1. Ilian de Garathorm

Hawkmoon escuchó a los fantasmas.

Cada fantasma le hablaba con su propia voz. La voz de Hawkmoon…

… entonces era Erekose y asesiné a la raza humana. Y Urlik Skarsol, príncipe del Hielo Austral, que asesinó a la Reina de Plata de la Luna. Que empuñó la Espada Negra. Ahora vago en el limbo y aguardo mi siguiente misión. Quizá de esta forma encuentre un medio de regresar junto a Ermizhad, mi amor perdido. Quizá encuentre Tanelorn. (He sido Elric)

Soldado del destino… Herramienta del tiempo… Campeón Eterno… Condenado a la guerra perpetua. (He sido Corum. He sido Corum en más de una vida)

No sé cómo empezó. Quizá termine en Tanelorn. Rhalina, Yisselda, Cymoril, Zarozinia…

Tantas mujeres. (He sido Arflane. Asquiol. Aubec)

Todos muertos, salvo yo. (He sido Hawkmoon…)

«¡No! ¡Soy Hawkmoon!». (Todos somos Hawkmoon. Hawkmoon es cada uno de nosotros)

Todos vivos, salvo yo.

¿John Daker? ¿Fue el primero?

¿O el último?

Flotaban rostros ante él. Cada uno era diferente. Cada uno era su propio rostro. Gritó y trató de alejarlos. Pero carecía de manos.

Intentó recobrarse. Mejor morir bajo el puñal de Katinka van Bak que padecer esta tortura. Era lo que temía. Era lo que había tratado de evitar. Era el motivo de haber interrumpido la conversación con Jhary-a-Conel. Pero estaba solo contra un millar…, un millar de sus manifestaciones.

La lucha es eterna, el combate interminable.

Y ahora hemos de transformarnos en llian. Ilian, cuya alma fue arrebatada. ¿No es extraña tal misión?

«Soy Hawkmoon, simplemente Hawkmoon».

Y yo soy Hawkmoon. Y soy Urlik Skarsol. Ysoy llian de Garathorm. Quizá aquí encontraré Tanelorn. Adiós al Hielo Austral y al sol poniente. Adiós a la Reina de Plata y al Cáliz Vociferante. Adiós al conde Brass. Adiós a Urlik. Adiós a Hawkmoon…

Y los recuerdos de Hawkmoon empezaron a desvanecerse, siendo sustituidos por un millón de otros recuerdos. Recuerdos de mundos extraños y paisajes exóticos, de seres humanos y no humanos. Recuerdos que no podían pertenecer a un sólo hombre, pero similares a los sueños que había tenido en el castillo de Brass. ¿O los había tenido en otro lugar? ¿En Melniboné? ¿En Loos Ptokai? ¿En el castillo de Erorn, a la orilla del mar? ¿A bordo de aquel extraño bajel que navegaba más allá de la Tierra? ¿Dónde? ¿Dónde los había soñado?

Y entonces supo que los había soñado en todos aquellos lugares y que los volvería a soñar en todos aquellos lugares.

Sabía que el Tiempo no existía.

Pasado, presente y futuro eran lo mismo. Existían en el mismo momento… y no existían en ningún momento.

Era Urlik Skarsol, príncipe del Hielo Austral y su carruaje era arrastrado por osos, que se deslizaban sobre el cielo bajo un sol agonizante. Avanzaba hacia un objetivo. Buscaba, al igual que Hawkmoon buscaba a Yisselda, a una mujer inalcanzable. Ermizhad. Y Ermizhad no había amado a Urlik Skarsol. Había amado a Erekose. Pero Erekose también era Urlik Skarsol.

Tanelorn. Ése era el objetivo de Urlik.

Tanelorn. ¿No sería también del de Hawkmoon?

El nombre le era familiar, pero ya había encontrado Tanelorn muchas veces. Incluso había vivido allí en una ocasión, y cada vez era diferente.

¿Qué Tanelorn debía buscar?

Y había una espada. Una espada que se manifestaba de múltiples maneras. Una espada negra, aunque a menudo se disfrazaba. Una espada…

Ilian de Garathorm poseía una buena espada. Ilian la buscó, pero no la encontró. Las manos de Ilian tocaron cota de mallas, seda, carne. Las manos de Ilian tocaron césped fresco y la nariz de Ilian percibió el esplendor de la primavera. Los ojos de Ilian se abrieron. Vio a dos extraños, un joven y una mujer de edad avanzada. Con todo, sus rostros le resultaron familiares…

—Katinka van… —dijo Hawkmoon, pero Ilian se olvidó del resto del nombre. Hawkmoon palpó su cuerpo y se quedó estupefacto—. ¿Qué habéis hecho…?

Ilian se preguntó qué querían decir aquellas palabras, a pesar de que habían surgido de la boca de Ilian.

—Bienvenida, Ilian de Garathorm, Campeón Eterno —sonrió el joven.

Un gatito blanco y negro descansaba sobre su hombro. El gato tenía un par de alas dobladas sobre el lomo.

—Hasta la vista, Hawkmoon…, de momento —dijo la mujer, cubierta de pies a cabeza por una armadura de batalla.

—¿Hawkmoon? —musitó Ilian—. Me suena ese nombre. Por un momento, creí que me llamaba Urlik Skarsol. ¿Quiénes sois?

El joven hizo una reverencia y dejó de lado el paternalismo burlón y la condescendencia a la que Ilian ya se había acostumbrado, incluso en la corte.

—Soy Jhary-a-Conel. Y esta dama es Katinka van Bak, de la que tal vez os acordéis.

Ilian frunció el ceño.

—Sí… Katinka van Bak. Me salvásteis la vida cuando la banda de Ymryl me persiguió…

Por un momento, Ilian perdió la memoria.

—¿Qué me habéis hecho, Katinka van Bak? —dijo Hawkmoon, mediante los labios de Ilian. Palpó su cuerpo, horrorizado. Su piel era más suave, sus formas diferentes, su estatura menor—. Me habéis convertido en… ¡en una mujer!

Jhary-a-Conel se inclinó hacia adelante, con los ojos anormalmente brillantes.

—Era preciso. Sois Ilian de Garathorm. Este mundo necesita a Ilian. Confiad en nosotros. También beneficiará a Hawkmoon.

—Os habéis conchabado. ¡No hay ningún ejército en las Montañas Búlgaras! Ese túnel…

—Conduce aquí. A Garathorm —dijo Katinka van Bak—. Descubrí este pasillo interdimensional cuando me oculté del Imperio Oscuro. Estaba aquí cuando Ymryl y los demás llegaron. Salvé vuestra vida, Ilian, pero consiguieron robaros el alma gracias a la brujería. Yo sufría por Garathorm. Entonces, me encontré con Jhary. Imaginó una solución. Hawkmoon estaba a punto de morir. Como una manifestación más del Campeón Eterno, su alma podía sustituir a la de Ilian, porque ella es otra de dichas manifestaciones. Sabía que mi historia os arrastraría hacia aquí, a través del túnel. El ejército que describí asuela las tierras situadas al otro lado de las Montañas Búlgaras. Asuela Garathorm.

A Hawkmoon le daba vueltas la cabeza.

—No entiendo. ¿Ocupo el cuerpo de otra persona? ¿Es eso lo que estáis diciendo? ¡Sólo puede ser obra del Imperio Oscuro!

—¡Os doy mi palabra de que no es así! —dijo Katinka van Bak con toda seriedad.

—De todos modos, creo que el Imperio Oscuro tiene su parte de responsabilidad en esta catástrofe —intervino Jhary-a-Conel—. Aún hay que descubrir cuál. En cualquier caso, sólo como Ilian podéis enfrentaros a los actuales gobernantes de este mundo. Es el sino de Ilian, y únicamente de Ilian. Hawkmoon fracasaría…

—De modo que me habéis encarcelado en este cuerpo de mujer… Pero ¿cómo? ¿Mediante qué hechizos?

Jhary contempló la tierra cubierta de hierba.

—Soy bastante ducho en esas artes, pero debéis olvidar que sois Hawkmoon. No hay sitio para Hawkmoon en Garathorm. Debéis ser Ilian, o nuestro esfuerzo no servirá de nada. Ilian, a la que Ymryl deseaba. Y como no pudo poseerla, robó su alma. Ni siquiera Ymryl se dio cuenta de lo que hacía, porque el sino de Ilian era luchar contra él. Ymryl sólo os ve, Ilian, como una mujer deseable, pese a tratarse de un feroz enemigo que lanzó a los restos del ejército de su padre contra él.

—Ymryl. —Hawkmoon intentó aferrarse a su identidad, pero se le escapó de nuevo—. Ymryl, que sirve al Caos. Ymryl, el Cuerno Amarillo. Aparecieron como por arte de magia y Garathorm cayó en sus manos. Recuerdo los incendios, ay. Recuerdo a mi padre, el bondadoso Pyran. Pese a que le repugnaba la guerra, combatió durante mucho tiempo a Ymryl…

—Y más tarde os apoderasteis de la bandera flamígera de Pyran. ¿Os acordáis, Ilian? Cogisteis aquella bandera de fuego, famosa en toda Garathorm, y os dirigisteis contra las fuerzas de Ymryl… —dijo en voz baja Katinka van Bak—. Mientras viví en la corte del Pyran, tras mi huida del Imperio Oscuro, os instruí en el manejo de la espada, el hacha y el escudo, y pusisteis mis enseñanzas en práctica de manera espléndida, hasta que vos y yo fuimos los únicos supervivientes en el campo de batalla.

—Me acuerdo —dijo Ilian—. Y nos perdonaron la vida porque les divirtió descubrir que éramos mujeres. ¡Ay, la humillación que experimenté cuando Ymryl me arrancó el yelmo de la cabeza! «Gobernarás a mi lado», dijo, y extendió una mano, todavía manchada con la sangre de mi pueblo, y tocó mi cuerpo. Oh, claro que me acuerdo. —La voz de Ilian había adoptado un tono duro y feroz—. Y recuerdo que fue entonces cuando juré matarle, pero sólo había un forma y fui incapaz de plegarme a ella. No pude. Me encarceló, por resistirme a sus avances…

—Y así pude rescataros. Huimos. Su banda nos persiguió. Luchamos y la destruimos, pero los hechiceros de Ymryl nos localizaron. Loco de furor, les ordenó que os robaran el alma.

—Ah, sí. Atacaron. No recuerdo nada más.

—Estábamos escondidas en una cueva. Yo abrigaba la idea de conduciros a mi mundo, donde pensaba que estaríais a salvo, pero cuando vuestra alma os fue arrebatada ya no valió la pena. Encontré a Jhary-a-Conel, que había sido traído a Garathorm por las mismas fuerzas que habían traído a Ymryl. Entre los dos decidimos los pasos a seguir. Vuestra mente aún guardaba sus recuerdos, pero faltaba algo, una esencia. Teníamos que encontrar una nueva alma. Y Hawkmoon, que se pudría en su torre del castillo de Brass, no utilizaba la suya. Hicimos lo que debíamos hacer, aún con grandes recelos. Y ahora, tenéis alma otra vez.

—¿Qué hay de Ymryl?

—Os cree muerta. Sin duda os ha olvidado y cree que gobierna Garathorm sin nada que temer. Su ejército de escoria asola todo el país. Con todo, esos seres no han podido destruir la belleza de Garathorm.

—Garathorm aún es bella —reconoció Ilian.

Desde la entrada de la caverna, en la ladera de la colina, contempló su mundo con ojos nuevos, como si lo viera por primera vez.

No lejos divisó la linde del gran bosque, el bosque que cubría el único continente de este mundo. Salvo Garathorm, todo lo demás era mar, en el que flotaba la pequeña isla. Y los árboles eran enormes. Algunos alcanzaban una altura de varias decenas de metros.

En el inmenso cielo azul brillaba un gigantesco sol dorado, cuyos rayos bañaban las corolas de las flores, que medían más de seis metros de ancho. La intensidad de sus colores era casi cegadora. Predominaban los escarlatas, los púrpuras y los amarillos. Entre ellas volaban mariposas de proporciones comparables a las de las flores, y de colores aún más intensos. Las alas de un insecto, particularmente hermoso, medían casi sesenta centímetros de largo. Y entre los troncos de los árboles, invadidos de enredaderas, aleteaban grandes pájaros, cuyo plumaje brillaba en el corazón del bosque. Ilian sabía que los humanos no debían temer nada de los pájaros y animales que habitaban el bosque. Respiró el sofocante aire con satisfacción y sonrió.

—Sí, soy Ilian de Garathorm —dijo—. ¿Quién no desearía serlo? ¿Quién querría vivir en otro lugar que no fuera Garathorm, aún en estos tiempos?

—Exactamente —dijo Jhary-a-Conel, algo más tranquilizado.

Katinka van Bak desenrolló una gran capa de piel que Ilian no recordaba haber visto antes. La capa contenía varios tarros de piedra. Las tapas de los tarros estaban selladas con cera.

—Conservas —explicó la mujer—. Carne, fruta y verduras. Tenemos para varios días. Comamos.

Y mientras comían, Ilian recordó los terrores de los últimos meses.

Garathorm se había convertido en un país unificado dos siglos antes, gracias a la diplomacia (por no mencionar la sed de poder) de los antepasados de Ilian. Durante aquellos doscientos años, la paz y la prosperidad habían reinado sobre todos los habitantes del gran continente boscoso. El conocimiento floreció, así como las artes. La capital de Garathorm, la ciudad negra de Virinthorm, había crecido mucho. Sus suburbios se alejaban varios kilómetros de la ciudad vieja, bajo las ramas de los inmensos árboles, que protegían Garathorm de las torrenciales lluvias que caían sobre la ciudad un mes al ano. Se decía que en épocas pretéritas habían existido otros continentes y Garathorm era un desierto. Después, algún cataclismo barrió la Tierra y tal vez fundió el hielo de los polos, y cuando el cataclismo concluyó sólo quedó Garathorm. Y Garathorm había cambiado; el follaje creció en grandes proporciones. Se desconocía el motivo. Los eruditos de Garathorm aún no habían encontrado la respuesta. Tal vez yacía en el mar, en las tierras hundidas.

Veinte años antes, Pyran, padre de Ilian, había accedido al trono cuando murió su tío. Ilian había nacido justo dos años atrás. Y el reinado de Pyran dio comienzo a lo que muchos creían que iba a ser la Edad de Oro de Garathorm. Ilian creció en una atmósfera plácida y feliz. Siempre activa, pasaba mucho tiempo cabalgando a lomos de las vayna, una especie de avestruces. Las vayna alcanzaban notable velocidad cuando corrían sobre el suelo, y casi la misma sobre las gruesas ramas de los árboles, saltando de rama en rama con un jinete encima. Era uno de los pasatiempos más emocionantes de Garathorm. Y cuando, varios años antes, Katinka van Bak llegó de repente a la corte del rey Pyran, exhausta, confusa y al borde de la muerte, Ilian se encariñó de ella al instante. La historia de Katinka era muy extraña. De alguna manera, había viajado a través del tiempo (aunque ignoraba si hacia el pasado o hacia el futuro), después de huir de sus enemigos, que la habían derrotado en una gran batalla. Los detalles de su viaje temporal eran vagos, pero la corte no había tardado en aceptarla con agrado y, para mantenerse ocupada y ayudar a Ilian al mismo tiempo, había accedido a enseñar artes marciales a la muchacha. En Garathorm no había soldados. Tan sólo existía una guardia ceremonial y escasos grupos dispersos cuya misión consistía en proteger a las granjas más alejadas de las pocas alimañas que aún quedaban en Garathorm. Sin embargo, Ilian blandió la espada y el hacha como si fuera la hija de algún gran guerrero. Y le complació en extremo aprender todo cuanto Katinka van Bak le enseñaba. Aunque su infancia había sido muy feliz, siempre tuvo la sensación de que le faltaba algo, hasta este momento.

Su entusiasmo por tales arcanos divertía a su padre, y su euforia contagió a muchos jóvenes de la corte. Con el tiempo, fueron centenares los chicos y chicas que manejaban con desenvoltura la espada y el escudo, y complicados torneos incruentos se convirtieron en el plato fuerte de las festividades celebradas en la corte.

Tal vez no fuera coincidencia, sino una maniobra del destino, lo que preparó un pequeño pero muy diestro ejército para cuando llegara Ymryl.

Ymryl cayó de repente sobre Virinthorm. Vagos rumores precedieron a su llegada y el rey Pyran envió emisarios a investigar los inquietantes informes procedentes de los rincones más alejados del continente. Antes de que los emisarios regresaran, Ymryl ya había hecho acto de presencia. Se supo después que encabezaba un numeroso ejército que había invadido toda Garathorm y tomado las principales ciudades en cuestión de semanas. Al principio, se pensó que habían venido de algún país desconocido hasta el momento allende los mares pero no había pruebas a ese respecto. Como Katinka van Bak, Ymryi y sus compinches habían llegado de forma misteriosa a Garathorm. Ni siquiera ellos parecían saber cómo lo habían conseguido.

Se dejaron de lado las especulaciones sobre su origen. Se dedicaron todos los esfuerzos a oponerles resistencia. Se pidió a los eruditos que inventaran armas, y a los ingenieros que emplearan sus conocimientos en concebir métodos de destrucción. No estaban acostumbrados a pensar en esos términos y pocas armas fueron producidas. Katinka van Bak, Ilian y unos doscientos más lucharon contra el ejército de Ymryl y consiguieron algunas victorias en escaramuzas, pero cuando Ymryl estuvo preparado para avanzar hacia la ciudad bajo los árboles, avanzó. Fue imposible detenerle. Dos batallas tuvieron lugar en el enorme claro que se extendía frente a la ciudad. En la primera, el rey Pyran salió con la antigua bandera de guerra de sus antepasados, la bandera flamígera, que ardía con un extraño fuego y cuya tela nunca se quemaba. Se lanzó contra Ymryl con aquella bandera en la mano, al frente de un ejército mal armado y compuesto por ciudadanos inexpertos. El rey Pyran y su gente fueron exterminados. Ilian apenas tuvo tiempo de arrancarle la bandera de la mano y huir con los restos de sus guerreros profesionales, aquellos que en el pasado habían compartido su entusiasmo por las artes militares y que en breve plazo se habían convertido en endurecidos veteranos.

Tuvo lugar una última batalla, en la que Ilian y Katinka van Bak se pusieron al frente de varios cientos de supervivientes y atacaron a Ymryl. Opusieron feroz resistencia y acabaron con muchos de los invasores, pero al final fueron vencidos. Ilian ignoraba si algunos de los suyos habían podido escapar, pero daba la impresión de que no había supervivientes, a excepción de Katinka van Bak y ella.

Después, fueron capturadas. Ymryl ardió en deseos de poseerla en cuanto la vio, adivinando además que, con ella a su lado, no tendría ninguna dificultad en gobernar a los ciudadanos que aún se escondían en los bosques más allá de Virinthorm y mataban a sus hombres cuando caía la noche.

Cuando ella se resistió, dio orden de que la encarcelaran, de que sólo debía dormir y comer lo suficiente para seguir con vida. Sabía que, pasado un tiempo, accedería a sus deseos.

Y ahora, mientras comía, Ilian recordó de repente lo que había hecho. Algo que Katinka van Bak había callado. Ilian apenas pudo engullir la comida cuando se volvió y clavó una mirada penetrante en Katinka van Bak.

—¿Por qué no me habéis recordado lo de mi hermano? —preguntó con frialdad.

—No fue culpa vuestra —respondió Katinka van Bak. La mujer bajó la mirada—. Yo hubiera hecho lo mismo que vos. Cualquiera lo habría hecho. Os torturaron.

—Y yo se lo dije. Les dije donde estaba escondido. Le encontraron y le asesinaron.

—Os torturaron —insistió Katinka van Bak—. Destrozaron vuestro cuerpo. Lo ultrajaron. No os dejaron dormir. No os dejaron comer. Querían dos cosas de vos. Sólo les disteis una. ¡Fue todo un triunfo!

—Queréis decir que, en lugar de entregarme, entregué a mi hermano. ¿Llamáis a eso un triunfo?

—En aquellas circunstancias, sí. Olvidadlo, Ilian. Aún podemos vengar a vuestro hermano… y a los demás.

—Mucho he de hacer para expiar aquel crimen —dijo Ilian.

Había lágrimas en sus ojos y trató de contenerlas.

—Sea como sea, hay mucho que hacer —dijo Jhary-a-Conel.