Capítulo 37
Michael Valentine se desplazó metódicamente por las habitaciones del ático del edificio de Ex Libris. Todo el apartamento estaba patas arriba. Habían abierto todos los cajones y registrado todos los armarios. Habían entrado en la vivienda por una conducción de aire y habían salido por una ventanita del lavabo que no tenía alarma. Finn Ryan, que seguía a Valentine, quedó horrorizada por los destrozos. La ronda de reconocimiento se terminó en la cocina.
Valentine se sentó ante la mesa de formica amarilla.
—¿Al oír que se rompían los cristales qué hiciste?
—Pensé que tenía que investigar…
—Pero luego cambiaste de idea.
Valentine sonrió.
—No iba a hacer como en las películas, que la chica va a buscar a su novio al muelle una noche sin luna y sale una mano del agua y le coge el tobillo. Tan tonta no soy.
—La verdad.
—Después de lo de Peter…
—¿Se rompen los cristales y…? —dijo Michael animándola a seguir con su explicación.
—Doy media vuelta, entro otra vez en el ascensor y vuelvo al despacho para llamar al móvil que me habías dado.
—O sea que al despacho no ha bajado y el ordenador no lo ha tocado.
—No. Me he pasado casi todo el día delante de él.
—Por lo que veo hay bastantes destrozos, pero nada irreparable.
—¿Y si vuelve?
—Lo dudo. Si hubiese buscado algo, habría bajado al despacho.
—¿Intentaba asustarnos? —preguntó Finn.
—Creo que sí.
—¿Por qué?
—Porque nos estamos acercando demasiado a algo. Hemos buscado muy a fondo y es posible que ya se haya disparado alguna alarma.
—¿Te has enterado de algo al hablar con tu amigo el marchante?
—Sí, de mucho —dijo Valentine.
Le relató las explicaciones de Peter Newman y su visita a Eric Taschen. Ella le contó sus esfuerzos en el ordenador.
—¿Total? ¿Cuál es la conclusion?
—Pues que aquí están pasando muchas cosas a la vez. Los asesinatos de Crawley y Gatty están relacionados entre sí y con el tercero que te dije, el que sé por mi contacto en la jefatura de policía. Creo que se llamaba Kressman. De momento no hay pruebas, pero parece que todos estaban metidos en una especie de red para sacar arte robado al mercado libre. Botín de guerra. La serie de asesinatos no creo que tenga nada que ver contigo. Creo que el que encontraras el dibujo de Miguel Ángel sólo ha sido una casualidad inoportuna. Estoy casi seguro de que a Crawley le habrían matado de todos modos.
—Lo de Peter no fue casualidad.
—No. Eso quiere decir que uno de los cómplices de Crawley estaba preocupado por lo que habías averiguado, y que fue esa persona la que contrató al asesino de Peter y al mensajero de la bicicleta, el vietnamita que te siguió.
—¿O sea que hay dos asesinos?
—Sí; uno quiere quitaros de en medio a ti y al dibujo; al otro le interesa el grupo en el que estaban involucrados Gatty, Crawley y Kressman, el anillo del que me han hablado Newman y Eric Taschen.
—Pero tiene que haber alguna relación entre los dos…
—Sí. Supongo que el factor común es el arte.
—¿El mercado de arte robado?
—Por lo que me has contado de la historia de Greyfriars, tiene que haber algo más. Lo que está claro es que el Club Carduss es una sociedad secreta al estilo de los Skull and Bones de Yale, pero no tan visible.
—Según lo que he leído, desapareció hacia 1945.
—Ya, Skull and Bones también, pero en realidad sólo cambiaron de nombre. Esa compañía con sede en Delaware… Es el sitio con menos restricciones del mundo para la creación de empresas. Por eso la CIA siempre lo usa para las suyas, como Air America.
—¿Por qué lo dices? ¿Crees que puede tener algo que ver con el espionaje?
Finn observó atentamente a Valentine, intentando no pensar demasiado en cuál era su verdadera actividad y en su relación con su padre. Ya habría tiempo. No era el momento.
Valentine se quedó muy serio.
—No, pero es algo gordo. El muerto que acaban de encontrar en Alabama manejaba cientos de millones de dólares. —Se encogió de hombros—. Claro que tampoco es muy difícil hacerte millonario cuando tratas con obras de Miguel Ángel…
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? A estas alturas, el detective Delaney ya habrá deducido que no formo parte de ningún complot para matar a Peter. ¿Por qué no vamos a la policía?
—Si sólo fuera tu novio… Pero ahora hay tres muertos más: Crawley, Gatty y Kressman. Total: cuatro asesinatos en el mismo número de días, y millones de dólares en cuadros robados. Tendrían motivos de sobra para encerrarte una buena temporada. Y para matarte. Por alguna razón te has tropezado con una conspiración en la que participan muchos peces gordos, gente que tiene cosas que esconder y medios para mantenerlas ocultas al coste que sea. Mientras no sepamos exactamente quiénes son y hasta dónde llega la conspiración, evitaremos a la policía.
—No tiene sentido. Por lo que he leído, ya eran todos ricos. ¿Por qué querían más?
—No creo que tenga nada que ver con el dinero.
—¿Entonces con qué?
—Con el poder. Aquí abajo tengo mil libros sobre sectas y grupos: los templarios, los Shriners, los Illuminati… En el fondo nunca es cuestión de dinero, sino de poder, y de cómo conservarlo. Xenofobia yanqui de la de toda la vida. Como a la gente le da miedo cambiar, se junta para intentar evitarlo. China se pasó mil años intentando ignorar al resto del mundo, pero al final hasta ellos tuvieron que empezar a cambiar.
—No es la primera vez que te encuentras con este tipo de problema, ¿verdad?
—Nos lo estamos encontrando todos cada día —replicó Valentine—, La lucha entre lo viejo y lo nuevo existe desde que el mundo es mundo. Esto sólo es otra versión.
—En la lista del consejo de administración había una docena de nombres. Sólo he investigado unos cuantos. ¿Cómo sabremos cuál es el siguiente en la lista de los asesinos?
—No se puede saber. Ni siquiera sabemos si sólo ha habido tres asesinatos: Crawley, Gatty y Kressman. Según Peter Newman, el jefe de Crawley, James Cornwall, había fallecido de muerte natural, pero es posible que se equivoque.
Finn tendió la mano y estrechó con fuerza la de Valentine.
—Bueno, repito la pregunta: ¿y ahora qué?
—Ahora a seguir investigando. Tenemos que saber a qué estamos jugando y quiénes son exactamente los otros jugadores. —Hizo una pausa—. Tendremos que ir a ver a mi amigo elhacker.
—¿Hacker?
—Sí, un fanático de los ordenadores que se llama Barrie Kornitzer. Fuimos juntos al colegio.