Capítulo 10

Con el corazón a mil por hora, tiré del picaporte; pero la puerta tampoco se abrió. De repente, oí la voz de Hal por encima de mi hombro.

—¿Qué? —preguntó— ¿Qué pasa?

—Nada —dije rápidamente. Me di la vuelta para dar la espalda al coche y me apoyé en él. Le lancé una sonrisa a Hal con la esperanza de que pareciera natural—. No es nada. Es que… Quería ver qué música escucha Thornhill, pero no tiene más que música clásica.

Esperé que Hal no fuera un apasionado de la música clásica; al menos, no lo suficiente como para morirse de ganas por conocer los nombres de los compositores favoritos del subdirector. Se acercó un poco más al coche y por un momento temí que fuera a asomarse para mirar los cedés, pero por suerte se quedó a mi lado con la espalda apoyada en la ventanilla.

Mi corazón seguía latiendo a toda velocidad. ¿Podría ser que lo que había visto fuera una nota de Amanda? Pero ¿por qué se la habría escrito a Thornhill? Ella lo odiaba. ¿Cuántas veces le había echado la bronca por un artículo que había escrito, o por una entrevista que había intentado concertar con alguien a quien el subdirector no quería que molestara? ¿Y cuántas le había negado el acceso a un documento que quería consultar? La discusión que había escuchado aquel día en el despacho era una de las muchas que habían tenido.

—¿Qué crees que significa esto? —preguntó Hal.

Al principio me pregunté cómo era posible que supiera lo que estaba pensando, pero entonces me di cuenta de que en realidad estaba hablando del coche en general.

—No lo sé —dije.

Y era cierto. No sabía por qué Amanda había hecho eso, ni por qué decidí no contarles que creía haber visto un sobre con el tótem de Amanda en el interior del coche. En un plazo muy corto de tiempo, me había visto obligada a compartir demasiadas cosas con ellos; pero la nota de Amanda, si es que lo era realmente, era solo cosa mía.

Bueno, mía y del subdirector Thornhill.

—Creo que quiere algo de nosotros —dijo Hal—. Es como si quisiera… decirnos algo. Todos esos signos de la paz, los tótems…

Nia seguía hablando con su madre por el móvil. Parecía cansada de tanta charla, y no pude evitar sentirme celosa. Recordé esa sensación de frustración que sentía cuando quería colgar el teléfono y mi madre no paraba de hablar.

¿Volvería a tener esa sensación alguna vez?

Como no dije nada, Hal continuó:

—Ya sabes que Amanda tiene muchas facetas. Podría haber pintado el coche al estilo gótico, o punk, o ante bellum. Pero en lugar de eso, escogió este estilo hippy sesentero.

No estaba segura de lo que significaba ante bellum, pero entendí lo que quería decir Hal. Amanda no era hippy. O, al menos, no era más hippy de lo que podía ser cualquier otra cosa.

—Ese coche —sentenció Hal— es un mensaje de alegría. Estoy seguro de ello.

Me di la vuelta para mirarle. Bajo su mandíbula tallada y su pelo alborotado, pude entrever las suaves mejillas y el peinado a tazón que pertenecieron al pringado que había sido cuando salíamos juntos, en la época en que habíamos sido amigos. Puede que esto explicase por qué de repente solté:

—Tengo la sensación de que todo el mundo está desapareciendo.

En cuanto aquellas palabras salieron de mi boca, temí que me diera por echar a llorar. Y menuda estupidez había sido decirle eso a Hal, que ni siquiera sabía lo que pasaba con mi madre. Ahora se pensaría que yo era una histérica.

Me froté el ojo, esperando que pareciera que me estaba quitando una pestaña.

—Ella no ha desaparecido —dijo Hal mirando por encima de mi hombro—. Esta aquí.

Al hacer eso, me di vuelta como movida por un resorte, esperando ver a Amanda caminando hacia nosotros. Pero solo pude ver a Nia, que acababa de colgar su teléfono.

—Menudo rollazo —se guardo el móvil en su abarrotada mochila del ejército y se dirigió hacia nosotros—. ¿Y ahora? —añadió mirando a Hal como si yo no existiera.

—¿Cuál es nuestro próximo paso? —dijo él.

—Sigues pensando que este coche es algo más que una gamberrada ¿no? —dijo Nia.

Hal asintió.

—Sigo pensando que este coche es algo más que una gamberrada —repitió.

Nia inclinó la cabeza hacia un lado y por primera vez, me fijé en sus gafas. Las gruesas monturas negras eran tan retro que resultaban casi… molonas. Y su chaqueta de lana, a la que tampoco había prestado atención, era de color azul pálido, corta, con un cierto toque vintage. ¿Desde cuándo tenía ese nuevo look? ¿Se la habría llevado Amanda de compras para conseguir esa ropa y esas gafas?

Pensar en Amanda y Nia comprando juntas me hizo sentir celosa y humillada, casi como si acabara de descubrir que Lee tuviera otra novia. Eso explicaría por qué las siguientes palabras que salieron de mi boca fueran tan propias de una cría enfurruñada.

—¿Así que piensas que hay una especie de código secreto? ¿Qué cada animal corresponde a una letra o algo así? ¿Qué esto es un juego para encontrar el mensaje oculto en el dibujo?

—No estoy diciendo que sea algo tan complicado —respondió Hal, que no hizo caso de mi tono—. Puede que si hay un mensaje, no sea más que… No sé… «Sois muy especiales para mi», o algo por el estilo.

Si éramos tan especiales, ¿por qué había sido amiga de Nia y de Hal a mis espaldas? Me reí, pero no por que pensara que lo que había dicho Hal fuera especialmente gracioso.

—¿Y por qué el mensaje no puede ser: «Ninguno de vosotros es especial para mi»? Porque el resultado que ha tenido su «mensaje» —y remarqué la palabra haciendo el gesto de las comillas con las manos— es que los tres nos hemos ganado un mes de castigo.

—Déjate de rollos, Callie —interrumpió Nia—. Amanda no estará fuera un mes. Lo más seguro es que ni siquiera tengamos que cumplir un día de castigo.

Odiaba profundamente la soberbia con que hablaba Nia, como si ella fuera la que conociera de verdad a Amanda, y yo solamente una especie de… extraña.

—¿Ahora te dedicas a predecir el futuro?

Hal negó con la cabeza.

—Chicas, ¿por qué no lo dejáis de una vez? Esta gamberrada está pensada en unirnos, ¿no?

Me alegró que Nia resoplara, ya que eso era exactamente lo que quería hacer.

—No lo entiendo —dijo—. Amanda es tan inteligente…

Se detuvo, pero el resto de su frase estaba tan claro como si estuviera escrita en el coche del subdirector: «Siendo tan lista, ¿cómo había podido pensar que querríamos hacer algo juntos?».

—Así es —dijo Hal, que ahora también parecía un poco molesto—. Ella es muy inteligente. Así que estaría bien que dejarais de pelearos durante un rato para que pudiéramos descubrir qué es lo que está intentando decirnos.

Y dicho esto, se marchó enfadado. Estaba tan oscuro que, antes de que llegara a la entrada del aparcamiento, ya era poco más que una sombra.

—Vaya se ha cabreado de verdad.

No sé que esperaba que dijera Nia, pero con un sí habría bastado. En lugar de eso, se limitó a mirarme.

—¿Qué? —dije.

A esas alturas, hasta la parte de mí que huía de toda confrontación estaba hasta las narices. Por mi parte, si quería tener movida conmigo, podía contar con ella.

Nia soltó una suave risa, más bien una breve exhalación, y después negó con la cabeza.

—Nada —dijo, y también ella echó a andar hacia la salida.

Vi como se alejaba y después me di vuelta hacia el coche. Apreté tanto mi nariz contra la ventanilla con tanta fuerza que me hice daño. Los profesores llevaban rato pasando cerca de nosotros para ir a buscar sus coches, y me di cuenta de que el subdirector no tardaría en salir. ¿Debería preguntarle por la carta? ¿Me metería en problemas por espiar lo que había en el asiento delantero de su coche?

Mientras intentaba decidir qué hacer, vi que los tres cubos llenos de harapos sucios y papeles usados seguían en el suelo, al lado del coche, y que tendría que volver a meterlos en el instituto.

—¡Muchas gracias por dejarme a cargo de la basura! —grité.

Pero nadie me oyó; así que cogí los cubos y cargué con ellos en dirección al Endeavor.