32
Exhibicionismo libidinoso
Marina vuelve a releer la carta de Reme. La emoción se apodera de ella. Le cuenta que la señora Covadonga está muy malita y que es posible que no lo supere. Marina la quiere como a una madre. Rezará por ella. Le pedirá a Dios que le dé unos años más de vida, los suficientes para que se vuelvan a abrazar. «Pero quién sabe cuándo volveré a Candás —se dice—. Rosita y Silverio cada día son más felices aquí». Ella no se siente desgraciada. Marina está bastante tranquila y un poco más ocupada, que eso siempre viene bien.
Después de la muerte de Magdalena, Silverio hereda, junto con el director de El Nuevo Amanecer, todos sus bienes. A cada uno de ellos les correspondieron dos casas, un importante paquete de acciones y la mitad del negocio.
Como Silverio se había implicado y trabajaba con su antiguo socio en los almacenes que ellos habían creado —El Siglo XX—, piensa en vender su parte de El Nuevo Amanecer, y así se lo cuenta a su mujer.
Marina, a pesar de que es consciente de su ignorancia en el tema de negocios, le aconseja que no lo haga, sobre todo pensando en Rosita y en su futuro.
—Siempre habrá tiempo para vender tu parte, pero de momento yo esperaría —le dice a Silverio.
—Estoy de acuerdo —contesta él—, pero el problema es que yo no puedo dividirme. Todo mi tiempo está dedicado a El Siglo XX. Claro que tú podrías sustituirme.
Y así es cómo Marina empieza a entrar en contacto con aquel mundo del que desconoce todo. Esta nueva actividad contribuye a establecer nuevos lazos con su marido, al interesarse por su trabajo del que desea aprender. Silverio se muestra encantado y también satisfecho de que su mujer se interese y valore lo que hace.
Bien por la mañana o por la tarde, todos los días pasa por el negocio. Y tiene que reconocer que no le disgusta su nueva actividad. Lo observa todo y disfruta intentando mejorar las cosas. También Rosita la acompaña en muchas ocasiones. Es bueno que la niña conozca cómo funcionan unos grandes almacenes.
Marina confía en que, si todo discurre con normalidad, dentro de un año, como mucho, Rosita y Javier se casen. Los dos le han hablado de una chica, Ana, que está obsesionada con ellos. Les ha recomendado que la eviten, que no le hagan frente. Aunque es posible que su «locura» haya cesado porque, afortunadamente, en un mes, según le han contado, no les ha vuelto a molestar.
Esta misma mañana, Rosita y Javier se han ido a pasar una semana a Pinar del Río. Quieren hacer partícipes de su felicidad a la familia de Javier, pero a quien quieren ver de forma especial es a Cayetano, el seminarista que conocieron en su primer viaje y que ahora es el párroco de Pinar. Cayetano es el mejor amigo de Javier. Rosita le ha llevado como regalo el cuadro que pintó sobre Soroa. A Marina le sorprende la generosidad de su hija al desprenderse de esa obra con la que había ganado el segundo premio de la Escuela de San Alejandro, pero Rosita suele mostrar casi siempre su total desapego por las cosas materiales.
De repente, Marina, tal vez por haber recordado el cuadro de su hija, se da cuenta de que no se ha ocupado de acudir al estudio de Sixto Velasco. Solo le queda una sesión. Le da un poco de pereza. Pero acaba de tomar una decisión, le dirá a Lino, su conductor, que se acerque a casa del profesor para preguntarle si esta tarde puede ir.
—Señora, si quiere voy un poco más lento. El profesor me ha dicho que la espera a las cinco y solo nos quedan unos minutos para llegar a Mercaderes —le anuncia Lino, el conductor.
—No, mejor te desvías y recorremos el Malecón. Mirar al mar, aunque sea desde el coche, se agradece.
—Está bien, señora.
Marina ha ido a comer a casa porque tenía que ponerse la misma ropa y peinado que en anteriores sesiones. Blusa blanca de encaje, falda negra y debía ir peinada con un moño bajo.
Ahora que está inmersa en la actividad de unos grandes almacenes comerciales, la moda no le resulta ajena. Disfruta y procura quedarse cuando los expertos cambian los escaparates para mostrar de la forma más atractiva posible sus productos. Conoce lo importante que es la imagen. Y también ha empezado a opinar sobre catálogos.
Pero lo que más le gusta a Marina es ver el movimiento de la tienda. Observar el comportamiento de clientes y vendedores. Cada día comprueba algo que ya sabía: cómo un buen vendedor es capaz de convencer al cliente con suma facilidad.
—Señora, ya hemos llegado. ¿A qué hora quiere que la recoja?
—No se preocupe, Lino. Daré un paseo e iré a la tienda a esperar al señor.
Como si estuviera pegado a la puerta, Sixto, nada más escuchar el aldabonazo, abre.
Marina se sorprende no tanto por la rapidez como por la indumentaria del profesor.
—Me tiene que perdonar. He vuelto a casa acaloradísimo después de una caminata. En el estudio hace mucho calor, por ello me he permitido recibirla con este inapropiado atuendo.
Marina no sabe muy bien qué decir. Sixto Velasco aparece, ante sus ojos, cubierto por una especie de mandilón, abierto por delante que sujeta con una cinta de mil colores que va a juego con las manchas de pintura que llenan toda la parte delantera. No lleva mangas y solo le cubre hasta las rodillas. En los pies, unas gastadísimas chanclas.
A punto está de irse. A una señora no se la puede recibir así, pero tratándose de artistas bohemios ya se sabe. Por ello le dice:
—No se preocupe, si así está usted cómodo para pintar…
—Se lo agradezco. Siento tanto calor que vestido normal no podría hacer nada.
—Si lo prefiere, vuelvo otro día que se encuentre más relajado —propone Marina.
—No, por favor. Espero tomar hoy los últimos y definitivos apuntes para terminar el cuadro.
Pasaron al estudio. Marina se sienta en el mismo sitio de otras veces y él se coloca ante el caballete. A ella le resulta imposible no mirar las torneadas y bronceadas piernas del profesor. Seguro que se pasa horas tomando el sol. Desconoce la edad de Sixto, pero se conserva muy bien.
—Así que es la primera vez que posa para un pintor. ¿Es satisfactoria la experiencia? —le pregunta Sixto.
—Resulta un poco aburrida —confiesa Marina.
—Le voy a mostrar unos apuntes que he hecho sobre usted —le dice el artista.
—¿Bocetos previos al cuadro? —pregunta ella, intrigada.
—No precisamente. Tiene que prometerme que los mirará con ojos de artista. Y que no se va a ofender —le pide Sixto.
—No me asuste usted. ¿Tan horrorosa me ha pintado?
—No. A mí me parece divina. Y no sabe cuánto daría por comprobar que no me he equivocado.
Marina ya tiene la carpeta en la mano. No entiende muy bien lo que el profesor le acaba de decir. La abre nerviosa y ve el cuerpo desnudo de una mujer que tiene su cara. Son cinco hermosos desnudos en diferentes posturas.
—Pero, ¿cómo se ha atrevido? —dice enfadada Marina.
—Ha sido fruto de la imaginación. Usted, querida Marina, me vuelve loco. Daría tanto por verla desnuda. Mire cómo reacciona mi pobre cuerpo cuando la ve. Tiene usted tal poder sobre mí que me hace sentir joven. Mire en qué situación me coloca.
El profesor desata con presteza el cinturón que sujeta el mandilón y su cuerpo aparece totalmente desnudo.
Marina queda estupefacta al ver la erección del miembro viril del profesor.
Tarda unos segundos en reaccionar, los suficientes para que Sixto se abalance sobre ella rodeándola con sus brazos. Marina le propina tal rodillazo en el sitio justo, que el profesor cae hacia atrás, lo que le permite a ella bajarse del taburete. Va a salir como una exhalación, pero se vuelve a mirar al profesor que, doblándose sobre sí mismo, intenta suavizar el dolor. Marina se acerca. Lo mira con asco y le propina una sonora bofetada.
—Es usted un desgraciado depravado. ¡Qué asco! —exclama.
Abandona la casa. Menos mal que no la espera nadie. Necesitará un tiempo para serenarse. ¿Cómo es posible comportarse así? Seguro que lo ha hecho más veces.
De momento, mantendrá en secreto todo lo que ha sucedido. Si Silverio le pregunta por las sesiones, le dirá que ya han terminado. ¿Y qué pasará con el cuadro? Ya ha pensado la respuesta, comentará que el profesor no está muy contento y quiere evaluar qué hacer con él.
Paseará hasta la plaza de la Catedral y luego irá a recoger a Silverio.