XIV
El caballero no tiene la importancia del santo ni mucho menos, pero ha sido el tope máximo de los países del oeste europeo. Al menos, en la edad contemporánea. De ahí no se ha podido pasar. A la mayoría nos parece suficiente. Ahora la idea del caballero irrita, molesta, humilla al hombre del centro y del este de nuestro continente. Lo encuentran una cosa ridícula, ofensiva, creada por una burguesía amanerada.
El caballero español y el francés son para ellos algo arcaico, de museo; pero el caballero inglés, el gentleman, existe aún, tiene fuerza y confianza en sí mismo y en su honor, cree en sus dogmas y en lo invencible de su marina, y esto no lo pueden aguantar los centro-europeos. Mr. Picwick es un caballero de la misma clase que Don Quijote. Cree en la virtud, en la inocencia, en el honor, en la fuerza de su brazo. Esto parece intolerable a los euroasiáticos. Hay que darle un golpe traidor al que se cree caballero.
La Europa Central no ha pretendido ni pretende llegar a la caballerosidad. Se encuentran en ella a veces, el genio, el talento, la constancia, el valor, la fidelidad, el sentimiento del deber, pero la caballerosidad nunca.
El del caballero es como un disfraz que en el carnaval de la época no se da. En los pueblos occidentales no sé hasta qué punto existe hoy el amor por ese tipo, pero que ha existido es evidente.
En España queda como el rastro, el culto por la idea y por la palabra, que llegó sin duda hasta lo más bajo.
Hace veinte o treinta años se cantaba en Madrid una canción popular con las quejas de un hombre del pueblo a su amada, que le desprecia, y a quien dice:
Si no habías de quererme ¿para qué me consentiste?
Y después, en el capítulo de los reproches, añade que ella ha dicho de él: que nunca fue caballero. ¡Qué risa le daría esto a un alemán o a un ruso de la calle!
El caballero con su honor por encima de todo, es una idea de procedencia pagana, individualista, estoica.
Calderón dice:
Al rey, la vida y la hacienda se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios.
Esta es una idea particular del poeta, pero no la idea clásica del catolicismo o del cristianismo, que considera que el deber del creyente es siempre superior al honor individual.
Séneca es como el prototipo de la moral del caballero. Séneca o el toreador de la virtud, dice Nietzsche con gran acierto.
El caballero es cristiano en la edad media porque todo es cristiano en ese tiempo, al menos de nombre; pero la esencia de su carácter no lo es. Ese modelo de humanidad que se colocaron las gentes de Europa ante los ojos, en ciertos países no prendió; siempre ha ido decayendo. ¿Y ahora? Ahora se puede decir que el ideal caballeresco se ha venido abajo.
En una sociedad tranquila, pacífica, sin peligros colectivos, todavía puede haber algunas prácticas caballerescas; pero en pueblos revueltos, divididos, con grandes masas comunistas y fascistas, ¿qué sentimiento del honor va a quedar? ¿Quién se va a fiar de nadie? ¿Quién va a creer en la palabra del otro? ¿Quién va a confiar en la amistad y a defender la inocencia? En países donde se asegura que la delación es un acto meritorio, ¿quién va a pretender tener una actitud noble y valiente?
Así, el hombre actual ha de ser villano, más miserable, más cruel, más egoísta que nunca.
Esclavo del Estado, hará lo que éste le mande, por miedo, aunque sus órdenes sean criminales.
Era más decente vivir en la caverna. Cuando pensamos los que estamos aquí, en París, que quizá dentro de siete u ocho días nos van a achicharrar con bombas asfixiantes, tenemos que pensar que una cavernita prehistórica debía de ser un verdadero lugar de delicias.