I
EL TÍO JUAN
AL llegar Aviraneta a Ustaritz se encontró a Choribide que marchaba en un cochecito camino de Bayona. Choribide se detuvo a pedir noticias.
—Me voy de Ustaritz, señor Aviraneta —dijo después.
—Lo siento mucho, si esto le molesta.
—Sí, algo me molesta. ¿Qué noticias hay? ¿Cómo ha terminado la expedición de los liberales españoles?
Aviraneta contó lo ocurrido y la enfermedad del tío Juan el guardabosque.
—¿Y está grave?
—Sí, muy grave.
—¿No ha sospechado usted quién es este tío Juan?
—No.
—Es el marido de madama de Aristy.
—¿De verdad?
—Sí.
—¿Estaban separados?
—Sí. Más que por nada por motivos políticos y religiosos. Es absurdo. ¿Verdad? El tío Juan ha sido siempre un ateo y un jacobino. Ella creía que daba un mal ejemplo a los hijos.
—¿Usted lo ha conocido en otro tiempo?
—Sí. Ya lo creo… Voy a aplazar mi viaje y voy a visitarle por si acaso me necesita. Le he hecho algunos favores.
Choribide se dirigió hacia el bosque y Aviraneta a Gastizar. Preguntó por madama de Aristy, dijo a la criada que tenía que hablar a su ama con urgencia y pasó al salón.
—Señora —dijo—, vengo a traerle a usted una mala noticia. El señor Darracq me ha encargado que le diga a usted que el guardabosque a quien llaman el tío Juan, está gravemente enfermo.
Madama de Aristy quedó alterada.
—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó.
Aviraneta contó cómo le había encontrado en Urruña de vuelta de la fracasada expedición liberal.
—¿Estaba allí Miguel, mi hijo?
—Sí.
—¿Le han dicho a usted que el tío Juan es pariente mío?
—Lo he adivinado —contestó Aviraneta.
Madama de Aristy contempló en silencio a don Eugenio.
—¿Usted qué cree que debía hacer?
—Yo, señora, no sé la clase de resentimientos que ha habido entre usted y su esposo, pero supongo que este se encuentra en el actual momento gravísimo, quizás moribundo. Creo que lo mejor que podría usted hacer sería decir a su hijo lo que ocurre, contarle los motivos de diferencias con su marido e ir con Miguel a Aldasoro, a la cabaña del tío Juan.
—Sí, tiene usted razón. Eso haré. ¿Quiere usted esperar un momento?
—Con mucho gusto.
Madama de Aristy hizo que llamaran a Miguel y al caballero de Larresore, y tuvo una explicación con ellos. Al terminarla apareció Miguel, intranquilo e inquieto.
—¿Está mal, de veras? —preguntó a Aviraneta.
—Sí.
—Hay que ir de prisa. ¿Usted no querrá volver?
—No tengo inconveniente.
—Le agradeceré a usted que venga, porque estoy un poco trastornado con una noticia así.
Madama de Aristy había mandado por un coche, en donde iban a ir ella, el caballero de Larresore, el médico y el vicario Dostabat. Miguel y Aviraneta tomarían el tílburi.
Los dos coches partieron de Gastizar, produciendo la expectación del pueblo.
Al llegar a Aldasoro bajaron y entraron a ver al enfermo. El médico dijo que estaba agónico y que le quedaban solamente horas de vida.
Madama de Aristy habló a su marido a solas, y tras larga conversación le indicó que debía confesarse.
—No —dijo enérgicamente el tío Juan, y volvió la cabeza hacia la pared.
—Yo, como usted, le encargaría de esa misión a su hijo —propuso Aviraneta—; yo trataré también de convencerle.
Aviraneta y Miguel Aristy se quedaron en el cuarto del enfermo. Este, sin duda, se hallaba intranquilo y receloso. De pronto se irguió en la cama y se quedó mirando fijamente a Aviraneta.
—Señor —exclamó—, que me dejen morir en paz.
—¿No quiere usted que venga ningún cura?
—No.
—No vendrá.
—¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Miguel se acercó a la cama.
—¿Qué hace usted aquí? —le preguntó el tío Juan de repente—. ¿Qué está usted espiando?
—Soy yo Miguel… el de Gastizar.
No se atrevió a decir su hijo.
El tío Juan le contempló con una mirada curiosa y de anhelo.
—¡Ah… sí… sí! —murmuró, y se tendió de nuevo en la cama.
Miguel le arregló la cubierta de la cama, y el viejo le agarró la mano y la besó.
Miguel quedó conmovido y se le saltaron las lágrimas.
Durante todo el día el enfermo estuvo desvariando. Al anochecer comenzó a palidecer y a ponerse lívido, y murió.
Alí marchó a Ustaritz por un ataúd.
De noche estuvieron en la cabaña, velando al muerto. Aviraneta, Larresore, Choribide, el intendente Darracq y Miguel.
El intendente contó la vida de su primo Aristy, que acababa de morir, una vida íntegra, de fanático por sus ideas.
—La verdad es —dijo burlonamente Choribide a Aviraneta— que ha tenido que venir un gascón para dar un ejemplo de consecuencia en el pueblo, porque lo que es Garat y yo no hemos quedado como hombres muy consecuentes en política.
—Parece que la influencia de la veleta de Gastizar es muy grande —replicó don Eugenio con sorna.
—¡Pche! Hay que cambiar —replicó Choribide—. La vida es cambiar. Yo no creo que ser esclavo de sus prejuicios sea una superioridad.
—No; es más bien el resto de la gente quien cree eso —dijo burlonamente Aviraneta.
Por la mañana se verificó el entierro en el mismo bosque. Los aldeanos de los caseríos vecinos se reunieron en Aldasoro, los hombres formaron un corro y las mujeres otro. Hacía una mañana hermosa y tibia, el sol amarillo se esparcía por el campo.
Sacaron al ataúd de Aldasoro y lo colocaron en un carro de bueyes y lo llevaron hasta el pequeño cementerio que tenía la barriada del bosque.
Allí cogieron el féretro Miguel, Ichteben el criado de Gastizar, Alí y Darracq, y lo dejaron sobre un montón de tierra próximo a la fosa.
Bajaron la caja al fondo del hoyo que no era profundo, y fueron cubriéndola de tierra. Al mediodía todos volvieron a Ustaritz.
Al día siguiente madama de Aristy hizo que se celebrara un funeral solemne en la iglesia por su marido.