IV

EN CHALANTA

LA víspera del día de San Juan, Sampau y Margarita, ya casados, se presentaron en Ustaritz. Miguel les convidó a ir a Cambó, donde había fiesta, y fueron en un coche grande todos los de Chimista y algunos de Gastizar. Fernanda Luxe llevaba como caballero al joven Larralde-Mauleón, que la galanteaba, y Alicia Belsunce a un vizconde gascón, el vizconde de Florac que le había empezado a hacer la corte.

Había feria en Cambó. Se habían reunido una porción de vendedores ambulantes con coches y puestos con cuchillos, azadas, objetos de cocina ferretería, y los aldeanos llevaban vacas y cerdos al mercado.

Hubo por la mañana gran partido de pelota, por la tarde vísperas y después baile.

En el quiosco de la música, hecho con unos toneles y adornado con ramas, se tocó la música hasta las doce de la noche.

A esta hora los bailarines se fueron a beber agua de la fuente de San Juan y se vio todo el monte iluminado con hogueras.

Al día siguiente se decidió volver, por la tarde, a Ustaritz. Miguel propuso tomar dos lanchas grandes y embarcarse en ellas.

El día era caluroso, de viento Sur; no corría una ráfaga de aire y las hojas parecían petrificadas en la calma del ambiente.

Bajaron a la orilla del río.

En la proa de la primera lancha se puso Manich, un virtuoso del acordeón; luego se fueron instalando los demás.

El acordeonista fue trenzando y destrenzando sus melodías banales y extrayéndolas del pulmón de su instrumento.

Las dos chalantas comenzaron a deslizarse despacio por el río claro.

La tarde era espléndida, de una tranquilidad admirable; el cielo, azul puro y tranquilo.

Margarita y Sampau hablaban, ella llevaba una rama por la superficie del agua; Alicia y el vizconde de Florac, Fernanda Luxe y el joven Larralde parecían dispuestos a cantar el eterno dúo de amor, tan viejo siempre y siempre tan nuevo. Dolores cuidaba de sus hijos.

—¿Y tú? —preguntó Larresore a Miguel—. ¿No te sientes tentado a imitar a esos enamorados?

—Ya no me quieren —contestó Miguel, y recitó estos versos de Voltaire a madama Du Châtelet:

Si vous voulez que j’aime encore,

Rendez-moi l’âge des amours ;

Au crépuscule de mes jours

Rejoignez, s’il se peut, l’aurore.

Des beaux lieux où le dieu du vin

Avec l’Amour tient son empire,

Le Temps, qui me prend par la main,

M’avertit que je me retire.

De son inflexible rigueur

Tirons au moins quelque avantage.

Qui n’a pas l’esprit de son âge,

De son âge a tout le malheur.

Al anochecer llegaron las chalantas frente a Gastizar, atracaron al lado del árbol que salía sobre el río y fueron saltando todos a tierra.