Lola

Viernes, 16 de enero, 10.07

Sonó móvil. Nkechi. Otra vez. Había pasado en Nigeria las dos primeras semanas de enero (único momento del año verdaderamente tranquilo para estilistas), pero desde su regreso no me había dejado en paz. Me tenía martirizada, la verdad. Estaba en proceso de «escindir» sus clientas de las mías. ¿Escindir? ¿De dónde había sacado esa expresión? De mí, desde luego, no.

De acuerdo con su acertado pronóstico —¿no es fabulosa? (no estoy en plan sarcástico, bueno, puede que un poco)— no todas las clientas querían «escindirse» con ella y Abibi, sino que preferían quedarse conmigo. Lista bastante respetable, la verdad. Muy conmovedor. Está bien que tengan buena opinión de una.

Pero Nkechi —faltando a su palabra— se negaba a aceptar decisión de algunas de «mis» damas. Quería unas cuantas, o sea, las más gastadoras, para ella. Se pasaba el día llamándome. Negociando.

Abrí bruscamente teléfono.

—¿Nkechi? —Tono de mi voz lo decía todo—. ¿Qué diantre quieres ahora?

—Te propongo algo —dijo.

Me dispuse a escucharla. ¿Qué acuerdo insultante, desigual, se disponía a plantearme ahora?

—Te damos a Adele Hostas, Faye Marmion y Drusilla Gallop a cambio de Nixie Van Meer.

¡Hay que tener morro! Adele Hostas pasaba de la Navidad, Faye Marmion era patológicamente imposible de complacer y Drusilla Gallop era una delincuente que estrenaba los vestidos pero luego decía que no se los había puesto e intentaba «devolverlos» apestando a tabaco y Coco Chanel y con un cerco de maquillaje en el cuello. Nixie, por el contrario, era rica, derrochadora y simpática.

—Tres clientas —insistió Nkechi— por el precio de una ¿Hay trato?

—No —dije— Nixie Van Meer no está en venta.

—Eso ya lo veremos —farfulló misteriosamente Nkechi antes de colgar.

Rediós. Agotada, hundí cabeza en manos. Estaba peleando por mi sustento. En ese caso —pregunta que llevaba tiempo tratando de eludir—, ¿qué hacía todavía en Knockavoy?

Mi exilio había tocado a su fin, había cumplido mi condena, podía irme. Necesitaba irme, si quería conservar mis clientas. Tenía responsabilidades para con ellas: mujer de alta sociedad sin estilista era como hombre con una sola pierna en carrera de obstáculos. Mis damas habían sido más que pacientes durante mi otoño «sabático» (o mi «crisis», hablando con claridad) y si no me dejaba ver pronto por Dublín, creerían que no era mi intención volver y se buscarían a otra.

Nkechi, olfateando mi debilidad, acechaba como un tiburón Porque, para ser franca, no tenía ningunas ganas, pero ningunas, de marcharme de Knockavoy.

¿Me había convertido formalmente en mujer de campo? ¿Era incapaz ya de abrirme camino en la gran ciudad? Aunque Dublín no era exactamente una gran ciudad Nada que ver con Sao Paulo (20 millones de habitantes) o Moscú (15 millones)

10.19

Volvió a sonar teléfono. Me preparé para soportar presión de Nkechi. Pero no era Nkechi, sino Bunny, tía de Bridie (¿he mencionado que su familia es experta en nombres peculiares? Ni siquiera el verdadero nombre de Tío Tom es Tom. En realidad se llama Coriolano y Tom es un apodo. Insistía en que le llamaran Tom porque no quería que a la gente le diera por buscar diminutivos de Coriolano y acabara llamándole «Ano». Historia real), diciendo que quería pasar Semana Santa en cabaña del Tío Tom.

—Me he dado prisa en llamar —dijo—, porque enseguida hay overbooking.

—Sí, claro, ja, ja. Es una casa muy popular, a pesar de no tener tele.

Colgué y tragué saliva. Tremenda conmoción. En serio, catastrófica. Punzadas en oídos.

Claro como agua. Universo decididamente inequívoco. Tenía que volver a Dublín.

Naturalmente, siempre había sabido que no podía quedarme para siempre. Naturalmente, siempre había sabido que pronto sería primavera y enorme familia de Bridie empezaría a pensar en minivacaciones, aire puro y ozono. Naturalmente, sabía que era afortunada por haber podido disfrutar de larga estancia ininterrumpida. No era tonta, solo propensa al autoengaño. A lo largo de estos meses me había permitido cierta negación. Si hacía ver que nunca tendría que marcharme, nunca tendría que marcharme. Pero negación, amiga infiel, endeble, no protege contra verdad cuando esta decide ir a por ti.

Muy bien, vergonzosa confesión. Ahí voy. Había estado barajando embrionaria posibilidad de establecerme en Knockavoy. Sorprendente, lo reconozco. Había fantaseado con conservar mis clientas más agradables y/o rentables de Dublín, haciendo viajes para ocuparme de sus necesidades, mientras me creaba clientela aquí. Detalles poco desarrollados en cabeza, aunque sabía que sería mucho trabajo. Implicaba conducir muchas horas y tranquilizar constantemente a clientas inquietas como caballos de carreras que insistían en disponibilidad las veinticuatro horas del día, y nunca ganaría lo mismo que si estuviera afincada en Dublín. Pero merecía la pena si eso me hacía feliz, ¿no?

Universo, sin embargo, no quería ni oír hablar del tema. Universo me estaba echando de preciosa casita y mandándome con dedo largo, huesudo y cadavérico de nuevo a gran ciudad.

Me envolvió profundo pesar, casi tan profundo como en triste cena navideña con papá y tío Francis.

Había venido a Knockavoy para escapar de mi caótica vida, para ocultarme hasta recuperar cordura, pero resulta que, inesperadamente, era feliz aquí. Solo ahora empezaba a ser consciente de que se acercaba el final. Típico.

11.22

Entré en cocina, me detuve frente a ventana, miré casa de Considine y me pregunté si Chloe vendría hoy a noche travesti.

La semana antes, nuestro primer viernes después de Navidad, no había venido. Tampoco me había invitado a ver Ley y orden. De hecho, no la veía desde noche de Thelma y Louise.

Sinceramente, me preocupaba mucho que mi espontáneo beso hubiese causado problemas entre Considine y Gillian y herido de muerte mi amistad con Chloe.

No era primera vez que besaba a una mujer —Paddy se había encargado de eso— pero era primera vez que lo hacía sin hombre velludo mirando y masturbándose.

Chloe besaba de maravilla. Era lenta, dulce, sexy. Besaba con toda la boca, no solo con la lengua como si fuera duelo de espadas, como hace mucha gente.

Mientras nos besábamos la cabeza me había dado vueltas y las rodillas me habían floqueado. Luego Chloe se puso tensa como una cuerda de guitarra y se apartó. Escandalosa realidad me cayó como cubo de agua helada.

—Me había olvidado… —tartamudeé—… de Gillian.

Pobre cara de hurón. Pensaba que su novio estaba pasando inocente noche vistiéndose de mujer y en lugar de eso se estaba pegando sexy lote conmigo.

—Chloe, lo siento, lo siento mucho…

—No te disculpes, Lola. También ha sido culpa mía.

—Me he dejado llevar por el subidón de adrenalina de nuestro encuentro con la poli. No volverá a ocurrir.

—¡Sí, claro, un subidón de adrenalina!

Regresamos al coche e hicimos resto de trayecto en silencio por encima de límite de velocidad.

Al día siguiente por la mañana viajé a Birmingham para pasar cuatro días de desdicha de proporciones espectaculares con papá y tío Francis. Desde luego, esos dos no podrían divertirse ni aunque les pusieras pistola en la sien. Luego a Edimburgo, con Bridie, Barry y Treese. Nos alojamos en casa de uno de los muchos, muchísimos primos de Bridie para pasar varios días de juerga y borrachera cantando «La flor de Escocia» y haciendo cosas raras con pedazos de carbón (Aunque el carbón no me va —creo que lo he mencionado alguna vez—, no fue un problema)

No me cabía duda, me había enamorado como colegiala de Chloe, lo cual resultaba aún más absurdo porque Chloe no era mujer de verdad. Pero lo peor de todo era Gillian. Me sentía tremendamente avergonzada. Completamente prohibido insinuarse a individuo «casado». Por muy agradable que hubiera sido beso, lamentaba profundamente habérselo dado.

Me confié a Bridie y Treese para intentar aclarar enmarañados sentimientos, pero no obtuve compasión.

—¡Tu vida parece un culebrón! —declaró Bridie, y procedió a contársela a todos sus primos.

Los primos se la contaron a todos sus amigos, hasta que todo Edimburgo se la supo. Yo me movía por la ciudad tropezando con conversaciones sobre mí «… entonces se tiró a un surfista, que por lo visto está buenisimo, y loco por ella, pese a ser mucho más guapo ¿Y qué hace ella? ¿Se alegra? ¡No! Se cuelga de su vecino de al lado, un travesti. Sí, eso es, ¡el vecino de la cabaña del Tío Tom! El travesti tiene novia desde hace tiempo. Pero no te lo pierdas, a Lola no le gusta el travesti cuando va vestido de hombre, ¡sino cuando va vestido de mujer! ¡Sí, lo sé! ¡Y ni siquiera es bollera!»

Para cuando hombre con boina escocesa se me enrolló en pub y me habló de la «amiga chiflada de Bridie», Jake era regatista dando vuelta al mundo y Rossa Considine transexual que se había cortado el pajarito para conquistarme.

—¿Satisfecha? —pregunté a Bridie.

—Lo siento, Lola, era una historia demasiado tentadora.

El regreso a Knockavoy el 4 de enero, nerviosa y deseando que fuera viernes para poder evaluar situación con Chloe.

Pero viernes llegó y ni rastro de Chloe. Llegaron Natasha y Blanche, luego Sue y Dolores, pero Chloe no.

—A lo mejor no sabe que hemos reanudado nuestras noches —dijo Natasha, frunciendo un entrecejo de lo más desfavorecedor.

—A lo mejor piensa que no empezaremos hasta la semana que viene.

Como si las noches travestis fueran clases nocturnas

—A lo mejor. —Me sentía morir.

Era evidente por qué no había venido. Chloe estaba siendo fiel a Gillian.

Pero yo estaba deseando decirle que el beso de Thelma y Louise no iba a repetirse, que fue reacción ante una situación insólita y cargada de tensión. Tenía que coger toro por cuernos (expresión rural que ahora entiendo. Toro, animal aterrador) pero no podía reunir valor suficiente para caminar hasta puerta de Considine y solicitar audiencia.

Demasiado asustada —sí— de que me enviara al cuerno y no quisiera volver a verme. Decidí dejarlo a destino, confiar en encontrármelo durante fin de semana. Mantenía nerviosa vigilancia, pero ni rastro de Considine. Breve alivio al pensar que podía estar de vacaciones en alguna cueva subterránea del extranjero. Pero lunes por la mañana temprano me despertó al cerrar puerta de su casa. Salté de la cama y lo espié mientras se dirigía a coche ecológico para ir a trabajar. No levantó la vista y entonces tuve certeza de que algo le pasaba. Me odié. Hundida en desesperación.

Lo espié martes, miércoles, jueves y hoy, y ni una vez levantó vista. Era evidente que estaba pasando de mí. Así y todo, todavía confiaba en que Chloe apareciera esta noche.

16.01

Visité cementerio antes de que oscureciera.

—Mamá, no quiero volver a Dublín.

—Todos tenemos que hacer cosas que no queremos hacer. ¿Crees que yo quería morirme y dejarte sola?

—No, pero…

—Siempre pensaste que tu estancia en Knockavoy sería temporal.

—… de acuerdo. —Después de todo, probablemente no me estaba comunicando con mi madre, sino escuchando voz interior, así que podía hacer lo que quisiera…

—¿Por qué me preguntas mi opinión si no piensas tenerla en cuenta? —exclamó la voz de mamá… aunque podía estar equivocada a ese respecto, claro.

—Perdona. Y ya que estoy aquí, ¿qué pasará con Chloe? ¿Vendrá hoy a casa?

Silencio.

—¿Mamá? ¿Mamá?

—Tendrás que esperar a esta noche para saberlo.

18.29

Sonó móvil. Bridie.

—¡Se te acabó el tiempo, Lola Daly! Tengo entendido que te echan de casa.

—Sí.

—Ahora la pregunta es, ¿estás lo bastante recuperada para volver a casa o todavía te resbalan las neuronas? Si me preguntas a mí, creo que estás aún peor. Te fuiste a Knockavoy siendo una buena chica heterosexual y regresas medio bollera.

—¿Me has llamado por algo en concreto, Bridie? —Actitud fría—. ¿O solo para provocarme?

—Era una broma. En Edimburgo me pareciste bastante cuerda. ¿Cómo llevas lo de De Courcy?

—No lo sé.

—¿Deseas que sea feliz? ¿Crees que podrías lanzar confeti en su boda? Solo has superado una ruptura con un hombre cuando puedes lanzar confeti en su boda.

—No es lo que más me apetece.

Pero ya no pensaba en Paddy cada segundo del día y ya no soñaba con él cada noche. Lejos quedaban los días en que me devoraba la angustia por no poder estar con él. De hecho, en el fondo no quería verle. En serio, no quería verle. En la vida. Eso sí era una novedad.

Notaba otra emoción nueva en mí, pero no lograba identificarla. ¿Tristeza? No. ¿Añoranza? No. ¿Dolor? No. ¿Rabia? Caliente, caliente. ¿Odio?… Hummm, tal vez, pero no exactamente… era algo… ¿Qué era? ¿Miedo? ¿Podía ser miedo? Sí, podía ser miedo.

19.01

Llegaron Natasha y Blanche.

19.15

Llegó Dolores.

19.27

Llegó Sue.

La invité a pasar sintiendo que me devoraba la inquietud.

—¿Dónde está Chloe? —preguntó Sue.

—Esta noche no vendrá —dijo Natasha—. Lo siento, Lola, se me olvidó decírtelo. Chloe me envió un mensaje de texto. Hoy no puede venir.

—¿Por qué no? —Voz chillona. ¿Y por qué no me había enviado el mensaje a mí? Tenía mi número.

—No lo dijo. Por cierto, ¿se me marca mucho el paquete con esto?

19.56

Senté a las chicas y les comuniqué que arreglo actual se acercaba a su fin.

—La familia de Tom Twoomey quiere la casa para minivacaciones. Y es hora de que yo vuelva a Dublín para trabajar.

—Oh —dijo Natasha—. ¿Cuándo te vas?

Exacto, ¿cuándo?

—Dentro de dos semanas.

Nada me impedía irme ahora mismo —no habría tardado ni diez minutos en devolver ropa a maletas— pero necesitaba tiempo para mentalizarme.

Las chicas se miraron, se encogieron de hombros y una de ellas dijo:

—Siempre fui consciente de que no duraría toda la vida.

Respuesta desconcertante. Esperaba sollozos, rechinar de dientes y ruegos para que me quedara. En lugar de eso, atmósfera de madura aceptación. ¿Por qué? La discoteca de antes de Navidad, he ahí el porqué. Había enseñado a mis travestis que había un gran mundo de travestismo ahí fuera. Ya no me necesitaban.

—Ya no os sirvo —dije, rompiendo en sollozos—. Vinisteis a mí como inexpertas polluelas y ahora… ahora… ¡¡¡HABÉIS CRECIDO!!!

—Pensaba que te alegrarías —dijo secamente Natasha—. No hacías más que quejarte.

Sábado, 17 de enero, 10.15

Me levanté, me vestí y salí de casa. Después de noche en vela finalmente estaba haciendo lo correcto. Iba a hablar con Rossa Considine.

Coche ecológico delante de puerta. Con suerte estaba en casa y no en cueva subterránea. Tampoco, con suerte, en cama con Gillian. Aunque no tenían pinta de hacer esas cosas, eran gente activa y madrugadora.

Considine abrió puerta como si me estuviera esperando. Me siguió hasta sala de estar, donde nos sentamos en borde de sofá, tensos y tristes. Flotaba extraña atmósfera, como si hubiéramos estado enamorados y ya no lo estuviéramos.

—Anoche no viniste —dije.

—No. Le dije a Noel que te lo dijera.

—Me lo dijo. Rossa, te aseguro que mi conducta la noche que nos libramos de la poli no se repetirá.

—No te preocupes…

—Te pido perdón, Rossa, de verdad. Y también a Gillian. Desde lo más hondo de mi corazón. Estoy tremendamente avergonzada. Pero no volverá a ocurrir. Fue una locura, la adrenalina del momento. Vuelve, por favor. Echamos de menos a Chloe.

—Lo siento, Lola —repuso Rossa con pesar—, pero Chloe va a estar ausente durante un tiempo.

—Te prometo que no le pondré un dedo encima…

—No tiene nada que ver contigo, Lola. Tú no tienes la culpa. Simplemente, es… es lo mejor…

—Pero… —¡Ojos llenos de lágrimas! ¡Por personaje mítico!

—Lo siento, Lola —dijo Considine con infinita ternura—. Sé lo mucho que te gustaba Chloe. Oh, no llores, te lo ruego. Ven aquí. —Me tomó en su regazo, como hacía Chloe, y sollocé sobre su camisa.

—¿Volverá?

—Probablemente, en algún momento, pero… en fin, ya sabes…

No sabía. Debía de ser algo relacionado con Gillian. A lo mejor había empezado a machacar a su novio por vestirse de mujer.

—Pero cuando Chloe vuelva, yo ya me habré ido.

—¿Qué? —bramó, incorporándose y casi arrojándome al suelo. Cuerpo rígido, ya no daba gusto recostarse en él.

—Así es, Considine, tengo que volver a Dublín. La familia Twoomey quiere la casa y yo he de volver al trabajo. —Al pensar en marcha, se intensificó mi llanto. Increíblemente triste.

—¿Cuándo te marchas?

—No lo sé. Todavía no lo he decidido, no me veo capaz. Pero pronto. En las próximas dos semanas.

—Ya.

Rossa se desplomó en sofá y aunque cuerpo otra vez cómodo para recostarme, lo sentí diferente, no tan agradable, como sofá que ha perdido su firmeza. Notaba el peso de su cabeza apoyada en la mía. Ambos hondamente apesadumbrados. Como si estuviéramos llorando pérdida de Chloe. Sé que parece absurdo, pero me limito a contarlo tal como era.

Considine me dio palmaditas en mano. Mis sollozos amainaron y finalmente cesaron. Cerré ojos. Estaba algo más tranquila. Calentita. Garganta de Considine desprendía olor agradable. Gran, gran suspiro subió desde profundidades de mi tripa. Exhalé largo aliento de aceptación. Me aparté.

—Será mejor que me levante, Rossa Considine. Si sigo así me dormiré.

—Lamento el disgusto, Lola.

—No te preocupes. —Había hecho lo posible. Además, pronto me marcharía de Knockavoy, dejando atrás esa banda de travestis.

—¿Quieres venir el miércoles a ver Ley y orden? —preguntó—. ¿Por última vez?

—Pensaba que era los jueves.

—Año nuevo, horario nuevo. Ahora la dan los miércoles por la noche. ¿Vendrás?

—… Vale… —No había obtenido lo que había venido a buscar, pero vale…

12.12, calle principal de Knockavoy

Divisé a Jake y su boca paseando como Dios del Amor por acera de enfrente. Me preparé para insultos, pero en lugar de eso me lanzó alegre saludo, exento de resentimiento, obsesión, demencia. De modo que era cierto. Según mis fuentes habituales (Cecile) vuelve a ser el engreído de siempre. Ha dejado tirada a Jaz, llevado a cabo intento cruel, en época yerma de Navidad-Año Nuevo, de interponerse entre Kelly y Brandon y ahora está liado con mujer prometida que vive en la «carretera de Liscannor». Yo soy mancha en su, por otro lado, impecable expediente.

12.16, supermercado

¡Ha llegado el nuevo Vogue! Kelly me lo pidió especialmente. Obligada a decirle que no siguiera haciéndolo porque tenía que regresar a Dublín. Expresó tristeza por mi inminente marcha, luego dirigió atención al elevado precio del Vogue.

—¡Casi diez euros! —exclamó, volcando vuelta en mi mano—. ¡Y solo tiene anuncios! Oye —toda alborotada—, ¿cómo te hiciste esa marca?

—¿Qué marca?

—Esa. —Señaló un círculo pequeño de piel rosada en medio de mi palma.

—¿Es una quemadura? ¿Disfrutas haciéndote daño? ¿Eres masoca? —preguntó, entusiasmada. Kelly, fascinada con vidas de aspirantes a actrices que aparecían en revistas baratas con grandes bolsos, bulimia y temporadas en centros de desintoxicación en su haber antes de cumplir los dieciocho.

—Me encantaría conocer a un masoca.

—Es una marca de nacimiento —dije en tono de disculpa—. Nací con ella. —Al ver su decepción, añadí—: Lo siento.

13.15, pasando por delante del Dungeon

—¡Eh, Lola Daly! Solo unas palabras, por favor.

Entré.

—Un chisme para ti —dijo Boss.

—Fresco, fresco —aseguró Moss.

—Recién salido del horno —confirmó el Maestro.

Me recorrió vergonzosa excitación. Este trío estaba al tanto de todo. Me contara lo que me contase, seguro que era verdad.

—¿Preparada? —preguntó Boss.

Asentí.

—Gillian Kilbert…

—… también conocida como cara de hurón…

—… y el camarero Osama…

—… están juntos.

Fuerte conmoción.

¿Gillian y Osama? Fuerte pánico. ¿Era culpa mía? ¿Había abierto brecha entre Gillian y Considine y empujado a Gillian a vengarse «echando cana al aire»?

—¿Lo sabe Rossa? —pregunté.

—No.

—Entonces, ¿cómo es que vosotros sí?

—Lo estábamos esperando. Hemos estado observado la situación con sumo interés desde que empezaron a ir juntos a ver películas danesas los viernes por la noche.

—Nos pareció que estaban a punto de caramelo —dijo el Maestro—. Un pajarito me dijo que Considine y cara de hurón llevaban semanas sin hacerlo. De hecho, desde la noche de su reconciliación.

—¿Cómo demonios sabes eso? —Feo sentimiento abrasador por invasión de intimidad de Considine.

—Es un pueblo pequeño. El caso es que, en lugar de volver directamente a casa después del cine, Gillian y Osama han adquirido el hábito de parar el coche un kilómetro antes y darse el lote hasta echar chispas.

—Anoche ni siquiera llegaron al cine —dijo Boss—. Aparcaron en su lugar preferido y… bueno, ya sabes.

Feo sentimiento abrasador se intensificó.

—¿No tenéis nada mejor que hacer que espiar a la gente?

Paréntesis de pasmo.

—¿Qué te ocurre, Lola? —Boss, disgustado—. Pensaba que te gustaría saberlo.

—No está bien que yo lo sepa y Rossa no.

—Alguien se lo dirá tarde o temprano. —Moss parecía pensar que eso era bueno.

¡Pero no!

Súbita y profunda compasión por Considine. Hombre orgulloso. Y aunque a veces cascarrabias, decente. También yo he sido la rechazada otras veces.

Debería decírselo.

No obstante, ¿podía? Despreciaba el papel de metomentodo, fingir compasión, «Pensaba que tenías que saberlo…». Aunque genuina, mi compasión.

Además, Considine me odiaría para siempre. Mensajeros siempre se llevan la peor parte. Yo no quería que me odiara. Descubrí inesperado afecto por él.

—¿Te vas? —gritó Rincón Alco cuando me levanté.

—Sí. —Necesitaba pensar.

Salí del pub mientras oía a Boss farfullar:

—No sé qué le pasa.

¡Señor! Nada más poner pie en la calle, primera persona que me encuentro: Gillian. Me quedé clavada en el suelo, paralizada por la culpa, luego por la impresión, luego por más culpa.

—Hola, Lola, feliz Año Nuevo. —Se detuvo para charíar. Pareáa muy animada.

—… Esto…

—… ¿Te encuentras bien?…

Rediós. Estaba intentando decidir qué era lo correcto. Gillian acababa de cruzarse en mi camino. ¿Cuántas probabilidades había de que eso ocurriera? ¿Estaba ahí por una razón? Pero decisión, difícil

a) Yo no era la más adecuada para hablar, habiéndome insinuado a su novio, aunque no era su novio quien me interesaba sino su alter ego femenino.

b) Inmiscuirse en asuntos ajenos odioso para persona urbana como yo.

—Gillian. —Me aclaré garganta—. Sé que no es asunto mío y no te estoy juzgando, ni mucho menos, pero he oído que… que tú y Osama, quiero decir, Ibrahim, habéis estado…

¿Cómo decirlo? Cualquier expresión sonaría sórdida. ¿Retozando en área de descanso?

—… ¿entiendes adónde quiero ir a parar? —dije, acalorada.

Gillian me miró fijamente, inmóvil, el miedo reflejado en su cara de hurón.

—El rumor está corriendo y no tardará en llegar a Rossa. Sería mejor que se enterara por ti.

—¿Dónde lo has oído…? ¿No será ahí dentro? —Señaló el Dungeon con la cabeza, su carita blanca como la leche.

Bajé mentón, asintiendo de mala gana. No habría deseado este sino ni a mi peor enemigo: Boss, Moss y el Maestro al corriente de sus intimidades.

—Mierda —susurró—. De acuerdo. —Asintió, asintió y volvió a asentir. Luego se alejó y entró en el Oak, sin duda para consultarlo con Ojos de Ciruela Pasa.

15.37

No estaba espiando. En absoluto. Pero resulta que estaba limpiando ventanas antes de mi marcha cuando vi a Cara de Hurón y Ojos de Ciruela Pasa acercarse por la carretera con andar resuelto. Como tiroteo en el OK Corral. A la altura de casa de Considine, doblaron a la derecha y entraron en sus dominios. Llamaron a puerta y poco después entraron. Puerta se cerró firmemente. Agucé oído, quizá esperando gritos y platos rotos, pero no oí nada.

16.19

Cara de Hurón y Ojos de Ciruela Pasa salieron cabizbajos, supuse que de vergüenza. Fue cuanto pude intuir.

18.24

Limpiando horno, aunque apenas lo había usado durante estancia en Knockavoy, cuando llamaron a mi puerta.

Rossa Considine apoyado en jamba, algo desmelenado.

—Almorrana con patas —dijo.

—¿Tan mal?

—Tu noche almorrana con patas. Te la prometí y la vas a tener. ¿Qué te parece hoy? ¿Ahora?

—¡Fenomenal! Deja que me quite el delantal.

Naturalmente, solo estaba siendo amable. Considine necesitaba excusa para salir y pillar curda para ahogar dolor por traición de Cara de Hurón, y la estaba disfrazando como regalo para mí. Pero estaba orgulloso, sí, orgulloso, de que me hubiera elegido a mí y no a sus colegas espeleólogos. Claro que, conociendo a esos machotes, seguro que se habrían burlado ferozmente de él. «Ja, ja, ja, ¿sabes lo de Considine? Era tan malo en la cama que su chica se largó con el terrorista suicida. ¡JA, JA, JA!»

18.37, en la calle principal de Knockavoy

—¿Qué pub quieres? —pregunté.

—El Oak.

¿El Oak? ¿Tanto sorprende que esperara boicot al Oak?

Bien por él. Hombre poco rencoroso. A menos que planeara tumbar a Osama.

No, no era ese su plan. Le pidió las bebidas. Actitud civilizada. Admirable. ¡Rossa Considine igualito que Gandhi! Osama, por su parte, sigiloso, mirada gacha por remordimiento. Nada de sonrisa chispeante en ojos aciruelados.

Después de dos copas, Considine se vino abajo y me habló de Gillian y Osama. Reaccioné como si fuera primera vez que oía historia.

—Es una tragedia —dije. De corazón. Rupturas de otras parejas me duelen casi tanto como si me estuvieran ocurriendo a mí—. ¿Cómo te sientes?

—Es el final de una etapa —respondió—. Aunque la verdad es que ya estaba terminada. Nunca debimos volver tras romper la primera vez. Las razones por las que habíamos roto seguían estando ahí. A mí no me interesaban sus películas deprimentes y a ella no le interesaba mi… ¿cómo lo llamas? Travestismo. O espeleología. Y a ellos dos se les ve felices juntos.

—No es agradable que te dejen —señalé, harta de hombres que niegan sus sentimientos.

—No, es cierto que duele. Pero sobreviviré.

—No tienes que hacerte el fuerte conmigo. Que te pongan los cuernos es humillante.

Se volvió hacia mí. Sorprendido, preguntó:

—¿Quieres que me deprima?

—No, quiero que seas sincero.

—Estoy siendo sincero.

—No es cierto.

—En serio, Lola. Hacía mucho que lo nuestro iba mal, y yo estaba demasiado… demasiado… lo que sea… para hacer algo al respecto. Confiaba en que la cosa mejorara por sí sola. O esperaba… esperaba que no tuviera que cortar yo.

—¡No me digas que estás aliviado!

—Aliviado, no. No es tan sencillo. Pero tarde o temprano tenía que ocurrir y ha ocurrido. Pero ahora que lo mencionas, sí, estoy aliviado.

—Por Dios. —Chasqueé la lengua—. ¿Otra copa?

20.49, todavía en el Oak

—¿Cómo te sientes ahora, Considine?

—Como una almorrana con patas.

—Utilizas mal la expresión. No es ahora cuando hemos de encontramos como una almorrana con patas. Hemos de encontrarnos como una almorrana con patas mañana por la mañana.

—Lo sé, lo sé. —Sonrisa sorprendentemente atractiva. ¡Por un momento se pareció tanto a Chloe!—. Pero mañana por la mañana no nos veremos. —Pequeño parpadeo en respectivas miradas—. Así que por qué no decirlo ahora.

—… Esto… —Tardé unos instantes en recuperarme del parpadeo, luego exclamé animadamente—: Muy bien, ¡Que sea como una almorrana con patas!

21.17, todavía en el Oak

Brandon y Kelly entraron para copa postrabajo. Expresión de recelo cuando me vieron con Considine. Era evidente que les había llegado noticia de cuernos.

—Lola, Rossa, ¿cómo estáis?

—¡Como una almorrana con patas!

21.21, todavía en el Oak

Cecile se asomó para decir «allo».

—Dios os bendiga a todos —trinó—. ¿Cómo andamos?

—¡Como una almorrana con patas!

Persona que nos encontrábamos, persona a la que le decíamos, «Como una almorrana con patas». Estaba llorando de risa. Muy, muy divertido, y claro, bastante pedo.

—¡Somos la banda de la almorrana con patas! —declaró Considine

—La célebre banda de la almorrana con patas. Vamos a ver a la señora Butterly antes de que se vaya a la cama.

21.40, pub de la señora Butterly

—Hola, Lola, hola, Rossa, ¿cómo estáis?

—¡Como una almorrana con patas, señora Butterly!

—No hay necesidad de ser ordinarios, ni de gritar. —Parecía alarmada. Considine y yo nos encaramamos a sendos taburetes sin parar de reír—. Ni de carcajearse sin explicarme dónde está el chiste.

Intentamos explicárselo, pero la risa nos lo impedía. Además, ¿qué tenía de gracioso decir «Como una almorrana con patas» ochocientas veces? Se esforzaba por entenderlo, pero solo hacía que menear cabeza y decir:

—Sigo sin verle la gracia. En cambio, Eddie Murphy, ese sí es gracioso. ¿Le habéis visto en Esta abuela es un peligro?

Sonó móvil de Considine.

—Es Gillian —susurró en tono de complicidad, aunque todavía no había contestado y Gillian no podía oírle—. Quiere saber cómo me encuentro. ¿Preparada?

—¡Sí!

Abrió el teléfono.

—¿Gillian? —Escuchó durante unos instantes—. Te diré cómo me encuentro.

Riendo, me hizo una señal con la cabeza y los dos gritamos en el auricular:

—¡COMO UNA ALMORRANA CON PATAS!

—A casa los dos —ordenó la señora Butterly. Irritable. Había tenido suficiente—. Me voy a la cama.

—¡Para ver a Eddie Murphy en Doctor Doolittle! —bufó Considine.

—¡O en Superdetective en Hollywood!

Considine y yo a punto de caer al suelo de risa cuando señora Butterly nos bajó de taburete y empujó hasta la puerta.

22.01, calle principal de Knockavoy

Echamos a andar por la calle tambaleándonos. Tambaleándonos no de la curda, sino de la risa. Avance lento, teníamos que parar cada cuatro segundos para doblarnos.

—¡Eh, Lola Daly, Rossa Considine! ¡Hemos oído que estáis arrasando!

Llamamiento desde interior sulfuroso del Dungeon.

Entramos. Nos invitaron a muchas, muchas, muchas copas.

Noche inolvidable.

Domingo, 18 de enero, 10.03

Una única forma de describir cómo me sentía: como una almorrana con patas. Peor resaca en mucho tiempo.

Preocupada por Considine. Probablemente cachondeo de anoche con almorrana con patas se había esfumado y ahora estaba destrozado —parte resaca, parte dolor de cuernos. Nada peor que el despertar el día después de que te hayan dejado. Sobre todo si has ahogado penas en ingentes cantidades de alcohol.

Le envié mensaje de texto. Parecía tontería urbana enviar mensaje a alguien que vivía en puerta contigua cuando podías levantarte y decírselo en persona, pero no quería entrometerme en su dolor. Además, temía que si me incorporaba pudiera vomitar.

Mañana. Cabeza como almorrana con patas. ¿Tú?

Respuesta rauda:

Cabeza como almorrana con patas también…

Envié otro.

¿Estás en cueva?

Respuesta rápida.

¿Cueva real o emocional?

Me refería a cueva real, pero pregunta sugerente.

¿Emocional?

Respuesta inmediata.

No, creo que solo resaca.

¡Jodidos hombres! ¡Justo cuando piensas que se están abriendo! Decidí seguir durmiendo.

15.10

BI-BIP BI-BIP. Me despertó aviso de texto. Agarré teléfono. Mensaje de Considine.

¿Paseo playa? ¿Para curar resaca?

Idea novedosa. Analgésicos, Coca-Cola con azúcar, patatas fritas de las caras, sofá y edredón, respuesta normal de persona a resaca. Sin embargo, respondí:

¿X qué no? 20 m en puerta.

15.30

Ahí estaba, con serio forro polar y botas. Despeinado, como si acabara de levantarse, y pálido, sí, sí, bastante pálido. En cuanto vi su cetrino careto, se adueñó de mí regodeo paralizador. Imposible seguir avanzando. Él, espasmos de risa tan fuertes que tuvo que agarrarse barriga. Cuando, finalmente, pudo hablar, dijo:

—¿Cómo te encuentras, Lola Daly?

—Como una almorrana con patas, Rossa Considine. ¿Y tú?

—Como una almorrana con patas.

Una de esas resacas en que te ríes por todo.

16.27, poniendo rumbo a casa, alabado sea Dios

—Me encuentro mucho mejor —dijo, contento, Considine—. ¿Y tú?

—No. El viento me ha hecho polvo el oído y solo me curará la resaca un vaso de Fanta y un plato de patatas fritas.

—¿El Oak?

—¿Por qué no probamos otro lugar? —Quería ahorrarle pose valiente, insistiendo con su presencia en el Oak que no le importaba lo más mínimo, lo más mínimo, que su novia le hubiera plantado por Osama—. ¿El Hole in One?

—Antes me tiro por un barranco.

17,03, el Oak

Por la segunda Fanta. Plato de patatas delante de mí. Planeaba pedir tarta de queso del día (fresa) después.

Pitó móvil de Considine.

—Texto de Gillian —dijo—. Quiere saber si me he suicidado.

Sentí pequeña punzada de culpa. ¿Iba a sucederme cada vez que oyera el nombre de Gillian Kilbert, hasta el fin de mis días?

Considine lo notó.

—¿Qué te pasa?

Tenía que preguntárselo. Necesitaba saberlo. Me obligué a soltarlo.

—¿Tú y Gillian… rompisteis por lo que pasó… entre Chloe y yo antes de Navidad?'

—No, ya te lo he dicho. Hacía tiempo que nuestra relación estaba muerta.

—¿Alguna vez dijo Gillian algo de mí?

—No —respondió, pero percibí su titubeo.

—¡Sí! —grité—, ¡Sí dijo algo! Cuéntamelo.

—¿Para qué? ¿Para que puedas sentirte más culpable aún?

—Cuéntamelo, Considine.

—¿Recuerdas el día del desatascador? Ese día dijo que entre nosotros había… tensión… tensión sexual.

¿Qué? ¡Gillian Kilbert, zorra caradura!

—Lo dijo pensando que podía desviar la atención de su relación adúltera acusándonos a ti y a mí de tensión sexual —dije—. No es mi intención hundir a un hombre deprimido, Considine, pero no eres mi tipo.

—No se refería a eso —dijo Considine, pacientemente—. Estaba hablando de una conexión entre tú y Chloe.

—¿Y en qué basa Gillian su afirmación? Diantre, ¿no le habrás contado lo del morreo, verdad? —Me cubrí cara con manos.

—No —rió Considine—. Dijo que nos tratábamos con sarcasmo.

—¿Qué respondiste a eso?

—Que nos tratábamos con sarcasmo porque no nos gustábamos. La solución más obvia suele ser la correcta.