Catorce
MARIELA irrumpe en la cocina casi sin darme cuenta. Con pesadumbre coloca sobre la mesa dos bolsas de la compra y se deja caer en la silla frente a mí.
—¿Qué pasa? Parece que hubieras visto un fantasma —ironiza notablemente cansada.
Sacudo la cabeza, tal vez es cierto que tengo cara de bobo, la verdad es que se me ha quedado mal cuerpo.
—Justo ahora acabo de levantarme, y el café aún no ha hecho efecto.
Mariela se ríe por la nariz y enseguida se levanta para colocar las cosas en la nevera: mantequilla, bacon, queso para untar y dos tabletas de chocolate. Carraspeo y echo un vistazo al resto de la compra.
—Cariño ¿no has traído nada para hacer ensalada?
Mariela tuerce el gesto con escepticismo.
—¿Desde cuando te interesa la ensalada?—objeta con una ceja más alta que la otra.
Hago un gesto abierto con las manos.
—Te dije que quería bajar un quilos.
Ella forma un mohín en sus labios, y me dirige una mirada furtiva.
—Entonces es muy simple, sabes dónde está el súper. Vas y la compras. De verdad que no hay quien te entienda.
—No es nada raro, solo quiero cuidarme.
Mariela eleva el tono de su voz.
—Cumples los cuarenta y crees que ahora es el momento de cuidarte. Escuchame Ricardo, lo primero que debes cambiar son esas ideas estúpidas que tienes en la cabeza y empezar a ser más responsable.
Frunzo el ceño dubitativo. No sé qué ha querido decir con eso. Pienso que alargar la conversación puede desencadenar una discusión mayor y prefiero mantener la incertidumbre.
—Venga, va, déjalo —la interrumpo enlazándola por la cintura.
Ella me mira como si pudiera leer mis pensamientos, se aparta el pelo de la cara y resopla como agobiada. Aprovecho para besarla.
—Esta noche saldremos a cenar, te noto tensa ¿qué te pasa?
Mariela niega con la cabeza.
—No me pasa nada, es sólo que...
La tomo por la barbilla para no perder de vista su mirada.
—¿Te has dado cuenta de que nuestras amistades se están divorciando?
Dejo caer los hombros aflojando la tensión.
—Eso es una estupidez, no irás a crees que tú y yo correremos la misma suerte.
—¿Suerte? —exclama con enfado, apartándose de mí.
—Joder, cariño. Era un decir, ¡nos queremos!
—Ellos también querían a sus esposas y se largaron con otra—percibo un destello de furia en sus ojos.
Aireo una carcajada inocente alcanzándola por la muñeca.
—Esto no va a ocurrir, te quiero y eres la mejor esposa del mundo ¿por qué iba a irme con otra mujer?
Se hace un silencio tenso, el tono de mi pregunta daba pie a continuar, sin embargo callo de golpe. Si fuera una película animada mi rostro estaría teñido de verde mentira.
—¿Qué ocurre?
—Nada, nada. Creo que me he mareado, no es nada.
—¿Seguro, estás bien?
Asiento en silencio y me dirijo al lavabo para hundir mi rostro en agua fría. Joder Ricardo, Mariela tiene toda la razón del mundo, y al parecer no soy el único idiota que está cometiendo una estupidez. Me golpeo la frente repetidamente, como si de esa forma pudiera introducir en mi cabeza un mantra poderoso, “no voy a dejar a Mariela, la quiero, no necesito nada más”. Sólo una vez, mierda Ricardo. Sólo una vez con la rubia y todo seguirá igual, no habrá pasado nada y nadie se va a enterar. Alcanzo mi móvil desde el fondo del bolsillo, y sacudido por la curiosidad me pregunto qué habrá contestado mi rubia al mensaje tan escéptico que le he enviado. Al contemplar su respuesta esbozo una sonrisa:
“Nene, si te gustan los tíos con tetas y el pubis totalmente depilado (sin sorpresas) soy tu hombre”.
Me culpo ante los pensamientos que me hacen dudar, y automáticamente recreo en mi cabeza esa piel desnuda de vello uhmmm... me escondería entre esas piernas hasta saciarla de placer.
“Entonces te gustaría que te comiera enterita ¿verdad?” .
“Me gustaría follar contigo toda la noche, hasta reventar...”
Me cago en la puta...¡joder! Una inminente excitación se apodera del interior de mis pantalones, las manos me tiemblan, y noto una imperiosa necesidad por descargar la rabia de ese deseo.
“Nena estoy pensando en ti con mis manos, me tienes loco...”.
“Uhmmm...yo estoy sola en mi cama, he tenido tres orgasmos pensando en ti”.
Dios... la pongo a mil. La satisfacción que me da participar en sus fantasías me gratifica más que el placer que acabo de experimentar al descargar mi ira tras masturbarme. Necesito tocarla, besarla por todo el cuerpo, hacerla gemir, penetrarla entre jadeos ensordecedores, y luego...luego todo habrá terminado.