[1] La exposición de París de 1900 celebraba la paz y la prosperidad, así como la hegemonía de Europa en el mundo. Sus muestras, sin embargo, dejaban entrever algunas de las tensiones que al final acabarían con uno de los periodos de calma más largos de la turbulenta historia de Europa.

[2] Una boda familiar en Coburgo en 1894 da fe de los muchos vínculos que unían a las familias reales europeas. La mayoría de los presentes estaban emparentados con la reina Victoria, sentada al frente y vestida de negro según su costumbre. Su nieto, Guillermo II, el Káiser de Alemania, está a la izquierda, y detrás de él, su primo Nicolás, a punto de convertirse en zar de Rusia. El hijo de Victoria, el futuro Eduardo VII, está justo detrás de este último; mientras que la futura zarina, Alejandra, aparece entre Guillermo y Victoria.

[3] Aunque Guillermo (derecha) adoraba a su abuela la reina Victoria, tenía una relación incómoda con su hijo y sucesor Eduardo VII (izquierda), de quien sospechaba que planeaba crear una coalición contra Alemania. Eduardo le correspondía en esa desconfianza, y encontraba agotador a su sobrino.

[4] Otto von Bismarck fue el mayor estadista de su tiempo. No solo creó el nuevo estado de Alemania en 1871, sino que dominó las relaciones internacionales de toda Europa.

[5] Francisco José, el emperador austrohúngaro, gobernó un menguante e inestable imperio en el corazón de Europa (1848-1916). Poseía un fuerte sentido del deber, y su vida estuvo marcada por una rutina rígida y un trabajo incesante.

[6] Para muchos, Robert Cecil representaba la serena autoconfianza de las clases altas británicas y de la propia Gran Bretaña. Rico, inteligente y bien relacionado, fue tres veces primer ministro por el partido conservador, entre 1885 y 1902.

[7] Jean (o Iván) de Bloch fue un financiero ruso que comprendió que una nueva guerra general podía terminar en un empate, cuyos costes resultarían intolerables para las sociedades de Europa.

[8] Alfred von Tirpitz estaba convencido de que Alemania necesitaba una gran armada para convertirse en una potencia mundial. Guillermo II, que compartía sus aspiraciones, lo nombró ministro de la Marina en 1897, y Tirpitz puso en marcha un colosal programa de construcción naval.

[9] Hombre enérgico y empecinado, el almirante John Fisher revitalizó y reorganizó la armada británica para enfrentarse al creciente peligro que representaba Alemania. Trajo de vuelta a aguas británicas a gran parte de la flota, e inició la construcción de los enormes acorazados.

[10] Dedicado a restablecer el poderío y el prestigio de Francia tras la humillación sufrida a manos de Bismarck y Alemania, Théophile Delcassé fue uno de los ministros de Asuntos Exteriores más competentes y veteranos con que contó la tercera república.

[11] Nicolás II, zar de Rusia, y su esposa alemana Alejandra (centro), vivían recluidos con sus hijos en las afueras de San Petersburgo, y continuaban creyendo, pese a la creciente inestabilidad del país, que el pueblo ruso mantenía su lealtad hacia ellos. De izquierda a derecha, las hijas son María, Olga, Tatiana y Anastasia. El niño es Alexis, el heredero al trono, aquejado de una peligrosa enfermedad: la hemofilia. Todos fueron asesinados por los bolcheviques en 1918.

[12] El Domingo Sangriento, como dio en llamarse, tuvo lugar en enero de 1905, durante el periodo de inestabilidad que generó en Rusia la derrota militar contra Japón. Las tropas imperiales dispararon contra una manifestación pacífica, en la que iban muchos trabajadores, que se dirigía al palacio de Invierno de San Petersburgo para presentarle al zar una petición de reformas.

[13] Jean Jaurès, destacado socialista francés, fue uno de los más vehementes pacifistas de Europa. Esperaba convertir la segunda Internacional de partidos de izquierdas y sindicatos en una sólida fuerza unificada en contra de la guerra. En la crisis definitiva de 1914, se mantuvo luchando por la paz hasta el último momento. Un nacionalista francés de derechas le mató de un disparo poco después de que la guerra estallara.

[14] Bertha von Suttner, escritora y activista, fue una de las figuras más destacadas del creciente movimiento internacional por la paz antes de la Primera Guerra Mundial. Bertha trabajó incansablemente a favor del desarme y de la resolución de los conflictos por métodos pacíficos, y convenció a Alfred Nobel, el magnate de los explosivos, de que donara una considerable fortuna para el premio de la paz que lleva su nombre.

[15] A lo largo y ancho de Europa se exhortaba a los civiles a emular al ejército y a mostrar cualidades como la disciplina, el sacrificio y el patriotismo. Los scouts y cadetes eran una manifestación del militarismo. Estos chicos de los Balcanes también muestran la progresiva preparación para la guerra en aquella turbulenta zona del mundo.

[16] Conmemorar a grandes figuras y acontecimientos del pasado contribuía a alimentar el intenso nacionalismo que distinguió a tantas sociedades europeas de 1914. Aunque a menudo era fomentado por dirigentes ansiosos por superar las divisiones internas, el nacionalismo también venía de abajo. Aquí, los habitantes de un pueblecito de Francia celebran a Juana de Arco, a pesar de que esta combatió contra el nuevo amigo de Francia: Inglaterra.

[17] El general Joseph Joffre (izquierda) se convirtió en jefe del estado mayor francés en 1911. Eficiente y flemático, Joffre inspiraba confianza en los políticos. Como muchos otros, estaba imbuido de la idea de la ofensiva. Su compañero civil en estas maniobras militares es el presidente Raymond Poincaré (centro), ardiente nacionalista.

[18] Helmuth von Moltke, jefe del estado mayor alemán, era un hombre pesimista y depresivo que no se sentía a la altura de los deberes de su cargo. Durante la crisis de 1914 sufrió un colapso nervioso.

[19] Aunque astuto y competente, Vladimir Sujomlínov era también vanidoso y corrupto. Contribuyó a preparar a las fuerzas armadas para la guerra, pero sobreestimó su capacidad para pasar a la ofensiva. En 1916 fue juzgado por abuso de poder y traición.

[20] Alfred von Schlieffen dio su nombre al plan Schlieffen, el cual establecía que Alemania debía luchar en una guerra de dos frentes, contra Rusia y contra Francia. Al violar la neutralidad de Bélgica, que Alemania se había comprometido a respetar, este plan incrementaba significativamente las posibilidades de que Gran Bretaña entrara en la guerra.

[21] Bernhard von Bülow fue el canciller de Alemania, y el artífice de su política exterior, entre 1900 y 1909. Se las arregló para mantener relativamente controlado a su difícil superior, Guillermo, pero no logró impedir que se emprendiese una carrera armamentista naval contra Gran Bretaña.

[22] En 1905 el káiser Guillermo recorrió a caballo las angostas calles de Tánger, aclamado por una multitud que acaso esperaba que salvase a Marruecos de la dominación francesa. El gobierno alemán, que anhelaba deshacer la muy reciente amistad entre Francia y Gran Bretaña, insistió en esta visita, pese a que Guillermo la consideraba un error.

[23] Herbert Asquith fue primer ministro por el partido liberal entre 1908 y 1916. Fue un hábil político, que preservó la unión dentro de un partido dividido y que tuvo que lidiar con una Gran Bretaña cada vez más turbulenta y una Irlanda rebelde. Solía dejar los asuntos exteriores en manos de Grey.

[24] Al igual que la mayoría de los estadistas del Imperio austrohúngaro, Alois Aehrenthal, ministro de Asuntos Exteriores, provenía de la aristocracia. Profundamente conservador, se consagró a servir al emperador y a que su país conservara su carácter de gran potencia.

[25] Sir Edward Grey, ministro de Asuntos Exteriores británico entre 1905 y 1916, era un liberal que creía en el imperio, un estadista al que no le gustaban los países extranjeros, y un moralista que sospechaba que todos los demás tenían intenciones mezquinas.

[26] Conocido como «Apis», o el Toro, por su físico imponente y su carácter, el coronel Dragutin Dimitrijević era el jefe de la inteligencia militar serbia en 1914. Profundamente involucrado en las sociedades secretas nacionalistas serbias, alentó el complot para asesinar al archiduque austriaco Francisco Fernando en Sarajevo.

[27] Las tropas búlgaras se dirigen a combatir contra el Imperio otomano en la primera guerra balcánica de 1912, sin sospechar lo que les aguardaba. Aunque los otomanos fueron derrotados por una alianza de los estados balcánicos, el ejército búlgaro quedó muy maltrecho.

[28] Francisco Fernando, el heredero al trono del Imperio austrohúngaro, y su esposa Sofía emprenden su último viaje, una mañana de verano en Sarajevo. La ocasión no podía ser más inoportuna, pues coincidía con el día nacional de Serbia. Pese a las advertencias sobre planes terroristas, se descuidó la seguridad. Su muerte sacó de escena al único hombre cercano al emperador que quizá pudiera haberle aconsejado no ir a la guerra. Gavrilo Princip (recuadro), un apasionado nacionalista serbio, disparó contra la pareja real. Por ser menor de edad en aquel momento, no pudo ser ejecutado. Sentenciado a prisión, murió de tuberculosis en 1918, sin arrepentirse de la catástrofe europea que había contribuido a desatar.

[29] El 31 de julio de 1914, Alemania dio el primer paso hacia la movilización general, y por ende hacia la guerra contra Francia y Rusia. De pie frente al viejo arsenal de Berlín, un teniente anuncia el estado de «amenaza de guerra inminente», al modo tradicional.

[30] El conde Franz Conrad von Hötzendorf veía a su país rodeado de enemigos, desde Italia y Serbia por el sur hasta Rusia en el este. Su recomendación durante las varias crisis anteriores a 1914 fue invariablemente la guerra.

[31] Apuesto, culto e inmensamente rico, el conde Leopold Berchtold fue ministro de Asuntos Exteriores del Imperio austrohúngaro entre 1912 y 1915. Aunque prefería la paz, se fue convenciendo de que había que acabar con Serbia.

[32] István Tisza, aristócrata húngaro, fue jefe de gobierno en dos ocasiones. Inteligente, orgulloso y obstinado, luchó por mantener el dominio húngaro sobre las grandes minorías nacionales en el seno de Hungría. Reacio en un principio a apoyar una guerra contra Serbia, terminaría cambiando totalmente de opinión.

[33] Como muchos otros líderes civiles, Theobald von Bethmann Hollweg, canciller de Alemania entre 1909 y 1917, gustaba de aparecer en uniforme militar. Aunque deseaba mejorar las relaciones con Gran Bretaña, no fue lo bastante fuerte como para imponerse a Guillermo y a Tirpitz y frenar la carrera armamentista naval.

[34] En una escena que se repetiría a lo largo y ancho de Europa, unas familias de Berlín dicen adiós a los hombres que han sido llamados de vuelta al servicio militar. Estas tropas de la reserva bien podrían haberse dirigido a las líneas del frente, algo con lo que no habían contado los franceses. En consecuencia, los ejércitos franceses y la diminuta fuerza expedicionaria británica afrontaron un ataque alemán mucho más fuerte de lo que habían previsto.

[35] Los nacionalistas franceses nunca aceptaron que las provincias de Alsacia y Lorena hubiesen caído en poder de Alemania en 1871, y en París, la estatua que representaba a Estrasburgo, la capital de Alsacia, había sido cubierta en señal de duelo. Al iniciarse la guerra entre Francia y Alemania en agosto de 1914, una multitud corrió hacia la plaza de la Concordia y le arrancó el velo negro.

[36] Aunque después vendría mucha más destrucción, el incendio de la gran biblioteca de Lovaina por parte de las tropas alemanas, a su paso por Bélgica, fue un símbolo de lo que le hizo la Primera Guerra Mundial a la civilización europea. Este acto contribuyó también a que la opinión pública de los países neutrales, sobre todo la de Estados Unidos, se volviese contra Alemania.