Trece
YA en la cama me quedo observando a mi mujer. Está recostada sobre la almohada y tenemos las piernas entrelazadas. La noto pensativa, distante, o tal vez son mis propios pensamientos los que me hacen sentirme espiado, en el punto de mira.
—¿En qué piensas, cariño?
Mariela hace un gesto de indiferencia.
—En nada.
—Las mujeres nunca pensáis en nada, y no dejáis de pensar.
Ella esboza una sonrisa vaga.
—¿Has conocido a muchas?
Me rio ante la pregunta tonta y despiadada.
—¿Acaso tú no vales por todas ellas?
No dejo que responda, me abalanzo sobre ella en un ataque de cosquillas que la hace gritar revolviéndose bajo mi cuerpo. Una imagen fugaz me cruza la mente, de pronto dejo volar mi imaginación y recreo la escena como si se tratara de una desconocida, una desconocida en especial.
—Déjate llevar, nena.
Mariela me dedica una mirada extraña, le sorprende que me dirija así a ella. Aún así me sigue el juego. La amarro por las muñecas y me hundo en su cuello, saboreando su piel, mientras dejo que mi mano derecha se deslice bajo su ombligo hasta topar con el vello de su pubis, surco con mis dedos entre sus labios con una destreza turbulenta y cauta a la vez. Ella gime como si notara un dolor placentero, a la vez que tensa sus nalgas en un acto involuntario, respondiendo a las caricias que atormentan el interior de su vagina, tensa y húmeda. Entonces le presento mi excitación, rozando mi miembro sin penetrarla, y observo su rostro viendo a otra mujer que suplicante me ruega que continúe. Con un movimiento rápido hago que se dé la vuelta, y con una brusquedad consentida me aferro a sus cabellos haciendo que arquee la espalda. Ahora sus nalgas me invitan a su encuentro, me hundo en ella aprisionándola contra mi cuerpo, y me pierdo entre embestidas que se tornan de cada vez más salvajes, delirantes, hasta que me derramo en un último gemido desesperado. Mariela se vuelve y me mira perpleja.
—Ha sido genial...
—Sí, lo ha sido —admito culpable.
Me pierdo en mis pensamientos, imaginando a la rubia a mi lado ¿estaría satisfecha? Seguro que desearía repetir, esas chicas jóvenes como dice Carlos son insaciables. Ufff... solo de pensarlo por poco me provoca otra excitación. Esbozo una sonrisa, como un bobo atontado. Pienso en Carlos y me pregunto si todas esas chatis que él menciona deben ser prostitutas o algo por el estilo. Entonces me relajo en mi almohada orgulloso por el mérito de mi conquista. Mariela se revuelve entre las sábanas y me da la espalda encogiéndose hecha un ovillo sobre sí misma.
—¿Cariño, estás dormida?
Mariela emite un leve gruñido.
—¿Qué quieres ahora?
Carraspeo antes de formular la pregunta.
—¿Te importaría si me hago un tatuaje?—digo con las manos tras la nuca.
Con un movimiento urgente ella se da la vuelta y me atraviesa con la mirada.
—¡¿Te has vuelto loco?!
Me encojo de hombros cohibido ante la acritud de su exclamación.
—Solo era una sugerencia.
—A quién tienes gustar es a mí ¿verdad? Entonces ve espantando esos pájaros que tienes en la cabeza que ya no tienes veinte años para hacer tonterías.
Asiento en silencio. Odio que tenga que recordarme que ya no soy un chaval, la juventud se lleva por dentro y no tiene nada de malo si me apetece hacerme un tatuaje. Es cierto que me dan pánico las agujas, pero creo que lo superaría. Decido dormirme y aclarar mis ideas, estoy rendido y necesito descansar. Jo, como me gustaría soñar con la rubia.
Más que un sueño erótico he tenido una pesadilla con Mateo. Hasta ahora no me había preocupado por el proyecto que nos planteó, y cuantas más vueltas le doy, pienso que sería una oportunidad única para ascender en la empresa y contar con un aumento de sueldo. Piensa Ricardo, piensa. Y lo único que logro pensar es en lo mismo, Dios esta mujer me tiene como hipnotizado... ¡eso mismo! “No te dejes hipnotizar por otros anuncios: GYW bla bla bla” guiño un ojo dubitativo, chorradas, eso no serviría “Déjate seducir por la seguridad de una empresa en alza bla bla bla” .
Joder Ricardo, no es tu día. Me levanto de la cama, Mariela se ha ido sin decirme nada. La casa está sumida en un silencio rancio, por poco devastador. Arrastro los pies hasta llegar a la altura de la cafetera y espero paciente a que el indicador de temperatura se detenga en una luz roja fija. Pronto el perfume que brota de mi taza comienza a despertarme, y calentándome las palmas de las manos me acomodo en una silla frente al friega platos. Desde esta perspectiva puedo contemplar más allá de la ventana, aunque mi vista solo alcanza una sucesión de nubes grises y espesas que parecen descansar sobre los mismos tejados. Doy un sorbo a mi café, y fiel a mis pensamientos impuros siento un amago de vergüenza, es como si mis conjeturas de pronto fueran banales a primera hora de la mañana, cuando en cambio a medida que transcurre el día, sumido en una paja mental pienso que todo es más real, incluso palpable . Sí, puede que todo sea un puto juego, un puñetero puzzle al que le falta una pieza fantasma. Junior se entretiene frente a mí como una imagen casi transparente, me dedica una sonrisa paciente, como si esperara una respuesta por mi parte ¿acaso he de dar una respuesta? Dios, necesito tocar con los pies en el suelo. Nada más lejos de mis buenas intenciones vuelvo a recoger mi teléfono móvil, como preso de una adicción.
“Buenos días nena, me gustaría ver una foto tuya”
Casi al instante me arrepiento de lo que acabo de escribir. Por una parte es el primer paso a cerciorarme de que es ella, por otra pienso que eso puede romper el encanto de no saber con cuál de las dos estoy tratando, aunque en el fondo fantaseo con Ivannova. Una leve vibración me alerta de una respuesta, y siento una punzada en el abdomen.
“¿Te gustan las sorpresas?”
Joder que si me gustan, me gusta cualquier cosa que venga de ella.
“Por supuesto, ¿tienes alguna para mí?”
Me froto los ojos, como si de esta forma pudiera borrar el escepticismo que comienzo a sentir. Doy un último trago a mi café, y este se me queda corto. Espero como pendiente de un hilo a que mi móvil vibre, ya ni recuerdo su sonido, pues lo mantengo silenciado de día y de noche. Al rato este se convulsiona levemente, sacudiendo mi curiosidad.
“Quiero que pruebes mi cuerpo, y luego sabrás cuál de las dos soy”
Como si me hubieran dado un mazazo en la cabeza me apego al respaldo de la silla. No sé qué responder a aquello. Tengo los ojos abiertos como platos, y resoplo con apuro ¿una cita a ciegas? Dios...esto es impensable.
“Nena ¿puedo llamarte?”.
“Ni se te ocurra, si mi marido me pilla te mata sin pensarlo”.
Buf... y seguro estoy en lo cierto de que hablamos de un gorila cuatro por cuatro. No sé dónde me estoy metiendo, a la vez percibo un peligro inminente. Por otra parte ese peligro me tienta, me provoca y me seduce hasta el punto de crear una dependencia, de la cual dudo que pueda escapar. Me pregunto cuántas veces he hecho algo arriesgado desde que me casé. Mariela es controladora, y víctima de la inseguridad me he dejado llevar por sus órdenes. Pero ¿cuándo voy a decidir por mí mismo? Alcanzo de nuevo el teléfono, esta vez con más seguridad.
“Veo que te gustan los juegos, juguemos”.
“Uhmmm...eso me gusta más, será único, como ahora”.
“¿Cómo quieres hacerlo, nena? Me tienes loco”.
“Será como ahora, sin vernos ninguno de los dos”.
No entiendo nada, parece un sueño irreal. A la vez me provoca un morbo tremendo hacer algo tan descabellado y excitante que rompe por completo todos mis esquemas.
“Solo una pregunta, ¿no eres un tío, verdad?