Marnie
Subió inexorablemente hacia la superficie.
… Sigo aquí… Sigo viva…
Desesperada por olvidar, trató de sumergirse de nuevo en la nada, pero volvió a emerger de un salto, como una botella de plástico asomando sobre las olas. Nada podía hacer ya, había regresado, estaba consciente, estaba —desalentadoramente— viva. ¿Hasta dónde tendría que llegar?
Automáticamente buscó una botella con la mirada. La que descansaba sobre la mesita de noche se había volcado y vaciado sobre la moqueta. Tendría que ponerse a buscar.
Se levantó. Sus piernas parecían impulsadas por otra persona, notaba un fuerte zumbido en los oídos y tenía la lengua pastosa y entumecida, como envuelta en parafina.
Transportada por unas piernas ajenas, bajó las escaleras hasta el vestíbulo, donde la luz del contestador automático parpadeaba. Ignoraba cuándo había desarrollado ese miedo a escuchar los mensajes. (Lo mismo le sucedía con el correo: a duras penas podía mirarlo, y no digamos abrirlo y clasificarlo en ordenados montones).
Haría bien en escuchar los mensajes. Había pasado cerca de cuatro días inconsciente, algo podría haber sucedido. Cuando oyó la voz de su madre, se mordió el pulgar para ahuyentar el pavor. Pero eran buenas noticias: Bid estaba mejor.
Estaba demasiado atontada, todavía demasiado aturdida por la resaca para alegrarse. Pero sabía que se alegraba, simplemente estaba demasiado anestesiada para poder sentirlo.
Había un segundo mensaje. También de su madre. Damien y Grace se habían separado. Grace se había marchado de casa y estaba viviendo de nuevo en su antiguo cuarto.
—Algo relacionado con Paddy de Courcy —decía su madre—. Lo está pasando mal.
La noticia era tan alucinante que Marnie se hundió en el frío parquet y volvió a escuchar el mensaje para asegurarse de que había entendido bien.
Quién lo hubiera dicho. Grace y Damien parecían tan… unidos. Tan inseparables.
Por lo visto Paddy de Courcy era aún más poderoso, más destructivo, de lo que había creído.
Debería estar contenta. Contenta de que Grace estuviera pagando por tontear con quien no debía. Y contenta de no ser ella la única persona a quien Paddy de Courcy había destrozado. Después de todo, si podía pasarle a la fuerte y atemorizante Grace, podía pasarle a cualquiera.
No obstante, le sorprendió sentir que algo se abría paso a través del insensible y zumbante campo de fuerza que rodeaba sus sentimientos. Pobre Grace, pensó mientras un soplo de compasión ablandaba su endurecido corazón. Pobre Grace.