7. Los héroes se separan
Hawkmoon contempló cómo se quemaban los cuerpos de los hechiceros, de pie entre las sombras de edificios que no existían, o sólo en parte; de pie bajo un sol rojo que no se había movido ni un ápice desde que habían pisado la isla.
El voraz fuego chillaba y aullaba mientras consumía a Agak y Gagak, y su humo era más blanco que la cara de Elric, más rojo que el sol. El humo ocultaba el cielo.
Hawkmoon recordaba poco de lo ocurrido en el interior del cráneo de Gagak, pero una inmensa amargura le invadía.
—Me pregunto si el capitán sabía para qué nos enviaba aquí —murmuró Corum.
—O si sospechaba lo que iba a pasar.
Hawkmoon se secó la boca.
—Sólo nosotros, sólo aquel ser, podía luchar contra Agak y Gagak de igual a igual. —Los ojos de Erekose encerraban un secreto conocimiento—. Otros medios habrían sido estériles. Ningún otro ser habría poseído las cualidades especiales, el enorme poder necesarios para poder acabar con tan extraños hechiceros.
—Eso parece —dijo Elric.
El albino se había sumido en un estado taciturno e introspectivo.
—Por fortuna —le animó Corum—, olvidaréis esta experiencia del mismo modo que olvidasteis u olvidaréis la otra.
Sus palabras no consolaron a Elric.
—Con suerte, hermano.
Erekose intentó distender el ambiente y rió por lo bajo.
—¿Quién podría acordarse de eso?
Hawkmoon se sintió inclinado a darle la razón. Las sensaciones ya empezaban a desvanecerse; la experiencia ya empezaba a parecer un sueño extraordinariamente vívido. Contempló a los soldados que habían luchado con él; ninguno quiso mirarle. Estaba claro que le culpaban a él y a sus demás manifestaciones de los inmerecidos horrores experimentados. Ashnar el Lince, el bárbaro obstinado, era testigo de las penosas emociones que debían reprimir, controlar. Ashnar lanzó un chillido espantoso y se precipitó hacia lo hoguera. Corrió casi hasta llegar a ella, y Hawkmoon pensó por un momento que iba a arrojarse a la pira, pero cambió de dirección en el último segundo y se desvió hacia las ruinas, ocultas por las sombras.
—¿Para qué seguirle? —dijo Elric—. No podemos hacer nada por él.
El dolor asomó a sus ojos escarlatas cuando contempló el cuerpo de Hown Encantaserpientes, que les había salvado la vida a todos. Elric se encogió de hombros, pero no era un gesto de indiferencia. Se encogió de hombros como un hombre que se ajusta sobre la espalda una carga particularmente pesada.
John ap-Rhyss y Emshon de Ariso ayudaron al perplejo Brut de Lashmar a caminar, mientras se alejaban del fuego y regresaban hacia la orilla.
—Esa espada vuestra me resulta familiar —dijo Hawkmoon a Elric, mientras andaban—. No es un espada normal, ¿verdad?
—No —reconoció el albino—. No es una espada normal, duque Dorian. Es vieja, eterna, podríamos decir. Otros piensan que fue forjada por mis antepasados en una batalla contra los dioses. Tiene una gemela, pero se ha perdido.
—Me da miedo —confesó Hawkmoon—. No entiendo por qué.
—Hacéis bien en temerla. Es algo más que una espada.
—¿Un demonio, tal vez?
—Por ejemplo.
Elric no añadió nada más.
—El sino del Campeón es empuñar esa espada en las crisis más cruciales de la Tierra —dijo Erekose—. La he empuñado y, si pudiera elegir no volvería a empuñarla.
—El Campeón raras veces puede elegir —suspiró Corum.
Llegaron a la playa y contemplaron la blanca neblina que surgía del agua. La oscura silueta del barco se veía con toda claridad.
Corum, Elric y algunos de los otros se internaron en la niebla, pero Hawkmoon, Erekose y Brut de Lashmar vacilaron al unísono. Hawkmoon había tomado una decisión.
—No volveré al barco —anunció—. Creo que ya he pagado mi pasaje. Si quiero encontrar Tanelorn, creo que debo buscarla aquí.
—Lo mismo pienso yo.
Erekose se volvió hacia las ruinas.
Elric dirigió una mirada interrogativa a Corum, y éste sonrió a modo de respuesta.
—Yo ya he encontrado Tanelorn. Regresaré a la nave, con la esperanza de que dentro de poco me deposite en alguna orilla conocida.
—Esa es mi esperanza.
Elric lanzó a Brut, que se apoyaba en él, la misma mirada inquisitiva.
Brut habló en susurros. Hawkmoon captó algunas de sus palabras.
—¿Qué pasa? ¿Qué nos ha sucedido?
—Nada.
Elric apretó el hombro de Brut.
Brut se soltó.
—Voy a quedarme. Lo siento.
—¿Brut?
Elric frunció el ceño.
—Lo siento. Os temo. Temo a ese barco.
Brut retrocedió, tambaleante.
—¿Brut?
Elric extendió una mano.
—Camarada —dijo Corum, apoyando su mano plateada sobre el hombro de Elric—, vayámonos de este lugar. Lo que nos aguarda ahí me aterra más que el barco.
—Estoy de acuerdo —dijo Elric, lanzando una última mirada a las ruinas.
—Si esto es Tanelorn, no es el lugar que iba buscando —murmuró Otto Blendker.
Hawkmoon suponía que John ap-Rhyss y Emshon de Ariso irían con Blendker, pero permanecieron inmóviles.
—¿Os quedáis conmigo?-preguntó Hawkmoon, sorprendido.
El alto y melenudo hombre de Yel y el belicoso guerrero de Ariso asintieron al mismo tiempo.
—Nos quedamos —dijo John ap-Rhyss.
—Creo que no me tenéis en gran aprecio.
—Dijisteis que habíamos sufrido una injusticia —dijo John ap-Rhyss—. Bien, eso es cierto. No es a vos a quien odiamos, Hawkmoon, sino a esas fuerzas que nos controlan. Me alegro de no ser Hawkmoon, aunque en cierto sentido os envidio.
—¿Me envidiáis?
—Y yo también —habló Emshon—. Hay quien daría mucho por desempeñar ese papel.
—¿La propia alma? —preguntó Erekose.
—¿Qué es eso? —preguntó a su vez John ap-Rhyss, evitando la mirada del corpulento hombre—. Tal vez una carga que abandonamos demasiado pronto en nuestro viaje. Después, nos pasamos el resto de la vida intentando descubrir dónde la perdimos.
—¿Es eso lo que buscáis? —inquirió Emshon.
John ap-Rhyss le dirigió una sonrisa lobuna.
—Digamos que sí.
—Entonces, adiós —dijo Corum—. Continuaremos con el barco.
—Y yo. —Elric se cubrió el rostro con la capa—. Os deseo mucha suerte en vuestra búsqueda, hermanos.
—Y yo en la vuestra —respondió Erekose—. Hay que soplar el Cuerno.
—No os comprendo.
El tono de Elric era frío. Se volvió y se adentró en el agua, sin esperar la explicación.
Corum sonrió.
—Desterrados de nuestra época, abrumados de paradojas, manipulados por seres que se niegan a esclarecer nuestras dudas… Es agotador, ¿verdad?
—Agotador —dijo Erekose, lacónico—. Sí.
—Creo que mi lucha ha terminado —dijo Corum—. Creo que pronto se me permitirá morir. Ya he cumplido mi turno de Campeón Eterno. Voy a reunirme con Rhalina, mi amada mortal.
—Yo debo proseguir la búsqueda de mi inmortal Ermizhad —dijo Erekose.
—Me han dicho que mi Yisselda vive —añadió Hawkmoon—, pero busco a mis hijos.
—Todas las partes del todo conocido como Campeón Eterno se acoplan —dijo Corum—. Quizá ésta sea nuestra última búsqueda.
—¿Y alcanzaremos la paz? —preguntó Erekose.
—El hombre sólo alcanza la paz después de luchar consigo mismo —contestó Corum—. ¿No es ésa, acaso, vuestra experiencia?
—La lucha es muy dura —sentenció Hawkmoon.
Corum calló. Siguió a Elric y a Otto Blendker hacia el mar. No tardaron en desaparecer en la niebla. No tardaron en escucharse débiles gritos. No tardaron en oír el ruido del ancla al ser izada. El barco se marchaba.
Hawkmoon se sintió aliviado, aunque no le agradaba la perspectiva que se abría ante él. Se volvió.
La figura negra había vuelto. Sonreía. Era una sonrisa malvada, cómplice.
—Espada —dijo, y señaló al barco—. Espada. Me necesitarás, Campeón. Y pronto.
Erekose demostró horror por primera vez. Al igual que Hawkmoon, su primer impulso fue desenvainar la espada, pero algo lo impidió. John ap-Rhyss y Emshon de Ariso lanzaron una exclamación de asombro, y Hawkmoon detuvo sus manos.
—No desenvainéis —ordenó.
Brut de Lashmar se quedó mirando a la visión con sus ojos vidriosos y cansados.
—Espada —dijo el ser.
Daba la impresión de que bailaba una frenética jiga, por culpa del aura negra, pero su cuerpo estaba completamente inmóvil.
—¿Elric? ¿Corum? ¿Hawkmoon? ¿Erekose? ¿Urlik?
—¡Ay! —gritó Erekose—. Ahora te he reconocido. ¡Vete! ¡Vete!
La figura negra rió.
—Nunca me iré, mientras el Campeón me necesite.
—El Campeón ya no te necesita —replicó Hawkmoon, sin saber lo que quería decir.
—¡Sí! ¡Sí!
—¡Vete!
La sonrisa continuó fija en el malvado rostro.
—Ahora somos dos —dijo Erekose—. Dos tienen más fuerza.
—Pero no está permitido —protestó la figura—. Nunca ha sido permitido.
—Ésta es una época diferente, el Tiempo de la Conjunción.
—¡No! —gritó la aparición.
Erekose lanzó una carcajada desdeñosa.
La figura negra se precipitó hacia adelante y aumentó de tamaño; retrocedió como una flecha, se encogió, recuperó su tamaño normal, corrió entre las ruinas, seguida de su sombra, no siempre en consonancia con sus movimientos. Daba la impresión de que las enormes y pesadas sombras de aquella colección de ciudades iban a caer sobre la figura, porque se apartaba de muchas.
—¡No! —le oyeron gritar—. ¡No!
—¿Es eso lo que queda del hechicero? —preguntó John ap-Rhyss.
—No —contestó Erekose—. Es lo que queda de nuestra némesis.
—¿Lo sabéis, pues? —pregunto Hawkmoon.
—Creo que sí.
—Contadme. Me ha martirizado desde que comenzó mi aventura. Creo que fue eso lo que me apartó de Yisselda, de mi propio mundo.
—Estoy seguro de que no posee tanto poder —dijo Erekose—. Sin embargo, es indudable que aprovechar su ventaja le complajo. Sólo lo había visto una vez en esta manifestación.
—¿Cómo se llama?
—De muchas formas —contestó Erekose, con aire pensativo.
Retrocedieron hacia las ruinas. La aparición se había desvanecido otra vez. Vieron enfrente dos nuevas sombras, dos enormes sombras. Eran las sombras de Agak y Gagak, las sombras del aspecto que tenían cuando los héroes llegaron. Los cadáveres se habían quemado por completo, pero las sombras perduraban.
—¿Me decís uno? —preguntó Hawkmoon.
Erekose se humedeció los labios antes de contestar, y después le miró a los ojos.
—Me parece comprender por qué al capitán le repugnaba especular, divulgar cualquier información de la que no estuviera seguro. Es peligroso, en estas circunstancias, llegar a conclusiones precipitadas. Tal vez, a fin de cuentas, esté equivocado.
—¡Oh! exclamó Hawkmoon—. Decidme lo que sospecháis, aunque sólo sean simples sospechas.
—Creo que uno de los nombres es Portadora de Tormentas.
—Ahora ya sé por qué me daba miedo la espada de Elric.
No volvieron a abordar el tema.