Las nociones epicúreas

Para comprender por completo la concepción, descripción y definición de los zombis que tenía Epicuro (340-270 a. C. R. aproximadamente) primero revisaremos rápidamente su teoría física, la cual nos iluminará sobre lo que entendía por vida, muerte, no-muerte (que, de manera interesante, para él en realidad no existía, según explicaremos), alma y consciencia. Después de revisar su física podremos pasar a revisar su filosofía moral, con precisión, las implicaciones éticas de su teoría física.

La física epicúrea establece que todo cuanto existe tiene materia, excepto el «vacío», y toda esa materia está compuesta por átomos. Eso implica que también el alma es materia y está compuesta de átomos, es decir, «cuerpos» de materia que son indivisibles, poseen peso y no tienen espacio en su interior. Estos cuerpos se mueven continuamente y por siempre de una manera particular y poseen libre «voluntad», en otras palabras, el movimiento de los átomos no está predeterminado (idea que se diferencia de la concepción no determinista de Demócrito, uno de los creadores del concepto de átomo junto con Leucipo). Algunos átomos pueden viajar a través del espacio. Por ejemplo, los átomos de la forma viajan y así el ojo los percibe, los del olfato también viajan para que sean percibidos por la nariz, los auditivos igualmente viajan y así son oídos, etc. La experiencia perceptiva es pues el continuo moverse de los átomos.

Los átomos que conforman al alma son muy finos y están esparcidos por todo el cuerpo humano. A través de esos átomos disgregados en nuestros cuerpos es que podemos tener sensaciones y es por medio de ellos que nuestros sentidos funcionan. Y esos átomos particulares se diferencian del resto de los átomos del cosmos por poseer una sustancia —a la que Epicuro parece no haberle puesto nombre particular— que permite la sensibilidad, además de poseer material ígneo y aéreo. Por medio de esos elementos es que explicaba que el ser vivo era tanto cálido —especialmente en su aliento— como que podía decidir moverse y descansar por su voluntad.

Los átomos del alma que están en nuestro pecho son los responsables de las actividades cognoscitivas. Con nuestros cinco sentidos podemos verificar la existencia del mundo material fuera de nosotros. Y, la —mala— interpretación de lo percibido por los sentidos nos puede llevar a desconocer la verdad del mundo exterior. Gracias a los sentidos podemos también percibir el dolor y el placer, cuestiones tan importantes para los epicúreos y que aquí las interpretaron como cuestiones «materiales» o «físicas». El dolor y el placer son producto entonces de la materia. Si un cuerpo pierde sus «átomos de alma» entonces ese cuerpo muere.

Por causa de lo referido en el párrafo anterior el alma deja de existir si el cuerpo humano es destruido. El alma no sobrevive al cuerpo. No hay sensaciones ni vida después de la muerte; la muerte definitiva llega con la muerte del cuerpo. Según lo dicho, ¿qué sucede con el alma de un individuo vivo que es convertido en zombi? Pues su alma es destruida porque su cuerpo es destruido; alma sin cuerpo no puede existir. Y el cuerpo de un convertido está ya destruido porque, para ser convertido, un vivo tiene que «morir», y, con ello, se está hablando de la destrucción o descomposición de su cuerpo.

El cuerpo de un zombi es inservible y, según Epicuro, es un cadáver en hiperputrefacción que carece de alma. Para tal filósofo el zombi es un cuerpo irracional porque los átomos del alma que se encontraban en el pecho del vivo, responsables de las actividades racionales, han sido destruidos con la muerte del cuerpo de ese vivo. El zombi es pues un muerto porque ya no tiene alma y, en sentido estricto, tampoco tiene un cuerpo —servible—. Epicuro dirá, según veremos, que el vivo es el buen funcionamiento de cuerpo y alma simultáneamente.

Al observar que el convertido carece de una temperatura cálida, de un aliento cálido y, además, no puede moverse ni descansar por su voluntad, Epicuro podía afirmar y confirmar que el convertido carecía de alma y estaba realmente muerto. Para nuestro pensador los átomos conformadores de las almas poseen material ígneo y material aéreo, y, la ausencia de las cualidades —calor y movimiento propio— de esos materiales en un cuerpo indica la ausencia de un alma en él. La frialdad y la ausencia de voluntad del zombi son prueba de que ese ente es simplemente un muerto moviéndose. El zombi no es un semimuerto ni un no-muerto sino un muerto pleno y en todo el sentido de la palabra.

Pese a sus conclusiones, los epicúreos optaron por continuar con el uso del lenguaje común. Para ser comprendidos y para llegar al mayor público posible, los epicúreos continuaron empleando los mismos términos que se usaron desde los primeros rebrotes para referirse a los zombis: «no-muertos», «cadáveres vivientes», «muertos vivientes[36]», «resucitados», etc. Ninguno de esos adjetivos o sustantivos les eran adecuados a los zombis, porque, repetimos, los zombis son sencillamente muertos que se mueven. Por las mismas razones, los epicúreos continuaron denominando a la destrucción de los cráneos zombis con nombres como «remate» o «segunda muerte» o «muerte definitiva», entre otros, y no simplemente le llamaron «destrucción del cerebro de un cadáver» pues en realidad ya no se podría matar a un muerto.

Todos los términos comunes sobre los asuntos zombis siguieron siendo empleados por ellos aunque no se ajustaran con exactitud con su teoría de que el zombi es un muerto en todo el sentido de la palabra. Para ellos, uno de los pocos términos que sí fue adecuado, en su empleo, para designar tanto al «muerto» como al «zombi», era el de «no-ser», pues, finalmente, ambos estados son estados de «noser» o «noexistir»; son la «nada», en contraposición al «ser», al «existir» o al «vivir» humano.

Asimismo, estrictamente hablando, en el sistema epicúreo, lo único que «noes» es el vacío. Todo lo demás existe porque es materia. El vacío «noes» nada porque es definido precisamente como la ausencia de materia. El vacío existe metafóricamente pero en realidad es la «nada»; la nada es «nada».

Ortodoxamente el zombi entonces no puede «noser» porque es materia y, por ende, es; no obstante «noes» en el sentido de que adolece de percepción, de impulso y de consciencia. Como el zombi es un muerto carece de esa consciencia que nos permite saber que existimos. El muerto «noes» no porque un cadáver no exista o porque los átomos del alma dejaran de existir (el alma de un muerto es destruida pero sus átomos pasaron a ser de otro tipo de átomos pero nunca dejaron de existir; esos átomos, entre muchas otras cosas, pueden pasar a ser átomos del alma de otro ser —como refiere Lucrecio en su poema, quien dice que aunque uno «vuelva» a vivir, en el cuerpo o alma de otro, ya no se trata de uno mismo, y, además, si se diera el caso, eso ya no nos concierne—) si no porque no tiene consciencia.

Así es como Epicuro y sus seguidores pudieron seguir denominando al muerto como el que «noes», es decir, no lo llaman así porque sea la «nada» o la «noexistencia» o el «vacío» —o ausencia de materia o átomos—, en sentido físico, sino porque es un conjunto de átomos carentes de consciencia (empero, de este mismo modo, ¿una piedra, un palo, un río, pueden «noser», «noexistir»?).

El alma humana (o, con más precisión, sus átomos), para Epicuro, no solo tiene la capacidad de tener sensaciones sino que también posee «conceptos». Estos se forman por una conjunción de las sensaciones-impresiones, de la memoria (incrementada con la experiencia) y de la interpretación. La consciencia humana, en resumidas cuentas, proviene de la posesión de sensaciones, memorias e interpretación. El alma humana, por la posesión de esos átomos especiales y sutiles que permiten la sensación es que tiene capacidad cognitiva. Esta capacidad se debe pues a una «conjunción» de las sensaciones, con la memoria, con la experiencia (derivada de las mismas sensaciones) y con los deseos o impulsos.

El alma para Epicuro tiene una parte irracional, que es la que contiene los deseos o impulsos. La parte racional es la que percibe las sensaciones exteriores. De cualquier manera, el zombi, al carecer de alma, no posee ni la parte racional del alma ni la irracional. Por ello es que el resucitado no tiene sensaciones —parte racional— ni deseos o impulsos personales —parte irracional.

Pero ¿qué recomienda Epicuro a los vivos en su trato con los zombis? Este asunto es de suma importancia en su filosofía y también fue la base de la misma. Veamos, entre sus recomendaciones éticas, cuya meta también es ser feliz, se encuentra la importantísima directriz de no temer a la muerte, que se sustenta por varios argumentos que veremos más adelante. El caso es que ser convertido en zombi significa sencillamente morir y, por eso, es que Epicuro también recomienda y argumenta que para ser feliz no hay razón para temer el ser transformado en zombi. Su ética se basa, entre otras cosas, en conseguir la ataraxia[37] o la imperturbabilidad y, para eso, es menester ahuyentar el dolor. Como en su filosofía el temor es una forma de dolor, Epicuro argumentó y trató de convencer de manera muy coherente, a través de su sistema físico, epistemológico y lógico, que no había por qué temerle ni a los zombis ni a convertirse en uno de ellos.

Si la muerte es la nada, y el ser zombi es estar muerto, entonces, ser zombi no es nada o, mejor, no percibir ni sentir nada. Luego, no hay razón para temer que uno mismo o alguien más nos hagamos zombis, porque tal conversión significa llegar solo a la insensibilidad, al noexistir. El miedo es un impedimento para la felicidad, por lo que el ser humano debe ahuyentar completamente ese sentir de su ser.

Veamos ahora el poema de Lucrecio, que expone bellamente gran parte de la doctrina de Epicuro y que fue famoso por revivificar y difundir tal filosofía en la Antigüedad occidental al hacerla asequible al mundo romano (por también haber escrito el poema en latín).

Sobre la naturaleza de las cosas y las nocosas[38]

Fragmento del Libro III

Después que no existamos, y la nomuerte

Hubiese apaciguado[39] el alma,

La que conforma vívida nuestra esencia,

Nada y nada podrá sucedernos

Ni regresarnos sentimiento, por sinexistir;

Aunque mar y tierra sean uno,

Aunque mar y tierras se conjunten.

Aunque alma o espíritu tuviera

Sensación después de apaciguada,

Tomaríamos nointerés en ello;

Siendo nosotros buena

Función tanto de alma como de cuerpo:

¡Menos después de nomuertos! Cuando

Recoja nuestra materia el tiempo, y la junte

Segunda ocasión como ahora,

A la luz de la vida no nos volviera,

Este rerenacimiento falso fuera[40],

Siendo ya cercenada la existencia.

Todos nosotros nos nomolestamos

Por lo que fue en un tiempo, se noentristece

Por los sujetotros que hará el tiempo

De la nuestra materia. Si observas

Lo inmenso de los anteriores siglos

Y la variedad, asombrosa, que tienen

Todos los movimientos de movimiento[41],

Conocer podrás con facilidad mucha

Que en la movimientahora se combinaron

Más de una vez los elementos mismos.

No comprensible esto a la memoria,

Porque median novidas en nuestra vida

Y se extravían los entendimientos

De nuestras almas con los sentidos

Recobrados pese a los movimientos.

No hay pues que de desgracias ser temerosos

Se vive aquel notiempo que no podría

Dejarse estas sentir como la nomuerte,

Si se quita de la vista aquel sujetotro

A quien nipueden caber los infortunios

Que sufrimos en verdad al presente,

Su noexistencia presente es anulación,

Todo debe notemer; desgraciado

Se nopuede hacer el hombre que noexiste:

Y aquel a quien robó la efímera nomuerte

Una vida real, se halla lo mismo

Que si hace poco nacido hubiera[42].

Por ello, cuando observes indignarse

Un hombre por lo que le espera una vez

Nomuerto, por verse consumidor de carne

Humana, o por ser cazado como animal,

O por verse careciendo de razón,

No es sincero en verdad, y en su interior

No se percata de la mal fundada inquietud:

Si le oímos no duda que la nomuerte

Acaba cualquier sentimiento en él:

Pero no es congruente, creo yo:

No nomuere todo él, y sin conocerlo

Deja supervivir parte de su razón.

Pues cuando en realvida se imagina

Que será remuerto, su cadáverviviente,

Por sus padres y hermanos, se duele

De su misma desventura y desgracia;

Porque no se quita de sí mismo

Ni la compuesta alma se retira

Bastante el infeliz, y cree

Que la tiene aún, y sin dejar su postura,

Le anima con un autosentimiento:

Porque si es efectivamente una desgracia

En la nomuerte ser remuerto por familia,

Encuentro yo el Noser insensible igual

En alimentarse de carne cruda humana,

En nodisfrutar de la música, el paisaje,

En noreconocer a tus seres queridos.

Y de vagar con el hambre como impulso,

No te verán igual en tu antes alegre casa,

No te verá igual la virtuosa esposa,

Ni los tiernos hijos a tu encuentro

Saldrán corriendo a buscar tus besos

Por tácito miedo a ser devorados por ti:

No te escudarás, ni a tus amigos ni a ti,

Con gloriosas obras pasadas

“¡Infeliz! ¡Oh no feliz! Gritan; un momento

Fatal te roba todos los goces

De la realvida feliz”; pero no dicen.

«Ya no te quedará sentimiento o razón».

Si esto tuvieren presente y siguieren

A la práctica sus dichos, se libraren

De pena y temor de en nomuertos convertirse.

En un apaciguamiento y sopor tu alma

En la nomuerte, muchos momentos hasta llegar

La segunda muerte, no tendrá, seguro,

Melancolías dolorosas: empero

Al lado de montañas de cadáveres bienmuertos

Los vivos sí derramarán lágrimas a ríos

Sobre ti, ya sin cabeza servible;

Ni con tiempo se borrará el dolor en nuestro

Vivo pecho. Si yo pregunto

Qué es ese amor tan acendrado,

Si en nada se convierte cuando uno noes,

¿Para qué podrirnos los vivos también con

Tanto llanto? De corazón dicen los vivos

En los convites, con bebida en mano

Y con guirnaldas; «Al consciente regocijo

Entreguémonos pues;

El fruto del placer único se va pronto;

Luego se irá para siempre dejarnos».

El primer mal que en la nomuerte temen

Es que a los convertidos les duela

La inacabable hambre, y sufran

Por el cuerpo destrozado o por recuerdos

De su vida perdida. No es un sueño lo que

Sufren, el alma está inservible no dormida.

Nomolesta el noser.

No dejan de funcionar, sin embargo,

Los movimientos y los sentimientos,

Durante el sueño, que, despertando el vivo,

No los pueda colocar como antes.

Pues la nomuerte incluye bastante menos

Que el sueño, si posible es tener niveles

El noser, ¿por qué provoca más miedo

Y confusión la nomuerte en los valores,

Si ella no transige que el vivo despierte

Una vez obtuvo movimiento de hambre?

En fin, si repentinamente la voz dirigiera la

Naturaleza, y estas quejas

A quienquiera de nosotros sugiriera:

¿Por qué ¡oh vivo efímero! Desesperas mucho?

¿Por qué plañes desmedidamente?

¿Por qué gimes la nomuerte y la muerte,

Que, al final, son la misma condición?

El poeta Tito Lucrecio Caro[43] realiza en este extenso poema una magistral y artística argumentación contra el miedo y el desasosiego que las ideas —o pesadillas— de convertirse en un zombi y de morir completamente pueden producir. Ambas situaciones implican la pérdida de la racionalidad, por ello es que, para los fieles seguidores de la doctrina de Epicuro, no hay por qué temer a algo que no es sino la no sensación, la insensibilidad, la inexistencia, el no ser; no hay por qué temer ni a estar zombi ni a estar muerto, que son el mismo estado. Tampoco se debe de pensar que una vez convertido o muerto se va a sufrir.

El fragmento recogido se enfoca con mayor énfasis en la crítica al miedo de ser un zombi. Ese miedo tiene muchas sinrazones para los epicúreos. Afirmar que una vez convertido en zombi alguien va a sufrir desgracias es una falsedad, pues ese alguien ya no va a sentir nada, «la nomuerte/Acaba cualquier sentimiento». El humano zombi ya no sabe lo que es la vida, ni siquiera lo que es una desgracia, un dolor o un placer. La pérdida de la capacidad para pensar, para razonar y, probablemente, de recordar, de un zombi es indicativo de que ese (no)ser ya no puede poseer sufrimiento en el sentido sentimental. Pero, el que está zombi, tampoco padece dolor físico simple alguno; no grita, no se queja por dolores físicos y, dicen los epicúreos, los hechos empíricos lo confirman, pues los zombis cuando son amputados, cortados, disparados, o lo que fuere, no muestran signos de dolor, como tampoco lo muestran aunque tengan mucho tiempo de no haberse alimentado. Por ende, el zombi no sufre por «alimentarse de carne cruda humana», ni por «nodisfrutar de la música o el paisaje», ni por «noreconocer a tus seres queridos», ni sufre por ninguna otra cosa: es un simple muerto que camina.

Creemos que la frase «noreconocer a tus seres queridos» es un gran argumento contra el miedo a ser convertido. Pues, si ya se ha dicho que ser zombi es no-ser y, por ello, significa estar en la insensibilidad y en la ausencia de todo dolor, también aquí se reconoce que ser zombi significa ya no pensar ni tener memoria. La incapacidad de reconocer a tus allegados es falta, incluso primaria, de racionalidad; hasta los animales identifican a los suyos pero el zombi ni siquiera hace eso. Además, si el zombi no reconoce a los que fueron sus seres queridos en vida, por eso mismo puede comérselos sin remordimiento alguno (en caso de que tuviera). Al zombi no le provoca dolor comerse al que fuera su padre, su hermano, su hijo, porque carece de sentimientos.

Es muy común que los vivos pensemos sobre qué pasaría si fuéramos convertidos en zombis, que imaginemos qué harían nuestros allegados, a quiénes nos comeríamos, cuánto duraríamos en ese estado. Y es muy común que muchos de esos pensamientos nos entristezcan porque pensemos que seríamos muertos por nuestro esposo o esposa, que mataríamos a nuestros padres, que lastimaríamos a nuestros seres queridos, etc. Pero todos esos pensamientos, para Epicuro, no deben de entristecernos porque para imaginar lo que haríamos como zombis estamos partiendo de una idea equivocada: que los actos que se hacen como zombi son deliberados. Nosotros no podemos hacer nada como zombis, los zombis son puro movimiento involuntario, irreflexivo e insensible, en otras palabras, los zombis ya no somos nosotros, son muertos caminando. Por lo que no podemos decir cosas como «cuando me convierta podría matar a mi madre», porque el convertido ya no soy yo, es otra cosa, cualquier otra cosa si se quiere, pero no yo; lo único que, una vez convertido, se podría decir es «un zombi podría matar a mi madre» o, a lo más, «mi cadáver podría matar a mi madre», estas dos últimas frases serían desgracias no presentes para mí pero no porque yo las cause, sino porque sencillamente es desgraciado que un ser querido muera comido por un zombi (que no soy yo). Y quizá tal suceso no sea ni siquiera doloroso para mí pues, al fin de cuentas, una vez convertido ya no sabría nada más del mundo y nunca me enteraría de lo que fue de mi cadáver ni de mi madre; es probable que el zombi surgido de mí ni se habría de comer a mi progenitora pero en caso de que lo hiciera, yo ni me enteraría, luego, yo no sufriría ni sería una desgracia para mi ese acontecimiento.

Entonces, Lucrecio puntualiza la incongruencia de muchos que consideran que ser convertido en un zombi es una desgracia. Uno mismo podría imaginarse comiendo carne cruda, o siendo cazado por otros humanos incluyendo a los seres queridos, o puede uno verse asesinado por sus familiares, o ser rechazado por esposa e hijos: ninguno de los casos anteriores es causa de dolor para un zombi, ni para el vivo de donde surgió ese zombi.

Que mi cadáver en movimiento coma carne cruda humana no es una desgracia para mí ni debe causarme dolor porque ni la estoy comiendo yo ni nunca veré ni me percataré de tal cosa. El que mi cuerpo muerto sea cazado no es una desgracia porque con ello de hecho se está tratando de prevenir un mal. El que mi cadáver sea rechazado por mis hijos o esposa es más que comprensible porque se trata de un cuerpo en putrefacción sin racionalidad, y tal cosa ya no soy yo.

Cualquier ser humano vivo se imagina él mismo como zombi comiendo carne cruda y siendo rematado y rechazado por los suyos, pero se imagina cosas que nunca va a ver directamente; debe de percatarse el vivo que nunca va a verse a sí mismo como zombi atacando o siendo atacado por otros humanos vivos, porque una vez convertido en zombi se pierde toda noción de la existencia previa, se pierde toda capacidad racional para dilucidar qué es la existencia y su contenido, se pierde la capacidad misma de sentir dolor de cualquier tipo, se pierde toda memoria del ser que se era y se pierde prácticamente toda la sensibilidad física.

Se conjeturó que el zombi no carece tampoco de todo sentir físico, no pierde los sentidos del tacto, del oído, del olfato o de la vista, pero se dijo que en esos sentidos funcionan en su nivel más básico, incluso más básico que en muchos animales. El tacto no lo pierden los muertos vivientes sino, se preguntaban los epicúreos, ¿cómo pueden «saber» los zombis que están agarrando a una oveja, a un perro o a un ser humano vivo para comérselo, si no tienen capacidad de sentir lo que tocan? Si adolecieran de tacto no sabrían cuándo sí y cuándo no están agarrando a un ser vivo y, entonces, siempre se les escaparía la presa. El oído, el olfato y la vista tampoco las pierden, si no, ¿cómo saben a dónde dirigirse, cómo saben dónde están los vivos que deben de comerse, y cómo, si no con los sentidos distinguen a los humanos vivos de los no-muertos, de los animales, de las plantas y de las demás cosas inertes? Y se supone que los sentidos que aún conservan funcionan con un mínimo de memoria que les queda.

Actualmente es ampliamente aceptado que la memoria que más conservan los zombis es la olfativa. Siendo el olfato el sentido que más dispara la memoria en el vivo, parece que también en el no-vivo. Tal circunstancia concuerda con los hechos porque parece que ni el tacto, ni el oído, ni la vista, les ayudan con efectividad a identificar a los vivos (cuántas veces no hemos engañado a los zombis haciéndoles creer que el ruido proveniente de algún lugar indica que en ese lugar hay un humano vivo, por ejemplo). ¿Qué significa esta circunstancia, que también fue intuida por Epicuro? Que el zombi identifica a los vivos con su escasa memoria olfativa, pero que nunca identifica quiénes son esos vivos a los que huele. Nunca identifica el zombi si los vivos a los que ataca fueron sus amigos o sus enemigos, si fueron cercanos o lejanos a él en su vida previa, no tiene la capacidad racional ni la memoria para esta identificación más compleja. Por ende, según el filósofo, si tú te conviertes en zombi entonces ese cadáver podrá comerse a la que era tu familia, y no a la que es tu familia. De cualquier forma ese zombi surgido de ti devora sin saberlo y sin sufrir por ello.

Conjeturaron los epicúreos también que el zombi no tiene memoria ni de lo visual, ni de lo que toca, ni de lo que oye. Lo cual se comprueba, en lo visual y en lo táctil, en los casos en que un vivo «engaña» a un zombi al cubrirse de sangre y tripas de otros zombis. Según tales filósofos ese engaño es posible debido a que el zombi se deja llevar por su olfato y, aunque los vea o incluso los toque, no puede identificar a los vivos. Lo dicho sugiere que, al ver a los zombis con la vista o el tacto, el zombi no ataca a los vivos porque no puede recordar cómo son visual y táctilmente los vivos y porque solo está conduciéndose por la —poca— memoria olfativa que le queda. El zombi siempre recuerda que los zombis huelen a podredumbre y entrañas y por eso no ataca a sus congéneres ni a los vivos que tienen tal olor[44]. Los epicúreos aseguran la falta de memoria auditiva en un zombi porque este parece ser igualmente atraído hacia cualquier ruido: no parece dar preferencia en dirigirse hacia el ruido provocado por el motor de un carro, o al provocado por la caída de una cascada, o al de los gritos de un vivo. Los zombis no recuerdan con precisión cuáles son los ruidos humanos y cuáles los no-humanos; por eso es que los vivos han sobrevivido a los zombis al ser atraídos estos por sonidos provenientes de otros lugares diferentes a los que se encuentran los humanos.

La poca memoria que el zombi conserva no le otorga características de un humano vivo; aún cuando tuviera más memoria de lo que fue en vida, no podría utilizar con propiedad esa memoria pues su psique está dañada, no tendría la misma capacidad racional que antes de su conversión.

Los epicúreos aseguraban que el zombi no tenía absolutamente nada de memoria ni de sentir psicológico, de cualquier manera, el hecho de que las tengan no afecta en nada su teoría: los zombis, pese a su ínfima memoria y a sus sentidos físicos conservados, adolecen por completo de la capacidad de sentir dolor y placer y, con ello, son incapaces de ser felices. Con ello, son incapaces de obtener el objetivo medular de la filosofía epicúrea para los humanos, es decir, conseguir la felicidad o la ataraxia —el estado de imperturbabilidad ideal—. Los zombis no son imperturbables sino insensibles.

Dice Lucrecio que el vivo consiste en el buen funcionamiento tanto del alma como del cuerpo: «Siendo nosotros buena/Función tanto de alma como de cuerpo», por lo que, cualquier otro ser que no tenga en buen funcionamiento de ambas partes de manera simultánea no es un realvivo, como es el caso del zombi. Un vivo con mal funcionamiento de su alma, podríamos decir un psicópata, sigue siendo realvivo porque su cuerpo funciona bien en cuanto cumple con sus actividades normales. De la misma manera, alguien sano del alma pero con el cuerpo dañado sigue siendo un realvivo.

Ahora podemos decir que la psique del muerto viviente no funciona bien, no por ausencia de la capacidad de sentir o de recordar (hay gente que padece pérdida de la memoria y no por ello dejan de razonar correctamente ni de tener consciencia de sí mismo), sino porque no tiene conciencia del mundo ni de sí mismo (repetimos, los epicúreos dirían que ni siquiera tiene alma pues está muerto). El zombi no tiene en buen funcionamiento su cuerpo, de hecho, su cuerpo ya está muerto, pero funcionan, con atrofia, algunos de sus órganos (y no solo el cerebro). El zombi es pues un ser que ya no es humano, un ente que ya está muerto, es decir, que ya no es un realvivo ni un semivivo.

Epicuro fue quizá radical en afirmar que el zombi ya no sentía absolutamente nada mentalmente hablando porque había perdido el alma, pero esta afirmación tenía un propósito terapéutico, quería causar impacto en sus oyentes para poder extirpar en verdad y por completo el miedo a convertirse en zombi. Así, identificó al zombi con el muerto absoluto, con la nada, con el no-ser, y, como el zombi es no-ser entonces no hay sensación ni nada dentro de ese cadáver en movimiento. Los epicúreos pensaban que el vivo convertido en zombi había perdido el alma, que se le había destruido, literalmente, y por eso ya no se trataba de un humano vivo. El zombi adolece de las cualidades indispensables para ser feliz, en el sentido epicúreo o en cualquier otro y, por ello, también se establece que ya no es un humano.

Creemos que el esfuerzo por eliminar el miedo a «ser» zombi tiene un gran sostén en la argumentación de que ser transformado en ese ente no es sino estar muerto por completo. Si se elimina el miedo a la muerte, la cual significa el no-ser, se elimina el miedo a ser convertido porque ser convertido es ser muerto. Lo que suceda después de convertido, es decir, después de muerto, ya no nos afecta en el sentido de que ya ni nos percataremos de ello y por eso no nos hará sufrir al llegar a tal estado. Así como no vivimos directamente la eternidad que existió antes que nosotros así tampoco vivimos la eternidad que sigue después de nosotros. Así como no nos angustiamos por la eternidad previa así tampoco lo haremos por la eternidad posterior.

El ser convertido es ya entrar en la eternidad del no-saber, del no-estar-consciente, y no hay que angustiarnos por esa entrada porque una vez dentro de esa situación ya no sufriremos (por eso más hay que disfrutar el placer consciente).