4. La piedra-alma

Ilian intentó mirar a los ojos de Ymryl mientras moría, aquellos ojos que ya no eran los suyos, sino los de Arioco.

Pero de repente su luz se desvaneció. Ymryl miró a su alrededor, asombrado.

—¿Todo ha terminado, pues? —le oyó decir Ilian—. ¿Volvemos a casa?

Daba la impresión de que veía un paisaje muy distinto al de Garathorm. Y sonreía.

Ilian extendió la mano y aferró el pomo de su espada. La clavó con todas sus fuerzas en Ymryl y vio que brotaba un chorro de sangre, que una expresión de estupor aparecía en su cara, que iba desapareciendo poco a poco, al igual que Arioco había desaparecido ante él.

Ilian, aturdida, se incorporó, sin saber si había matado a Ymryl. Ahora, ya nunca lo sabría.

Katinka van Bak yacía muy cerca. Tenía una gran herida roja en el cuerpo. Estaba blanca, como si se hubiera quedado sin sangre. Jadeaba. Ilian se acercó a ella.

—Me contaron la historia de la espada de Hawkmoon —dijo Katinka—. La llamaban la Espada del Amanecer. Tenía la facultad de convocar a guerreros de otros planos, de otras épocas. ¿Pudo convocar otra espada a Ymryl?

Apenas sabía lo que estaba diciendo.

Jhary-a-Conel, sostenido por Yisselda de Brass, surgió cojeante del polvo levantado por la batalla. Tenía un corte poco profundo en la pierna.

—De modo que, a fin de cuentas, nos habéis salvado, Ilian —dijo—. ¡Como lo habría hecho el Campeón Eterno! —Sonrió—. Aunque no lo hace siempre, debo admitirlo…

—¡Os he salvado! No, soy incapaz de explicarlo. ¡Ymryl se evaporó!

—Matasteis a Kalan. Fue Kalan quien moldeó las circunstancias que permitieron a Ymryl y los demás acceder a Garathorm. Muerto Kalan la brecha del multiverso ha empezado a cerrarse. Al mismo tiempo, devuelve a Ymryl y los suyos a sus respectivas épocas. Estoy seguro que ésa es la explicación. Vivimos tiempos extraños, Ilian de Garathorm. Casi tan extraños para mí como para ti. Estoy acostumbrado a que los dioses hagan su voluntad…, pero Arioco está condenador. Me pregunto si los dioses mueren en todos los planos.

—Nunca han existido dioses en Garathorm— contestó Ilian.

Se inclinó para examinar la herida de Katinka van Bak, confiando en que no fuera tan grave como aparentaba, pero aún era peor. Katinka van Bak estaba agonizando.

—¿Todos han desaparecido, pues? —preguntó Yisselda, sin darse cuenta todavía de que su amiga estaba mortalmente herida.

—Todos…, incluidos los cadáveres —dijo Jhary. Rebuscó en la bolsa de su cinturón—. Esto la ayudará —explicó—. Una poción que calma el dolor.

Ilian acercó el frasco a los labios de Katinta, pero la mujer meneó la cabeza.

—No —dijo—, me dormirá. Quiero permanecer despierta el poco tiempo que me queda. Además, he de volver a casa.

—¿A casa? ¿A Virinthorm? —preguntó Ilian en voz baja.

—No, a mi verdadero hogar. Al otro lado de las Montañas Búlgaras. —Katinka buscó con la vista a Jhary-a-Conel—. ¿Queréis llevarme allí Jhary?

—Hemos de improvisar una camilla. —Llamó a Lyfeth, que acababa de llegar—. ¿Podéis pedir a vuestra gente que prepare una camilla?

—¿Seguís todos con vida? —preguntó Ilian con aire ausente—. ¿Cómo es posible? Pensaba que habíais ido a reuniros con vuestros muertos…

—¡El pueblo marino! —exclamó Lyfeth, mientras se marchaba para preparar la camilla—. ¿No les habéis visto?

—¿El pueblo marino? Tenía toda la atención puesta en aquel demonio…

—Cuando Jhary se precipitó hacia el campamento, vimos sus banderas. Por eso decidimos atacar en aquel momento. ¡Mirad!

Lyfeth señaló hacia los árboles.

Ilian sonrió complacida cuando vio a los guerreros, armados con grandes arpones submarinos y montados sobre enormes animales parecidos a focas. Había visto en muy pocas ocasiones al pueblo marino, pero sabía que eran seres orgullosos y fuertes, que cazaban ballenas a lomos de sus animales anfibios.

Mientras Yisselda vendaba las heridas de Katinka van Bak, Ilian se acercó al rey Treshon, su caudillo.

El rey desmontó y ejecutó una elegante reverencia.

—Mi señora —dijo—. Mi reina. —Aunque de avanzada edad, aún se mantenía en forma, y los músculos destacaban en su cuerpo bronceado. Vestía una cota de mallas sin mangas y una falda de piel, como todos sus guerreros—. Ahora, Garathorm vivirá de nuevo.

—¿Sabíais que íbamos a librar la batalla?

—No. Nuestros espías vigilaban a Arnald de Grovent, el que se convirtió en caudillo de los que conquistaron nuestras ciudades. Cuando nos pusimos en marcha, decidimos que era el momento propicio para atacar a Ymryl, pues estaban divididos y peleaban entre sí.

—¡Igual que nosotros! dijo Ilian—. Ha sido una suerte para todos que nos decidiéramos por la misma estrategia.

—Alguien nos aconsejó bien.

—¿Quién?

—Aquel joven. —El rey Treshon señaló a Jhary-a-Conel, que estaba sentado al lado de Katinka van Bak y conversaba con ella en voz baja—. Vino a vernos hace un mes y diseñó el plan que seguimos.

Ilian sonrió.

—Sabe mucho, ese joven.

—Sí, mi señora.

Ilian hundió la mano en la bolsa del cinturón y palpó los duros rebordes de la joya negra. Después de despedirse del rey Treshon, volvió junto a Jhary-a-Conel con aire pensativo.

—Me dijisteis que pusiera la joya a buen recaudo. —La sacó de la bolsa y la sostuvo en alto—. Aquí está.

—Me alegro de que continúe con nosotros —dijo Jhary—. Temía que regresara al lugar donde yace el cuerpo de Kalan.

—Jhary-a-Conel, planeasteis casi todo cuanto acaba de ocurrir, ¿verdad?

—¿Planearlo? No, soy un simple servidor. Hago lo que es debido.

Jhary estaba pálido. Ilian observó que temblaba.

—¿Qué ocurre? ¿Sufrís una herida más grave de lo que pensábamos?

—No, pero las fuerzas que se llevaron a Ymryl y Arioco de vuestro mundo también exigen que yo parta, al parecer. Hemos de regresar a la cueva enseguida.

—¿Qué cueva?

Donde nos encontramos por primera vez. —Jhary se levantó y corrió hacia su caballo amarillo—. Montad en lo primero que encontréis. Que dos de vuestros guerreros carguen con la litera de Katinka. Que Yissel-da de Brass os acompañe. ¡Rápido, a la cueva!

Salió al galope.

Ilian comprobó que la camilla estaba casi preparada. Contó a Yisselda lo que Jhary había dicho y fueron a buscar monturas.

—¿Por qué sigo en este mundo? —Yisselda frunció el ceño—. ¿No tendría que haber regresado al mundo en que Kalan me retenía prisionera?

—¿No sentís nada, como si algo tirara de vos?

—Nada.

Ilian, guiada por un impulso, besó a Yisselda en la mejilla.

—Adiós —dijo.

Yisselda se quedó sorprendida.

—¿No vendréis con nosotros a la cueva?

—Os acompaño, pero tenía ganas de despedirme. Ignoro por qué.

Una gran paz descendió sobre ella. Tocó una vez más la piedra negra y sonrió.

Cuando llegaron, Jhary se encontraba de pie frente a la entrada de la cueva. Parecía más débil que antes. Apretaba contra su pecho al gatito blanco y negro.

—Pensé que no ibais a llegar nunca. Estupendo.

Lyfeth de Ghant y Mysenal de Hinn habían insistido en cargar con la litera de Katinka. Se dispusieron a entrarla en la cueva, pero Jhary se lo impidió.

—Lo siento, pero debéis esperar aquí. Si Ilian no regresa, deberéis elegir a otro gobernante en su lugar.

—¿Un nuevo gobernante? ¿Qué pretendéis hacerle? —Mysenal saltó hacia adelante y se llevó la mano a la espada—. ¿Qué daños puede sufrir en esa cueva?

—Ninguno, pero la joya de Kalan aún retiene su alma… —Jhary estaba sudando. Resolló y meneó la cabeza—. Ahora no os lo puedo explicar. Os aseguro que protegeré a vuestra reina…

Siguió a Yisselda e Ilian, que habían entrado en la cueva la litera de Katinka van Bak.

La profundidad de la cueva asombró a Ilian. Se hundía kilómetros y kilómetros en la ladera de la montaña. Cuanto más se internaban, más frío hacía. Guardó silencio, porque confiaba en Jhary.

Sólo se volvió una vez, cuando oyó la voz nerviosa de Mysenal a lo lejos.

—¡Ya no os culpamos de nada, Ilian! Os absolvemos…

El tono de Mysenal y la urgencia con que aparentaba expresar aquellos sentimientos la intrigaron. Tampoco le importaba demasiado. Conocía su culpa, dijeran lo que dijeran los demás.

—¿No es éste el lugar? —preguntó con voz débil Katinka van Bak desde su litera.

Jhary asintió. Como la luz había disminuido, llevaba en la mano un globo extraño, un globo luminoso. Lo depositó sobre el suelo de la caverna. Ilian bajó la vista y dio un respingo. Vio el cadáver de un hombre alto y apuesto, cubierto de pieles. No se veía ninguna herida en su cuerpo, nada que indicara la causa de su muerte. Su cara le recordó a alguien. Cerró los ojos.

—Hawkmoon… —murmuró—. Mi nombre…

Yisselda estalló en llanto y se arrodilló junto al cadáver.

—¡Dorian! ¡Mi amor! ¡Mi amor! —Se volvió hacia Jhary-a-Conel—. ¿Por qué no me lo dijiste?

Jhary, sin hacerle caso, se volvió hacia Ilian, que estaba apoyada como mareada contra la pared de la cueva.

—Dadme la joya —dijo—. La joya negra, Ilian. Dádmela.

Y cuando Ilian introdujo la mano en la bolsa, palpó algo cálido, algo que vibraba.

—¡Está viva! —exclamó—. ¡Viva!

—Sí —contestó Jhary, con voz perentoria y débil—. Deprisa, arrodillaos a su lado…

—¿Al lado del cadáver?

Ilian retrocedió.

—¡Haced lo que digo! —Jhary apartó a Yisselda del cadáver de Hawkmoon y obligó a Ilian a arrodillarse—. Ahora, colocad la piedra sobre su frente, sobre la cicatriz.

Ilian, temblorosa, obedeció.

—Apoyad vuestra frente sobre la joya.

Se inclinó, su frente tocó la joya y de repente cayó dentro y a través de la joya, y mientras caía, otra persona cayó hacia ella. Fue como si se precipitara hacia su propia imagen, reflejada en un espejo. Lanzó un grito…

Oyó el débil «¡Adiós!» de Jhary y trató de responder, pero no pudo.

Siguió cayendo por pasillos sucesivos de sensaciones, recuerdos, culpa y redención…

Y fue Asquiol y Arflane y Alaric. Fue John Daker, Erekose y Urlik. Fue Corum y Elric y Hawkmoon…

—¡Hawkmoon!

El nombre pronunciado por sus labios fue como un grito de batalla. Combatió contra el barón Meliadus y Asrovak Mikosevaar en la batalla de la Kamarg. Volvió a combatir contra Meliadus en Londra y Yisselda estaba a su lado. Yisselda y él contemplaron el campo de batalla cuando todo hubo terminado y vieron que de sus camaradas sólo habían sobrevivido…

—¡Yisselda!

—Estoy aquí, Dorian. ¡Estoy aquí!

Abrió los ojos y dijo:

—¡Así que Katinka van Bak no me traicionó! Sin embargo, con qué argucia tan complicada me ha llevado hasta ti. ¿Por qué urdió una estratagema tan complicada?

—Quizá lo averiguaréis un día —susurró Katinka desde su litera—, pero no de mis labios, porque debo ahorrar aliento. Necesito que los dos me saquéis de estas montañas y me acompañéis a Ukrainia, donde deseo morir.

Hawkmoon se levantó. Estaba horriblemente entumecido, como si hubiera yacido durante meses en aquel lugar. Observó sangre en los vendajes.

—¡Estáis herida! No me había dado cuenta. Al menos, no recuerdo…

Apoyó la mano en la frente. Notó algo caliente, como sangre, pero cuando apartó los dedos sólo distinguió una leve radiación oscura, que se extinguió al cabo de un segundo.

—¿Cómo…? ¿Jaherek? Es imposible…

Katinka van Bak sonrió.

—No. Yisselda os contará cómo me la hice.

Una mujer habló con voz suave y vibrante junto a Hawkmoon.

—Recibió la herida ayudando a salvar un país que no es el suyo.

—No es la primera vez que la hieren en tales circunstancias —dijo Hawkmoon, y se volvió. Contempló un rostro extraordinariamente hermoso, pero herido por la tristeza—. ¿Nos conocemos?

—Os conocéis —dijo Katinka—, pero debéis separaros ahora mismo pues si ocupáis el mismo plano durante mucho rato se producirán nuevas desestructuraciones. Creed en mis palabras, Ilian de Garathorm. Regresad ahora. Volved con Mysenal y Lyfeth. Os ayudarán a reconstruir vuestro país.

—Pero… —Ilian vaciló—. Me gustaría hablar un poco más con Yisselda y este tal Hawkmoon.

—No tenéis derecho. Sois dos aspectos de lo mismo. Sólo podéis encontraros en determinadas ocasiones. Jhary me lo dijo. Regresad. ¡Deprisa!

La hermosa muchacha se volvió, vacilante. Su cabello dorado osciló y su cota de mallas tintineó. Se encaminó hacia las tinieblas y no tardó en perderse de vista.

—¿A dónde conduce el túnel, Katinka van Bak? —preguntó Hawkmoon—. ¿A Ukrainia?

—No, y pronto dejará de conducir a ningún sitio. Espero que le vaya bien a esa moza. Tiene muchas cosas que hacer. Además, presiento que volverá a toparse con Ymryl.

—¿Ymryl?

Katinka van Bak suspiró.

—Ya os he dicho que no quiero desperdiciar mi aliento. Necesito seguir viva hasta que lleguemos a Ukrainia. Confiemos en que el trineo nos siga esperando.

Hawkmoon se encogió de hombros. Se volvió y contempló con ternura a Yisselda.

—Sabía que vivías —dijo—. Dijeron que estaba loco, pero yo sabía que vivías.

Se abrazaron.

—Oh, Dorian, he pasado tantas aventuras —dijo Yisselda.

Contádselas más tarde —imploró la agonizante Katinka van Bak desde la litera—. ¡Coged estas angarillas y conducidme a ese trineo!

—¿Cómo están los niños, Dorian? —preguntó Yisselda, mientras se agachaba para coger un extremo de la camilla.

Después, se preguntó por qué Hawkmoon se mantuvo en silencio durante todo el rato que duró el trayecto por el túnel.

Así concluye la segunda Crónica del castillo de Brass.