35

Malys

Galdar y Mina volaron juntos, aunque no uno al lado del otro. El Dragón Azul, Filo Agudo, mantuvo cierta distancia con el reptil muerto. Era incapaz de acercarse al horrendo cadáver y no hacía nada para disimular su repulsión. Galdar temió que Mina se ofendiera por la reacción del Azul, pero la joven ni siquiera pareció darse cuenta, y el minotauro comprendió que no veía nada excepto la batalla que le aguardaba. Había cerrado su mente a todo lo demás.

En cuanto a Galdar, aun cuando estaba convencido de que le aguardaba la muerte, jamás se había sentido tan feliz, jamás había experimentado tanta paz. Recordó los días en que había sido un tullido con un solo brazo, obligado a lamer las botas de una escoria como su anterior jefe de garra, el difunto y no llorado Ernst Magit. Sus recuerdos recorrieron el camino que lo había conducido al actual momento de enorgullecimiento, combatiendo al lado de Mina, la que lo había salvado de aquel amargo destino, la que le había devuelto el brazo y, con ello, la vida. Si podía dar esa vida por ella, para salvarla, era todo cuanto le importaba.

Volaron muy alto, más de lo que Galdar había volado nunca a lomos de un dragón. Afortunadamente no era uno de esos que sufrían de vértigo. No le gustaba volar montado en un dragón —no había nacido el minotauro al que le gustara—, pero no le daba miedo. Los dos reptiles se remontaron por encima de los Señores de la Muerte. Galdar miró abajo, fascinado, y divisó las abrasadoras entrañas de las montañas que borbotaban y burbujeaban en las profundas cavidades rocosas. Los dragones volaron entrando y saliendo de las nubes de vapor expulsadas por los cráteres, atentos a la aparición de Malys, confiando en verla antes y así contar con la ventaja de la sorpresa.

Y llegó la sorpresa, pero para ellos. Galdar, Mina y los dragones vigilaban el horizonte cuando la joven lanzó un grito repentino y señaló hacia abajo. Malys había utilizado las nubes para eludir la vigilancia. Casi se encontraba debajo de ellos y volaba velozmente hacia Sanction.

Galdar había visto Dragones Rojos antes y su tamaño y poderío le habían sobrecogido. Los Dragones Rojos de Krynn eran enanos comparados con Malystryx. Su inmensa cabeza podría tragárselos al Azul y a él de un mordisco. Las garras eran lo bastante grandes para arrancar montañas, y tan afiladas como los picos de una cumbre. Su cola podría aplastar esos picos, hacerlos desaparecer, convertirlos en montones de polvo. Galdar miró maravillado a la hembra de dragón, con la boca seca y apretando la pica con tanta fuerza que los dedos le dolían.

El minotauro tuvo la repentina visión del fuego exhalado del vientre de Malys, el fuego dragontino que derretía roca, consumía carne y hueso al instante, que hacía hervir los mares. Estaba a punto de ordenar a Filo Agudo que saliera tras ella, pero el dragón era un veterano combatiente y sabía lo que hacía, probablemente mejor que él. Rápida y silenciosamente, Filo Agudo plegó las alas contra los costados y bajó en picado sobre su enemiga.

El dragón muerto igualó la velocidad del Azul y después la superó. Mina se bajó la visera del yelmo, y Galdar no pudo verle la cara, pero la conocía tan bien que no le hacía falta. Podía imaginar su rostro: pálido, exaltado. La joven y su montura se encontraban ya muy por delante de él. Galdar maldijo y taconeó al Azul como si fuera un caballo, urgiéndolo a alcanzarlos. Filo Agudo no sintió los taconazos del minotauro ni necesitaba que lo apremiara. No pensaba quedarse atrás.

Voló tan deprisa que el hiriente viento hizo llorar los ojos de Galdar, obligándole a cerrar los párpados. Por más que lo intentó, no pudo mantenerlos abiertos salvo durante un fugaz instante de vez en cuando. Malys era un manchón rojo a través de sus lágrimas que ni siquiera podían deslizarse ya que el viento las secaba.

Filo Agudo no redujo la velocidad. A despecho del viento en los ojos, aquel demencial vuelo resultaba estimulante, igual que lo era la primera carga en una batalla. Galdar aferró la pica y la enderezó. Se le ocurrió que la intención de Filo Agudo era chocar contra Malys, embestirla como embiste un barco contra otro, y aunque ello significaría su muerte, al minotauro no le importaba, le daba igual lo que le ocurriera. Una extraña calma se apoderó de él. No sentía miedo. Quería vérselas con la muerte, acabar con esa bestia. Era lo único que importaba.

Se preguntó si Mina, que asía la Dragonlance, había tenido la misma idea. Se imaginó a ambos muriendo juntos envueltos en sangre y fuego, y lo embargó una arrebatada exaltación.

* * *

El blanco de Malys era Sanction. Tenía la ciudad a la vista, distinguía a los habitantes como insectos que empezaban a experimentar el terror de su poder. No temía un ataque desde el aire, ya que nunca imaginó que nadie —ni siquiera esa Mina— estuviera tan loco como para combatir contra ella a lomos de un dragón. Por azar alzó la vista, simplemente para disfrutar del brillante cielo azul, y se llevó la sorpresa de su vida al ver a dos jinetes de dragón lanzándose sobre ella.

Su sobresalto fue tal que, durante un momento, no dio crédito a sus ojos. Ésa vacilación casi le resultó fatal, ya que sus enemigos se le echaron encima de manera tan repentina que la dejaron sin respiración. Un movimiento instintivo hacia un lado la apartó de su camino. Los dragones, lanzados al ataque, volaban demasiado deprisa para poder frenar. Pasaron y la dejaron atrás y empezaron a remontar altura, ambos volando en círculo para lanzar otro ataque.

Malys no les perdió de vista, pero no los persiguió de inmediato para aniquilarlos. Cautelosa, se quedó a la expectativa hasta ver qué hacían a continuación. No había necesidad de agotarse. Sólo tenía que esperar hasta que el miedo al dragón, que sabía cómo utilizar mejor que cualquier otro reptil que jamás hubiera existido en Krynn, se apoderase de esos insignificantes dragones inferiores haciéndolos palidecer y desmoronarse, dar media vuelta y huir. Entonces, cuando le dieran la espalda, los aniquilaría.

La gran Roja esperó, observó con regocijo que el Dragón Azul vacilaba en su vuelo mientras que el minotauro que lo cabalgaba se encogía acobardado. Convencida de que esos dos no eran una amenaza, Malys volcó su atención en el otro dragón y su jinete. Se irritó al advertir que el segundo reptil no había vacilado en el giro lateral y se dirigía directamente contra ella. De repente comprendió por qué el miedo que inspiraba no funcionaba con éste. Había visto suficientes cadáveres de dragones como para reconocer a uno más.

De modo que el tal dios Único podía devolver la vida a los muertos. Malys estaba más irritada que impresionada, ya que ahora tendría que replantearse su estrategia de combate. A aquella grotesca monstruosidad chirriante, comida por los gusanos, no podía derrotarla con el miedo y no sucumbiría al dolor. Ya estaba muerta, así que ¿cómo iba a matarla? Esto iba a darle más trabajo de lo que había previsto.

—Primero utilizas las almas de los muertos para robarme —rugió la Roja—, y ahora recurres a esa reliquia momificada y descompuesta para que luche contra mí. ¿Qué esperabais, tú y ese pequeño y desesperado dios, que hiciera? ¿Qué chillara? ¿Qué me desmayara? No le tengo miedo ni a los vivos ni a los muertos. Me he alimentado de ambos. ¡Y pronto me alimentaré contigo!

Malys observó atentamente a sus enemigos tratando de adivinar qué iban a hacer al tiempo que planeaba su ataque. Descartó al Dragón Azul, que se encontraba en un estado penoso. Podía oler el tufo de su miedo y el de su jinete, igual de intenso y paralizador. El jinete del dragón muerto era otra historia. Malys flotó delante de Mina dejando que la humana viera bien el poderío de su enemiga. Que viera que era imposible que venciera. Que ningún dios la salvaría.

Malys sabía la impresión que debía causar en la humana. La colosal Roja era el ser vivo más grande de todo Krynn, empequeñecía a los dragones nativos. Un chasquido de sus inmensas fauces podía partir la columna vertebral del dragón momificado. Cada una de sus zarpas era tan grande como esa humana que osaba desafiarla. Por si ello fuera poco, Malys disponía de un poder mágico que había hecho que se levantaran montañas.

Abrió las fauces, dejando que el fuego fundido se acumulara alrededor de los afilados dientes y goteara de la boca. Flexionó las garras que tenían manchas pardas de sangre reseca, garras que habían destrozado las escamas de un Dragón Dorado y después le habían arrancado el corazón mientras todavía latía. Agitó la enorme cola, que podía partir el cráneo de un Dragón Rojo o romperle el cuello, lanzándolo dando tumbos mientras se precipitaba al vacío, en tanto que su desventurado jinete no podía hacer otra cosa que gritar al ver acercarse velozmente la muerte a medida que el suelo parecía salirle al encuentro.

Pocos mortales habían sido capaces de resistir el horror de la aproximación de Malys, y parecía que Mina no podría. Se quedó petrificada en la espalda de la bestia momificada. Intentó mantener alta la cabeza, pero el terror de lo que veía pareció aplastarla, ya que se encogió, hundió los hombros y después agachó la cabeza, como si supiera que la muerte se acercaba y fuera incapaz de mirarla.

Malys se sintió complacida y aliviada. Abrió la boca e inhaló aire que se mezclaría con el azufre de su vientre para después soltarlo en una llamarada que abrasaría lo que quedaba del cadáver del dragón y haría de esa secuaz del supuesto dios Único una antorcha viviente.

* * *

Mina no agachó la cabeza por miedo. Lo hizo para rezar, y su dios no la abandonó. Alzó la cabeza y miró directamente a Malys. En la mano sostenía la Dragonlance.

El arma emitió una luz plateada, una luz tan penetrante como la propia lanza. La hiriente luz dio de lleno en los ojos de Malys, ya que la Roja la estaba mirando directamente. Cegada momentáneamente, se atragantó con el abrasador aliento y se tragó gran parte del mismo. Frustrado su ataque, parpadeó e intentó librarse de la cegadora luz.

—¡Por el dios Único! —gritó Mina.

Galdar sabía que estaban acabados. Esperaba que fuera así. Anhelaba el sosiego de la muerte que acabaría con el pánico que parecía diluir sus entrañas de manera que se estaba ahogando literalmente en su propio miedo. Bajo él sentía temblar a Filo Agudo, oía el castañeteo de sus dientes y percibía cómo un estremecimiento tras otro sacudía el cuerpo del Azul.

Entonces Mina invocó a Takhisis y la diosa respondió. La Dragonlance rutiló como el estallido de una estrella. La luz plateada hendió la oscuridad que envolvía a Galdar, encauzó el miedo a través de sus músculos, sus nervios y su cerebro haciéndolo reaccionar. Filo Agudo lanzó un rugido desafiante al que se unió el del minotauro.

Mina gesticuló con la lanza y Galdar entendió su intención. No iban a cargar de nuevo, sino que intentarían otro picado, atacando a Malys desde arriba. La hembra Roja, en su arrogancia, había reducido la velocidad del vuelo. Girarían y la atacarían antes de que tuviera tiempo de reaccionar.

Los dos dragones se inclinaron e iniciaron el picado. Malys batió las inmensas alas una vez, otra, y, de repente, salió lanzada a toda velocidad contra ellos con mortífera intención. Sus fauces se abrieron de par en par.

Filo Agudo previo el ataque de la Roja e hizo un viraje sobre sí mismo para esquivar el chorro de fuego que le pasó tan cerca que chamuscó las escamas de su vientre.

El mundo giró situándose por encima de los cuernos de Galdar, y el minotauro sintió que el estómago se le subía a la boca. Colgado cabeza abajo en el arnés que lo sujetaba a la silla, se aferró frenéticamente al pomo con una mano, mientras sostenía el arma con la otra. El arnés se había construido para jinetes humanos, no para un minotauro. A Galdar sólo le cabía esperar que las correas aguantaran su peso.

Filo Agudo completó el giro y Galdar se encontró derecho de nuevo, con el mundo donde se suponía que debía estar. Enseguida echó una rápido ojeada para comprobar qué había pasado con Mina. Al principio no vio a la joven y el corazón casi le estalló de miedo.

—¡Mina! —gritó.

—¡Debajo de nosotros! —indicó el Azul.

La muchacha estaba mucho más abajo, volando cerca del suelo, por debajo de Malys que ahora se hallaba entre los dos.

La atención de la Roja se volcaba en Filo Agudo. Un desganado aleteo la lanzó repentina y directamente hacia ellos. Filo Agudo volvió grupas y batió las alas frenéticamente.

—¡Vuela, maldita sea! —gruñó Galdar, aunque era evidente que el Azul empleaba todas sus fuerzas para dejar atrás a la Roja.

Galdar miró hacia atrás por encima del hombro y vio que todo esfuerzo sería inútil, que era una carrera perdida de antemano. Filo Agudo resollaba, batiendo sin cesar las alas, forzando los músculos al máximo. Malys ni siquiera resoplaba y parecía volar sin el menor esfuerzo. Abrió las fauces y los dientes brillaron. Se proponía partir la columna del Azul y desalojar al jinete arrojándolo a la muerte contra las rocas del suelo en una caída de cientos de metros.

Galdar aferró la pica.

—¡No vamos a conseguirlo! —le gritó a Filo Agudo—. ¡Da la vuelta y acércate a ella!

El Dragón Azul viró, y Galdar se encontró mirando los ojos de Malys. Apretó con más fuerza la pica, dispuesto a lanzársela garganta abajo.

La Roja abrió las fauces, pero en lugar de morder al Azul soltó un grito ahogado.

Mina se había remontado por debajo de Malys y había arremetido con la Dragonlance contra el vientre de la Roja. La lanza penetró la capa exterior de las escamas y abrió un tajo en la tripa de la hembra.

El grito de Malys fue más de sorpresa que de dolor, ya que la lanza no la había herido de gravedad. La impresión y, más aun, la afrenta, la encolerizaron. Giró bruscamente hacia abajo al tiempo que lanzaba dentelladas y zarpazos.

El dragón muerto demostró ser un experto en maniobras aéreas. Lanzado en un rápido vuelo, esquivando una y otra vez, se esforzó para eludir las violentas arremetidas de la Roja. Después hizo un picado. Entretanto, Galdar y el Azul habían ascendido y viraban para lanzar otro ataque.

Malys empezaba a hartarse de esta batalla que ya no le resultaba divertida. Si se lo proponía, podía emplearse a fondo si la situación lo requería, y ahora extendió las alas con intención de cobrar velocidad. Atraparía a ese cadáver, le arrancaría la carne putrefacta de los huesos, que machacaría uno a uno hasta convertirlos en polvo y haría lo mismo con su jinete.

Galdar jamás había visto algo moverse tan deprisa. Filo Agudo y él volaron en pos de Malys, pero no podrían alcanzarla ni en sueños, no antes de que hubiese matado a Mina.

La Roja exhaló una llamarada.

El minotauro lanzó un grito desafiante y taconeó los flancos del Azul. Si no podía salvar a Mina, al menos la vengaría.

Al oír el chorro de fuego expelido, el dragón muerto agachó la cabeza, con el hocico apuntando hacia abajo, y extendió las correosas alas. La bola de fuego estalló en su vientre y se extendió por las alas. Galdar bramó de rabia, pero su alarido cambió por un grito de júbilo.

La Dragonlance brillaba entre las llamas. Mina levantó el arma y la movió para que Galdar viera que estaba sana y salva. El cuerpo y las alas correosas del dragón muerto habían actuado como un escudo contra el fuego, protegiéndola. Sin embargo, la maniobra había tenido un precio. Las alas del cadáver estaban en llamas, y zarcillos de humo serpenteaban en el aire. Tanto daba si el cadáver no sentía dolor ni podía morir, porque sin la membrana de las alas no podía mantenerse en vuelo.

El dragón muerto empezó a perder altitud mientras las llamas ondeaban a lo largo de los restos del esqueleto de las alas.

—¡Mina! —gritó Galdar, presa de una desgarradora aflicción. No podía salvarla.

Consumidas las alas por el fuego, el dragón muerto caía describiendo una espiral.

Convencida de que uno de sus enemigos estaba acabado, Malys volvió su atención hacia el minotauro. A Galdar no le preocupaba lo que le pasara. Ya no.

—Takhisis —oró—, yo no importo, pero salva a Mina. Sálvala. Lo ha dado todo por ti. ¡No permitas que muera!

En respuesta a su plegaria, apareció un tercer dragón. Éste no estaba muerto ni vivo. Imprecisas, insustanciales, las cinco cabezas de aquel dragón fluyeron por el cuerpo del dragón muerto. La diosa en persona se había unido a la batalla.

Las alas correosas del dragón muerto empezaron a brillar con una luz fantasmagórica. Las llamas aún no se habían consumido cuando el cadáver del reptil salió de la caída en espiral a poquísima distancia del suelo.

Galdar lanzó un sonoro vítor al tiempo que agitaba la pica con la esperanza de apartar de Mina la atención de la Roja.

—¡Ataca! —bramó.

Filo Agudo no necesitaba que lo azuzara, pues ya se zambullía en un impresionante picado. El Dragón Azul abrió las fauces y Galdar sintió un retumbo en el vientre del reptil. Un rayo salió disparado de la boca del Azul. Chisporroteando y siseando, el rayo alcanzó a Malys en la cabeza. La onda de la violenta descarga que siguió casi desmontó a Galdar de la silla.

Malys se sacudió espasmódicamente conforme la chispa eléctrica se propagaba por su cuerpo. Por un instante Galdar pensó que el rayo había acabado con ella, y el corazón le brincó en el pecho. El relámpago desapareció. Malys sacudió la cabeza, aturdida, como un luchador que recibe un puñetazo en la nariz; después la levantó, abrió las fauces y se lanzó hacia ellos.

—¡Acércame más! —gritó Galdar.

Filo Agudo obedeció y descendió sobre Malys, a escasa distancia de la cabeza de la Roja. Galdar lanzó la pica con todas sus fuerzas contra el ojo del reptil. El arma se clavó en el globo ocular, lo vio enrojecer al tiempo que la Roja parpadeaba frenéticamente.

Eso fue todo. Y el ataque le había salido caro.

La maniobra de Filo Agudo los había acercado demasiado al reptil para poder ponerse fuera de su alcance. El golpe no había retirado de la lucha a Malys como Galdar esperaba. La enorme pica parecía ridícula, insignificante, hincada en el ojo de la Roja. Debía de tener el mismo efecto que si a él se le hubiera metido una pestaña.

La colosal cabeza se irguió y Malys se lanzó contra ellos, chasqueando las fauces.

Galdar sólo tenía una posibilidad de salvarse. Saltó de la silla, se aferró al cuello de Filo Agudo, y aguantó. Malys hincó los dientes en el cuerpo del Azul y la silla desapareció en sus fauces.

La sangre manó a borbotones de los flancos de Filo Agudo. El Azul bramó de dolor y de rabia mientras se debatía desesperadamente contra su atacante, arremetiendo con las zarpas traseras y las delanteras, asestando golpes con la cola. Galdar no podía hacer otra cosa que aguantar como fuera. Salpicado con la cálida sangre del Azul, el minotauro siguió agarrado desesperadamente al cuello del dragón.

Malys sacudió a Filo Agudo como haría un perro con una rata para romperle la columna vertebral. Galdar escuchó un escalofriante crujido de huesos, y Filo Agudo lanzó un horrible grito de dolor.

* * *

Mina miró hacia arriba y vio al Azul entre las fauces de Malys. No localizó a Galdar y dio por hecho que el minotauro había muerto. El corazón se le puso en un puño. Entre todos los que la servían, era al que más apreciaba. La joven distinguía claramente la herida en el vientre de la hembra de dragón; una mancha brillante de color rojo oscuro se marcaba sobre las escamas rúbeas, pero no era una herida mortal.

Las alas del dragón muerto estaban en llamas y éstas se iban extendiendo hacia el cuerpo. A no tardar, estaría sentada en un dragón de fuego. Sentía el calor, pero esto sólo era una molestia; estaba centrada en su enemiga. Sabía lo que tenía que hacer para derrotarla.

—¡Takhisis, lucha a mi lado! —gritó y, levantando la lanza, apuntó hacia arriba.

La joven oyó una voz, la misma que la había llamado cuando tenía catorce años. Había huido de su hogar para ir en busca de aquella voz.

—Estoy contigo —dijo Takhisis.

La diosa extendió los brazos y éstos se convirtieron en alas de dragón. Las del dragón muerto, ardiendo, se alzaron en el aire impulsadas por las de la diosa. Volaron más y más rápido, el viento avivando las llamas del dragón, agitándolas de forma que el fuego se arremolinó alrededor de Mina. La armadura la protegía de las llamas, pero no de su calor. Imbuida en el espíritu de la diosa, no sintió la quemadura, a pesar de que el metal caliente empezó a chamuscarle la piel. Veía claramente que la victoria debía ser suya. El vientre herido de la Roja se encontraba más y más cerca. La sangre de Malys goteó sobre el rostro levantado de Mina.

Y entonces, de repente, Takhisis desapareció.

Mina percibió la ausencia de la diosa como una ráfaga de aire frío que le cortó la respiración, dejándola medio ahogada, jadeando. Ahora se hallaba sola; sola sobre un dragón que el fuego estaba desintegrando. Su diosa la había abandonado y Mina no sabía la razón.

«Quizá —pensó, frenética—, esto es una prueba».

Takhisis ya la había sometido a pruebas así antes, cuando Mina encontró al Único y se ofreció como su servidora. Aquéllas pruebas habían sido duras, exigiendo que demostrara su lealtad con sangre, de palabra y obra. No había fallado ni una sola. Sin embargo, ninguna había sido tan rigurosa como ésta. No sobreviviría a ella, pero eso daba igual porque, en la muerte, estaría con su diosa.

Mina deseó que el dragón muerto, que ahora era de fuego, siguiera volando y, ya se debiera a su fuerza de voluntad o a que el propio impulso del reptil bastó, lo cierto es que ascendieron los últimos metros.

El dragón en llamas se estrelló contra el cuerpo de Malys con una fuerza tremenda. La sangre que manaba de la herida empezó a burbujear y a hervir por el intenso calor del fuego.

La joven enarboló la lanza y la hincó con todas sus fuerzas en el vientre de la hembra Roja. El arma penetró a través de las escamas debilitadas y abrió un tajo en la carne.

Envuelta en sangre y fuego, Mina sostuvo con firmeza la lanza y rezó a la diosa esperando que ahora la considerase digna de ella.

* * *

Malys sintió dolor, un dolor tan intenso como jamás había experimentado. Era tan espantoso que soltó al Azul. El sonido de sus bramidos fue horrible, tanto que Galdar deseó poder taparse los oídos para no tener que escucharlos. Sin embargo, no le quedó más remedio que aguantar, pues si se soltaba se precipitaría a la muerte. Filo Agudo y él descendieron en espiral, y los Señores de la Muerte, que antes se divisaban pequeños allá abajo, se elevaron imponentes hacia el minotauro. Las afiladas e irregulares rocas del terreno montañoso harían del aterrizaje un impacto demoledor.

Filo Agudo estaba mortalmente herido, pero seguía vivo y, con increíble coraje, se esforzaba desesperadamente para mantener el control del vuelo. Aunque sabía que él estaba condenado, luchaba para salvar a su jinete. Galdar hizo todo cuanto pudo por colaborar, agarrándose bien e intentando no moverse. Cada aleteo del animal debía ser un sufrimiento espantoso, porque Filo Agudo jadeaba y se estremecía de dolor, pero iba descendiendo poco a poco. Sus ojos vidriosos buscaron un lugar despejado donde aterrizar.

Asido al cuello del dragón, Galdar alzó la vista y vio a Mina a horcajadas sobre unas alas de fuego. Ahora todo el cuerpo del dragón ardía y las llamas se extendían por la Dragonlance. El dragón de fuego embistió a Malys, golpeándola en el vientre. Mina clavó la lanza justo en la herida que ya estaba abierta, y el vientre de la Roja se desgarró. Un inmenso chorro de sangre negra brotó de la hembra de dragón.

—¡Mina! —gritó Galdar con angustia y desesperación en el momento en el que el ensordecedor rugido de Malys ahogaba su bramido.

Malys lanzó su grito de muerte. Lo conocía. Lo había escuchado a menudo. Se lo había oído lanzar al Azul cuando le partió la columna vertebral. Ahora le tocaba a ella. El grito de muerte ascendió por su garganta en un borboteo de dolor y rabia.

Cegada por la sangre de la Roja, abandonada por su diosa, Mina siguió sosteniendo firmemente la Dragonlance. La hundió más en la espantosa herida, guiando la punta hacia el corazón de Malys.

La hembra Roja murió en ese instante, en el aire. Su cuerpo se precipitó desde el cielo y se estrelló contra las rocas de los Señores de la Muerte arrastrando con ella a quien la había matado.