Veinte
YA en el Hotel Dallas nos recibe un joven camarero vestido con traje de un negro riguroso. Lleva un antifaz de color plata, y de su pecho cuelga una tarjeta de identificación donde reza su nombre y el cargo en el hotel. El joven Esteban no pronuncia ni una palabra, se limita a hacer una reverencia cortés como si tratara de un mimo, envolviendo de misterio aquel primer contacto con la fiesta. Carlos y yo nos miramos con curiosidad. Nos adentramos por un pasillo tapizado con una alfombra roja, y al final de este unas robustas cortinas negras dan paso a una enorme sala de fiestas. Trago saliva antes de cruzar el umbral, Carlos me insta con un gesto de su cabeza para que le siga hacia el interior. La sala está casi a oscuras, se distinguen dos barras de copas iluminadas por hileras de leds que proyectan luces rojizas y que indican su ubicación. Del techo cuelgan serpentinas brillantes que imitan estalactitas y que dan un aspecto misterioso y de secretismo brutal. Debe haber unas cincuenta personas en la sala, los hombres todos vestidos de negro y las mujeres con sus respectivos vestidos y antifaces de lo más variopinto. Busco con la mirada, intentando distinguir un lazo rojo, aunque por lo pronto todos los invitados me parecen iguales. Sigo a Carlos hasta la primera hilera de neones y acto seguido una estilizada camarera nos sirve una copa de cava dándonos la bienvenida. La bebo de un trago, necesito relajarme y dejarme llevar. Carlos pasea la mirada curioso por toda la estancia imitando mi gesto, apenas distinguimos nuestra expresión, pues el antifaz nos cubre apenas todo el semblante, dejando solo al descubierto nariz, labios y barbilla. Pensaba que sería una fiesta animada, la música aunque en un volumen alto es extraña y sensual, los invitados se mueven acompasados, como hipnóticos dejándose llevar por la magia de aquel misterio. Resoplo mientras busco con la mirada, y noto la boca seca.
—¡Dos gin-tonics por favor! La camarera sonríe y coloca dos vasos de tubo sobre la tarima deteniéndose sobre ella para que pueda contemplar su escote, pronunciado y provocador. Empiezo a tener mucha calor, bebo unos cuantos tragos seguidos y contemplo apurado como el vaso está vacío. Carlos ya está hablando con la chica del antifaz de leopardo, que con un descaro sutil pasea sus dedos por la apertura de su camisa. Comienzo a notar el efecto del alcohol en mi cuerpo, aunque los nervios hacen que sin prestar atención a sus efectos pida otra copa. Un ligero mareo hace que me acode en la barra. Suena una melodía de piano que hace que me sienta como dentro de una espiral. Hago un amago por acomodarme en uno de los taburetes cuando distingo una silueta bajo el umbral. La luz apenas me deja entrever su rostro, y el alcohol hace que comience a ver borroso, aun así la reconozco. Distingo un lazo rojo anudado al cuello de Ivannova. Trago saliva, quieto y apoyado en la barra. Nuestras miradas bajo el antifaz quedan superpuestas, no será necesario hacer comprobaciones, es ella, esta aquí. De una de las esquinas comienza a desprenderse un humo blanquecino que inunda la estancia como si fuera una capa de neblina. Me muerdo el labio a la vez que procuro dominar mis movimientos, estos se vuelven torpes y desmedidos. La oscuridad ahora hace que sea casi imposible distinguir las siluetas, o tal vez el estado ebrio en el que me encuentro me impide ver con claridad. De repente unas manos me sorprenden por detrás, me estremezco y mi cuerpo comienza a temblar preso de una incomprensible sensación de confusión. La cabeza me da vueltas, a la vez que superpongo mis manos sobre las de ella, que de pronto comienzan a pasearse por mi vientre, vacilando el borde de mi cinturón haciendo que un escalofrío me recorra las extremidades. Carlos se da la vuelta, sorprendiéndome con la mirada, sus pasos se dirigen a mí, y tras balbucear algo que no consigo entender me tiende una tarjeta metálica de la que no distingo ni el número que la identifica. Me invade otro mareo traicionero, ahora Ivannova está frente a mí, fijo mi mirada en sus labios perfilados de un llamativo color bermellón y que pronto se posan rabiosamente dulces sobres los míos. Su lengua, cálida, recorre mi boca buscando la humedad de la mía y nos fundimos en una beso profundo, largo y desmedido. Ivannova regresa a mi espalda, y comienza a besarme la nuca, mientras acaricia mi pelo. Me susurra algo al oído, su voz es tímida y rasgada, y aunque no aprecio el significado de sus palabras solo adivino algo con claridad.
—Sígueme—ordena quitándome la tarjeta de las manos.
Obedezco, aturdido, procurando mantener los ojos abiertos, aunque el alcohol que me recorre las venas me reta a cerralos, me cuesta mantenerme en pie, aun así sigo a Ivannova que entre risas tira de mí por un largo pasillo hasta llegar a la habitación. Oigo el chasquido de la cerradura metálica, luego la puerta se cierra, quedando los dos solos. Está muy oscuro, Ivannova no enciende la luz y me empuja sobre la cama donde me dejo llevar. Solo distingo su silueta, lleva el pelo recogido en un moño tras la nuca, y parece llevarlo teñido por una pintura plateada; contemplo como a los pies de la cama, ella comienza a despojarse del vestido encorsetado que llevaba puesto. Trago saliva.
—¿Te gusta lo que ves?—dice con la voz quebrada.
Asiento repetidamente, con los ojos desmesuradamente abiertos. Casi no puedo verla, pero la imagen que formé en mi cabeza ahora coincide con el cuerpo que comienza a trepar por mis extremidades.
—Nena, te deseo —titubeo confuso.
Ivannova comienza a quitarme los pantalones, mientras yo, torpemente me deshago de mi camisa. Poco a poco creo recuperar la compostura, aunque sigo atrapado en esta oscuridad. Me estremezco, cuando ella me sorprende con su lengua bajo mi vientre, acariciando mi miembro, humedeciéndolo, succionandolo y volviéndome loco.
—¿Te gustan mis besos? —dice con voz apagada, áspera.
Emito un gemido gutural que se ahoga en mi garganta. De repente tengo la imperiosa necesidad de acariciarla, de comprobar su sexo, algo que me ha mantenido en vilo durante todo este tiempo. Entonces la tumbo contra la cama, me hundo en su cuello lamiendo cada centímetro de sus piel, su escote, los pechos tersos con unos pezones erizados en los que me detengo para dibujar círculos con mi lengua. Luego desciendo por su abdomen, suave y hundido por la tensión de ella. Y cuando llego a las braguitas que franquean la barrera de su sexo, introduzco mis dedos y...uhmmm está tremendamente húmeda, excitada y rabiosa de deseo. La atormento con mis dedos, arrancado gemidos de su boca, que piden más y más. Luego la penetro y me deshago en embestidas, perdiendo la noción del tiempo.
—¿Quieres más...?—susurra Ivannova con un hilo de voz—esperame quieto.
Asiento abochornado. Tengo los ojos entrecerrados, apenas distingo su silueta que se descuelga de la cama. Luego caigo en un inminente sueño del que no puedo escapar.
Abro los ojos, como si de repente me hubieran lanzado sobre la cama. Son las once de la mañana ¡mierda! Mariela me va a matar. Me visto a toda prisa sin detenerme a pensar en lo que ocurrió la pasada noche. Un martilleo constante me golpea la cabeza, y tras soltar una ristra de infortunios corro a toda prisa por el pasillo sin detenerme a pensar en Carlos. No recuerdo apenas nada. Sólo sé que Ivannova ya no estaba en mi cama cuando desperté. Ni siquiera recuerdo las veces que lo hicimos. ¡Dios qué desastre! Le mando un mensaje rápidamente.
“Nena ¿por qué te fuiste? Por favor dime algo”.
Ella no responde. Acelero mis pasos sin apenas inventarme una explicación para Mariela. Abro la puerta con torpeza, y cuando entro al comedor me encuentro con una imagen desoladora. El suelo está repleto de papeles, de ropa, los cajones están abiertos.
¡Mariela! Oh, Dios mío ¿qué ha ocurrido? Corro hacia la cocina, ella no está. Me asomo a la terraza, y está vacía. Sigo gritando por toda la estancia, pero ella no me responde. Asustado me dirijo a la habitación. La cama está ordenada, y sobre la colcha hay un sobre al cual acudo rápidamente a abrir.
“Estimado Ricardo:
Disculpa que me haya marchado sin despedirme. Me hubiera gustado decirte todo esto en persona, sin embargo me habría sido imposible dialogar. Te preguntarás el motivo de mi partida, y este es muy simple. Me he acostado con otro hombre. Un hombre maravilloso que ha perdido la cabeza por mí, y ha estado pendiente de prestarme la atención necesaria. Es que los hombres sois muy simples, y no sabéis ver la evidencia ante vuestros ojos, sin embargo las mujeres tenemos un sexto sentido respecto al amor. Pensarás que soy fría y malvada. He sido así desde hace más de una semana, tal vez no te dieras cuenta, pues tú, querido Ricardo estabas pendiente de tus asuntos. No tuviste en cuenta mis sentimientos, te dejaste llevar por la fantasiosa idea de volver a tu juventud ¿y qué has conseguido? Que la mujer que más te ha querido en la vida, la que siempre ha tenido cuidados para ti, y la que te amaba incondicionalmente, ahora se marche de tu lado por tu falta de aprecio. Y aunque no dudo de tu amor hacia mí, hay cosas que una mujer necesita y eso es el respeto y la fidelidad eterna. En el cajón de la mesilla de noche he dejado el móvil que me compré con tu dinero. Y es que hay que ser muy gilipollas Ricardo para creerse que una rusa de veintipocos se muere por tan solo follar contigo. Sí Ricardo, la culpable de todo fui yo. De esa manera comprobé que eras capaz de serme infiel y de perder la cabeza por otra mujer, y lo que es más, de mentirme constantemente. He de admitir que al principio me daba morbo este juego, hasta llegué a pensar que si no descubrías que era yo, podría perdonarte. Pero ayer me demostraste de lo que eras capaz. Te acostaste con una completa desconocida. Y sí, si me encontraste cantando bajo la lluvia en el jardín fue para lograr esa voz rasgada. Pero lo que más me duele, es que no te diste cuenta de que esa desconocida, era la misma con la que dormías cada noche. Adiós Ricardo; sé feliz. Yo procuraré serlo”. Confuso y aturdido por las palabras de Mariela, abro el cajón de la mesita. Dime que no es verdad Mariela, por favor dime, que todo esto es una pesadilla. Con las manos temblorosas atrapo el teléfono móvil que hay en su interior, me golpeo la frente con él ¡Mierda Ricardo, mierda, mierda! Lo enciendo y abro la bandeja de entrada de mensajes, dos lágrimas de impotencia corren por mi rostro: “Nena me vuelves loco” “Hasta que revientes de placer, y no puedas olvidarlo jamás” “Nena ¿por qué te fuiste? Por favor dime algo”. No puede ser. Mariela... ¡Mariela! No me dejes Mariela... sollozo víctima de mi propia traición. Grito con todas mis fuerzas, hasta desgarrarme la garganta. Ella lo sabía. Ella era Ivannova. Ella me cautivó. Ella, simplemente era...El secreto de mi deseo.
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