XII
LOS HÉROES DE LA AVENTURA
DE los cuatro recogidos por Miguel Aristy y Aviraneta, Ali, que no tenía nada, se lavó, se afeitó, se puso unos pantalones azules, una blusa negra y una boina, y salió para Gastizar con el encargo de traer un carro con un colchón para transportar al tío Juan.
Por la noche al salir el médico de Frixu-baita, Aviraneta le preguntó:
—¿Cómo están estos enfermos?
—Medianos. No sé cómo han podido llegar hasta aquí. El viejo francés está muy mal, con una bronquitis aguda muy grave.
—¿El joven español?
—Ese también mal. Me figuro que tiene, desde hace tiempo, focos tuberculosos en el pulmón y ha debido de tomar un golpe en el pecho.
—¿Y el coronel Malpica?
—Ese es el que ha salido mejor librado. Tiene una herida de bala en la pierna; pero como no ha perdido sangre y está muy animado, se curará en seguida.
—Hemos pensado transportar a los tres a sus casas.
—Si no es muy lejos está bien.
Al día siguiente, por la mañana, Miguel Aristy aparejó su coche y llevó en él hasta Ustaritz a Malpica y a Lacy. Al ponerse en camino, Lacy se encontró con un oficial español que conferenciaba con un francés.
—¡Lacy! —gritó.
—¿Eres tú Sampau? —dijo Lacy.
—¿De dónde vienes? ¿Qué te pasa? —exclamó Sampau.
—¿Y tú?
—Yo he venido con las tropas de Llauder persiguiendo a los liberales.
—Pues yo he estado con los liberales.
—¿De verdad?
—Sí.
—¿Has estado en Vera?
—Sí.
—¡Pensar que podía haberte matado!
—Y yo a ti.
—¿Adónde vas ahora?
—Voy a Ustaritz, un pueblo de por aquí cerca, a descansar.
—¿Vives en ese pueblo?
—Por ahora sí.
—¿Estarás allá dentro de quince días?
—Seguramente.
—Pues iré a verte.
Se despidió Lacy de Sampau y Aristy siguió adelante en su tílburi.
Malpica y Lacy presenciaron, desde el fondo del carricoche, la división en grupos de los liberales españoles que hacían los oficiales franceses para enviarlos a los depósitos de Bourges, Perigueux y Limoges.
En los jefes liberales españoles se veía la cólera y la vergüenza de la derrota; los soldados se manifestaban indiferentes.
Ni para unos ni para otros el porvenir era muy halagüeño. El Gobierno francés les daría treinta céntimos de sueldo y una ración de pan a cada soldado y dos francos diarios a los jefes.
Malpica y Lacy cruzaron por entre sus compatriotas sin ser reconocidos y se dirigieron a Ustaritz.
Por la tarde Alí se presentó en Frixu-baita con un carrito y un colchón a llevar al tío Juan a su casa.
Pusieron al guardabosque dentro del carro arropado con mantas, y Aviraneta y Alí se dirigieron por Saint Pee a entrar en los robledales del cantón de Ustaritz.
Llegaron a la cabaña del tío Juan al amanecer.
Esta cabaña, Aldasoro de nombre, estaba rodeada de otras cuatro o cinco. En el interior esperaba el intendente Darracq.
—¿Usted va a Ustaritz? —le preguntó a Aviraneta.
—Sí.
—¿Quiere usted llevar una carta a madama de Aristy?
—No tengo inconveniente.
Darracq se sentó a la mesa, cogió un lápiz y papel y vaciló.
—Es difícil decir esto —murmuró—. Casi será mejor darle el recado de palabra. Dígale usted a madama de Aristy que el tío Juan, el guardabosque, está muy grave. El tío Juan es pariente muy próximo de madama Aristy.
—Está bien; se lo diré.
Aviraneta marchó a pie a Ustaritz.
El tiempo estaba claro. El viento soplaba con fuerza. La veleta de Gastizar rechinaba, y el dragón seguía amenazando a todo el mundo con la flecha de su lengua.