La existencia de zombis para la elaboración de una terapia de vida
Según Epicuro el placer (como el dolor) consciente es lo que más nos hace humanos, somos los únicos seres conocidos —aparte de los dioses— que lo experimentamos de tal manera. El placer consciente nos lleva a la felicidad, si es que lo sabemos moderar, medir y disfrutar. El ser humano puede llegar a la felicidad a través del placer, que es la mencionada ausencia consciente de dolor. El estar consciente de que no se tiene absolutamente ningún dolor provoca en el vivo un estado de ánimo, estado del alma o estado psicológico, que ningún otro ser puede poseer y es lo que constituye la eudaimonía (la felicidad). Por eso es que Lucrecio llama la atención contra aquellos que hablan de la no-muerte y la muerte como un estado en el que el ser humano conserva la facultad de razonar «Deja supervivir parte de su razón», esos que dicen ello se equivocan al asumir que el no-muerto o el muerto van a sufrir por ya no tener a sus seres queridos con ellos, porque estos les van a llorar, por no poder ver más el mundo de los vivos y sus encantos, etc.
Es que ni el zombi ni el muerto sufren, pues ya no tienen alma ni tienen dolor (quizá tengan sentidos pero no dolor «espiritual» como los vivos lo tienen y, en la ínfima posibilidad de que lo tuvieran, no tienen consciencia del mismo) como tampoco tienen placer y, repetimos, por eso no son felices ni infelices.
Para los epicúreos, y esto hay que subrayarlo de nuevo, los zombis, como los muertos, no solo no tienen las características para ser felices o infelices, sino que son en general la nada. Por esta razón es que Lucrecio emplea en el latín neologismos que consisten en pegar la negación latina «non» con diferentes verbos. Son empleados neologismos como: «nonfrunescere» (nodisfrutar[45]) en vez de «dolere» (doler) o «indolescere» (sufrir —dolor—) u otros; «noncognoscere» (noreconocer) en vez de «ignoscere» (ignorar); «nonvidere» (nover) en vez de «caecutire» (estar ciego) o «neglegere» (desconocer); y así otros.
Lo que pasa es que para el epicureísmo el zombi y el muerto, por no ser nada, no hacen nada: no se duelen de algo sino que nodisfrutan nada (en castellano, por la doble negación, es más propio decir «nodisfrutan nada» a la traducción literal de «nodisfrutan algo»), no ignoran algo sino que noreconocen nada, no están ciegos sino que noven. Lo mismo en los antónimos de los verbos citados: los zombis y los muertos no disfrutan de algo sino que se noduelen de nada, no conocen algo sino que nodesconocen nada y no ven algo sino que noson ciegos. Es decir, los no-muertos y los muertos No-son y no-hacen nada.
Las implicaciones de lo dicho en el párrafo anterior nos llevan a poder afirmar que el vivo no debe de dolerse ni lamentarse de rematar a un zombi, pues este en realidad ya ni siente nada, no puede sufrir. No hay que lamentarnos por destruir el cráneo de un zombi que fue de nuestra familia porque ese zombi ya nada recuerda ni sabe de su vida pasada. No es pues una desgracia aniquilar a los cadáveres vivientes de nuestros seres queridos porque es como destruir una piedra, es decir, como destruir a un ser insensible. Y se insiste en que la etapa como zombi es solo temporal, llegará un punto en que cualquier zombi perezca definitivamente por hambre o por la destrucción de su cerebro.
Entonces la desgracia que para algunos es ver a un ser querido vuelto cadáver viviente no es eterna. Pero ni esa visión debe de ser una desgracia para el vivo, porque lo que está viendo es solo a un muerto, y la muerte es algo natural de lo que nunca se debe de lamentar uno.
Para el ser querido que fue convertido su estadio ni siquiera es una desgracia. En el caso de que el zombi sienta algo físico, por obra de lo que se comentó sobre sus sentidos, la teoría epicúrea no es afectada porque eso que siente no le provoca dolor ni placer, ni físicos ni espirituales, pues es incapaz de ellos. Y aún si fuera capaz de sentir dolor o placer, no tiene consciencia de lo que sucede a su alrededor y menos de sí mismo, no es autoconsciente. Porque el zombi no sabe quién lo remata, a quién intenta comer o cuál era su vida previa, pero, principalmente, porque no es un ser consciente, es incapaz de ser feliz o infeliz. Entonces, el vivo no tiene por qué lamentarse de lo que le suceda al cadáver viviente de las personas convertidas.
La filosofía epicúrea no solo intenta eliminar el temor a los zombis y a la conversión en zombi o, mejor dicho, el temor a morir, sino también intenta eliminar el miedo y el dolor por la eliminación y destrucción de los zombis, en especial la destrucción de aquellos que eran familiares y allegados del que los va a rematar. Por esto es que la filosofía epicúrea puede servir como una bien estructurada terapia para aquellos vivos que sientan que cuando rematan a un zombi están haciendo algo malo y erróneo. Sirve también como impulso para los vivos y su lucha por la supervivencia en cualquier brote o rebrote.
¿La filosofía terapéutica de Epicuro implica dejar existir a los zombis? No se trata de una terapia que implique dejar existir a los zombis, en la Antigüedad bien pronto predominó la opinión de que el «mal del movimiento muerto» nunca tendría cura, por ello los epicúreos coincidieron que habría que eliminar a los zombis lo más pronto posible. Y, consecuentemente, Epicuro también atacó a la idea de que el destruir a un zombi significa llevar a cabo un asesinato. El destruir un zombi es solo un acto como el secar un río[46], en otras palabras, es como exterminar a un ser que no está vivo realmente aunque se mueva, es la liquidación de un cuerpo infeccioso sin alma. El secar un río no es un asesinato, el río carece de vida, de alma y de consciencia, igualmente que el zombi. Ahora diríamos que para Epicuro destrozar el cerebro del zombi es como apagar un pequeño incendio en una pequeña choza, incendio que se puede esparcir al quemar otras casas y, por ende, es obligatorio tratar de contenerlo.
Entonces el eliminar un zombi no implica un problema de ética, porque además aquel nunca tendrá cura, no podrá volver a vivir. Al eliminar a un zombi no se está asesinando a alguien vivo en potencia, a alguien que podrá volver a estar vivo. En cambio, sí se entra en un dilema moral si no se destruye a un zombi cuando es posible hacerlo. Dejarlo existir implica la no eliminación de un peligro para la vida del resto de la población y de la humanidad. Si no se elimina ese peligro el ser humano tendrá que enfrentarlo con posterioridad y así quizá se crearán más dificultades para llegar a la ataraxia. La imperturbabilidad del ánimo podría no lograrse si pululan los zombis, y decimos que es solo un escenario posible porque el vivo sabio, el que es revivo, puede llegar a la ataraxia y a la felicidad aún cuando hubiera brotes y rebrotes que mataran a los humanos. Pues el sabio sabe que, aún cuando los zombis destruyan a la humanidad completa, no tiene por qué sufrir ya que la muerte y la extinción de las vidas humanas son también parte de la Naturaleza.
Lo que hace el sabio revivo —epicúreo— es disfrutar de su vida —consciente—, cada instante de ella, ahuyentar el dolor y lidiar imperturbablemente con las dificultades. No hay una razón por la cual realmente sufrir en la vida. La muerte es un proceso natural al que no hay que temer. El sabio puede ser feliz hasta en una etapa donde la desaparición completa de la humanidad está cercana; no hay nada que lamentar de la nada. El sabio sabe que la desaparición total de los componentes de la vida humana, incluyendo al amor, la amistad, la belleza o la alegría, no debe de lamentarse porque sería algo natural. Y precisamente por saber que el fin de todo puede estar próximo, en una probable transformación de todos los humanos en zombis, es que los sabios epicúreos disfrutaban con más entusiasmo y más alegría todo momento, porque saben que después ya no habrá «momento» alguno. Carpe diem.
Se dice que un epicúreo, del que se desconoce su nombre, cuando fue mordido por un zombi, se puso a brincar y a reír alegremente y se le preguntó la razón de su actitud. El sabio contestó que se debía a que recién conocía el punto bastante exacto de su muerte y, por ello, podía y debía de disfrutar los últimos momentos con mayor enjundia. Ese individuo no sufrió porque le estaba cercana la pérdida absoluta de su consciencia sino que disfrutó más sus últimos momentos y fue más feliz.
Transcribimos ahora un fragmento de la carta que Epicuro envió a Meneceo, la parte en que le refiere sus recomendaciones sobre cómo tratar con la no-muerte, es decir, con la muerte. Es importante el fragmento porque se exponen ideas que ya hemos revisado en el poema de Lucrecio y porque vemos la coherencia de su sistema, además de que nos hace notar la importancia del tópico.
Fragmento de la epístola Epicuro a Meneceo: Gozarse[47].
[…]
Debes de acostumbrarte a concebir a la nomuerte como no dañina para con nosotros, pues en el sentir están el bien y el mal completos, y la nomuerte no es otra cosa que la ausencia del sentir. Entonces, el perfecto conocimiento de que la nomuerte nada puede contra nosotros hace que gocemos la realvida consciente al no darle un tiempo ilimitado sino restándole importancia y valor a la inmortalidad. Absolutamente nada hay de sufrimiento en la realvida para quien está convencido de que no hay dolor en el cesar de realvivir. Por lo que es un estúpido quien declara que teme a la nomuerte, no porque entristezca su presencia sino por lo que habrá de venir[48]; pues lo que estando presente no entristece, tampoco lo hace lo esperado. La nomuerte, la más horrenda de las formas de morir, nada nos atañe; pues mientras nosotros vivamos, no estará ella; y cuando esté ella, ya no viviremos nosotros. Por lo que la no-muerte no afecta a los vivos ni a los muertos; pues en los primeros todavía no está y en los segundos ya no está.
Todavía muchísimos huyen de la nomuerte como la peor forma de morir pero aún así la consideran como un descanso de la realvida, por ser, al final de cuentas, un tipo de muerte. El sabio ni teme a morir[49], ni a nomorir[50], porque sabe que la vida no es parte intrínseca a él [y algún día tiene que perderla]. Ni las considera cuestiones malas [ni al hecho de morir o al de nomorir]. De la misma manera no selecciona la comida por su abundancia, pues no es nomuerto, sino la más deliciosa; lo mismo con el tiempo, no selecciona el más temprano sino el más agradable u oportuno.
Es más estúpido quien insta a los jóvenes vivos a vivir con honestidad, y a los viejos vivos a morir con honestidad; pues no se debe tener el mismo cuidado de una vida honesta que de una muerte honesta como lo es el no morir convertido. Y más estupidez dice quien afirma:
“Bueno es Noser, malo es Ser, o si se Es,
Camina a la verdadera muerte”.
Pues quien lo haya afirmado ¿por qué demonios no se iba de esta realvida? Pues la muerte absoluta en su mano estaba: está a la disposición de todos. Pero si hizo su afirmación en broma, fue un idiota por burlarse de cuestiones que no deben de ser burladas.
Se ha de tener siempre presente que el futuro no es para nada nuestro, pero a la vez lo es: de manera que no deberemos de esperarlo como si indefectiblemente ha de arribar, pero tampoco deberemos de pensar que nunca llegará. No creeremos que, si nuestro futuro es convertirnos, tal hecho es seguro. Empero tampoco creeremos que nunca vendrá un futuro en que nos convertiremos.
Debemos de tener en cuenta que nuestros deseos o son naturales o son artificiales. Los primeros se dividen en necesarios o simplemente naturales. Los necesarios se escinden a su vez en necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo y unos terceros para la vida en sí. De entre todos esos deseos, el discernimiento [o especulación] es lo que nos permite no equivocarnos para seleccionar y lo que nos deja proveer la salud corporal y la ataraxia; y es importante porque no hay otro fin en la vida que el vivir felizmente. Por deseo de esto se hace todo, es decir, para no padecer dolor ni tristezas. Una vez obtenida la felicidad, se disuelve cualquier alteración del ánimo, pues no hay otra cosa a la que el animal pueda dirigirse sino a lo que completa el bien [o buen funcionamiento, como refirió Lucrecio] del cuerpo y del alma.
Las recomendaciones son claras: el ser humano debe de ser feliz y lo logrará quitándose el miedo hacia el transformarse en un zombi (pero también debe de librarse del miedo en general, hacia cualquier otra cosa). Si hubiera verdaderos epicúreos en nuestros días, su actitud ante los zombis fuera la siguiente: 1) por no tener miedo a los reanimados, los atacarían y los destruirían resueltamente o 2) tratarían de disfrutar al máximo su vida hasta el último momento y no les importaría ni los pondría tristes el hecho de que estuvieran a punto de ser mordidos o que de hecho ya estuvieran por convertirse. (Claro que ambas actitudes las tienen ciertos vivos de nuestros tiempos, sin que sean epicúreos, ello porque muchas veces esas actitudes se tienen por carácter congénito y no por el estudio de alguna filosofía. Sin embargo, ambas formas de pensar y actuar son muy útiles en nuestro diario convivir y sobrevivir a los zombis).