29

Espíritus sin sosiego

Los cuerpos de los dos magos seguían en el mismo sitio donde se les había ordenado que se quedaran, cerca del sarcófago de ámbar, en el Templo del Corazón, ahora el Templo del Único. Sólo uno de los espíritus de los hechiceros había permanecido allí para ver la construcción del tótem. El espíritu de Dalamar se había marchado con la llegada de los muertos que transportaban los cráneos. Palin observó cómo crecía el tótem, un monumento al afianzamiento y consolidación del poder de Takhisis. Ignoraba a donde había ido Dalamar. El espíritu del elfo oscuro se hallaba ausente a menudo, más tiempo que el que estaba presente.

A Palin aún le desconcertaba encontrarse separado de su cuerpo durante cualquier período de tiempo, pero se había aventurado a alejarse más durante los últimos días. Cada vez se sentía más alarmado, pues se había dado cuenta —al igual que todos los muertos— de que estaba muy próximo el momento en que Takhisis haría su entrada triunfal en el mundo.

Palin vio crecer el tótem, y con él, el poder de Takhisis. Ésta podía adoptar muchas formas, pero cuando se las veía con dragones, prefería su forma de reptil. Cinco cabezas, cada una de un color y especie distinta de dragón, emergían de un cuerpo de inmenso poder y fuerza. La cabeza del Dragón Rojo era brutal, feroz; en sus ollares bailaban llamas. La cabeza del Azul era esbelta, elegante y mortífera; entre los afilados colmillos de sus fauces chisporroteaban rayos. La cabeza del Negro era maliciosa, astuta, y de sus fauces goteaba ácido tóxico. La cabeza del Blanco era cruel, calculadora, e irradiaba un frío gélido que helaba hasta la médula de los huesos. La cabeza del Verde era artera e inteligente; por sus fauces abiertas emergían gases tóxicos.

Ésa era Takhisis en el plano inmortal, la Takhisis a la que servían los muertos con aterrado pavor, la Takhisis a la que odiaba y despreciaba Palin, a la que, a despecho de sí mismo, se sentía impulsado a adorar porque en los ojos de los cinco dragones se reflejaba la mente de una deidad, una mente que abarcaba la vastedad de la eternidad, que veía y entendía las posibilidades ilimitadas y, al mismo tiempo, enumeraba todas las gotas de los inmensos océanos, contaba todos los granos de arena de los yermos desiertos.

La visión de la Reina de la Oscuridad cernida alrededor de los cráneos y recibiendo los honores de los dragones muertos, era más de lo que Palin podía soportar. El mago separó su espíritu de su cuerpo y flotó desasosegado en la oscuridad.

Le resultaba difícil renunciar a las costumbres de los vivos, de manera que deambuló por las calles de Sanction en su forma etérea como lo habría hecho con su forma corporal. Caminó alrededor de los edificios cuando podría haber pasado a través de ellos. Los objetos físicos no eran una barrera para un espíritu, pero a pesar de ello lo frenaban. Caminar a través de las paredes —algo que iba tan en contra de las leyes de la naturaleza— sería admitir que había perdido toda conexión con la vida, con la parte física de la vida. No podía hacerlo; todavía no.

Su forma etérea le permitía desplazarse con más facilidad por las calles abarrotadas de personas, todas corriendo hacia el recientemente denominado Templo del Único para presenciar el milagro. Si hubiese estado vivo, la multitud habría arrastrado y arrollado a Palin, como les pasó a dos mendigos que intentaban resistir la embestida en el suelo. Uno de ellos, un hombre cojo, había perdido la muleta en la que se apoyaba. El otro, un hombre ciego, también había perdido el bastón y tanteaba el suelo inútilmente para encontrarlo.

De forma instintiva, Palin iba a ofrecerles ayuda, y entonces recordó lo que era, recordó que no podía ayudar a nadie. Al aproximarse, el mago advirtió que el hombre ciego le resultaba familiar, con el pelo plateado, la túnica blanca… Sobre todo el pelo plateado. No veía la cara del hombre, que llevaba tapada con vendajes para ocultar la espantosa herida que le había privado de la vista. Palin lo conocía, pero no conseguía ubicarlo. Estaba… fuera de contexto, no donde se suponía que debía estar. A Palin le vino a la cabeza la Ciudadela de la Luz y de repente recordó dónde había visto a ese hombre. A ese hombre que no era un hombre.

Valiéndose de los ojos del mundo de los espíritus, el mago vio las verdaderas formas de los dos mendigos, formas que existían en el plano inmortal y, por ende, no se podían ocultar aunque hubiesen adoptado otras formas en el mundo mortal. Un Dragón Plateado —Espejo—, el guardián de la Ciudadela de la Luz, se encontraba codo con codo, punta de ala contra punta de ala, con un Dragón Azul.

Entonces recordó Palin lo que era albergar esperanza.

* * *

El espíritu de Dalamar también deambulaba esa noche. El elfo oscuro se aventuró a mucha más distancia que Palin. A diferencia de éste, Dalamar no permitía que ninguna barrera física lo entorpeciera. Para él, las montañas eran tan insustanciales como nubes. Pasó a través de los sólidos muros de roca del cubil de Malys y penetró en el laberinto de sus cámaras como quien parpadea o respira.

Encontró a la gran hembra Roja durmiendo, como ya estaba acostumbrado a encontrarla en ocasiones anteriores. No obstante, esta vez había una diferencia. En sus visitas previas Malys dormía profunda y sosegadamente, segura en la certeza de que era la suprema dirigente de este mundo y que no había nadie lo bastante fuerte para desafiarla. Ahora su sueño era agitado. Sus enormes patas se sacudían, sus ojos giraban bajo los párpados cerrados, sus ollares aleteaban. Le resbalaba saliva de las fauces y un gruñido retumbó hondo en su pecho. Soñaba, y al parecer era un sueño desagradable.

Eso no sería nada comparado a su despertar.

—Oh, grande y graciosa majestad —dijo Dalamar.

Malys abrió un ojo, otra señal de que no descansaba tranquila. Por lo general, Dalamar tenía que hablarle varias veces o incluso convocar a uno de los esbirros de la Roja para que viniera a despertarla.

—¿Qué quieres? —gruñó.

—Poneros al tanto de lo que pasa en el mundo mientras dormitáis.

—Sí, adelante —instó Malys mientras abría el otro ojo.

—¿Dónde está el tótem, majestad? —preguntó fríamente el hechicero.

Malys giró la inmensa cabeza para echar una ojeada tranquilizadora a su colección de cráneos, trofeos de muchas victorias, incluidas las ganadas a Beryl y Khellendros.

Sus ojos se abrieron de par en par. Su respiración escapó con un siseo. Irguiéndose tan bruscamente que hizo que la montaña temblara, volvió la cabeza a uno y otro lado.

—¿Dónde está? —bramó mientras sacudía la cola. Las paredes de granito se resquebrajaron con los golpes, las estalactitas se desplomaron del techo y se hicieron añicos sobre sus escamas, pero la Roja no les prestó atención—. ¿Dónde está el ladrón? ¿Quién lo ha robado? ¡Dímelo!

—Os lo diré —contestó Dalamar sin hacer caso de su furia ya que no podía hacerle daño—. Pero quiero algo a cambio.

—¡El mismo negociante astuto de siempre! —siseó con un atisbo de llamas entre los dientes.

—Conocéis mi lamentable condición actual —continuó Dalamar mientras extendía las manos para mostrar su forma fantasmal—. Si recobráis el tótem y derrotáis a la persona que se lo ha llevado ilícitamente, os pido que utilicéis vuestra magia para devolverme el alma al cuerpo.

—Concedido —accedió Malys al tiempo que sus garras se crispaban. Inclinó la cabeza hacia adelante—. ¿Quién fue?

—Mina.

—¿Mina? —repitió Malys, perpleja—. ¿Quién es esa Mina y por qué se ha llevado mi tótem? ¿Cómo se lo ha llevado? ¡No huelo al ladrón! ¡Nadie ha entrado en mi cubil! ¡Ningún ladrón podría transportarlo!

—Ni siquiera un ejército de ladrones —convino Dalamar—. Pero un ejército de muertos podría. Y lo hizo.

—Mina… —Malys pronunció el nombre con aversión—. Ahora recuerdo. Me hablaron de que dirigía un ejército de espíritus. ¡Qué porquería!

—La «porquería» robó el tótem mientras dormíais, y lo han reconstruido en Sanction, en el que hasta hace poco se llamaba Templo del Corazón, pero al que ahora se conoce como el Templo del Único.

—Otra vez el tal Único —gruñó Malys—. Ése dios Único empieza a irritarme.

—Podría hacer mucho más que irritaros, majestad —dijo fríamente Dalamar—. Ella es la responsable de la destrucción de Cyan Bloodbane, de tu pariente Beryl y de Khellendros el Azul, tan próximo a ti, los tres dragones más poderosos de Krynn. Ha provocado la caída de Silvanesti, la destrucción de Qualinost, la derrota de los Caballeros de Solamnia en Solanthus, y ahora se ha alzado victoriosa en Sanction. Sólo quedáis vos en su camino hacia el triunfo absoluto.

Malys frunció el entrecejo, rumiando en silencio. El mago había hablado con crudeza, pero aunque no le había gustado lo que decía, no podía negar que era verdad.

—Ella, dices… Robó mi tótem. ¿Por qué? —inquirió, hosca.

—No llevaba mucho tiempo siendo vuestro tótem —contestó Dalamar—. El Único ha estado subvirtiendo las almas de los dragones muertos que antaño la reverenciaban. Ha estado utilizando el poder de sus espíritus para alimentar su propio poder. Al tomar los tótem de vuestra pariente y de Khellendros, le seguisteis el juego. Hicisteis las almas de los dragones muertos aún más poderosas. No subestiméis a esa diosa. Aunque estuvo débil y próxima a la destrucción cuando aparecisteis en este mundo, ha recuperado su fuerza y ahora está preparada para reclamar el botín que codicia hace mucho tiempo.

—Hablas como si conocieses a esa diosa —adujo Malys mientras miraba a Dalamar con desprecio.

—La conozco. Y vos también… por su fama. Se llama Takhisis.

—Sí, he oído hablar de ella —admitió Malys con un ademán despectivo de su garra—. Me contaron que abandonó este mundo durante la guerra con el Padre Caos.

—No lo abandonó. Lo robó y lo trajo aquí, como lo había planeado hace mucho tiempo, con la ayuda de Khellendros. ¿Nunca se os ocurrió preguntaros cómo apareció el mundo de repente en esta parte del universo? ¿Nunca os extrañó?

—No, ¿por qué iba a extrañarme? —replicó, furiosa, la Roja—. Si la comida cae en las manos del hambriento, no hace preguntas, ¡come!

—Y comisteis extremadamente bien, majestad —convino Dalamar—. Es una lástima que después del banquete no sacaseis la basura. Las almas de los dragones muertos han reconocido a su reina, y harán todo lo que les pida. Lamentablemente, os superan mucho en número y estáis en desventaja, majestad.

—Los dragones muertos no tienen fauces —se mofó Malys—. Me enfrento a una insignificante deidad que tiene a una niña como paladín y que depende de espíritus para obtener poder. Recuperaré mi tótem y asestaré un golpe letal a esa diosa.

—¿Cuándo planeáis atacar Sanction? —preguntó Dalamar.

—Cuando esté preparada —gruñó la Roja—. Vete ahora.

Dalamar hizo una profunda reverencia.

—Vuestra majestad no olvidará la promesa de… devolver mi alma a mi cuerpo, ¿verdad? Podría seros de mucha ayuda como una persona completa.

—No olvido mis promesas. —Malys movió la garra—. Y ahora, vete.

Cerró los ojos y apoyó la inmensa cabeza en el suelo.

A Dalamar no le engañó. A pesar de su actitud despreocupada, Malys había sufrido una sacudida hasta lo más hondo de su ser. Fingiría que dormía, pero en su interior el fuego de la ira ardía brillante y abrasador.

Satisfecho de haber hecho cuanto estaba en su mano —al menos allí—, dalamar partió.

* * *

El tótem creció dentro del templo arrasado por el fuego. Los caballeros y los soldados de Mina la aclamaron y corearon su nombre. La sombra de Takhisis se cernía sobre el tótem, pero eran pocos los que la veían. No la buscaban a ella. A quien veían era a Mina, y eso era lo único que les importaba.

En las calles de Sanction, ahora casi totalmente vacías, el Dragón Plateado, Espejo, buscó a tientas el bastón que un golpe le había arrebatado de la mano.

—¿Qué está pasando? —preguntó a su compañero, que le entregó el bastón en silencio—. ¿Qué ocurre? Oí un tumulto y un gran grito.

—Es Takhisis —informó Filo Agudo—. La veo. Se ha manifestado. Muchos de mis hermanos vuelan en círculo y claman su nombre. Los dragones muertos la aclaman. Oigo la voz de mi compañera entre ellos. Rojos, Azules, Blancos, Negros, Verdes, vivos, muertos… Todos jurándole lealtad. Mientras yo hablo su poder sigue creciendo.

—¿Te unirás a ellos? —preguntó Espejo.

—Llevo tiempo pensando en lo que me contaste en la caverna del poderoso Skie —respondió lentamente el Azul—. En el hecho de que ninguna de las calamidades que han azotado a este mundo habrían sucedido de no ser por ella. Detesto a Paladine y a los otros supuestos dioses de la luz. Maldigo sus nombres, y si tuviese ocasión de matar a uno de sus campeones la aprovecharía y me enorgullecería de ello. He esperado con ansia el día en que nuestra reina pudiera gobernar sin competencia.

»Ahora que ese día ha llegado, lo lamento. No se ha preocupado por nosotros, le traemos sin cuidado. —Filo Agudo hizo una pausa y después añadió—. Veo que sonríes, Plateado. Piensas que «preocupar» no es el término adecuado. Estoy de acuerdo contigo. Los que seguimos a la Reina Oscura no destacamos por ser individuos a los que les importen los demás. Respeto. Ésa es la palabra que busco. Takhisis no respeta a los que la sirven. Los utiliza hasta que ya no son válidos para sus propósitos, y entonces los deja de lado. No, no serviré a Takhisis.

—Pero ¿tomará parte activa contra ella? —susurró una voz conocida al oído de Espejo—. Si respondes por él, me vendría bien su ayuda, así como la tuya.

—¿Palin? —Espejo se volvió con gran agrado hacia la voz. Tendió la mano hacia donde le había sonado, pero no sintió el cálido apretón que esperaba.

»No te veo ni te toco, Palin, pero te oigo —dijo—. E incluso tu voz suena lejana, como si hablases desde el otro lado de un ancho valle.

—Y así es —respondió el mago—. Aun así, entre los dos quizá podamos cruzarlo. Quiero que me ayudes a destruir ese tótem.

* * *

El espíritu de Dalamar se unió al río de almas que fluía hacia el Templo del Único del mismo modo que otros ríos fluyen hacia el mar. Su espíritu no hacía caso del resto, sino que estaba concentrado en su próximo objetivo. A su vez, las otras almas hacían caso omiso de él. No lo veían. Sólo oían una voz, sólo veían un rostro.

Al llegar, Dalamar se apartó del torrente que giraba en espiral alrededor del tótem de los cráneos de dragones. El monumento se elevaba en el aire, visible desde kilómetros, o eso decían algunas de las miles de personas que lo contemplaban atónitas, entre admiradas y sobrecogidas, y se regocijaban con la victoria de Mina sobre la odiada Malys.

Dalamar miró de soslayo el tótem. Era impresionante, tenía que admitirlo. Entonces centró su mente en asuntos más urgentes. Había guardias apostados a las puertas del templo. Su espíritu se deslizó entre los guardias y entró en la nave del altar. Se aseguró de que su cuerpo estuviera a salvo y reparó con sorpresa en que el espíritu de Palin había salido esa noche.

La ausencia de Palin era algo tan inusitado que, a despecho de la urgencia de su tarea, Dalamar hizo una pausa para meditar dónde podría haber ido y qué se traería entre manos el alma del otro hechicero. No estaba preocupado, ya que consideraba a Palin tan artero como un cuenco de gachas de avena.

—Con todo —se recordó Dalamar a sí mismo—, es sobrino de Raistlin, y las gachas de avena serán pálidas y grumosas, pero también son espesas y viscosas. Bajo la blanda superficie se puede esconder mucho.

Las almas giraban en un frenético éxtasis alrededor del tótem formando una nube tan densa como la condensación que se eleva de un bosque empapado de agua. Millones de rostros pasaban a raudales ante Dalamar cada vez que miraba hacia el remolino. Siguió su camino hacia la siguiente fase de su plan.

Mina se encontraba sola en el altar iluminado por las velas, de espaldas al tótem, la mirada absorta en las llamas. El enorme minotauro se hallaba cerca. Allí donde estuviera Mina, estaba el minotauro.

—Mina, estás agotada, apenas te sostienes en pie. Debes irte a acostar —suplicó Galdar—. Mañana… ¿Quién sabe lo que traerá el nuevo día? Deberías descansar.

—Creía que te habías ido a la cama, Galdar —dijo la joven.

—Lo hice —gruñó el minotauro—. Pero no podía dormirme. Sabía que te encontraría aquí.

—Me gusta estar aquí —repuso Mina con aire distraído—. Cerca de la diosa. Siento su sagrada presencia. Me envuelve en sus brazos y me eleva con ella.

La joven alzó la vista hacia el cielo nocturno, ahora visible ya que el tejado se había destruido.

—Me siento arropada cuando estoy con ella, Galdar. Arropada y querida y alimentada y vestida y a salvo en sus brazos. Cuando vuelvo al mundo tengo frío, y hambre y sed. Es un castigo estar aquí, Galdar, cuando lo que querría es encontrarme ahí arriba.

El minotauro emitió un sonido retumbante. Si albergaba dudas, tuvo el sentido común de no exponerlas en voz alta.

—Aun así —se limitó a decir—, mientras te encuentres aquí abajo, Mina, tienes una tarea que realizar para el Único. Y no podrás hacerla si enfermas por el agotamiento.

Mina alargó la mano y la puso sobre el brazo del minotauro.

—Tienes razón, Galdar. Estoy siendo egoísta. Me acostaré y dormiré hasta bien entrada la mañana. —Se volvió hacia el tótem y sus ojos ambarinos relucieron como si siguieran fijos en las llamas de las velas—. ¿No te parece magnífico?

Quizás iba a añadir algo más, pero Dalamar se encargó de situarse en su campo visual e hizo una profunda reverencia.

—Solicito un momento de tu tiempo, Mina —pidió al tiempo que hacía otra reverencia.

—Adelántate, Galdar, y asegúrate de que mi habitación está dispuesta —ordenó Mina—. No te preocupes, iré enseguida.

Los ojos bovinos del minotauro pasaron por el lugar donde el espíritu de Dalamar flotaba. El hechicero no supo discernir si Galdar lo había visto o no. Creía que no, pero tuvo la sensación de que el minotauro sabía que se encontraba allí. Galdar arrugó el hocico, como si oliera algo podrido, y después, soltando un resoplido, dio media vuelta y salió de la nave del altar.

—¿Qué quieres? —le preguntó Mina a Dalamar, con voz serena—. ¿Has logrado alguna información sobre el ingenio mágico que lleva el kender?

—Lamentablemente, no, Mina, pero sí tengo otra información. Son noticias graves. Malys sabe que fuiste tú quien le robó el tótem.

—¿De veras? —dijo Mina con una ligera sonrisa.

—Malys vendrá para recuperarlo, Mina. Está furiosa. Ahora te ve como una amenaza a su poder.

—¿Por qué me cuentas esto, hechicero? —inquirió la joven—. A buen seguro no es mi seguridad por lo que temes.

—Cierto, Mina —admitió fríamente Dalamar—. Pero sí temo por la mía si te pasa algo. Te ayudaré a derrotar a Malys. Necesitarás la ayuda de un mago para luchar contra ese reptil.

—¿Y de qué modo me ayudarás en tu lamentable estado actual?

—Devuelve mi alma a mi cuerpo. Soy uno de los hechiceros más poderosos de la historia de Krynn. Mi ayuda sería inestimable. No tienes un cabecilla para los muertos. Intentaste reclutar a lord Soth y no lo conseguiste.

Los ojos ambarinos chispearon, denotando su desagrado.

—Sí, me he enterado de eso —siguió Dalamar—. Mi espíritu viaja por el mundo, y estoy al tanto de muchas cosas que pasan en él. Podría serte de utilidad. Ser el que dirigiese a los muertos. Y podría buscar al kender y traerlos a él y a ese ingenio mágico. Burrfoot me conoce, confía en mí. He realizado un estudio del ingenio para viajar en el tiempo. Puedo enseñarte a utilizarlo. Podría usar mi magia para ayudarte a combatir la del dragón. Todo eso podría hacer por ti… pero sólo como un hombre vivo.

Dalamar se vio reflejado en los ojos ambarinos: una voluta, más insustancial que la seda de la araña.

—Y todo eso y más harás por mí si lo requiero —repuso Mina—, no como un hombre vivo, sino como un cadáver viviente. —Alzó la cabeza con orgullo—. En cuanto a tu ayuda contra Malys, no la preciso. El Único me apoya y lucha a mi lado. No necesito a nadie más.

—Escúchame, Mina, antes de irte —insistió Dalamar cuando la joven ya daba media vuelta—. En mi juventud, acudí a tu Único como acude un amante a su amada. Me abrazó y me acarició y me prometió que algún día los dos gobernaríamos el mundo. La creí, confié en ella. Mi confianza fue traicionada. Cuando ya no me necesitó, me entregó a mis enemigos. Hará lo mismo contigo, Mina. Cuando ese día llegue, necesitarás un aliado de mi fuerza y poder. Un aliado vivo, no un cadáver.

Mina se paró y se volvió a mirarlo. Su gesto era pensativo.

—Quizás haya algo de verdad en lo que dices, hechicero.

Dalamar la observó con cautela, sin confiar en aquel repentino y radical cambio de postura.

—Tu fe en la diosa fue traicionada, pero ella podría decir lo mismo de ti, Dalamar el Oscuro. Los amantes pelean a menudo, peleas tontas que enseguida se olvidan, que ninguno de los dos recuerda.

—Yo sí lo recuerdo —adujo Dalamar—. A causa de su traición perdí todo lo que amaba y valoraba. ¿Crees que iba a olvidar tan fácilmente?

—La diosa podría argüir que pusiste todo lo que amabas y valorabas por encima de ella —dijo Mina—, que fue ella la abandonada. Aun así, después de tanto tiempo, no importa de quién fue la culpa. Aprecia en lo que vale tu afecto, y le gustaría demostrar que aún te ama devolviéndote todo lo que perdiste y más.

—¿A cambio de qué? —preguntó, cauteloso, Dalamar.

—Tu promesa de devoción.

—¿Y…?

—Un pequeño favor.

—¿Y cuál es ese «pequeño» favor»?

—Tu amigo, Palin Majere…

—No es mi amigo —la interrumpió.

—Entonces, eso lo hace más sencillo. Tu colega hechicero conspira contra el Único. La diosa está enterada de sus maquinaciones, por supuesto. No sería difícil para ella desbaratarlas, pero son muchas las cosas que tiene en mente estos días y agradecería tu ayuda.

—¿Qué he de hacer? —preguntó Dalamar.

—Poca cosa —respondió Mina al tiempo que se encogía de hombros—. Simplemente avisarla cuando el mago esté a punto de actuar. Eso es todo. Ella se encargará del asunto a partir de ese momento.

—Y ¿a cambio?

—Se te devolverá la vida. Se te dará todo cuanto pidas, incluido el liderazgo del ejército de espíritus, si eso es lo que quieres. Además… —Mina le sonrió. Los ojos ambarinos sonrieron.

—¿Sí? ¿Además…?

—Se te devolverá la magia.

—Mi magia —puntualizó Dalamar—. No quiero que se me preste la magia tomada de los muertos. ¡Quiero la que antaño vivía dentro de mí!

—Quieres la magia del dios. Bien. Lo promete.

Dalamar recordó todas las promesas que Takhisis le había hecho, todas las promesas que había roto. Ansiaba tanto aquello, que quería creer.

—Lo haré —musitó.