Uno
ME cago en la puta. Sonríe Ricardo, sonríe... me digo a la vez que dos disparos de luz me dejan medio tuerto, y casi lelo. Un ramillete de velas en forma de espiral me calientan las mejillas, y algo abrumado por las voces chillonas que me vitorean como en segundo plano procuro recoger aire, mi pecho se ensancha y queda suspendido sobre la filigrana de merengue.
—¡Pide un deseo! —Grita alguien detrás de una cámara de fotos.
Hago un repaso mental de las cosas que me gustaría tener en este momento, y grito para mis adentros: ¡quiero volver a ser joven! Luego un soplo huracanado escapa de mis labios y arrasa con las cuarenta lucecitas de colores, también con la treintena de años. Es el fin...
Mariela me contempla ilusionada. Tiene las manos entrelazadas y se muerde el labio con impaciencia, está esperando que le diga lo contento que estoy, lo maravilloso que ha sido que me prepare una fiesta sorpresa, y lo evidente, que la quiero muchísimo. Me levanto algo aturdido, compongo una mueca en mis labios y le tiendo una mano para acto seguido estrecharla contra mi pecho hasta hacer que grite escandalosamente que la suelte. Otro tumulto de voces gritan al unísono, a la vez que Mariela me susurra al oído:
—Te quiero cariño.
—Yo también te quiero, cariño.
De repente la puerta se abre, y adivino una silueta que me resulta familiar. Lleva algo suspendido en el aire, y grita por todo lo alto:
—¡Felicidades mamonazo!
No lo puedo creer, es él ¡es Carlos!. Cuánto tiempo sin saber de él, y ha vuelto después de tantos años en Londres.
—¡Hijo de la gran puta! ¡Dame un abrazo mamón!
Nos fundimos en un abrazo en el cual nos palmoteamos las espaldas. He de disimular la emoción, aunque en el fondo casi se me saltan dos lagrimillas de maricón. Mariela sí, llora de alegría con una sonrisa en los labios. Ella es la culpable de todo. Brindamos con la botella de champán que ha traído Carlos, y nos juramos entre risas que nunca más volveremos a separarnos. Ha sido una fiesta muy ajetreada, en el fondo me alegro de que todos los invitados regresen a sus respectivas casas. Mariela está algo cansada, me da un beso cómplice en los labios para dejarme a solas con Carlos. Mañana lo celebraremos los dos solos.
Agradezco que haya vuelto la calma al comedor. Vuelvo de la cocina con dos cervezas en la mano. Carlos está derrotado en el sofá, con la risa tonta en los labios. Lleva una camisa muy moderna abierta por el pecho, el cual me fijo que lleva depilado. Su rostro parece más joven, y lleva el pelo engominado con un nuevo corte de pelo que le hace parecer más juvenil. Me dejo caer en mi butaca,sin fuerzas, y tras observarlo en silencio los dos estallamos en una risa explosiva.
—¿Yeyé las jecho?
—¿Ye oño diches?
Volvemos a partirnos de risa, de esta casi me meo encima. Respiro hondo procurando recuperar la compostura.
—¿Que qué coño has hecho mamón?
—Pfff... me he separado tío.
—¡No jodas!
Ahora lo entiendo todo, aunque la cabeza me da vueltas hacia un lado y a otro, riéndome de no sé qué. Me quedo un rato pensativo, no es el momento de sacar conjeturas, y estoy muerto de sueño.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
Carlos ahoga un gruñido, y resopla.
—He venido para quedarme. Echaba de menos los madriles, ya verás que lo pasaremos bien, colega.
Luego me guiña un ojo. Un nudo se retuerce en mi estómago. Al rato Carlos ronca desde el sofá, decido dejarlo ahí, durmiendo a pierna suelta. Me meto con cuidado en la cama, no quiero despertar a Mariela, pero ella se da la vuelta con un leve gruñido aferrada a la sábana.
—¿Estás despierta cariño?—le susurro al oído.
—Sí y no —gruñe somnolienta.
—Ya te he entendido...sólo quería darte las gracias.
—Buenas noches cariño.
Con los ojos cerrados Mariela forma un mohín en sus labios, y los míos acuden a ellos para darle un beso profundo que hubiera deseado que desencadenara algo más.
—Mañana sí ¿eh?
Ella me da la espalda, acurrucándose de nuevo.
—Que sí, pesado. Cuanto más viejo más vicioso.
Resoplo derrotado.
—Vale, pero no vuelvas a decir esa palabra.
—¿Cuál? —farfulla ella ya hastiada.
—Viejo.