Situación política y social

Aristóteles nació en el 384 a. C. en la Etapa de Reconstrucción de Grecia (404-338 a. C. R.). Una etapa donde el fértil pensamiento griego de los siglos VI, V y IV a. C. R. se difundió a otras geografías de la Antigüedad, llegando a influir hasta en el norte de Europa y en la India. Sin embargo, debemos de decir que aún después de aquella etapa los griegos mostraron originalidad en sus reflexiones y continuaron sus investigaciones en todas las áreas de la vida y de la naturaleza. Pero después del gran shock que significó el siglo V a. C. R. para los griegos, los ánimos después del 404 siempre estuvieron exaltados.

La sociedad quería, de cualquier forma que fuera posible, protegerse mejor contra la vuelta de los muertos vivientes, y creían que podrían hacerlo mejor, quizá con mucha razón, si se organizaban en comunidades pequeñas o medianas. Así, ciudades como Atenas, Esparta o Tebas, que habían gozado de una amplia población, para los estándares antiguos, procuraron no volver a tener la cantidad de habitantes que poseían previamente.

Existió pues una reconstrucción de las Polis devastadas pero no un aumento de la población en cada una de ellas, lo dicho no significó que la población griega no se recuperara de las muertes causadas por zombis. Se recuperó y aún aumentó pero de manera regional o internacional no local: los griegos emigraron a otras regiones del mundo y fueron extranjeros bienvenidos en ciudades como Roma y aún en las zonas germanas (lo que daría pie a que después de varios siglos de convivencia se creara una comunidad mestiza grecogermana más allá del Rin y se desarrollara un arte llamada irónicamente «grecobárbara», de carácter peculiar y único). Pero lo que más caracterizó al periodo de Reconstrucción fue el incremento de la fundación de Polis helenas, dentro del Peloponeso, el Ática, la Beocia, Tracia, Macedonia, Asia Menor y el norte de África.

Los artífices de esta nueva expansión griega fueron Líderes como Lisandro, el autor de la preponderancia espartana tras el Rebrote del Peloponeso; como Agesilao, amigo de Lisandro y arquitecto de la expansión en el Asia Menor; como Trasíbulo, el ateniense que lideró varios Grupos de inmigrantes-supervivientes que estaban inconformes e inseguros con la política de su Polis, y con los que fundó pueblos en lugares lejanos como la Escitia y más allá de las columnas de Heracles; como Ciro, el Líder persa hermano del rey Artajerjes que murió intentando una unificación greco-persa y que defendió a las Polis helenas en Anatolia; como el tebano Epaminondas, quien, antes que los macedonios, intentó la unión de todas las Polis griegas para una acción conjunta contra nuevos rebrotes, fracasando al final porque el localismo griego aún era muy fuerte en su época.

A mediados del siglo IV a. C. R., la aventura grecomacedónica en Medio Oriente no comulgó con las ideas comunitaristas o de la «Polis Mínima» que habían adoptado los griegos. Alejandro el Revivo plantó la posibilidad de la existencia de un Estado amplio y con un Líder único. Posibilidad que se convertiría en realidad con el Imperio Romano un siglo y medio después.

El joven Alejandro, tuvo una sólida base política y militar para iniciar su campaña en Medio Oriente. Todas las Polis helenas habían pactado tregua entre sí y se habían asociado a su padre Filipo II Líder de Macedonia en la Concertación de Queronea (337 a. C. R.). El apuro con el que los griegos y los macedonios observaron a la Megahecatombe Persa (iniciada en 338 a. C. R.) los llevó a dejar a un lado sus constantes diferencias para unirse y defender lo que consideraban la Civilización misma. Había un consenso en su pensamiento: no importaba la rivalidad o enemistad que hubiera existido entre ellos, aquella quedaba a un lado cuando de la supervivencia de todos se trataba.

El más sobresaliente de los defensores de la política unificadora de Filipo en Grecia fue el orador ateniense Demóstenes. En sus Discursos elogió los méritos de Filipo como dirigente y estadista y matizó a la perfección el origen macedonio de su ídolo, llegando a afirmar que tal origen no importaba cuando alguien dirigía a la Civilización entera hacia su salvación. Se trata de la contraposición de lo Civilizado-Vivogriego con la Barbarie-Muertoriental. Una postura que por cierto en los últimos años ha sido atacada con fuerza por eurocentrista y por no considerar que en el Oriente, en aquel tiempo, había «civilizaciones» por igual o más refinadas que la griega-macedónica.

El hecho de que los persas no pudieran resistir el gran rebrote del 338 a. C. R. se debe primordialmente a la desafortunada circunstancia de que habían aparecido dos epidemias en todas las regiones cercanas al Éufrates y al Tigris, una de lepra y otra de fiebre tifoidea, unos pocos meses antes al momento en que comenzaron a resucitar los muertos. Lo que, efectivamente, multiplicó el número de zombis en todo el Imperio Aqueménida. Los persas no fueron pues diezmados por una «ausencia de cultura» o de desarrollo artístico e «intelectual» sino por las circunstancias sorpresivas y virulentas que enfrentaron.

Filipo II murió poco después de haber iniciado la campaña dentro del Imperio Persa. En el 336, en los alrededores del Río Gránico, los griegos y los macedonios fueron incapaces de contener una gran horda de muertos vivientes. Pese a los esfuerzos de sus generales y el sacrificio de todos sus guardaespaldas, en especial de su amante Pausanias, Filipo fue rodeado y devorado como consecuencia de una acción militar temeraria y por carecer de fuerzas suficientes para sostenerse.

Aprendiendo de tal suceso, Alejandro reclutó aún más hombres en Grecia y regresaría a Asia Menor hasta el 334, año en que las epidemias de lepra y tifoidea habían menguado bastante. El joven militar contaba con unos sesenta mil soldados, de los cuales treinta y seis mil serían macedonios y veinticuatro mil griegos. Por tener un número de elementos bastante parejo de integrantes de ambas «nacionalidades», la campaña siempre se consideró «helenomacedónica» y, además, la cooperación entre ambas etnias fue ejemplar.

Alejandro comenzó su campaña limpiando primero las costas de Asia Menor. Exterminó zombis en las ciudades de Mileto, Éfeso, y, con gran esfuerzo, Halicarnaso. Luego se dirigió a Sardes, antigua capital del reino Lidio, para de ahí adentrarse a la región mesopotámica. El Imperio Persa era un caos y los pocos Líderes sobrevivientes en él prestaron rápida ayuda al joven Líder. No obstante, la mayoría de los habitantes de las regiones no tuvieron mucho que aportar por lo debilitados que se encontraban ante las enfermedades y la falta de comida, causada por la entendible carencia de hombres para cultivar y criar ganado. El único Líder regional que le prestó ayuda efectiva fue Memnón, quien guio a los griegos en las costas del Mar Negro, una ayuda que no duró mucho porque poco después moriría ahogado cuando una tormenta hundió su barco.

La gran rematanza que llevaron a cabo los europeos en Isos (en el 333), en los límites de Anatolia, fue un punto de inflexión en la campaña; la mayoría de los muertos vivientes de Asia Menor se habían amontonado cerca de esa localidad (conjunción debida a una razón o razones aún no dilucidadas completamente, pero se conjetura que se debió a que ya eran muy escasos los vivos en las zonas de Siria y Mesopotamia, por ende, las hordas se dirigieron al occidente del Imperio donde la población aún no había sido asolada en la misma medida que en el oriente). En esta lucha contra los zombis unos cinco mil macedonios y griegos resultaron heridos o muertos. Alejandro ordenó matar a todos aquellos heridos o que mostraran signos de infección. Resultando que los muertos fueran más de cinco mil; esta estrategia de aniquilación de los heridos e infectados propios para evitar su zombificación sería repetida más adelante y es una de las causas del éxito de su campaña.

Después de la rematanza en Isos se prosiguió casi inmediatamente a limpiar las poblaciones de Arados, Biblos, Sidón y la importante ciudad de Tiros. Esta última, situada en una isla cercana al continente asiático, estaba completamente infestada de muertos vivientes; los zombis habían quedado encerrados dentro de los muros de la ciudad, entonces, los soldados de Alejandro se dedicaron a aniquilarlos por varios meses desde las alturas de la muralla tiria.

Desde Tiro Alejandro y su ejército se trasladó a Egipto. Tal Nación fue la única del Imperio Aqueménida que no había sido afectada por la Megahecatombe Persa (tal evento solo afectó, con gran fuerza, a las zonas de Anatolia, Mesopotamia, el Irán, la Sogdiana y la Bactriana, pero de ahí ciertos zombis se esparcieron hacia el desierto arábigo, hacia África, hacia la India e incluso hacia la parte occidental de China). Sin embargo, varias hordas de muertos vivientes se dirigían a Egipto y estaban siendo difícilmente contenidas debido al escaso ejército egipcio. Por lo anterior, Alejandro fue bien recibido en ese país. El dirigente mandó a algunos elementos de su armada a contener las manadas de no-muertos que estaban en las fronteras egipcias y a las que lograban salir del Mar Rojo y que iban subiendo a las costas de África.

En Egipto Alejandro comenzó su política de fundar pequeñas poblaciones para una mejor defensa ante los brotes y rebrotes, la más famosa fue Alejandría que aún existe en nuestros días como un pequeño poblado costero. El joven dirigente se dirigió al templo del dios Amón en el oasis de Siwa donde se dice que el sacerdote lo recibió como el «hijo de Amón», lo que fue un hito en todo el mundo Antiguo pues a partir de entonces se marcó en la mente del estratega que él no solo era el Líder de los helenomacedonios sino que era el Líder de toda la Humanidad, sin distinciones entre «bárbaros» y «civilizados». Para ese tiempo ya lo seguían, aparte de su ejército griego y macedonio, hombres de origen persa, babilónico, fenicio y, recientemente, los egipcios, nubios y libios. La característica multirracial y multinacional de su armada le confirmó su incipiente y creciente idea de que él era el —destinado— Salvador de la Humanidad completa y no solo de la Civilización Grecomacedónica.

Esos pensamientos grandilocuentes determinarían su estrategia subsiguiente, pero también determinaría el desarrollo del pensamiento griego (y después del romano) al apreciarse la viabilidad de un imperio universal dividido en miles y miles de poblaciones pequeñas para una mejor autodefensa contra los no-muertos, de un imperio que contara con un ejército multinacional dirigido desde un punto central o capital y dedicado a la limpieza y el remate efectivo de los no-muertos en las zonas en que no hayan podido ser contenidos. Se trata de la idea y práctica de una estructura estatal que influiría en la filosofía política, en la ética y en la cultura, pues de cierta manera puso muy en boga la ideología cosmopolitista (o apolitista) que, de alguna forma u otra, blandirían los epicúreos, los cínicos y los estoicos y las demás corrientes filosóficas.

El ejército de Alejandro volvió a partir hacia Mesopotamia en el 331 a. C. R., continuando con su limpieza de las múltiples poblaciones que encontraban a su paso y fundando otras pocas más. En octubre del mismo año[23] se llevó a cabo la gran Rematanza de Gaugamela, fue la mayor aniquilación de muertos vivientes que se haya llevado cabo hasta entonces y la mayor que llevaría a cabo Alejandro en toda su campaña. Los zombis se habían acumulado en la región cercana a la población de Arbela, en el Kurdistán, también por razones aún desconocidas; como sabemos, el comportamiento de los no-muertos es más bien errático; un ruido o un solo vivo puede atraer a miles de zombis a un lugar haciendo que dejen a un lado lugares que en realidad tienen más cantidad de personas vivas. Cuando se trata de relatar el desarrollo de los brotes y rebrotes de la Antigüedad poco se puede saber con exactitud del movimiento de las hordas de muertos vivientes. Aún en el mismo momento en que sucedieron aquellos movimientos de zombis la incertidumbre era grande.

Según cálculos, el ejército multinacional de Alejandro se enfrentó a más de doscientos mil zombis que estaba compuesto igualmente de exvivos de muchas etnias, unos diez mil de ellos ya en estado casi esquelético. Entonces, se trataba de una horda compuesta de más de cuatro veces los soldados del Líder mundial y, como en las ocasiones previas, a los griegos y a los macedonios les costó más rematar a los zombis que por sus vestimentas eran reconocidos como de origen griego aunque políticamente hablando eran súbditos directos de los persas.

La Rematanza de Gaugamela duró cuatro meses, duró más que cualquier otra rematanza previa. Los soldados se turnaron para realizar el exterminio. Se había construido una gran empalizada, que abarcaba varios kilómetros, para la defensa de los soldados vivos. Desde ese enorme campamento de campaña salían los soldados a rematar a los resucitados. Después de esta acción militar el ejército se dirigió al sur, continuando con las rematanzas hasta llegar a Babilonia, la única gran ciudad de Medio Oriente que aún tenía cientos de sobrevivientes gracias a sus múltiples murallas que la defendían.

En Babilonia y posteriormente en Susa, en Persépolis y en Ecbatana, Alejandro fue recibido como el Salvador. Los sobrevivientes de la familia de los Aqueménidas no dudaron en reconocerlo como su rey y nadie se atrevió a disputarle tal puesto.

En Persépolis, para tristeza del Líder Revivo, el palacio de Jerjes se incendió accidentalmente en una refriega contra los zombis que estaban dentro de él. Jerjes siempre había sido admirado y había sido objeto de respeto de los griegos por la ayuda que les había prestado durante los primeros brotes de zombis en el siglo V a. C. R. El incendio no caía bien a la política unificadora de Alejandro. Algunas lenguas envidiosas afirmaron que el siniestro fue hecho intencionalmente por algunos macedonios para marcar su distinción de los griegos (los macedonios no tenían como héroe a Jerjes, solo los helenos). Tales afirmaciones solo pudieron haber provenido de los griegos que nunca aceptaron el dominio macedónico, los cuales por cierto fueron poquísimos. La alianza incondicional de los griegos se pudo comprobar cuando posteriormente en Ecbatana Alejandro licenció a los griegos de su ejército pero todos optaron por seguir al servició del Líder Revivo. Se trataba del levantamiento de falsos, sin un buen fundamento.

En la campaña de Irán (330 a 327 a. C. R.), aunque no se enfrentaron a gran número de muertos vivientes, se presentaron graves dificultades, quizá la principal de ellas fue que la línea de abastecimiento se hacía cada vez más larga y los alimentos llegaban desde Occidente a cuenta gotas. La agricultura y la ganadería apenas habían sido reiniciadas. Igualmente las pérdidas humanas hacían cada vez más dificultoso el proseguir limpiando al Medio Oriente de zombis. Por último, el desconocimiento de las zonas allende a Irán hacía peligrosa la travesía, en especial porque se encontraban pocos experimentados guías locales supervivientes y porque la geografía extremadamente montañosa de la Sogdiana y del Hindu Kush provocaba gran cansancio en los hombres. Eso sucedió hasta que arribaron a las fronteras con el continente indio. En la India los lugareños habían lidiado bastante bien con los no-reencarnados, como les decían a los zombis. Fue principalmente por el desconocimiento y la lejanía de (y con mucha probabilidad por el desinterés hacia) esas zonas geográficas, así como por las dificultades estratégicas mencionadas, los generales convencieron a Alejandro a iniciar el regreso a Occidente.

El Líder Revivo murió en ese retorno a Occidente, en el 322 a. C. R.; aquel hombre había tenido planeado llegar primero a Babilonia pero falleció tras ser mordido por Beso zombificado, un miembro de la élite política persa y que había sido sátrapa de la Bactriana (al ser convertida la gran mayoría de la población de su satrapía huyó a las montañas con unos pocos de sus hombres, hacia el 335 a. C. R.), quien cuando supo de la llegada de Alejandro (hacia el 327) a la región, salió de su escondite y se unió al Líder de Pella. El exsátrapa había muerto por ahogamiento o indigestión en un banquete de los jefes del ejército alejandrino, cuando despertó convertido atacó a Alejandro quien por desgracia estaba a su lado durmiendo.

Según cuenta Calístenes, el sobrino de Aristóteles, Beso atacó a Alejandro en la garganta dándole muerte instantánea y luego comenzó a comerse sus ojos y su cerebro, esto último no permitió que el Líder mundial se transformara en zombi, pero tal vez esta historia sea otra anécdota propagandística: no podía concebirse que quien había fraguado el exterminio de la mayor cantidad de muertos vivientes en la historia se convirtiera él mismo en un muerto viviente. Todos los generales se culparon a sí mismos de no haber podido defenderlo, debido a que se encontraban en embriaguez y/o a que despertaron demasiado tarde.

También se dice que el Magno Revivo murió el mismo día que Aristóteles, lo cual es indicativo de que, desde entonces, se hablaba del final de una época, tanto en lo político, lo social y lo humano-superviviente, así como en el ámbito intelectual e ideológico. El amplísimo territorio que iba desde Europa hasta la India ahora quedaba sin un Líder único: los generales de Alejandro se repartirían aquellas tierras y guerrearían entre ellos para adquirir la mayor porción del botín. Pero se trataba de un botín con poco valor en ese momento, pues esas tierras habían sido tremendamente devastadas y despobladas. El militar que se erigiría como el más poderoso de la zona que antes perteneció al desaparecido Imperio de los Aqueménidas, sería el primero que recuperaría y repoblaría la región.

La muerte de Alejandro/Aristóteles en el 322 marca el comienzo de la denominada «Época Helenivivística», caracterizada por el surgimiento de nuevos grandes imperios y el declive definitivo de las Ciudades-Estado griegas así como de la propia Macedonia. Aunque en el susodicho año no terminó el rebrote zombi iniciado en 338, se marca aquel año como el del inicio de una Era de «Reconstrucción» del Medio Oriente. La resucitación de muertos en Medio Oriente no finalizaría sino hasta el 298 a. C. R., según Tito Livio. El último resucitado de la época —en esa región— fue registrado en Jerusalén en aquel año, cuando ya eran pocos los que regresaban de la muerte. Así finalizó la Megahecatombe Persa (338-298 a. C. R.) y mientras sucedía esta y la grandiosa campaña de Alejandro el Revivo, Aristóteles desarrolló su trascendente pensamiento filosófico.