VIII

En el café de la Ciudad Universitaria charlo de cuando en cuando con un tipo que parece japonés, pero me choca, porque los japoneses, al menos en este tiempo, no quieren hablar ni con franceses, ni con ingleses, ni con españoles. El pequeño asiático es de la Indochina. Me dice que ha oído afirmar que en la literatura española reina la desesperación. No sé de dónde habrá sacado esa extraña idea. El indochino es bastante más explícito que los japoneses. Dice que la mayoría de sus paisanos, cuando leen algo de los europeos, sienten una cierta humillación. —¡Humillación! ¿Por qué? —le pregunto yo.

—Porque el chino encuentra al escritor europeo de una audacia desagradable, y cree que no tiene derecho a esto.

Los chinos suponen, al parecer, que todo lo que cubre la bóveda del cielo es China, que Portugal no tiene una colonia en Macao, que geográficamente pertenece a territorio chino y que Portugal es una colonia de la China.

El indochino habla de Confucio, de Buda y el Tao con más franqueza que los japoneses.

—El Tao es el ser, el todo, la razón suprema de las cosas y de las ideas. Yo le digo a este chino:

—Veo que entonces son ustedes una especie de alemanes con coleta. El sintoísmo, religión nacional del Japón, debe ser cosa de poca monta. No parece encerrar ningún valor filosófico. Es religión de un practicismo vulgar.

Hablamos también del sinántropus encontrado cerca de Pekín. Me dice el asiático que podía ir yo a la China. —¿Cómo voy a ir yo a China? Tiene que ser un viaje carísimo.

Otro día el asiático me cuenta el argumento de varias comedias chinas. Luego me dice que las pequeñas curiosidades del europeo sobre las costumbres, las mujeres, los dioses, etc., les parecen ofensivas a los chinos y a los japoneses, pero, en cambio, los grandes descubrimientos de la ciencia y de la industria de Europa les dejan a ellos maravillados. Me dice que existen todavía las comidas de treinta y cuarenta platos, que hay historiadores modernos que han estudiado la antigua filosofía china y que de los autores europeos ha traducido a muchos, y últimamente a Andrés Gide y a Paul Valery.

En la conversión con el chino y un japonés yo pregunté al primero: —¿Qué quiere decir el sintoísmo?

—Sinto quiere decir camino de los dioses o vía de los espíritus. —¿Qué dioses tienen?

—Antiguamente había Amaterasu, diosa del Sol. —¿Y ahora?

—Kamiasha. —¿Hay otros dioses?

—Sí, hay otros dioses: Izanagui, Izanami, Onamochi, Okininushi, pero éstos no son verdaderos dioses.

—Después al japonés le pregunto sobre el hara-kiri.

—Ha-ra-ki-ri —dice— es palabra para los extranjeros.

—Se ve que el hombre no quiere dar explicaciones claras.

—Pues... ¿cómo lo llaman ustedes entonces?

A esto no contesta.

Dice que en el ha-ra-ki-ri no se mata uno a sí mismo, sino que el que se dispone a morir, se marca con el puñal en el vientre y entonces un amigo le corta la cabeza.

Los europeos no comprenden esto. El mariscal Nogi y su mujer se hicieron el harakiri cuando murió el emperador Mutsu-Hitu.

El indochino se pone a explicar lo que es el taoísmo, y da unas explicaciones tan confusas que no hay manera de entenderle. Existe una primera trinidad y luego otra, y aún ésta no basta, porque luego hay dioses de todo; de Sol, del Cielo, de la Tierra, de la Osa Mayor, de la Luna, etc., etc. —¿Entonces es un politeísmo?

—No, no es un politeísmo. Es el sistema religioso de Lao-Tsé, pero no es un politeísmo completo.

Entre las risas del uno y las ceremonias del otro, no se entiende nada de lo que dicen. Para ellos las palabras tienen una importancia extraordinaria. Yo le pregunto al japonés: —¿Y los ainos qué clase de gente son?

—No hay ainos. —¿Cómo que no?

—Hay el pueblo ainu.

—Pues de ese quería yo hablar.

—Estos son muy pocos, barbudos, peludos y sucios. No hay más que unos quince o veinte mil.

Adoran al Sol, a la Luna y al Fuego. Se parecen a los esquimales; unos dicen que descienden de un oso, otros de un gran perro blanco. Son muy pacíficos.

El indochino, a mis preguntas dice siempre:

—Es que la China es muy grande y esto no lo saben los europeos.

—Eso sí lo sabemos. Podremos ignorar las ideas de los chinos, pero sabemos que China tiene gran extensión y un gran número de habitantes, eso lo conocemos todos los europeos.

Aquí París
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