¡Enséñame las manos!
¡Enséñame las manos!
El retrato oficial del presidente Jacques Chirac por Bettina Rheims es sin ninguna duda un gran éxito en un género que por sus limitaciones ha llegado a ser muy difícil. Por supuesto, no se trataba de pedir al interesado que hiciera el pino, ni siquiera que se riera a carcajadas. No cuesta mucho imaginar que se hicieron numerosos ensayos, no sólo para la sonrisa de Chirac, sino también para esa dichosa banderita que ondea en el techo del Elíseo y que ostenta con orgullo sus colores a la derecha de su rostro. ¿Con orgullo? ¿De veras? Primero, está orientado hacia el lado contrario, de manera que es más rojo-blanco-azul que azul-blanco-rojo. ¿Y si un día de calma absoluta lo hubiese dejado colgando a lo largo del asta? Pero acaso esto es lo que ocurrió aquel día, y entonces, un ventilador astutamente colocado desplegó la bandera como es debido. ¡Secreto profesional!
La foto oficial del presidente De Gaulle la había hecho Jean-Marie Marcel, hijo adoptivo del filósofo Gabriel Marcel. Gracias a ella tuvo un alud de encargos por parte de los recientes jefes de Estado africanos, que querían dejar constancia de ello. Tal fue el caso, por ejemplo, de Burguiba. En 1960, Patricio Lumumba mandó hacer una falsificación para él, y la misma para su hijo, con la mano apoyada en un balón de fútbol.
Hablando de manos, sería interesante clasificar los retratos según si en ellos aparecen las manos o no, además del rostro, como un aspecto suplementario de la personalidad del modelo. En las fotos oficiales correspondientes, no se ven las manos ni de Vincent Auriol ni de Giscard d’Estaing. En cambio, son visibles las de René Coty, De Gaulle y François Miterrand —fotografiado por Gisèle Freund—. Los retratistas profesionales de antes proponían a sus clientes tres tarifas progresivas, según si querían salir pintados sin manos, con una sola mano o con las dos manos. Ello es así porque la mano exige al pintor un trabajo particularmente largo y delicado.
En la historia del retrato, las manos pueden estar juntas en postura orante, sostener una espada, un ramo de flores, un abanico, un arco, un instrumento de música, estar crispadas agarrando los brazos de un sillón o levantadas en un gesto de maldición o de bendición.
Leonardo da Vinci dio a Monna Lisa unas manos algo blandas, colocadas comedidamente una sobre otra. Su san Juan Bautista levanta el índice hacia el cielo. El tramposo de Georges de La Tour nos ofrece un auténtico festival de ocho manos finas, manipuladoras, prestidigitadoras.
El hombre que oculta sus manos se las puede meter vulgarmente en los bolsillos o deslizarías hipócritamente en las mangas. En la foto de Bettina Rheims, el presidente Chirac las esconde tras la espalda. Nos viene a la memoria el misterioso diálogo de El avaro de Molière:
HARPAGON: ¡Enséñame las manos!
LA FLECHE: ¡Mirad!
HARPAGON: ¡Las otras!
LA FLECHE: ¿Las otras?
HARPAGON: ¡Sí!
LA FLECHE: ¡Mirad!
Conociendo la duplicidad de los líderes políticos, los franceses, ante esa hermosa imagen de su presidente, podrían decirle: «¡Enséñanos las manos! ¡Ésas no! ¡Las otras!»