Capítulo 45

Michael Valentine buscó por las estanterías de Ex Libris siguiendo un sistema propio y arcano de notación, que no podía estar más alejado del sistema decimal Dewey. Llevaba casi toda la mañana y parte de la tarde trabajando. Había consultado una docena de enciclopedias sobre Nueva York, parcelarios antiguos de compañías de seguros, viejos mapas del metro, media docena de archivos parroquiales y un tratado sociológico muy complicado sobre el Greenwich Village de la década de 1930, donde constaban todas las empresas e instituciones del barrio, calle por calle. A medida que avanzaba por las oscuras hileras de libros, empezó a formarse una idea de cómo había sido la zona de alrededor del número 421 de la calle Hudson.

Al principio no era propiamente Nueva York, sino Greenwich, un pueblecito de sus alrededores, en la costa del Hudson. En los primeros años del siglo xix, los campos de la familia Voorhis se habían vendido a la iglesia de la Trinidad, que a su vez se los había arrendado a la asociación benéfica Saint Mary Magdalene. Para entonces la finca de dos manzanas delimitada por las calles Hudson, Clarkson, Morton y Varick ya se usaba como cementerio de la iglesia episcopaliana de Saint Luke in the Field, emplazada ligeramente al norte. En la década de 1820 se construyó en la finca una iglesia católica dedicada al Santo Redentor, así como un severo convento de ladrillos rojos al otro lado de la calle Hudson que funcionaba como albergue para chicas «desfavorecidas». Era la época en la que residía en la zona Edgar Allan Poe, cuya adusta y encorvada silueta era vista a menudo paseando entre las lápidas del cementerio. Con el paso del tiempo se subdividió el terreno de este último y se construyeron las primeras casas de lo que se convertiría en la Saint Luke's Place, extensión de la calle Le Roy, que seguía por el oeste hasta Varick. La iglesia del Santo Redentor se incendió en 1865. Las tumbas fueron trasladadas a la de Saint Paul, al norte, y a la de Saint Luke, al sur. En la década de 1870 aparecieron los primeros trenes elevados, que cruzaban el predio del convento sito en el número 421. En 1877 un incendio obligó a cerrar el edificio, cuyas ruinas fueron derribadas en 1881 para construir el almacén que aún se mantenía en pie. En 1900 ya no quedaba rastro ni del convento, ni de la iglesia, ni del cementerio. El camposanto era un parque, el alcalde de Nueva York vivía en Saint Luke's Place y la calle Hudson era un ruidoso ir y venir de tranvías eléctricos o de tracción animal.

El edificio de American Mercantile parecía de lo más normal. Sin embargo, alguna razón debían haber tenido Cornwall y sus socios de la Fundación Grange para elegirlo como depósito del cargamento. Estaba claro que tenía algo que ver con la elección de una sede para la fundación, pero según los parcelarios y la antigua y polvorienta colección de listines de calles de Manhattan que tenía Valentine, la fundación no se había trasladado a la vieja casa de Saint Luke's Place hasta mucho después de la desaparición del cargamento.

Se llevó a su despacho media docena de obras de consulta, se sentó en su silla y cerró los ojos para intentar ver el problema en un orden más o menos racional. ¿Qué podía saber Cornwall sobre aquella dirección que no se pudiera descubrir en los libros de historia o directamente en los miles de legajos y archivos que rodeaban a Valentine? Irritado por no poder averiguarlo por sus propios medios, se volvió hacia el ordenador, entró en el programa ISPY que le había confeccionado especialmente Barrie e introdujo el nombre de Cornwall. Apareció casi enseguida una breve biografía:

Nombre: Cornwall, James Cosburn.

Fecha de nacimiento: 1904.

Lugar de nacimiento: Baltimore, Maryland.

Fecha de fallecimiento: 2001.

Lugar de fallecimiento: Nueva York.

Cornwall era hijo de Martin y Lois Cornwall, prestigiosa interiorista y profesora de la Baltimore School of Art. James fue a colegios privados, donde se interesó especialmente por la arquitectura monástica y eclesiástica. Antes de ingresar en la universidad estudió dos años en Europa, en la École Sébastien de París. En 1922 regresó a Estados Unidos, y el año siguiente cursó estudios en la Universidad de Yale. El mismo año ingresó en el museo Parker-Hale como ayudante en el departamento de artes decorativas. Fue conservador auxiliar entre 1929 y 1932, antes de ascender al cargo de conservador adjunto. Desde 1930 trabajó con el director del Parker-Hale, Joseph Teague (1885-1933), en la creación de la nueva sección medieval del museo. En 1934, a la muerte de Teague, fue nombrado conservador del departamento de arte medieval. En 1942 contrajo matrimonio con Katherine Metcalfe y en 1943 ingresó en el ejército, donde ascendió rápidamente a teniente de la Unidad de Monumentos, Bellas Artes y Archivos del Séptimo Ejército de Estados Unidos, Distrito Militar Oeste. Sus principales misiones fueron descubrir y proteger los tesoros artísticos ocultos por los nazis. Fue él quien requisó las colecciones de arte robadas de Goering, Goebbels y Alfred Rosenberg, entre otros. A su regreso al Parker-Hale, fue nombrado director en 1955. En junio de 2001, tras una reunión especialmente polémica del consejo, sufrió un infarto mortal y le sucedió su protegido Alexander Crawley (véaseCrawley, Alexander).

La biografía no le mostró nada que no supiera ya. En cambio, le llamó la atención una entrada de la bibliografía de obras de Cornwall, una referencia a su tesis de doctorado en Yale: Giovanni Battista de Rossi y las catacumbas de San Calixto: evaluación biográfica y arquitectónica.

Usándola de punto de partida, buscó en Internet y fue atando cabos. El interés de Cornwall por el mundo subterráneo no se había apagado al doctorarse. En años sucesivos había publicado una docena de artículos sobre el tema, aparte de editar y compilar varias obras eruditas. Incluso había asesorado a History Channel en una serie de documentales sobre criptas, mausoleos, cementerios y catacumbas de todo el mundo. El último programa de la serie llevaba el título «Los muertos de Nueva York».

Una hora después ya estaban todas las piezas en su sitio y Valentine tenía en su mano la respuesta. Consultó la historia sociológica de Greenwich Village para confirmar su teoría.

—Dios mío —susurró al aparecérsele con meridiana claridad la razón de que Cornwall hubiera elegido el almacén de la calle Hudson.

Lo que en esos momentos era un parque en el que jugaban niños pequeños escondía la antigua cripta subterránea de la iglesia del Santo Redentor, unida al convento del otro lado de la calle por un túnel destinado a que las monjas y las niñas «desfavorecidas» pudieran ir a rezar sin ser vistas. Cornwall y los demás conspiradores habían desaparecido bajo las calles de Nueva York, junto con un botín de guerra compuesto de doscientas veintisiete toneladas de cajas, el cargamento de seis camiones.

Y esas cajas seguían allí.