VI

CHORIBIDE Y AVIRANETA

LA noticia del robo del niño se extendió por el pueblo, y todos los vecinos del barrio y de Ustaritz creyeron unánimemente que eran las damas del Chalet de las Hiedras las que habían dirigido esta mala acción. Las simpatías por los Aristy, que estaban apagadas en la aldea, se despertaron y fueron muchas personas las que estuvieron en Gastizar a felicitar a madama Aristy por la salvación de su nietecillo. Madama Luxe escribió una carta de felicitación y Miguel fue a visitarla por encargo de su madre.

Madama Luxe, interrogada acerca del motivo que tenía para haber roto sus relaciones con Gastizar, habló del anónimo que ella creía que le habían enviado los Aristy.

Miguel lo leyó fríamente; después sintió tal indignación al pensar que la viuda se lo había atribuido a él, que estuvo con ella tan severo que la dejó bañada en lágrimas. Al día siguiente, madama Luxe acompañada de Fernanda fue a Gastizar a explicarse con madama Aristy y a pedirle perdón. Se quedó de acuerdo en que eran las mujeres del Chalet de las Hiedras las que habían escrito el anónimo. Estas no salieron de casa durante algunos días. Marcos el del molino se ocultó también, e iba de noche a ver a la Delfina, del Bazar de París, por la huerta.

Aviraneta supo estas noticias por Esteban Irisarri, el posadero de la Veleta, que se las contó con profusión de detalles.

Una mañana leía don Eugenio en el libro de Jomini la batalla de Valmy, cuando entró Esteban a decirle que estaba el señor Choribide preguntando por él.

—¡El señor Choribide! ¡El jefe de los enemigos! —dijo Esteban Irisarri con voz hueca.

—No le conozco —contestó don Eugenio.

—¡Choribide! El amigo de esas viejas intrigantes del Chalet de las Hiedras.

—¿Pregunta por mí? —dijo Aviraneta.

—Sí.

—Que pase.

El posadero debió quedar asombrado de la serenidad de Aviraneta. Abrió la puerta y se presentó el viejo muscadin elegante y currucato.

—¿El señor de Aviraneta? —preguntó sonriendo.

—Soy yo. Pase usted y siéntese usted.

Choribide entró, se sentó en el borde de la silla, puso el sombrero metido en el bastón y el bastón entre las piernas.

—Yo, señor —dijo—, me llamo Choribide, Gastón de Choribide. Soy vasco, como usted. He llevado en mi juventud una vida un tanto irregular. Yo no sé si usted tendrá ideas religiosas…

—Creo que no —repuso Aviraneta.

—Es usted de mi escuela. Si yo tuviera ideas religiosas diría que he sido un gran pecador. No teniéndolas, suelo decir que he sido un hombre crapuloso y de vida poco honorable.

—¿No será usted un tanto severo consigo mismo, señor Choribide? —preguntó Aviraneta.

—No, no. Muchas gracias por su opinión. Me hago justicia. Verá usted… Yo vivo bien dentro de mi modestia. No trabajo; no he trabajado nunca.

—Se aburrirá usted.

—No, no me aburro. Yo tengo un sobrino ex oficial de la Guardia Real, Aquiles Rontignon. Rontignon tiene condiciones para agradar a una mujer; es guapo y es tonto.

—¿Usted cree que la tontería…?

—Es indispensable. Yo había pensado casar a Rontignon con una viuda rica de aquí, madama Luxe. Como un teniente retirado no es bastante para producir entusiasmos en una mujer rica por sólo su posición, yo había pensado adornar el pecho de Rontignon con una gran cruz o buscarle un empleo. Aprovechando la estancia aquí de una señora española, la condesa de Vejer…

—Que no es española ni condesa… —saltó Aviraneta.

—Cierto; pero hay que darla un nombre para señalarla.

—En Madrid se llamaba madama Carolina.

—Bien; me es igual; aprovechando la estancia aquí de madama Carolina, me acerqué a ella y le dije que puesto que ella trabajaba para el Gobierno español, yo le ayudaría a cambio de que ella concediera a mi sobrino un empleo, un cargo honorífico.

—¿Y a trabajado usted para ella?

—Sí, habíamos hecho un legajo con todos los datos necesarios para remitirlo a Madrid, cuando las cosas se han torcido. Primeramente Rontignon no ha sabido aprovechar su tontería ni tampoco su arrogancia de hombre guapo, y madama Luxe lo ha rechazado; después Tilly, ese muchacho amigo de usted, un muchacho encantador, se apoderó del legajo formado por nosotros, y por último, la sobrina de madama Carolina…

—Que no es su sobrina…

—Cierto. Simona Busquet ha intervenido en esta cuestión, y con sus odios y su genio vengativo ha hecho que roben al nieto de madama de Aristy. Esta barbaridad ahora me la atribuyen a mí, y me molesta. Ese no es mi género. No me ha gustado nunca el melodrama. La alta comedia, quizás; el melodrama, nunca. Por esas razones voy a dejar la partida.

—¿Va usted a dejarla?

—Sí. Yo no puedo vivir aquí ya. El pobre Garat no se encuentra en estado de recibir a los amigos. Madama Aristy está indignada, porque cree que yo he indicado que roben a su nieto, cosa absurda. Voy a ir a Bayona, pero antes le voy a pedir a usted un favor.

—Usted dirá.

—Yo he venido a verle a usted, porque he comprendido que es usted un hombre fuerte. Me ha recordado usted a su excelencia el duque de Otranto.

Aviraneta sintió un movimiento de alegría.

—¿Ha conocido usted a Fouché? —preguntó.

—Sí; he estado a su servicio. Tiene usted el mismo aire de penetración que él. Ahora, que quizás usted no pueda poner sus facultades al servicio del Estado. Hay países que desperdician su gente.

Choribide había dado dos golpes buenos en la coraza de indiferencia de Aviraneta, uno comparándole con Fouché, el otro suponiendo que no se le comprendía.

—¿Y qué servicio quería usted de mí, señor Choribide? —preguntó.

—Le diré a usted. Actualmente mi sobrino Rontignon sencillamente me estorba. Si lo hubiera casado con madama Luxe, yo hubiera sido su administrador; pero no ha sido bastante hábil para enamorar a la viuda. Ahora quiero desprenderme de él, y como ha aparecido como un realista que ha mandado informes al Gobierno español por intermedio de esas damas del Chalet de las Hiedras, he pensado hacer valer esos servicios y su calidad de ex teniente de la Guardia Real para pedir para él un destino en España. ¿Usted, que seguramente sabrá cómo se hace esto, no podría escribirme una solicitud en español?

—Sí; lo haré.

—¿Ahora mismo?

—Sí; ahora mismo.

Aviraneta escribió un borrador de solicitud y lo entregó para que lo copiase Choribide.

Al terminar, Choribide dio las gracias a Aviraneta y murmuró efusivamente:

—¡Cómo nos desperdician, mi querido señor!

Y haciendo una reverencia llena de respeto y de gracia, completamente siglo Choribide se retiró y salió de la Veleta.