9

Glenna le hizo una seña a Hoyt y dejó a los demás con King. Volvió la vista hacia la cocina y el corredor. No tenía idea de adónde podía haber ido Cian.

—Tenemos que hablar. En privado.

—Tenemos que trabajar.

—No discutiré eso, pero es necesario que antes tú y yo hablemos de algunas cosas. A solas.

Hoyt frunció el cejo, pero asintió. Si ella quería privacidad, había un lugar donde estaba seguro de que la encontraría. Subió la escalera en dirección a su habitación en la torre seguido de Glenna.

Ella se paseó por la habitación estudiando sus áreas de trabajo, sus libros y herramientas. Fue hasta cada una de las estrechas ventanas, abrió las hojas de cristal que estaban allí desde la época de Hoyt y volvió a cerrarlas.

—Bonito. Muy bonito. ¿Piensas compartir tu riqueza?

—¿A qué te refieres?

—También yo necesito un lugar donde poder trabajar; más aún, diría que tú y yo necesitamos un lugar donde poder trabajar juntos. No me mires de ese modo.

Glenna hizo un gesto displicente mientras se acercaba a la puerta y la cerraba.

—¿De qué modo?

—Como diciendo «Soy un hechicero solitario y no quiero brujas». Estamos unidos, entre nosotros y con los demás. De alguna manera que sólo Dios sabe, tenemos que convertirnos en una unidad. Porque Cian tiene razón.

Glenna se acercó nuevamente a una de las ventanas y miró hacia la oscuridad apenas rota por la luz de la luna.

—Cian tiene razón. Ella tendrá miles junto a ella. Nunca miré tan lejos, nunca pensé en algo tan grande, aunque, Dios mío, ¿hay algo que sea más grande que un Apocalipsis? Por supuesto, ella tendrá un ejército de miles de vampiros. Nosotros somos apenas un puñado.

—Es tal como nos lo dijeron —le recordó Hoyt—. Nosotros somos los primeros, el círculo.

Ella se volvió, y aunque sus ojos le sostuvieron a Hoyt la mirada, él advirtió el miedo reflejado en ellos. Y la duda.

—Todos nosotros somos desconocidos y estamos muy lejos de estar listos para unir nuestras manos en un círculo y entonar algún conjuro de unidad. Estamos intranquilos y recelamos de los demás. Incluso resentidos, en el caso de tu hermano y de ti.

—Yo no estoy resentido con mi hermano.

—Por supuesto que lo estás. —Glenna se apartó el pelo de la cara y Hoyt también pudo ver frustración en ella—. Hace sólo un par de horas lo amenazaste con tu espada.

—Pensé que él…

—Sí, sí, y te agradezco que hayas corrido a rescatarme.

Su tono indiferente insultó su sentido de la caballerosidad y le irritó.

—No tiene ninguna jodida importancia.

—Si en algún momento realmente me salvas la vida, Hoyt, mi gratitud será sincera, te lo prometo. Pero defender a la damisela sólo formaba parte del asunto entre vosotros, y haberme contestado como lo hiciste sólo fue una pequeña parte de por qué Cian estuvo a punto de luchar contigo. Tú lo sabes, yo lo sé y Cian también lo sabe.

—Si ése es el caso, no hay necesidad de que sigas hablando de ello.

Glenna se acercó a él. Hoyt comprobó no sin satisfacción que no era el único que estaba irritado.

—Estás furioso con Cian por haber permitido que lo matasen y, peor aún, que lo convirtiesen en lo que es ahora. Él está furioso contigo por haberlo arrastrado a esta situación, obligándolo a recordar quién era antes de que Lilith le clavase sus colmillos en el cuello. Todo eso no es más que una pérdida de tiempo y energía. De modo que tenemos que dejar de lado todas esas emociones, o bien tenemos que usarlas. Porque, tal como están las cosas, tal como estamos nosotros, ella nos aniquilará, Hoyt. Y yo no quiero morir.

—Si tienes miedo…

—Por supuesto que tengo miedo. ¿Acaso eres estúpido? Después de todo lo que hemos visto y enfrentado esta noche, seríamos unos imbéciles si no tuviéramos miedo. —Apretó las palmas de las manos contra sus mejillas, tratando de recuperar el ritmo de su respiración—. Sé lo que debemos hacer, pero no sé cómo hacerlo. Y tú tampoco lo sabes. Ninguno de nosotros lo sabe.

Glenna bajó las manos y fue hacia él.

—Quiero que tú y yo seamos honestos. Vamos a depender el uno del otro, tenemos que confiar el uno en el otro, de modo que seamos sinceros. Sólo somos un puñado, con poder, sí, con habilidades, pero un puñado contra un número incalculable de enemigos. ¿Cómo podemos sobrevivir a eso, y mucho menos alcanzar la victoria?

—Reuniremos a más gente.

—¿Cómo? —Glenna levantó las manos—. ¿Cómo? En esta época, en este lugar, la gente no cree en esas cosas, Hoyt. Cualquiera que vaya por ahí hablando de vampiros, hechiceros, batallas apocalípticas y misiones encomendadas por los dioses es considerado un excéntrico en el mejor de los casos, o bien lo meten en una celda con paredes acolchadas.

Glenna, necesitando el contacto físico, pasó una mano por su brazo.

—Tenemos que enfrentarnos a ello. Aquí no hay ninguna caballería que acuda al rescate. Nosotros somos la caballería.

—Me planteas los problemas, pero ninguna solución.

—Tal vez —dijo ella con un suspiro—. Tal vez. Pero no se pueden encontrar soluciones hasta que se han planteado los problemas. Ellos nos superan en número de una manera abrumadora. Vamos a enfrentarnos a unas criaturas, a falta de una palabra mejor, que sólo pueden ser matadas de un número limitado de maneras. Están controladas o dirigidas o gobernadas por un vampiro de enorme poder y, bueno, con una enorme sed. No sé mucho acerca de la guerra, pero sí sé cuándo las probabilidades están en mi contra. De modo que debemos igualar esas probabilidades.

Ella hablaba con la clase de sentido común que él no podía discutir. El hecho de que Glenna pudiese hablar de ese modo era, en su opinión, un tipo de coraje.

—¿Cómo?

—Bueno, no podemos simplemente salir y cortar unos cuantos cientos de cabezas, no sería práctico. De manera que debemos encontrar la manera de cortar la cabeza del ejército. La cabeza de ella.

—Si fuese algo tan sencillo, ya se habría hecho.

—Si fuese imposible, no estaríamos ahora aquí. —Frustrada, Glenna dio unos leves golpes con el puño en el brazo de Hoyt—. Colabora conmigo, ¿quieres?

—Me temo que no tengo otra alternativa.

Ahora en sus ojos había aflicción, una leve sombra de ese sentimiento.

—¿Realmente te resulta tan desagradable? ¿Te lo resulto yo?

—No. —Ahora había vergüenza en la mirada del hombre—. Lo siento. No, desagradable no. Difícil. Perturbadora. Eres perturbadora, tu aspecto, tu olor, tu manera de ser.

—Oh. —Los labios de ella se curvaron lentamente—. Eso es muy interesante.

—No tengo tiempo para ti, en ese sentido.

—¿En qué sentido? Quiero que seas específico. —Ella sabía que no era justo jugar con él de esa manera. Pero era un auténtico alivio ser simplemente humana.

—Hay vidas en juego.

—¿Qué sentido tiene vivir sin sentir nada? Yo siento cosas por ti. Tú agitas cosas dentro de mí. Sí, es difícil, y resulta perturbador, pero eso me dice que estoy aquí, y que el tener miedo no es lo único que hay. Necesito eso, Hoyt. Necesito sentir algo más que miedo.

Él levantó la mano para acariciar su mejilla con los dedos.

—No puedo prometer que te protegeré, pero sí que lo intentaré.

—No te estoy pidiendo que me protejas. No te estoy pidiendo nada más que la verdad… por ahora.

Hoyt mantuvo su mano sobre el rostro de Glenna, levantando la otra para enmarcarlo entre ambas mientras bajaba los labios. Los de ella se abrieron para recibirlos, ofreciéndose. Y él se dedicó a sentir, a saber, con la misma necesidad que ella experimentaba.

A ser humano.

Fue un lento fuego en la sangre, una progresiva tensión en los músculos, una agitación en el pulso… de ella y de él.

Era tan fácil, pensó él, tan fácil hundirse en el calor y la suavidad. Estar envuelto por ella en la oscuridad y permitirse olvidar, por un momento, por una hora, todo aquello que se extendía ante ellos.

Los brazos de Glenna se deslizaron por su cuerpo, apretándose contra su cintura mientras se alzaba de puntillas para que sus labios se unieran más intensamente a los de él. Él saboreó su boca, su lengua y la promesa que albergaba. Aquello podía ser suyo. Y él quería creerlo más de lo que jamás había creído en nada en toda su vida.

Los labios de Glenna se movieron sobre los suyos, formando su nombre, una vez, luego dos. En ese instante se encendió una súbita chispa y su calor recorrió su piel y ardió en su corazón.

Detrás de ellos, el fuego del hogar, que había quedado reducido a unos pocos rescoldos, se avivó como una docena de antorchas.

Hoyt la apartó ligeramente pero sin separar las manos de sus mejillas. Podía ver el fuego danzando en sus ojos.

—Hay verdad en esto —susurró—. Pero no sé lo que es.

—Yo tampoco lo sé. Pero me siento mejor por ello. Más fuerte. —Miró hacia el fuego—. Juntos somos más fuertes. Y eso significa algo.

Glenna retrocedió unos pasos.

—Voy a traer mis cosas aquí. Trabajaremos juntos y descubriremos lo que significa.

—¿Crees que acostarnos juntos es la respuesta?

—Puede serlo, o puede que sea una de las respuestas. Pero aún no estoy preparada para acostarme contigo. Mi cuerpo lo está —reconoció ella—, pero mi mente no. Cuando me entrego a un hombre, para mí significa un compromiso. Un compromiso importante. Tú y yo nos hemos comprometido bastante. Ahora ambos debemos estar seguros de que estamos dispuestos a entregar más.

—Entonces, ¿qué ha sido esto?

—Contacto —dijo ella tranquilamente—. Placer. —Le cogió la mano—. Conexión. Haremos magia juntos, Hoyt, magia importante. Para mí es algo tan íntimo como el sexo. Voy a conseguir lo que necesito, hacer que aparezca.

Las mujeres, pensó él, eran unas criaturas místicas y poderosas incluso sin la brujería. Si añadíamos a eso una dosis de poder, un hombre estaba en una gran desventaja.

¿Acaso su perfume no seguía envolviéndole, y su sabor no permanecía aún en sus labios? Armas de mujer, pensó. Lo mismo que escabullirse.

Él haría muy bien en protegerse contra esa clase de cosas.

Glenna tenía intención de trabajar allí, en su torre, junto con él. Eso tenía mucho sentido. Pero ¿cómo se suponía que un hombre podía trabajar cuando sus pensamientos eran arrastrados inevitablemente hacia la boca de una mujer, o a su piel, su pelo, su voz?

Quizá fuese inteligente de su parte utilizar alguna clase de barrera, al menos de manera temporal. Fue hasta su mesa de trabajo y se dispuso a preparar precisamente eso.

—Tus pociones y conjuros tendrán que esperar —dijo Cian desde la puerta—. Y también el romance.

—No sé a qué te refieres.

Hoyt continuó trabajando.

—Me he cruzado con Glenna en la escalera. Sé cuándo una mujer ha tenido las manos de un hombre sobre ella. Pude olerte a ti en su cuerpo. No es que te culpe —añadió Cian casi con desgana mientras entraba y se paseaba por la habitación de la torre—. Tienes una bruja realmente sexy. Deseable —añadió ante la mirada gélida de su hermano—. Tentadora. Llévatela a la cama si quieres, pero más tarde.

—A quién me lleve a la cama y cuándo, no es de tu incumbencia.

—Con quién, ciertamente no, pero cuándo ya es otra historia. Utilizaremos el salón principal para el entrenamiento de combate. King y yo ya hemos empezado a prepararlo. No pienso acabar con una estaca de madera clavada en el corazón sólo porque tú y la pelirroja estéis demasiado ocupados como para entrenar.

—Eso no será un problema.

—No pienso dejar que lo sea. Los recién llegados son entidades desconocidas. El hombre lucha bien con la espada, pero se preocupa por proteger a su prima. Si ella no puede valerse por sí misma en la batalla, tendremos que encontrar alguna otra tarea que darle.

—Es tu trabajo hacer que ella sea útil en el combate.

—Trabajaré en ello —prometió Cian—. Y lo mismo haré con el resto de vosotros. Pero necesitaremos algo más que espadas y estacas, mucho más que músculos.

—Lo tendremos. Déjame esa parte a mí, Cian —dijo antes de que su hermano abandonase la habitación—. ¿Volviste a verles alguna vez? ¿Sabes cómo fue su vida, qué fue de ellos?

No era necesario que le dijesen que su hermano estaba hablando de su familia.

—Vivieron y murieron, como lo hacen todos los seres humanos.

—¿Eso es lo único que son para ti?

—Las sombras son lo que son.

—Tú les amaste alguna vez.

—Mi corazón también latió alguna vez.

—¿Es ésa la medida del amor? ¿Un latido del corazón?

—Podemos amar, incluso nosotros somos capaces de amar. Pero ¿amar a un ser humano? —Cian meneó la cabeza—. Eso sólo traería desgracias y tragedia. Tus padres hicieron de mí lo que fui. Lilith hizo de mí lo que soy.

—¿Y sientes amor por ella?

—¿Por Lilith? —Su sonrisa fue lenta, reflexiva y carente de todo humor—. A mi manera. Pero no debes preocuparte. Eso no impedirá que la destruya. Ahora baja y veremos de qué madera estás hecho.

—Todos los días dos horas de combate cuerpo a cuerpo —anunció Cian cuando estuvieron reunidos—. Dos horas de entrenamiento con armas, todos los días. Dos horas de resistencia y dos horas de artes marciales. Trabajaré con vosotros por la noche. King se hará cargo del entrenamiento durante el día, entonces podéis practicar fuera de la casa.

—Necesitamos tiempo para el estudio y la estrategia también —señaló Moira.

—Entonces encontrad tiempo para esas tareas también. Ellos son más fuertes que vosotros, y más malvados de lo que nadie puede imaginar.

—Sé lo que son esas criaturas.

Cian se limitó a mirarla.

—Eso es lo que tú crees.

—¿Habías matado a alguno de ellos antes de hoy? —preguntó Moira.

—Sí, más de una vez.

—En mi mundo, las personas que matan a los de su misma clase son malvados y escoria.

—Si no lo hubiese hecho, ahora ambos estaríais muertos.

Cian se movió tan de prisa que ninguno de ellos tuvo la más mínima posibilidad de reaccionar. Un segundo después, estaba detrás de Moira, con un brazo rodeándole la cintura y un cuchillo apoyado en su garganta.

—Por supuesto, no necesito el cuchillo.

—No la toques. —Larkin apoyó la mano en el mango de su cuchillo—. No debes ponerle las manos encima.

—Entonces impídemelo —le invitó Cian, y arrojó su cuchillo a un lado—. Imagina que acabo de romperle el cuello. —Apoyó ambas manos a cada lado de la cabeza de Moira y luego le dio un leve empujón que la envió hacia donde estaba Hoyt—. Puedes vengarla. Venga, atácame.

—No atacaré al hombre que luchó espalda contra espalda junto a mí.

—Ahora no estoy contra tu espalda, ¿verdad? Demuestra algo de valor, ¿o acaso los hombres de Geall no tienen?

—Tenemos mucho.

Larkin sacó su cuchillo y, agazapado, comenzó a describir un círculo alrededor de Cian.

—Deja ya de jugar —se burló éste—. Estoy desarmado. Tú llevas ventaja. Úsala… de prisa.

Larkin embistió, hizo una finta y luego intentó apuñalar a Cian, pero de repente se encontró tendido de espaldas en el suelo, con su cuchillo lejos de él.

—Nunca tienes ventaja sobre un vampiro. Primera lección.

Larkin se echó el pelo hacia atrás y sonrió.

—Eres mejor que ellos.

—Considerablemente.

Cian, con expresión divertida, le tendió la mano y ayudó a Larkin a levantarse.

—Comenzaremos con algunas maniobras básicas y veremos de qué estáis hechos. Elegid un contrincante. Tenéis un minuto para derribar a vuestro rival… sin armas. Cuando yo diga que cambiéis, elegid otro. Moveos de prisa y sin miramientos. Ahora.

Cian vio que su hermano dudaba y que la bruja lo aprovechaba para lanzarse usando su cuerpo para desequilibrarle y luego colocaba un pie detrás del suyo para derribarlo.

—Entrenamiento de defensa personal —explicó Glenna—. Vivo en Nueva York.

Mientras ella sonreía, Hoyt le hizo un barrido por detrás que acabó con el trasero de Glenna golpeando duramente contra el suelo.

—Augh. Primera petición, una alfombra mullida para el suelo.

—¡Cambiad de rival!

Todos se movieron a través del salón, maniobraron, lucharon cuerpo a cuerpo. Pero era más juego y competición que entrenamiento. Aun así, pensó Glenna, ella recibiría su ración de magulladuras. Se enfrentó a Larkin y sintió que él dudaba. De modo que le sonrió con un mohín seductor y, cuando la risa iluminó los ojos de él, lo cogió de un brazo y lo lanzó por encima de su hombro.

—Lo siento. Me gusta ganar.

—Cambiad de oponente.

El enorme corpachón de King ocupó todo su campo visual y Glenna alzó y alzó la vista hasta encontrar sus ojos.

—A mí también —comentó él.

Ella comenzó a moverse por instinto, agitando ligeramente las manos, entonando un cántico. Cuando él sonrió desconcertado, Glenna le tocó el brazo.

—¿Por qué no te sientas? —dijo.

—De acuerdo.

Cuando King obedeció, ella miró por encima del hombro y vio que Cian la estaba observando. Se sonrojó ligeramente.

—Es probable que vaya contra las reglas y es poco probable que yo sea capaz de conseguirlo en el fragor de la batalla, pero creo que debería contar.

—No hay reglas. Ella no es la más fuerte —dijo a los otros, elevando la voz—. Tampoco es la más rápida. Pero es la más lista. Utiliza la astucia y el ingenio tanto como el músculo y la velocidad. Ahora te falta adquirir fuerza —le dijo a Glenna—. Y ser más rápida.

Por primera vez, Cian sonrió.

—Y busca una espada. Comenzaremos a practicar con las armas.

Al acabar la siguiente hora, Glenna estaba bañada en sudor. El brazo con que sostenía la espada le dolía como un diente cariado, desde el hombro hasta la muñeca. La excitación del trabajo, de estar haciendo algo tangible, se había convertido hacía mucho en un doloroso agotamiento.

—Y yo que pensaba que estaba en buena forma —se quejó Glenna a Moira—. Todas esas horas de pilates, de yoga, de pesas… aunque tal vez para ti lo que digo te suene a chino.

—Lo estás haciendo bien. —Moira también se sentía débil y torpe.

—Apenas si puedo sostenerme sobre las piernas. Hago ejercicio regularmente, un duro entrenamiento físico y, en cambio, todo esto me está convirtiendo en un merengue. Pareces fatigada.

—Es que ha sido un día muy largo y duro.

—Por decirlo de una forma suave.

—¿Señoritas?, no quisiera interrumpiros pero deberíais volver a uniros al grupo. ¿O quizá preferiríais que nos sentásemos a hablar de las últimas tendencias de la moda?

Glenna dejó su botella de agua en el suelo.

—Son casi las tres de la mañana —le replicó a Cian—. Una hora peligrosa para los comentarios sarcásticos.

—Y la mejor hora para el enemigo.

—Puede ser, pero no todos nosotros estamos todavía en el mismo huso horario. Hoy Moira y Larkin han hecho un viaje agotador y han tenido que enfrentarse a una bienvenida muy desagradable. Necesitamos entrenar, en eso tienes toda la razón. Pero si no descansamos no conseguiremos ser más fuertes y, seguramente, tampoco conseguiremos ser más rápidos. Mírala —añadió Glenna, señalando a Moira—. Apenas puede sostenerse en pie.

—Estoy bien —contestó Moira en seguida.

Cian la miró largamente.

—Entonces culparemos al cansancio de tu lamentable actuación con la espada y de tu pobre estado físico.

—Lo hago bastante bien con la espada. —Cuando intentó cogerla, Larkin se acercó a ella con los ojos enrojecidos, apoyó una mano sobre su hombro y se lo apretó levemente.

—Moira lo hace bastante bien, y así lo ha demostrado esta noche en el bosque. Pero la espada no sería el arma que mi prima elegiría para el combate.

—¿Ah, no?

En esa simple frase, Cian expresó todo su hastío.

—Ella tiene buena mano para manejar el arco.

—De acuerdo, podrá hacernos una demostración mañana, pero por ahora…

—Voy a hacerlo esta noche —dijo Moira—. Abrid las puertas.

El tono autoritario de su voz hizo que Cian enarcase las cejas.

—Tú no mandas aquí, pequeña reina.

—Y tú tampoco. —Fue en busca de su arco y del carcaj—. ¿Abrirás las puertas o tendré que hacerlo yo?

—Tú no saldrás de la casa.

—Él tiene razón, Moira —dijo Glenna.

—No tendré necesidad de hacerlo. Larkin, por favor.

Larkin se acercó a las puertas y las abrió de par en par a la amplia terraza que se extendía tras ellas. Moira colocó una flecha en la cuerda del arco al tiempo que se acercaba al umbral.

—El roble.

Cian se colocó a su lado mientras los demás se apiñaban junto a la puerta.

—No es mucha distancia —comentó.

—Ella no se refiere al árbol que está más cerca —explicó Larkin al tiempo que señalaba hacia el bosque—. El árbol es aquél, justo a la derecha del establo.

—A la rama más baja.

—Apenas si puedo verla —comentó Glenna.

—¿Tú puedes? —le preguntó Moira a Cian.

—Perfectamente.

Moira alzó el arco, lo mantuvo fijo y apuntó. Un segundo después, la flecha salió disparada de la cuerda.

Glenna oyó el zumbido y luego un débil sonido cuando alcanzó el blanco señalado.

—Uau. Tenemos a una Robin Hood entre nosotros.

—Un tiro preciso —convino Cian con tono apacible, y luego dio media vuelta y comenzó a alejarse. Percibió el movimiento antes incluso de oír la orden severa de su hermano.

Cuando se volvió, Moira tenía preparada otra flecha y le estaba apuntando.

Cian sintió que King se preparaba para abalanzarse sobre ella y alzó una mano para detenerle.

—Asegúrate de acertar en el corazón —le aconsejó a Moira—. De otro modo, sólo conseguirás fastidiarme. Que así sea —le dijo a Hoyt—. Es su elección.

El arco tembló un instante y luego Moira lo bajó. Y también bajó la mirada.

—Necesito dormir. Lo siento, necesito dormir.

—Por supuesto que sí. —Glenna cogió el arco de sus manos y lo dejó a un lado—. Yo iré contigo y te ayudaré en lo que necesites.

A continuación le dirigió a Cian una mirada tan aguzada como la flecha mientras acompañaba a Moira fuera del salón.

—Lo siento —repitió Moira—. Estoy avergonzada.

—No debes estarlo. Estás exhausta, completamente agotada. Todos lo estamos. Y esto acaba de comenzar. Unas horas de sueño son lo que todos necesitamos.

—¿Ellos también? ¿Ellos duermen?

Glenna entendió a qué se refería. A los vampiros. A Cian.

—Sí, al parecer sí.

—Me gustaría que ya hubiera amanecido para poder ver la luz del sol. Ellos entonces se arrastran a sus agujeros. Estoy demasiado cansada para pensar.

—Pero ellos no. Ven, deja que te ayude a desvestirte.

—Creo que he perdido todas mis cosas en el bosque. Tampoco tengo camisón.

—Ya nos encargaremos de eso mañana. Hoy puedes dormir desnuda. ¿Quieres que me quede un rato contigo?

—No. Gracias, no. —Las lágrimas aparecieron fugazmente en sus ojos—. Me estoy comportando como una niña.

—No. Sólo como una mujer agotada. Te sentirás mejor por la mañana. Buenas noches.

Glenna pensó por un momento en regresar al salón, pero luego se dirigió hacia su habitación. No le importaba en absoluto si los hombres pensaban que se estaba escaqueando. Quería dormir.

Los sueños la persiguieron, a través de los túneles de la cueva de la vampira donde los gritos de los torturados eran como cuchillos afilados en su mente, en su corazón. Cada vez que giraba en ese laberinto, cada vez que corría por el interior de aquella grieta negra, tan parecida a una boca esperando para devorarla, aquellos terribles chillidos la seguían.

Y peor que los gritos, mucho peor, era la risa.

Sus sueños la llevaron a la orilla rocosa de un mar hirviente donde un relámpago rojo cortaba un cielo negro, un mar negro. Allí, el viento la desgarraba, las rocas surgían de la tierra y se le clavaban en las manos, en los pies, hasta dejárselos cubiertos de sangre.

El denso bosque olía a sangre y muerte, y allí las sombras eran tan espesas que podía sentirlas contra su piel como dedos helados.

Podía oír que aquello que la buscaba llegaba con el leve sonido de un aleteo con el deslizamiento de las serpientes, con el furtivo rasguño de las garras en la tierra.

Oyó el aullido del lobo y su sonido era de hambre.

Estaban en todas partes y ella sólo tenía las manos vacías y el corazón golpeándole con fuerza en el pecho. Aun así, echó a correr a ciegas y con el grito ahogado en su garganta ardiente.

Salió de entre los árboles y llegó a la cima de un acantilado que se alzaba sobre un mar de aguas turbulentas. Debajo de ella, a decenas de metros, las olas chocaban violentamente contra las rocas que sobresalían, afiladas como cuchillas. Presa del terror, había corrido en círculos, y se encontraba nuevamente encima de la cueva que albergaba algo que incluso la muerte temía.

El viento continuaba azotándola y el poder cantaba en él. El poder de él, el poder ardiente y claro del hechicero. Ella lo buscó, extendió las manos hacia él, pero se deslizó a través de sus dedos temblorosos y dejándola sola.

Cuando se volvió, allí estaba Lilith, magnífica con su atuendo rojo, su belleza luminosa contrastando sobre el negro fondo aterciopelado. A cada lado tenía un lobo, ansiosos por matar. Lilith les acarició el lomo con unas manos en las que brillaban los anillos.

Y cuando sonrió, Glenna sintió una horrible punzada en el vientre. Un profundo y terrible anhelo.

—El demonio o las profundidades del mar. —Con una carcajada, Lilith hizo chasquear los dedos y los lobos se sentaron—. Los dioses jamás conceden a sus siervos una opción decente, ¿verdad? Yo tengo algunas mejores.

—Tú estás muerta.

—No, no, no. Yo soy la vida. En eso es en lo que ellos mienten. Están muertos, carne y huesos convirtiéndose en polvo. ¿Cuánto tiempo vivís actualmente? ¿Setenta y cinco, ochenta años? Cuán poco, cuán limitado.

—Aceptaré lo que me han dado.

—Entonces serás una estúpida. Pensaba que eras más lista que eso, más práctica. Sabes que no puedes ganar. Ya estás cansada, agotada, ya has comenzado a hacerte preguntas. Yo te ofrezco una salida, y más. Mucho más.

—¿Para que sea como tú? ¿Para cazar y matar? ¿Para beber sangre?

—Como si fuese champán. Oh, la primera vez que la saboreas. Añoro eso. Ese primer sabor embriagador, ese momento en que todo lo demás desaparece salvo la oscuridad.

—Me gusta el sol.

—¿Con esa tez? —preguntó Lilith con una alegre sonrisa—. Después de una hora en la playa, te asarías como el bacón. Yo te enseñaré la frescura. La fría, fría oscuridad. Ya está en tu interior, esperando sólo a ser despertada. ¿Puedes sentirla?

Porque sí podía sentirla, Glenna se limitó a negar con la cabeza.

—Embustera. Si vienes a mí, Glenna, estarás a mi lado. Te concederé la vida eterna. La juventud y la belleza eternas. Y un poder mucho mayor que el que te ha sido dado. Gobernarás tu propio mundo. Eso es lo que daré, un mundo propio.

—¿Por qué harías algo así?

—¿Por qué no? Tendré muchos. Y podría disfrutar de la compañía de una mujer como tú. ¿Qué son los hombres, en realidad, sino herramientas para nosotras? Si los quieres, los tomas. Es un gran regalo el que te ofrezco.

—Lo que me ofreces es una maldición.

Su risa era seductora y alegre.

—Los dioses atemorizan a los niños con historias del infierno y de la condenación eterna. Las utilizan para manteneros controlados. Pregúntale a Cian si cambiaría su existencia, su eternidad, su bella juventud y su cuerpo esbelto por las cadenas y las trampas de la mortalidad. No lo haría, te lo aseguro. Ven. Ven conmigo y te proporcionaré placeres con los que jamás has soñado.

Cuando ella se acercó, Glenna levantó ambas manos, se concentró todo lo que pudo pese a su sangre helada, y luchó por crear un círculo protector.

Lilith se limitó a mover la mano. El azul apacible de sus iris comenzó a tornarse rojo.

—¿Crees acaso que esa magia insignificante podrá detenerme? He bebido la sangre de hechiceros, me he deleitado con la carne de las brujas. Todos ellos están en mí, como también lo estarás tú. Ven voluntariamente y encuentra la vida. O lucha contra mí y encuentra la muerte.

Lilith se acercó aún más, y los lobos se prepararon para atacar.

Glenna sintió la punzada, hipnótica, gloriosa y oscura, un estremecimiento elemental y primario en el vientre. Era como si el latido de su sangre respondiera a esa llamada. Eternidad y poder, belleza, juventud. Todo por un solo momento.

Únicamente tenía que extender la mano y cogerlo.

El triunfo iluminó los ojos de Lilith con un rojo ardiente. Sus colmillos brillaron cuando sonrió.

Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Glenna cuando ésta se volvió; cuando saltó hacia el mar y las rocas. Cuando eligió la muerte.

Al sentarse de golpe en la cama un grito le desgarraba la cabeza. Pero no era su grito, ella sabía que no era suyo. Era de Lilith. Un grito de furia.

Con el aliento entrecortado, Glenna saltó del lecho arrastrando consigo la manta. Echó a correr, temblando de frío y terror y con los dientes castañeteando. Voló a través del corredor como si los demonios aún estuviesen tratando de darle caza. El instinto la llevó al único lugar donde se sentía segura.

Hoyt se despertó de un profundo sueño para encontrarse entre los brazos a una mujer desnuda y sacudida por los sollozos. Apenas podía verla a la tenue luz previa al amanecer, pero conocía su olor, su forma.

—¿Qué? ¿Qué ha ocurrido?

Hoyt comenzó a apartarla de su lado al tiempo que buscaba la espada que tenía junto a la cama, pero Glenna se aferró a él como la hiedra al tronco de un roble.

—No. No te vayas. Quédate. Por favor, por favor, quédate.

—Estás helada. —Hoyt la cubrió con la manta tratando de darle calor, tratando de no perder la calma—. ¿Has estado fuera de la casa? Por todos los diablos. ¿Has hecho algún conjuro?

—No, no, no. —Se apretujó contra él—. Ella ha venido. Ha venido. Dentro de mi cabeza, dentro de mi sueño. Pero no era un sueño. Era real. Tenía que ser real.

—Basta. Acaba de una vez con esto. —La sacudió con fuerza por los hombros—. ¡Glenna!

La cabeza de ella osciló adelante y atrás, su aliento saliendo tembloroso de sus labios.

—Por favor. Tengo mucho frío.

—Vamos, tranquilízate, tranquilízate. —Su tono y su contacto se fueron suavizando mientras enjugaba las lágrimas de sus mejillas. La envolvió completamente con la manta y la acercó a su cuerpo—. Ha sido un sueño, una pesadilla. Nada más.

—No lo ha sido. Mírame. —Glenna alzó la cabeza para que Hoyt pudiese mirarla a los ojos—. No ha sido sólo un sueño.

Hoyt comprendió que era verdad. Podía ver que no había sido sólo un sueño.

—Entonces háblame de él.

—Ella estaba dentro de mi cabeza. O… ella sacó una parte de mí fuera de mi cuerpo. Igual que cuando tú estabas en aquel bosque, herido, con los lobos acechando fuera de tu círculo. Tan real como aquello. Y tú sabes que aquello fue real.

—Sí, fue real.

—Yo corría —comenzó Glenna, y le contó todo lo que había pasado.

—Trató de seducirte con engaños. Ahora piensa. ¿Por qué iba a hacer Lilith algo así a menos que supiera que tú eres fuerte, a menos que supiera que puedes causarle daño?

—Yo he muerto.

—No lo has hecho, no, no has muerto. Estás aquí. Fría —le frotó los brazos y la espalda. ¿Sería capaz de volver a calentarla alguna vez?—, pero viva y aquí. A salvo.

—Ella era hermosa. Fascinante. No me gustan las mujeres, quiero que me entiendas, pero me sentía atraída hacia ella. Y parte de ello era sexual. Incluso en medio del terror, yo la deseaba. La idea de que me tocase, de que me tomara, era apremiante.

—Es una especie de trance, nada más que eso. Piensa que tú no lo permitiste. Que no la escuchaste, no creíste en lo que ella te decía.

—Pero es que sí la escuché, Hoyt. Y una parte de mí sí creyó en lo que ella decía. Una parte de mí quería aceptar lo que ella me estaba ofreciendo. Lo quería intensamente. Vivir para siempre, y tener todo ese poder. Yo pensaba, dentro de mí, pensaba, sí, ¿por qué no debería tenerlo? Y tener que alejarme de ello… Casi no lo conseguí, porque hacerlo ha sido lo más difícil que he hecho en toda mi vida.

—Y, sin embargo, lo has hecho.

—Esta vez sí.

—Todas las veces.

—Eran tus acantilados. Podía sentirte en ese lugar. Te sentía allí, pero no podía llegar hasta ti. Yo estaba sola, más sola de lo que jamás lo he estado antes. Y luego caía, y estaba más sola aún.

—No estás sola. —Hoyt la besó en la frente—. No estás sola, ¿verdad?

—No soy una cobarde, pero tengo miedo. Y la oscuridad… —Glenna se estremeció y miró alrededor de la habitación—. Tengo miedo a la oscuridad.

Hoyt se concentró en la vela que había en la mesilla de noche y en los leños del hogar, encendiéndolos.

—Pronto amanecerá. Ven y lo verás. —La abrazó, bajó de la cama y la llevó junto a la ventana—. Mira hacia el este. Está saliendo el sol.

Glenna pudo ver la luz, un resplandor dorado sobre el horizonte. La bola fría que había en su interior comenzó a reducirse.

—La mañana —musitó—. Es casi de mañana.

—Tú has vencido a la noche y ella ha perdido. Ven, necesitas un poco más de sueño.

—No quiero estar sola.

—No lo estarás.

Hoyt la llevó de nuevo a la cama y la apretó contra él. Porque ella seguía temblando y porque él podía hacerlo, le pasó la mano por la cabeza y la envió suavemente hacia el sueño.