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Mujeres y Quinta Covadonga
—Hoy es un gran día para el Centro Asturiano. Seguro que acude mucha gente —dice Marina.
—¿Dónde se celebra el acto? ¿En la quinta? —pregunta Rosita.
—Sí, en el pabellón Asturias.
El año anterior, en 1925, el Centro Asturiano de La Habana había debatido el artículo quinto del reglamento general relacionado con la admisión de mujeres. La directiva decidió abordar el tema ante las continuas reclamaciones. Animadísimas fueron las sesiones en las que se registraron intervenciones casi todas a favor de la apertura: «Todo se renueva; todo se metamorfosea, y el Centro Asturiano, fruto genuino del pueblo, no puede seguir indiferente, refractario, al clamor que pide igualdad de derechos, igualdad de deberes, para nuestras madres, nuestras esposas, nuestras hijas, nuestras hermanas».
Durante tres días, la admisión de mujeres se convirtió en el tema central de la actividad del centro. Al final, la junta general, con solo una excepción, aprobó la adición al artículo quinto que decía: «También podrán ser socias, con los derechos y deberes que en reglamento aparte se establecen, las mujeres que, habiendo nacido en Cuba o en cualquier otro país, sean madres, hermanas, hijas o esposas de socios, y las nacidas en España aunque no reúnan ninguno de los indicados requisitos».
Y ahora, en abril de 1926, se va a celebrar el sorteo de la inscripción para figurar en el cuadro de honor como socias fundadoras de la sección femenina del centro.
—Me han dicho que somos más de tres mil mujeres las que nos hemos inscrito —señala Marina.
—Parece increíble que las mujeres no hayan podido ser socias hasta ahora —dice Rosita—. Me ha contado Javier que tampoco pueden ser atendidas en la Quinta Covadonga.
—Así es —asegura Marina—. No reciben atención hospitalaria porque no hay pabellones para mujeres. Aunque parece ser que dentro de poco se acometerá esa reforma tan necesaria. Mientras tanto, me han dicho que los doctores hacen visitas a domicilio.
—Madre, me parece muy triste que si a mí me tienen que realizar una intervención no puedan hacérmela en la Quinta Covadonga, en la que existen mayores garantías de ser mejor atendida.
—Tienes toda la razón. Cuando, además, en la quinta se atiende a varones de todo tipo, condición y raza. Pero mujeres no. Se argumenta, y hasta cierto punto es comprensible, que cuando se creó este centro hospitalario era casi nula la presencia de mujeres emigrantes. Aunque pienso que, aunque fuese verdad esa argumentación, han pasado muchos años y no se ha hecho nada.
—Madre, a Javier le encantaría seguir trabajando en la quinta.
—Tu padre me ha comentado que el director, el doctor Varona, está muy contento con él. Y necesitan médicos. Creo que el año pasado ingresaron más de trece mil enfermos.
—Sería estupendo que obtuviera plaza —añade Rosita.
—¿Viene hoy con nosotros?
—Sí. Me dijo que pasaría por casa sobre las diez y media.
—Muy bien. Seguro que tenemos oportunidad de presentarle a miembros de la junta directiva, que aunque no deciden directamente sobre el personal médico, sus recomendaciones son escuchadas.
—Gracias, madre.
—Nunca has estado en la quinta, ¿verdad? Ya verás cómo te impresiona. Recuérdame que vayamos a leer algunas de las dedicatorias que han escrito las personas con proyección social que la han visitado. Me sentí muy orgullosa como asturiana, al leer los textos del cardenal Benlloch. No tengo el placer de conocerlo, pero me hizo ilusión porque fue él quien, al poco de hacerse cargo del arzobispado de Burgos, organizó el traslado de los restos del Cid Campeador a la catedral, y todavía no era cardenal. ¿Recuerdas cuando te hablé de ello en Candás?
—Me acuerdo muy bien porque su comentario me sirvió para que me enterara de qué había hecho el Cid para pasar a la historia.
—Cuánto me alegro, Rosita. Otra de las dedicatorias, en mi opinión muy hermosa, es la de Carmen de Burgos. Las veremos esta mañana en la Quinta Covadonga.
En diciembre de 1923 el cardenal Juan Benlloch, arzobispo de Burgos, después de visitar el complejo sanitario creado por los asturianos, escribía en el libro de la institución:
¡Covadonga! No hay palabra que mejor pueda sonar en los oídos de un cardenal español, porque ella resume toda la historia de la religión y de la patria. Aquí, además, no solo es un símbolo, sino una espléndida y consoladora realidad, pues el Centro Asturiano con la grandiosa obra de esta quinta ha esculpido una página de gloria, continuadora de aquella que comenzó en la estrecha cueva del Auseva. Dejemos aquí consignada nuestra admiración y gratitud como español al benemérito Centro Asturiano, y como prelado nuestra cordial bendición para el director y junta directiva y los socios todos del Centro Asturiano, como igualmente para los abnegados médicos y dichosos enfermos.
Dos años más tarde fue la escritora almeriense Carmen de Burgos —Colombine— quien recorrió con admiración las distintas dependencias de la Quinta Covadonga. E igualmente dejó reflejadas sus impresiones:
Las colonias son prolongaciones de España que, cuando son tan admirables como esta, engrandecen a la patria. ¡Covadonga! Nombre sagrado y de gloria en la historia de España, está aquí sostenido con toda la gran evocación, por los nobles hijos de Asturias. Ellos saben mantener y acrecentar el patrimonio de nuestro glorioso solar.