II

LOS AMORES DE MARGARITA

A la primera noticia buena se respiró en Gastizar.

Esta fue la boda de Margarita Tilly y Sampau. Sampau había ido con mucha asiduidad a visitar a su amigo Lacy durante el invierno.

Sampau estaba de guarnición en San Sebastián y le daban a menudo permiso para pasar la frontera.

Sampau visitaba a Lacy e iba con frecuencia a Gastizar a ver a Margarita, a quien había conocido de chico.

Sampau era un muchacho guapo que estaba muy convencido de su guapeza.

Era alto, moreno; llevaba bigote y patillas cortas.

La primera vez que se volvieron a ver en Chimista, Margarita y Sampau, no tuvieron una entrevista afectuosa.

No se habían encontrado desde la infancia.

Margarita había decidido no presentarse a él. Sampau quería verla y se lo dijo a Dolores Malpica.

—Está bien; iremos nosotros a verla —dijo Dolores, y en compañía del militar fue al piso bajo de Chimista, a casa de Fanchón, donde apareció Margarita, un poco pálida y con un aire desdeñoso.

—Margarita, ya no quieres ni verme —le dijo Sampau.

—No sabía que estuvieras aquí —replicó ella con marcada frialdad.

—He venido a ver a este pobre Lacy, que está tan enfermo.

Habló Sampau de la enfermedad de Lacy y de las pocas probabilidades que tenía de curación.

Al despedirse Sampau dijo a Dolores con cierta petulancia:

—Celebro que Margarita tenga la amistad de usted. Le conviene; porque yo creo que esta cabecita rubia está un poco destornillada.

Margarita hizo un gesto de desdén.

—No, no —replicó Dolores—. Todos dicen ustedes lo mismo, y no es cierto. Aquí yo solo sé lo que trabaja, y lo bien que lo lleva todo, y lo tranquila y lo juiciosa que es. Ha de ser una ama de casa excelente.

Margarita se ruborizó.

—¿Usted lo cree así? Pues así será. Yo me figuro a Margarita montada a caballo, con un látigo en la mano, pero no cosiendo ni zurciendo.

—Pues no es así. Es una muchacha hacendosa, sencilla…

—Sí, será cierto —dijo Sampau—; pero no se puede negar que es una desagradecida. Ya ve usted cómo me ha recibido a mí. Pues sepa usted que yo la he llevado en brazos cuando era niña.

—¿De verdad?

—Sí. Cuando ella nació yo tendría ocho años. La recuerdo en la cuna, que parecía una muñeca. Luego más tarde solíamos jugar con ella su hermano, Lacy y yo, y como yo era el mayor y el más alto y la llevaba en hombros, era el preferido. Entonces creo que estaba algo enamorada de mí.

—Yo de ti —exclamó Margarita—. ¡Majadero! ¡Fatuo! Eso es lo que debes creer tú, que todas las mujeres se enamoran de ti.

Sampau hizo la observación de que Margarita estaba más guapa cuando se incomodaba, y ella cambió de aspecto y tomó una actitud desdeñosa.

Las visitas de Sampau menudearon.

Cuando el médico dijo que la enfermedad de Lacy se acercaba al desenlace, Sampau pidió una licencia de un mes y se estableció en la Veleta de Ustaritz. Allí asistió en su enfermedad a su amigo, hasta que este un anochecer murió dulcemente sin darse cuenta.

El dolor de ver morir a Lacy acercó más a Margarita y a Sampau.

A medida que Sampau y Margarita se entendían, él se hacía menos fatuo y ella menos desdeñosa.

Sampau tomó como protectora a Dolores.

—Yo quisiera —le dijo un día— saber los sentimientos de Margarita por mí.

—Yo creo que le tiene a usted afecto.

—¿Usted cree que no me rechazará?

—Yo creo que no. Se lo preguntaremos a ella.

Dolores llamó a Margarita y se sentaron los tres en el cenador de la huerta. Hacía un día de abril de sol hermoso y de cielo claro.

Dolores contó a Margarita lo que habían hablado ella y Sampau.

—Sí, Margarita —dijo Sampau—; yo te quiero.

—Yo también te quiero —repuso ella.

—Entonces, ¿estás dispuesta a seguirme, a ser mi mujer?

—No quisiera marcharme de aquí. ¡Aquí he vivido tan feliz! Tengo tanto cariño a todos los de esta casa —y Margarita cogió la mano de Dolores y la miró con ansiedad.

—Ya vendrás alguna vez —dijo Dolores—; tu marido te traerá aquí.

—Cuando ella quiera. Ahora no falta más que una cosa: fijar el día de la boda.

Al despedirse Sampau abrió los brazos, Margarita vaciló un momento, pero se echó en ellos y se desasió después palpitante y enamorada.