18

Cuando entró en la habitación, Hoyt esperaba encontrarla en la cama. Había esperado que ella estuviese durmiendo, de modo que él pudiese trabajar en sus heridas.

Pero Glenna estaba junto a la ventana, en la oscuridad.

—No enciendas la luz —dijo sin volverse—. Cian tenía razón, hay aún más de ellos ahí fuera. Si prestas atención puedes sentirlos. Se mueven como sombras, pero hay movimiento… más bien una sensación de movimiento. Pronto se marcharán, creo. Al agujero donde permanecen enterrados durante el día.

—Deberías descansar.

—Sé que lo dices porque estás preocupado por mí y porque ahora estoy lo bastante calmada como para no cortarte la cabeza por ello. Sé que mi actuación no ha sido muy buena allí arriba. Y realmente no me importa.

—Estás cansada, lo mismo que yo. Quiero lavarme y quiero dormir.

—Bien. Tienes tu propia habitación. Y lo que has hecho ha sido inapropiado —continuó Glenna antes de que él pudiese contestar. Ahora se volvió. Su rostro parecía muy pálido en la oscuridad, blanco contra la bata oscura que llevaba puesta—. No estoy tan tranquila como creía. No tenías ningún derecho, ningún derecho, a colocarte delante de mí cuando entraron los vampiros.

—Tengo todo el derecho del mundo. El amor me da ese derecho. E incluso sin ello, si un hombre no protege a una mujer del peligro…

—No sigas hablando. —Ella alzó la mano con la palma hacia afuera, como si quisiera bloquear sus palabras—. Ésta no es una cuestión de hombres y mujeres. Se trata de seres humanos. Los segundos que empleaste en pensar en mí, en preocuparte por mí podrían haberte costado la vida. Y no podemos desperdiciarla, ninguno de los dos. Ninguno de nosotros. Si no confías en que puedo defenderme a mí misma, que todos nosotros podemos, no estamos yendo a ninguna parte.

El hecho de que sus palabras tuvieran sentido no importaba en absoluto en lo que a él concernía. Aún podía ver cómo aquel monstruo saltaba sobre ella.

—¿Y dónde estarías en este momento si yo no hubiese destruido a esa criatura?

—Eso es diferente. Ésa es una cuestión diferente.

Ahora Glenna se acercó a él, de modo que Hoyt pudo oler su perfume, las lociones que se ponía en la piel. Tan absolutamente femenino.

—Esto es una tontería y una pérdida de tiempo.

—Esto no es ninguna tontería para mí, de modo que escúchame bien. Luchar codo con codo con tus compañeros y protegerles es una cosa, algo realmente vital. Todos tenemos que ser capaces de contar con el otro. Pero apartarme de una batalla es completamente diferente. Tienes que entender y aceptar la diferencia.

—¿Cómo podría hacerlo cuando se trata de ti, Glenna? Si te perdiera…

—Hoyt. —Ella lo cogió de ambos brazos con fuerza, una especie de impaciente consuelo—. Cualquiera de nosotros o todos podemos morir en esta guerra. Estoy luchando para entenderlo y aceptarlo. Pero si tú mueres, no quiero vivir el resto de mi vida con la responsabilidad de saber que ha sido por mí. No lo haré.

Glenna se sentó en el borde de la cama.

—Esta noche he matado. Ya sé lo que se siente al acabar con algo. Usar mi poder para hacerlo, algo que jamás pensé que haría, que necesitaría hacer. —Levantó las manos para examinarlas—. Lo he hecho para salvar a otro ser humano y aun así todavía me pesa. Sé que si lo hubiese hecho valiéndome de una espada o de una estaca lo aceptaría más fácilmente. Pero he utilizado la magia para destruir.

Glenna alzó el rostro hacia él y en sus ojos había un enorme pesar.

—Este don siempre fue tan luminoso y ahora en él hay oscuridad. Tengo que entender y aceptar eso también. Y tienes que dejar que lo haga.

—Yo acepto tu poder, Glenna, y todo lo que puedes y quieres hacer con ese poder. Y creo que todos nosotros estaríamos mejor asistidos por ese poder si trabajases solamente con los conjuros.

—¿Y dejaros a vosotros el trabajo sangriento? ¿Lejos de la línea del frente, a salvo del peligro, revolviendo mi caldero?

—Esta noche he estado a punto de perderte dos veces. De modo que harás lo que te digo.

A Glenna le llevó un momento encontrar su voz.

—Bueno, eso jamás. Esta noche me he enfrentado dos veces a la muerte y he conseguido sobrevivir.

—Mañana seguiremos hablando de esto.

—Oh, no, oh, no, no lo haremos.

Glenna agitó la mano y la puerta del baño se cerró con estrépito un segundo antes de que Hoyt llegase a ella.

Se volvió al borde de su paciencia.

—No me lances tu poder encima.

—Y tú no me lances tu virilidad. Y además eso de la puerta no me ha salido como yo pretendía. —Respiró profundamente porque sentía que la risa le tintineaba en el fondo de la garganta junto con su enfado—. Hoyt, yo no haré lo que tú me ordenes, y espero que intentes entenderlo. Estás asustado por mí, y lo entiendo, porque yo también estaba asustada por mí. Y por ti, por todos nosotros. Pero tenemos que superarlo.

—¿Cómo? —preguntó él—. ¿Cómo se hace eso? Este amor es nuevo para mí, esta necesidad y este terror que lo acompañan. Cuando fuimos convocados para este trabajo, pensé que sería lo más difícil que había hecho nunca en la vida, pero estaba equivocado. Amarte es más difícil aún, amarte y saber que podría perderte.

Durante toda su vida, pensó Glenna, había esperado que alguien la amase de ese modo. ¿Qué ser humano no lo esperaba?

—Yo no sabía que pudiese sentir algo así por nadie —replicó ella—. Esta sensación también es nueva para mí, difícil, alarmante y nueva. Y me gustaría poder decir que no me perderás. Me gustaría poder decirlo. Pero sé que cuanto más fuerte sea, más posibilidades tengo de seguir viva. Cuanto más fuertes seamos todos nosotros, más probabilidades tenemos de sobrevivir. De ganar.

Glenna se levantó de la cama.

—Esta noche he visto a King, un hombre al que había llegado a apreciar. He visto lo que habían hecho con él. Esa cosa en la que lo habían convertido quería mi sangre, mi muerte; se habría recreado en ella. Ver eso, saber eso, duele más allá de lo concebible. Era un amigo. Se había convertido rápidamente en nuestro amigo.

Su voz temblaba, de modo que tuvo que darse la vuelta y regresar a la ventana y la oscuridad.

—Había una parte de mí —prosiguió—, incluso mientras luchaba contra él para salvarme, que veía lo que él había sido, el hombre que había cocinado conmigo, que se había sentado a mi lado y que se había reído conmigo. No podía usar mis poderes contra él, no podía sacarlos de dentro de mí para hacerlo. Si Cian no hubiese… —Ahora se volvió, erguida y pálida—. No volveré a ser débil. No volveré a dudar una segunda vez. Tienes que confiar en que lo haré.

—Tú me gritaste entonces que huyese. ¿Dirías que eso no fue ponerte delante de mí en la batalla?

Glenna abrió la boca para decir algo y volvió a cerrarla. Se aclaró la garganta.

—En ese momento creí que era lo que debía hacer. Está bien, está bien, mensaje recibido y aceptado. Ambos trabajaremos en ello. Y tengo algunas ideas acerca del armamento que podrían resultarnos útiles. Pero antes de que acabemos con esto y nos vayamos a la cama, quiero que aclaremos otro punto.

—No me sorprende en absoluto.

—Que te pelees con tu hermano por mí no es algo que aprecie o considere halagador.

—No se trataba solamente de ti.

—Lo sé. Pero yo fui el catalizador. Y también hablaré con Moira sobre este asunto. Su idea de apartar la atención de Cian de nosotros lo desencadenó todo.

—Fue una locura por parte de mi hermano hacer que esas cosas entrasen en la casa. Su propio temperamento y su arrogancia podrían habernos costado varias vidas.

—No. —Ella habló con tono tranquilo y con absoluta convicción—. Estuvo muy acertado al hacerlo.

Hoyt la miró azorado.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes defenderle?

—Cian nos ha dado una lección grande y luminosa, algo que no seremos capaces de olvidar. No siempre sabremos cuándo aparecerán esas cosas, por lo que tenemos que estar preparados para matar o morir cada minuto, cada día. Y realmente no lo estábamos. Incluso después del episodio de King, no lo estábamos. Si hubiese habido más de esos monstruos, si las fuerzas hubiesen estado más equilibradas, podría haber sido una historia completamente diferente.

—Cian se quedó a un lado, no hizo nada.

—Sí lo hizo. Otra cuestión. Cian es el más fuerte de nosotros y el más listo en estas circunstancias. De nosotros depende que trabajemos para reducir esa diferencia. Tengo algunas ideas, al menos para nosotros dos. —Glenna se acercó a él, se puso de puntillas para rozar su mejilla con los labios—. Adelante, ve a lavarte. Quiero dejar este asunto para mañana. Quiero dormir contigo.

Esa noche soñó con la diosa, soñó que caminaba a través de un mundo de jardines, donde los pájaros eran tan brillantes como las flores, y las flores parecían diamantes.

Desde un alto acantilado negro, el agua del color del zafiro líquido se precipitaba sobre un estanque transparente como el cristal donde nadaban peces dorados y rojos.

El aire era cálido y estaba preñado de fragancias.

Más allá de los jardines se extendía una playa plateada donde el agua turquesa lamía suavemente la orilla como un amante. Había niños que construían castillos de arena o jugaban entre la espuma de las olas. Sus risas eran transportadas por el aire como el canto de los pájaros.

De la playa se elevaban escaleras de un blanco intenso con diamantes rojos a los costados. En lo alto había casas pintadas de color pastel, bordeadas por más flores, con árboles cubiertos de brotes.

Ella podía escuchar la música que llegaba desde la elevada colina, las arpas y flautas que cantaban de alegría.

—¿Dónde estamos?

—Hay muchos mundos —le dijo Morrigan mientras caminaban—. Éste es sólo uno de ellos. Pensé que debías ver que luchas por algo más que el tuyo, o el de él, o el mundo de tus amigos.

—Es hermoso. Parece… feliz.

—Algunos mundos lo son, otros no. Algunos exigen una vida dura, llena de dolor y esfuerzo. Pero sigue siendo la vida. Este mundo es viejo —prosiguió la diosa, y sus ropas se agitaron cuando abrió los brazos—. Esta belleza, esta paz, se han ganado a través del dolor y el esfuerzo.

—Podrías detener lo que se aproxima. Detener a Lilith.

Morrigan se volvió hacia Glenna con su pelo brillante ondeando al viento.

—He hecho lo que he podido para detenerla. Te he escogido a ti.

—No es suficiente. Ya hemos perdido a uno de los nuestros. Era un buen hombre.

—Muchos lo son.

—¿Es así como actúa el destino? ¿Los sumos poderes? ¿De un modo tan frío?

—Los sumos poderes llevan la risa a esos niños, traen el sol y las flores. Amor y placeres. Y, sí, también dolor y muerte. Así es como debe ser.

—¿Por qué?

Morrigan se volvió hacia ella con una sonrisa en los labios.

—De lo contrario, todo significaría muy poco. Eres una muchacha dotada. Pero el don tiene un peso.

—He utilizado ese don para causar destrucción. Durante toda mi vida he creído, me han enseñado, he sabido que lo que tenía, lo que era, nunca podía hacer daño. Pero lo he utilizado para causarlo.

Morrigan acarició el pelo de Glenna.

—Éste es el peso y debes llevarlo. Te han encomendado que golpees al mal con él.

—Ya no volverá a ser lo mismo —dijo Glenna mirando hacia el mar.

—No, no será lo mismo. Y aún no estás preparada. Ninguno de vosotros lo está. Aún no sois una unidad.

—Hemos perdido a King.

—Él no está perdido. Sólo se ha trasladado a un mundo diferente.

—Nosotros no somos dioses, nosotros sufrimos por la pérdida de un amigo. Por la crueldad que ello significa.

—Habrá más muerte, más sufrimiento.

Glenna cerró los ojos. Era más duro, mucho más duro, hablar de la muerte cuando estaba contemplando semejante belleza.

—Hoy tenemos buenas noticias. Quiero regresar.

—Sí, deberías estar allí. Ella traerá sangre y otra clase de poder.

—¿Quién lo traerá? —El miedo hizo retroceder a Glenna—. ¿Lilith? ¿Viene?

—Mira hacia allí. —Morrigan señaló el oeste—. Cuando aparezca el rayo.

El cielo se puso negro y el rayo salió desde el cielo para alcanzar el corazón del mar.

Cuando Glenna gimió y se volvió en la cama, los brazos de Hoyt la envolvieron.

—Está oscuro.

—Pronto amanecerá.

Rozó su pelo con los labios.

—Se acerca una tormenta. Y Lilith viene con ella.

—¿Has tenido un sueño?

—Morrigan me llevó. —Glenna se apretó contra su cuerpo. Hoyt estaba caliente. Era real—. A un lugar hermoso. Perfecto y hermoso. Luego llegó la oscuridad y el rayo golpeó el agua. Pude oírles gruñendo en la oscuridad.

—Ahora estás aquí. A salvo.

—Ninguno de nosotros lo está. —Su boca se alzó y se unió a la de él con desesperación—. Hoyt.

Se colocó encima de él, bella y fragante. La piel blanca, perlada, contra las sombras. Cogió sus manos y las apretó contra sus pechos. Sintió que sus dedos se cerraban en torno a ellos.

Reales y cálidos.

Cuando sus latidos se aceleraron, las llamas de las velas comenzaron a titilar. En el hogar, el fuego se avivó.

—Hay poder en nosotros. —Se inclinó sobre él y sus labios recorrieron su rostro, su cuello—. Míralo. Siéntelo. Es lo que hemos conseguido juntos.

La vida era en lo único en que ella podía pensar. Allí estaba la vida, caliente y humana. Allí había un poder que podía rechazar los dedos helados de la muerte.

Glenna volvió a erguirse, haciendo que Hoyt entrase en ella, fuerte y profundo. Luego echó el cuerpo hacia atrás mientras la excitación la recorría como un río de vino.

Él la abrazó, atrayéndola de modo que sus labios llegaran a sus pechos, de modo que pudiese saborear los latidos de su corazón. La vida, pensó él también. Allí estaba la vida.

—Todo lo que soy. —Casi sin aliento, él se deleitó con ella—. Esto es más. Desde el primer momento, para siempre.

Ella cogió su rostro entre las manos y se miró en sus ojos.

—En cualquier mundo. En todos ellos.

Hoyt se derramó a través de ella, tan de prisa, tan caliente, que ella lanzó un grito.

El amanecer llegó en silencio mientras su pasión rugía.

—Es el fuego —le dijo Glenna.

Estaban en la torre, sentados delante de unas tazas de café y de unos bollos. Ella había atrancado la puerta y añadido un conjuro para asegurarse de que nada ni nadie pudiese entrar hasta que ella no hubiese acabado.

—Es excitante.

Hoyt aún tenía los ojos soñolientos y el cuerpo relajado.

El sexo, pensó Glenna, podía obrar milagros. Ella también se sentía estupendamente bien.

—El sexo en mitad de la noche, cuando estamos medio dormidos, está de acuerdo contigo, pero no estoy hablando de esa clase de fuego. O no exclusivamente. El fuego es una arma, una arma poderosa, contra la que estamos luchando.

—Tú mataste a una de esas criaturas anoche con él. —Hoyt se sirvió más café. Se dio cuenta de que estaba desarrollando una notable predilección por ese brebaje—. Eficaz, y rápido, pero también…

—Un tanto impredecible, es verdad. Si la mira está desviada o si uno de nosotros se encuentra demasiado cerca… o tropieza, o es empujado, en medio de la trayectoria, podría resultar extremadamente trágico. Pero… —Glenna hizo tamborilear los dedos contra la taza—. Aprendamos a controlarlo, a canalizarlo. Eso es lo que hacemos después de todo. Practicar, practicar. Y más aún, podemos utilizarlo para mejorar las otras armas. Como hiciste tú anoche, con el fuego en la espada.

—¿Perdón?

—El fuego que apareció en tu espada cuando te enfrentaste a Cian. —Ella enarcó las cejas al ver la expresión desconcertada de Hoyt—. No lo llamaste, simplemente vino. Pasión… ira, en ese caso. Pasión, cuando estamos haciendo el amor. Anoche una llama recorrió la hoja de tu espada por un instante, convirtiéndola en una espada flamígera.

Glenna se levantó de la mesa y comenzó a pasearse por la habitación.

—No henos sido capaces de hacer nada para crear una zona de protección alrededor de la casa.

—Aún debemos encontrar la manera de hacerlo.

—No será fácil, ya que tenemos a un vampiro viviendo en la casa. No podemos crear un conjuro para repeler a los vampiros sin repeler también a Cian. Pero sí, con el tiempo, si tenemos ese tiempo, podremos encontrar la manera de conseguirlo. Mientras tanto, el fuego no sólo es eficaz sino que es hermosamente simbólico. Y puedes apostar tu magnífico culo a que haré que nuestros enemigos teman a los dioses.

—El fuego requiere una gran concentración. Y eso es un poco difícil cuando estás luchando por tu vida.

—Trabajaremos juntos en ello hasta que no sea tan difícil. Tu querías que yo trabajase más con la magia y, en este caso, estoy deseando hacerlo. Es hora de que nos proveamos de un arsenal importante.

Glenna volvió a sentarse a la mesa.

—Cuando llegue el momento de llevar esta guerra a Geall, iremos bien pertrechados.

Glenna dedicó el día a ese cometido, con Hoyt y sin él. Se enterró en sus propios libros y en los que había cogido de la biblioteca de Cian.

Cuando el sol se ocultó, encendió velas para trabajar con luz e ignoró los golpes de Cian en la puerta. Hizo oídos sordos a sus insultos y sus gritos de que ya era la jodida hora de entrenar.

Ella estaba entrenando.

Y saldría de la habitación cuando estuviese completamente preparada.

La mujer era joven y fresca. Y estaba muy, muy sola.

Lora vigilaba desde las sombras, encantada con su suerte. Y pensar que se había sentido molesta cuando Lilith la había enviado en compañía de un trío de soldados de infantería a una simple misión de exploración. Ella habría querido atacar uno de los pubs de las afueras, divertirse un rato, darse un festín. ¿Cuánto tiempo esperaba Lilith que permanecieran en las cuevas, ocultos, cayendo sobre algún turista ocasional?

La mayor diversión que había tenido en semanas había sido machacar a aquella bruja, y llevarse al hombre negro ante las mismas narices de aquella aburrida brigada sagrada.

Deseó que hubiesen establecido su base de operaciones en cualquier parte menos en aquel horrible lugar. En París o Praga. En un lugar donde hubiese tanta gente que ella pudiese arrancarlas como si fuesen ciruelas de un árbol. Un lugar lleno de sonidos y latidos, y del olor de la carne.

Juraría que en aquel estúpido país había más vacas y ovejas que personas.

Era aburrido.

Pero ahora se había presentado una interesante posibilidad.

Tan guapa. Tan desafortunada.

Sería una buena candidata para una transformación, y también un rápido tentempié. Sería divertido tener una nueva compañera, especialmente una mujer. Una a la que pudiese entrenar y con la que pudiese jugar.

Un juguete nuevo, decidió, para combatir su aburrimiento infinito; al menos hasta que comenzara la verdadera diversión.

¿Adónde, se preguntó, habría ido aquella preciosidad en su pequeño coche después del anochecer? Había sido una auténtica mala suerte que tuviese un pinchazo en aquella tranquila carretera rural.

Un bonito abrigo, también, pensó Lora mientras observaba cómo la mujer sacaba del maletero el gato y el neumático de recambio. Ambas eran casi de la misma talla, y Lora podría tener tanto el abrigo como lo que había debajo del mismo.

Toda aquella sangre maravillosa y cálida.

—Traédmela.

Hizo una seña a los tres vampiros que la acompañaban.

—Lilith dijo que no debíamos alimentarnos hasta que…

Ella se volvió con los colmillos brillando a la luz de la luna y los ojos rojos, y el vampiro que una vez había sido un hombre de ciento veinte kilos de músculo cuando estaba vivo retrocedió rápidamente.

—¿Me estás cuestionando?

—No.

Ella, después de todo, estaba allí… y él podía oler su hambre. Lilith no.

—Traédmela —repitió Lora, golpeándole el pecho con el dedo y luego sacudiendo ese dedo burlonamente ante sus narices—. Y nada de probarla. La quiero viva. Ya es hora de que tenga una nueva compañera de juegos. —Sus labios se movieron sobre los colmillos haciendo pucheros—. Y tratad de no estropear el abrigo. Me gusta.

Los tres salieron de entre las sombras en dirección a la carretera, tres hombres que habían sido normales y corrientes en vida.

Ellos olían a un humano. Y a una mujer.

Su hambre, siempre insatisfecha, se despertó… y solamente el miedo a las represalias de Lora impidió que atacasen como una manada de lobos.

La mujer alzó la vista cuando se acercaron al coche. Sonrió amistosamente mientras se ponía de pie junto a la rueda trasera y se pasaba la mano por el pelo oscuro y corto, dejando expuestos el cuello y la garganta bajo la escasa luz.

—Esperaba que alguien viniera a ayudarme.

—Pues debe de ser su noche de suerte —dijo con una sonrisa el vampiro al que Lora había advertido.

—Yo diría que sí. De noche y en una carretera desierta como ésta en medio de ninguna parte. ¡Vaya! Es para alarmarse un poco.

—Y aún puede ponerse peor.

Los tres se desplegaron formando un triángulo para acorralarla con el coche a su espalda. Ella retrocedió un paso abriendo mucho los ojos, y los tres emitieron un leve gruñido.

—Oh, Dios. ¿Vais a hacerme daño? No tengo mucho dinero, pero…

—No es dinero lo que buscamos, pero también nos lo llevaremos.

Ella aún tenía en la mano el aflojador de tuercas y, cuando lo levantó, el que estaba más cerca de ella se echó a reír.

—Atrás. No os acerquéis a mí.

—El metal no es un gran problema para nosotros.

El vampiro se abalanzó sobre ella con la manos extendidas hacia su cuello. Y al instante explotó en una nube de polvo.

—No, pero el extremo afilado de esto sí lo es.

La mujer sacudió ligeramente la estaca que había mantenido oculta a la espalda.

Se lanzó hacia adelante y apartó a otro de ellos asestándole una violenta patada en el estómago, bloqueando un golpe con el antebrazo y luego clavándole la estaca. Dejó que el último viniese a por ella, permitió que el impulso de su furia y su hambre lo lanzaran hacia adelante. Hizo girar el aflojador de tuercas y le asestó un golpe en pleno rostro. Cayó encima de él cuando aterrizó en el pavimento.

—Parece que, después de todo, el metal sí es un problema para vosotros —dijo—. Pero acabaremos ahora con ello.

Le clavó la estaca en el corazón y se levantó. Se quitó el polvo del abrigo.

—Jodidos vampiros.

Echó a andar de regreso al coche, luego se detuvo y alzó la cabeza como un perro que olfatea el aire.

Abrió las piernas y aferró con fuerza la estaca y el aflojador de tuercas.

—¿No quieres salir y jugar un rato? —gritó—. Puedo olerte. Esos tres no me han dado trabajo y estoy acelerada.

El olor comenzó a disiparse. Un momento después, el aire volvía a estar limpio. La mujer se quedó vigilando y esperando, luego se encogió de hombros y guardó la estaca en la vaina que llevaba en el cinturón. Cuando terminó de cambiar el neumático, alzó la vista hacia el cielo.

Las nubes habían ocultado la luna y, en el oeste, se oyeron los primeros truenos.

—Se acerca una tormenta —musitó.

En la sala de entrenamiento, Hoyt cayó pesadamente sobre su espalda. Sintió que se le sacudían todos los huesos del cuerpo. Larkin se abalanzó sobre él y luego apoyó la estaca roma sobre el corazón de Hoyt.

—Esta noche ya te he matado seis veces. No estás en forma.

Larkin maldijo por lo bajo al sentir el acero apoyado en su garganta.

Moira apartó la espada y luego se inclinó para mirarlo de arriba abajo y sonreír.

—Hoyt estaría convertido en polvo, eso seguro, pero tú estarías desangrándote sobre lo que quedase de él.

—Bueno, si vas a acercarte a un hombre por detrás…

—Ellos lo harán —le recordó Cian, ofreciéndole a Moira uno de sus raros gestos de aprobación—. Y más de uno. Matas a uno y sigues adelante. Jodidamente de prisa.

Colocó las manos sobre la cabeza de Moira y fingió que la retorcía.

—Ahora los tres estáis muertos porque habéis perdido demasiado tiempo hablando. Tenéis que hacer frente a múltiples adversarios, ya sea con una espada, una estaca o con las manos desnudas.

Hoyt se levantó y se sacudió el polvo.

—¿Por qué no nos haces una demostración?

Cian enarcó las cejas ante el irritante desafío.

—De acuerdo. Todos vosotros, atacadme. Intentaré no haceros más daño del necesario.

—Estás fanfarroneando. Y además estás perdiendo el tiempo hablando, ¿no crees?

Larkin se agazapó adoptando una postura de combate.

—En este caso no sería nada más que confirmar lo obvio. —Cogió la estaca de punta roma y se la lanzó a Moira—. Lo que tenéis que hacer es anticiparos a los movimientos de cada uno, y también a los míos. Luego… Veo que has decidido unirte a la fiesta.

—He estado trabajando en algo. He hecho algunos progresos. —Glenna tocó la empuñadura de la daga que llevaba sujeta a la cintura—. Necesitaba alejarme durante un rato de esto. ¿Cuál es el ejercicio que estáis practicando?

—Vamos a patearle el culo a Cian —le dijo Larkin.

—Oh. Yo también juego. ¿Armas?

—A tu elección. —Cian hizo un gesto hacia la daga—. Parece que ya tienes la tuya.

—No, no es para esto. —Se acercó a la mesa y eligió otra de las estacas con punta roma—. ¿Reglas?

Por toda respuesta, Cian lanzó un golpe y envió a Larkin tambaleándose hasta que cayó sobre uno de los cojines.

—Ganar. Ésa es la única regla.

Cuando Hoyt le atacó, Cian aprovechó el impulso del golpe para alzarlo en el aire. Luego se volvió y usó el cuerpo de Hoyt para golpear a Moira, derribándolos a ambos.

—Hay que anticiparse al enemigo —repitió y lanzó una patada casi con indiferencia para enviar a Larkin por el aire.

Glenna cogió una cruz y la alzó delante de ella al tiempo que avanzaba.

—Ah, eres muy lista. —Los ojos de Cian se pusieron rojos en los bordes. Fuera de la casa se oyeron los primeros truenos—. Escudos y armas ponen al enemigo en retirada. Excepto… —Golpeó el antebrazo de Glenna con el suyo e hizo saltar la cruz de su mano. Pero cuando se dio la vuelta para quitarle la estaca, Glenna se agachó, pasando por debajo de él.

»Ha sido un movimiento muy inteligente. —Cian asintió aprobando la acción de Glenna y, por un momento, su rostro quedó iluminado por la luz de un relámpago contra el cristal—. Ella utiliza su cabeza, sus instintos, al menos cuando las apuestas son muy bajas —añadió, echándose a reír.

Ahora todos lo rodearon, un movimiento que Cian consideró como un progreso en su estrategia. No eran un equipo, aún no eran una máquina aceitada, pero era un paso.

Mientras se acercaban, pudo ver la necesidad de atacar en los ojos de Larkin.

Cian eligió lo que él consideraba el eslabón más débil, giró sobre sí mismo y usando sólo una mano levantó a Moira del suelo. Cuando la empujó, Larkin se movió instintivamente para cogerla. Lo único que Cian tuvo que hacer fue darle a Larkin una patada y mandarlos a ambos al suelo en una confusión de brazos y piernas.

Luego se volvió para bloquear el golpe lanzado por su hermano y cogió a Hoyt por la camisa. El violento empujón mandó a Hoyt trastabillando hacia atrás, dándole a Cian el tiempo que necesitaba para quitarle la estaca a Glenna.

La sujetó de espaldas contra él y le rodeó el cuello con el brazo.

—¿Y ahora qué? —preguntó al resto de ellos—. Tengo a vuestra chica. ¿Os retiráis y me la dejáis a mí? ¿Me atacáis y os arriesgáis a que la parta por la mitad? Es un dilema.

—¿O dejan que yo cuide de mí misma?

Glenna cogió la cadena de su cuello e hizo girar la cruz hacia el rostro de Cian.

Éste la soltó inmediatamente y se elevó hasta el techo. Permaneció colgado allí un instante antes de caer suavemente sobre sus pies.

—No está mal. Pero sin embargo, los cuatro aún tenéis que derribarme. Y si tuviese que…

Se produjo un estallido de luz cuando su mano, a la velocidad del rayo, detuvo la estaca a escasos centímetros de su corazón. El extremo estaba afilado con una punta mortal.

—Nosotros a esto lo llamaríamos hacer trampas —dijo Cian suavemente.

—Apartaos de él.

Todos se volvieron hacia la mujer que había entrado por las puertas de la terraza mientras otro rayo desgarraba el cielo detrás de ella. Llevaba un abrigo de cuero negro hasta las rodillas, el pelo oscuro y corto, y tenía una frente ancha y unos enormes ojos de un azul intenso.

Dejó caer al suelo el gran saco que llevaba y, con otra estaca en una mano y un cuchillo de doble filo en la otra, se acercó al círculo de luz.

—¿Quién demonios eres tú? —preguntó Larkin.

—Murphy. Blair Murphy. Y esta noche os salvaré la vida. ¿Cómo coño habéis dejado que una de esas cosas entrase en la casa?

—Da la casualidad de que es mía —respondió Cian—. Ésta es mi casa.

—Genial. Tus herederos muy pronto lo estarán celebrando. He dicho que os apartéis de él —dijo ella mientras Hoyt y Larkin se colocaban delante de Cian.

—Yo sería su heredero, puesto que él es mi hermano.

—Es uno de nosotros —añadió Larkin.

—No. En realidad no lo es.

—Pero sí lo es. —Moira alzó las manos para mostrar que estaban vacías y se acercó lentamente a la intrusa—. No podemos permitir que le hagas daño.

—Cuando he entrado me ha dado la impresión de que estabais haciendo un trabajo muy pobre tratando de herirle.

—Estábamos practicando. Él ha sido elegido para que nos ayude.

—¿Un vampiro ayudando a los humanos? —Sus grandes ojos azules se entrecerraron con un gesto de interés y lo que podría haber sido una muestra de humor—. Bueno, siempre se aprende algo nuevo.

Blair bajó lentamente la estaca.

Cian dejó a un lado sus escudos.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has llegado?

—¿Cómo? Aer Lingus. ¿Qué? Matar a todos los que pueda de tu especie. La presente compañía temporalmente excluida.

—¿Cómo conoces a los de su especie? —preguntó Larkin.

—Es una larga historia. —Hizo una pausa para examinar la habitación y enarcó las cejas con una expresión pensativa al ver la provisión de armas—. Un buen escondite. Hay algo en el hacha de batalla que me calienta el corazón.

—Morrigan. Morrigan dijo que ella llegaría con el rayo. —Glenna tocó el brazo de Hoyt y luego se acercó a Blair—. Morrigan te ha enviado.

—Ella dijo que habría cinco de vosotros. Pero no mencionó a ningún vampiro en el equipo. —Un momento después envainó el cuchillo y se aseguró la estaca en el cinturón—. Pero ella es una diosa para vosotros. Le tocaba mostrarse críptica. Escuchad, he tenido un viaje muy largo. —Cogió su saco y se lo colgó del hombro—. ¿Tenéis algo de comer por aquí?