Ocho
ABRO aquel misterioso libro por una página al azar. Sólo por curiosidad, ya tengo bastante con Junior, para que ahora me reprenda con según qué. Me sorprende el título: “Sí a todo” continúo leyendo con una expresión escéptica, entre curioso y ávido por saber de qué va aquello. Paseo los ojos superficialmente por las hileras de letras, y me queda un concepto muy claro y conciso. Si quiero tener contenta a mi mujer lo más simple es acceder a todos sus deseos, al menos hasta conseguir los míos propios. La mejor arma, las adulaciones. Tendré que probar a ver qué tal me va...
Mariela trastea en la cocina mientras yo busco un canal de televisión. Pienso que es una buena ocasión para retomar nuestra comunicación, y así se lo hago saber después de observarla durante un rato desde el umbral. Afanada coloca los vasos en el armario, sin perder nunca la energía y canturreando bajito. Reclamo su atención con un carraspeo de garganta:
—¡Ricardo! —grita con una mano en el pecho—me has asustado ¿qué haces ahí con esa cara?
Sonrío sin dejar de mirarla. Me acerco a ella en silencio y con un movimiento rápido desanudo el lazo de su delantal.
—¡Ah no! ¿no creerás...?
—Shhhh.....
—¿Qué vas a hacer?
La tomo por la barbilla y le doy un suave beso en los labios.
—He pensado que estás demasiado guapa para seguir con las tareas de la casa.
Mariela coloca una mano en mi frente.
—¿En serio te encuentras bien? —se mofa entre divertida y extrañada.
—Señorita, tómese un respiro. Hoy Richi va a hacer la cena, estoy generoso.
—Me parece un plan estupendo “Richi” pero no olvides que no es mi deber hacerte la cena cada noche. Si lo hago es porque me gusta comer bien.
Luego me guiña un ojo, y hace volar el delantal sobre la mesa.
—Oh, eso quiere decir que no hay recompensa...
—¡Ja! Recompensa... depende de cómo te curres la cena ya hablaremos de recompensas.
Suelto un gruñido frunciendo los labios.
—¿Algo más señorita?
—Bueno...aprovechando que estás tan “generoso” necesito que me des dinero para comprarme un capricho.
—Uhmmm...¿un capricho?
Mariela tiende la mano, y me veo obligado a decir sí a todo. Saco un billete de los verdes y se lo coloco en el escote.
—¡Uhhh! Tendré que aprovecharme más de ti, mira que lo decía en broma.
Con un movimiento rápido se mete el billete en el bolsillo y forma una mueca caprichosa en sus labios.
—Comprate lo quieras, pero yo también quiero beneficiarme de ese capricho—digo guiñando un ojo.
Mariela sopesa la respuesta con gesto reflexivo.
—Por el momento será una sorpresa—dice con expresión reflexiva—. Algún día, si te portas bien, lo compartiremos.
Durante unos segundos no sé qué responder. Me gustan las sorpresas, pero viniendo de ella, puedo esperar cualquier cosa.
Al rato me presento como el mejor chef del mundo, con cuatro sándwiches de jamón y queso acompañados de un plato gigante de patatas fritas. Mariela contiene la risa mientras se coloca una servilleta alrededor del cuello.
—¡Voilà!
Ella me obsequia con una cabezada solemne.
—¿Y los cubiertos?
—De cubiertos nada, esto se come con las manos, así —digo alargando una patata hasta su boca.
Nos reímos durante la cena, en el fondo me alegro de que Mariela no me guarde rencor. Disfruto de este momento, casi tanto como cuando empezamos a salir. Fueron muchos años lo que duró nuestro noviazgo, Mariela era una chica tan independiente que la idea de irnos a vivir juntos le aterrorizaba. Cuando llegó el momento me sentí el hombre más afortunado del mundo. Al principio era como un sueño hecho realidad. Mariela trabajaba ocho horas diarias, y cuando regresaba a casa la añoranza hacia acto de presencia Luego llegaron los malos tiempos, y Mariela se quedó sin trabajo, quedándose al cargo de la casa y casi de mi propia vida.
—Cariño el lunes estoy en Barcelona ¿he de traerte algo?
Mariela termina de mascar la comida.
—Eso no se pregunta, Ricardo. Además no creas que va a sobrarte tiempo.
Me encojo de hombros, no me apetece demasiado ese viaje.
—Y además—continua apuntándome con el canto del sandwich—ya te he sacado suficiente pasta hoy. Me ha encantado la limpieza de cutis, tal vez luego te deje probar mi piel...
Me guiña un ojo, dejándome con ganas de saber más. Me lamento en un gesto gruñón y dramático, a la vez que le arrebato la última patata. Mariela imita mi gesto y nos enzarzamos en una pelea divertida que continuamos en el sofá.
—¡Vas a pagar por esto!
—¡Uhhhh qué miedo! —me lamento encogido bajo su cuerpo.
Luego me azota con un almohadón repetidamente, acto que me obliga hacerle cosquillas en la cintura —sé que no lo soporta, y grita alto— y con la tontería he conseguido quitarle la camiseta. Mariela gruñe de nuevo y me roba la mía imitando el gesto de un pistolero. Ahora es mía, la tengo entre mis brazos y puedo sentir el calor de su piel. Voy depositando un reguero de besos en sus cuello, y noto como ella se arquea ofreciéndome su cuerpo. Uhmmm...esta es mi chica. Me deleito saboreando su cuerpo, echaba en falta esos tonteos con los vaqueros puestos y el pecho descubierto. Paseo mis labios por el borde del sujetador dejando su respiración en suspenso mientras, me deslizo lentamente por su vientre que al rato se estremece y se encoge hacia dentro. Al cabo de segundos nuestros vaqueros han desaparecido y me encuentro entre sus piernas, besando sus muslos cuando la miro a los ojos profundamente y la insto para que me pida lo quiera.
—Lo que tú me hagas, así yo haré—dice en un susurro.
Ufff...eso me gusta, mucho. Con un movimiento lento aparto sus braguitas y me pierdo entre su sexo deshaciendo los pliegues de sus labios con mi lengua. Ella gime cadenciosamente, yo no aguanto más la excitación. Mariela se aferra a mis cabellos mientras embebido de su esencia pierdo el control del tiempo disfrutando de su cuerpo. Entonces me retrepo contra su piel, y ella hace un amago por continuar con el juego.
—Quedate quieta, cariño. Hoy es para ti.
Ella me devuelve una mirada sorprendida y conforme, a la vez que me hago cargo de su cuerpo, la penetro suavemente gozando de ese primer contacto y me introduzco en su interior, y sí, me deshago en embestidas que cada vez son más rítmicas, feroces y delirantes. La respiración jadeante de Mariela marca el compás de mi movimiento, me uno a sus gemidos con un gruñido gutural que estalla en mi garganta. Luego siento que me rompo, descargando la furia de mi deseo, desparramando cada gota de delirio en sus entrañas, y entonces, caigo extasiado sobre ella, sudando, recuperando el aliento. Mariela escapa de mis brazos y se viste. La observo rendido en el sofá.
—¿No te ha gustado cariño?
Ella me mira en silencio, como si intentara leer mis pensamientos.
—Claro que sí... es sólo que... déjalo.