12

Glenna, buscando un poco de soledad y algo en que ocuparse, se sirvió una copa de vino, sacó un cuaderno de notas y un lápiz y se sentó a la mesa de la cocina.

Una hora de tranquilidad, pensó, para serenarse y confeccionar algunas listas. Luego, quizá, dormiría un rato.

Cuando oyó que alguien se acercaba se irguió en la silla. ¿En una casa tan grande no podían encontrar otro lugar adonde ir?

King entró en la cocina y se quedó de pie junto a ella, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra y con las manos hundidas en los bolsillos.

—¿Sí? —dijo Glenna.

—Esto… siento haberle partido la cara a Hoyt.

—Es su cara, creo que deberías disculparte con él.

—Los dos sabemos dónde estamos. Sólo quería dejar las cosas claras contigo.

Al ver que ella no decía nada, King se rascó la coronilla a través de su espesa pelambrera, y si un hombre de casi dos metros y ciento treinta kilos era capaz de retorcerse, King lo hizo.

—Escucha, subo a la torre y me encuentro con esa explosión de luz, y él está tendido en el suelo, sangrando y ardiendo. Ese tío es mi primer hechicero —continuó King después de hacer otra pausa—. Hace sólo una semana que lo conozco. A Cian lo conozco desde… hace mucho tiempo, y le debo mucho.

—De modo que cuando encontraste a Cian herido, supusiste, naturalmente, que su hermano había intentado matarlo.

—Sí. E imaginé que tú también habías participado en ello, pero a ti no podía molerte a palos.

—Aprecio tu caballerosidad.

El aguijón de su voz hizo que King diera un respingo.

—No cabe duda de que sabes cómo cortar en seco a un tío.

—Para cortarte a ti, yo cogería una motosierra. Oh, deja de mostrarte tan apenado y culpable. —Glenna se apartó el pelo con un suspiro de fastidio—. Nosotros la cagamos, tú la cagaste y todos estamos jodidamente apenados por lo que pasó. Supongo que ahora quieres un poco de vino. ¿Quizá una galletita?

King no tuvo más remedio que sonreír.

—Tomaré una cerveza. —Abrió la nevera y cogió una botella—. Paso de la galletita. Eres una pateaculos, pelirroja. Una cualidad que admiro en una mujer, aunque sea mi culo el que recibe la bota.

—Nunca he sido así. Creo que no.

La chica era guapa aunque estaba pálida; debía de estar agotada. Él la había hecho trabajar, a todos ellos, duramente esa tarde, y por la noche, Cian los había terminado de exprimir.

Por supuesto, ella se había quejado un poco, pensó King. Pero no tanto como él había esperado. Y cuando pensaba en ello, Hoyt tenía razón: la pelirroja había sido la única que había sabido explicar qué coño estaban haciendo allí.

—Ese asunto del que ha hablado Hoyt, lo que tú dijiste, tiene mucho sentido. Si no nos ponemos las pilas, estamos perdidos. —Levantó la botella de cerveza y bebió la mitad de su contenido de un largo trago—. De modo que yo lo haré si tú lo haces.

Glenna miró la enorme mano que King le tendía y luego colocó la suya en ella.

—Creo que Cian es afortunado al tener a alguien que luchará por él. Que se preocupa por él.

—Él haría lo mismo por mí. Hace mucho que estamos juntos.

—En general lleva tiempo formar, solidificar, esa clase de amistad. Los demás no tendremos ese tiempo.

—Entonces supongo que deberemos tomar algunos atajos. ¿Estamos en paz ahora?

—Yo diría que ahora estamos en paz.

King acabó de beber la cerveza y luego lanzó la botella vacía en un cubo que había debajo del fregadero.

—Me voy a mi habitación. Y tú tendrías que hacer lo mismo. Duerme un poco.

—Lo haré.

Pero cuando la dejó nuevamente sola, ella estaba magullada, cansada y nerviosa, de modo que se sentó en la cocina con su copa de vino y las luces encendidas para combatir la oscuridad. No sabía qué hora era y se preguntó si eso tenía alguna importancia.

Todos ellos se estaban convirtiendo en vampiros, durmiendo durante la mayor parte del día y trabajando durante la mayor parte de la noche.

Acarició la cruz que llevaba colgada del cuello mientras continuaba escribiendo su lista, y sintió la presión de la noche sobre los omóplatos como si fuesen manos heladas.

Echaba de menos la ciudad, pensó. No la avergonzaba admitirlo. Echaba de menos los sonidos, los colores, el ruido constante y monótono del tráfico que era como un latido. Anhelaba su complejidad y su simplicidad. Allí la vida era simplemente vida. Y si había muerte, si había crueldad y violencia, todo era absolutamente humano.

La imagen del vampiro en el vagón del metro cruzó como un relámpago por su cabeza.

O ella había tenido una vez el consuelo de creer que lo era.

Sin embargo, seguía teniendo ganas de levantarse por la mañana y caminar hasta la panadería en busca de rosquillas recién horneadas. Quería colocar el caballete bajo la luz matinal y pintar, e incluso que su principal preocupación fuese cómo iba a pagar la tarjeta Visa.

Ella había poseído la magia durante toda su vida, y Glenna había creído que la respetaba y valoraba. Pero todo aquello no había sido nada comparado con esto; con saber que la magia estaba en ella por aquella razón, para aquel propósito que muy bien podría significar la muerte para ella.

Cogió la copa de vino y se sobresaltó al ver a Hoyt en la puerta.

—Teniendo en cuenta la situación, no es una buena idea andar rondando en la oscuridad.

—No estaba seguro de si debía molestarte.

—No importa. Sólo estaba teniendo mi fiesta de autocompasión privada. Ya pasará —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Echo de menos mi casa. Pero supongo que eso no es nada comparado con lo que tú debes de sentir.

—Ocupo la habitación que compartí con Cian cuando éramos niños, y noto que siento demasiadas cosas, y a la vez no las suficientes.

Glenna se levantó, buscó otra copa y sirvió un poco de vino.

—Siéntate —le dijo.

Luego ella volvió a sentarse y dejó la copa de vino sobre la mesa.

—Tengo un hermano —dijo—. Es médico, acaba de empezar. Posee un soplo de magia y la utiliza para curar. Es un buen médico, un buen hombre. Me quiere, pero no me entiende muy bien. Es duro cuando no te entienden.

—Me preocupa la pérdida de Cian, de lo que éramos el uno para el otro.

—Por supuesto que debe preocuparte.

—Los recuerdos que Cian tiene de mí son viejos y están desvaídos, mientras que los míos son frescos y fuertes. —Hoyt levantó su copa—. Sí, es duro que no te entiendan.

—Lo que soy, lo que hay en mí —dijo Glenna—. Yo solía presumir de ello. Como si se tratase de un brillante trofeo que sostenía entre las manos, sólo para mí. Oh, tenía cuidado con ello, me sentía agradecida, pero de todos modos presumía de ello. Creo que nunca más volveré a hacerlo.

—Teniendo en cuenta lo que nos ha pasado esta noche, dudo de que ninguno de los dos vuelva a hacerlo.

—Aun así, mi familia, mi hermano, no entendían, no totalmente, esa satisfacción vanidosa o ese premio. Y no serán capaces de entender, no totalmente, el precio que estoy pagando ahora por ello. No pueden.

Glenna extendió una mano y la apoyó sobre la de Hoyt.

—Cian no puede entenderlo. De modo que, aunque nuestras circunstancias son diferentes, comprendo de qué pérdida estás hablando. Por cierto, tienes un aspecto horrible —añadió con un tono más ligero—. Puedo ayudarte a reducir esas magulladuras un poco más.

—Estás muy cansada. Puedo esperar.

—No te lo merecías.

—Dejé que lo que fuera que sucediese tomase el control. Dejé que escapara volando de mí.

—No, escapó volando de los dos. ¿Quién puede decir que no fuera eso lo que debía hacer?

Glenna se había recogido el pelo para entrenar, para trabajar, y ahora se lo dejó suelto cayéndole desordenadamente hasta casi rozarle los hombros.

—Mira, hemos aprendido, ¿verdad? Juntos somos más fuertes de lo que ninguno de los dos podría haber previsto. Ahora nos toca aprender a controlarlo, a canalizarlo. Y, puedes creerme, todos nuestros compañeros nos respetarán más.

Hoyt sonrió.

—Eso suena un poco presuntuoso.

—Sí, supongo que sí.

Él bebió un poco de vino y se dio cuenta de que por primera vez en muchas horas, se sentía cómodo. Sentado tranquilamente en la cocina bien iluminada, con la noche atrapada detrás de los cristales, hablando con Glenna.

Su olor estaba allí, justo en el borde de sus sentidos. Aquel olor sensual, femenino. Sus ojos, tan claros y verdes, mostraban una ligera sombra de fatiga en la delicada piel de debajo de ellos.

Señaló el papel con la cabeza.

—¿Otro conjuro?

—No, es algo más prosaico. Listas. Necesito más provisiones. Hierbas y esas cosas. Y Moira y Larkin necesitan ropa. Luego tenemos que establecer algunas reglas domésticas básicas. Hasta ahora ese aspecto ha estado a cargo de King y de mí, me refiero a cocinar. Pero una casa no se lleva sola, e incluso cuando estás preparando una guerra necesitas comida y toallas limpias.

—Hay muchas máquinas para hacer ese trabajo. —Hoyt paseó la mirada por la cocina—. Debería ser bastante sencillo.

—Eso crees.

—Solía haber un jardín de hierbas aromáticas. No he recorrido los campos. —Lo había postergado voluntariamente, hubo de admitir. Había aplazado ver qué había cambiado y qué seguía igual—. Quizá Cian hizo que plantaran uno. O yo podría traerlo nuevamente aquí. La tierra recuerda.

—Bien, eso podría incluirse en la lista para mañana. Tú conoces los bosques de la zona. Podrías decirme dónde puedo encontrar lo que necesito. Puedo salir por la mañana y recoger las hierbas.

—Los conocía —dijo casi para sí.

—También necesitamos más armas, Hoyt. Y, a la larga, más manos que las empuñen.

—En Geall habrá todo un ejército.

—Esperémoslo. Conozco a algunos como nosotros, y Cian… es probable que conozca a algunos como él. Tal vez debiéramos empezar a alistarlos.

—¿Más vampiros? Confiar en Cian ya ha sido bastante complicado. En cuanto a más brujas, nosotros aún estamos aprendiendo el uno del otro, como hemos podido comprobar hoy mismo. Debemos dedicarnos a los que tenemos. Apenas hemos comenzado. Pero podemos fabricar las armas del mismo modo que hemos hecho con las cruces.

Glenna cogió de nuevo su copa de vino y bebió lentamente.

—De acuerdo. Estoy preparada.

—Las llevaremos con nosotros cuando vayamos a Geall.

—Hablando de eso. ¿Cuándo y cómo?

—¿Cómo? A través del Baile de los Dioses. ¿Cuándo? No puedo saberlo. Tengo que creer que nos avisarán cuando llegue el momento. Entonces sabremos cuándo.

—¿Crees que alguna vez podremos regresar? ¿Si conseguimos sobrevivir? ¿Crees que alguna vez podremos volver a casa?

Hoyt la miró. Glenna estaba dibujando, los ojos fijos en el papel, la mano firme. Tenía las mejillas pálidas, se dio cuenta él, debido a la fatiga y la tensión. Su pelo, espeso y brillante, le caía hacia adelante cuando ella bajaba la cabeza.

—¿Qué es lo que más te preocupa? —le preguntó Hoyt—. ¿Morir o no volver a ver tu casa?

—No estoy del todo segura. La muerte es inevitable. Nadie se salva de eso. Y uno espera, o yo al menos lo hago, que cuando llegue el momento tendrá coraje y curiosidad para enfrentarse a ella.

Con gesto distraído, Glenna se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja con la mano izquierda mientras continuaba dibujando con la derecha.

—Pero siempre ha sido en abstracto. Hasta ahora. Resulta difícil pensar en morir y más difícil aún sabiendo que quizá no vuelva a ver nunca más mi casa o a mi familia. Ellos no entenderán lo que me pueda pasar. —Alzó la vista—. Y estoy predicando en el desierto.

—Yo no sé cuánto tiempo vivieron los míos. Cómo murieron. Cuánto tiempo me buscaron.

—¿Te ayudaría saberlo?

—Sí, me ayudaría. —Hoyt se sacudió ese pensamiento e irguió la cabeza—. ¿Qué es lo que estás dibujando?

Ella frunció los labios mientras miraba el dibujo.

—Se parece a ti.

Se volvió y se lo mostró.

—¿Es así como me ves? —Su tono de voz sonaba desconcertado y no del todo satisfecho—. Tan severo.

—Severo no, serio. Eres un hombre serio. Hoyt McKenna. —Escribió el nombre en el boceto—. Así es como debería escribirse y decirse hoy. Lo he buscado. —Firmó el dibujo con una rápida rúbrica—. Y tu naturaleza seria resulta muy atractiva.

—La seriedad es para los hombres mayores y los políticos.

—Y también para los guerreros, para los hombres que tienen poder. Conocerte, sentirme atraída por ti, ha hecho que me dé cuenta de lo que sabía antes respecto a los chicos. Por lo visto, ahora me gustan los hombres mucho mayores.

Hoyt se sentó, mirándola, con el dibujo y el vino entre ellos. Con palabras entre ellos, se dijo. Y, no obstante, nunca se había sentido más cerca de nadie.

—Sentado aquí contigo, en una casa que es mía, pero no lo es, en un mundo que es mío, pero tampoco, eres lo único que quiero.

Glenna se levantó de la silla, se acercó a Hoyt, y le rodeó con los brazos. Él apoyó la cabeza entre sus pechos, escuchó los latidos de su corazón.

—¿Es bienestar? —preguntó Glenna.

—Sí. Pero no sólo eso. Tengo una necesidad tan grande de ti que no sé cómo controlarla dentro de mí.

Ella bajó la cabeza, cerrando los ojos mientras apoyaba la mejilla en su pelo.

—Seamos humanos. Por lo queda de esta noche, seamos humanos, porque no quiero quedarme sola en la oscuridad. —Le cogió el rostro entre las manos—. Llévame a la cama.

Él le cogió las manos mientras se levantaba de la silla.

—Esas cosas no han cambiado nada en mil años, ¿verdad?

Ella se echó a reír.

—Algunas cosas nunca cambian.

Hoyt retuvo la mano de Glenna entre las suyas mientras salían de la cocina.

—No he llevado a la cama a muchas mujeres… siendo como soy un hombre serio.

—Yo nunca he sido llevada a la cama por muchos hombres… siendo como soy una mujer sensata. —Al llegar a la puerta de su habitación, se volvió hacia Hoyt con una sonrisa rápida y traviesa—. Pero creo que podemos compensarlo.

—Espera.

La acercó hacia él antes de que ella pudiese abrir la puerta y apoyó los labios sobre su boca. Ella sintió una oleada de calor y un subyacente temblor de poder.

Luego Hoyt abrió la puerta.

Glenna comprobó que había encendido las velas. Todas ellas, de modo que la habitación estaba inundada de una luz dorada y un leve perfume. Los leños también ardían en el hogar con un fuego lento y rojo.

Eso conmovió un lugar recóndito en su corazón al tiempo que erizaba su piel a modo de anticipación.

—Un comienzo muy agradable. Gracias. —Oyó el sonido metálico de la llave en la cerradura y se llevó una mano al corazón—. De repente estoy nerviosa. Nunca me había sentido nerviosa por estar con un hombre. Ni siquiera la primera vez. Es vanidad otra vez.

A Hoyt no le importaban sus nervios. De hecho, añadían un factor estimulante a su propia excitación.

—Tu boca. Esta plenitud aquí. —Acarició el labio inferior de ella con el dedo—. La saboreo en mis sueños. Me distraes incluso cuando no estás conmigo.

—Eso te molesta. —Ella enlazó los brazos por detrás de su cuello—. Estoy tan contenta.

Glenna se abandonó entre sus brazos, observando cómo la mirada de Hoyt bajaba hasta sus labios, se demoraba allí un momento y luego volvía a fijarse en sus ojos. Sintió su aliento mezclado con el suyo y cómo su corazón latía contra el de Hoyt. Se quedaron así durante un momento que pareció interminable; luego sus labios se encontraron y ambos se hundieron el uno en el otro.

Los nervios volvieron a revolotear en el vientre de ella, una docena de alas de terciopelo que alentaban el deseo. Y ese temblor de poder era como un zumbido en el aire.

Entonces las manos de él se alzaron para apartar el pelo de su rostro con un gesto de urgencia que la mantenía estremecida de anticipación ante lo que iba a suceder. La boca de Hoyt abandonó la suya para vagar por su rostro, para encontrar el pulso que latía en su garganta.

Él podía ahogarse en ella. Hoyt era consciente de ello al tiempo que tomaba más. Esa imperiosa necesidad de Glenna podía llevarlo hacia las profundidades, a un lugar donde jamás había estado. Y sabía que, dondequiera que estuviera ese lugar, la llevaría con él.

Modeló la forma de la mujer con sus manos y se embebió en ella. Glenna volvió a buscar su boca, ávidamente. Él oyó el temblor de su aliento cuando ella retrocedió. La luz de las velas se derramó sobre su cuerpo cuando Glenna comenzó a desabrocharse la blusa.

Debajo llevaba algo blanco y adornado con encaje que parecía sostener sus pechos como una ofrenda. Vio más encaje blanco cuando ella deslizó los pantalones hacia abajo por sus caderas; un tentador triángulo calado muy bajo sobre el vientre y muy alto en la parte superior de los muslos.

—Las mujeres son las criaturas más sutiles —musitó él, y deslizó la mano hasta rozar el encaje con las yemas de los dedos. Cuando ella se estremeció, Hoyt sonrió—. Me gustan estas prendas. ¿Siempre las llevas debajo de las otras?

—No. Depende de mi estado de ánimo.

—Pues me gusta este estado de ánimo.

Él acarició con los pulgares el encaje que cubría sus pechos.

Glenna echó la cabeza hacia atrás.

—Oh, Dios.

—Eso te da placer. ¿Y esto?

Hoyt repitió la caricia sobre el encaje que ceñía la parte inferior de su vientre y vio cómo la excitación se extendía por el rostro de Glenna.

Tenía una piel suave, delicada y tersa, pero con músculos debajo. Fascinante.

—Sólo deja que te toque. Tu cuerpo es hermoso. Sólo quiero tocarte.

Glenna extendió las manos hacia atrás y se cogió con fuerza a los pilares de la cama.

—Puedes servirte.

Sus dedos recorrieron su cuerpo, haciendo que su piel se estremeciera. Luego presionaron levemente y Glenna gimió. Ella podía sentir cómo sus huesos se licuaban y sus músculos se debilitaban mientras él la exploraba. Se entregó totalmente a ello, al lento y enervante placer que era a la vez un triunfo y una rendición.

—Entonces, ¿éste es el broche?

Ella abrió los ojos mientras él jugaba con el cierre delantero de su sujetador. Pero cuando ella fue a abrirlo, él le apartó las manos.

—Ya me las ingeniaré para hacerlo sin ayuda. Ah, sí, ya está. —Cuando logró abrirlo, los pechos de ella quedaron libres en sus manos—. Ingenioso. Hermoso.

Hoyt inclinó la cabeza y probó la carne suave y cálida.

Quería saborearla; quería lanzarse.

—¿Y la otra parte? ¿Dónde está el broche?

Deslizó los dedos hacia abajo.

—Ahí no hay…

Casi sin aliento, clavó los dedos en los hombros de Hoyt mientras un leve grito escapaba de sus labios.

—Sí, mírame. Así. —Introdujo las manos por debajo de la breve tela calada—. Glenna Ward, que esta noche es mía.

Y ella se corrió allí mismo, su cuerpo estalló mientras sus ojos permanecían atrapados por los de Hoyt.

Su cabeza reposó flácida sobre su hombro al tiempo que se estremecía violentamente.

—Te quiero encima de mí, te quiero dentro de mí.

Glenna tiró de la camiseta que llevaba Hoyt y se la quitó por encima de la cabeza. Encontró músculo y carne con sus manos, con sus labios. Ahora el poder volvió a filtrarse en ella mientras lo atraía a la cama.

—Dentro de mí. Dentro de mí.

Su boca se apretó con fuerza contra la de él, al tiempo que ella se le ofrecía con las caderas arqueadas. Hoyt luchó para quitarse el resto de la ropa, luchó para devorar más del cuerpo de Glenna mientras les envolvía una oleada de calor.

Cuando penetró en ella, el fuego bramó, y las llamas de las velas se elevaron como flechas.

La pasión y el poder les vapulearon, arrastrándolos a la locura. Sin embargo, ella se entrelazó alrededor de Hoyt y lo miró mientras las lágrimas nublaban sus ojos.

Una ráfaga de viento agitó su pelo, brillante como el fuego contra la cama. Hoyt sintió que la mujer se tensaba como un arco debajo de su cuerpo. Cuando el estallido lo alcanzó a él, sólo fue capaz de pronunciar su nombre: Glenna.

Ella se sentía encendida, como si el fuego que habían prendido entre los dos aún estuviese ardiendo. Le sorprendió no ver rayos de su luz dorada brotándoles de las puntas de los dedos.

En el hogar, los leños quemaban ahora lenta y silenciosamente; otro resplandor crepuscular. Pero el calor que había surgido del hogar, y de ellos, humedecía su piel. Su corazón aún latía desbocado.

La cabeza de Hoyt descansaba allí, sobre su corazón, y la mano de ella sobre su cabeza.

—Alguna vez…

Los labios de Hoyt rozaron ligeramente sus pechos.

—No.

Ella pasó los dedos por su pelo.

—Yo tampoco. Tal vez es porque ha sido la primera vez, o porque algo de lo que hemos hecho antes aún estaba dentro de nosotros.

«Juntos somos más fuertes». Sus propias palabras resonaron en su mente.

—¿Y ahora adónde vamos desde aquí?

Cuando él alzó la cabeza, ella meneó la suya.

—Es sólo una expresión —le explicó—. No tiene importancia. Tus magulladuras han desaparecido.

—Lo sé. Gracias.

—No sé si lo he hecho yo.

—Lo has hecho. Tocaste mi cara cuando nos unimos. —Cogió su mano y se la llevó a los labios—. Tienes magia en las manos, y en el corazón. Y tus ojos siguen preocupados.

—Sólo estoy cansada.

—¿Quieres que me marche ahora?

—No, no quiero. —¿Acaso no era ése el problema?—. Quiero que te quedes.

—Me quedo entonces. —Hoyt cambió de postura y la acercó a él, junto con las sábanas y la manta—. Tengo una pregunta.

—Hum.

—Tienes una marca aquí. —Le deslizó los dedos por la región lumbar—. Una estrella de cinco puntas. ¿En esta época se marca a las brujas de esta manera?

—No. Es un tatuaje… yo decidí hacérmelo. Quería llevar un símbolo de lo que soy, incluso cuando estaba desnuda.

—Ah. No quiero faltarle al respeto a tu propósito, o a tu símbolo, pero lo encuentro… tentador.

Glenna sonrió para sí.

—Bien. Entonces ha cumplido con su propósito secundario.

—Me siento completo otra vez —dijo él—. Me siento yo mismo otra vez.

—Yo también.

Pero cansada, pensó él. Podía percibirlo en su voz.

—Ahora dormiremos un rato.

Glenna alzó la cabeza de modo que sus ojos se encontraron.

—Dijiste que cuando me llevaras a la cama no me dejarías dormir.

—Sólo por esta vez.

Ella apoyó la cabeza sobre su hombro pero no cerró los ojos, a pesar de que él disminuyó la luz de las velas.

—Hoyt, no importa lo que pueda ocurrir, esto ha sido precioso.

—Para mí también. Y por primera vez, Glenna, no sólo creo que debemos ganar, sino que podemos hacerlo. Y lo creo porque estás conmigo.

Ahora ella cerró los ojos un momento con una leve punzada en el corazón. Él hablaba de guerra, pensó. Y ella había hablado de amor.

Glenna se despertó con la lluvia y el calor de Hoyt. Permaneció tendida en la cama, escuchando el sonido de las gotas, absorbiendo la sensación buena, natural de tener el cuerpo de un hombre junto al suyo.

Había tenido que reprenderse a sí misma durante la noche. Lo que sucedía con Hoyt era un regalo, uno que debía ser apreciado y atesorado. No tenía ningún sentido renegar de él porque no fuese suficiente.

¿Y qué bien podía hacerle preguntarse por qué había sucedido? ¿Preguntarse si lo que fuese que les estaba llevando hacia el campo de batalla los había unido, había encendido esa pasión, esa necesidad y, sí, amor, porque eran más fuertes de ese modo?

Era suficiente con sentir; ella siempre había creído en eso. Y ahora sólo dudaba porque sentía demasiado.

Era hora de volver a mostrarse práctica, de disfrutar de lo que tenía mientras lo tuviera. Y de hacer el trabajo que tenía por delante.

Se apartó suavemente de él y comenzó a bajar de la cama. La mano de Hoyt se cerró alrededor de su muñeca.

—Aún es temprano y está lloviendo. Ven, quédate un rato.

Ella lo miró por encima del hombro.

—¿Cómo sabes que es temprano? Aquí no hay ningún reloj. ¿Tienes un reloj de sol en la cabeza?

—No me serviría de mucho con la lluvia que está cayendo. Tu pelo es como el sol. Vuelve a la cama.

Él no parecía tan serio ahora, observó Glenna, no con sus ojos soñolientos y el rostro cubierto por una sombra de barba. Lo que parecía era comestible.

—Necesitas afeitarte.

Hoyt se pasó la mano por la cara y se notó la barba incipiente. Volvió a pasarse la mano y la barba desapareció.

—¿Así está mejor para ti, a stór?

Ella se acercó y pasó un dedo por su mejilla.

—Muy suave. Podrías llevar un corte de pelo decente también.

Él frunció el cejo y se pasó la mano por el pelo.

—¿Qué tiene de malo mi pelo?

—Es hermoso, pero no le vendría mal un poco de forma. Yo me puedo encargar de hacerlo.

—Creo que no.

—Oh, ¿es que no confías en mí?

—No con mi pelo.

Ella se echó a reír y se colocó a horcajadas encima de Hoyt.

—Me has confiado otras partes más sensibles de tu cuerpo.

—Ésa es una cuestión completamente diferente. —Sus manos le cubrieron los pechos—. ¿Cómo se llama esa prenda que llevabas anoche sobre tus encantadores pechos?

—Se llama sujetador y no cambies de conversación.

—Me siento más feliz hablando de tus pechos que de mi pelo.

—Estás muy alegre esta mañana.

—Me llenas de luz.

—Adulador. —Le cogió un mechón de pelo—. Snip, snip, y serás un hombre nuevo.

—Me parece que te gusta bastante el hombre que soy ahora.

Los labios de Glenna se curvaron al tiempo que levantaba las caderas y luego las bajaba para permitir que entrase en ella. Las velas, casi consumidas durante la noche, se avivaron súbitamente.

—Sólo recortarlo un poco —susurró ella, inclinándose para frotar sus labios con los de Hoyt—. Después.

Hoyt experimentó el considerable placer que era ducharse con una mujer y luego la fascinación de contemplarla mientras se vestía.

Glenna se untó la piel con varias cremas y se aplicó otras tantas en el rostro.

El sujetador, y lo que ella llamaba bragas, hoy eran azules. Como un huevo de petirrojo. Encima se puso unos pantalones bastos y la túnica corta y holgada que llamaba camiseta. Sobre ella había escritas unas palabras que decían ENTRANDO EN UN MUNDO FANTÁSTICO WICCA.[7]

Hoyt pensó que las prendas exteriores convertían lo que ella llevaba debajo en una especie de maravilloso secreto.

Se sintió relajado y muy satisfecho de sí mismo. Y también frustrado cuando ella le dijo que se sentase sobre la tapa del retrete. A continuación cogió unas tijeras y las abrió y cerró varias veces.

—¿Por qué un hombre con sentido común permitiría que una mujer se acercase a él con una herramienta como ésa?

—Un hechicero grande y duro como tú no debería temer que le cortasen un poco el pelo. Además, si no te gusta cómo te queda cuando haya terminado, siempre puedes volver a cambiarlo.

—¿Por qué a las mujeres siempre les gusta jugar con un hombre?

—Es nuestra naturaleza. Compláceme.

Hoyt suspiró y se sentó. Y se retorció.

—Quédate quieto y habré acabado antes de que te des cuenta. ¿Cómo supones que se las arregla Cian para acicalarse?

Hoyt alzó la vista tratando de ver lo que le estaba haciendo.

—No lo sé.

—No poder verse en el espejo debe de ser una faena. Y en cambio siempre está perfecto.

Ahora Hoyt la miró a los ojos.

—Te gusta, ¿verdad?

—Sois casi iguales, de modo que es obvio. Aunque Cian tiene esa pequeña hendidura en la barbilla y tú no.

—Donde le pellizcaron las hadas. Eso solía decir mi madre.

—Tu rostro es un poco más delgado y tienes las cejas más arqueadas. Pero los ojos, esta boca y estos pómulos… son los mismos.

Él vio cómo caían los mechones de su pelo sobre su regazo y el poderoso hechicero se estremeció.

—¿Qué haces, mujer, me estás dejando calvo?

—Tienes suerte de que me guste el pelo largo en un hombre. Al menos me gusta en ti. —Le dio un beso en la coronilla—. El tuyo es como seda negra, con una ligera ondulación. ¿Sabes?, en alguna culturas, cuando una mujer le corta el pelo a un hombre es un voto matrimonial.

La cabeza de Hoyt se irguió bruscamente, pero ella había anticipado la reacción y apartó las tijeras. Su risa, divertida y juguetona, resonó en las paredes del baño.

—Era una broma. Chico, sí que eres ingenuo. Ya casi está.

Glenna se sentó a horcajadas sobre sus piernas y acercó con ello los pechos a su rostro. Hoyt empezó a pensar que un corte de pelo no era algo tan duro después de todo.

—Me gustaba el tacto de una mujer.

—Sí, creo recordar eso de ti.

—No, lo que quiero decir es que me gustaba el tacto de una mujer cuando tenía una. Soy un hombre, y tengo necesidades como cualquier otro. Pero nunca ninguna ocupaba tanto mi mente como me sucede contigo.

Glenna dejó las tijeras y luego pasó los dedos a través de su pelo húmedo.

—Me gusta ocupar tu mente. Ya está, echa un vistazo.

Hoyt se levantó y se miró en el espejo. Tenía el pelo más corto pero no demasiado. Supuso que ahora caía de una forma más agradable, aunque a él le había parecido que ya estaba bien antes de que ella cogiese las tijeras.

No obstante, a Glenna le gustaba, y no le había esquilado como si fuese una oveja.

—Está bastante bien, gracias.

—De nada.

Él acabó de vestirse y, cuando ambos bajaron, encontraron a todos en la cocina, excepto a Cian.

Larkin estaba engullendo una generosa ración de huevos revueltos.

—Buenos días —dijo—. Este hombre tiene manos de mago con los huevos.

—Y mi turno en la cocina ha terminado —anunció King—. De modo que si queréis desayunar, deberéis hacerlo sin mi ayuda.

—Eso es algo de lo que quería hablar. —Glenna abrió la nevera—. Turnos. Cocinar, hacer la colada, tareas domésticas básicas. Deben repartirse entre todos.

—Yo estaré encantada de ayudar —dijo Moira—. Si me enseñas qué debo hacer y cómo hacerlo.

—Muy bien, observa y aprende. Esta mañana nos limitaremos a los huevos y el bacón.

Glenna puso manos a la obra mientras Moira observaba cada uno de sus movimientos.

—No me importaría comer un poco más, ya que estáis en ello —dijo Larkin.

Moira lo miró.

—Come igual que dos caballos —dijo.

—Hum. Necesitaremos ir renovando provisiones. —Ahora Glenna se dirigió a King—. Yo diría que eso recae en ti o en mí, ya que ninguno de estos tres sabe conducir. Además, tanto Moira como Larkin necesitan ropas apropiadas. Si me haces un plano, yo iré al pueblo.

—Hoy no hay sol —dijo Hoyt.

Glenna lo señaló.

—Tengo protección, y el día puede despejarse.

—La casa debe funcionar, tal como has dicho, de modo que puedes proponer esos planes, nosotros los seguiremos. Pero en cuanto a las otras cuestiones, también hay que seguir unas normas. Creo que nadie debe salir solo fuera de la casa para ir al pueblo. Y que nadie debe salir desarmado.

—Entonces, ¿debemos quedarnos aquí sitiados, inmovilizados por la lluvia? —Larkin apuñaló el aire con el tenedor—. ¿No es hora de que les demostremos que no vamos a permitir que sean ellos los que fijen los términos?

—Larkin tiene razón —convino Glenna—. Prudentes pero no cobardes.

—Y además en el establo hay un caballo —añadió Moira—. Necesita que lo atiendan.

El hecho era que Hoyt pensaba encargarse de ello mientras los demás estaban ocupados haciendo otras cosas. Ahora se preguntó si lo que se había dicho a sí mismo, que era responsabilidad y liderazgo, no sería en realidad sólo otra falta de confianza.

—Larkin y yo nos encargaremos del caballo. —Se sentó cuando Glenna dispuso los platos sobre la mesa—. Glenna necesita hierbas y yo también, de modo que iremos a buscarlas. Con prudencia —repitió.

Y comenzó a planear cómo hacerlo mientras comía.

Hoyt se sujetó una espada en el cinturón. La lluvia era ahora una fina llovizna, la clase de precipitación que sabía que podía seguir cayendo durante días. Glenna y él podían conseguir que saliese un sol tan brillante que dejase el cielo sin una nube, pero la tierra también necesitaba lluvia.

Larkin y Hoyt salieron juntos, separándose a derecha e izquierda, espalda contra espalda para examinar el terreno.

—Deben de tener una vigilancia muy pobre si con este tiempo se quedan sentados esperando —observó Larkin.

—Sea como sea, permaneceremos juntos.

Cruzaron el terreno, buscando sombras y movimientos. Pero no encontraron nada más que lluvia y el olor de las flores y la hierba mojadas.

Cuando llegaron al establo, el trabajo fue una simple rutina para ellos. Quitar el estiércol, colocar paja fresca, grano y atender al caballo. Era reconfortante estar cerca de aquel animal, pensó Hoyt.

Larkin entonaba una alegre melodía mientras trabajaba.

—Tengo una yegua zaina en casa —le dijo a Hoyt—. Es una belleza. Al parecer no se pueden traer caballos a través del Baile de los Dioses.

—A mí también me dijeron que debía dejar mi yegua. ¿Es verdad lo que dice la leyenda? ¿Que la espada y la piedra deciden quién reina en Geall? ¿Como en la leyenda de Arturo?

—Sí, es verdad, y algunos dicen que esta última está inspirada en la nuestra. —Mientras hablaba, Larkin llenó el abrevadero de agua limpia—. Después de la muerte de un rey o de una reina, un mago vuelve a colocar la espada en la piedra. El día después del funeral, llegan los herederos, uno por uno, y tratan de sacarla de allí. Sólo uno lo conseguirá y ése será quien reine en Geall. La espada es conservada en el gran salón, para que todos puedan verla, hasta que el rey muere. Y de nuevo se repite el ritual, generación tras generación.

Se enjugó el sudor de la frente.

—Moira no tiene hermanos ni hermanas. Ella es la que debe gobernar.

Hoyt, intrigado, dejó de trabajar un momento para mirar a Larkin.

—Y si ella no consigue sacar la espada de la piedra, ¿la responsabilidad recaerá sobre ti?

—¡Véame libre de eso! —exclamó Larkin con sentimiento—. No tengo ningún deseo de gobernar. Es un maldito fastidio, si quieres saberlo. Bueno, ya está listo, ¿no crees? —Cepilló el costado del caballo—. Eres un diablo muy guapo, ésa es la verdad. Necesita ejercicio. Uno de nosotros debería sacarle a dar un paseo.

—Hoy no, pero tienes razón. Necesita correr. Aun así, el caballo es de Cian, de modo que es él quien debe decidirlo.

Se acercaron a la puerta del establo y, como habían hecho antes, salieron juntos.

—Por allí —indicó Hoyt— había un jardín de hierbas aromáticas y quizá aún exista. Todavía no he recorrido esa parte del terreno.

—Moira y yo lo hemos hecho. No hemos visto ningún jardín.

—Echaremos un vistazo de todos modos.

Saltó desde el techo del establo tan rápidamente que Hoyt no tuvo tiempo ni de sacar la espada. Por suerte, la flecha lo alcanzó en el corazón mientras aún estaba en el aire.

Sus cenizas volaron el viento mientras un segundo saltaba a su vez. Una segunda flecha dio en el blanco.

—¡Podrías dejar uno para los demás! —le gritó Larkin a Moira.

Ella estaba de pie, en la puerta de la cocina, y tenía ya una tercera flecha preparada en el arco.

—Entonces puedes encargarte del que llega por la izquierda.

—Para mí —le gritó Larkin a Hoyt.

Lo doblaba en tamaño y Hoyt intentó protestar, pero Larkin ya estaba atacando. Las hojas de acero chocaron y resonaron. Por dos veces vio que aquella cosa retrocedía cuando la cruz que Larkin llevaba al cuello brillaba ante él. Pero tenía una espada muy larga.

Cuando Hoyt vio que Larkin resbalaba en la hierba mojada, se lanzó hacia adelante. Volteó la espada hacia el cuello de la criatura… y encontró aire.

Larkin se levantó de un salto y le clavó limpiamente la estaca en el pecho.

—Sólo estaba tratando de que perdiese el equilibrio.

—Muy bien hecho.

—Puede haber más.

—Es posible —convino Hoyt—. Pero haremos lo que hemos venido a hacer.

—Yo protegeré tu espalda y tú la mía. Dios sabe que Moira nos protege a los dos. Esto le hacía daño —añadió, tocando la cruz de plata—. En cualquier caso le causaba problemas.

—Pueden matarnos, pero no podrán convertirnos mientras llevemos las cruces.

—Entonces yo diría que habéis hecho un buen trabajo.