IV

SIMONA BUSQUET

POCOS días después de la muerte del tío Juan, madama Aristy se presentó en el Chalet de las Hiedras acompañada de Ichteben, y dijo a madama Carolina y a Simona que hicieran el favor sin pretexto alguno de abandonar la casa.

Madama Carolina había amenazado anteriormente a la señora de Aristy con divulgar en el pueblo que era la mujer de un revolucionario y regicida como el tío Juan. Ya no tenía arma ninguna que emplear contra la propietaria de Gastizar y se resignó a dejar la casa sin protesta.

No así la Simona. Esta, más violenta y agresiva, puso a la señora de Aristy como un trapo. La insultó en su marido, en sus hijos y en sus amigos. Madama de Aristy, pálida y con los ojos brillantes, no contestó, pero al marcharse dijo con voz iracunda:

—Saldrá usted de aquí inmediatamente, si no la mandaré echar por los gendarmes.

Efectivamente, salieron las dos mujeres y fueron a parar a la posada del Caballo Blanco. Madama Carolina a los pocos días se marchó para no volver; Simona quedó en Ustaritz, animada por el ardor de la venganza.

Manejaba a las muchachas del Bazar de París y a Marcos el del molino.

Poseía por instinto esa táctica de los intrigantes que consiste en unir y desunir voluntades moviendo el resorte de los caracteres. Sabía sembrar una sospecha, cultivarla si existía, y alimentar un resquemor o una mala pasión con cariño. Era la única para indisponer a dos personas amigas.

Tanta confianza llegó a tener con las dos señoritas de la Bastide y con su abuela, la Diosa Razón, que dejando la posada del Caballo Blanco fue a vivir con ellas. Intrigante y mentirosa como era Simona, llegó a convencer a todos de la verdad de sus embustes.

Desde que se instaló en casa de las señoritas de La Bastide se la veía muchas veces en el mostrador despachando.

Simona era una mujer bonita, con la cara muy cuadrada, la frente ancha, la nariz corta, los ojos muy negros, muy vivos, un poco juntos y muy rasgados, y el pelo castaño. Tenía una palidez mate, una expresión de intranquilidad y de suspicacia, unos tics nerviosos que agitaban su rostro y una sonrisa de dolor, de ironía y de maldad.

Parecía que estaba siempre dispuesta al ataque, como un cínife o una avispa.

Simona tenía una conversación más picante y más amena que las señoritas de La Bastide, e hizo que la tertulia del Bazar aumentase y tomara más crédito.

Dejó al mismo tiempo en el ambiente un semillero de rivalidades, de suspicacias y de complicaciones.

Simona aduló y lisonjeó a Larresore y lo llevó a su campo, con la intención de sacarle noticias de lo que pasaba en Gastizar; pero el viejo caballero era maestro en malicias y en marrullerías y supo defenderse sin decir nunca nada en concreto.