IV

Hablando de la vida de París, de una amiga, decía la profesora:

—Sale de casa y toma el autobús. El cobrador le pregunta: ¿En dónde se para usted? A veces se distrae y no se detiene donde debe. El cobrador le dice: «Pero, ¿cómo, señora, no se para usted aquí?»

Una vecina hace una labor de aguja y ve por días cómo va creciendo el jersey que fabrica. Es la única medida del tiempo que tiene ella en su vida. Ayer comenzó el jersey; hoy está a medias hecho, y dentro de dos días lo acabará. Esa es toda su vida.

Yo le digo:

—Emancípense ustedes de la vida mediocre. Hagan ustedes lo que les parezca, sin pensar en las pautas viejas.

Voy con esta señora a una casa de la Avenida del Observatorio, donde se toca el piano. Una señora canta en italiano la canción de "Carmen", de Bizet:

Presso il bastion de Siviglia Io trovero Lillas Pastia La ve danzar la seguidilla E bere di vino un becchier y la habanera, también de "Carmen", en italiano:

Amor misteriosso angelo.

Deja esta señora el piano, y un jovencito y una muchacha cantan el dúo de Don Juan y de Zerlina de Mozart:

La ci darem la mano la mi dirai di si.

Yo creo que esta ópera es la mejor de todas las óperas del mundo.

Ha estado Ivette Gilbert en el teatro de la Ciudad Universitaria y ha cantado para los estudiantes sus cuplés. No se parece nada a la Ivette que yo vi hace cincuenta años. ¡Qué confianza en el público! ¡Qué seguridad!, ¡qué cinismo! y, a veces, ¡qué gracia! ¡Qué manera de tratar a la gente! ¡Qué arte de coger al hombre por el lado bajo y, al mismo tiempo, hacerle reír!

La canción «El cuarto número tres», es de las más características de Ivette. El cuarto número tres del hotel está sucio; los huéspedes se peinan con el mismo peine; unos andan detrás de la criada; los chicos salen a los balcones a orinar sobre los que pasan por la calle, y todo está lleno de chinches.

Los gestos de la cómica, a pesar de su vejez, son elegantes y muy atrevidos. La historia de una falsa ingenua es también muy graciosa y llena de malicia.

Estas mujeres estudiantes de la Ciudad Universitaria no tienen nada de ligeras, en el sentido espiritual, ni de poco prácticas, al revés, son de un practicismo completo. No tienen tampoco romanticismo.

Estudian Química, Geometría, Medicina o Ciencias Políticas. Parece que lo mismo les da. A pesar de todo eso, yo creo que es preferible este tipo de mujeres a las damas de Paul Bourget, tan superferolíticas y tan endiosadas. Estas son más auténticas, más verídicas, y sobre la verdad es donde se puede basar algo de valor.

Para algunas el estudio es una manera de pasar el tiempo mientras no encuentran el hombre joven que pueda ser su marido.

En estas amistades de los estudiantes y de las estudiantas no se advierten muchos idilios. Unos y otras pasean con éste y con aquél, se dejan convidar, se dan el brazo, pero no aparecen grandes pasiones.

Se ve que la pasión es algo morboso y se da probablemente por la violencia contra la voluntad, hecha por alguna persona, padre, madre o familia.

Algunos se preguntan si estas chicas estudiantes llevan una vida verdaderamente libre o no. Yo creo que no.

También supongo que esta apariencia de libertinaje que tiene París es un poco alarde y nada más.

No veo que esas gentes, esas parejas solitarias que se ven en los parques, que a veces se besan delante del público, estén tan apremiadas que tengan que hacerlo al aire libre y que no encuentren ocasiones para abrazarse y besarse a solas. En esto hay, evidentemente, algo de alarde ante el público, de exhibicionismo.

Aquí París
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