INTRODUCCIÓN DEL AUTOR
Este libro reúne por primera vez todos los relatos de Worthing en un solo volumen. En cierto modo, los relatos de Worthing constituyen la raíz de mi obra de ciencia ficción. El primer cuento de ciencia ficción que escribí era una versión de El calderero; lo envié a la revista Analog cuando tenía diecinueve años.
En esa época Analog era la única revista de ciencia ficción que figuraba en la lista de Writer's Market; como yo no había leído una revista del género en mi vida, no conocía otras. El calderero llegó a Analog cuando murió su director, John W. Campbell. Su sucesor rechazó el cuento, pero me envió una nota alentadora.
Interpreté que yo andaba por la buena senda, y seguí trabajando en El calderero y otros cuentos relacionados con él, La Granja de Worthing, La Posada de Worthing, y un relato mucho más largo que jamás concluí acerca del primer contacto entre los hijos de Worthing y el mundo exterior. Poco después, mientras vivía en Ribeirao Preto, Brasil, donde servía como misionero de la iglesia mormona, utilicé mi tiempo libre para planear y comenzar una novela donde explicaba por qué esas gentes tenían aptitudes psíquicas y cómo habían ido a vivir al planeta de Worthing. Fue entonces cuando pensé en el somec, con su dolor torturante pero olvidado; el planeta Capitol, y la extravagante nave de Jason. En esos tiempos yo sabía poco sobre ciencia y ciencia ficción. Había leído la trilogía Fundación de Isaac Asimov (es obvio que Capitol deriva de Trantor). Pero no había leído mucho más, y en consecuencia me pasé mucho tiempo reinventando la rueda. Eventualmente dejé el trabajo inconcluso y me dediqué a escribir obras teatrales y, al finalizar mi misión, a fundar la Compañía de Teatro de Repertorio del Valle de Utah.
En 1975 mi compañía teatral se encontraba en aprietos financieros y volví a escribir ficción. Como El calderero había recibido una alentadora nota de Analog, exhumé el manuscrito para releerlo. Al parecer había aprendido mucho en esos años, pues sentí la necesidad de reescribirlo de cabo a rabo. De nuevo lo envié a Analog; de nuevo lo rechazaron con una nota alentadora. Pero esta vez Ben Bova, el jefe de redacción, me indicó por qué el cuento no funcionaba. «Analog no publica fantasía —dijo—, pero si usted tiene algo de ciencia ficción, nos gustaría verlo».
No se me había ocurrido que El calderero fuese fantasía; sabía que se podía justificar todo lo que ocurría en términos de ciencia ficción. Además, había leído un libro de cuentos de Zenna Henderson y sabía que los relatos con gentes dotadas de poderes extraordinarios estaban dentro de ese campo. Aun así, El calderero huele a fantasía: tecnología medieval, muchos árboles, milagros sin explicar. Pensé en volver a la historia de Jason Worthing, con lo cual El calderero y todos los demás cuentos se consolidarían como ciencia ficción. Pero era demasiado impaciente para trabajar en una novela, así que escribí la novela corta El juego de Ender, que fue lo primero que vendí en ficción y el principio de mi carrera de narrador.
Aun así, poco después regresé a los relatos de Worthing. Aunque había pensado en abandonarlos, olvidarlos era imposible: mi madre insistía en preguntarme qué haría con la gente de ojos azules. Ella había mecanografiado esos primeros manuscritos —yo era bastante bueno en la materia, pero no podía competir con sus 120 palabras por minuto exentas de errores y, como primer público de los cuentos del Bosque de Aguas, ella creía, como yo, que tenían verdadera fuerza aunque yo aún no fuera todo lo diestro que hubiese deseado para narrarlos.
Entonces yo trabajaba en The Ensign, la revista oficial de la Iglesia de Jesucristo de los Santos del Último Día (los mormones). Dos de sus redactores, Jay Parry y Lane Johnson, también trabajaban en narrativa. Pasábamos la hora del almuerzo en la cafetería del edificio de la iglesia, comiendo ensalada, bebiendo gaseosa barata y comentando ideas. La mayoría de los cuentos que escribí inmediatamente después de El juego de Ender surgieron de ese vértigo creativo. Empecé a usar la idea del somec en cuentos como Segmento de vida, Las reglas del juego e Hijos sacrificados; pero los cuentos nunca se centraban en los elementos de ciencia ficción, sino en las personas y el modo en que se creaban y se destruían.
Cuando Ben Bova me invitó a presentarle una novela para una nueva serie de libros que estaba preparando con las editoriales Baronet y Ace, pensé en mi novela dejasen Worthing y empecé a escribirla. Le mostré una cincuentena de páginas a Jay Parry, quien me dijo que era demasiado larga. ¿Demasiado larga? En cincuenta páginas había contado casi toda la historia. Si le quitaba algo sólo quedaría un bosquejo. Entonces comprendí que Jay me estaba señalando que la narración daba la sensación de ser larga. Iba tan deprisa que apenas rozaba la superficie, sin respiros para mostrar una escena que permitiera al lector adentrarse en el relato, interesarse en un personaje.
Cogí el manuscrito, aminoré la marcha, empecé de nuevo. Aún me costaba estructurar la historia como un todo coherente. Mi única experiencia consistía en escribir cuentos, así que en mi desesperación replanteé la historia como una serie de novelas cortas, cada una desde el punto de vista de un personaje. El resultado fue un relato bastante bueno, entorpecido por una estructura endeble y difusa. Con todo, se consideró publicable, y emprendió su camino hacia la publicación con el título Hot Sleep. Terminé el último borrador la noche antes de mi boda con Kristine Alien, y en la mañana de la boda lo fotocopié y lo dejé en la sala de correos de la iglesia antes de atravesar el túnel que iba bajo la calle principal hasta el templo, donde me aguardaba mi novia. Ella manifestó comprensibles dudas acerca de nuestro futuro, pues yo me había retrasado unos minutos para despachar un manuscrito.
Entretanto, Ben Bova me sugirió que reuniera los cuentos sobre el somec que él había comprado para Analog, y algunos nuevos, para publicarlos en un volumen de Baronet. El resultado fue el libro Capitol. Algunos de los cuentos nuevos eran lo bastante satisfactorios para incluirlos aquí. Otros eran mecánicos y vacíos, y por piedad hacia el lector he preferido que expirasen en silencio. Sin embargo, en el momento de escribirlos, era lo mejor que podía hacer con ese material, y Capitol, mi primer libro de ficción, salió en la primavera de 1978, en la época en que nació mi primer hijo, Geoffrey.
Hot Sleep se publicó un año después, con una espantosa cubierta de Baronet que me causó doble embarazo porque ilustraba fielmente una escena del libro. Desde entonces he aprendido —una y otra vez— que, si hay una escena que presentada en la cubierta destruiría la eficacia de la novela, ésa es precisamente la escena que aparece en la cubierta. Peor aún, en la tapa pusieron que era ganadora de un premio Hugo; yo había salido segundo en el premio Hugo de 1978, aunque había ganado el premio John W. Campbell (de escritor novel) en la WorldCon (Convención Mundial de Ciencia Ficción) de Phoenix.
Poco después de la publicación recibí una carta de Michael Bishop, un escritor a quien admiraba pero no conocía. Se disculpaba de antemano por su reseña de Hot Sleep en The Magazine of Fantasy amp; Science Fiction. La reseña aún no estaba publicada, pero era demasiado tarde para corregirla, según aclaró Bishop: en ella me criticaba por permitir que la alusión al Hugo figurase en el libro, y poco después descubrió que su casa editora le había hecho algo similar, atribuyéndole premios que no había ganado. Así comenzó una amistad que continúa hasta hoy, aunque no sin ocasionales tensiones causadas por nuestras diferentes ideas acerca del arte de la narración.
Su reseña de Hot Sleep era muy crítica, pero me resultó utilísima. Bishop señalaba los fallos estructurales de la novela de un modo que me ayudó a ver en qué me había equivocado. Yo estaba comenzando a trabajar en mi tercera novela, Maestro cantor, y me disponía a usar una estructura fragmentaria y difusa como la de Hot Sleep; la reseña de Bishop me incitó a hallar modos de ensamblar una historia larga como una totalidad. Entonces comencé a comprender la estructura narrativa; mis narraciones quedaron bajo mi control consciente, y dispuse de un nuevo instrumental.
¿Pero qué podía hacer con Hot Sleep? Ahora sabía cómo escribirla bien, y estaba profundamente insatisfecho con su forma actual. Pero se vendía bastante, lo cual significaba que para algunos lectores era al menos aceptable. Además, ahora estaba muy disconforme con los cuentos más endebles de Capitol, que también se estaba vendiendo, induciendo a los lectores a asociar mi nombre con cuentos que yo no aprobaba.
En una cena, durante una convención en Santa Rosa, hablé de esto con Susan Allison, asesora editorial de Ace; ella aceptó retirar Hot Sleep y Capitol de la circulación a cambio de una nueva novela, La crónica de Worthing, que narrara toda la historia con mayor vigor artístico. No escribí el nuevo libro hasta el otoño de 1981, cuando estaba en medio de mi primer semestre como estudiante graduado en Notre Dame. Para entonces estaba inflamado con mi nueva pasión por la literatura medieval y mis teorías acerca de la narrativa y, provisto del maravilloso libro The Lost Country Life como fuente de los detalles de la vida cotidiana en una sociedad pretecnológica, transformé La crónica de Worthing en mi narración de estructura más compleja pero con mayor unidad temática. Después de ser mi novela más floja, la historia de Jason Worthing era ahora la mejor.
Transcurrieron los años; mis viejos libros se agotaron. Esto es siempre doloroso para un autor; como un padre cuyos hijos han dejado de escribirle, el autor evoca nostálgicamente sus libros agotados y desea tener noticias de ellos. Agradezco que Tom Doherty y Beth Meacham, mi asesora editorial en Tor, hayan aceptado reunir en un volumen La crónica de Worthing, los mejores cuentos de Capitol y esos cuentos de fantasía con que me inicié, no sólo en esta serie sino en mi carrera de escritor de ciencia ficción.
Cuando escribía La crónica de Worthing, no tenía a mano los cuentos originales (La Granja de Worthing, La Posada de Worthing y El calderero). En consecuencia, cuando necesitaba elementos de esos cuentos confiaba en mi memoria, y hacía adaptaciones libres según las necesidades de la novela. Ahora, al releer los cuentos originales, veo que guardan tan poca coherencia con la novela que sería preciso reescribirlos por completo. Incluso redacté notas para una revisión, pero finalmente decidí publicarlos en su forma original. A fin de cuentas, uno de los temas principales de La crónica de Worthing es la naturaleza de la narrativa; resulta más fiel a la naturaleza de este trabajo presentar los cuentos de tal modo que el lector vea sus transformaciones a través del tiempo. Algunas transformaciones son producto de mi mayor dominio del oficio. Algunas diferencias se deben a que he vivido un poco más y comprendo un poco mejor a la gente. Sin embargo, la mayoría de las modificaciones surgieron de necesidades de la novela. Los cuentos se transformaron en lo que yo necesitaba que fueran. Creo que eso son todas nuestras narraciones. No sólo nuestra ficción, sino nuestras noticias, nuestros chismes, nuestras crónicas históricas, nuestras biografías, nuestras memorias. Son lo que necesitamos que sean.
Aun así, creo en estos relatos. He convivido con ellos desde que era adolescente. Tardé mucho tiempo en adquirir la destreza necesaria para narrarlos como quería, pero nunca dejé de profesarles afecto a través de los años. Ahora los ofrezco a los lectores con la esperanza de que los encuentren sólidos y auténticos.