6. Otra víctima

Los tres hombres aguardaron ansiosamente, mientras Rinal y su pueblo examinaban la posibilidad de viajar a la dimensión donde el barón Kalan se ocultaba.

—Como este nuevo culto se ha implantado en la Londra auténtica, deduzco que Kalan ha ido a visitar en secreto a sus partidarios. Eso explica el rumor de que algunos señores del Imperio Oscuro aún viven en Londra —musitó Hawkmoon—. Nuestra única oportunidad consistiría en ir a Londra y buscar a Kalan cuando realice su siguiente visita. La pregunta es si tendremos tiempo.

El conde Brass meneó la cabeza.

—Ese Kalan… Desea a toda costa lograr sus propósitos. No entiendo por qué está tan histérico, si puede manipular a su antojo todas las dimensiones del tiempo y el espacio. Y aunque en teoría puede manipularnos a su voluntad, no lo hace. Me pregunto por qué somos tan cruciales para sus planes.

Hawkmoon se encogió de hombros.

—Quizá no lo seamos. No sería el primer señor del Imperio Oscuro en perjudicar sus propios intereses por culpa de su sed de venganza.

Les narró la historia del barón Meliadus.

Bowgentle paseaba entre los instrumentos de cristal y trataba de comprender los principios de su funcionamiento, pero se rindió. Todos estaban inactivos, mientras el pueblo fantasma, en otra parte del edificio, atacaba el problema de diseñar una máquina que viajara entre las dimensiones. La posibilidad de adaptar el ingenio de cristal que transportaba su ciudad había sido desechada, pues necesitaban conservar la máquina por si algún peligro les amenazaba.

—Bien —dijo Bowgentle, mientras se rascaba la cabeza—, no entiendo nada. ¡Lo único que puedo aseguraros es que esas máquinas funcionan!

El conde Brass se agitó en su armadura. Se acercó a la ventana y escudriñó la fría noche.

—La impaciencia me corroe —dijo—. Voy a respirar un poco de aire fresco. ¿Qué váis a hacer vosotros dos?

Hawkmoon meneó la cabeza.

—Prefiero descansar.

—Yo os acompañaré —dijo Bowgentle al conde Brass—. ¿Cómo salimos?

—Llama a Rinal —dijo Hawkmoon—. Os oirá.

Así obraron, pero se sintieron algo incómodos cuando el pueblo fantasma, en apariencia tan frágil, les bajó al suelo. Hawkmoon se acomodó en una esquina de la habitación y durmió.

Sin embargo, se vio turbado por sueños extraños e inquietantes, en los cuales sus amigos se convertían en enemigos y los enemigos en amigos, los vivos en muertos y los muertos en vivos. Por fin, se despertó sudando, y descubrió que Rinal estaba de pie ante él.

—La máquina está dispuesta —anunció el ser fantasmal, pero temo que no es perfecta. Lo único que puede hacer es perseguir a vuestra pirámide. En cuanto la pirámide vuelva a materializarse en este mundo nuestra pirámide la seguirá, adondequiera que vaya. Es imposible dirigirla; sólo puede seguir a la pirámide. Por tanto, corréis el peligro de quedar atrapados en otra dimensión indefinidamente.

—Es un riesgo que prefiero aceptar —dijo Hawkmoon— mejor que las pesadillas que me atormentan, despierto o dormido. ¿Dónde están el conde Brass y Bowgentle?

—Por aquí cerca, hablando y paseando por las calles de Soryandum. ¿Les digo que deseáis verles?

—Sí —dijo Hawkmoon, mientras se frotaba los ojos—. Será mejor que diseñemos nuestra estrategia lo antes posible. Tengo el presentimiento de que no tardaremos en ver a Kalan.

Se estiró y bostezó. Dormir no le había servido de nada. Hasta tenía la sensación de estar más cansado que antes.

Cambió de idea.

—No, quizá sea mejor que salga a hablar con ellos. El aire me reanimará.

—Como gustéis. Os bajaré.

Rinal flotó hacia Hawkmoon.

—¿Dónde está la máquina que mencionasteis? —preguntó Hawkmoon, mientras Rinal le conducía hacia la ventana.

—¿La esfera para viajar por las dimensiones? Abajo, en nuestro laboratorio. ¿Queréis verla esta noche?

—Creo que sí. Tengo la sensación de que Kalan está a punto de reaparecer.

—Muy bien. Os la traeré en breve. Los controles son muy sencillos. De hecho, apenas se les puede llamar controles, puesto que el objetivo de la esfera es convertirse en la esclava de otra máquina. Sin embargo, comprendo que estéis ansioso por verla. Id a hablar con vuestros amigos.

El ser fantasmal, prácticamente invisible en la calle iluminada por la luna, se alejó. Hawkmoon fue en busca del conde Brass y Bowgentle.

Caminó por las calles invadidas de malas hierbas, entre edificios en ruinas por los cuales se filtraba la luz de la luna. Se embebió de la paz de la noche y su cabeza empezó a despejarse. El aire era suave y frío.

Por fin, oyó voces más adelante y ya estaba a punto de llamarles, cuando se dio cuenta de que no había dos voces, sino tres. Se deslizó a toda prisa hacia ellas, protegido por las sombras, hasta subirse a una columna truncada, desde la cual observó la plazoleta donde estaban el conde Brass y Bowgentle. El conde Brass parecía petrificado, como si le hubieran hipnotizado, y Bowgentle discutía en voz baja con un hombre que estaba sentado en el aire, frente a él, con las piernas cruzadas; el contorno de la pirámide apenas brillaba, como si Kalan procurara no llamar la atención.

—¿Qué sabéis vos de tales asuntos? —preguntó el barón Kalan—. ¡Vos, que apenas sois real!

—Es posible, pero sospecho que vuestra realidad tampoco es muy firme, ¿verdad? ¿Por qué no podéis matar a Hawkmoon vos mismo? Por culpa de las repercusiones, ¿eh? ¿Habéis considerado las posibilidades derivadas de tal acción? ¿Son poco agradables?

—¡Silencio, títere, o también regresaréis al limbo! —gritó el barón Kalan—. Os ofrezco la vida plena si destruís a Hawkmoon…, o convencéis al conde Brass de que lo haga.

—¿Por qué no le habéis enviado al limbo hace pocos minutos, cuando os atacó? ¿Es por que queréis que uno de nosotros mate a Hawkmoon, y ya sólo contáis con dos para esa faena?

—¡Os he dicho que calléis! —rugió Kalan—. Tendríais que haber colaborado con el Imperio Oscuro, sir Bowgentle. Habéis desperdiciado vuestra inteligencia con los bárbaros.

Bowgentle sonrió.

—¿Bárbaros? He oído algo acerca de lo que hará el Imperio Oscuro, en mi futuro, con sus enemigos. Habéis elegido mal las palabras, barón Kalan.

—Os lo he advertido —amenazó Kalan—. Habéis ido demasiado lejos. Todavía soy un señor de Granbretán. ¡No puedo tolerar tanta insolencia!

—Vuestra falta de tolerancia ya causó vuestra caída una vez…, o la causará. Empezamos a comprender que intentáis hacer en nuestra Londra de imitación…

—¿Lo sabéis? —Kalan parecía casi asustado. Se humedeció los labios y frunció el entrecejo—. Lo sabéis, ¿eh? Creo que cometimos un error al menospreciar vuestra intuición, sir Bowgentle.

—Sí, tal vez.

Kalan manipuló la pirámide que sostenía en la mano.

—Lo más inteligente será sacrificar otro peón, en tal caso —murmuró.

Bowgentle comprendió las intenciones de Kalan. Retrocedió un paso.

—¿Lo creéis así? ¿Acaso no estáis manipulando fuerzas que apenas comprendéis?

—Quizá —rió el barón Kalan—, pero eso no os servirá de consuelo, ¿eh?

Bowgentle palideció.

Hawkmoon se preparó para intervenir, intrigado por la inmovilidad del conde Brass, al parecer indiferente a lo que sucedía. Entonces, notó una leve presión en su hombro. Sobresaltado, se volvió y echó mano a la espada, pero se trataba de Rinal, casi invisible.

—La esfera se acerca —susurró Rinal—. Es vuestra oportunidad de seguir a la pirámide.

—Pero Bowgentle está en peligro… —murmuró Hawkmoón—. He de procurar salvarle.

—No podréis salvarle. Es poco probable que sufra algún daño, que recuerde un sólo detalle de estos acontecimientos…, como un sueño que se desvanece.

—Pero es mi amigo…

—Le prestaréis mejor servicio si encontráis una forma de detener las actividades de Kalan para siempre —respondió Rinal.

Varios seres fantasmales flotaban por la calle hacia ellos. Transportaban una gran esfera que proyectaba una luz amarillenta.

—Podréis seguir a la pirámide a los pocos momentos de su desaparición.

—Pero el conde Brass… Kalan lo ha hipnotizado.

—El efecto se disipará cuando Kalan se marche.

—¿Por qué teméis a mis conocimientos, barón Kalan? —estaba diciendo Bowgentle—. Sois poderoso. Yo soy débil. ¡Sois vos quien me manipula!

—Cuanto más sepáis, menos predecible sois —contestó Kalan—. Es sencillo, sir Bowgentle. Adiós.

Bowgentle lanzó un grito e hizo ademán de escapar. Se puso a correr y se fue evaporando mientras huía, hasta desaparecer por completo.

Hawkmoon oyó las carcajadas del barón Kalan. Una risa familiar. Una risa que había aprendido a odiar. Sólo la mano de Rinal sobre su hombro impidió que atacara a Kalan. Éste, ignorante de que le espiaban, se dirigió al conde Brass.

—Saldréis ganando, conde Brass, si me sirves. Hawkmoon se interpone una y otra vez en mi camino. Pensaba que era fácil eliminarle pero sale victorioso de todas mis celadas. A veces, creo que es eterno… Tal vez inmortal. Sólo si otro héroe, otro campeón de ese dichoso Bastón Rúnico le mata, los acontecimientos se desarrollarán de la forma que a mí me interesa. De modo que matadle, conde Brass. ¡La recompensa será la vida para vos y para mí!

El conde Brass movió la cabeza. Parpadeó. Miró a su alrededor como si no viera la pirámide, ni a su ocupante.

La pirámide brilló con una blancura lechosa, hasta adquirir una intensidad cegadora. El conde Brass maldijo y levantó el brazo para protegerse los ojos.

Y entonces, el resplandor se desvaneció y sólo fue posible distinguir un contorno desdibujado.

—Rápido —dijo Rinal—. A la esfera.

Mientras Hawkmoon pasaba por una entrada similar a una cortina de gasa, que se cerró al instante detrás de él, vio que Rinal flotaba hacia el conde Brass, se apoderaba de él y lo transportaba hasta la esfera, en cuyo interior le arrojó. El conde cayó de bruces a los pies de Hawkmoon, sin soltar la espada.

—El zafiro —apremió Rinal—. Tocad el zafiro. Es lo único que debéis hacer. ¡Os deseo suerte, Dorian Hawkmoon, en esa otra Londra!

De pronto, dio la impresión de que la esfera giraba alrededor de ellos, mientras el conde Brass y él permanecían inmóviles. Una negrura total cayó sobre ambos y vieron la pirámide blanca a través de las paredes de la esfera.

Al instante siguiente vieron la luz del sol y un paisaje de rocas verdes. Se esfumó con tanta rapidez como había aparecido. Siguió una sucesión de imágenes.

Megalitos de luz, lagos de metal hirviente, ciudades de cristal y acero, campos de batalla en que luchaban miles de hombres, bosques recorridos por gigantes tenebrosos, mares helados… y siempre la pirámide delante de ellos, mientras pasaba de un plano a otro de la Tierra, por mundos que parecían totalmente distintos y mundos que parecían absolutamente idénticos al de Hawkmoon.

Hawkmoon había viajado por las dimensiones en una ocasión anterior, pero entonces escapaba de un peligro. Ahora, se dirigía a su encuentro.

El conde Brass habló por primera vez.

—¿Qué ha pasado? Recuerdo que intenté atacar al barón Kalan, tras decidir que, aunque me enviara al limbo, le arrancaría antes la vida. Al instante siguiente, me encontré en este…, en este carruaje. ¿Dónde está Bowgentle?

—Bowgentle había empezado a comprender el plan de Kalan —dijo Hawkmoon en tono sombrío, sin apartar los ojos de la pirámide—. Y Kalan le devolvió al lugar de donde procedía, pero Kalan también desapareció. Dijo que, por los motivos que sean, sólo puede matarme un amigo, alguien que haya servido al Bastón Runico. Y así, mi amigo se aseguraría la vida.

El conde Brass se encogió de hombros.

—Aún me huele a un siniestro complot. ¿Qué más da quien os mate?

—Bien, conde Brass —dijo Hawkmoon con serenidad—. He repetido a menudo que habría dado cualquier cosa por que no hubierais muerto en aquel campo de batalla de Londra. Hasta habría dado mi vida. Por lo tanto, si llega un momento en que os cansáis de todo esto…, podéis matarme.

El conde Brass lanzó una carcajada.

—Si deseáis morir, Dorian Hawkmoon, estoy seguro de que encontraréis a alguien más avezado a los crímenes a sangre fría en Londra, o dondequiera que nos dirijamos. —Envainó su gran espada—. ¡Reservaré mis fuerzas para dar buena cuenta del barón Kalan y sus esbirros cuando lleguemos allí!

—Si no nos esperan —dijo Hawkmoon, mientras las escenas se sucedían a una velocidad todavía mayor. Se sintió mareado y cerró los ojos—. ¡Este viaje por el infinito se me antoja de una duración infinita! Una vez maldije al Bastón Rúnico por meterse en mis asuntos, pero ahora me gustaría tener a mi lado a Orland Fank, para que me aconsejara. En cualquier caso, resulta evidente que el Bastón Rúnico no interviene en esto.

—Menos mal —gruñó el conde Brass—. ¡Ya tengo bastante de ciencia y brujería! ¡Me quedaré tranquilo cuando todo esto termine, aunque signifique mi muerte!

Hawkmoon asintió. Se acordaba de Yisselda y de sus hijos, Manfred y Yarmila. Recordaba la vida tranquila de la Karmag y las satisfacciones que obtenía de ver los pantanos repoblados y las cosechas crecidas. Se arrepentía de haber caído en la trampa del barón Karlan, que había utilizado al conde Brass como señuelo.

Entonces, se le ocurrió otra idea. ¿Era todo una trampa?

¿Quería el barón Kalan que le siguiera? ¿Eran arrastrados, en estos mismos momentos, hacia su perdición?