Seis

CUMPLIR los cuarenta no ha sido tan drástico. Miro a mi alrededor y podría haber sido peor, y sino que se lo digan a Roberto. Roberto Magaña, amigo de la infancia, casado y con tres hijos. Comenzó a perder el pelo a eso de los treinta, y su barriga no tiene nada que ver con mi buñuelo burlón, que por cierto ha empezado a disminuir, o eso quiero creer. El otro día coincidimos y el pobre parecía escapar de una jaula de leones, no hizo falta que me especificara los detalles del estrés por el que estaba pasando. Sin embargo lo hizo, y de hecho arrastré conmigo el resto del día la pesadumbre que descargó en una corta conversación. Los niños, a cada cual más caprichoso y rebelde, una mujer atareada y de un desaliño pronunciado al la que no podía recriminarle su actitud huraña y esquiva.

—Quién me lo iba a decir Richi... en cambio te veo y me das envidia, cabrón. No tienes ni un jodido problema, en cambio yo, estoy de deudas hasta el culo. Tío piénsate bien eso de tener hijos, acaban con todo, sí con esto también—hizo un gesto con los puños cerrados a la altura de su vientre— aunque esos malditos cabrones son la alegría de mi vida ¿te imaginas el resto?

Me lo dijo con la risa tonta, pero en el fondo creo que tenía ganas de llorar. Hago un balance de mi vida, mientras me calo la sudadera y busco las deportivas. No puedo quejarme, tengo mi casa, mi mujer—y irónicamente—un cuerpo que moldear. ¡Vamos allá!

Carlos me espera justo en la entrada del retiro, el tramposo ya viene con la camiseta empapada en sudor.

—¡Venga marica, los he visto más rápidos!

—No empecemos, no pienso apuntarme a ninguna maratón.

Carlos se ríe con descaro, y comenzamos a correr a paso ligero.

—¿Y esa sonrisa boba? A ver si el marica vas a ser tú —le reto acelerando la marcha.

Mi comentario hace que amplíe más la sonrisa hasta mostrar los dientes.

—Tío, ayer conocí a una chati que me tiene loco.

—No jodas...¿Y, habéis quedado? —pregunto curioso.

Carlos vuelve a reírse con la barbilla altiva.

—Quedamos Richi...quedamos.

—¿Y...? ya puedes contarlo todo.

—Ufff... que te voy a contar. Creo que es modelo o algo así —hace una pausa para recobrar el aire—tiene un cuerpo de escándalo, y lo mejor de todo, casi no me dejó moverme de la cama. Parecía una gata en celo, me pedía más y más...

Trago saliva, creo de pronto me he excitado solo de imaginármelo. Por lo que cuenta debe ser jovencita.

—Ahora entiendo el porqué de esa risa tonta...

—Joder tío, qué máquina, me ha dejado rendido. Por la mañana me ha despertado bajo la sábana, y eso ni te cuento cómo estaba de duro ¿te han despertado alguna vez con una mamada? Yo ni me acuerdo.

La respuesta es no, aunque ha sido el sueño de mi vida. Por mi expresión no hace falta que responda.

—Las chicas de hoy en día saben cómo tener contento a un hombre.

Seguimos en silencio mientras pasamos por delante del lago, y esquivamos a las gitanas que leen el futuro en las manos. Carlos sigue ensimismado en los recuerdos de la noche anterior. Y yo me pregunto qué tengo yo que no tenga él. Rendido me detengo un instante reposando con las manos en las rodillas, y recuperando el ritmo de mi respiración, Carlos imita el gesto y me sonríe de frente con esa mirada pretenciosa:

—Este viernes nos vamos de copas, te voy a presentar unas chicas que están por Madrid y que están pendientes de un Casting importante.

Resoplo temeroso.

—Déjate, tío. No quiero problemas —contesto desviando la mirada

Carlos continua con su sonrisa canalla.

—Nadie te va a obligar a nada, además estás enamorado de Mariela ¿verdad?

Le dirijo una mirada firme, inflexible:

—Por supuesto que la quiero.

—Entonces no hay nada más que hablar. Eh, tío me tengo que ir, el viernes nos vemos.

No me hace ni puta gracia el tono en el que me ha hablado. Que él haya decidido vivir la vida loca, no tiene porque implicar a los demás. Soy consciente de los sentimientos que me unen a mi mujer, y aunque suene tentador no voy a dejarme llevar por la seducción de ese tipo de mujeres que seguramente tienen precio y fecha de caducidad. Vuelvo a retomar la marcha sobre el asfalto, e intento depositar en cada zancada todas las molestas inquietudes que rondan por mi cabeza. Soy joven, sano y afortunado, no necesito nada más. Me repito lo mismo una y otra vez, hasta que una vocecilla responde desde un lugar recóndito de mi mente: Sólo un viejo hablaría así...vaya carcas estás hecho. Junior me saca la lengua y toma la carrera a una velocidad de vértigo, Dios, ahora entiendo a mis padres cuando decían que era un mocoso insoportable.

Doscientos metros y llego a casa, lo estoy deseando, no puedo con mi cuerpo. Hago un esfuerzo sin reducir la marcha cuando atisbo en la misma acera dos rubias exuberantes que posan de forma provadora, con el trasero en pompa y formando un mohín con los labios con las cabezas unidas. A metro y medio un chaval les hace una foto, y ellas cambian de postura con una sonrisa pícara y despiadada. Las dos llevan el pelo largo, tienen la piel clara y un cuerpo que exhiben con sumo orgullo. A decir verdad parecen dos modelos salidas de una revista; al pasar por su lado no puedo evitar contemplarlas con admiración. Ellas se dan cuenta, y comienzan a hacer muecas, la más alta me quiña un ojo, y la otra compone los labios como si fuera a lanzarme un beso. Atónito reduzco la marcha, y como hipnotizado sigo caminado hacia adelante, probablemente con una sonrisa boba en los labios. Y entonces... ¡paf! Tenía que haber una farola justo al final de la acera. Despierto medio atolondrado con la cabeza reposando en el suelo. Dos rubias me atienden en un español desentonado. Me cago en la puta, no podía ser más bochornoso. Una de ellas me palpa el pecho, mientras la otra busca un golpe en mi cabeza. Me duele mucho la frente, y veo borroso. Junior se parte de risa en una esquina, y yo procuro levantarme del suelo antes de que llamen a una ambulancia y la cosa se ponga peor.

—¿Todo bien, guapo?

Asiento con la cabeza, abochornado. Las dos chicas me dedican una sonrisa divertida a la vez que se alejan corriendo entre risas. Me detengo frente a un escaparate, y contemplo con apuro como de mi frente brota un chichón que va a reclamar explicaciones. Me palpo los pantalones, y mierda, no llevo la riñonera con mi cartera ¡me han robado! Ahora sí que me cago en la puta ¡idiota! Han sido las dos rubias ¿y ahora qué le digo a Mariela? No, esto me puede costar dos semanas de sofá, y no hay necesidad de pasar por esa barbarie. Piensa Ricardo, piensa.

Yo...iba caminando y he perdido la cartera. No, joder que llevo un chichón en la frente. Cariño no me acuerdo de nada... Ni hablar, ella es capaz de llevarme a urgencias. Cariño...

Mariela abre la puerta, justo cuando estaba a punto de dar con la idea.

—¡¿Qué te ha pasado?! —grita con espanto llevándose las manos a la cara.

—Me han dao Mariela, me han dao... —sollozo cubriéndome el golpe teatralmente con una mano.

Al rato ella regresa de la cocina con un paño repleto de hielo, y lo coloca sobre mi frente mientras comprueba mi rostro con el rostro ceñudo.

—Por Dios Ricardo, cuéntame qué ha pasado.

Resoplo acojonado por dentro, a veces tengo la impresión de que Mariela es capaz de leerme los pensamientos, y estos solo dicen: Rubias exuberantes, golpe y robo. Por lo tanto no me queda otra...

—Un tío, cariño, me ha cogido del cuello y ¡me ha estampado contra una pared...!

—¡¿Qué?! —grita con los ojos desmesuradamente abiertos

—Era un gorila... ¡así de grande! —despliego los brazos a un metro de distancia—ni lo he visto venir...—confieso dramáticamente, a la vez que dejo caer mi cabeza entre las rodillas.

—No puedo creerlo, cariño me alegro de que no haya sido más grave.

Entorno los ojos en cuanto me abraza con cariño. Espero no note los latidos de mi corazón, ya que éste va escaparse de mi pecho con tanta tensión.

—Cariño, el gorila ése me ha robado la cartera.

—¡No puedo creerlo! Hay que denunciarlo.

Glup... por ahí no paso.

—Mariela, ¿quieres que a la próxima me arranque la cabeza?—digo con un ojo cerrado— No voy a denunciarlo, tú no sabes lo peligroso que es el tipo...

A estas alturas ya estoy sudando, y no sé dónde colocar la mirada.

No muy convencida accede a mis deseos, y en silencio miramos el televisor. Todavía no puedo creer sumido en la vergüenza que esas dos chicas me hayan robado. Seré idiota, me he dejado llevar por mis pensamientos y delirios. Siento que mi subconsciente me ha traicionado y encima me he visto obligado a mentir a mi mujer. Ella que entregada cumple con su papel de esposa, y yo pensando en sentirme sexy a ojos de desconocidas que en cuanto te das la vuelta te clavan la estaca. Mariela me observa compasiva, y comprueba de vez en cuando la evolución del golpe en mi frente. Me siento idiota.

—¿Te duele?

Compongo una mueca. Cada vez que se preocupa por mi golpe se retuerce un nudo en mi estómago.

—Estoy bien, gracias cariño.

—¿Por qué me miras así? —pregunta con extrañeza

Suspiro y me apego a ella, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Porque tengo a la mujer más buena de la tierra.

Mariela me acoge entre sus brazos y me besa el pelo. Me encanta. El timbre de la entrada interrumpe nuestro momento. Me pregunto quién será a estas horas, igual es Carlos, y la verdad no me apetece tener visitas.

—No te levantes, ya voy yo.

Ágilmente Mariela corre hacia a la puerta descalza. Oigo un murmullo que no consigo entender, al rato una orden me sobrecoge.

—¡Ricardo Santa María! ¡ven aquí ahora mismo!

Obedezco dando un brinco del sofá, y quedo estupefacto al contemplar bajo al umbral a dos agentes de policía. Me temo lo peor, Junior, cierra la bocaza.