museos en el centro de Berlín.

Tito Maccio Plauto falleció el mismo año o en fechas muy próximas a la muerte de Escipión. Su vida fue azarosa, su intromisión en política sólo intermitente, pero su legado a la literatura es sublime. Nadie después de él consiguió un éxito similar en el teatro en Roma y sólo después de muchos siglos, el teatro recuperó su posición relevante en el mundo de la literatura. Pero más allá de las palabras están los hechos: las obras de Plauto siguen representándose, año tras año, en múltiples escenarios del mundo y tan recientemente como en 2008 su obra Miles Gloriosas, recreada en Las legiones malditas, volvía a representarse en el teatro de Mérida, más de 2.200 años después de su estreno. Eso es una capacidad de prevalencia en la historia de la literatura que muy pocos han conseguido o conseguirán jamás.

Cayo Lelio regresó a Roma y se mantuvo como fiel servidor del Estado durante varios años más, asumiendo los cargos de procónsul en la Galia Cisalpina y embajador ante el rey Perseo de Macedonia, puestos que ejerció, según los datos que nos han llegado, con su habitual eficacia y austeridad. En torno a 160 a.C, como he mencionado antes, más allá de otros posibles encuentros anteriores, proporcionó mucha información al historiador Polibio. Lelio educó a su hijo próximo al círculo de los Escipiones y Escipión Emiliano, reproduciendo la vieja amistad entre su abuelo adoptivo y Cayo Lelio, encontró en el hijo de Cayo Lelio otro gran apoyo y confidente que le acompañó con lealtad en numerosas de sus campañas militares hasta el punto que Cicerón escribió su tratado sobre la amistad, De Amicitia, tomando como modelo la estrecha relación entre Cayo Lelio hijo y Escipión Emiliano.

Netikerty es un personaje de ficción, al igual que su hijo Jepri, si bien los acontecimientos en los que se ven envueltos durante Las legiones malditas o La traición de Roma son hechos completamente históricos, como la enfermedad de Escipión, las redes de espionaje e información y desinformación entre las diferentes facciones senatoriales de la época, los informes que Escipión enviara al Senado desde África, el reinado del faraón niño y su famoso edicto en griego, demótico y jeroglífico que ha quedado recogido para la posteridad en la hoy denominada «piedra Roseta» exhibida en el Museo Británico de Londres, o las patrullas en el Nilo, entre otros acontecimientos sobresalientes. Por otro lado, el que un general poderoso de Roma, como Lelio, tuviera devaneos con esclavas hermosas y hasta hijos ilegítimos (si hasta el propio Catón los tuvo y hay constancia de ello), es más probable que improbable. Me gusta pensar que fue con alguien como Netikerty. Y ¿pudo una esclava tener en sus manos la vida de Escipión? Lo que es seguro es que Escipión estuvo gravemente enfermo en Cartago Nova, a punto de morir, de hecho el rumor de su muerte propició la rebelión de las tropas de Suero, y tampoco sería descartable que sus enemigos políticos fraguaran algún intento de asesinato específico, aunque de eso no hay constancia, al contrario de lo que sucede con las redes de espionaje y contraespionaje que sí están referidas por la historiografía clásica.

Areté tiene nombre ficticio, pero Escipión, según el historiador Valerio Máximo del siglo I d.C, tuvo una amante entre una de sus esclavas y, sin duda, ese hecho afectó a la vida con su esposa. Su relación con esta amante se inició, siempre según Valerio Máximo, en torno a 191 a.C. y se mantuvo hasta la muerte del propio Escipión, tal y como se cuenta en la novela. Se desconoce el origen o la historia de esta esclava, pero, siempre según esta versión de la historiografía clásica, Emilia Tercia, en una muestra de suprema generosidad, liberó a esta esclava tras la muerte de su esposo y permitió que contrajera matrimonio con otro de sus esclavos manumitidos.

Sofonisba, otro de los grandes personajes de esta trilogía (en Las legiones malditas), es un personaje plenamente histórico, hija del general púnico Giscón, y todas las relaciones de la hermosa cartaginesa con los reyes númidas también son auténticas al igual que las implicaciones que dichas relaciones tuvieron durante la segunda guerra púnica.

Emilia Tercia sobrevivió veinte años a su marido, regresó a Roma y quién sabe si por despecho hacia Catón, se dedicó a vivir en medio de un gran lujo como muestra del poder de la familia de los Escipiones en su gran domus en el corazón de Roma. Lamentablemente, sobrevivió también a su hijo, pero vio compensada esta pérdida viendo cómo con la adopción de Escipión Emiliano, el poder de la familia seguía presente en Roma más allá de todas las maquinaciones de los viejos enemigos de su esposo.

¿Cayó preso el hijo de Escipión en la campaña de Magnesia? La respuesta es sí: fue hecho prisionero y Antíoco negoció, o, mejor dicho, intentó negociar con su padre y su tío. Los historiadores son rotundos en dos cuestiones: estuvo preso, en manos del ejército de Antíoco, y Aníbal era uno de sus máximos consejeros, pero, a partir de ahí, no se sabe bien cómo o por qué, pero el hijo de Escipión fue liberado y devuelto a su padre. Luego vino la batalla de Magnesia y el resto de la historia. Catón empleó con habilidad la confusión sobre este episodio para atacar a Escipión públicamente en combinación con la petición de los famosos 500 talentos de oro.

¿Hablaron realmente Escipión y Aníbal? Nuevamente la respuesta es que sí: la conversación previa a la batalla de Zama está recogida por varios historiadores, mientras que para otros el segundo encuentro en Éfeso está entre la historia y la leyenda, pero es cierto que Aníbal era, como hemos dicho, consejero de Antíoco y es cierto también que Escipión fue enviado a una embajada de negociación a Asia antes de la batalla final de Magnesia.

Finalmente, el cuerpo de Aníbal nunca fue llevado a Roma. El historiador Sexto Aurelio Víctor, del siglo IV d.C, identifica una tumba en Asia, que fue restaurada en el año 200 d.C. por el emperador romano Septimio Severo, de origen libio, pues nació en Leptis Magna, y sobre la que en su tiempo se podía leer la inscripción: «Aquí se esconde Aníbal.» Este punto parece ser una colina rodeada de cipreses en las ruinas de Diliskilesi, próxima a la ciudad industrial de Libisa, hoy denominada Gebze. Ahora bien, los historiadores actuales, en función de las excavaciones arqueológicas recientes, se muestran muy escépticos sobre la veracidad de todos estos datos hasta el punto de que en la actualidad se considera que se desconoce el emplazamiento exacto de la tumba del gran general de Cartago. Este pequeño gran secreto sea quizá la última de sus victorias. Descanse en paz. Curiosamente, lo mismo ocurre con la tumba de Publio Cornelio Escipión, Africanus: tampoco se conoce su emplazamiento preciso. Livio nos habla de una tumba de Publio y Lucio Cornelio Escipión, con estatuas suyas y de su poeta amigo Ennio en algún lugar de Roma. Si esto es cierto significaría que en algún momento se trasladaron los restos de Escipión de Literno hasta Roma, pero ningún hallazgo arqueológico hasta la fecha ha podido certificar la localización de esta tumba de la que nos habla Tito Livio. En suma, podemos afirmar que hoy día una densa nube de misterio envuelve por completo dónde puedan estar enterrados Escipión o Aníbal. Hasta en eso les sigue uniendo el destino.

2 Glosario

ab urbe condita: Desde la fundación de la ciudad. Era la expresión que se usaba a la hora de citar un año, pues los romanos contaban los años desde el día de la fundación de Roma, que corresponde tradicionalmente con el año 754 a.C. En Africanus, el hijo del cónsul y Las legiones malditas se usa de referencia el calendario moderno con el nacimiento de Cristo como referencia, pero ocasionalmente se cita la fecha según el calendario romano para que el lector tenga una perspectiva de cómo sentían los romanos el devenir del tiempo y los acontecimientos con relación a su ciudad.

ad tabulam Valeriam: Cuando en el antiguo Senado de Roma un orador se posicionaba junto al gran cuadro que Valerio Mésala ordenó pintar en una de sus paredes para celebrar su victoria sobre Hierón de Siracusa.

Aequimelium: Barrio que se extendió al norte del Vicus Jugarius y al sur del Templo de Júpiter Capitolino.

affectio maritales: Voluntad recíproca de dos personas de permanecer unidos más allá de otras circunstancias, como, por ejemplo, un exsilium que conlleva la pérdida del connubium.

agema: Se ha utilizado este término para referirse a diferentes cuerpos de élite de los ejércitos helenísticos, en muchos casos, unidades de infantería, pero en La traición de Roma, el término se aplica a la fuerza de caballería del rey Antíoco III, una unidad de élite que constituía una auténtica guardia imperial de unos mil jinetes que intervenían junto al rey acompañándole durante las batallas campales. Así intervinieron de forma activa tanto en la batalla de Rafia en el año 217 a.C. contra el ejército egipcio de Tolomeo IV como contra la caballería romana del ala izquierda en el año 190 a.C. en la batalla de Magnesia. Los jinetes de esta unidad no estaban acorazados y esto les dotaba de gran rapidez en sus desplazamientos, aunque los hacía más vulnerables que los poderosos y muy temidos catafractos.

agone: «Ahora» en latín. Expresión utilizada por el ordenante de un sacrificio para indicar a los oficiantes que emprendieran los ritos de sacrificio.

Africanus: Sobrenombre que adquirió Publio Cornelio Escipión tras su victoria sobre Aníbal en África. Fue la primera vez que un general romano fue conocido por el nombre de uno de los territorios que conquistó. Su hermano continuó con esta costumbre al autoproclamarse Asiáticas tras su victoria en Magnesia y luego otros muchos generales optaron por esta tendencia, como Escipión Emiliano, nieto adoptivo de Escipión Africano, quien al conquistar Numancia, decidió denominarse como Numantinus. Posteriormente los emperadores se arrogaron esta capacidad de añadir a sus nombres imperiales el de aquellos reinos que conquistaban.

Agonium Veiouis: Fiesta celebrada el 21 de mayo del calendario romano en la que se sacrificaba un carnero en honor de la diosa infernal Veiouis.

alcionios: Días de calma después de o entre días de fiesta.

Altar de Hieran: Gigantesco altar para sacrificar animales levantado por orden de Hierón, tirano de Siracusa.

Altercatio: Algarabía o tumulto de voces, gritos e insultos proferidos por los senadores en momentos de especial tensión durante una sesión en la Curia.

Amphitruo: «Anfitrión», personaje de una de las obras del teatro clásico latino que, además de dar nombre a una tragicomedia, a partir del siglo XVII pasará a significar la persona que recibe y acoge a visitantes en su casa.

anábasis: Término griego que hace referencia a un viaje o expedición. La más famosas, sin duda, es la anábasis de Alejandro Magno en su ruta hacia Oriente, pero se ha empleado la misma palabra para referirse a otras expediciones similares, como en el caso que ocupa a La traición de Roma a la anábasis o expedición de Antíoco III de Siria en su reconquista de los territorios orientales del Imperio seléucida.

antica: Lo que quedaba ante un augur cuando éste iba a tomar auspicios o leer el vuelo de las aves. Lo que quedaba a sus espaldas se denominaba postica.

Apolo: En la mitología griega y romana Apolo era el dios de la luz y el sol, patrón de Delfos y muy adorado en Oriente, por ejemplo, en la Siria seléucida bajo el reinado de Antíoco III.

Ara Máxima Herculis Invicti: Altar levantado en las proximidades de las cárceles del circo.

Argiletum: Avenida que parte del foro en dirección norte dejando el gran Macellum al este.

Arx Asdrubalis: Una de las colinas principales de la antigua Qart Hadasht para los cartagineses, ciudad rebautizada como Cartago Nova por los romanos.

as: Moneda de curso legal a finales del siglo III en el Mediterráneo occidental. El as grave se empleaba para pagar a las legiones romanas y equivalía a doce onzas y era de forma redonda según las monedas de la Magna Grecia. Durante la segunda guerra púnica comenzó a acuñarse en oro además de en bronce.

Asclepios: o Asclepio era el dios griego de la medicina.

Asfódelos: Primera región del Hades donde las almas vagan a la espera de ser juzgadas.

argiráspides: Unidades de infantería de élite de los ejércitos helenísticos también conocidos, según su nombre, como escudos de plata. Constituían una de las fuerzas de choque más importantes de los ejércitos de Oriente.

Asiaticus: Sobrenombre que adoptó Lucio Cornelio Escipión tras su victoria en Asia en la batalla de Magnesia contra el ejército seléucida del rey Antíoco III de Siria.

Asinaria: Primera comedia de Tito Macio Plauto que versa sobre cómo el dinero de la venta de unos asnos es utilizado para costear los amoríos del joven hijo de un viejo marido infiel. Los historiadores sitúan su estreno entre 212 y 207 a.C. En esta novela su estreno se ha ubicado en el año 212 a.C. Aunque es una obra muy divertida, su repercusión en la literatura posterior ha sido más bien escasa. Destaca la recreación que Lemercier (1777-1840) hizo de la misma en la que incorporaba al propio Plauto como personaje. Algunos han querido ver en la descripción de la lena de esta obra la precedente del personaje de la alcahueta de La Celestina.

assa voce: Literalmente significa «sólo con la voz». Se refiere a aquellos cantos, sobre todo en los funerales romanos, que se hacían sin acompañamiento musical de ningún tipo. Así, por ejemplo, podemos leer como Varrón escribre «Carmina antiqua, in quibus laudes erant maiorum, et assa voce et cum tibicine», [«Cánticos antiguos en los que se alababa a los antepasados, cantados sólo con la voz, o con el acompañamiento de una flauta»]. En La traición de Roma el término se usa para explicar la forma en la que los sacerdotes salios interpretaban sus cantos de guerra. Athlófora: Sacerdotisa que en los desfiles llevaba las insignias de la victoria.

attramentum: Nombre que recibía la tinta de color negro en la época de Plauto.

atriense: El esclavo de mayor rango y confianza en una domus romana. Actuaba como capataz supervisando las actividades del resto de esclavos y gozaba de gran autonomía en su trabajo.

augur: Sacerdote romano encargado de la toma de los auspicios y con capacidad de leer el futuro sobre todo en el vuelo de las aves.

auguraculum: Lugar puro donde el augur se situaba para leer el vuelo de las aves.

augúrale: Lugar puro donde el augur se situaba para leer el vuelo de las aves dentro de un campamento militar.

Aulularia: o «comedia de la ollita» es una de las más famosas obras de Plauto. Su estreno se suele datar en torno a 194 a.C, coincidiendo con el segundo consulado de Publio Cornelio Escipión por la referencia directa que se recrea en La traición de Roma en relación a los privilegios que Escipión se concedió a sí mismo y otros magistrados para poder asistir sentados siempre en primera fila a las representaciones teatrales. La parte final de la obra está perdida, por eso en La traición de Roma la representación se interrumpe en ese momento.

auspex: Augur familiar.

autoritas: Autoridad, poder.

aves inferae: Aves en vuelo raso que presagiaban acontecimientos fatales.

aves praepetes: Aves de vuelo alto que presagiaban buenos acontecimientos.

Baal: Dios supremo en la tradición púnico-fenicia. El dios Baal o Baal Hammón («señor de los altares de incienso») estaba rodeado de un halo maligno de forma que los griegos lo identificaron con Cronos, el dios que devora a sus hijos, y los romanos con Saturno. Aníbal, etimológicamente, es el favorecido o el favorito de Baal y Asdrúbal, mi ayuda es Baal.

bacante: Técnicamente las bacantes eran las mujeres griegas que adoraban al dios Baco, pero luego su nombre se usó también para hacer referencia a las grandes fiestas que se organizaban en todo el mundo romano en honor de este mismo dios, aunque también se usaba el término bacanales para referirse a estos días de absoluto desenfreno donde el vino ocupaba un lugar privilegiado. Tal era el descontrol en estas fiestas que el Senado romano prohibió la celebración de estos ritos y sus excesivos banquetes a principios del siglo II a.C. Pese a la prohibición las bacantes o bacanales se siguieron celebrando con más o menos intensidad, dependiendo de la rigidez del control sobre el cumplimiento de la ley, hasta derivar en los carnavales que hoy día vemos en muchas ciudades del mundo entero.

Basileus Megas: o «Gran Rey» es el epíteto que se concedió a sí mismo el rey Antíoco III de Siria tras su reconquista de los territorios orientales del Imperio seléucida.

bellaria: Postres, normalmente dulces, pero también dátiles, higos secos o pasas. Solían servirse durante la larga comissatio.

Bes: Dios egipcio protector del período del Imperio Nuevo, protector de los niños además de estar relacionado con el placer sexual. Suele representarse como un enano, barbudo y con melena que, con frecuencia, enseña la lengua.

buccinator: Trompetero de las legiones.

bulla: Amuleto que comúnmente llevaban los niños pequeños en Roma. Tenía la función de alejar a los malos espíritus.

caetra: Se trata de un escudo pequeño, de entre 50 a 70 centímetros de diámetro, normalmente de madera con refuerzos de metal que se usaba sobre todo en Iberia y Lusitania, pero también entre pueblos de Oriente como los licios. Resultaba muy manejable por sus dimensiones y apto para la guerrilla, pero no tan eficaz para proteger una formación o falange en una batalla campal.

calón: Esclavo de un legionario. Normalmente no intervenían en las acciones de guerra.

canéfora: Literalmente significa «portadora de canasto». Se trataba de jóvenes atenienses escogidas entre las mejores familias de la ciudad para participar en las fiestas Panateneas, que se celebraban en honor de Atenea. Las canéforas portaban los objetos para las ofrendas en la procesión, que al llegar al templo de la diosa le eran consagrados.

cardo: Línea de norte a sur que trazaba una de las avenidas principales de un campamento romano o que un augur trazaba en el aire para dividir el cielo en diferentes secciones a la hora de interpretar el vuelo de las aves.

Caronte: Dios de los infiernos que transportaba las almas de los recién fallecidos navegando por le río Aqueronte. Cobraba en monedas por ese último trayecto y de ahí la costumbre romana de poner una moneda en la boca de los muertos.

carpe diem: Expresión latina que significa «goza del día presente», «disfruta de lo presente», tomada del poema Odae se Carmina (1, 11,8) del poeta Q. Horatius Flaccus.

Casina: La última comedia que compuso Plauto en torno a 183 o 184 a.C, contemporánea con la muerte de Publio Cornelio Escipión. Se trata de una farsa con la que el autor consiguió su último gran éxito.

cassis: Un casco coronado con un penacho adornado de plumas púrpura o negras.

castigatio: Flagelación a la que eran sometidos los legionarios por diversas faltas.

Castor: Junto con su hermano Pólux, uno de los Dioscuros griegos asimilados por la religión romana. Su templo, el de los Castores, o de Castor y Pólux, servía de archivo a la orden de los equites o caballeros romanos. El nombre de ambos dioses era usado con frecuencia a modo de interjección en la época de Africanus, el hijo del cónsul y el resto de novelas de la trilogía.

Castra Cornelia: Sobrenombre que recibió el campamento que Publio Cornelio Escipión levantó en una pequeña península de difícil acceso, próximo a Ütica, con el fin de protegerse del ataque de los ejércitos cartaginés y númida que le rodearon en su primer año de campaña en África.

catafractos: Caballería acorazada propia de los ejércitos de Persia y otros imperios de Oriente. Este tipo de unidades se caracterizaba porque tanto el caballo como el jinete iban protegidos por fuertes corazas que les hacían prácticamente invulnerables al enemigo. Los romanos sufrieron numerosas derrotas frente a este tipo de caballería hasta que poco a poco fueron incorporando unidades catafractas a la propia caballería de las legiones. El precursor de esta renovación sería el emperador Trajano.

cathedra: Silla sin reposabrazos con respaldo ligeramente curvo. Al principio sólo la usaban las mujeres, por considerarla demasiado lujosa, pero pronto su uso se extendió también a los hombres. Era usada luego por jueces para impartir justicia o por los profesores de retórica clásica. De ahí la expresión «hablar ex Cathedra».

causa extraordinaria: Proceso judicial promovido de forma extraordinaria, aunque cada vez resultaron más frecuentes a lo largo del siglo II a.C. en donde el encausado tenía que defender su inocencia ante un tribunal creado especialmente para dictaminar sobre las acusaciones que había declarado en su contra un tribuno de la plebe u otro magistrado.

circuli: Roscones elaborados con agua, harina y queso muy apreciados por los romanos.

Cistellaria: Obra de Plauto estrenada en torno al año 201 a.C, conocida también como «la comedia del cofre».

Ciudadela de Dionisio: Área fortificada próxima al istmo de la antigua ciudad de Siracusa al norte de la Isla Ortygia.

Clivus Victoriae: Avenida que transcurre en paralelo con el Vicus Tuscus, desde el foro boario hasta acceder al foro del centro de Roma por el sur a la altura del Templo de Vesta.

Clivus Argentarías: Avenida que parte del foro en dirección oeste dejando a la izquierda la prisión y a la derecha la gran plaza del Comitium. A la altura templo de Juno cruza la puerta Fontus y continúa hacia el oeste.

Cloaca Máxima: La mayor de las galerías del antiguo alcantarillado de la Roma antigua. Entra por el Argiletum, cruza el foro de norte a sur, atraviesa la Via Sacra, transcurre a lo largo del Vicus Tuscus hasta desembocar en el Tíber. Era famosa por su mal olor y durante muchos años se habló de enterrarla, pues trasncurría a cielo abierto en la época de Las legiones malditas.

codo: Antigua unidad de medida de origen antropométrico que por lo general indicaba la longitud de un objeto tomando como referencia el espacio entre el codo y el final de la mano abierta. Esta unidad oscilaba de una civilización a otra aunque en la mayor parte del mundo helénico el codo equivalía, aproximadamente, a medio metro, 0,46m para los griegos y 0,44m para los romanos.

cognomen: Tercer elemento de un nombre romano que indicaba la familia específica a la que una persona pertenecía. Así, por ejemplo, el protagonista de El Hijo del Cónsul, de nomen Publio, pertenecía a la gens o tribu Cornelia y, dentro de las diferentes ramas o familias de esta tribu, pertenecía a la rama de los Escipiones. Se considera que con frecuencia los cognomen deben su origen a alguna característica o anécdota de algún familiar destacado.

Columna Maenia: Columna erigida en 338 a.C. en honor de Maenio, vencedor sobre los latinos en la batalla naval de Antium.

consularipotestate: «con poder consular». Expresión que se añadía a una magistratura a la que, de forma excepcional, se le atribuían poderes sólo propios de un cónsul de Roma.

comissatio: Larga sobremesa que solía tener lugar tras un gran banquete romano. Podía durar toda la noche.

comitia centuriata: La centuria era una unidad militar de cien hombres, especialmente durante la época imperial, aunque el número de este regimiento fue oscilando a lo largo de la historia de Roma. Ahora bien, en su origen era una unidad de voto que hacía referencia a un número determinado asignado a cada clase del pueblo romano y que se empleaba en los comitia centuriata o comicios centuriados, donde se elegían diversos cargos representativos del Estado en la época de la República.

comitiales: Días apropiados para celebrar elecciones.

Comitium: Tulio Hostilio cerró un amplio espacio al norte del foro donde poder reunir al pueblo. Al norte de dicho espacio se edificó la Curia Hostilia donde debería reunirse el Senado. En general, en el Comitium se congregaban los senadores antes de cada sesión.

conclamatio: Tras la muerte de un familiar y con el fin originario de asegurase de que en efecto esa persona había muerto, sus familiares y amigos lo llamaban en voz alta y clara mirándolo a los ojos. Después el cuerpo era paseado y exhibido y, al fin, incinerado y enterrado siempre fuera de la ciudad y muchas veces junto a un camino.

connubium: Dentro del derecho civil romano, el connubium es la capacidad de una persona para poder contraer matrimonio legal.

consentio Scipioni: «acepto lo propuesto por Escipión», fórmula para aceptar una propuesta presentada por Escipión en el Senado.

corona mural: Premio, a modo de condecoración especial, que recibían los legionarios u oficiales que conquistaban las murallas de una ciudad antes que ningún otro soldado. Quinto Terebelio y Sexto Digicio recibieron una corana mural cada uno por ser los primeros en escalar las murallas en el ataque a Cartago Nova en Hispania en 209 a.C.

corvus: Un gigantesco gancho asido a una muy gruesa y poderosa soga que sostenía la manus férrea o pasarela que los romanos usaban para abordar barcos enemigos.

coturno: Sandalia con una gran plataforma utilizada en las representaciones del teatro clásico latino para que la calzaran aquellos actores que representaban a deidades, haciendo que éstos quedasen en el escenario por encima del resto de personajes.

cuatrirreme: Navio militar de cuatro hileras de remos. Variante de la trirreme.

cultarius: Persona encargada de sesgar el cuello de un animal durante el sacrificio. Normalmente se trataba de un esclavo o un sirviente. cum imperio: Con mando sobre un ejército.

cúneo: Espacio de asientos entre escalinata y escalinata en los grandes teatros giregos y romanos. El de Siracusa estaba dividido en nueve cúneos.

curator: Administrador o responsable de una actividad concreta de la vida pública en Roma; en La traición de Roma se habla del curator designado por el Senado para organizar el triunfo de Publio Cornelio Escipión tras su gran victoria sobre Aníbal. El término se podía aplicar en la antigua Roma a otras responsabilidades como, por ejemplo, para indicar la persona encargada de los acueductos. En inglés se usa la misma palabra para referirse al conservador de un museo o al comisario de una exposición de arte.

Curculio: Comedia de Plauto estrenada en torno a 199 a.C. en donde un esclavo, al que se le denomina curculio (es decir, gusano o gorgojo), es enviado a Asia a rescatar a una mujer de la que está enamorado su amo.

Curia: Apócope de Curia Hostilia.

Curia Hostilia: Es el palacio del Senado, construido en el Comitium por orden de Tulio Hostilio, de donde deriva su nombre. En el año 52 a.C. fue destruida por un incendio y reemplazada por una edificación mayor. Aunque el Senado podía reunirse en otros lugares, este edificio era su punto habitual para celebrar sus sesiones. Tras su incendio se edificó la Curia Julia, en honor a César, que perduró todo el imperio hasta que un nuevo incendio la arrasó durante el reinado de Carino. Diocleciano la reconstruyó y engrandeció.

cursus honorum: Nombre que recibía la carrera política en Roma. Un ciudadano podía ir ascendiendo en su posición política a diferentes cargos de género político y militar, desde una edilidad en la ciudad de Roma, hasta los cargos de cuestor, pretor, censor, procónsul, cónsul o, en momentos excepcionales, dictador. Estos cargos eran electos, aunque el grado de transparencia de las elecciones fue evolucionando dependiendo de las turbulencias sociales a las que se vio sometida la República romana.

Dagda: Diosa celta de los infiernos, las aguas y la noche.

daba: Guerrero mercenario incorporado a las filas de los ejércitos seléucidas de Oriente. Era frecuente que dos de estos guerreros compartieran montura en los enfrentamientos contra la caballería enemiga, donde uno de los dos desmontaba para, desde el suelo, herir a los caballos enemigos. Eran también excelentes arqueros.

damnatus: Maldito.

decumanus: Línea de este a oeste que trazaba una de las avenidas principales de un campamento romano o que un augur trazaba en el aire para dividir el cielo en diferentes secciones a la hora de interpretar el vuelo de las aves.

deductio: Desfile realizado en diferentes actos de la vida civil romana. Podía llevarse a cabo para honrar a un muerto, siendo entonces de carácter funerario, o bien para festejar a una joven pareja de recién casados, siendo en esta ocasión de carácter festivo.

deductio inforum: «Traslado al foro». Se trata de la ceremonia durante la que úpater familias conducía a su hijo hasta el foro de la ciudad para introducirlo en sociedad. Como acto culminante de la ceremonia se inscribía al adolescente en la tribu que le correspondiera, de modo que quedaba ya como oficialmente apto para el servicio militar.

de ea re quid fieriplaceat: Fórmula mediante la cual el presidente del Senado invitaba a los senadores a opinar sobre un asunto con entera libertad.

defritum: Condimento muy usado por los romanos a base de mosto de uva hervido.

De Re Rustica: o De Agri Cultura es el único de los escritos de Catón que nos ha llegado en su totalidad. Es una serie de libros en donde Catón describe con detalle la forma más conveniente, a su juicio, para llevar una gran granja o hacienda. Explícita desde las formas adecuadas de recolección de cultivos tan claves en Italia como la aceituna hasta consejos sobre lo apropiado de vender esclavos mayores o enfermos para mantener una buena producción.

devotio: Sacrificio supremo en el que un general, un oficial o un soldado entrega su propia vida en el campo de batalla para salvar el honor del ejército.

domus: Típica vivienda romana de la clase más acomodada, normalmente compuesta de un vestíbulo de entrada a un gran atrio en cuyo centro se encontraba el impluvium. Alrededor del atrio se distribuían las estancias principales y al fondo se encontraba el tablinium, pequeño despacho o biblioteca de la casa. En el atrio había un pequeño altar para ofrecer sacrificios a los dioses Lares y Penates que velaban por el hogar. Las casas más ostentosas añadían un segundo atrio posterior, generalmente porticado y ajardinado, denominado peristilo.

et cetera: Expresión latina que significa «y otras cosas», «y lo restante», «y lo demás».

Eolo: Dios del viento.

escorpión: Máquina lanzadora de piedras diseñada para ser usada en los grandes asedios.

Eshmún: El dios fenicio de la medicina y la salud especialmente adorado en la ciudad de Sidón en donde el pueblo le había erigido un inmenso templo famoso en todo Oriente. Este templo fue construido en el siglo VI a.C. durante el reinado de Eshmunazar II y hasta los romanos hicieron adiciones a este gran santuario. Las excavaciones llevadas a cabo entre 1963 y 1978 descubrieron multitud de pequeñas estatuillas que simbolizaban las personas que habían sido curadas por intervención de este dios. Entre estas imágenes destacaban la gran cantidad de estatuillas que representaban a niños y niñas. Eshmún es para muchos el equivalente fenicio al dios griego Asclepio o Esculapio, en su versión latina.

exsilium: Literalmente «salir o abandonar la tierra (propia)». Era una de las más terribles sentencias que se podían imponer a un criminal en Roma. No está claro si el exsilium comportaba siempre la pérdida de la ciudadanía. Parece ser que el exsilium fue empeorando como pena de forma que en tiempos del emperador Tiberio casi todo exiliado perdía la ciudadanía. Nos ha llegado también el término exsilium iustum en donde se hace hincapié en el hecho de que el desterrado no perdía la ciudadanía. En el exsilium las autoridades podían confiscar las propiedades del desterrado, pero ésta era una acción extrema y, por lo general, las propiedades privadas pasaban a manos de los familiares más próximos al condenado. Éste sería el caso de Escipión tal y como se relata en La traición de Roma.

exsilium iustum: Se trataría de una versión más «suave» de la pena de destierro donde, como se explica en La traición de Roma, el condenado no perdía todos sus derechos. Se considera que ésta sería la versión de destierro que Graco propuso a Escipión para que éste aceptase la condena y evitar así una guerra civil. ex profeso: De forma expresa o exclusiva.

faíárica: En la novela Africanus, el hijo del cónsul, se refiere al arma que arrojaba jabalinas a enorme distancia. En ocasiones estas jabalinas podían estar untadas con pez u otros materiales inflamables y prender al ser lanzadas. Fue utilizada por los saguntinos como arma defensiva en su resistencia durante el asedio al que les sometió Aníbal. En Las legiones malditas se usa el término para referirse a las lanzas de origen ibero adoptadas por las legiones de Roma.

falcata: Arma blanca a modo de espada propia de las tribus iberas de la época prerromana; su filo, longitud y forma inspiraron el posterior desarrollo del gladio romano, muy similar a la falcata con la diferencia de que el arma ibera era ligeramente curva y la romana era recta.

falera: Condecoración en forma de placa o medalla que se colgaba del pecho.

far: Grano en general, del cual extraían los romanos la harina necesaria para el pan y otros alimentos.

fasti: Días apropiados para actos públicos o celebraciones de toda índole.

fatum: El destino que, para los romanos, era siempre inexorable.

fauete linguis: Expresión latina que significa «contened vuestras lenguas». Se utilizaba para reclamar silencio en el momento clave de un sacrificio justo antes de matar al animal seleccionado. El silencio era preciso para evitar que la bestia se pusiera nerviosa.

februa: Pequeñas tiras de cuero que los luperci utilizaban para tocar con ellas a las jóvenes romanas en la creencia que dicho rito promovía la fertilidad.

feliciter: Expresión empleada por los asistentes a una boda para felicitar a los contrayentes.

Ficus Ruminalis o Ruminal: Una moribunda higuera partida por un rayo bajo la que se suponía que la loba amamantó a los gemelos Rómulo y Remo.

flamines mayores: Los sacerdotes más importantes de la antigua Roma. Los flamines eran sacerdotes consagrados a velar por el culto a una divinidad. Los flamines maiores se consagraban a velar por el culto a las tres divinidades superiores, es decir, a Júpiter, Marte y Quirino.

Foro boario: El mercado del ganado, situado junto al Tíber, al final del Clivus Victoriae.

fundamentum cenae: El plato principal de una cena o banquete romano.

gaesum: Arma arrojadiza, completamente de hierro, de origen celta adoptada por los ejércitos de Roma en torno al siglo IV a.C.

garum: Pesada pero jugosa salsa de pescado de origen ibero que los romanos incorporaron a su cocina.

gens: El nomen de la familia o tribu de un clan romano.

gladio: Espada de doble filo de origen ibérico que en el período de la segunda guerra púnica fue adoptada por las legiones romanas.

gradus deiectio: Pérdida del rango de oficial.

Graecostasis: El lugar donde los embajadores extranjeros aguardaban antes de ser recibidos por el Senado. En un principio se encontraba en el Comitium, pero luego se trasladó al foro.

Hades: El reino de los muertos.

hasta velitaris: Nombre usado para referirse en ocasiones a armas arrojadizas del tipo gaesum o uerutum.

hastati: La primera línea de las legiones durante la época de la segunda guerra púnica. Si bien su nombre indica que llevaban largas lanzas en otros tiempos, esto ya no era así a finales del siglo III a.C. En su lugar, los hastati, al igual que los principes en la segunda fila, iban armados con dos pila o lanzas más con un mango de madera de 1,4 metros de longitud, culminada en una cabeza de hierro de extensión similar al mango. Además, llevaban una espada un escudo rectangular, denominado parma, coraza, espinillera y yelmo, normalmente de bronce.

Heqet: Una de las diosas egipcias de la fertilidad representada por una rana o por una mujer con cabeza de rana, ya que tras cada crecida del Nilo nacían millones de ranas en sus orillas.

Hércules: Es el equivalente al Heracles griego, hijo ilegítimo de Zeus concebido en su relación, bajo engaños, con la reina Alcmena. Por asimilación, Hércules era el hijo de Júpiter y Alcmena. Plauto recrea los acontecimientos que rodearon su concepción en su tragicomedia Amphitruo. Entre sus múltiples hazañas se encuentra su viaje de ida y vuelta al reino de los muertos, lo que le costó un severo castigo al dios Caronte.

hetera: o hetaira era una cortesana o prostituta de lujo en Grecia y, por extensión de su cultura, en todo el mundo helenístico. Eran damas de compañía que además de hermosas estaban educadas en literatura, música o danza. Normalmente ejercían esta actividad extranjeras o antiguas esclavas. Su importancia social era grande, siendo las únicas mujeres que podían asistir a los simposios o banquetes griegos y sus opiniones eran respetadas. Hay quien ha querido ver en las heteras una forma de vida similar a la de las geishas japonesas.

hilarotragedia: Mezcla de comedia y tragedia, promovida por Rincón y otros autores en Sicilia.

Hymenaneus: El dios romano de los enlaces matrimoniales. Su nombre era usado como exclamación de felicitación a los novios que acababan de contraer matrimonio.

ignonimia missio: Expulsión del ejército con deshonor.

in extremis: Expresión latina que significa «en el último momento». En algunos contextos puede equivaler a in articulo mortis, aunque no en esta novela.

insulae: Edificios de apartamentos. En tiempo imperial alcanzaron los seis o siete pisos de altura. Su edificación, con frecuencia sin control alguno, daba lugar a construcciones de poca calidad que podían o bien derrumbarse o incendiarse con facilidad, con los consiguientes grandes desastres urbanos.

intercalar: Éste era un mes que se añadía al calendario romano para completar el año, pues los meses romanos seguían el ciclo lunar que no daba de sí lo suficiente para abarcar el ciclo completo de 365 días. La duración del mes intercalar podía oscilar y era decidida, generalmente, por los sacerdotes.

interrex: Magistratura romana que, en la época de la república, correspondía a un cargo temporal cuya duración era de tan sólo cinco días. Se trataba de un magistrado encargado de organizar los comicios que debían realizarse en ausencia de los cónsules por encontrarse éstos fuera de Roma luchando en alguno de los numerosos frentes bélicos. Era frecuente que no fuera el primer interrex el que convocase las elecciones, sino el segundo o el tercero, ya que la puesta en marcha de unos comicios llevaban su tiempo y el interrex era siempre relevado a los cinco días.

imagines maiorum: Retratos de los antepasados de una familia. Las imagines maiorum eran paseadas en el desfile o deductio que tenía lugar en los ritos funerarios de un familiar.

impedimenta: Conjunto de pertrechos militares que los legionarios transportaban consigo durante una marcha.

imperator: General romano con mando efectivo sobre una, dos o más legiones. Normalmente un cónsul era imperator de un ejército consular de dos legiones.

imperium: En sus orígenes era la plasmación de la proyección del poder divino de Júpiter en aquellos que, investidos como cónsules, de hecho ejercían el poder político y militar de la República durante su mandato. El imperium conllevaba el mando de un ejército consular compuesto de dos legiones completas más sus tropas auxiliares.

impluvium: Pequeña piscina o estanque que, en el centro del atrio, recogía el agua de la lluvia que después podía ser utilizada con fines domésticos.

ipso Jacto: Expresión latina que significa «en el mismo momento», «inmediatamente».

Isis: Diosa egipcia, esposa de Osiris y madre de Horus. Se la considera la madre de los dioses y la facilitadota de la fecundidad. Se la conoce como la «Gran maga», «Gran diosa madre», «Reina de los dioses», «Fuerza fecundadora de la naturaleza», «Diosa de la maternidad y del nacimiento», «La Gran Señora», «Diosa madre», o «Señora del Cielo, de la Tierra y del Inframundo».

Isla Ortygia: Isla que corresponde a la parte más antigua de la ciudad de Siracusa, al norte tiene el puerto pequeño o Portus Minor y al sur el gran Portus Magnus.

iudicium populi: Era un juicio dictado por el pueblo. En esos casos el proceso se celebraba ante el pueblo congregado con frecuencia en el Comitium ante los rostra. Eran procesos confusos donde la sentencia final dictada por el pueblo dependía sustancialmente de la popularidad del encausado. De hecho, lo habitual es que quien estaba siendo acusado en el Senado o por un tribuno de la plebe, si era un ciudadano de gran popularidad, exigiera su derecho a un iudicium populi, algo que reclamaba en la seguridad de saberse absuelto por un pueblo que le admiraba y que no estaba dispuesto a dar crédito a las acusaciones, incluso si éstas estaban bien fundamentadas. Por ello, cada vez de forma más habitual, se recurría a causas extraordinarias donde aquellos senadores muy populares eran juzgados por tribunales alternativos compuestos por otros senadores. Esto, a su vez, dio también lugar a abusos claros, esta vez en perjuicio de los acusados que debían enfrentarse contra tribunales creados ex profeso para juzgarles y, con frecuencia, claramente predispuestos en su contra. De este modo, en el año 149 a.C, el tribuno de la plebe aprobó una ley por la que los casos de malversación de fondos o de abuso de poder de gobernadores en diferentes provincias serían tratados por una comisión permanente de senadores en un intento de mantener un tribunal más objetivo.

iusgentium: El marco jurídico dentro del derecho romano que se aplica a los extranjeros o las relaciones entre ciudadanos romanos y extranjeros. En el contexto de La traición de Roma hay que entender que la propuesta que se le hace a Publio Cornelio Escipión de aplicarle el derecho propio de un extranjero resulta claramente ofensiva y humillante. No es de extrañar su reacción de desprecio ante semejante propuesta, pues se está sugiriendo tratar como un extranjero al mismísimo princeps senatus.

iustum matrimonium: Se trata del matrimonio legal dentro del marco jurídico del derecho civil romano; también es denominado como iustae nuptiae.

Júpiter Óptimo Máximo: El dios supremo, asimilado al dios griego Zeus. Su flamen, el Diales, era el sacerdote más importante del colegio. En su origen Júpiter era latino antes que romano, pero tras su incorporación a Roma protegía la ciudad y garantizaba el imperium, por ello el triunfo era siempre en su honor.

kalendae: El primer día de cada mes. Se correspondía con la luna nueva.

laganum: Torta de harina y aceite.

Lapis Níger: Espacio pavimentado con losas de mármol negro que supuestamente correspondía con la tumba de Rómulo.

laterna cornea: Linterna portátil con paredes semitransparentes de cuerno de animal.

laterna de Jessica: Linterna portátil con paredes semitransparentes de piel de vejiga de animal.

Lares: Los dioses que velan por el hogar familiar.

laudatio: Discurso repleto de alabanzas en honor de un difunto o un héroe.

Lautumiae: Cárcel construida junto a la antigua prisión. El Lautumiae se empleaba para encerrar a los prisioneros de guerra y las condiciones, aunque extremas, eran algo mejores que las de la vieja prisión o Tullianum. El nombre hace referencia a la vieja cantera en la que se construyó según unos y, según otros, otra prisión en Siracusa que tenía el mismo nombre. Hay quien piensa que en realidad sólo existía una única prisión en Roma que unas veces era denominada Tullianum y, en otras ocasiones, Lautumiae. En esta trilogía se consideran prisiones diferentes, situándose el encierro de Nevio en las celdas de la Lautumiae en Las legiones malditas y la prisión de Lucio Cornelio en el Tullianum en La traición de Roma.

lectus medius: Uno de los tres triclinia en los que se recostaban los romanos para comer. Los otros dos triclinia eran el lectus summus y el lectus imus. El lectus medius y el lectus summus estaban reservados para los invitados, y, en especial, el lectus medius estaba reservado para los invitados más distinguidos. El lectus imus era el que utilizaba el anfitrión y su familia. En cada lectus o triclinium podían recostarse hasta tres personas.

legati: Legados, representantes o embajadores, con diferentes niveles de autoridad a lo largo de la dilatada historia de Roma. En Las legiones malditas el término hace referencia a los representantes de una embajada del Senado.

legiones malditas: Los supervivientes de Cannae, descontando los oficiales de mayor rango que fueron exonerados en un juicio en el Senado (véase novela Africanus, el hijo del cónsul), fueron desterrados de Italia sine díe, condenados a la vergüenza del olvido por haber huido frente a Aníbal. Con estas tropas se formaron dos legiones, la V y la VI, que permanecieron apartadas del combate durante años. A las legiones V y VI se unirían a lo largo del tiempo otros legionarios que tras sufrir otra humillante derrota en Herdonea siguieron la misma mala fortuna que sus antecesores de Cannae. De esta forma, las legiones V y VI estaba formadas casi enteramente por legionarios que habían sido derrotados por Aníbal y que Roma apartaba de su vista por desprecio y rabia. Particularmente duro fue Quinto Fabio Máximo con estas tropas a las que negó el perdón cuando el cónsul Marcelo intercedió por ellas tras la conquista de Siracusa (véase novela Africanus, el hijo del cónsul).

legiones urbanae: Las tropas que permanecían en la ciudad de Roma acantonadas como salvaguarda de la ciudad. Actuaban como milicia de seguridad y como tropas militares en caso de asedio o guerra.

lena: Meretriz, dueña o gestora de un prostíbulo.

lenón: Proxeneta o propietario de un prostíbulo.

lemures: Espíritus de los difuntos, generalmente malignos, adorados y temidos por los romanos.

Lemuria: Fiestas en honor de los lemures, espíritus de los difuntos. Se celebraban los días 9, 11 y 13 de mayo.

letterae: Pequeñas tablillas de piedra que hacían las veces de entrada para el recinto del teatro.

Lexeis: Se trata de una gran obra enciclopédica elaborada por uno de los grandes bibliotecarios de la legendaria Biblioteca de Alejandría. En ella, Aristófanes de Bizancio recopila aquí un sinfín de palabras del griego arcaico y contemporáneo y además lo hace siguiendo la gran innovación propuesta por Zenodoto: el orden alfabético. Tristemente, esta magnífica obra se perdió, quizá en el propio incendio de la Gran Biblioteca narrado en el Epílogo de La traición de Roma o en alguno de los desastres que siguieron a la progresiva descomposición del Imperio romano. Hasta nosotros nos han llegado sólo algunas entradas de esta basta enciclopedia del saber antiguo gracias a las referencias que otros autores hicieron en sus textos a las definiciones del Lexeis. Es un pequeño regalo del pasado donde se puede admirar el tremendo esfuerzo realizado por este autor.

Lex Oppia: Una famosa ley de austeridad promulgada por el senado de Roma tras la derrota de Cannae (216 a.C). Según esta ley se promovía la austeridad en todos los actos públicos y privados estipulándose de forma específica las restricciones que debían seguir los ciudadanos, haciéndose mención expresa de que las mujeres no podían portar joyas ni exhibirse con ropas coloridas ni trasladarse por la ciudad en carruajes. La ley estuvo en vigor durante un decenio hasta que, derrotada Cartago, la opulencia de la victoria hizo insostenible el mantenimiento de esta norma. Pese a la frontal oposición de Catón, la ley fue derogada en torno a 195 a.C.

Liberalia: Festividad en honor del dios Liber, que se aprovechaba para la celebración del rito de paso de la infancia a la adolescencia y durante el que se imponía la toga viriles por primera vez a los muchachos romanos. Se celebraba cada 17 de marzo. lictor: Legionario que servía en el ejército consular romano prestando el servicio especial de escolta del jefe supremo de la legión: el cónsul. Un cónsul tenía derecho a estar escoltado por doce lictores y un dictador, por veinticuatro. linterna púnica: Las linternas más apreciadas de la antigüedad provenían de Cartago y de ahí el nombre. Eran las que poseían las paredes más finas, pese a ser de cuerno o vejiga de animal y que, en consecuencia, iluminaban más. Posteriormente, las linternas se hicieron de cristal.

Lituus: Un bastón lago terminado de forma curva típico de los augures romanos.

Lotus: Centenario árbol que estuvo plantado en el centro de Roma desde los tiempos de Rómulo hasta más allá del reinado de Trajano.

Lug: Dios principal de los celtas. Tal es su importancia que dio nombre a la ciudad de Lugdunum, la actual Lyon. Aparece bajo distintas apariencias: como el dios-ciervo Cerunnos, como el dios Taranis de la tempestad o como el luminoso Beleños.

Lupercalia: Festividades con el doble objetivo de proteger el territorio y promover la fecundidad. Los luperci recorrían las calles con sus februa para «azotar» con ellas a las jóvenes romanas en la creencia de que con ese rito se favorecería la fertilidad.

luperci: Personas pertenecientes a una cofradía especial religiosa encargada de una serie de rituales encaminados a promover la fertilidad en la antigua Roma.

Macellum: Uno de los más grandes mercados de la Roma antigua, ubicado al norte del foro. Sufrió un tremendo incendio, igual que todo su barrio, que llegó a extenderse hasta el mismísimo foro en torno a 210 o 209 a.C. Tito Livio menciona este incendio. Nunca se descubrió la cusa del mismo, aunque se atribuyó a criminales. En Las legiones malditas el incendio viene recreado en el capítulo «Una noche de fuego».

mamertinos: Fuerza mercenaria de origen itálico al servicio de Agatocles, tirano de Siracusa. Tras la muerte del tirano en el año 288 a.C, los autodenominados mamertitos, hijos del dios de la guerra Marte, se sublevaron en vez de retirarse tomando la ciudad de Mesina y convirtiéndose en una fuente de conflictos durante bastantes años. Los mamertinos, conocedores que desde Mesina se controlaba el estrecho del mismo nombre, clave para el tráfico marítimo de la época, negociaron y chantajearon a romanos y cartagineses.

Manantial de Aretusa: Manantial natural en la Isla Ortygia de Siracusa que da al mar y que los griegos atribuían a la presencia allí de la ninfa Aretusa.

Manes: Las almas o espíritus de los que han fallecido.

manumissio vidicta: Proceso por el cual se concedía la libertad a un esclavo al solicitarla ésta un ciudadano romano que actuaba como adsertor libertatis frente a un magistrado.

manus férrea: Gran pasarela que los romanos tendían desde sus barcos hacia la cubierta de los navios enemigos con un poderoso corvus o gran polea para abordarlos con sus tropas.

Marte: Dios de la guerra y los sembrados. A él se consagraban las legiones en marzo, cuando se preparaban para una nueva campaña. Normalmente se le sacrificaba un carnero.

Marsias: Estatua arcaica de Sileno en el centro del foro, con un hombre desnudo cubierto por el püeus o gorro frigio que simbolizaba la libertad. Por ello, los libertos, recién adquirida su condición de libertad, se sentían obligados a acercarse a la estatua y tocar el gorro frigio.

medias lectus (o lectus medius): De los tres triclinia que normalmente conformaban la estancia dedicada a la cena, el que ocupaba la posición central y, en consecuencia, el de mayor importancia social.

Mercator: Comedia de Plauto basada en un original griego de Filemón, poeta de Siracusa (361-263 a.C). La mayoría de los historiadores la consideran la segunda obra de Plauto tras la Asinaria, aunque, como es habitual, la datación de la misma oscila, concretamente, entre 212 y 206. En esta novela se la ha situado en 211. Para muchos críticos es una obra inferior en la producción plautina con una acción lenta y de menor comicidad que otras de sus obras más famosas. Se considera que, en este caso, Plauto se limitó a traducirla sin incorporar sus geniales aportaciones, como haría en otros muchos casos.

Meseta de Epipolae: Gran meseta al oeste de la ampliada ciudad de Siracusa tras la anexión de nuevos terrenos con la construcción de la muralla de Dionisio.

Mesjenet: Diosa egipcia protectora de los partos y la maternidad. Era representada de diversas formas, y se utilizaba un útero de novillo como símbolo suyo.

Miles Gloriosas: Una de las obras más famosas de Tito Maccio Plauto. Su fecha de estreno, como es siempre el caso en las obras de Plauto, es origen de controversia aunque la mayoría de los expertos considera que se estrenó en el año 205 a.C, fecha que hemos tomado para introducirla en la novela. La obra muestra el conocimiento exhaustivo que Plauto tenía de la vida militar, probablemente fruto de su propio paso como soldado al servicio de las legiones de Roma (véase novela Africanus, el hijo del cónsul). El marcado carácter crítico del texto del Miles Gloriosus ha hecho que muchos críticos la consideren una de las primeras obras antibelicista de la historia de la literatura. Su propio título, que traducido significa «el soldado fanfarrón», da idea del tono general de la obra.

milla: Los romanos medían las distancias en millas. Un milla romana equivalía a mil pasos y cada paso a 1,4 o 1,5 metros aproximadamente, de modo que una milla equivalía a entre 1400 y 1500 metros actuales, aunque hay controversia sobre el valor exacto de estas unidades de medida romanas. En Las legiones malditas las he usado con los valores referidos anteriormente.

mina: Moneda de curso legal a finales del siglo III a.C. en Roma.

Minos, Radamanto y Eaco: Los temidos e implacables jueces del inframundo.

mola salsa: Una salsa especial empleada en diversos rituales religiosos elaborada por las vestales mediante la combinación de harina y sal.

mulsum: Bebida muy común y apreciada entre los romanos elaborada al mezclar el vino con miel.

munerum indictio: Castigo por el cual un legionario se veía obligado a realizar trabajos o actividades indignas a su condición, desde acampar fuera del campamento hasta tener que estar en pie toda la noche frente d\ praetorium. En casos extremos, podía suponer el traslado a destinos complicados o le encargo de misiones de alto riesgo.

muralla servia: Fortificación amurallada levantada por los romanos en los inicios de la República para protegerse de los ataques de las ciudades latinas con las que competía por conseguir la hegemonía en Lacio. Estas murallas protegieron durante siglos la ciudad hasta que decenas de generaciones después, en el Imperio, se levantó la gran muralla Aureliana. Un resto de la muralla servia es aún visible junto a la estación de ferrocarril Termini en Roma.

murez: Almejas rojas exquisitas especialmente valoradas por los romanos.

Neápolis: Nuevo barrio de la antigua Siracusa, añadido al ampliar Dionisio las murallas de la ciudad hacia el oeste.

Nequamquam ita siet: Fórmula por la que se votaba en contra de una moción en el antiguo Senado de Roma que significa «que de ningún modo sea así».

Nefasti: Días que no eran propicios para actos públicos o celebraciones.

Neftis: Diosa egipcia; Neftis es su nombre griego y Nebet-Het su nombre egipcio que significa «Señora de la casa». Representa la oscuridad.

Neptuno: En sus orígenes Dios del agua dulce. Luego, por asimilación con el dios griego Poseidón, será también el dios de las aguas saladas del mar.

Nihilvos teneo: «Nada más tengo (que tratar) con vosotros», fórmula con la que el presidente del Senado de Roma levantaba la sesión.

Nimbus: Joya de especial valor, normalmente formada por una lámina de oro y perlas que un fino hilo o cinta de lino mantenía sujetas a la frente. Es más pequeña que una diadema. Plauto menciona un nimbus en una de sus obras. Estas joyas eran apreciadas por hacer más pequeñas las frentes de las mujeres romanas, y es que en la antigua Roma no se consideraba bella una frente amplia y despejada en el caso de una mujer. El nombre de la joya hace referencia a la luz que rodea la cabeza de una diosa.

Nobilitas: Selecto grupo de la aristocracia romana republicana compuesto por todos aquellos que en algún momento de su cursus honorum habían ostentado el consulado, es decir, la máxima magistratura del Estado.

nodus Herculis o nodus Herculaneus: Un nudo con el que se ataba la túnica de la novia en una boda romana y que representaba el carácter indisoluble del matrimonio. Sólo el marido podía deshacer ese nudo en el lecho de bodas.

nonae: El séptimo día en el calendario romano de los meses de marzo, mayo, julio y octubre, y el quinto día del resto de meses.

nomen: También conocido como nomen gentile o nomen gentilicium, indica la gens o tribu a la que una persona estaba adscrita. El protagonista de esta novela pertenecía a la tribu Cornelia, de ahí que su nomen sea Cornelio.

Nova Via: Avenida paralela la Via Sacra junto al Templo de Júpiter Stator.

Nut: También conocida como «la Gran diosa que dio a luz a los dioses» era la deidad egipcia de del cielo, la que había creado el universo y los astros. Su iconografía era la de una mujer arqueada que simbolizaba la bóveda celeste, aunque, como en tantos otros casos con los dioses egipcios, otras representaciones eran posibles (como una vaca, o encima de su marido Geb (la Tierra), etc. Sus cuatro extremidades simbolizaban los pilares sobre los que se sostiene el cielo.

oppugantio repentina: Ataque sobre la marcha, sin detenerse. En estos casos, las legiones se lanzan sobre le enemigo, sobre su campamento o contra su ciudad sin detenerse, sin frenar su avance. Se intentaba así aprovechar el factor sorpresa, pues era más habitual que cuando dos ejércitos enemigos se encontraban frente a frente pasaran unos días antes del gran combate.

optio carceris: Castigo según el cual un legionario era condenado a una pena de prisión.

Palabras Misceláneas: Filitas, que vivió en torno a 300 a.C, llevó a cabo le primer intento serio de recopilar y definir todas aquellas palabras pertenecientes al griego más antiguo, el de Homero. Fue una obra que alcanzó notable éxito y popularidad en su tiempo, siendo muy conocida por todos los estudiosos del mundo helénico. Lamentablemente las palabras estudiadas estaban agrupadas sin ningún tiempo de orden, lo que hacían que esta obra, aún muy valiosa, fuera ineficaz como material de consulta o referencia a no ser que se conociera prácticamente de memoria.

paludamentum: Prenda abierta, cerrada con una hebilla, similar al sagum de los oficiales pero más largo y de color púrpura. Era como un gran manto que distinguía al general en jefe de un ejército romano.

pañis militaris: Pan militar.

parasanga: Unidad de medida de longitud utilizada en el mundo helenístico, especialmente en los reinos de Oriente; equivalía a unos 5.940 metros.

Parentalia: Rituales en honor de los difuntos que se celebraban entre el 13 y 21 de febrero.

pater familias: El cabeza de familia tanto en las celebraciones religiosas como a todos los efectos jurídicos.

patres conscripti: Los padres de la patria; forma habitual de referirse a los senadores. Como se detalla en la novela este término deriva del antiguo patres et conscripti.

patria potestas: El conjunto de derechos, pero también de obligaciones, que las leyes de la antigua Roma reconocían a los padres con relación a las vidas y bienes de sus hijos.

pecuniaria multa: Castigo por el que se privaba a un legionario de una parte o de la totalidad de su salario.

Penates: Las deidades que velan por el hogar.

peristilium: o peristylium, fue copiado de los griegos. Se trataba de un amplio patio porticado, abierto y rodeado de habitaciones. Era habitual que los romanos aprovecharan estos espacios para crear suntuosos jardines con flores y plantas exóticas.

pileus: Gorro frigio de la estatua Marsias situada en le foro. El gorro simbolizaba la libertad y los libertos deseaban tocarlo tras ser manumitidos.

pilum, pila: Singular y plural del arma propia de los hastati y principes. Se componía de una larga asta de madera de hasta metro y medio que culminaba en un hierro de similar longitud. En tiempos del historiador Polibio y, probablemente, en la época de esta novela, el hierro estaba incrustado en la madera hasta la mitad de su longitud mediante fuertes remaches. Posteriormente, evolucionaría para terminar sustituyendo uno de los remaches por una clavija que se partía cuando el arma era clavada en el escudo enemigo, dejando que el mango de madera quedara colgando del hierro ensartado en el escudo trabando al enemigo que, con frecuencia, se veía obligado a desprenderse de su ara defensiva. En la época de César el mismo efecto se conseguía de forma distinta mediante una punta de hierro que resultaba imposible de extraer del escudo. El peso del pilum oscilaba entre 0,7 y 1,2 kilos y podía ser lanzado por los legionarios a una media de 25 metros de distancia, aunque los más expertos podían arrojar esta lanza hasta 40 metros. En su caída, podía atravesar hasta tres centímetros de madera o, incluso, una placa de metal.

Pinakes: La gran obra de Calimaco, uno de los bibliotecarios de la gran Biblioteca de Alejandría. Tolomeo II, rey de Egipto, encargó a Calimaco una catalogación de los fondos de la biblioteca. Calímaco, en respuesta a la petición del rey-faraón, escribió más de 120 «tablas» o pinakes, de ahí el nombre de la obra. De hecho el título completo era el siguiente: «Tablas de personas eminentes en cada rama del saber junto a una lista de sus obras.» Estas tablas suponen de hecho el primer intento de importancia en realizar una catalogación de tallada de los contenidos de una gran biblioteca, por ello Calimaco es, con frecuencia, considerado «el padre de los bibliotecarios». Las Pinakes no se han conservado y sólo sabemos de su existencia por las constantes referencias que muchos autores antiguos hacían a dichas tablas.

Pólux: Junto con su hermano Castor, uno de los Dioscuros griegos asimilados por la religión romana. Su templo, el de los Castores, o de Castor y Pólux, servía de archivo a la orden de los equites o caballeros romanos. El nombre de ambos dioses era usado con frecuencia a modo de interjección en la época de Africanus, el hijo del cónsul.

pomerium: Literalmente significa «pasado el muro» o «más allá del muro». En la Roma clásica hacía referencia al corazón sagrado de la ciudad en donde, entre otras cosas, estaba prohibido portar armas, costumbre, que, en no pocas ocasiones, fue incumplida durante los tumultos de la Roma republicana e imperial. El pomerium fue establecido por el rey Servio Tulio y permanecería inalterable hasta que Sila lo amplió en su dictadura. Parece ser que una línea de monjos que recorría el interior de la ciudad marcaba el límite de este corazón sagrado.

pontifex maximus: Máxima autoridad sacerdotal de la religión romana. Vivía en la Regia y tenía plena autoridad sobre las vestales, elaboraba el calendario (con sus días fastos o nefastos) y redactaba los anales de Roma.

popa: Sirviente que, durante un sacrificio, recibe la orden de ejecutar al animal, normalmente mediante un golpe mortal en la cabeza de la bestia sacrificada.

porta praetoria: La puerta de un campamento romano que se encuentra en frente del praetorium del general en jefe.

porta decumana: La puerta de un campamento romano que se encuentra a espaldas del praetorium del general en jefe.

portaprincipalis sinistra: La puerta de un campamento romano que se encuentra a la izquierda del praetorium del general en jefe.

porta principalis dextera: La puerta de un campamento romano que se encuentra a la derecha del praetorium del general en jefe.

Portus Magnus: Nombre con el que se conocía el mayor de los dos puertos de Siracusa, una impresionante bahía para albergar una de las mayores flotas del Mediterráneo en la antigüedad.

portica: Lo que quedaba a la espalda de un augur cuando éste iba a tomar auspicios o leer el vuelo de las aves. Lo que quedaba ante él se denominaba antica.

praefecti sociorum: «Prefectos de los aliados», es decir, los oficiales al mando de las tropas auxiliares que acompañaban a las legiones. Eran nombrados directamente por el cónsul. Los aliados de origen italiano eran los únicos que obtenían el derecho de ser considerados socii.

praenomen: Nombre particular de una persona, que luego era completado con su nomen o denominación de su tribu y su cognomen o nombre de su familia. En el caso del protagonista de El hijo del cónsul el praenomen es Publio. A la vista de la gran variedad de nombres que hoy día disponemos para nombrarnos es sorprendente la escasa variedad que el sistema romano proporcionaba: sólo había un pequeño grupo de praenomen entre los que elegir. A la escasez de variedad, hay que sumar que cada gens o tribu solía recurrir a pequeños grupos de nombres, siendo muy frecuente que miembros de una misma familia compartieran el mismo praenomen, nomen y cognomen, generando así, en ocasiones, confusiones para historiadores o lectores de obras como esta novela. En Africanus, el hijo del cónsul se ha intentado mitigar este problema y su confusión incluyendo un árbol genealógico de la familia de Publio Cornelio Escipión y haciendo referencia a sus protagonistas como Publio padre o Publio hijo, según correspondiera. Y es que, por ejemplo, en el caso de los Escipiones, éstos, normalmente, sólo recurrían a tres praenomen: Cneo, Lucio y Publio.

praetorium: Tienda del general en jefe de un ejército romano. Se levantaba en el centro del campamento, entre el quaestorium y el foro.

prandium: Comida del mediodía, entre el desayuno y la cena. El prandium suele incluir carne fría, pan, verdura fresca o fruta, con frecuencia acompañado de vino. Suele ser frugal, al igual que el desayuno, ya que la cena es normalmente la comida más importante.

pretor peregrino: Se trata de un pretor paralelo al urbano que se creó para atender, ante la llegada de numerosos extranjeros a Roma con el crecimiento de su poder, los asuntos entre estos extranjeros y ciudadanos de Roma y también negocios o reclamaciones entre extranjeros entre sí dentro de la ciudad.

pretor urbano: Tenían poder legislativo centrando sus actuaciones dentro de la ciudad de Roma y sólo sobre los ciudadanos romanos. Iban precedidos por dos lictores dentro de Roma y por seis cuando salía de la ciudad. Era una magistratura anual y el número de pretores de la ciudad fue cambiando según los tiempos siendo en sus inicios sólo dos y llegando más adelante, con el crecimiento de Roma, a ser dieciséis. En ausencia de los cónsules podían convocar al Senado y realizar otras funciones propiamente consulares.

prima mensa: Primer plato en un banquete o comida romana.

primus pilus: El primer centurión de una legión, generalmente un veterano que gozaba de gran confianza entre los tribunos y el cónsul o procónsul al mando de las legiones.

princeps senatus: El senador de mayor edad. Por su veteranía gozaba de numerosos privilegios, como el de poder hablar primero en una sesión. Durante los años finales de su vida, esta condición recayó de forma continuada en la persona de Quinto Fabio Máximo. Posteriormente, el propio Publio Cornelio Escipión sería el príncipe del Senado durante varios años.

principes: Legionarios que entraban en combate en segundo lugar, tras los hastati. Llevaban armamento similar a los hastati, destacando el pilum como arma más importante. Aunque etimológicamente su nombre indica que actuaban en primer lugar, esta función fue asignada a los hastati en el período de la segunda guerra púnica.

Principia: Gran avenida de un campamento romano que une la porta principalis sinistra con la porta principalis dextera pasando por delante del praetorium.

prónuba: Mujer que actuaba como madrina de una boda romana. En el momento clave de la celebración la prónuba unía las manos derechas de los novios en lo que se conocía como dextrarum iunctio.

Proserpina: Diosa reina del inframundo, casada con Plutón después de que éste la raptara.

proximus lictor: Lictor de especial confianza, siempre el más próximo al cónsul.

Puerta o Porta Capena: puerta sur de Roma desde la que partía la Via Appia.

Puerta o Porta Carmenta: Puerta entre el foro holitorio y la colina capitolina que daba acceso al Campo de Marte. Puerta o Porta Fontus: Puerta noroccidental de Roma que daba acceso a la Via Flaminia.

Puerta o porta triumphalis: Puerta de ubicación desconocida por la que el general victorioso entraba en la ciudad de Roma para celebrar un desfile triunfal.

pugio: Puñal o daga romana de unos 24 cm de largo por unos 6 cm de ancho en su base. Al estar dotado de un nervio central que lo hacia más grueso en esa zona, el arma resultaba muy resistente, capaz de atravesar una cota de malla.

puls: Agua y harina mezclados, una especia de gachas de trigo. Alimento muy común entre los romanos.

Qart Hadasht: Nombre cartaginés de la ciudad capital de su imperio en Hispania, denominada Cartago Nova por los romanos y conocida hoy día como Cartagena.

quaestor: En las legiones de la época republicana era el encargado de velar por los suministros y provisiones de las tropas, por el control de los gastos y de otras diversas tareas administrativas.

quaestorium: Gran tienda o edificación dentro de un campamento romano de la época republicana donde trabajaba el quaestor. Normalmente estaba ubicado junto al praetorium en el centro del campamento.

quinquerreme: Navio militar con cinco hileras de remos. Variante de la trirreme. Tanto quinquerreme como trirreme se pueden encontrar en la literatura sobre historia clásica en masculino o femenino, si bien el diccionario de la Real Academia recomienda el masculino.

Quod bonum felixque sit populo Romano Quiritium referimos ad vos, patres conscripto: Fórmula mediante la que el presidente del Senado solía abrir una sesión: «Por el bien y la felicidad del pueblo romano nos dirigimos a vosotros padres conscriptos.»

quo vadis: Expresión latina que significa «¿dónde vas?».

relatio: Lectura o presentación por parte del presidente del Senado de la moción que se ha de votar o del asunto que se ha de debatir en la sesión en curso.

rictus: El diccionario de la Real Academia define este término como «el aspecto fijo o transitorio del rostro al que se atribuye la manifestación de un determinado estado de ánimo». A la Academia le falta añadir que normalmente este vocablo comporta connotaciones negativas, de tal modo que rictus suele referirse a una mueca del rostro que refleja dolor o sufrimiento físico o mental, o, cuando menos, gran preocupación por un asunto.

rostra: En el año 338 a.C, tras el triunfo de Maenius sobre los Antiates, se trajeron seis espolones de las naves apresadas que se usaron para decorar una de las trinabas desde la que los oradores podían dirigirse al pueblo congregado en la gran explanada del Comitium. Estos espolones recibieron el sobrenombre de Rostra.

Ruminal: Véase Ficus ruminalis.

sagum: Es una prenda militar abierta que suele ir cosida con una hebillia; suele ser algo más largo que una túnica y su lana de mayor grosor. El general en jefe llevaba un sagum más largo y de color púrpura que recibiría el nombre de paludamentum.

salió: Literalmente significa «saltador», ya que en su danza guerrera en honor al dios Marte, al dios Quirino y a otros dioses ancestrales, el sacerdote debía realizar una espectacular danza guerrera con todo tipo de saltos. Los salios o salii tenían la obligación de custodiar los escudos sagrados del rey Numa, una distinción de gran honor entre los romanos y muy respetada en el ejército. Sus desfiles en el mes de marzo eran espectaculares, así como sus danzas de octubre. Su vestimenta, con túnicas bordadas de púrpura ceñidas con un fuerte cinturón de bronce, espada, daga y un bastón curvo, junto con un apex o gorro culminado en punto, les hacía diferentes al resto de colegios sacerdotales romanos. Publio Cornelio Escipión fue uno de los más famosos miembros de este colegio de elegidos.

sarisa: Lanza larga de dimensiones variables, entre 4 y 7 metros de longitud, que utilizaba la infantería de los ejércitos helenísticos. Fue introducida por Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno y luego usada por los ejércitos del propio Alejandro y de sus generales tras su prematura muerte.

Saturnalia: Tremendas fiestas donde el desenfreno estaba a la orden del día. Se celebraban del 17 al 23 de diciembre en honor del dios Saturno, el dios de las semillas enterradas en la tierra.

schedae: Hojas sueltas de papiro utilizadas para escribir. Una vez escritas, se podían pegar para formar un rollo.

scipio: «Bastón» en latín, palabra de la que la familia de los Escipiones deriva su nombre.

secunda mensa: Segundo plato en un banquete romano.

sella: El más sencillo de los asientos romanos. Equivale a un sencillo taburete.

sella curulis: Como la sella, carece de respaldo, pero es un asiento de gran lujo, con patas cruzadas y curvas de marfil que se podían plegar para facilitar el trasporte, pues se trataba del asiento que acompañaba al cónsul en sus desplazamientos civiles o militares.

senaculum: Había dos, uno frente al edificio de la Curia donde se reunía el Senado y otro junto al templo de Bellona. Ambos eran espacios abiertos aunque es muy posible que estuvieran porticados. Los empleaban los senadores para reunirse y deliberar, en el primer caso, mientras que el que se encontraba junto al templo de Bellona era empleado para recibir a embajadores extranjeros a los que no se les permitía la entrada en la ciudad.

senatum consulere: Moción presentada por un cónsul ante el Senado para la que solicita su aprobación.

Serapis: Deidad egipcia fruto de una síntesis entre la religión griega y egipcia. Su culto fue promovido por Ptolomeo I en un intento por conciliar ambas religiones y culturas, consciente de que Egipto había rechazado reyes extranjeros anteriores que no respetaban las tradicionales deidades egipcias.

signifer: Portaestandarte de las legiones.

sibilinamente: De forma peculiar, extraña y retorcida, derivado de la Sibila de Cumas, la peculiar profeta que ofreció al rey Tarquino de Roma los libros cargados de profecías sobre el futuro de Roma y que luego interpretaban los sacerdotes, con frecuencia, de modo complejo y extraño, a menudo de manera acomodaticia con las necesidades de los gobernantes de Roma. Los tres libros de la Sibila de Cumas o sibilinos se guardaban en el Templo de Júpiter Óptimo Máximo en el Capitolio, hasta que en el año 83 un incendio los dañó gravemente. Tras su recomposición Augusto los depositó en el templo de Apolo Palatino.

solium: Asiento de madera con respaldo recto, sobrio y austero.

status: Expresión latina que significa «el estado o condición de una cosa». Puede referirse tanto al estado de una persona en una profesión como a su posición en el contexto social.

statu quo: Expresión latina que significa «en el estado o situación actual».

stilus: Pequeño estilete empleado para escribir o bien sobre tablillas de cera grabando las letras o bien sobre papiro utilizando tinta negra o de color.

stipendium: Sueldo que cobraban en las legiones. En tiempos de Escipión, según nos indica el historiador Polibio, un legionario cobraba dos óbolos por día, un centurión cuatro y el caballero un dracma.

stola: Túnica o manto propio de la vestimenta de las matronas romanas. Normalmente era larga, sin mangas y cubría hasta los pies, y se ajustaba por encima de los hombros con dos pequeños cierres denominados fibulae además de ceñirse con dos cinturones, uno por debajo de los senos y otro a la altura de la cintura.

strategos: En su origen el término se refería a un magistrado de la antigua Atenas. El término evolucionó hasta hacer referencia a un general o comandante del ejército en la Grecia antigua. En los reinos helenísticos también se aplicó para señalar a un gobernador militar y en la actualidad, en la Grecia moderna, aún se usa para referirse al comandante en jefe de los ejércitos.

sub hasta: Literalmente, «bajo el hasta o insignia de la legión». Bajo dicha hasta se repartía el botín tras una victoria que podía incluir la venta de los prisioneros como esclavos.

sufete: Cargo administrativo de Cartago equivalente al de cónsul en Roma. Aníbal fue elegido como sufete y en sus esfuerzos por sanear las cuentas del Estado se enfrentó institucionalmente contra el Senado y el Consejo de Ancianos de la ciudad.

tabernae novae: Tiendas en el sector norte del foro, generalmente ocupadas por carnicerías.

tabernae sepíew.Tiendas al norte del foro, incendiadas en 210 o 209 a.C. y reconstruidas como tabernae quinqué.

tabernae veteres: Tiendas en el sur del foro ocupadas por cambistas de moneda.

Tablinium: Habitación situada en la pared del atrio en el lado opuesto a la entrada principal de la domus. Esta estancia estaba destinada úpater familias, haciendo las veces de despacho particular del dueño de la casa.

tabulae nupciales: Tablas o capítulos nupciales que eran firmados por los testigos al final de una boda romana para dar fe del acontecimiento.

Tanit: Diosa púnica-fenicia de la fertilidad, origen de toda la vida, cuyo culto era coincidente con el de la diosa madre venerada en tantas culturas del Mediterráneo occidental. Los griegos la asimilaron como Hera y los romanos como Juno.

Tefnut: Significa «la Señora de la llama» y era la diosa egipcia de la humedad y del rocío, representada con cabeza de leona.

Templo de Apolo: Uno de los grandes templos de Siracusa, con seis columnas en el lado corto y diecisiete en los laterales largos, todas de orden jónico. Levantado en el siglo VI a.C.

Templo de Artemisa: Templo dedicado a la diosa Artemisa levantado en el centro de la Isla Ortygia en Siracusa.

Templo de Atenea: En Siracusa, uno de los mayores templos de la ciudad, construido en el siglo V a.C. y que en la actualidad está reconvertido en catedral de la ciudad, con seis columnas frontales y catorce laterales, todas de orden jónico que aún son visibles y que aún actúan como soportes de la mayor parte de la estructura del edificio. Sus columnas son famosas por su enorme diámetro.

Templo de Iupitter Libertas: Templo levantado en el Aventino por Sempronio Graco en el año 238 a.C.

tessera: Pequeña tablilla en la que se inscribían signos relacionados con los cuatro turnos de guardia nocturna en un campamento romano. Los centinelas debían hacer entrega de la tessera que habían recibido a las patrullas de guardia, que comprobaban los puestos de vigilancia durante la noche. Si un centinela no entregaba su tessera por ausentarse de su puesto de guardia para dormir o cualquier otra actividad, era condenado a muerte. También se empleaban tesserae con otros usos muy diferentes en la vida civil como, por ejemplo, el equivalente a una de nuestras entradas al teatro. Los ciudadanos acudían al lugar de una representación con su tessera en la que se indicaba el lugar donde debía ubicarse cada espectador.

tituli: En la época de Escipión el Africano, los tituli eren unas tablillas que se exhibían durante un triunfo en donde se mostraban diferentes imágenes que ilustraban las hazañas que habían hecho a aquel general que desfilaba acreedor de semejante honor. Curiosamente, la Iglesia adoptó este término para referirse a las primeras y más antiguas iglesias de la Roma de Constantino.

togapraetexta: Toga blanca ribeteada con color rojo que se entregaba al niño durante una ceremonia de tipo festivo durante la que se distribuían todo tipo de pasteles y monedas. Ésta era la primera toga que el niño llevaba y la que sería su vestimenta oficial hasta su entrada en la adolescencia, cuando le será sustituida por la toga virilis.

toga virilis: o toga viril, era una toga que sustituía a la toga praetexta de la infancia. Esta nueva toga le era entregada al joven durante las Liberalia, festividad que se aprovechaba para introducir a los nuevos adolescentes en el mundo adulto y que culminaba con la deductio in forum.

tonsor: Barbero.

torque: Condecoración militar en forma de collar.

trabea: Vestimenta característica de un augur: una toga nacional con remates en púrpura y escarlata. triari: El cuerpo de legionarios más expertos en la legión. Entraban en combate en último lugar, reemplazando a la infantería ligera y a los hastati y principes. Iban armados con un escudo rectangular, espada y, en lugar de lanzas cortas, con una pica alargada con la que embestían al enemigo.

triclinium, triclinia: Singular y plural de los divanes sobre los que los romanos se recostaban para comer, especialmente, durante la cena. Lo frecuente es que hubiera tres, pero podían añadirse más en caso de que esto fuera necesario ante la presencia de invitados.

trirreme: Barco de uso militar del tipo galera. Su nombre romano trirreme hace referencia a las tres hileras de remos que, a cada lado del buque, impulsaban la nave. Este tipo de navio se usaba desde el siglo VII a.C. en la guerra naval del mundo antiguo. Hay quienes consideran que los egipcios fueron sus inventores, aunque los historiadores ven en las trieras corintias su antecesor más probable. De forma específica, Tucídides atribuye a Aminocles la invención de la trirreme. Los ejércitos de la antigüedad se dotaron de estos navios como base de sus flotas, aunque a éstos les añadieron barcos de mayor tamaño sumando más hileras de remos, apareciendo así las cuatrirremes, de cuatro hileras o las quinquerremes, de cinco. Se llegaron a construir naves de seis hileras de remos o de diez, como las que actuaron de buques insignia en la batalla naval de Accio entre Octavio y Marco Antonio. Calígeno nos describe un auténtico monstruo marino de 40 hileras construido bajo el reinado de Ptolomeo IV Filopátor (221-203 a.C.) contemporáneo de la época de Africanas, el hijo del cónsul, aunque, caso de ser cierta la existencia de semejante buque, éste sería más un juguete real que un navio práctico para desenvolverse en una batalla naval. Tanto quinquerreme como trirreme se pueden encontrar en la literatura sobre historia clásica en masculino o femenino, si bien el diccionario de la Real Academia recomienda el masculino.

triunfo: Desfile de gran boato y parafernalia que un general victorioso realizaba por las calles de Roma. Para ser merecedor a tal honor, la victoria por la que se solicita este premio ha de haber sido conseguida durante el mandato como cónsul o procónsul de un ejército consular o proconsular.

triunviros: Legionarios que hacían las veces de policía en Roma o ciudades conquistadas. Con frecuencia patrullaban por las noches y velaban por el mantenimiento del orden público.

tubicines: Trompeteros de las legiones que hacía sonar las grandes tubas con las que se daban órdenes para maniobrar las tropas.

Tubilustrium: Día festivo en Roma en el que se celebraba la purificación de las trompetas y tubas de guerra. Esto tenía lugar cada 23 de mayo.

Tueris: Era la diosa egipcia de la fertilidad, protectora de las embarazadas.

Tullianum: Prisión subterránea, húmeda y maloliente de la Roma Antigua excavada en las entrañas de la ciudad en los legendarios tiempos de Anco Mancio. Las condiciones eran terribles y prácticamente nadie salía con vida de allí.

túnica íntima: Una túnica o camisa ligera que las romanas llevaban por debajo de la stola.

túnica recta: Túnica de lana blanca con la que la novia acudía a la celebración de su enlace matrimonial.

turma, turmae: Singular y plural del término que describe un pequeño destacamento de caballería compuesto por tres decurias de diez jinetes cada una.

ubi tu Gaius, ego Gaia: Expresión empleada durante la celebración de una boda romana. Significa «donde tú Gayo, yo Gaya», locución originada a partir de los nombres prototípicos romanos de Gaius y Gaia que se adoptaban como representativos de cualquier persona.

uerutum: Dardo arrojadizo propio de la antigua falange serviana romana que progresivamente fue reemplazado por otras armas arrojadizas.

uti tu rogas: Fórmula de aceptación a la hora de votar una moción en el antiguo senado de Roma que significa «como solicitas».

Velabrum: Barrio entre el foro Boario y la colina capitolina; antes de la construcción de la Cloaca Máxima fue un pantano.

velites: Infantería ligera de apoyo a las fuerzas regulares de la legión. Iban armados con espada y un escudo redondo más pequeño que el resto de legionarios. Solían entrar en combate en primer lugar. Sustituyeron a un cuerpo anterior de funciones similares denominado leves. Esta sustitución tuvo lugar en torno a 211 a.C. En esta novela hemos empleado de forma sistemática el término velites para referirnos a las fuerzas de infantería ligera romana.

vestal: Sacerdotisa perteneciente al colegio de las vestales dedicadas al culto de la diosa Vesta. En un principio sólo había cuatro, aunque posteriormente se amplió el número de vestales a seis y, finalmente, a siete. Se las escogía cuando tenían seis y diez años de familias cuyos padres estuvieran vivos. El período de sacerdocio era de treinta años. Al finalizar las vestales eran libres para contraer matrimonio si así lo deseaban. Sin embargo, durante su sacerdocio debían permanecer castas y velar por el fuego sagrado de la ciudad. Si faltaban a sus votos, eran condenadas sin remisión a ser enterradas vivas. Si, por le contrario, mantenían sus votos, gozaban de gran prestigio social hasta el punto de que podían salvar a cualquier persona que, una vez condenada, fuera llevada para su ejecución. Vivían en una gran mansión próxima al templo de Vesta. También estaban encargadas de elaborar la mola salsa, ungüento sagrado utilizado en muchos sacrificios.

Verrucoso: Sobrenombre por el que se conocía a Quinto Fabio Máximo por una gran verruga que tenía en un labio.

Via Appia: Calzada romana que parte desde la puerta Capena de Roma hacia el sur de Italia.

Via Labicana: Avenida que parte del centro de la ciudad y transcurre entre el Monte Esquilino y el Monte Viminal.

Via Latina: Calzada romana que parte desde la Via Appia hacia el interior en dirección sureste.

Via Nomentana: Avenida que parte del centro de Roma en dirección norte hasta la Porta Collina.

Via Sacra: La avenida que conecta el foro de Roma con la Via Tusculana.

Via Tusculana: La calzada que parte de la Via Sacra y cruza la Puerta de Caelius.

victimarius: Durante un sacrificio, era la persona encargada de encender el fuego, sujetar la víctima y preparar todo el instrumental necesario para llevar a término el acto sagrado.

victoria pírrica: Un victoria conseguida por el rey del Épico en sus campañas contra los romanos en la península Itálica en sus enfrentamientos durante el siglo III. a.C. El rey de origen griego cosechó varias de estas victorias que, no obstante, fueron muy escasas en cuanto a resultados prácticos ya que, al final, los romanos se rehicieron hasta obligarle a retirarse. De aquí se extrajo la expresión que hoy día se emplea para indicar que se ha conseguido una victoria por la mínima, en deportes, o un logro cuyos beneficios serán escasos.

VicksJugarías: Avenida que conectaba el Forum Holitorium o mercado de las verduras junto a la puerta Carmenta con el foro del centro de Roma, rodeando por el este el monte Capitolino.

Vicus Tuscus: Avenida que transcurre desde el Foro Boario hasta el gran foro del centro d ela ciudad y que en gran parte transita en paralelo con la Cloaca Máxima.

Voti damnatus, voti condemnatus, voti reus: Diferentes formas de referirse al hecho de estar uno atado por una promesa que debe cumplir por encima de cualquier cosa. En la novela se refiere a la promesa que Cayo Lelio hiciera al padre de Publio Cornelio Escipión de proteger siempre, con su vida si era necesario, al joven Publio (véase novela Africanus, el hijo del cónsul).

Vucanal: El Vucanal era una plaza descubierta donde se levantó un templo en honor a Vulcano cuando Rómulo y Tatio hicieron las paces. Se ubicaba al noroeste del foro y al oeste del Comitium, ocupando parte del espacio que César emplearía para levantar su foro.

Zeus: El dios supremo en la mitología griega que se asimila a Júpiter en la religión romana. Era especialmente adorado en Pérgamo.

Árbol genealógico de Publio Cornelio

Escipión, Africanus

Los nombres subrayados son aquellos que aparecen como perso najes en La traición de Roma. En el centro del recuadro queda resalta do el protagonista de esta historia.

La corte de Antíoco III de Siria y su árbol genealógico

A continuación se muestra el árbol genealógico de los diferentes reyes y/o emperadores del Imperio seléucida que en el momento de su máximo poder, se extendía desde el Egeo hasta la India. En la época de La traición de Roma, los Escipiones deberán enfrentarse contra el sexto rey de esta dinastía, Antíoco III, también conocido como Basileus Megas, que reinó desde 223 hasta 187 a.C.

Todas las fechas del diagrama son a.C. Las líneas discontinuas indican que la relación no está completamente confirmada. La elipse muestra los dos reyes seléucidas, Antíoco III y su hijo Seleuco IV, que aparecen como personajes en La traición de Roma. Como se ve, se trata de monarcas en el momento central de la dinastía, el punto de máximo esplendor del Imperio seléucida hasta que tiene lugar la batalla de Magnesia.

La corte de Antíoco III estaba compuesta por generales como Toante, Minión o Filipo, por su hijo Seleuco, que le sucedería en el trono como Seleuco IV (tal y como se puede ver en el diagrama), por su sobrino Antípatro y por dos importantes consejeros: Epífanes y Heráclidas. A este grupo de elegidos, se le uniría durante un tiempo el propio Aníbal Barca como asesor militar durante la guerra de Siria contra Roma.

Listado de cónsules de Roma

Se incluye un listado de los cónsules de la República de Roma (las magistraturas más altas del estado durante los años en que transcurre la acción de la trilogía sobre Escipión), desde el nacimiento de Publio Cornelio Escipión, es decir, desde 235 hasta 183 a.C, fecha de su fallecimiento. Los nombres en cursiva son aquellos cónsules que aparecen como personajes en esta trilogía o a los que se hace referencia directa durante el relato. El termino sufecto entre paréntesis indica que un cónsul es sustituido por otro, ya sea por muerte en el campo de batalla o porque el Senado plantea la necesidad de dicha sustitución.

235 a.C. Inicio de Africanus, el hijo del cónsul

(235 a.C.) T. Manlio Torcuato y C. Atilio Bulbo

(234 a.C.) L. Postumio Albino y Sp. Carvilio Máximo

(233 a.C.) Q. Fabio Máximo y M. Postumio Matho

(232 a.C.) M. Emilio Lépido y M. Publicio Melleolo

(231 a.C.) M. Pomponio Matho y C. Papirio Maso

(230 a.C.) M. Emilio Barbula y M. Junio Pera

(229 a.C.) Lucio Postumio Albino y Cn. Fulvio Centumalo

(228 a.C.) Sp. Carvilio Máximo y Quinto Fabio Máximo

(227 a.C.) P. Valerio Flaco y M. Atilio Régulo

(226 a.C) M. Valerio Mesalla y L. Apustio Fullo

(225 a.C) L. Emilio Papo y C. Atilio Régulo

(224 a.C.) T. Manlio Torcuato y Q. Fulvio Flaco

(223 a.C.) Cayo Flaminio y P. Furio Filo

(222 a.C) M. Claudio Marcelo y Cneo Cornelio Escipión

(221 a.C.) P. Cornelio Escipión Asina, M. Minucia Rufo, M. Emilio Lépido (sufecto)

(220 a.C) M. Valerio Laevino, Q. Mucio Scevola, C. Lutacio Cátulo,. Veturio Filo

(219 a.C) L. Emilio Paulo, M. Livio Salinator

(218 a.C.) P Cornelio Escipión, Ti. Sempronio Longo

(217 a.C.) Cn. Servilio Gemino, C. Flaminio, M. Atilio Régulo (sufecto)

(216 a.C.) C. Terencio Varrón, L. Emilio Paulo

(215 a.C.) L. Postumio Albino, Ti. Sempronio Graco, M. Claudio Marcelo (sufecto), Q. Fabio Máximo (sufecto)

(214 a.C.) Q. Fabio Máximo, M. Claudio Marcelo

(213 a.C.) Q. Fabio Máximo, Ti. Sempronio Graco

(212 a.C.) Q. Fulvio Flaco, Ap. Claudio Pulcro

(211 a.C.) Cn. Fulvio Centumalo, P. Sulpicio Galba

(210 a.C.) M. Claudio Marcelo, M. Valerio Laevino

(209 a.C.) Q. Fabio Máximo, Q. Fulvio Flaco

209 a.C. Inicio de Las legiones malditas

(208 a.C.) M. Claudio Marcelo, X Quinctio Crispino

(207 a.C.) C. Claudio Nerón, M. Livio Salinator

(206 a.C.) L. Veturio Filo, Q. Cecilio Mételo

(205 a.C.) P. Cornelio Escipión, P. Licinio Craso

(204 a.C.) M. Cornelio Cetego, P.Sempronio Tuditano

(203 a.C.) Cn. Servilio Cepión, C. Servilio Gemino

(202 a.C.) M. Servilio Puplex Gemino, Ti. Claudio Nerón

201 a.C. Inicio de La traición de Roma

(201 a.C.) Cn. Cornelio Léntulo, P. Elio Peto

(200 a.C.) P. Sulpicio Galba Máximo, C. Aurelio Cotta

(199 a.C.) L. Cornelio Léntulo, P. Villio Táppulo

(198 a.C.) Sex. Elio Peto Catón, T. Quincio Flaminino

(197 a.C.) C. Cornelio Cetego, Q. Minucia Rufo

(196 a.C.) L. Furio Purpurión, M. Claudio Marcelo

(195 a.C.) L. Valerio Flaco, M. Porcio Catón

(194 a.C.)P. Cornelio Escipión, Ti. Sempronio Longo

(193 a.C.) L. Cornelio Merula, Q. Minucia Termo

(192 a.C.) L. Quincio Flaminio, Cn. Domicio Ahenobarbo

(191 a.C.) P. Cornelio Escipión Násica, M. Acilio Glabrión

(190 a.C.) L. Cornelio Escipión, Cayo Lelio

(189 a.C.) M. Fulvio Nobilior, Cn. Manlio Vulsón

(188 a.C.) M. Valerio Mésala, C. Livio Salinator

(187 a.C.) M. Emilio Lépido, C. Flaminio

(186 a.C.) Sp. Postumio Albino, Q. Marcio Filipo

(185 a.C.) Ap. Claudio Pulcher, M. Sempronio Tuditano

(184 a.C.) P. Claudio Pulcher, L. Porcio Licino

(183 a.C.) M. Claudio Marcelo, Q. Fabio Labeón

6 Mapas

A continuación, se muestran mapas de las principales batallas relatadas en La traición de Roma. Al principio de la novela se pueden ver planos de Roma a finales del siglo iii a.C. y en las guardas del libro hay mapas del Mediterráneo occidental y del Mediterráneo oriental y Asia de la época en la que transcurre la parte final de la vida de Publio Cornelio Escipión.

Batalla de Panion (1º fase)

Batalla de Panion (2º fase)

Batalla de Emporiae (fase 1)

Batalla de Emporiae (fase 2)

Batalla de Magnesia (fase 1)

Batalla de Magnesia (fase 2)

7 Bibliografía

Sin todos estos historiadores, investigadores, filósofos y escritores esta novela no habría sido posible. Si hay errores en La traición de Roma son responsabilidad única del autor. La documentación procede de estas obras referidas a continuación. En estos libros, los aficionados a la historia de Roma y el mundo antiguo encontrarán muchas horas de conocimiento.

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