3
Lilith. Ese nombre le traía a Cian destellos de recuerdos de centenares de vidas pasadas. Todavía era capaz de verla, de olerla, de sentir la súbita y horrenda excitación experimentada en el momento en que ella se había llevado su vida.
Aún era capaz de saborear su sangre y lo que ésta llevaba incorporado. El oscuro, oscuro don.
Su mundo había cambiado. Y se le había concedido el privilegio —o la maldición— de ver cómo cambiaban los sucesivos mundos a lo largo de innumerables décadas.
¿Acaso no había percibido que algo se acercaba? ¿Por qué otra razón había permanecido sentado, solo, en plena noche, esperando?
¿Qué horrible giro del destino había enviado a su hermano —o al hermano del hombre que él había sido una vez— a través del tiempo para que pronunciara su nombre?
—Bien, tienes toda mi atención.
—Debes regresar conmigo, prepararte para la batalla.
—¿Regresar? ¿Al siglo doce? —Cian se echó a reír mientras se reclinaba en su sillón—. Te aseguro que nada podría tentarme a hacer eso. Me gustan mucho las comodidades de esta época. Aquí el agua brota caliente, Hoyt, y también las mujeres. No tengo ningún interés en vuestras políticas y vuestras guerras y, por supuesto, tampoco en vuestros dioses.
—La batalla se librará contigo o sin ti, Cian.
—Sin mí suena perfectamente bien.
—Nunca has dado la espalda a una batalla, nunca te escondiste ante una pelea.
—«Esconderse» no sería el término que yo emplearía —replicó Cian—. Y los tiempos cambian, créeme.
—Si Lilith te derrota, todos vosotros estaréis perdidos para siempre. La humanidad desaparecerá.
Cian ladeó la cabeza.
—Yo no soy humano.
—¿Es ésa tu respuesta? —Hoyt avanzó unos pasos—. ¿Te quedarás sentado sin hacer nada mientras ella lo destruye todo? ¿Te quedarás al margen mientras les hace a otras personas lo mismo que te hizo a ti? ¿Mientras mata a tu madre y a tus hermanas? ¿Te quedarás ahí, de brazos cruzados, mientras convierte a Nola en lo que tú eres?
—Todos ellos están muertos. Llevan muertos mucho tiempo. Son polvo.
¿Acaso no había visto él sus tumbas? No se había resistido a regresar y detenerse ante sus lápidas, y las lápidas de aquellos que habían vivido después que ellos.
—¿Es que has olvidado todo lo que te enseñaron? —preguntó Hoyt interrumpiendo los pensamientos de su hermano—. Los tiempos cambian, has dicho. Sin embargo es algo más que cambio. ¿Podría estar ahora aquí si el tiempo fuese sólido? El destino de ellos no está sellado, y el tuyo tampoco. En estos mismos momentos nuestro padre está muriendo y, sin embargo, lo dejé. Nunca volveré a verle con vida.
Cian se levantó lentamente.
—No tienes idea de lo que ella es, de lo que es capaz. Tenía ya cientos de años cuando me tomó. ¿Acaso piensas detenerla con espadas y rayos? Eres más estúpido de lo que recordaba.
—Pienso detenerla contigo. Ayúdame. Si no lo haces por la humanidad, hazlo al menos por ti. ¿O acaso te unirás a ella? Si dentro de ti no queda nada de aquel que fue mi hermano, entonces acabemos esto entre nosotros ahora mismo y de una vez por todas.
Hoyt sacó su espada.
Durante un largo momento, Cian estudió la hoja, consideró la pistola que sostenía en la mano y luego volvió a guardarla en el bolsillo.
—Aparta esa espada. Por Dios, Hoyt, si no eras capaz de vencerme cuando estaba vivo.
El desafío, y la pura irritación, brillaron en los ojos de Hoyt.
—No lo hiciste muy bien la última vez que luchamos.
—Eso es verdad. Me llevó varias semanas recuperarme. Ocultándome en cuevas durante el día, medio muerto de hambre. Entonces la busqué a ella, a Lilith, quien me engendró. La busqué durante la noche, mientras me esforzaba para cazar suficientes presas como para alimentarme. Sin embargo, me abandonó. De modo que tengo una deuda pendiente con ella. Aparta ya esa maldita espada.
Cuando Hoyt dudó, Cian sólo tuvo que dar un pequeño salto. En un abrir y cerrar de ojos planeó por encima de la cabeza de Hoyt y aterrizó suavemente a su espalda. Un momento después, desarmó a su hermano con un casi imperceptible giro de muñeca.
Hoyt se volvió lentamente. La punta de la espada apuntaba a su garganta.
—Buen trabajo —dijo.
—Somos más rápidos y más fuertes. No tenemos una conciencia que pueda reprimirnos. Estamos obligados a matar, a alimentarnos. A sobrevivir.
—Entonces, ¿por qué no estoy muerto?
Cian se encogió de hombros.
—Digamos que por curiosidad, y también un poco por los viejos tiempos. —Lanzó la espada al otro lado de la habitación—. Bien, bebamos una copa.
Cian se dirigió a un pequeño armario y lo abrió. Con el rabillo del ojo, pudo ver cómo la espada volaba a través de la habitación hasta la mano de Hoyt.
—Eso ha estado muy bien —dijo con ligereza, y sacó una botella de vino—. No puedes matarme con acero, pero sí podrías, si fueses lo bastante afortunado, arrancar una parte de mí. No somos capaces de regenerar los miembros perdidos.
—Dejaré mis armas a un lado y tú haz lo mismo.
—Me parece bastante justo. —Cian sacó la pistola del bolsillo y la dejó encima de la mesa—. Aunque un vampiro siempre lleva su arma consigo. —Exhibió sus colmillos brevemente ante Hoyt—. No puedo hacer nada respecto a esto. —Sirvió dos copas de vino mientras Hoyt dejaba la espada y el puñal—. Siéntate y dime por qué debería participar en la salvación del mundo. Ahora soy un hombre muy ocupado. Tengo empresas que atender.
Hoyt cogió el vaso de vino, lo estudió y olfateó su contenido.
—¿Qué es esto?
—Un vino tinto italiano muy bueno. No tengo ninguna necesidad de envenenarte. —Para confirmar sus palabras, bebió de su copa—. Podría romperte el cuello como si fuese una rama. —Cian se sentó y estiró las piernas. Luego agitó una mano en dirección a Hoyt—. En los mundos de hoy, lo que estamos haciendo aquí se llamaría una reunión, y tú estás a punto de llevar a cabo tu intervención. De modo que… ilústrame.
—Tenemos que reunir nuestras fuerzas, comenzando por unos cuantos. Debe haber un sabio, una bruja, uno que adopta numerosas formas y un guerrero. Ése debes ser tú.
—No. Yo no soy ningún guerrero. Soy un hombre de negocios. —Cian continuó cómodamente sentado y sonrió a Hoyt con indolencia—. De modo que los dioses, como de costumbre, te han dado muy poco con lo que trabajar, y te han encomendado una tarea prácticamente imposible. Con tu puñado de escogidos, y quienquiera que sea lo bastante estúpido como para unirse a vosotros, esperas derrotar a un ejército dirigido por un poderoso vampiro, probablemente con tropas de su clase, y otras formas de demonios si ella se toma la molestia de pedir que la ayuden. De otro modo, el mundo será destruido.
—Mundos —le corrigió Hoyt—. Hay más de uno.
—En eso tienes razón. —Cian bebió un trago con expresión reflexiva. En su encarnación actual prácticamente se había quedado sin retos. Y aquello al menos era interesante.
—¿Y cuál te dijeron los dioses que era mi papel en todo esto?
—Debes venir conmigo, enseñarme todo lo que sepas acerca de ella y cómo podemos derrotarles. Cuáles son sus puntos débiles. Cuáles son sus poderes. Qué clase de armas y de magia serán eficaces contra ellos. Tenemos hasta la celebración de Samhain para dominar estos conocimientos y reunir el primer círculo.
—¿Tanto tiempo? —El sarcasmo en su voz era evidente—. ¿Y qué ganaré yo con todo eso? Soy un hombre rico, con muchos intereses que proteger aquí y ahora.
—¿Y crees que si ella gobierna, te permitirá conservar esa riqueza y esos intereses?
Cian frunció los labios, reflexivo.
—Posiblemente no —respondió—. Pero es más que probable que, si te ayudo, esté arriesgando todo eso, además de mi propia existencia. Cuando se es joven como tú…
—Soy el mayor.
—No durante los últimos novecientos años, y la cuenta continúa. En cualquier caso, cuando se es joven uno cree que vivirá para siempre, de modo que se corren toda clase de estúpidos riesgos. Pero cuando se ha vivido tanto tiempo como yo, uno se vuelve mucho más prudente. Porque la existencia es imperativa. Mi prioridad es sobrevivir, Hoyt. Los seres humanos y los vampiros tienen ese rasgo en común.
—¿Sobrevives sentado solo en la oscuridad, en esta pequeña casa?
—No es una casa —contestó Cian con expresión ausente—. Es una oficina. Un lugar donde se hacen negocios. Da la casualidad de que poseo muchas casas. Eso también es supervivencia. Hay impuestos y documentos y toda clase de cosas de las que debo ocuparme. Como la mayoría de los que son como yo, raramente permanezco en el mismo lugar durante mucho tiempo. Somos nómadas por naturaleza y necesidad.
Cian se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en las rodillas. Había tan poco a los que pudiera hablarles de lo que era. Se trataba de su elección, ésa era la vida que había construido.
—Hoyt, he visto guerras, incontables guerras como nunca podrías imaginarte. Y en ellas nadie gana. Si haces lo que me has explicado, morirás. O te convertirás. Convertir a un hechicero de tu poder sería para Lilith lo máximo.
—¿Crees que tenemos alguna posibilidad?
—Oh, sí. —Volvió a apoyarse en el respaldo del sillón—. Siempre hay una posibilidad. Yo he tenido muchas en mis vidas. —Cerró los ojos e hizo girar morosamente el vino en la copa—. Algo se acerca. Ha estado habiendo movimiento en el mundo que hay debajo de éste. En los lugares oscuros. Si se trata de lo que dices, es más grande de lo que suponía. Debería prestarle más atención. Por regla general, no suelo mantener contacto con los vampiros.
Desconcertado, ya que Cian siempre había sido muy sociable, Hoyt frunció el cejo.
—¿Por qué no?
—Porque, en general, los vampiros son embusteros y asesinos y llaman demasiado la atención sobre sí mismos. Y los humanos que se relacionan con ellos están habitualmente chiflados o condenados. Yo pago mis impuestos, archivo mis documentos y mantengo un perfil bajo. Y aproximadamente cada década, me mudo, me cambio el nombre y me mantengo alejado del radar.
—No entiendo ni la mitad de lo que estás diciendo.
—Imagino que no —contestó Cian—. Ella lo joderá todo para todo el mundo. Los baños de sangre siempre consiguen esas cosas, y esos demonios que van por ahí pensando que quieren destruir el mundo son ridículamente miopes. Tenemos que vivir en él, ¿no es así?
Permaneció sentado en silencio. Era capaz de concentrarse y oír cada latido del corazón de su hermano, oír el suave zumbido eléctrico de los controles ambientales de la habitación, el sonido de la lámpara que estaba encendida sobre el escritorio al otro lado de la habitación. O podía bloquearlos, como hacía a menudo con los ruidos de fondo.
Había aprendido a hacerlo con el correr de los años.
Una alternativa. Volvió a pensar. ¿Por qué no?
—Se trata de sangre —dijo Cian sin abrir los ojos—. En primer y último lugar, se trata de sangre. Ambos necesitamos la sangre para vivir, los de tu clase y los de la mía. Es lo que sacrificamos; por los dioses, por los países, por las mujeres. Y la derramamos siempre por las mismas razones. Aunque los que somos como yo no nos preocupamos por las razones.
Ahora Cian abrió los ojos y Hoyt se los vio encendidos de un color rojo intenso.
—Nosotros simplemente la cogemos. Tenemos hambre de ella, la deseamos con vehemencia. Sin sangre, dejamos de existir. Está en nuestra naturaleza cazar, matar, alimentarnos. Algunos de nosotros disfrutan más que otros, lo mismo que los seres humanos. A algunos de nosotros les gusta causar dolor, provocar miedo, atormentar y torturar a su presa. Igual que los seres humanos. No somos todos iguales, Hoyt.
—Tú asesinas.
—Cuando cazas al ciervo en el bosque y le quitas la vida, ¿es un asesinato? Vosotros no sois más que eso, incluso menos, a menudo menos, para nosotros.
—Vi tu muerte.
—La caída desde el acantilado no fue…
—No. Vi cómo ella te mataba. Al principio creí que no era más que un sueño. Te vi salir de la taberna y subir con ella a su carruaje. Y copular con ella mientras el carruaje se alejaba del pueblo. Y vi cómo cambiaban sus ojos y cómo brillaban sus colmillos en la oscuridad antes de que los clavase en tu cuello. Vi tu rostro. El dolor, la sorpresa y…
—La excitación —acabó Cian la frase—. El éxtasis. Es un momento de enorme intensidad.
—Intentaste luchar, pero ella era como un animal que se hubiese abalanzado sobre ti. Creí que estabas muerto, pero no lo estabas. No del todo.
—No, para alimentarte simplemente puedes dejar seca a tu presa si te apetece. Pero para transformar a un ser humano, éste debe beber la sangre de su creador.
—Ella se hizo un corte en el propio pecho y presionó tu boca contra él, y aun así trataste de resistirte hasta que comenzaste a chupar como si fueses un bebé.
—La tentación es muy poderosa, como lo es el impulso de sobrevivir. Se trataba de beber o morir.
—Cuando ella hubo acabado, te lanzó al camino desde el carruaje y allí te dejó. Fue donde yo te encontré. —Hoyt bebió ávidamente, mientras todo su interior se estremecía—. Te encontré cubierto de sangre y lodo. ¿Es eso lo que haces tú también para sobrevivir? Al ciervo se lo respeta mucho más.
—¿Quieres echarme un sermón? —preguntó Cian mientras se levantaba para servirse más vino—. ¿O quieres saber?
—Necesito saber.
—Algunos cazan en manadas, otros lo hacen en solitario. Al amanecer es cuando somos más vulnerables: desde el principio, despertamos en la tumba cada anochecer y dormimos durante el día. Somos criaturas nocturnas. El sol es la muerte.
—Su luz os quema.
—Veo que sabes algunas cosas.
—Lo he visto. Me persiguieron en forma de lobos y trataron de atraparme cuando viajaba hacia nuestra casa.
—Sólo los vampiros de cierta edad y poder, o aquellos que se encuentran bajo la protección de un poderoso señor, son capaces de cambiar de forma. La mayoría debe conformarse con la que tenían cuando murieron. No obstante, no envejecemos físicamente. Una agradable bonificación.
—Tú pareces tener el mismo aspecto que al morir —dijo Hoyt—. Sin embargo, no es así. Es algo más que la ropa que llevas, o el pelo. Te mueves de forma diferente.
—Ya no soy lo que era y eso es algo que no deberías olvidar. Nuestros sentidos están intensificados, más cuanto más tiempo logramos sobrevivir. El fuego, al igual que sucede con el sol, puede destruirnos. El agua bendita, si ha sido fielmente bendecida, también nos quema, lo mismo que el símbolo de la cruz si se lleva con fe. Somos repelidos por los símbolos.
«Cruces», pensó Hoyt. Morrigan le había dado cruces. Parte del peso se aligeró sobre sus hombros.
—El metal es absolutamente inútil con nosotros —continuó explicando Cian—, a menos que se consiga cortarnos la cabeza. Eso resolvería el problema. Pero si no es así…
Cian se levantó nuevamente de su sillón, avanzó unos pasos y cogió el puñal de Hoyt. Lo hizo girar en el aire, lo cogió por el mango y luego se lo clavó en el pecho.
La sangre brotó de la herida y manchó la camisa blanca de Cian mientras Hoyt se ponía en pie de un salto.
—Había olvidado cuánto duele. —Con un respingo, Cian extrajo la hoja de su pecho—. Esto me pasa por alardear. Haz lo mismo con un trozo de madera y nos convertimos en polvo. Pero debe perforar el corazón. Nuestro final es realmente terrible, o al menos eso es lo que me han contado.
Cian sacó un pañuelo y limpió la hoja del puñal. Luego se quitó la camisa. La herida ya había comenzado a cerrarse.
—Ya hemos muerto una vez, y no es fácil deshacerse de nosotros una segunda. Lucharemos fieramente contra cualquiera que lo intente. Lilith es el vampiro más viejo que he conocido. Ella luchará con mayor brutalidad que cualquier otro. —Hizo una pausa, meditando con la copa de vino en la mano—. ¿Cómo dejaste a nuestra madre?
—Con el corazón destrozado. Tú eras su hijo favorito. —Hoyt se encogió de hombros cuando Cian le miró a los ojos—. Ambos lo sabemos. Ella me pidió que lo intentase, que encontrase una manera. En su dolor, no era capaz de pensar en ninguna otra cosa.
—Creo que ni siquiera tus poderes como hechicero pueden resucitar a los muertos. O a los que no lo están.
—Aquella noche fui a visitar tu tumba, a pedirle a los dioses que llevasen un poco de paz al corazón de nuestra madre. Te encontré cubierto de tierra.
—Salir de una tumba cavando con las manos es un asunto muy sucio.
—Estabas devorando un conejo.
—Probablemente fue lo mejor que pude encontrar. No puedo decir que lo recuerde. Las primeras horas que siguen al Despertar son incoherentes. Sólo tienes hambre.
—Huiste de mí. Vi lo que eras, ya había habido rumores antes acerca de esas cosas, y echaste a correr. La noche en que volví a verte fui a los acantilados, a petición de nuestra madre. Ella me imploró que encontrase algún modo de romper el conjuro.
—No es un conjuro.
—Yo pensaba, esperaba, que si destruía a esa cosa que te había convertido en lo que eras… o, si la debilitaba, mataría eso en lo que te habías convertido.
—Y no hiciste ninguna de las dos cosas —le recordó Cian—. Lo que te demuestra a lo que debes enfrentarte. Yo era novato y apenas sabía qué era lo que podía hacer. Créeme, ella tendrá a compañeros mucho más experimentados a su lado.
—¿Y tú de qué bando estarás?
—No tienes ninguna oportunidad de ganar esta batalla.
—Me subestimas. Tengo mucho más que eso. Ya pase un año o un milenio, tú sigues siendo mi hermano. Mi gemelo. Mi sangre. Tú mismo lo has dicho: el fondo del asunto es la sangre.
Cian pasó un dedo por el borde de su copa de vino.
—Iré contigo. —Luego prosiguió antes de que Hoyt pudiese decir nada—. Porque siento curiosidad y estoy un poco aburrido. Ya llevo diez años en este lugar, de modo que, en cualquier caso, ha llegado el momento de moverme. No te prometo nada. No depende de mí, debes entenderlo, Hoyt. Yo atenderé a mi satisfacción en primer lugar.
—No puedes cazar seres humanos.
—¿Ya me estás dando órdenes? —Los labios de Cian se curvaron ligeramente—. Típico. Pero como ya te he dicho, mi satisfacción es lo primero. Sin embargo, hace ochocientos años que no me he alimentado de sangre humana. Bueno, setecientos cincuenta, ya que tuve cierto desliz.
—¿Por qué ya no lo haces?
—Para demostrar que soy capaz de resistir. Y porque existe otra manera de sobrevivir, y bien, por cierto, en el mundo de los humanos, con sus leyes. Si ellos son la presa, resulta imposible considerarlos otra cosa más que comida, lo cual complica mucho hacer negocios con ellos. Y, por otra parte, la muerte tiende a dejar pistas. Amanecerá dentro de poco.
Hoyt miró con expresión distraída en torno a la habitación sin ventanas.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo siento. Y además ya estoy cansado de preguntas. Por ahora deberás quedarte conmigo. No es seguro que vayas así por la ciudad. Tal vez no seamos idénticos, pero te pareces mucho a mí. Tienes que deshacerte de esas ropas.
—Acaso esperas que lleve… ¿qué es eso?
—Se llaman pantalones —contestó Cian secamente, y atravesó la habitación hacia un ascensor privado—. Tengo un apartamento en este edificio, es más sencillo.
—Recogerás lo que necesites y nos marcharemos.
—Yo no viajo de día, y no acepto órdenes. Ahora soy yo quien las da, y lo haré durante algún tiempo. Tengo que encargarme de algunas cosas antes de poderme marchar. Tienes que entrar aquí.
—¿Qué es esto?
Hoyt tocó las paredes del ascensor con su bastón.
—Un medio de transporte. Nos llevará a mi apartamento.
—¿Cómo?
Cian se pasó una mano por el pelo.
—Mira, tengo libros allí y algún otro material educativo. Puedes dedicar las próximas horas a empaparte de la cultura, la moda y la tecnología del siglo veintiuno.
—¿Qué es tecnología?
Cian hizo entrar a su hermano en el ascensor y pulsó el botón del siguiente piso.
—Es otro dios.
Aquel mundo, aquella época, estaban llenos de maravillas. Hoyt deseó tener tiempo de aprenderlo todo, de absorberlo todo. La habitación no se iluminaba con antorchas, sino con algo que Cian llamaba electricidad. La comida se guardaba dentro de una caja tan alta como un hombre y que la mantenía fresca y fría, y había otra caja que se usaba para calentarla y cocinarla. El agua brotaba de una especie de varilla y caía dentro de un gran cuenco, de donde desaparecía a través de un agujero.
La casa donde vivía Cian estaba construida a gran altura sobre la ciudad… ¡y qué ciudad! La breve descripción que le había hecho Morrigan no había sido nada comparada con lo que él podía contemplar a través de unas paredes de cristal que había en las habitaciones de Cian.
Hoyt pensó que incluso los dioses se quedarían asombrados ante el tamaño y el alcance de aquella Nueva York. Quiso echar otro vistazo a la ciudad, pero Cian le había hecho prometer que mantendría cubiertas las paredes de cristal y que no se aventuraría fuera de la casa.
Apartamento, se corrigió Hoyt. Cian la había llamado un apartamento.
Su hermano tenía libros, una gran cantidad de ellos, y una caja mágica que Cian había llamado televisor. Las visiones dentro de esa caja mágica eran innumerables: de personas y lugares, de cosas, de animales. Pero aunque sólo estuvo una hora jugando con ella, acabó por aburrirse de la incesante cháchara.
De modo que se rodeó de libros y leyó, y siguió leyendo hasta que los ojos le ardieron y tuvo la cabeza demasiado llena como para que le cupieran más palabras o imágenes.
Se quedó dormido en lo que Cian llamaba un sofá, rodeado de libros.
Soñó con la bruja y la vio en medio de un círculo de luz. No llevaba puesto más que el colgante y su piel brillaba con una palidez lechosa a la luz de las velas.
Su belleza simplemente refulgía.
La bruja alzaba una bola de cristal con ambas manos. Podía oír el susurro de su voz, pero no las palabras pronunciadas. Aun así, sabía que se trataba de un conjuro, podía sentir todo su poder, el poder de ella a través del sueño. Y supo también que ella lo estaba buscando.
Incluso en el sueño pudo sentir su atracción, y esa misma impaciencia que había percibido en ella dentro de su círculo estando él herido, en su propio tiempo.
Por un instante, tuvo la sensación de que sus ojos se encontraban a través de la niebla. Y era el deseo tanto como el poder lo que atravesaba su cuerpo. En ese momento, los labios de ella se curvaron, se abrieron como si quisiera hablarle.
—¿Qué coño es esa ropa?
Se despertó de golpe y se encontró de frente con el rostro de un gigante. La criatura era tan alta como un árbol y casi tan gruesa. Tenía una cara que hubiese hecho llorar a una madre, negra como la noche y con una cicatriz en la mejilla; y la cabeza llena de rollos de pelo enredado.
Tenía un ojo negro y el otro gris. Ambos entrecerrados mientras exhibía una fuerte dentadura blanca.
—Tú no eres Caín.
Antes de que Hoyt tuviese tiempo de reaccionar, fue alzado por el cogote y sacudido como un ratón por un gato muy grande y muy enfadado.
—Bájale, King, antes de que él te convierta en un pequeño hombre blanco.
Cian salió de su dormitorio y se dirigió perezosamente hacia la cocina.
—¿Cómo es que tiene tu cara?
—Él tiene su propia cara —replicó Cian—. No nos parecemos tanto si te fijas bien. Antes era mi hermano.
—¿Es eso cierto? ¡Hijo de puta! —King dejó caer a Hoyt sobre el sofá sin ningún miramiento—. ¿Cómo coño ha llegado aquí?
—Magia. —Mientras hablaba, Cian sacó una bolsa de sangre de una pequeña nevera—. Dioses y batallas, el fin del mundo, bla, bla, bla.
King miró a Hoyt con una sonrisa.
—Quién lo hubiera creído. Siempre pensé que la mayor parte de toda esa basura que me contaste era, bueno, basura. No está muy hablador antes de haberse metido su chute nocturno —le dijo a Hoyt—. ¿Tienes algún nombre, hermano?
—Soy Hoyt, de los Mac Cionaoith. Y tú no volverás a ponerme las manos encima.
—Muy bien dicho.
—¿Él es como tú? —preguntaron Hoyt y King al mismo tiempo.
Cian vertió la sangre en un vaso alto y grueso y luego lo metió en el microondas.
—No, a los dos. King lleva mi club, el que está en la planta baja. Es un amigo.
Hoyt hizo una mueca de disgusto.
—Tu criado humano.
—Yo no soy el criado de nadie.
—Veo que has estado leyendo. —Cian sacó el vaso del microondas y bebió—. Algunos vampiros importantes tienen criados humanos, pero yo prefiero tener empleados. Hoyt ha venido para alistarme en el ejército que espera formar para luchar contra el gran mal.
—¿EL IRS?[3]
Cian, ya de mejor humor, sonrió. Hoyt vio que algo pasaba entre ellos, algo que alguna vez sólo había pasado entre su hermano y él.
—¡Ojalá fuese eso! No, te dije que había oído movimiento, ruidos sordos. Evidentemente había una razón para ello. Según las habladurías de los dioses, Lilith de los Vampiros está reuniendo su propio ejército y planea destruir a toda la humanidad, conquistar los mundos. Guerra, peste, plagas.
—¿Eres capaz de bromear con eso? —preguntó Hoyt con una furia apenas contenida.
—Por Dios, Hoyt, estamos hablando de ejércitos de vampiros y de viajes a través del tiempo. Tengo el jodido derecho de bromear con ello. Si te acompaño es probable que acabe muerto.
—¿Adónde pensáis ir?
Cian se encogió de hombros.
—Hacia atrás, a mi pasado, supongo, para actuar allí como asesor de la Sensatez General.
—No sé si debemos ir hacia atrás, hacia adelante o hacia el costado —Hoyt empujó unos libros encima de la mesa—, pero regresaremos a Irlanda. Allí nos dirán adónde debemos viajar después.
—¿Tienes cerveza? —preguntó King.
Cian abrió la nevera, sacó un botellín y se lo lanzó a King.
—¿Cuándo nos vamos? —preguntó éste.
—Tú no vienes. Ya te lo había dicho; cuando llegase el momento de marcharme, te cedería el control del club. Al parecer ese momento ha llegado.
King se volvió hacia Hoyt.
—¿Estás reuniendo un ejército, general?
—Hoyt. Sí, así es.
—Pues acabas de reclutar a tu primer soldado.
—Basta. —Cian rodeó el mostrador que separaba la cocina—. Esto no es para ti. No sabes absolutamente nada de esta historia.
—Pero sé cosas acerca de ti —replicó King—. Sé que me gusta una buena pelea, y hace mucho tiempo que no he tenido una. Estáis hablando de una batalla importante, el bien contra el mal. Me gustaría escoger mi bando desde el principio.
—Si él es un rey,[4] ¿por qué debería aceptar órdenes de ti? —preguntó Hoyt, y el gigante negro se echó a reír de tal manera que tuvo que sentarse en el sofá.
—La lealtad mal entendida hará que te maten.
—Es mi elección, hermano. —King alzó la botella en dirección a Cian. Una vez más, algo fuerte y silencioso pasó entre ellos con apenas una mirada—. Y no creo que mi lealtad sea lealtad mal entendida.
—Hoyt, por favor, vete a otra parte. —Cian señaló su dormitorio con el pulgar—. Entra ahí. Quiero tener unas palabras en privado con este idiota.
Cian estaba preocupado, pensó Hoyt mientras obedecía. A su hermano le preocupaba aquel hombre, un rasgo humano. Nada de lo que había leído indicaba que los vampiros pudieran tener auténticos sentimientos hacia los seres humanos.
Frunció al cejo mientras examinaba el dormitorio. ¿Dónde estaba el ataúd? Los libros decían que los vampiros dormían en la tierra de sus tumbas metidos dentro de un ataúd, durante el día. Pero él sólo veía una enorme cama, una blanda como las nubes y cubierta de una tela muy suave.
Oyó voces destempladas al otro lado de la puerta, pero se dedicó a explorar la habitación personal de su hermano. Decidió abrir el armario: había ropa suficiente como para vestir a diez hombres. Bueno, Cian siempre había sido vanidoso.
Pero no había ningún espejo. Los libros decían que los vampiros no se reflejaban en ellos.
Entró en el cuarto de baño y se quedó boquiabierto. El amplio retrete que Cian le había enseñado antes de retirarse era asombroso, pero nada comparado con aquello. La bañera era lo bastante grande como para que cupieran seis personas, y había también una caja alta de cristal verde claro.
Las paredes eran de mármol, igual que el suelo.
Fascinado, entró en la caja verde y comenzó a jugar con los tiradores plateados que sobresalían de la pared de mármol. Lanzó un grito cuando un chorro de agua fría brotó de un montón de agujeritos de una cosa achatada.
—Aquí acostumbramos a quitarnos la ropa antes de meternos en la ducha. —Cian había entrado en el cuarto de baño y cerró el chorro de agua con un enérgico giro de la muñeca. Luego olfateó el aire—. Aunque pensándolo bien, ya sea vestido o desnudo, no cabe duda de que deberías ducharte. Estás jodidamente sucio. Lávate —ordenó—. Luego ponte la ropa que te he dejado encima de la cama. Me voy a trabajar.
Cian salió del cuarto de baño y dejó que Hoyt se las arreglase solo con la ducha.
Después de unos minutos y algunos escalofríos, descubrió que podía regular la temperatura del agua. Se quemó, luego se congeló y, finalmente, consiguió el afortunado punto intermedio.
Su hermano debía de estar diciéndole la verdad cuando le habló de su riqueza, ya que allí había un lujo que él jamás habría imaginado. La fragancia del jabón se le antojó un tanto femenina, pero no había nada más con que lavarse.
A Hoyt le encantó su primera ducha del siglo veintiuno, y se preguntó si podría encontrar alguna manera de reproducirla por medio de la ciencia o la magia una vez que regresara a casa.
Los tejidos que colgaban cerca de la ducha eran tan suaves como la cama. Se sintió decadente al usar uno de ellos para secarse el cuerpo.
La ropa no le importaba especialmente, pero la suya estaba empapada. Dudó si debía salir y coger la túnica de repuesto que tenía en su baúl, pero le pareció mejor seguir el consejo de Cian en cuanto al vestuario.
Vestirse le llevó un montón de tiempo. Los extraños broches estuvieron a punto de derrotarle. Los zapatos carecían de cordones y simplemente había que deslizar los pies en su interior. Tuvo que reconocer que eran muy cómodos.
Sin embargo, le hubiese gustado tener un maldito espejo donde poder mirarse. Salió de su habitación y se frenó en seco. El rey negro aún estaba en el sofá, bebiendo de la botella de vidrio.
—Eso está mejor —observó King—. Probablemente podrías pasar si mantuvieras la boca cerrada.
—¿Qué es este cierre de aquí?
—Es una cremallera. Y será mejor que mantengas eso cerrado, amigo. —Se levantó—. Caín ha bajado al club. El sol ya se ha puesto. Me ha despedido.
—¿Estás quemado?[5] Tengo ungüento.
—No. Mierda. Caín me ha dejado sin mi trabajo. Ya se le pasará. Él se va, yo me voy. No tiene por qué gustarle.
—Él cree que todos moriremos.
—Tiene razón… más tarde o más temprano. ¿Has visto alguna vez lo que un vampiro es capaz de hacerle a un ser humano?
—Vi lo que uno de ellos le hizo a mi hermano.
Los extraños ojos de King se ensombrecieron.
—Sí, claro, es verdad. Bien, eso es lo que ocurre. Y yo no pienso quedarme sentado a esperar que uno de ellos haga eso conmigo. Cian tiene razón, se ha oído movimiento, ruidos extraños. Habrá una lucha y yo estaré en ella.
«Un verdadero gigante —pensó Hoyt—, con un rostro temible y una enorme fuerza».
—Tú eres un guerrero.
—Puedes apostar lo que quieras. Puedes creerme, les patearé el culo a esos vampiros. Pero no esta noche. ¿Por qué no bajamos y vemos cómo está el ambiente? Eso le cabreará.
—¿A su… —¿cómo lo había llamado Cian?—… su club?
—Eso es. Lo llama Eternity. Creo que él sabe algo acerca de eso.