—Eres una zorra inútil y todo esto es culpa tuya. —Estaba de pie, resoplando por el esfuerzo. Ella en el suelo, hecha un ovillo—. Dilo. Eres una zorra inútil y todo esto es culpa tuya.
Estaba echando la pierna hacia atrás. Ella no creyó que pudiera aguantar otra embestida. La punta de la bota le aplastó el estómago contra las vértebras. Tuvo varias arcadas, pero ya solo echaba bilis.
—¡Dilo!
—Soy una zorra inútil —susurró mientras las lágrimas rodaban por su rostro— y todo esto es culpa mía.
—Exacto, culpa tuya. ¿Es que no puedes hacer nada bien?