Cinco
¡ME cago en la puta! Son las ocho de la mañana y me he quedado dormido, mi jefe me va a matar. Doy un brinco del sofá y me visto a toda prisa, no me da tiempo ni de lavarme la cara, el café lo tomaré en cuanto tenga un hueco. Aún me da tiempo a escribir una pequeña nota y dejarla sobre la mesita:
“Cariño aunque no nos precipitemos por un barranco, esta noche te he echado de menos”.
Arranco mi Toyota a la velocidad de un rayo, y hundo el pie en el acelerador haciendo que el motor obedezca con un rugido agresivo y dominante. Música a todo volumen para no oír los lamentos típicos de un lunes crudo e insípido.
Abro la puerta de la oficina con la lengua por los tobillos, observo el largo pasillo que se extiende frente a mí, y con precavida precaución busco con la mirada a Mateo, él es simplemente un grano en el culo. Mateo no está y me dirijo casi de puntillas a mi escritorio procurando pasar desapercibido, pero pronto una vocecilla me sobresalta.
—¡Buenos días Ricardo!
Uff... es Catina, la nueva recepcionista, ella me mira por encima de sus gafas, y adivino una sonrisa tímida en sus labios.
—Buenos días...
Ella sigue mirándome de aquella forma extraña, y confundido me acomodo en mi departamento. No puedo evitar hacer la comparación con la camarera que intentaba ligar con Carlos. No, deben ser imaginaciones mías. Abro el ordenador con hastío, ante mí se extiende una lista interminable de números de teléfono y clientes por visitar. Me acodo en la mesa sin excesivo énfasis y me pierdo por esa inagotable fuente de portazos por recibir. Al acto acude a mi olfato un delicioso perfume a café y éste provoca un rugido de mi estómago. Rosa aparece con su taza repleta de un aromático, espumoso y tentador café. Ella debe haber leído en mi cara los deseos que se cruzan por mi mente:
—Anda, toma el mío, yo iré a por otro —dice con una mueca divertida.
—¡Oh, gracias! Me salvas la vida.
Ella continua mirándome, sin dejar de sonreír.
—Tienes cara de haber dormido poco ¿me equivoco? —ironiza con un guiño pronunciado.
Me encojo de hombros y doy un sorbo impaciente a mi café. Rosa se aleja con una sonrisa extraña. Esto empieza a parecerme raro, igual no me había fijado, pero las chicas de esta oficina...no, son imaginaciones mías. Cuando se me ocurre mirar mi teléfono, encuentro un mensaje de Mariela:
“Que tonto eres a veces, pero te quiero, te lo dije anoche”.
No recuerdo que dijera nada cariñoso, igualmente me siento aliviado por su mensaje. Pienso en ella, en la templanza de su mirada, esos ojos marrones que acaparan toda su expresión y que me hacen creer que soy el único que puede escucharla en silencio. No entiendo qué me pasa estos días, la verdad es que debo de haber forzado en exceso mi imaginación, y ahora que parezco retornar a la realidad de mis días, me doy cuenta de que sin Mariela no soy nada. Ella es la mujer de mi vida, es la paz que domina mis inquietos pensamientos, más cuando no estoy con ella siento que pierdo el equilibrio, pues necesito reconfortarme en la aprobación de su sonrisa. Jo, qué ganas tengo de llegar a casa y decirle que es mi gruñona favorita.
Rosa vuelve a cruzar el pasillo, esta vez con su café. Me mira de nuevo con esa sonrisa oculta, y carraspea antes de dirigirme la palabra:
—Ricardo...
Sacudo la cabeza como si despertara de una ensoñación. Ella me hace un gesto pasando los dedos por su mejilla, acto que hace que imite lo mismo. Cuando observo mis dedos, estos están manchados por una sombra de carmín rojo. Esbozo una sonrisa, entre avergonzado y orgulloso.
—Gracias Rosa, cosas de mujeres —puntualizo encogiéndome de hombros.
—Mariela es una mujer con suerte.
Asiento en silencio, pero Rosa ya ha desaparecido. Continúo con mi tarea, y me pierdo entre listas de clientes y números de teléfono. Mateo no tarda en aparecer, un carraspeo en mi nuca me anuncia su presencia.
—Buenos días Ricardo, ha llegado usted diez minutos tarde esta mañana. Espero que los recupere consiguiendo nuevos clientes.
Entorno los ojos antes de darme la vuelta.
—Lo siento, no volverá a ocurrir —me disculpo a regañadientes.
—Eso espero, en media hora se convoca una reunión de personal en mi despacho. Y como vuelva a entornar los ojos saldrá de esta empresa con el despido bajo el brazo.
—Yo...
—La pantalla Ricardo, no me tome por ingenuo.
Ingenuo no, idiota, prepotente y marica reprimido. Dios, como odio a este hombre.
La reunión se prolonga más de lo previsto. Mateo anuncia un viaje de dos días a Barcelona para asistir a una conferencia para comerciales. Será el próximo lunes y nadie puede oponerse a la partida. Lo que me faltaba, dos días bajo la sombra de mi jefe. Esto puede ser insoportable.
De vuelta a casa Mariela canturrea en la cocina, me quedo escuchándola tras la puerta, y al rato la sorprendo por detrás con una carantoña en su cuello.
—Tonto, me has asustado —se escabulle con las manos pringadas de harina.
—Ni hablar, este es mi momento, no puedes defenderte.
—¡¿Cómo que no?!
Mariela me ensucia la cara de harina, y simulamos una pelea divertida por toda la cocina. Consigo retenerla por las caderas. Ella se ríe divertida.
—Cariño...
—Ni hablar, voy a terminar la comida.
—Sólo quería decirte, que te quiero.
Mariela me besa después de terminar de pringarme las mejillas.