Roma, el estoicismo y la filosofía de la historia
El papel de Roma como la dominadora del mundo, como la ciudad Líder, como la salvadora de la humanidad ante la catástrofe zombi, fue apreciado por los estoicos casi desde un principio. Ya Crisipo, el tercero de los estoicos principales, pudo ver el expansionismo y la gran dirigencia de Roma desde el Tri-Rebrote.
El estoicismo no solo coincidió en los ideales de los nuevos dominadores del mundo —la ideología romana previa a la difusión del estoicismo ya era de carácter parco y adusto, apoyada en la virtud del hombre—, sino que muchas veces se adaptó a sus ideales y valores. La creencia estoica en el Destino y la defensa filosófica de este sirvieron bastante bien como propaganda política para los romanos. El Destino-Dios-Zeus, sancionado por los estoicos, había predispuesto que Roma conquistara y liderara al mundo conocido, y, principalmente había predeterminado que salvara a la humanidad de su extinción a manos y dientes de los zombis. De esta manera, intelectuales griegos de raíz estoica como Posidonio y el historiador Polibio tenían una herramienta ideológica para justificar la subyugación del resto de los pueblos, incluyendo a los que se autoconsideraban culturalmente superiores —los griegos—, bajo las armas romanas.
Los romanos no habían sido destinados a ser los Líderes del mundo solo porque sí o para demostrar que un pueblo siempre domina a otros o cualquier otra razón no benigna y ética. Los romanos estaban destinados ser los Líderes de los Líderes porque estaban destinados a salvar al mundo entero. Polibio fue el primer historiador en escribir —o tratar de escribir— una historia «universal», y su historia fue concebida como el conjunto de pasos y secuencias que se dieron en la Antigüedad para llegar al Estado Universal o, mejor dicho, al Grupo Universal que englobaría al resto de los Grupo de Supervivientes antiguos. El devenir histórico se desenvolvió hasta llegar a un final preestablecido, la salvación mundial por manos de Roma. Quien no reconociera tales verdades era un no-sabio, un ignorante que inevitablemente se dirigiría a su extinción, como sucedió con los Líderes de otras culturas; los gobernantes extranjeros que no fueron consecuentes con la nueva circunstancia política internacional llevarían a sus pueblos a la catástrofe, como sucedió con los egipcios de los Ptolomeo, los cartagineses, los numantinos, los nubios y muchas otros.
Se trataba de una historia universal que refleja una filosofía de la historia teleológica, cuyo final es terrenal, cuyo final es la dirigencia de Roma sobre los demás. No había que tratar de oponerse a ese Destino, pues se trataba del Destino ya decretado, y hacerlo solo traería contratiempos y problemas graves a esos mismos que se le opusieran. Se trataba de un Destino inevitable, los romanos seguirían dominando por todos los siglos hasta que no se viera ningún vivo que resucitara en mil años. Claro que esta última profecía no era creída por todos pero formaba parte de la campaña publicitaria de la Roma estoica; a fin de cuentas el dominante siempre crea una manera de justificar y explicar su dominación.
La realidad es que Roma dominaba completamente y sin rival alguno para el siglo I d. C. R., y no avanzaba más al norte de la Germania, ni más al sur del Nilo, ni más al este de Irán, debido a las tan prolongadas distancias que se lo impedían, mas no porque algún Estado o Grupo humano u horda de zombis se le pusiera enfrente. Y ya desde la segunda mitad del siglo III a. C. R., la historia de Roma se había transformado en la historia del mundo, de su salvación. Así como la historia de los vivos pasó a ser también, desde el 509 a. C. R., la historia de los zombis, pues la historia humana es la historia de todo lo que le compete y ¿qué más le compete que su supervivencia?
No puede haber historia humana sin la historia de su supervivencia, la cual implica la historia de la alimentación, del comercio, de las guerras, de las apariciones de las enfermedades, de las apariciones de los muertos vivientes, de los desastres naturales, del desarrollo de la medicina, etc. En resumen, no hay historia sin la historia de la supervivencia. Únicamente cuando un ser humano ya no se dedica solamente a sobrevivir aparece su creación y su arte, esa creación —intelectual— y ese arte están condicionados por la supervivencia. Por ello es que todo el desarrollo ideológico y artístico del humano está condicionado por la supervivencia, todo lo que crea es sobre la supervivencia.
Si un humano pinta un cuadro sobre una cosecha, habla de su supervivencia alimenticia. Si un vivo escribe sobre el mejor comportamiento moral, habla de la supervivencia en un Grupo. Si una mujer escribe una novela romántica, habla acerca de la supervivencia humana a través de su reproducción.
Pero ¿qué es lo que más ha amenazado a la vida humana, hasta dejarla muchas veces al borde de la extinción? Los muertos vivientes. Entonces ¿cuál es el tema que más se debe de historiar —aunque no el único, pues no agota a la historia— si no es la aparición, desarrollo y finalización de los rebrotes de zombis y el comportamiento y reacción humana ante ellos?
El planteamiento estoico de que el mundo entero es una sola y única «ciudad cósmica» fue muy importante para la historiografía y para la filosofía de la historia, así como para la ética, porque indica que el ser humano debe de actuar como si viviera en una misma comunidad, en un mismo Grupo de Supervivientes. Todo ser humano debe de actuar para salvar a sus congéneres, para mantener a salvo a la ciudad cósmica.
En tal ciudad vivimos todos, independientemente del género, origen étnico, idioma, cultura, creencias, y demás condiciones. Dios-Zeus creo el mundo como una sola comunidad para que sus pobladores se ayuden mutuamente, en especial ante las vicisitudes que devienen con los resucitados. El que todos los muertos resuciten sin importar la etnia a la que pertenezcan indica que todos los humanos somos iguales, que todos somos creaciones de Zeus.
La Cultura Helena se creía superior a las demás, incluso a la romana, pero ese culturocentrismo se fue desvaneciendo desde la aparición de los primeros zombis, porque estos demostraron que los humanos solo sobrevivirán con la cooperación de todas las culturas (recuérdese el papel de Persia en la salvación de Grecia ante los muertos vivientes), aunque se tenga que coaccionar a los demás para lograr esa cooperación, como bien lo hizo Roma. La supuesta superioridad racial de los griegos se vino abajo desde que apreciaron que ellos también perdían la racionalidad cuando eran convertidos en muertos vivientes, muchos dijeron que si en verdad tenían una superioridad intelectual debían de permanecer racionales aunque resucitaran, o que al menos debía haber una diferencia entre sus zombis y los zombis de los bárbaros. La supuesta superioridad cultural careció de bases cuando los griegos fueron ayudados a sobrevivir por los persas y cuando después fueron dominados por macedonios y romanos. Desesperanzados, lo helenos compartieron sus logros intelectuales, científicos y culturales con sus benefactores y dominadores.
La creencia en una ciudad cósmica común a todos impulsa, idealmente, al humano a no perder energías con regionalismos ni localismos. Claro que había que salvar primero, cuando la muerte y la no-muerte arriban, al Grupo en el cual se vive, pero una vez logrado lo dicho se debe de hacer lo posible por secundar a la supervivencia de la humanidad entera. Lamentablemente solo en «la ciudad ideal», la poblada por sabios verdaderamente bien vivos o revivos, aquella en la que cualquiera de sus habitantes se comporta invariablemente de manera virtuosa, es donde se podría salvar a todos los vivos. Aunque tal ciudad no existe, se debe de aspirar a ella.
Una cuestión trascendente es que la ciudad cósmica estoica fue identificada por los políticos romanos con su Estado, porque Roma fue la Líder del mundo entero desde finales del siglo II a. C. R. Y nadie podía negar lo anterior, la ciudad cósmica idealizada parecía concretizarse en la historia de Roma, la ciudad que lidera a todos los Grupos humanos. El título de Líder-Cónsul romano fue transformado en el de Líder-Emperador, pero su trabajo, aunque más autocrático, no cambió: salvar a todos los vivos, imponer las leyes y difundir la Cultura (Grecorromana). Y los poetas y los historiadores buscaron en el pasado los indicios de que Roma ya estaba predestinada a ser la Lideresa de Líderes, la rematadora de lo no-muerto. Tal Destino fue rastreado y apreciado desde la época de la Guerra de Troya, por hombres como Virgilio y Tito Livio. Según Virgilio, Eneas fue el ancestro de los mejores aniquiladores de zombis del mundo —antiguo—, los romanos.
Y el Destino es un tema que está directamente vinculado con la ética. Es un importante tema de los estoicos, al cual pasamos a estudiar para dar mayor luz acerca de lo que significa la aparición de los reanimados para la humanidad. Y así podremos comprender que no es un daño para la humanidad que los zombis hayan aparecido, a fin de cuentas ellos también estaban destinados a asolar a la humanidad; los zombis también estaban destinados a surgir para que así Roma salvara y dirigiera a la humanidad, según los historiadores estoicos.
Debemos de recordar y considerar que el estoicismo, desde los tiempos de su fundador Zenón de Citio, sancionó y estableció que existía un Destino que (pre)establece cada suceso del cosmos. La aceptación de un Destino por parte de los estoicos es congruente con su cosmovisión, con su sistema físico, su sistema moral y su lógica. Como para ellos Dios y Destino son lo mismo, entonces el Destino es intrínsecamente benigno. Cuanto sucede en el cosmos tiene una razón de suceder y esa razón es —moralmente— buena. Así, los estoicos poseen una justificación de las mismas cosas malas que les suceden a los humanos vivos, de las catástrofes y, como referimos, de la existencia de zombis.
Pero la creencia de los estoicos en un Destino no solo tiene motivaciones filosóficas sino que se trata de un deseo por concordar su sistema con las creencias tradicionales grecorromanas —y con las previas a ellas—. No debemos de olvidar que el estoicismo fue una ideología que se caracterizó, por lo general, en ser ortodoxa para con las creencias, las religiones y las costumbres de los antiguos. La creencia en un hado que determina todo acontecimiento cósmico, humano y divino, está sancionado por escrito desde los textos homéricos (escritos, según la estimación más temprana, en el siglo XI a. C. R.), y seguramente tiene su origen en un periodo mucho más anterior a ellos y en un lugar más allá de Grecia o Anatolia. (Probablemente en Sumeria).
Y el Hado, la Moira, el Destino o la Providencia poseían una cualidad superior a la de los dioses antiguos, pues esos dioses mitológicos que podemos apreciar en los textos de Homero no podían sustraerse al cumplimiento del Hado. La Moira, etimológicamente hablando, es «lo que le pertenece a cada quien» en el sentido de propiedad personal, por eso la Moira pasó a ser lo que le pertenece a cada quien en su existencia, incluyendo la de cada uno de los dioses.
Ninguno de los dioses mitológicos era capaz de evitar lo que ya estaba escrito. Ninguno podía impedir lo que estaba dictado que le pertenecía. Y si no podían ellos, muchos menos lo podrían los simples mortales. La Moira o Destino determinaba el devenir del área celestial como del terrenal, del metafísico como del físico, del ámbito cósmico como del ámbito histórico. Sin embargo el estoicismo identificó a Dios-Zeus con el Hado para así hacer ver al humano que existe una racionalidad superior, incluso superior a los demás dioses y que quizá los abarque, la cual es aquel Dios-Hado-Naturaleza que dicta y predetermina todo.
Al identificar al Destino con Dios los estoicos hacían imposible negar la existencia del Destino porque si se negaba a esta se negaba a Dios (y era una ardua labor, perteneciente a los más impíos y orates, el negar la existencia de una divinidad o racionalidad suprema —pocos filósofos después del siglo I a. C. R. se dispusieron a argumentar y sustentar la inexistencia de los dioses o de un Dios supremo—.). Zeus, el Líder de los Dioses, era identificado como el Destino, era el nombre más popular con el que se conocía al Dios Supremo, y los demás dioses eran, si se analizaba, otras formas y advocaciones de Zeus. Él era pues quien regía a dioses, mortales, zombis, animales, plantas y a los objetos inertes.
Según Diógenes Laercio así lo establecía Zenón de Citio: «Dios, la Inteligencia, el Destino, Zeus, son todos lo mismo, y aún se le conoce con otros varios nombres [Naturaleza, Cosmos, Hado, Universo, Racionalidad, Logos, etc.].» Zeus era lo que creó y seguía creando todo, diseñó al universo tal y como fue, es y será. Planeó hasta las supuestas «calamidades» de los humanos, creó la muerte, la enfermedad y la no-muerte, planeó la misma extinción de muchas civilizaciones, hizo posible que hubiera una economía basada en el esclavismo y allanó el camino para que Roma subyugara al mundo entero. Y, pese a todo lo dicho, (el) Zeus-Destino es siempre bueno, benigno, inteligente, infalible e indefectible, pues todo tiene una razón de existir, una razón que no puede estar equivocada y que es benigna, solo que no vemos esa buena razón ya que somos no-sabios.
A la pregunta ¿estaban los zombis destinados a existir? La respuesta es sí, como todo lo demás. De cualquier manera, si alguien sí está destinado a transformarse en muerto viviente no tiene por qué acongojarse ya que el ser humano tiene libertad para decidir aceptar o rechazar sus emociones. Y como la no-muerte no es un verdadero mal —moral—, entonces no debemos de sufrir si reconocemos que el ser-zombi no es en efecto un mal y, por ende, no puede hacernos infelices. El ser humano posee una libertad interna que le permite no ser esclavo de sus pasiones. Pero solo el sabio es libre en verdad porque es el único que nunca es manejado por sus deseos. Por ello, solo el sabio está en verdad vivo, pues los demás son —o se comportan— como zombis (esto es igual al argumento platónico sobre que el individuo justo-virtuoso está más vivo que el injusto-vicioso).
Los zombis son esclavos, metafóricamente hablando, porque son esclavos del hambre; son «víctimas» de su impulso y solo funcionan para alimentarse.
Lo expuesto sobre el Hado divino llega a ser una teología, identificada como tal ya por Clemente de Alejandría (en el siglo III d. C. R.). Para él, el segundo estoico principal —cronológicamente—, Cleantes, elaboró una «teología verdadera» al ver en el Destino a un Dios honesto, franco, austero, necesario, bello, provechoso, piadoso, sabio, justo, ordenado, y más, unas características que tiene la Providencia cristiana.
Así, también el que no obedece y que lucha contra el Destino tiene, de cierta forma, su castigo; pues el que no lo obedece sufrirá por ello y es catalogado como un vicioso. Por ello, si alguien está destinado a transformarse en cadáver viviente debe de aceptar su sino. Cuando alguien sea infectado no debe de gastar sus últimos momentos de racionalidad en lamentarse en sufrir sino en actuar virtuosamente y aceptar su condición, actuará con virtud si busca suicidarse adecuadamente y, si no le es posible, debe destruirse el cráneo o debe de alejarse de los vivos (para no atacarlos después). Y hará lo indicado con actitud impasible.
En el mundo se van a cumplir los designios divinos de cualquier forma, por lo que, la hambruna en una ciudad, la guerra en un pueblo, la plaga en un Estado o el ataque de zombis contra los Grupos humanos, son cualidades de la vida que ya estaban destinadas a existir y no hay razón alguna para lamentarse y sufrir por ellas Lo que hay que hacer es actuar de la mejor manera ante esas condiciones catastróficas pues eso es la actitud propia de un ser racional y semidivino como el humano.
La actitud del humano que no obedece al Destino era descrita por los estoicos como la de un zombi atado a una carreta en movimiento llevada por unos caballos, un zombi que se mueve en dirección contraria a la carreta debido a que atrás de ella la siguen unos vivos e intenta comérselos. El zombi es el no-sabio vicioso, la carreta es el Destino y los vivos representan las pasiones, los deseos, los impulsos, no controlados. Haga lo que haga el zombi, la carreta continuará su movimiento en dirección opuesta a sus «deseos». De la misma forma, el Destino continúa su curso, hagan lo que hagan los vivos, y, para no sufrir y ser arrastrados por esa carreta, los humanos mejor deberían de seguir el curso del Destino e ignorar sus deseos e impulsos que los hacen ir en contra de los designios del Dios-Destino. Pero hay que observar que en esta analogía el zombi tiene ventaja sobre el vivo pues él, al no sentir dolor o placer, no sufre por ir en dirección contraria a la carreta y ser arrastrado. En cambio, el vivo sí sufre al intentar ir en dirección opuesta a la que se dirige la carreta y al ser arrastrada por ella.
El vivo que es sabio siempre va actuar conforme a los designios del Dios-Destino (y así también podremos saber que es sabio). ¿Para qué actuar de manera diferente?, ¿para qué querer un futuro diferente al ya dispuesto por la Providencia? No hay razón, querer eso solo causaría dolor y hace infeliz.
Desde antiguo, ciertos filósofos han considerado que la existencia de un Destino anula la posibilidad de responsabilidad moral de los humanos porque, si ya todo está predispuesto a suceder de cierta manera, nadie es responsable de sus acciones, ni de las buenas ni de las malas. Por ejemplo, si ya está destinado que «x» asesine a «y» empujándolo hacia una horda de resucitados para que lo devoren, entonces «x» no es responsable de la cruel muerte de «y» porque «x» no puede ser responsable de algo que no decidió, algo que ya estaba destinado a suceder y sucederá siempre sin importar lo que se haga por evitarlo. Según el punto de vista de esos pensadores no existe así una libertad volitiva o de decisión en el ser humano, pues no existe la decisión personal ya que todo está ya decidido por Dios-Destino.
No obstante su creencia en el Destino, los estoicos establecían que sí podía haber una libertad de decisión humana y, por ende, una responsabilidad moral. El determinismo fuerte no estaba peleado con la libertad volitiva. Se trata de una postura que los especialistas contemporáneos han llamado compatibilismo.
Independientemente de las argumentaciones filosóficas, ni los griegos ni los romanos —que no se dedicaban a la filosofía— tenían problema con creer en un hado y a la vez sostener que cada vivo es responsable de sus actos. Lo dicho fue patente en el área literaria: en el Agamemnón resucitado de Esquilo encontramos al coro aseverando que cuanto sucede es responsabilidad de Zeus y, a la vez, hallamos que sentencia a Clitemnestra para que no piense que el asesinato que llevó a cabo no es su responsabilidad.
El estoicismo tiene gran parte de su origen en el cinismo (vimos que Zenón inició sus estudios filosóficos con un cínico, Crates —368-288 a. C. R.—, empero no olvidemos que ambas filosofías tienen como antecedente al socratismo), pero los estoicos creen en el Destino y creen también en la adivinación, y esta última creencia no la comparten los cínicos. Estos se mofaron acremente de los adivinos y de las pitonisas. La causa principal por la cual el cinismo atacó a la adivinación fue que ella formaba parte de la civilización; los cínicos creían que cualquier producto de la decadente civilización alejaba de la auténtica vida del ser humano, incluyendo la institución de los Oráculos o los sacerdotes (augures).
Cínicos como Enomao de Gadara (siglo II d. C. R.) atacaron a los oráculos también con lógica simple. Enomao afirmaba que los oráculos no eran fidedignos porque sus adivinaciones eran irrelevantes, tramposamente ambiguas, estúpidas, obvias o meros delirios poéticos, y decía que era imposible que los simples mortales percibieran planos futuros, y a las visiones de los profetas los llamaba «niebla». El escepticismo cínico provenía de su sistema filosófico, el cual, al propugnar el alejamiento de la «civilización» y el acercamiento a la Naturaleza, no daba cabida más que para una religión «natural». Si los dioses son omnipresentes, no hay necesidad de templos (ni de trípodes o herramienta material alguna) para rendirles culto ni para adivinar el futuro. Para Zenón la construcción de templos también es un indiferente y el construirlos no nos hará más virtuosos, ni más felices, no nos protegerán de las enfermedades, de los muertos vivientes o de los enemigos poderosos.
La popularidad del estoicismo se dio desde sus primeros días. Y la popularidad de las escuelas rivales fue disminuyendo poco a poco. Es notable que conforme los estoicos se fueron alejando de las enseñanzas cínicas su popularidad creció. Una parte del éxito estoico en la sociedad de su época se debió por igual a que sus ideas sobre los dioses y el destino eran ortodoxas, se apegaban a las creencias tradicionales y, porque en términos generales, tampoco se alejaban mucho a las ideas populares sobre las virtudes, la vida después de la muerte, la noción de no-muerte, el poder político, pero, en especial, por sostener la dominación romana (lo cual con evidencia era un punto de vista políticamente —muy— correcto).