14
Con una ballesta armada y preparada a su lado, Glenna vigilaba desde la ventana de la torre. Había considerado el hecho de que tenía muy poca práctica con esa arma en particular y que su puntería podía ser seriamente cuestionada, pero no podía quedarse simplemente sentada allí, desarmada y retorciéndose las manos, como una mujer indefensa.
Si el jodido sol saliese de una puñetera vez no tendría de qué preocuparse. Más que eso, pensó con un ligero siseo de ira, si los chicos McKenna no hubiesen salido de paseo —obviamente para pelearse en privado— ella no tendría ahora en la cabeza esas imágenes en las que ambos eran hechos pedazos por una manada de vampiros.
¿Manada? ¿Rebaño? ¿Banda?
¿Qué importaba? Se llamara como se llamase, esas cosas seguían teniendo colmillos y una jodida actitud.
¿Adónde habían ido? ¿Y por qué habían permanecido fuera, expuestos y vulnerables, durante tanto tiempo?
Tal vez el rebaño/manada/banda ya los hubiese despedazado y arrastrado sus cuerpos mutilados a… Y, oh, Dios, ojalá pudiese apagar el vídeo en su cabeza durante cinco jodidos minutos.
A la mayoría de las mujeres sólo les preocupaba que su hombre pudiese ser atracado, o atropellado por un autobús. Pero, oh, no, ella tenía que enredarse con un tío que estaba en guerra con unos seres malignos a los que les encantaba chupar la sangre.
¿Por qué no podía haberse enamorado de un agradable contable o de un guapo agente de bolsa?
Había pensado emplear sus habilidades y la bola de cristal para buscarles. Pero luego decidió que eso hubiese sido… invadir su intimidad. Ofensivo por tanto.
Pero si Hoyt y Cian no habían regresado en diez minutos, le importarían un carajo las buenas maneras e iría a buscarles.
Ella no había pensado, no del todo, en el torbellino emocional que Hoyt estaba experimentando, lo que echaba de menos y lo que arriesgaba. Más que el resto de ellos, decidió. Glenna se encontraba a miles de kilómetros de su familia, pero no a cientos de años. Él en cambio estaba en la casa donde había nacido y crecido, pero ya no era su hogar. Y cada día, cada hora, era un recordatorio de eso.
Haber creado nuevamente el jardín de hierbas de su madre le había hecho mucho daño. Glenna tendría que haber caído en eso y mantener la boca cerrada respecto a lo que quería y necesitaba. Debería haberse limitado a hacer una jodida lista y luego salir y buscar o comprar las provisiones.
Miró algunas de las hierbas que ya había liado y colgado para que se secasen. Las pequeñas cosas, las cosas de todos los días, eran las que podían provocar más daño.
Ahora él estaba fuera, en alguna parte, bajo la lluvia, con su hermano el vampiro. Ella no creía que Cian fuese capaz de atacar a Hoyt… o no quería creerlo. Pero si Cian estaba furioso, si le presionaban demasiado, ¿podría controlar lo que eran sus impulsos naturales?
No sabía la respuesta.
A eso había que sumarle el hecho de que nadie podía estar seguro de si había más fuerzas de Lilith rondando la casa, esperando otra oportunidad.
Probablemente era una tontería preocuparse. Ellos eran dos hombres de considerable poder, hombres que conocían aquellas tierras. Ninguno de los dos dependía exclusivamente de espadas y cuchillos. Hoyt estaba armado, y llevaba una de las cruces que ambos habían conjurado, de modo que no estaba indefenso.
Y el hecho de que ambos estuviesen allí fuera, moviéndose libremente, demostraba un hecho importante: que no podrían someterles a un asedio.
Nadie más estaba particularmente preocupado. Moira había regresado a estudiar a la biblioteca. Larkin y King estaban en la zona de entrenamiento, dedicados a hacer un inventario de las armas. Seguro que ella se estaba preocupando por nada.
Pero ¿dónde coño estaban?
Mientras continuaba vigilando el terreno vio que algo se movía. Apenas unas sombras en la penumbra. Cogió la ballesta, ordenó a sus dedos que dejasen de temblar mientras se colocaba en posición en la estrecha ventana.
—Sólo respira —se dijo—. Sólo respira. Inspira, espira. Inspira, espira.
Dejó escapar el aliento con un silbido de alivio cuando vio a Hoyt y a Cian a su lado. Caminando y chorreando agua como si tuviesen todo el tiempo del mundo y ninguna preocupación.
Enarcó las cejas cuando estuvieron más cerca. ¿Era sangre lo que había en la camisa de Hoyt y una herida reciente debajo del ojo derecho?
Se inclinó hacia afuera y chocó contra el alféizar de piedra. La flecha salió disparada de la ballesta con un sonido mortal. Lanzó un grito. Más tarde se odiaría por ello, pero aquel sonido de conmoción y miedo puramente femenino escapó de sus labios al tiempo que la flecha cortaba el aire y la lluvia y aterrizaba a pocos centímetros de la punta de la bota de Hoyt.
Ambos sacaron las espadas, un manchón de acero, mientras giraban espalda contra espalda. En otras circunstancias, ella sin duda hubiese admirado ese movimiento, la elegancia y el ritmo del mismo, como si fuese una coreografía. Pero en ese momento estaba atrapada entre la mortificación y el horror.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —Se inclinó aún más fuera de la ventana y agitó frenéticamente el brazo al tiempo que gritaba—. He sido yo. La flecha se me ha escapado. Yo sólo… —Oh, a la mierda—. Ahora bajo.
Dejó la ballesta donde estaba, prometiéndose que practicaría durante una hora antes de volver a dispararle a cualquier otra cosa que no fuese una diana. Antes de echar a correr alcanzó a oír el sonido inconfundible de unas carcajadas masculinas. Una rápida mirada le confirmó que era Cian, casi doblado en dos por la risa. Hoyt simplemente miraba hacia la ventana.
Cuando giró en el recodo de la escalera, Larkin salió de la sala de entrenamiento.
—¿Problemas?
—No. No. Nada. Está todo bien. No ha sido nada.
Glenna podía sentir que la sangre le subía a las mejillas mientras corría hacia la planta baja.
Hoyt y Cian entraban ya por la puerta principal, sacudiéndose como perros empapados al tiempo que ella bajaba los últimos escalones.
—Lo siento. Lo siento.
—Recuérdame que no debo enfadarte, pelirroja —dijo Cian—. Podrías querer apuntarme al corazón y dispararme en cambio en las pelotas.
—Sólo estaba vigilando para ver si veníais y debo de haber disparado la ballesta sin darme cuenta. Algo que nunca habría hecho si vosotros no hubieseis tardado tanto en regresar haciendo que me preocupase de esa manera.
—Eso es lo que me gusta de las mujeres. —Cian dio una palmada en el hombro de su hermano—. Casi te matan, pero al final la culpa es tuya. Suerte, me voy a la cama.
—Tengo que examinar tus quemaduras.
—No, no, no.
—¿Qué ha pasado? ¿Os han atacado? Tienes sangre en la boca… y tú también —le dijo a Hoyt—. Y un ojo prácticamente cerrado por la hinchazón.
—No, nadie nos ha atacado. —En su voz había una nota de exasperación—. Bueno, hasta que tú casi me atraviesas el pie con una flecha.
—Pero tenéis golpes en la cara y las ropas sucias… desgarradas. Si no os han atacado… —Se dio cuenta al ver la expresión de sus caras. Después de todo, ella también tenía un hermano—. ¿Os peleasteis? ¿Entre vosotros?
—Él me pegó primero.
Glenna lanzó a Cian una mirada que hubiese marchitado una piedra.
—Muy bien, eso está muy bien, ¿verdad? ¿No pasamos ya por todo esto ayer? ¿No hablamos acaso de las peleas internas, de lo inútiles y destructivas que son?
—Me parece que nos iremos a la cama sin cenar.
—No te hagas el listo conmigo. —Clavó el índice en el pecho de Cian—. Yo aquí, enferma de preocupación, y vosotros dos allí fuera luchando como un par de estúpidos cachorros.
—Y tú casi me clavas una flecha en el pie —le recordó Hoyt—. Creo que por hoy estamos casi a la par en cuanto a comportamientos estúpidos.
Ella dejó escapar el aire con un siseo.
—A la cocina los dos. Me encargaré de esos cortes y magulladuras… otra vez.
—Yo me voy a la cama —comenzó a decir Cian.
—Los dos. Ahora. Y no te conviene discutir conmigo en este momento.
Mientras ambos se dirigían a la cocina, Cian se frotó suavemente el labio partido con un dedo.
—Ha pasado mucho tiempo, pero no recuerdo que sintieras una predilección especial por las mujeres dominantes.
—No la sentía. Pero las entiendo lo suficiente como para saber que deberíamos dejar que se salga con la suya en esto. Y la verdad es que el ojo me está matando.
Cuando entraron en la cocina, Glenna estaba colocando sobre la mesa todo lo que necesitaba para sus curas. Había puesto la tetera a hervir y llevaba las mangas enrolladas.
—¿Quieres sangre? —le preguntó a Cian, con suficiente hielo en las palabras como para que él se aclarase la garganta.
Le resultaba asombroso sentirse realmente compungido. Era una sensación que no había experimentado en… demasiado tiempo como para recordarlo. Obviamente, el hecho de vivir tan estrechamente con los seres humanos no era una buena influencia.
—La infusión que estás preparando es suficiente, gracias.
—Quítate la camisa.
Tenía un comentario irónico en la punta de la lengua que Glenna casi pudo ver. Demostrando que era un hombre listo, tuvo la prudencia de tragárselo.
Se quitó la camisa y se sentó.
—Había olvidado las quemaduras. —Ahora Hoyt las examinó detenidamente. Ya no había ampollas y la piel había adquirido un color rojo y desagradable—. Si me hubiese acordado —dijo mientras se sentaba delante de Cian— te habría dado más golpes en el pecho.
—Típico —dijo Glenna en voz baja, y ambos la ignoraron.
—Ya no peleas como solías hacerlo. Ahora usas más los pies y los codos. —Y Hoyt aún podía sentir el doloroso resultado de ellos—. Y luego está también ese salto para levantarte del suelo.
—Artes marciales. Soy cinturón negro en varias de ellas. Rango de maestro —explicó Cian—. Tienes que dedicar más tiempo al entrenamiento.
Hoyt se frotó las costillas magulladas.
—Lo haré.
«¿No se habían vuelto sociables de pronto?», pensó Glenna. ¿Qué era lo que hacía que los hombres decidieran ser amigos después de haberse machacado mutuamente la cara a golpes?
Vertió el agua caliente en un cazo sobre unas hierbas y, mientras la infusión se asentaba, se acercó a la mesa con su bálsamo.
—Yo habría dicho tres semanas para que curasen, considerando la extensión de las quemaduras. —Se sentó y untó el bálsamo en sus dedos—. Rectifico y digo tres días.
—Podemos ser heridos, y de gravedad. Pero a menos que sea un golpe mortal, nos curamos… y rápidamente.
—Eres afortunado, especialmente con esas bonitas magulladuras que acompañan a las quemaduras. Pero no podéis regeneraros —continuó Glenna mientras aplicaba el bálsamo sobre las quemaduras—. Si, por ejemplo, les cortamos un brazo, no volverá a crecerles.
—Ésa es una idea horrible e interesante. No. Nunca he oído que sucediera nada por el estilo.
—Entonces, si no podemos alcanzarles en la cabeza o el corazón, podemos ir a por uno de sus miembros.
Glenna fue al fregadero para lavarse el bálsamo de las manos y preparar compresas frías para las magulladuras.
—Aquí tienes. —Le dio una a Hoyt—. Póntela en el ojo.
Hoyt la olió y luego hizo lo que Glenna le decía.
—No tenías que haberte preocupado.
Cian dio un respingo.
—Eso no ha estado nada bien, Hoyt. Es más inteligente decir: «Mi amor, sentimos mucho que te hayas preocupado. Hemos sido egoístas y desconsiderados, y deberíamos ser azotados por ello. Confiamos en que puedas perdonarnos». Y decirlo marcando mucho el acento. A las mujeres les chiflan los acentos.
—Y luego besarle los pies, supongo —contestó su hermano.
—En realidad mejor el culo. Besar el culo es una tradición que nunca pasa de moda. Necesitarás tener paciencia con él, Glenna. Hoyt aún está aprendiendo.
Ella llevó la infusión a la mesa y luego los sorprendió a ambos al apoyar una mano en la mejilla de Cian.
—¿Y tú vas a enseñarle cómo se trata a la mujer moderna?
—Bueno, Hoyt es un poco digno de compasión, eso es todo.
Los labios de Glenna se curvaron cuando bajó la cabeza y los posó encima de los de Cian.
—Estás perdonado. Ahora bebe tu infusión.
—¿Así de fácil? —protestó Hoyt—. ¿Él recibe una caricia en la mejilla y un beso y ya está? No ha sido a él a quien has estado a punto de clavarle una flecha.
—Las mujeres son un misterio permanente. —Cian habló sosegadamente—. Y una de las maravillas del mundo. Me llevaré la bebida a mi habitación. —Se levantó—. Necesito ropa seca.
—Bébelo todo. —Glenna habló sin darse la vuelta mientras cogía otro frasco—. Te ayudará.
—Entonces lo haré. Hazme saber si no aprende lo bastante de prisa como para satisfacerte. No me molestaría ser la segunda alternativa.
—Es sólo su forma de ser —le dijo Hoyt cuando Cian se marchó—. Una especie de broma.
—Lo sé. De modo que os habéis hecho amigos de nuevo mientras os molíais a golpes.
—Es verdad que yo le pegué primero. Le hablé de nuestra madre y del jardín, y él se mostró frío como el hielo. Aunque yo podía ver lo que se ocultaba debajo de esa frialdad, yo… bueno, lo ataqué, y… después, Cian me ha llevado a donde está enterrada nuestra familia. Eso es todo.
Ahora Glenna se volvió y toda la pena que sentía se reflejó en sus ojos.
—Ha debido de ser muy duro para ambos estar allí.
—Hace que para mí sea algo real. Que mientras yo estoy aquí sentado contigo ellos estén muertos, antes no me parecía real. Ni posible ni real.
Glenna se acercó a él y le pasó una tintura por las zonas magulladas.
—¿Y para Cian? Haber vivido durante todo este tiempo sin una familia es otra de las crueldades que han cometido con él. Con todos ellos. ¿No habíamos pensado en eso, verdad, cuando hablamos de la guerra y de cómo destruirlos? Todos ellos han sido personas alguna vez, igual que Cian.
—Quieren matarnos, Glenna. A todos nosotros; pese a la pena que podamos sentir por ellos.
—Lo sé. Lo sé. Algo les despojó de su humanidad. Pero una vez fueron seres humanos, Hoyt, con familias, amantes, esperanzas. Nosotros no pensamos en eso. Tal vez no podemos hacerlo.
Se apartó el pelo de la cara. «Un contable agradable —volvió a pensar—. Un agente de bolsa. Qué ridículo, qué ordinario». Ella tenía, allí mismo, lo maravilloso.
—Creo que Cian ha sido puesto aquí, en este camino, para que entendiésemos que lo que estamos haciendo no es fácil. Para que al acabar el día sepamos que hemos hecho lo correcto, pero que no nos ha salido gratis.
Ella retrocedió y lo miró.
—Eso tendría que bastar. Ahora trata de mantener la cara apartada de nuevos puños.
Glenna comenzó a darse la vuelta, pero Hoyt le cogió la mano, levantándose al tiempo que la atraía hacia él. Sus labios se unieron a los de ella con enorme ternura.
—Y a ti el destino te puso aquí, Glenna, para ayudarme a entender que no se trata solamente de muerte, sangre y violencia. En el mundo hay tanta belleza, tanta bondad. Y yo tengo todo eso. —La envolvió con sus brazos—. Lo tengo aquí mismo.
Ella se entregó, dejando que su cabeza reposara sobre su hombro. Quería preguntarle qué tendrían cuando todo hubiese acabado, pero sabía que era importante, esencial incluso, vivir solamente el día a día.
—Tenemos que trabajar. —Glenna se apartó—. Tengo algunas ideas relacionadas con la creación de una zona de seguridad alrededor de la casa. Una área protegida donde podamos movernos libremente. Y creo que Larkin tiene razón cuando dice que deberíamos enviar exploradores. Si podemos llegar hasta las cuevas durante el día, quizá pudiéramos descubrir algunas cosas. Incluso podríamos colocar algunas trampas.
—Veo que tu mente ha estado ocupada.
—Necesito mantenerla así. No tengo tanto miedo si estoy pensando, si estoy haciendo algo.
—Entonces trabajemos.
—Moira podría ayudarnos una vez que hayamos comenzado —añadió Glenna cuando abandonaban la cocina—. Está leyendo todos los libros que puede sobre este tema, de modo que será nuestra principal fuente de datos… información —explicó—. Y además también posee cierto poder. Está verde y carece de entrenamiento, pero ahí está.
Mientras Glenna y Hoyt se encerraban en la torre y la casa permanecía en silencio, Moira encontró en la biblioteca un libro que trataba de temas populares relacionados con el demonio. Era fascinante, pensó. Había tantas teorías y leyendas diferentes. Consideró como su tarea principal separar la paja del trigo.
Cian sin duda las conocería, al menos algunas de ellas, dedujo. Siglos de existencia era un tiempo más que suficiente para aprender. Y alguien que llenaba de libros una habitación de aquellas dimensiones sin duda buscaba y respetaba el conocimiento. Pero aún no estaba preparada para preguntarle, y no estaba segura de si lo estaría alguna vez.
Si Cian no era como las criaturas sobre las que estaba leyendo, esos seres que buscaban la sangre humana noche tras noche —y estaban sedientos no sólo de sangre sino ávidos de caza—, ¿qué era él? Se estaba preparando para hacer la guerra contra lo que él mismo era, y eso Moira no podía entenderlo.
Necesitaba aprender más cosas, acerca de aquello contra lo que luchaban, acerca de Cian, acerca de todos los demás. ¿Cómo podías entender, y luego confiar, en algo que no conocías?
Tomó notas, abundantes notas, en papel que había encontrado en uno de los cajones del enorme escritorio. Le gustaba el papel y el instrumento que se utilizaba para escribir. La pluma, se corrigió, que contenía la tinta dentro de un tubo. Se preguntó si podría llevarse algunos papeles y plumas de regreso a Geall.
Cerró los ojos. Echaba de menos su hogar y esa nostalgia era como un dolor constante en el vientre. Había escrito sus últimos deseos y sellado el sobre. Lo dejaría entre sus cosas para que Larkin lo encontrase si algo le ocurría.
Si moría de este lado, quería que su cuerpo fuese llevado de regreso a Geall para ser enterrado allí.
Continuó escribiendo con los pensamientos girando dentro de su cabeza. Había un pensamiento en especial al que volvía una y otra vez, tanteándolo con cuidado. Tenía que encontrar alguna manera de preguntarle a Glenna si podía hacerse, y si los demás accederían a ello.
¿Habría alguna madera de sellar el portal, de cerrar la puerta a Geall?
Oyó pasos que se acercaban y acarició el mango de su cuchillo con las puntas de los dedos. Apartó la mano cuando King entró en la biblioteca. Por razones que no podía identificar, se sentía más cómoda con él que con los demás.
—¿Tienes algo contra las sillas, pequeña?
Ella torció los labios. Le gustaba la forma en que las palabras salían de él, como rocas cayendo por la ladera de una colina pedregosa.
—No, pero me gusta sentarme en el suelo. ¿Es hora de continuar con el entrenamiento?
—Nos tomamos un descanso. —Se aposentó en un sillón, con una gran taza de café en la mano—. Larkin podría estar entrenando todo el jodido día. Ahora está arriba, practicando algunas katas.
—Me gustan las katas. Son como bailar.
—Pues si bailas con un vampiro, asegúrate de que eres tú quien marca el paso.
Moira volvió ociosamente la página de un libro.
—Hoyt y Cian se han peleado.
King bebió un trago de café.
—¿Ah, sí? ¿Y quién ha ganado?
—Creo que ninguno de los dos. Los he visto cuando regresaban a la casa, y por sus caras y cojeras, yo diría que ha sido un empate.
—¿Cómo sabes que la pelea ha sido entre ellos? Tal vez les atacaron.
—No. —Recorrió las palabras escritas con los dedos—. Oigo cosas.
—Tienes las orejas muy grandes para ser tan pequeña.
—Eso me decía siempre mi madre. Hicieron las paces entre ellos… Hoyt y su hermano.
—Eso elimina una complicación… si esas paces duran. —Teniendo en cuenta sus respectivas personalidades, King calculó que una tregua entre los hermanos tenía la misma expectativa de vida que una mosca de la fruta—. ¿Qué esperas encontrar en todos esos libros?
—Todo. Tarde o temprano. ¿Sabes cómo aparecieron los primeros vampiros? En los libros hay diferentes versiones.
—Nunca he pensado en ello.
—Yo lo hacía… hago. Una de las versiones es una historia de amor. Hace mucho tiempo, cuando el mundo era joven, los demonios se estaban extinguiendo. Antes, mucho antes de eso, eran muchos más. Miles de ellos que viajaban por el mundo. Pero el hombre era cada vez más fuerte y listo, y el tiempo de los demonios se acababa.
King era un hombre que disfrutaba de las historias, de modo que se acomodó en el sillón.
—Una especie de evolución.
—Un cambio, sí. Muchos de los demonios se metieron debajo de la tierra, para esconderse o para dormir. Entonces había más magia, porque la gente no la rechazaba. Los hombres y las hadas forjaron una alianza para librar una guerra contra los demonios, para acabar con ellos de una vez para siempre. Uno de ellos fue envenenado y sufrió una muerte muy lenta. Ese demonio amaba a una mujer mortal y eso era algo que estaba prohibido incluso en el mundo de los demonios.
—De modo que el hombre no tiene la exclusiva de la intolerancia. Continúa —dijo King cuando ella hizo una pausa.
—Así pues, el demonio moribundo se llevó a la mujer mortal de su hogar. Estaba realmente obsesionado con ella y su último deseo antes de morir era aparearse con ella.
—En ese sentido no era tan diferente de los hombres.
—Creo que quizá todas las criaturas vivas anhelan el amor y el placer. Y el acto físico que representa la vida.
—Y los tíos quieren correrse.
Ella perdió el hilo de lo que estaba diciendo.
—¿Quieren qué?
King estuvo a punto de escupir el café, pero en cambio se atragantó. Hizo un gesto con la mano mientras se echaba a reír.
—No me hagas caso. Acaba la historia.
—Ah… Bueno, el demonio la llevó a lo más profundo del bosque y se salió con la suya, y ella, como una mujer bajo un hechizo, quería su contacto. Entonces, para tratar de salvarle la vida le ofreció su sangre. Él la mordió y ella bebió también la sangre de él, ya que ésta era otra clase de acoplamiento. La mujer murió junto con él, pero no dejó de existir, sino que se convirtió en lo que llamamos vampiro.
—Un demonio por amor.
—Sí, supongo que sí. Como venganza contra los hombres que habían matado a su amado, ella los cazaba, se alimentaba de ellos, los transformaba, para aumentar así el número de los de su especie. Pero a pesar de todo, seguía sufriendo por su amante demonio y se mató con la luz del sol.
—No se parece mucho a Romeo y Julieta, ¿verdad?
—Una obra de teatro. He visto el libro aquí, en una estantería. Aún no lo he leído.
Le llevaría años leer todos los libros que había en aquella habitación, pensó Moira mientras jugueteaba con la punta de su trenza.
—Pero he leído otra historia de vampiros. Habla de un demonio, enfermo y loco a causa de un conjuro aún más malo que él, que buscaba salvajemente la sangre humana. Se alimentaba de ella y, cuanto más lo hacía, más loco se volvía. Murió después de haber mezclado su sangre con la de un mortal, y ese mortal se convirtió en un vampiro. El primero de su especie.
—Creo que te gusta más la primera versión.
—No, me gusta más la verdad, y creo que la segunda historia es la verdadera. ¿Qué mujer mortal podría amar a un demonio?
—Llevabas una vida protegida en tu mundo, ¿verdad? De donde yo vengo, la gente pierde la cabeza por los monstruos, o lo que los demás consideran monstruos, todo el tiempo. No hay ninguna lógica en el amor, pequeña. Es así.
Ella se echó la trenza hacia atrás al encogerse de hombros.
—Bueno, si yo amo, no me volveré estúpida por ello.
—Espero estar por aquí el tiempo suficiente como para ver cómo te tragas esas palabras.
Moira cerró el libro y miró a King.
—¿Tú amas a alguien?
—¿A una mujer? He estado cerca de hacerlo un par de veces, y por eso sé que no di en la diana.
—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Moira.
—Cuando alcanzas el centro de la diana, pequeña, ya estás perdido. Pero es divertido disparar para intentar alcanzarlo. Necesitaré una mujer especial para que eso pase.
King se dio unos golpecitos en la cara con el dedo.
—Me gusta tu cara. Es tan grande y oscura —dijo Moira.
King se echó a reír, tan fuerte que estuvo a punto de derramar el café.
—En eso tienes razón.
—Y eres muy fuerte. Hablas bien y sabes cocinar. Eres leal con tus amigos.
Aquella cara grande y oscura se suavizó.
—¿Quieres presentarte para el puesto de amor de mi vida?
Ella le devolvió la sonrisa.
—Creo que no soy tu diana. Si debo ser reina, un día tendré que casarme, tener hijos. Espero que no sea sólo una obligación, sino que pueda encontrar lo que mi madre encontró en mi padre. Lo que encontraron el uno en el otro. Me gustaría que fuese un hombre fuerte y leal.
—Y guapo.
Ella hizo un pequeño gesto con los hombros, porque no esperaba que fuese un hombre especialmente guapo.
—¿Las mujeres aquí sólo buscan la belleza?
—No podría decirlo, pero es algo que nunca hace daño. Los tíos como Cian, por ejemplo, tienen que quitárselas de encima con un palo.
—Entonces, ¿por qué está solo?
King la estudió por encima del borde de la taza.
—Buena pregunta.
—¿Cómo lo conociste?
—Cian me salvó la vida.
Moira se abrazó las piernas y se acomodó. Había pocas cosas que le gustasen más que una historia.
—¿Cómo fue?
—Yo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Un barrio peligroso en el este de Los Ángeles. —Bebió otro trago de café y se encogió levemente de hombros—. Verás, mi viejo se largó antes de que yo naciera y mi madre tuvo lo que podríamos llamar un pequeño problema con las sustancias ilegales. Sobredosis. Se pasó de la raya con la droga.
—Ella murió. —Toda ella sentía una enorme tristeza por él—. Lo siento.
—Malas elecciones, mala suerte. Tienes que tener en cuenta que algunas personas vienen al mundo preparadas para tirar su vida por el retrete. Ella era una de ellas. De modo que me encuentro en la calle, haciendo lo que puedo para sobrevivir, y fuera del sistema. Un día voy a ese lugar que conozco. Está oscuro y hace mucho calor. Yo sólo buscaba un lugar donde pasar la noche.
—No tenías casa.
—Tenía la calle. Un par de tíos están rondando por allí, probablemente esperando para dar un golpe. Yo necesito pasar junto a ellos para llegar a donde quiero ir. Aparece un coche y comienzan a dispararles. Como en una emboscada. Yo quedo atrapado en mitad del tiroteo. Las balas pasan rozando mi cabeza. La cosa se pone realmente fea y sé que voy a morir. Entonces alguien me coge con fuerza y me arrastra hacia atrás. Todo se vuelve borroso, pero yo siento como si volara. Luego estaba en otro lugar.
—¿Dónde?
—En una elegante habitación de hotel. Nunca había visto algo así excepto en el cine. —Cruzó sus grandes pies calzados con botas mientras recordaba—. Una cama enorme, para diez personas por lo menos, y yo estoy acostado allí. La cabeza me duele horriblemente, y sólo por eso no pienso que estoy muerto y que aquello es el cielo. El tío sale del baño. Se quita la camisa y lleva un vendaje en el hombro. Había recibido un balazo cuando me estaba sacando del fuego cruzado.
—¿Qué hiciste entonces?
—No mucho, supongo que estaba conmocionado. El tío se sienta, me estudia como si yo fuese un jodido libro. «Eres afortunado —me dice— y estúpido». Tiene ese acento al hablar. Yo pienso que debe de ser una estrella del rock o algo así. El aspecto que tiene, la voz rara. La verdad es que pensé que era un pervertido y que querría que yo… Digamos solamente que yo estaba cagado de miedo. Tenía ocho años.
—¿Eras un niño? —Los ojos de Moira se abrieron como platos—. ¿No eras más que un niño?
—Tenía ocho años —repitió King—, pero si te crías como yo lo hice, no eres un niño durante mucho tiempo. Él me pregunta qué coño estaba haciendo allí y yo le contesto de mala manera. Trato de tranquilizarme. Él me pregunta si tengo hambre y yo le contesto algo así como que no pienso… hacer ningún favor sexual por un jodido plato de comida. Entonces pide la cena, bistec, una botella de vino, gaseosa. Y me dice que no está interesado en joder con niños. Que si tengo algún lugar donde preferiría estar, debería irme allí. Si no es así, puedo quedarme y esperar a que llegue el bistec.
—Y tú te quedaste a esperar que llegase el bistec.
—Puedes apostar. —Le hizo un guiño—. Ése fue el comienzo de todo. Él me dio comida y también me dio a elegir. Yo podía regresar donde había estado hasta entonces, no era asunto suyo, o podía trabajar para él. Elegí el trabajo. No sabía que el trabajo significaba ir a la escuela. Me dio ropa, una educación, dignidad.
—¿Te dijo lo que era?
—Entonces no. Aunque no pasó mucho tiempo antes de que lo hiciera. Yo pensaba que estaba chiflado, pero no me importaba demasiado. Para cuando comprendí que me estaba diciendo la verdad, literalmente la verdad, yo ya habría hecho cualquier cosa por él. El hombre que yo estaba condenado a ser murió en la calle aquella noche. Y él no me transformó en alguien como ellos —prosiguió King—. Aunque es verdad que Cian me cambió.
—¿Por qué lo hizo? ¿Alguna vez se lo has preguntado?
—Sí. Y eso debería decírtelo él.
Moira asintió. Con la propia historia ya tenía bastante en qué pensar.
—El descanso ha terminado —anunció King—. Podemos entrenar durante una hora y fortalecer ese culo flaco que tienes.
Ella sonrió.
—O podemos trabajar con el arco y mejorar esa lamentable puntería que tienes tú.
—Venga, listilla. —De repente frunció el cejo y miró hacia la puerta—. ¿Has oído algo?
—¿Como si alguien golpease?
Moira se encogió de hombros y, como se demoró ordenando los libros, salió de la biblioteca después de que lo hiciera King.
Glenna bajó rápidamente la escalera. Con el escaso progreso que estaban haciendo, podía dejar a Hoyt por el momento. Alguien tenía que encargarse de preparar la cena y, puesto que había incluido su nombre en la lista, ella había sido la elegida. Podía preparar un escabeche para el pollo y luego volver a la torre a trabajar durante otra hora.
Una buena comida mejoraría el ambiente para la reunión del equipo.
Pasaría por la biblioteca y arrancaría a Moira de los libros para darle una lección de cocina mientras preparaba la cena. Tal vez fuese sexista poner a continuación en la lista de cocineros a la otra única mujer, pero tenía que empezar por alguna parte.
El golpe en la puerta la sobresaltó y se pasó una mano nerviosa por el pelo.
Estuvo a punto de llamar a Larkin o a King, luego meneó la cabeza. Hablando de sexismo, ¿cómo iba a participar en una batalla seria si ni siquiera era capaz de abrir la puerta de la casa una tarde de lluvia?
Podía tratarse de un vecino que se hubiese acercado para hacer una visita de cortesía. O el cuidador de Cian, que acudía para asegurarse de que tenían todo lo que necesitaban.
Y un vampiro no podía entrar en la casa, no podía pasar del umbral a menos que ella le invitase a entrar.
Algo altamente improbable.
No obstante, Glenna miró primero por la ventana. Vio a una joven de unos veinte años, una hermosa rubia vestida con tejanos y un jersey rojo brillante. Llevaba el pelo recogido en una coleta que colgaba por detrás de una gorra también roja. Tenía un mapa en la mano y parecía buscar la solución a un problema mientras se mordía la uña del pulgar.
«Alguien que se ha perdido», pensó Glenna, y cuanto antes consiguiera que esa chica continuara su camino y se alejase de la casa, mejor para todos.
La joven volvió a golpear la puerta cuando ella se apartó de la ventana.
Glenna le abrió, cuidando de mantenerse del lado de dentro del umbral.
—¿Hola? ¿Necesitas ayuda?
—Hola. Gracias, sí. —Había alivio en la voz de la joven y un fuerte acento francés—. Estoy, ah, perdida. Excusez moi, mi inglés no es muy bueno.
—No hay problema. Mi francés es prácticamente inexistente. ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Ennis? ¿S’il vous plaît? ¿Puede decirme usted cómo el camino va a Ennis?
—No estoy segura. Yo tampoco soy de por aquí. Puedo echarle un vistazo al mapa. —Glenna vigiló los ojos de la joven mientras extendía la mano… con las puntas de los dedos de su lado de la puerta—. Yo soy Glenna. Je suis Glenna.
—Ah, oui. Je m’apelle Lora. Estoy de vacaciones, estudiante.
—Eso está bien.
—La lluvia. —Lora extendió la mano y las gotas cayeron sobre ella—. Estoy perdida en la lluvia, creo.
—Le puede pasar a cualquiera. Vamos a echar un vistazo al mapa, Lora. ¿Estás sola?
—¿Pardon?
—¿Sola? ¿Estás sola?
—Oui. Mes amies, mis amigos, tengo amigos en Ennis, pero giré mal. ¿Equivocada?
«Oh, no —pensó Glenna—. Realmente no lo creo».
—Me sorprende que pudieras ver la casa desde la carretera principal. Estamos muy retirados.
—¿Lo siento?
Glenna sonrió.
—Apuesto a que te gustaría entrar y disfrutar de una buena taza de té mientras decidimos cuál es el camino que debes seguir. —Vio el brillo que encendía los ojos azules de la joven—. Pero no puedes, ¿verdad? No puedes atravesar esta puerta.
—Je ne comprend pas.
—Apuesto a que sí me entiendes, pero en caso de que mi instinto de araña me esté engañando hoy, tienes que volver a la carretera principal y girar a la izquierda. Izquierda —repitió y empezó a hacer el gesto para indicárselo.
El grito de King a su espalda hizo que se volviera. Su cabellera revoloteó con el gesto y las puntas del pelo sobresalieron más allá del umbral de la puerta. Sintió una explosión de dolor cuando le tiraron violentamente de él, cuando su cuerpo salió volando de la casa y chocó contra el suelo con un ruido sordo de huesos rotos.
Había dos más que salieron de ninguna parte. El instinto hizo que Glenna aferrase la cruz de plata con una mano al tiempo que lanzaba patadas en todas direcciones. El movimiento de ellos era como un manchón en el aire y sintió el sabor de la sangre en la boca. Vio que King atravesaba a uno de ellos con su cuchillo, apartándolo de ella al tiempo que le gritaba que se levantase y corriese a la casa.
Glenna se puso de pie tambaleándose, justo a tiempo de ver cómo las criaturas rodeaban a King. Se oyó gritar y pensó —esperó— escuchar gritos de respuesta desde la casa. Pero en todo caso llegarían demasiado tarde. Los vampiros estaban ya encima de King como una jauría de perros.
—Zorra francesa —escupió Glenna y se lanzó sobre la rubia.
Su puño rompió un hueso, y sintió una enorme satisfacción en ello, luego vio brotar un chorro de sangre. Entonces se sintió llevada hacia atrás una vez más y, cuando lanzó un nuevo golpe, su visión se volvió gris.
Sintió que la arrastraban y luchó. La voz de Moira resonó en su oído.
—Ya te tengo. Ya te tengo. Estás nuevamente dentro de la casa. No te muevas.
—No. King. Ellos tienen a King.
Moira estaba ya corriendo fuera de la casa con el puñal en la mano. Cuando Glenna comenzó a levantarse, Larkin saltó por encima de ella y a través de la puerta.
Se arrodilló y luego consiguió ponerse en pie. Las náuseas le quemaron la garganta con su gusto ácido cuando se tambaleó hacia la puerta.
Tan rápido, pensó torpemente, ¿cómo era posible que algo se moviera tan rápido? Mientras Moira y Larkin se lanzaban sobre ellos, consiguieron introducir a King dentro de una furgoneta negra a pesar de que él seguía luchando, y desaparecieron antes de que Glenna pudiera salir otra vez de la casa.
El cuerpo de Larkin se estremeció y se convirtió en un puma. El felino salió disparado detrás de la furgoneta y se perdió de vista.
Glenna cayó de rodillas sobre la hierba mojada en medio de intensas arcadas.
—Entra en la casa. —Hoyt la cogió de un brazo con su mano libre. En la otra empuñaba una espada—. Dentro de la casa. Glenna, Moira, entrad en la casa.
—Es demasiado tarde —gritó Glenna, mientras lágrimas de horror bañaban sus mejillas—. Tienen a King. —Alzó la vista y vio a Cian detrás de Hoyt—. Ellos se lo han llevado. Se han llevado a King.