Capítulo II

DIÓGENES

Diógenes nació en Sínope y era hijo del comerciante Icesio quien era descendiente a su vez de una familia dedicada a la desaparecida por un tiempo profesión de la acuñación de moneda[58], que era pues banquera. Eubulides, en su libro Sobre el Rabioso, afirma que Diógenes y su padre fueron desterrados por la deshonesta práctica del comercio. Lo mismo asegura aquel autor en su Podalo. Algunos aseveran que habiendo siendo nombrado director de la Casa de Trueque se dejó sugerir por los funcionarios de recibir moneda, y que fue a Delfos, o a Delos, patria de Apolo, donde preguntó «si ejecuto aquello de lo que fui sugerido». Y dicen que, no habiendo entendido la respuesta del oráculo, creyó que se le había permitido recibir moneda a cambio de alimentos y materiales de construcción, lo ejecutó y, según otros, fue desterrado por ello. Otros más dicen que huyó por su voluntad debido al miedo. Y, por último, otros más dicen que volvió a acuñar moneda con oro y plata que recibió de su padre y que este falleció en la cárcel mientras que Diógenes escapó y acudió a Delfos. Preguntando allí no si debería de aceptar o no acuñar moneda sino qué debería de practicar para hacerse hombre-vivo célebre, y de esa pregunta recibió la respuesta referida.

Una vez en Atenas acudió con Antístenes, quien a nadie admitía [como discípulo] y lo repelió, pero Diógenes prevaleció constante. Y en una ocasión, exasperado el primero, le golpeó con su báculo pero él no se quejó y afirmó: «Déjalo caer de nuevo que no encontrarás madera tan dura que me impida que me enseñes algo». Y entonces fue aceptado como discípulo y, además, siendo un fugitivo de Sínope, llevó la vida más frugal y sencilla posible.

Afirma Teofrasto en su diálogo llamado Megárico que, habiendo reflexionado sobre el continuo vagar de un zombi, el cual nunca busca lecho ni resguardo, ni teme a la oscuridad ni a nada, ni anhela cosa alguna para descansar o para existir placenteramente, encontró la solución a su indigencia[59]. Se dice que fue el primero en romper su bastón en dos[60], para así poseer dos armas contra los resucitados. Adoptó la costumbre de llevar siempre, cuando comía, cuando dormía, cuando conversaba, un zurrón donde guardaba su comida; y aseguraba señalando al destruido pórtico de Júpiter que «cualquier lugar es bueno para comer» y que «los atenienses han construido edificios igual de útiles o inútiles que el resto».

Durante un tiempo, falto de fuerzas, caminó acompañado de sus dos báculos, pero aun cuando recuperó las fuerzas no los dejó; los llevó siempre consigo junto con su zurrón, como afirman Olimpiodoro, Líder de los atenienses, el orador Polieucto y, el hijo de Escrió, Lisanias.

Cuando le mandó a uno a buscarle una habitación para dormir, y como se tardara en encontrarla, tomó como lugar de descanso un barril. Cuando era verano se llenaba de arena caliente, cuando era invierno buscaba zombis congelados para intentar destruir su cráneo con sus propias manos, hacía pues lo indispensable para acostumbrarse a la dureza.

Era extremadamente rabioso al atacar a los demás; a la escuela de Euclides la denominó χολήν [bilis]; al debate de Platón: inútil[61]; a los juegos Bacanales: grandes maravillas para los no tan vivos; a los Líderes: ministros de la chusma.

Al reflexionar sobre los Líderes, los médicos y los filósofos que ponían sus esfuerzos en bien llevar la vida, decía que el hombre-vivo es el animal más elogiable de entre todos, empero cuando observaba a los intérpretes de sueños, a los prestidigitadores y a los muchos que les creen, así como cuando veía a los que se afanaban por la gloria y la molicie, decía que no había nadie más necio que el vivo. Según comentaba, su común forma de pensar era que: «en la vida o nos valemos de la razón o de la estaca[62]».

Teniendo presente una vez a Platón le preguntó «¿Por qué causa, oh sabio revivo, navegas a Sicilia buscando una ciudad para poner en práctica tus pensamientos, si aquí[63] tienes una como cualquier otra y quizá mejor?». Y respondiendo Platón: «Oh Diógenes, es cierto lo que dices pero quiero poner en práctica mis propuestas en una región donde aún están resucitando los muertos», repuso Diógenes: «¿Pues de qué puede servir navegar a Sicilia cuando acá puede haber un rebrote o un brote zombi en cualquier momento?». Favorino escribió en su Historia muy variada que lo anterior fue un cuestionamiento hecho en verdad por Aristipo. En otra ocasión, comiendo higos secos [Diógenes], se le puso enfrente, y le dijo: «Puedes participar en ellos», y Platón tomó uno y lo comió, y Diógenes replicó «no seas un zombi vegetariano».

En una ocasión estando con Dionisio pisó una alfombra de Platón y comentó: «Piso lo que es inútil para la supervivencia de Platón» y este le contestó «¡Cuánto orgullo y presteza manifiestas, Diógenes rabioso, queriendo no parecer orgulloso!». Y otros más aseguran que Diógenes manifestó: «Piso la orgullosa inutilidad de Platón», y que este contestó «pero con otro orgullo [la pisas] Diógenes». Soción afirma en su libro IV que ese Perro espetó a Platón lo siguiente: Habíale Diógenes pedido unos conejos, y, como le envió tanto conejos desollados como vivos, le dijo «Si te preguntaran cuánto es uno y uno ¿responderías que veinte? Tú ni das lo que te piden, ni respondes conforme te inquieren, ni distingues entre vivo, muerto o no-muerto». Con ello se burlaba de él [de Platón] por ser confuso.

Cuando le fue preguntado si había hallado en Grecia vivos buenos contestó: «Verdaderamente vivos en ninguna parte, jóvenes-vivos solo en Lacedemonia». Cuando hizo un sabio discurso en la calle y nadie le oía optó por cantar; acudiendo entonces bastante gente, cesó de cantar y les regañó diciendo: «a los habladores e inútiles acuden, como zombis atraídos por un ruido, pero nunca van con los que les adoctrinan en cosas útiles».

Afirmaba que «los vivos compiten para ver quién pelea o corre más pero nunca contienden para conocer quién es más sabio u honesto; los zombis son mejor en esto porque no compiten entre sí por nada». Se burlaba de los escritores de drama porque «conocen las obras de Odiseo pero no las de ellos mismos». También se burlaba de los músicos porque «bien trabajan el acorde de sus cuerdas pero tienen desacorde[64] sobre las buenas costumbres». De los matemáticos porque «pues absortos en el sol o la luna descuidan si pueden o no ser mordidos». De los oradores porque «se cuidan de decir lo justo, pero nunca lo hacen, como un mal Líder». De los avaros porque «aunque ya no acumulan monedas sí acumulan materiales inútiles para sobrevivir, y aman a esos bienes por sobre la propia supervivencia de sus semejantes».

Se consternaba porque se ofrecieran sacrificios a los dioses para obtener salud y protección contra los que caminan muertos, pero en los sacrificios mismos se hicieran banquetes, que son sus opuestos [a los sacrificios]. Se admiraba de los esclavos porque aún viendo la voracidad de sus amos-vivos como si fuera el infinita hambre de los no-vivos nunca robaran comida.

Alababa ampliamente a los que pudiendo casarse no lo hacen, a los que estiman la navegación pero no navegan, a los que pudiendo tener relaciones [sexuales] con muchachos se abstienen de eso, a los que teniendo oportunidad para relacionarse con los ricos y poderosos no lo hacen, porque todos ellos, y semejantes, son los únicos vivos que se distinguen de los no-muertos pues estos, teniendo hambre, nunca se abstienen de comer. Afirmaba que «los zombis no pueden amputarse intencionalmente a sí mismos, nosotros sí[65]».

Refiere Menipo en El Trueque de Diógenes que, cuando fue cautivo, le preguntaron qué sabía hacer y respondió «sé elogiar a los vivos y a los no-vivos, pero solo sé mandar a los vivos[66]». Y al pregonero ordenó: «Pregunta si alguien quiere a un amo en verdad vivo». Prohibiéndole su amo que se sentase dijo «eso no importa, el trueque es como la muerte; en cualquier posición en que esté la mercancía es cambiada o es muerta».

Afirmó que se maravillaba porque al adquirir un plato o una olla uno examina detenidamente la mercancía pero al comprar a un vivo uno se conforma con ver su exterior. Al que lo compró [a él cuando era esclavo], Xeníades, le aseguró que debía obedecerlo porque la verdad y la seguridad podían salir tanto de un esclavo como de un libre[67].

También Eubulo en su libro homónimo, El Trueque de Diógenes, que educó a los hijos de Xeníades. Les adiestró en montar caballos, tirar flechas, hacer estacas, barricadas, zanjas, tirar con honda, tirar lanzas, hacer fogatas, y todo aquello que ayudara contra los zombis. No les hacía escribir mucho pues confiaba más en el ejercicio de la memoria. Les enseñó todas las doctrinas y sentencias de poetas, escritores y filósofos en resumen, por razones prácticas. Les instruyó a cómo comer poco y a beber solo agua. Los llevaba sin adornos, sin túnicas, sin cabello, sin calzado, sin distracciones por la vida, para que estuvieran siempre en condiciones de rematar resucitados y de tolerar cualquier circunstancia adversa en la que estos pudieran ponerlos. En el mismo texto se refiere que envejeció y murió en la casa de Xeníades. Una vez este le preguntó dónde debían de enterrar sus cenizas y respondió: «Las cenizas no resucitan[68]».

Cuando un personaje lo llevó a su hermosa y adornada casa y le prohibió escupir en ella, respondió: «Lo haré cuando los zombis dejen de escupir sangre por el cuerpo[69]». También esto es atribuido a Aristipo. Hecatón cuenta en su libro I de su Chiros que gritando en una ocasión «¡vivos, vivos vengan!» y como fueran algunos varios los ahuyentó con su báculo hiriéndolos, ya que su bastón tenía los extremos afilados como estaca[70], y exclamó: «Vivos he llamado, no no-vivos». También fue dicho que Alejandro el Revivo afirmó que si no hubiera sido Alejandro hubiera querido ser Diógenes, a lo que este replicó: «si no quieres comportarte ahora como yo lo hago, espera a que ambos nos transformemos en muertos vivientes, así tendremos el mismo comportamiento y seremos iguales sin que te esfuerces en nada».

Llamó o retrasados o suicidas[71] o zombis a los que no llevaban zurrón. Una vez entró a un banquete de unos jóvenes, como estos lo atacaron, se defendió y mató a dos con sus báculos, huyendo los demás. Ante tal hecho algunos en Atenas lo querían condenar pero como fuera amigo de Alejandro y, viendo que fue en defensa propia, no se le presentó sentencia alguna. Esto lo dice Metrocles. Se denominó rabioso a sí mismo empero afirmaba que solo mordía y trataba de contagiar a los famosos y a los orgullosos.

A uno que presumía que derrotó a varios en los juegos Píticos le dijo: «Las competencias son vanas; nunca se derrota a los resucitados». A unos que le recomendaron aminorar su trabajo por ser de avanzada edad contestó: «Los zombis ponen el mismo empeño en sus afán de comer, sean zombis jóvenes o zombis ancianos».

Habiendo sido invitado a un banquete dijo: «no iré, pues no puedo concebir que si a los zombis les es indiferente comer en cualquier lugar, a los vivos sí les importe[72]». Siempre caminaba descalzo sobre la nieve y [sobre] todos los objetos pues creía que los resucitados no debían de ser más prácticos en esto que los vivos[73]. Intentó comer la carne siempre cruda, cosa que no pudo por no poder procesarla su estómago, sobre lo que concluyó «en esto en verdad son superiores los no-vivos».

Un día encontró comiendo a Demóstenes en un tugurio y siendo que este se retiró a esconderse le dijo: «Hacías bien hasta que te moviste». En otra ocasión, queriendo unos foráneos visitar a Demóstenes, extendió su dedo medio y sancionó: «Este es ahora el Líder de Atenas». Al ver a uno que se avergonzó por recoger un pan que se le cayó le dijo: «A los muertos vivientes no les sonroja coger la carne del suelo».

Se burlaba incluso de él mismo al decir que casi era un zombi, solo le faltaba comer carne cruda y callar. Afirmaba que gracias a los brotes las cosas de alto valor, como un pan, tenían alto precio de trueque y que habían compuesto la locura prezombi de darle mayor precio a una estatua que a un costal de harina de donde se hacen muchos panes.

Al que lo compró, Xeníades, le señaló: «Ten cuidado en obedecerme», a lo que contestó: «Eso es correr los ríos hacia arriba».

Y Diógenes señaló: «También los muertos caminan». Otros afirman que replicó: «También los esclavos son Líderes». A uno que quería ser su discípulo, para probarlo, le colgó de su cuello la cabeza decapitada de un cadáver pero, por miedo[74], el individuo se la quitó y la arrojó, y el filósofo comentó: «Es cierto que los muertos deshacen las amistades».

Una vez, reflexionando sobre que nunca escuchó que los zombis tomaran agua, sacó su vasija del zurrón y la arrojó, decidiendo reducir al mínimo su consumo de agua y a tomar directamente de sus manos. Arrojó otro día su plato considerando que los zombis tampoco usaban de él.

Hacía irónicamente el siguiente silogismo: «Los dioses crearon todas las cosas; toda creación es una transformación; toda aparición de un zombi es una transformación; luego, todo cuanto aparece o existe tiene el mismo origen que un zombi». Se mofaba de aquellos que acudían a los templos de los dioses y que se agachaban hasta besar la tierra, de lo que decía: «Algunos muertos vivientes anduvieron arrastrados en la tierra no por piedad sino por hambre». Se jactaba de que en él cayeran las desgracias descritas en las tragedias [del teatro]: no tenía ni ciudad, ni casa, ni patria, ni recursos, ni descanso, y concluyó:

«Las tragedias no describen sino el vagar de un zombi».

Decía que eran superiores el esfuerzo a la fortuna y la naturaleza a la ley. Estando tomando el sol en el Cranión, se le aproximó Alejandro el Revivo y le dijo que le pidiera lo que quisiera, a lo que respondió: «No estoy vivo[75]».

A uno que con silogismos le probaba que estaba muerto le dijo «pero estoy hablando». A otro que le probaba que no había movimiento le señaló que «Hasta los muertos se mueven». Cuando un eunuco escribió en la puerta de su casa «Prohibida la entrada a los malos» le replicó: «[con esto] No le prohíbes nada a los zombis».

Cuando los atenienses le sugirieron que se iniciase [en los Misterios], porque los iniciados presiden el infierno, comentó: «Es cosa muy ridícula que aún crean que Agesilao y Epaminondas se encuentren todavía en el submundo, para este momento ya se vació el Hades, y si tuviera almas no lo presidirían los iniciados solo por ser iniciados».

Cuando Platón lo llamó perro contestó: «Uno de los más fieles». Saliendo de los baños, a uno que le preguntó si había muchos vivos le respondió que no, y a otro que le preguntó si había muchos hombres, le dijo que sí. Cuando Platón definió con satisfacción al «vivo» como «animal de dos patas sin plumas», desenterró Diógenes un cadáver y lo aventó en la Academia causando espanto, y dijo: «Este es también el vivo de Platón». Por eso Platón añadió a su definición, que habla. A uno que le preguntó cuándo se debía de comer le contestó: «Cuando se desee. A menos que se sea un zombi, un animal desprovisto o un vivo pobre, quienes comen cuando pueden».

Viendo en Megara a las ovejas cubiertas con pieles[76] y a los muchachos desnudos dijo: «En un brote zombi salvarán a los carneros pero no a los hombres[77]». A los oradores del pueblo les decía «Líderes que no gobiernan sino que son sirvientes de la chusma». Encendía en el día una lámpara y afirmaba: «Busco un vivo».

Cuando uno le propinó un golpe en la cara dijo: «Por los dioses que yo ignoraba algo bello, los zombis son mejores porque no sienten los golpes». Preguntándole un farmacéutico, un tal Lisias, si creía en la existencia de los dioses respondió: «Cuando cures a un muerto viviente dejaré de creer en ellos». Otros atribuyen este dicho a Teodoro.

Fue muy amado después por los atenienses, pues cuando un joven rompió intencionalmente su tinaja mandaron a matar al imprudente. Dionisio Estoico asegura que después de la Concertación de Queronea[78], fue con la legación de Filipo y dijo: «Vengo a espiar tu ambición». Fue denostado por esto y puesto en prisión durante un tiempo.

Alejandro, enviando una carta a Antípatro, que estaba en Atenas, a través de un cierto Vivos[79], Diógenes, que estaba presente cuando Antípatro la recibió dijo:

«Vivos, de Vivos, por Vivos, para Vivos, y, sin embargo, no están realmente vivos».

En ocasión de la orden de Pérdicas de que acudiera a él y de que si no la cumplía sería condenado a muerte, respondió, «Eso no es nada maravilloso, lo sería si me condenara a estar consciente en la no-muerte».

Solía decir gritando que los dioses habían dado al humano los medios para vivir con facilidad, y que esto se había olvidado porque los humanos se empeñan en solicitar panes endulzados, ungüentos y cosas innecesarias por el estilo, pero los dioses mismos enviaron la bendición de los muertos vivientes para que los vivos tuvieran que regresar a la vida simple. Aunque los vivos se siguen empeñando en lo contrario.

Cuando vio que a un hombre le eran puestos los zapatos por un esclavo dijo «Esperemos que cuando le ordenes rematar a los zombis por ti, él obedezca con la misma prontitud y habilidad como lo hace ahora».

Una vez vio a los sacerdotes de un templo insultando y ahuyentando a uno que había robado comida del interior de ese lugar sagrado y dijo «No podrán ahuyentar a nadie cuando la comida robada sean ustedes mismos[80]». Cuando unos jóvenes se agruparon alrededor de él y uno comentó «Ten cuidado de que no nos muerda», a lo que contestó «No teman muchachos, no soy zombi para morder a cualquier vivo sino que yo muerdo solo a los necios». Cuando observó que varios vestían pieles de leones para protegerse de las mordidas de los reanimados señaló «Parece que han muerto más leones que humanos por causa de los resucitados, por fortuna los leones no resucitan». Cuando alguien estaba alabando la suerte de Calístenes señalando que estaba compartiendo el esplendor de la corte de Alejandro el Revivo, replicó: «No lo es [afortunado], pues está en condición peor que un resucitado, quien come cuando puede, y Calístenes no come cuando puede sino cuando a Alejandro le parece conveniente».

Comentaba que no hacía discursos por limosnas sino por alimento pues de la obtención de este se trataba la supervivencia y la hipersupervivencia[81]. En una ocasión, en que se masturbó públicamente en el mercado, comentó que si el impulso sexual fuera el único que tuvieran los zombis entonces no le harían bien a nadie, pues saciarían su deseo sexual en cualquier lugar sin empujar al humano vivo a la vida simple y a su mera supervivencia. Viendo a un joven conocido por él que acudía a comer con los sátrapas no-líderes, le sacó del banquete, le llevó a sus amigos y le dijo que se tenía que acostumbrar a comer parcamente como estos ya que en cualquier momento podían acabar los lujos en el comer. Cuando un joven afeminado le pidió un caso le dijo que no le ayudaría pues así como no se ayuda a aquellos que no se sabe si están vivos o muertos [es decir, que no se acostumbraba ayudar a los resucitados] tampoco él ayudaría a quien no distinguía si era hombre o mujer, así que el joven se desnudó ante él y Diógenes entonces le aconsejó. A un joven que jugaba cottabos en un baño público le dijo: «Entre mejor juegues, menos vivirás». En un festín la gente le arrojaba los huesos como si de un perro se tratara por lo que comenzó a morder a todos los convidados.

A los retóricos y a todo aquel que daba discursos para obtener fama lo llamaba «triple humano», queriendo decir «triplemente necio». A un rico que era ignorante lo solía llamar «zombi adornado de oro». A un joven que se quejaba del número de gente que quería llamar su atención le dijo «Cuélgate». Cuando visitó a un baño público que estaba sucio exclamó «¿Para qué van los vivos a un baño si no quedan limpios? Es como si fueran los reanimados a un baño». A un mal músico le reprendió con lo siguiente: «En épocas en que la supervivencia peligra no hay espacio para malos músicos». Pero lo quiso alabar con lo siguiente: «Al menos sirves para alertar y despertar a las personas, como un gallo». Amenazándole un hombre con romperle la cabeza le contestó «Lo que menos temo es convertirme». Cuando Hegesias le pidió prestado uno de sus escritos le contestó: «No seas estúpido, no aprendes a destrozar cráneos de reanimados mediante el estudio de las pinturas que muestran vivos destruyendo zombis sino mediante la práctica».

Cuando alguien le reprochó su exilio, le contestó «No sigas, pues solo así aprendí a distinguir a un vivo de un no-vivo». Igualmente, cuando alguien le echó en cara que los de Sínope lo hayan condenado al exilio dijo «Y yo los condené a no aprender [de mí] a distinguir entre vivos y no-vivos». Siendo preguntado por qué los deportistas eran tan estúpidos contestó «Porque están hechos de pura carne, nunca se alimentan de reflexión, son como los muertos vivientes». Una vez que se puso a pedirle alimentos a una estatua [que representaba a un humano vivo] le preguntaron por qué hacía eso y contestó «Para aprender a no atacar, como lo hacen los resucitados, cuando me nieguen el alimento». De la siguiente manera pedía alimento: «Dame [alimento], para que no me comporte como reanimado y me siga comportando como perro».

Cuando un tirano le preguntó cuál bronce era mejor para su estatua le contestó: «El que destruye mejor los cráneos». Preguntándole cómo trataba Dionisio [el tirano de Siracusa] a su amigos contestó: «Como a los que han sido infectados por un resucitado: les complace en todo, pero una vez que pierden su voluntad se deshace de ellos».

Declaraba que los zombis existían para alejarnos de lo inútil. Al buen-líder lo llamaba «imagen de los dioses». Al sexo inmoral lo llamaba «el hambre zombínea de los vivos». A la pregunta de qué es lo que está más arruinado en la vida contestó: «El infectado que se lamenta». Siendo preguntado cuál era la mordida más dañina dijo: «Para el lujurioso la de una sicofanta, para el vanidoso la de un adulador, para el virtuoso ni la de un zombi». Viendo a dos zombis muy mal pintados [¿en una cratera?] exclamó irónicamente: «Desconozco cuál de estos dos es una peor figura humana». Comparó a los discursos de alabanzas que atrapan al vivo con los pantanos que atrapan al no-vivo. A la inagotable hambre de los reanimados la llamó Caribdis terrestre. A la pregunta de por qué los zombis están pálidos contestó: «Porque hay muchos vivos tramando rematarlos». A la pregunta de por qué los zombis se pudren pese a estar en parte vivos contestó: «Porque los dioses designaron que los nuevos reyes fueran los gusanos[82]».

Un día, viendo a un esclavo que hablaba mucho y que estaba sentado a la orilla de un pozo repleto de muertos vivientes le dijo: «Ten cuidado, que si caes no tendrás a nadie que te oiga y, luego, ya no podrás platicar». Viendo a unos resucitados colgados en un olivo comentó: «Espero que no todos los árboles den frutos como esos». Viendo a un ladrón que se acercaba amenazadoramente a él le dijo: «¿Acaso te dedicas a robar a los muertos vivientes?».

Siendo preguntado si tenía alguna sirvienta o sirviente que lo esperara, dijo: «No». [Le contestaron] «Pero cuando mueras, ¿quién te rematara si resucitas?». «Quien quiera la casa».

Solía decir «La diferencia entre un no-vivo hermoso y un vivo hermoso, es que al primero le lanzan los dardos a la cabeza y al segundo en la espalda». A uno que estaba comiendo lujosamente le dijo: «Realvivirás menos a causa de lo que has comprado».

En una ocasión en que Platón estaba hablando acerca de las Ideas y utilizaba los sustantivos «mesadad» y «tazadad», dijo: «A la mesa y a la taza puedo ver, pero a tu mesadad y tu tazadad, Platón, no puedo verlas en ningún lado». A lo que contestó Platón: «Será porque no posees la inteligencia para discernir lo que es la mesadad y la tazadad ideales, así como los zombis no tienen la inteligencia para discernir lo que es la misma mesa o la misma taza que ves».

Siendo interrogado por alguien: «¿Qué tipo de hombre-vivo consideras que es Diógenes?». «No es un hombre, sino un perro rabioso divino», contestó. Siendo preguntado cuál es el momento adecuado para salir a buscar zombis para limpiar las cercanías contestó: «Para un buen Líder, inmediatamente; para un mal Líder, después». Cuando se le preguntó qué arma daña más al humano dijo: «Un buen casco[83]». A un joven que se arreglaba con extremo cuidado le señaló: «La putrefacción hará inútil tu trabajo». Afirmaba que la prueba de que los zombis no poseían virtud era que no se sonrojaban[84]. Un día que vio a dos abogados discutir los condenó a ambos porque uno había robado el cadáver viviente familiar del otro, y al segundo porque no había perdido nada. A la cuestión de cuál vino era el mejor para beber contestó: «Ninguno es mejor que otro, todos sirven para actuar como resucitado aunque no se haya muerto». El día que le dijeron que mucha gente se reía de él contestó irónicamente: «Por eso digo que los zombis son superiores, pues ellos no ríen del buen ejemplo».

Al comentario de alguien de que la vida es un mal corrigió: «No la vida misma, sino no vivir realmente». Cuando se le dijo que persiguiera a su esclavo fugitivo contestó: «Solo se debe de correr para sobrevivir [de los zombis], y yo puedo sobrevivir sin Manes [su esclavo].» Cuando desayunando de un canasto de olivas encontró un pastel dijo: «¡Me siento como se sentiría un resucitado que abre el estómago de un pitagórico!»[85]. Cuando se le preguntó qué tipo de sabueso era dijo: «Es lo mismo, todos son iguales cuando están rabiosos».

A la pregunta de si el líder-sabio come pasteles comentó: «Por supuesto, ¿acaso no comen lo mismo el no-vivo que fue sabio y el no-vivo que fue no-sabio?». Cuando se le preguntó por qué la gente se empeñaba con más fuerza a rematar a los zombis que en aprender filosofía contestó: «Porque mucha gente sabe que algún día ellos pueden convertirse [en no-vivos, evidentemente], pero sabe que nunca van a convertirse a la filosofía». A un hombre tacaño que tardaba en darle la comida que le pedía le sentenció: «Los otros[86] que piden comida no serán pacientes». A uno que le acusó de robar le contestó: «Podría haber un tiempo en el que tú fueras como yo y yo como tú, y sin embargo ninguno de los dos seguiríamos siendo nosotros pese a que sigamos existiendo; pero no habrá ningún tiempo en el que tú, digas lo que digas, seas como yo soy ahora».

Llegando a una ciudad pequeña que, pese a su tamaño, tenía sus puertas muy grandes, comentó de sus habitantes: «O sobrevivirán mejor, o sobrevivirán peor[87]». Viendo a un hombre que fue infectado al momento de robar [un manto] púrpura comentó [parafraseando a la Ilíada]: «Rápidamente tomado por la púrpura no-muerte y por el destino forzado».

Cuando Crátero le solicitó que le visitara a su corte contestó: «No, prefiero ser como un resucitado que se deja extinguir pero no transige en comer plantas». Cuando fue con Anaxímenes, el retórico, quien era gordo, comentó: «Danos a los que pedimos y a los mordedores algo de tu panza; sería un alivio para ti». Cuando el mismo hombre pronunciaba un discurso comenzó a ladrar distrayendo a la audiencia y comentó: «Ahora tengo otra razón para decir que los reanimados son superiores; ellos no se distraen por los ladridos de un perro cuando tienen su atención puesta en semejante hombre[88]».

La cuestión de si Diógenes el Perro Rabioso estaba equivocado por defender en ciertos puntos a los zombis, de si era o no un traidor a la especie humana o un traidor a la supervivencia o de si era un inmoral, por esa defensa, es algo que se ha comentado y debatido a lo largo de los siglos. Aquí no reflexionaremos sobre esas consideraciones sobre Diógenes pero nos permitimos abordar lo que consideramos su consideración, a partir de sus dichos y actos, del ser humano.

Pensamos que ese filósofo en verdad cuestionó lo que es el ser humano vivo, lo que en verdad conlleva o no conlleva pertenecer a la especie humana. Por fortuna nos encontramos ahora en una época en que podemos reflexionar sobre estos temas sin temor a represalias y, creemos, que es una época donde reflexionamos con menos prejuicios sobre ello. En especial porque ahora estamos mejor capacitados para contener los brotes y los rebrotes zombis, y la humanidad no está en verdad amenazada en su existencia, al menos no por los muertos vivientes. O eso creemos.

¿Somos mejores los vivos a los zombis? ¿Por qué creemos que nosotros somos mejores? ¿Por qué valoramos la vida racional por sobre la mera existencia mecánica de los mordedores? ¿Por qué le seguimos teniendo —mucho— miedo a la muerte y a los zombis? Diógenes, como lo hizo Epicuro, lo que quería cuestionar y debatir era a la muerte o al temor a la muerte. Asimismo quería poner presente a los griegos que las resucitaciones son algo natural, y quería que no lo olvidaran. Deseaba que el vivo se quitara su infundado orgullo, el cual sostiene por su supuesta superioridad sobre los zombis, sobre los animales y sobre las cosas inertes. En fin, para los cínicos los zombis fueron mandados por los dioses, por la Naturaleza, (y siguen siendo enviados) para que el vivo no se sienta tan seguro de sus supuestos, de sus costumbres y de su «superioridad».

La civilización resulta inútil, para el Rabioso, ante un brote de muertos vivientes. Ni las leyes, ni las buenas costumbres, ni las tradiciones, ni la economía monetaria, ni la educación libresca, ni la filosofía misma, ni la ciencia antigua, ni el arte, es decir, nada que provenga de la civilización funcionaba efectivamente contra esos resucitados, solo la virtud y el apego a la naturaleza.

Es más, paradójicamente, parece ser que para los cínicos entre más se parezca un vivo a un no-vivo, más oportunidades tiene de sobrevivir a los ataques zombis, más oportunidades tiene de vivir hasta viejo conservando su racionalidad y su conciencia del mundo. Si el vivo se atiene a lo básico: a llevar siempre un morralito con alimento y agua, a no cargar cosas inútiles, si se prepara aprendiendo a cazar y a pelear, si no gusta de comodidades ni de alimentos o diversiones elaborados, entonces es probable que conserve su racionalidad al no poder ser sorprendido por los zombis. Es una gran ironía de la existencia, que aún nos persigue, que entre más nos apeguemos a las funciones básicas del cuerpo, es decir, que entre más nos parezcamos a los zombis, también tengamos mayor oportunidad para sobrevivir a ellos.

Como sabemos, Diógenes no se enfrentó de forma directa a las resucitaciones en su región pero observó la devastación que habían traído unos años antes. Pero también viajó a otras regiones del mundo Antiguo para observar a los zombis con sus propios ojos. La destrucción, la muerte y el desasosiego que llegan a cualquier región que padece rebrotes son tan fuertes que muchos no consienten en una defensa o apología de los zombis. Diógenes no defiende, en general, un argumento para negar la necesidad de eliminar a los caminantes sin vida pero tampoco justifica o aboga por su explícita destrucción. Uno de los propósitos primordiales del filósofo es llevar a la mesa de discusión que los zombis poseen cualidades que, a su parecer, nos superan. Quiso que viéramos que el zombi, por así decirlo, está más cercano a la naturaleza. Y el estar cerca de la naturaleza es más apropiado y más correcto que estar y sostener a la «civilización».

Se ha dicho que la condescendencia del Perro para con los muertos vivientes no se debe, no solamente, a que no experimentó ningún ataque zombi a sus seres queridos, a sus coterráneos; porque no vio sino de lejos la destrucción que aquellos entes pueden traer a una región. El hecho de que haya sido un cosmopolita o un apátrida no hace que haya sentido más cercanas a él las muertes que observó en el Medio Oriente. De cualquier manera, insistimos, nunca deploró que se remataran a los zombis.

El ser humano vivo, para sobrevivir, y para hacerlo correctamente y sin superfluidades, debe de parecerse en ciertos aspectos al no-vivo. Y subrayamos, para sobrevivir, el vivo entonces no debe de dejar vencerse en sus cualidades ante los no-vivos. Debe de exterminarlos como a las cosas lujosas e innecesarias. Pero ¿qué es lo innecesario? La civilización. En cambio, la moralidad sí es indispensable para la existencia.

La moralidad es sinónimo de sabiduría y el vivo debe ser revivo o sabio. Si el ser humano fuera sabio se comportaría más apegado a la naturaleza, no tendría constructos culturales de los cuales preocuparse, y tendría una mayor oportunidad de vivir exitosamente y sobrevivir. Aquí, como en el socratismo o el platonismo, no se trata de sobrevivir por sobrevivir sino de hacerlo lo más naturalmente posible, aunque eso implique parecernos más a los zombis. Tengámoslo presente, Diógenes no alaba la destrucción de vidas hecha por los rebrotes de los mordedores, mucho menos desea que la humanidad desaparezca. Lo que parece desear es la desaparición de la Civilización, toda o la mayor parte posible de ella. Que desaparezca aquella civilización decadente, pervertida, inmoral, inútil, desvirtuada, en la que creyó vivir.

La Civilización y la Cultura no lo es todo, de hecho pueden ser perversiones según el cinismo; el ser humano es más que esas dos categorías. Pero ¿qué debe ser el ser humano entonces? Pues debe ser en su cualidad suprema y que le pertenece solo a él (y a los dioses): debe ser racional. Pero no se trata de solo una racionalidad empleada para elaborar cosas inútiles y viciosas sino una empleada para que los humanos sean más naturales, más apegados a lo que los dioses quieren, es decir, comportarse acordemente a la naturaleza o a la virtud. (Lo mismo van a decir los estoicos pero agregando una moderación en el actuar). Parece que los primeros cínicos hicieron una especie de deconstrucción o, lo que ahora se ha llamado una devivificación[89], de las costumbres y normas humanas ayudándose de los muertos vivientes y sus cualidades peculiares.

El cinismo se trata de un preferir la physis (la ley de la Naturaleza) sobre el nomos (la ley del Hombre). Pero no se trata de preferir al no-vivo sobre el vivo, ni a la supervivencia sobre la virtud, sino exactamente lo opuesto. Aunque para que el vivo sea mejor que el no-vivo y mejor que sí mismo y los demás vivos, el vivo tenga que adquirir cualidades del mismo no-vivo. Al igual que para que haya virtud tiene que haber supervivencia. Además, como se ha visto de forma casi generalizada en la filosofía griega, la supervivencia es más segura entre más virtud se tenga.

El cinismo también se trata entonces de colocar y hacer comprender que es mejor lo natural sobre lo cultural. Donde lo cultural no es lo que nos distingue de los muertos vivientes. Lo que nos distingue de estos es la racionalidad y la potencialidad de ser sabios o revivos, aunque ser sabios implique irónicamente parecernos más, en las funciones y en el diario actuar, a los zombis. Pero ¿ser sabios en el sentido cínico en verdad nos hace parecernos más a los muertos vivientes? Hablamos solo de la apariencia, del ámbito fenoménico y del pragmático.

El ser sabios solo nos haría parecernos más, en ciertas cosas, a los zombis pero no nos hace zombis; nos hace menos zombis. Por ejemplo, el que solo nos dediquemos a comer no nos hace zombis, lo que sí nos hace zombis, y Diógenes lo sugiere en varias ocasiones, es la enajenación provocada por los bienes materiales, las vanidades o las pasiones (incluyendo la enajenación provocada, por ejemplo, por la buena comida que no es sino otro bien material que no nos ayuda a sobrevivir). «Los llevaba sin adornos, sin túnicas, sin cabello, sin calzado, sin distracciones por la vida», esto era la educación ideal que daba Diógenes a los hijos de su amo Xeníades. Así es el comportamiento ideal que nos hace comportarnos más parecido a como lo hace un muerto viviente pero nos hace «menos» muerto viviente.