I
Anoche soñé con The Shade, con su avenida de viejos olmos solitarios, sus blancos cisnes chapoteando en el lago color gris, mientras la lluvia del otoño moja los oscuros mirtos de los paseos.
The Shade continúa bello y sombrío con sus picudos tejados de pizarra, alrededor de cuyas agujas se atan y desatan los vientos que vienen del mar, indiferentes a la tragedia que se albergó en sus muros y a la soledad que reina en sus estancias.
En mi sueño he vuelto a sentarme en el banco tapizado de musgo y he vuelto a dar de comer a los viejos cisnes del lago. He paseado por las avenidas, y la pesada cola de mi traje de terciopelo arrastraba tras sí, con un levo crujido, las hojas secas de las veredas solitarias.
Antes de ir a él, siendo una niña, supe que se habían concertado mis bodas. Más tarde, éstas se realizaron por poderes en su vetusta capilla. Toda la ceremonia me la pasé distraída con el llanto silencioso de uno de los grandes cirios colocados a mi derecha. La cera goteaba hasta el reborde de plata maciza, y yo pensaba cuántas bolitas esféricas podría haber formado con mis dedos infantiles.
The Shade fue el regalo de bodas de mi prometido. El, por entonces, navegaba al mando de una de las naves del rey. Yo no le conocía. El a mí tampoco; pero The Shade para mis ojos de niña, significó la morada de un genio: el vetusto palacio de las hadas de Irlanda. Cuando apenas había crecido unas pulgadas, la guerra pasó por The Shade. Cuando ésta terminó, en el mismo banco tapizado de musgo, supe que mi esposo había muerto y que mis familiares se alegraban del incidente. Habían deseado día tras día la noticia con fanática obsesión.
Esta narración es la historia de mi marido y de The Shade. ¡The Shade, con su vetusta fachada tapizada de-musgo, con sus escondidas veredas entre dos setos de mirto, en donde aprendí a vivir y a sentir el amor! A distancia me parece que la cola de mi traje azul sigue arrastrando a su paso las hojas caídas y que los cisnes acuden a lugar, donde la mano blanca y espectral de mi sueño, continúa arrojando el pan a las eternas aguas grises.