Capítulo 6
—Sentaos —nos indicó el subdirector, señalando tres sillas vacías que había en el exterior de su despacho—. Señora Leong, como ahora tengo una reunión, me gustaría que echara un ojo a estos tres. Quiero que se queden aquí sentados y en silencio hasta que regrese.
—De acuerdo, señor Thornhill —dijo la señora Leong.
—Bien —se dio la vuelta para dirigirse a nosotros—. Aunque, desde su llegada, Amanda ha supuesto que la asistencia al Endeavor era… opcional, parece que hoy ha decidido introducir un pequeño cambio, y en su ausencia ha elegido enviarme directamente a tres personas a las que poder preguntar por su paradero.
—Si tantas ganas tiene de saber dónde está —interrumpió Nia—, ¿por qué no llama a su casa?
Los ojos del señor Thornhill mostraron un brillo de irritación.
—Te agradecería que no me dijeras cómo hacer mi trabajo, Nia. Pero puedes quedarte tranquila, porque también estoy haciendo cosas en esa dirección. Mientras tanto, quiero que los tres penséis muy detenidamente en todo lo que habéis visto.
Mi corazón latía con tanta fuerza que apenas pude oír sus palabras, así que fue un alivio que Hal decidiera responder por los demás.
—Lo haremos, señor. Esté seguro de que lo haremos.
✿✿✿
Aunque el señor Thornhill dio la orden de que permaneciéramos callados, pensé que tendríamos alguna oportunidad para hablar de nuestros tatuajes. Pero en cuanto Hal empezó a susurrar algo, la señora Leong levantó la cabeza de inmediato y nos lanzó una mirada tan furiosa que me dio hasta miedo. Pasaron dos clases más, durante las que intenté en vano encontrar un sentido a todo lo que estaba pasando, y cuando el señor Thornhill regresó y nos preguntó si estábamos listos para hablar, me sentía tan confusa que incluso llegué a plantearme contarle todo lo que sabía de Amanda para que me ayudara a desentrañar el misterio.
Pero después de que Hal respondiera: «Estoy tan confuso como usted», y de que Nia dijera: «¿No se le ha ocurrido pensar, señor Thornhill, que nosotros también podemos ser víctimas de la broma pesada de una estudiante problemática?», no fui capaz de contar nada. Cuando me miró en busca de una respuesta, me limité a negar con la cabeza.
—Bueno, siento escuchar eso. Lo siento mucho. Puede que cambiéis de idea después de lavar mi coche esta tarde, cuando terminen las clases.
—Pero… —empezó a decir Nia.
—Y si no, seguro que un mes de castigo los sábados servirá para haceros hablar.
—Pero… —protestó Hal.
—Pero nada —sentenció el señor Thornhill—. A no ser que consigáis convencer a vuestra amiga Amanda Valentino para que venga a mi despacho a explicármelo todo.
En ese preciso momento sonó la campana, como si el señor Thornhill lo tuviera planeado.
—Podéis iros a comer.
Supuso que Nia, Hal y yo empezaríamos a contarnos todo lo que sabíamos en cuanto saliéramos al pasillo. Pero cuando la puerta de dirección se cerró, Nia prendió a Hal por el brazo y lo arrastró a través de la oleada de gente que llenaba los pasillos durante los cambios de clase. Era como si yo no hubiera estado con ellos en el despacho de Thornhill, como si no les hubiera enseñado mi tatuaje. No sabía qué hacer. ¿Debía salir corriendo detrás de ellos como un cachorrito desamparado? «¡Llevadme con vosotros! ¡Yo también quiero hablar de Amanda!».
Mejor no. Si se creían demasiado importantes como para excluirme de su pequeña reunión, peor para ellos. Lo mejor era ir a la raíz del asunto.
✿✿✿
Los teléfonos móviles están totalmente prohibidos en el instituto, así que tuve que meterme en uno de los compartimentos del baño para marcar el número de Amanda.
—La vida es demasiado corta para esperar —dijo el mensaje del contestador—, pero no tanto como para no oír la señal.
Bip.
—Oye, escucha: estés donde estés, tienes que venir al instituto. ¿Qué es todo ese asunto del coche de Thornhill, las taquillas y todo lo demás? Llámame en cuanto escuches esto. Adiós.
Cuando colgué, pensé que debía haberle preguntado que cómo es que conocía a Hal y a Nia. ¿Pero qué podía haber dicho? «Resulta que me he enterado de que tienes otros dos grandes amigos en el Endeavor, además de mí». En ese momento, tenía una mesa llena de gente esperándome en la cafetería, así que no tendría por qué importarme el hecho que Amanda tuviera otros amigos.
Pero mientras me dirigía hacia la cantina, no pude negar que sí me importaba, y mucho. Después de que Amanda me eligiera, había asumido que yo era su única amiga de verdad, y ahora me enteraba de que había dos personas más a las que también había asignado un tótem. Y encima nos había hecho cómplices a los tres de su travesura, fuera lo que fuese. Ella sabía lo de las Chicas I, así que ¿por qué yo no sabía nada de Hal y Nia?
La cafetería estaba abarrotada, pero pude ver a Heidi, Traci y Kelli en nuestra mesa habitual. No había duda de que estaban esperando mi llegada, porque en cuanto entré en el recinto, Kelli levantó de golpe la mano y le dijo algo a Heidi, que se dio la vuelta para saludarme también. Mientras me dirigía hacia ellas, pasé junto a Hal y Nia, que estaban sentados en una de las mesitas que había al lado de las ventanas. Supongo que las habían puesto allí pensando que así el lugar tendría más pinta de cafetería. Estaban inclinados frente a frente, y Nia estaba hablando y gesticulando.
Aunque cada átomo de mi cuerpo deseaba saber qué estaba diciendo, no pude dejar de fijarme en la mesa de al lado, ocupada por chicos de cursos superiores que me estaban mirando. Reconocí a unos cuantos.
Me di cuenta de que todo el mundo debía de haberse enterado ya de lo del coche del subdirector. Y si sabían lo del coche, probablemente también hubieran oído que tres personas habían sido llamadas a su despacho: Nia, Hal y yo.
¿Pensarían que los tres éramos amigos?
En nuestro instituto hay muchas personas en segundo a las que considero neutrales. Son aquellas que no son populares pero tampoco unas apestadas. Nia Rivera no pertenecía a ese grupo. La ironía del asunto es que se lo había tenido que currar para convertirse en la paria que era. A pesar de sus pantalones de chándal caídos, de sus grumosas coletas, sus gafas de empollona y su carácter airado y polémico, sigo pensando que, aunque solo fuera por su hermano, podría haber vivido perfectamente como una neutra social.
Y ciertamente podría, si no se hubiera chivado de Heidi y Traci cuando mis amigas copiaron en un examen de mates hacía un par de años.
Al recordar la venenosa canción que Heidi había compuesto sobre Nia después de este incidente (canción que después le enseñó a toda la clase), me resultó más fácil dirigir mis pies en dirección a mi mesa habitual. Puede que quisiera saber lo que Nia estaba diciendo, pero este era un ejemplo perfecto de que la curiosidad puede matar al gato.
O, al menos, su vida social.
—¡Dios mío! —Heidi tiró de mí para sentarme a su lado—. ¡Me he enterado de todo!
—¡Es la mayor locura de la historia! —dijo Kelli.
—Todo el mundo está hablando de ello —dijo Traci.
—Nos hemos quedado flipadas —añadió Kelli.
Kelli y Heidi tienen una larga melena rubia; cuando salimos por ahí juntas, hay gente que piensa que son hermanas, y a veces fingen serlo. Traci heredó su pelo liso y negro de su madre, que es china, y los ojos azules de su padre. Las tres podrían ser modelos, lo cual, como os podréis imaginar, no ayuda mucho a la imagen que tengo de mí misma. No soy un monstruito ni nada por el estilo, pero mis piernas son un poco cortas, mi pelo es más crespo que rizado, y ni siquiera en mi mejor día podría pasar por alguien cuyo único trabajo sea tener buen aspecto. Lo cual es probablemente la razón número ciento cincuenta por la que es tan increíble que forme parte de las Chicas I, y que un tío tan bueno y popular como Lee me haya elegido para ser su novia… O lo que quiera que seamos.
—¿Para qué te ha llamado Thornhill? Ni siquiera conoces a esa chica.
Heidi siempre decía «esa chica» para referirse a Amanda, como si no quisiera darle el gusto de pronunciar su nombre. La madre de Heidi es una especie de celebridad en Orion porque es una reportera de la tele, y su padre es el jefe de policía, así que todo el mundo los conoce. Aunque no fuera ni guapa, ni rica, ni popular por sí misma, Heidi seguiría siendo alguien por ser hija de sus padres. Todo el mundo en el Endeavor se siente un poco intimidado por ella. Hasta las chicas de cursos superiores (incluidas las chicas populares de cursos superiores) la saludan siempre que se la cruzan en los pasillos. Las cuatro éramos casi siempre las únicas novatas de primer año en las fiestas, y nadie se metía con nosotras porque íbamos con Heidi.
Pero Amanda nunca actuaba como si Heidi fuera alguien especial. Su primer artículo en The Spirit, el periódico del instituto, se titulaba «¿Ves lo mismo que yo? La visión de una recién llegada a Orion». En él contó que estaba viendo las noticias locales y se refirió a la madre de Heidi como una «reportera de pueblo». Heidi estaba furiosa, pero no tanto como después de enfrentarse con Amanda y de que ésta le dijera: «Bueno, eso es lo que es, ¿no? No pretendía insultarla ni nada de eso. Pero Orion es un pequeño pueblo, y ella es reportera aquí». Desde entonces, Heidi aprovechaba cualquier excusa para meterse con Amanda, y lo cierto es que ella le proporcionaba muchas, como la vez en que le arrebató un papel para la representación de Cabaret, y después lo rechazó alegando que estaba demasiado ocupada.
En su segundo artículo en The Spirit, Amanda descubrió a una secretaria que había estado vendiendo a los alumnos autorizaciones para llegar tarde a clase. Cuando trasladaron a la secretaria se acabó el chollo, y Heidi nos dijo que Amanda era el demonio, porque la señora Rifkin solo estaba dando un servicio, y hay ocasiones en que te hace muchísima falta una autorización; y Amanda había tenido que echarlo todo a perder.
El tercer artículo de Amanda hablaba de cómo los profesores tenían miedo de los alumnos populares. Decía que si un estudiante tenía muchos amigos, o unos padres forrados de pasta, había muchas menos probabilidades de que le gritaran en clase, o de que le castigaran, le suspendieran o le pidieran explicaciones si no traía los deberes hechos a tiempo. El artículo, que salió justo después de las vacaciones de febrero, causó un tremendo revuelo, lo cual me pareció un poco raro, teniendo en cuenta que lo que había dicho Amanda era algo obvio. Todo el mundo sabe que la forma de decidir quién se mete en líos y quién no es injusta, así como que los profesores tienen sus alumnos favoritos, y que hay chicos que básicamente pueden hacer lo que les dé la gana en ciertas clases.
Pero supongo que incluso algo que todo el mundo sabe puede causar un escándalo, especialmente porque Amanda respaldó sus argumentos con toneladas de evidencias estadísticas. Como dijo el señor Thornhill, Amanda es un genio de las matemáticas, y se las ingenió para conseguir un montón de datos a los que supuestamente no debería tener acceso, como quién había estado castigado, cuándo y por qué. Después de todo este revuelo, algunos estudiantes (como Heidi) que habían disfrutado de un cierto… estatus privilegiado —como no tener que ajustarse a las fechas de entrega de los trabajos, ni explicar cómo habían resuelto un problema de matemáticas aunque los hubiesen pillado copiando, ni llevarse broncas por hablar en clase—, se encontraron con que, después de la charla que el subdirector Thornhill había dado al profesorado del Endeavor sobre la imparcialidad, su posición en clase cambiaba repentinamente, y a peor.
—¿Es cierto? ¿La han expulsado? —Kelli tenía el rostro encendido por la emoción.
—¿Expulsado? En realidad, yo…
—Dios, cómo odio a esa chica —dijo Heidi, al tiempo que acuchillaba con saña un trozo de sushi.
Una parte de mí quería decir algo en defensa de Amanda, pero cuando Heidi odia de verdad algo o a alguien, da miedo rebatirla. Además, después de la mañanita que había tenido y de su misteriosa desaparición, no estaba de humor para defender a Amanda.
Traci, que no suele comer nada, mascó su chicle a conciencia.
—Lo que no entiendo es por qué te han mandado a su despacho con esos raritos. Ni siquiera los conoces.
—No sé —dijo Kelli—. Nia es rarita, pero Hal está muy bueno.
¿Eran imaginaciones mías o, durante unos instantes, Heidi pareció estar incómoda?
Traci estaba demasiado ocupada quitándose unas pelusas invisibles de su brillante camiseta roja como para fijarse en el comportamiento de Heidi, y tampoco pareció escuchar el comentario de Kelli.
—¿Cómo se puede cometer un error tan monstruoso? —con la barbilla clavada en el cuello, era imposible saber si estaba comprobando la limpieza de su camiseta o admirando su pecho, que le encantaba lucir siempre que podía—. ¿De dónde se sacó Thornhill la idea de que pudieras tener algo que ver con Amanda Valentino?
Nunca tuve la intención de ocultarle mi amistad con Amanda a las Chicas I, pero… simplemente, las cosas habían sucedido así. En el breve periodo que pasó desde que conocí a Amanda hasta que empezamos a ser amigas, Heidi había empezado a odiarla profundamente; y, como ya he dicho, es mejor no intentar señalar el lado bueno de alguien a quien Heidi ha decidido odiar. Amanda me lo había puesto fácil, pues durante el almuerzo siempre estaba en el periódico o en alguna otra actividad, y estaba tan ocupada durante las jornadas del instituto que prácticamente era la amiga invisible. No era difícil conseguir que nuestra amistad pasara desapercibida. ¿De qué serviría contárselo ahora?: «Escuchad, chicas, la verdad es que sí soy amiga de Amanda. De hecho, somos muy buenas amigas. Espero que no os resulte extraño».
Buena idea, Callie. Y ya de paso, ¿por qué no te llevas a Nia Rivera a la fiesta del sábado?
Las tres me estaban mirando, y me puse a pensar en lo que Nia y Hal estarían hablando en su mesa. Era posible que conocieran a Amanda mejor que yo. Puede que, a pesar de haberme dicho que era especial, que era su guía y todo eso, en realidad no fuéramos tan amigas como pensaba.
—No tengo ni idea —dije lentamente—, no ha sido más que una tremenda equivocación.
Kelli me rodeó con el brazo.
—Pobrecita. No puedo creer que hayas tenido que pasarte toda la mañana encerrada en una habitación con los mayores frikis del instituto —me dio un achuchón—. Incluso si uno de esos frikis es un friki buenorro.
Desde el otro lado, Traci también me rodeó con el brazo.
—¿Necesitas que te haga el «sana, sana»? ¿Como en los viejos tiempos? —se rió y, antes siquiera de tocarme el brazo, empezó a decir las palabras—: Sana, sana, culito de rana…
Mientras sus dedos se acercaban a mi muñeca, me di cuenta de lo que estaba a punto de pasar.
—No —dije con brusquedad, y aparté el brazo como si tuviera la mano en llamas.
Traci levantó la mirada, con expresión de dolor.
—Dios, Callie, ¿qué te pasa?
—Es que… me quemé ayer por la noche. Preparando pasta. Y todavía me escuece el brazo.
—Ah —dijo, un poco compungida—. Lo siento mucho. ¿Estás bien?
—Sí —me alivió ver que la manga me cubría la mitad de la mano—. Estoy bien.
—Guay —dijo Kelli, lista para levantarse—. Bueno, chicas, ¿queréis que os enseñe la monada de gloss que compró ayer mi madre en el centro comercial?
—Claro —dije, y cuando Kelli se acercó apreté los labios para que me lo pusiera.
¿Es posible que cuarenta y cinco minutos duren tanto como un milenio? Debí de mirar el reloj por encima de la cabeza de Heidi unas cincuenta veces desde que me senté hasta que la campana sonó para señalar el final del almuerzo.
—Venga, hombre, ¿ya se ha terminado la comida? —protestó Traci arrugando la cara—. Ahora tengo una clase doble de biología. Que alguien me mate.
—¿Queréis pasaros por mi casa después de las clases? Puede que también vengan los chicos —dijo Heidi.
Ella también había probado el brillo de labios de Kelli. El rosa húmedo y brillante era el color perfecto para ella, y resaltó más si cabe su sonrisa de supermodelo.
—Claro —dijo Traci.
—Sí —dijo Kelli.
—Yo no puedo —dije, y al ver sus radiantes sonrisas, la ligera irritación que sentía por Amanda se convirtió en un cabreo en toda regla.
Mis amigas y mi medio novio iban a pasar una estupenda tarde juntos mientras yo me pasaba las horas después de clase fregando la pintura de un coche con dos parias sociales que tenían el morro de ignorarme. Menudo planazo.
—¿Y por qué no? —preguntó Heidi.
—Tengo que limpiar el coche del subdirector.
—¿Qué? Pero si has dicho que te llamaron a su despacho por error —Traci había estado examinándose las uñas por si le quedaba alguna miguita, pero ahora me estaba mirando, totalmente confusa.
—Sí, ¿por qué no le dijiste que no tenías nada que ver con esas estúpidas pintadas en su coche? —quiso saber Heidi. No le gustaba nada la idea de que su plan para la tarde pudiera echarse a perder.
—Lo hice —les contesté, y me consoló saber que no estaba mintiendo.
Kelli sacó un paquete de chicles Orbit de su bolso verde brillante.
—¿No puedes decirles a tus padres que llamen para quejarse? Esto es una injusticia total.
Pensé en mi padre, que a esas alturas probablemente fuera por la mitad de su segunda botella de vino, y traté de imaginármelo haciendo una exposición coherente sobre mi inocencia ante el señor Thornhill. No era una imagen particularmente agradable. Y tampoco es que mi madre pudiera ponerse al teléfono.
—Hazme caso, será mejor si me lo quito de encima lo antes posible —dije, aceptando el chicle que me ofrecía.
Después de despedirnos con un abrazo, me colgué el bolso del hombro y me dirigí hacia la clase de inglés. Cuando salí de la cafetería, estuve a punto de chocarme con Beatrice Rossiter, una chica de segundo a la que atropelló un coche durante las vacaciones de Navidad. Tiene el lado izquierdo del cuerpo, incluida la cara, totalmente desfigurado. Tiene un montón de cicatrices, lleva un parche sobre el ojo izquierdo y siempre camina pegada a la pared, puede que pensando que nadie podrá verla si anda así. Una vez que pasamos junto a ella, Traci me susurró:
—Cada vez que la veo, doy gracias por ser como soy.
En ese momento no le dije nada, pero lo que estaba pensando era: «Si estuvieras en mi lugar, Traci, y si supieras lo que yo sé, cada vez que vieras a Bea desearías ser cualquier persona menos yo».
Saqué el móvil de la mochila y lo encendí, pero no había ningún mensaje nuevo.