XIX
En los asuntos colectivos, como en los individuales, sentimos todos una excesiva confianza en la lógica. Se tiene esta confianza porque la lógica es una función de medida intelectual; la única, y no hay otra. Nadie puede saltar por encima de su sombra, ni comprender las ideas y las cosas por encima de su inteligencia. Afirmar lo contrario no es vanidad ni orgullo, es tontería. Es como el obrero que diga: «Trabajo con las manos», o el andariego que afirme: «Marcho con los pies». No hay otra manera de hacerlo.
Ahora, lo que es excesivo y abusivo es querer reducir los hechos complicados a hechos simples, intentar desposeerlos de su complicación y querer resolverlos con una forma silogística. A esta forma primaria de esclarecimiento y argumentación antes de los escolásticos es a lo que los marxistas llaman cándidamente dialéctica. Eso es lo que produce el tipo que Napoleón llamaba del ideólogo, y Carlyle, del cortador de lógica.
Se da el caso en el político sistemático, doctrinario, inventor de constituciones a los Sieyes, que tiene una fe ciega en sus ideas y en el periodista elocuente que se enloquece con sus palabras y con su estilo. En el político hay el endiosamiento del que cree que construye máquinas perfectas en todo.
En el periodista muchas veces hay el contraste de su vida mediocre, hundida en la miseria, con su apostolado, que considera importantísimo.
El político doctrinario y el periodista han trabajado desde antes de la Revolución Francesa acá con la ilusión de que la política nacional y europea se haga lógica, clara y comprensiva. Se ve que no la han conseguido. La política sigue siendo algo caótico y oscuro y muchas veces imcomprensible.
Tantas explicaciones, tantas aclaraciones, tantos diagnósticos, pronósticos y tratamientos, y el misterio subsiste.